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JAYSON HARSIN
Resumen
Las afirmaciones populares sobre una "sociedad post-fáctica" y los neologismos como el
de "veracidad" hablan de un cambio cultural. Los medios de comunicación y los aparatos
políticos que alguna vez pensó Michael Foucault, dominantes en la circulación y el
mantenimiento de los regímenes de verdad, se han transformado en los últimos 30 años.
Sin embargo, esto no ha llevado a la desaparición de los regímenes de verdad, sino más
bien a una reorganización más compleja de sus funciones, entre las cuales se encuentran
los esfuerzos para movilizar una nueva "cultura participativa" digital para multiplicar los
juegos de verdad, es decir, generar un régimen global de post-verdad (RPV).
De hecho, hay muchos sitios y eventos en la sociedad en los que uno puede observar los
regímenes de post-verdad en acción. Consideremos la letanía de las tergiversaciones,
engaños, plagios y las posteriores disculpas y renuncias de los medios de comunicación
en los últimos 20 años (Harsin, 2006, 2010). La explosión de sitios de chequeo de noticias
(fact-checking) y de sitios que desmienten rumores (rumor-debunking) también es
llamativa. Por supuesto, ninguno de ellos es capaz de restablecer ninguna autoridad
definitiva de "gate-keeping" o funcionar como garante de la verdad, a pesar de los
intentos, tecnológicos y retóricos, por lograr lo contrario (consideremos la etiqueta
"sátira" de Facebook para alertar cuando una noticia no es real o el sitio Emergente, que
intenta asegurar un orden epistemológico y fiduciario etiquetando las historias de último
momento como falsas, no verificadas o verdaderas, en tiempo real).
Otro portal hacia los regímenes de post-verdad es el rumor, ya que, a pesar de las
diferentes definiciones, siempre involucra una declaración cuya veracidad está en duda
(Harsin, 2006). Muchos académicos han visto el rumor (y formas culturales como la
parodia) como mecanismos para poner al descubierto la producción de la verdad, tal vez
incluso como un "arma de los débiles" (Baym y Jones, 2012; Scott, 1987). Sin embargo,
hoy los rumores y otros postulados de verdad similares provienen de actores políticos y
económicos ricos en recursos. Mediante el desarrollo de la teoría de las bombas de
rumor, he analizado casos como "Obama es musulmán con un certificado de nacimiento
falso", "John Kerry es francés", "François Hollande cuenta con el apoyo de más de 700
mezquitas" y "El gobierno socialista francés ha impuesto la enseñanza de una nueva
teoría de género en las escuelas primarias, incluida la enseñanza de la masturbación”
(Harsin, 2010, 2014). Todas son noticias que han ocupado un espacio considerable en la
economía de la atención.
Sin embargo, la dinámica entre los aparatos y los discursos que forman esos regímenes
cambia históricamente. Dada la globalización de la tecnología mediática, de la política
económica (mercado / política), de la comunicación política (profesionalización /
marketing), de los cambios ideológicos (neoliberales), podemos ser testigos de
importantes "cambios de regímenes de verdad" en muchas sociedades contemporáneas,
con variaciones culturalmente específicas (Anderson,2014; Dalziel, 2013; Harsin, 2014).
Para ayudar a comprender esos cambios, debemos actualizar el concepto de los
regímenes de verdad de Foucault, cuyo énfasis histórico, no obstante, sigue siendo útil.
Hoy, tanto en Francia como en los Estados Unidos y en muchos otros países, estamos
presenciando un colapso del estado fiduciario en la administración de la verdad y en la
confirmación/enjuiciamiento y coordinación de los aparatos en un supuesto "régimen"
(testigo de la negación del cambio climático, entre muchos otros casos). La teoría de
Foucault parece estar vinculada a una era de comunicación masiva, una sociedad del
espectáculo. En tal período, podría suponerse que hay menos canales para hacer circular
afirmaciones similares y captar con mayor confianza la atención de una ciudadanía de
masas. Esos días, por supuesto, se han ido; nuevos medios personales y viejas
tecnologías de comunicación de masas coexisten, pero con audiencias cada vez más
fragmentadas. El "aparato" de noticias es hoy una hidra de muchas cabezas (por cada
periódico que muere, ¡nacen 2,000 nuevos blogs y perfiles de Facebook y Twitter!), con
literalmente millones de canales, sitios web, redes sociales, además de los canales de
noticias y los periódicos nacionales de la época dorada que uno podría contar con los
dedos de una mano. En ese sentido, la geografía de las noticias y la verdad ha cambiado
al igual que la temporalidad del consumo de noticias: ya no se entrega por la mañana y
por la tarde, ni se transmite a las seis u ocho, sino que esa geografía está compuesta por
millones de pitidos y vibraciones, tableros giratorios que se transforman y/o desaparecen
al segundo, y las noticias se despliegan en una economía de atención altamente cargada
de afectividad, de cognición constantemente conectada (Harsin, 2014). Añádase a esta
nueva temporalidad y espacialidad de la producción, circulación y consumo de noticias
(en donde la verdad sería "operacionalizada") la relación con los discursos científico/de
investigación y con la comunicación política popular. Lo que encontramos es
(nuevamente, quizás especialmente en los Estados Unidos, pero con muchos signos de
globalización) un cambio de régimen de verdad.
Con tal fragmentación, segmentación y contenido focalizado, quizás tenga más sentido
hablar de "mercados de verdad" producidos deliberadamente dentro de un régimen de
post-verdad general. El hecho de que poblaciones correspondientes a creencias y
opiniones son planificadas, producidas y administradas mediante la analítica predictiva
conducida por el big data y la comunicación estratégica rica en recursos (a menudo con
fascinantes [des-]articulaciones entre instituciones y discursos como, por ejemplo,
religión, negocios energéticos y educación sobre el cambio climático, Stenger [2013])
sugiere que estas poblaciones son a menudo más como mercados que ciudadanos a
cargo de sus problemas y sus discursos. Es decir, son fundamentalmente diferentes de
las formas autoorganizativas y reflexivas de expresión y participación descriptas por
Michael Warner (2005) y otros como públicos y contra públicos, incluso mientras las
mismas "verdades" circulan entre ellos. Todo esto está en significativo contraste con el
momento de enunciación de Foucault. ¿Cómo se vería (qué apariencia tendría) un
régimen de verdad en estas condiciones?
¿Qué más caracteriza el cambio de los regímenes de verdad a los regímenes de post-
verdad? He discutido una serie de cambios convergentes en la producción cultural, el
periodismo, la comunicación política, la velocidad, el afecto y la cognición extensamente
en otros lugares (Harsin, 2010, 2014). Deseo señalar aún más la importancia del
marketing, los algoritmos, los bucles epistémicos y el ímpetu para participar
digitalmente, a través del contenido generado por el usuario, el gusto y el intercambio,
este último especialmente asociado con las sociedades de control.
Las ideas de Foucault sobre los regímenes de verdad modernos corresponden a sus
teorías sobre la sociedad disciplinaria, las cuales -según señalan muchos pensadores-
han sido sustituidas por la sociedad de control (Deleuze, 1990). El cambio es importante
para comprender cómo funcionan ahora los medios y las prácticas culturales con
respecto a la verdad.
Los regímenes de verdad suponen un aparato estatal central que ha sido reemplazado
por un poder disperso en la sociedad de control. Según Deleuze (1990), las distinciones
entre masa/individuo colapsan en "dividuos" i, datos y segmentos de mercado. Nuestras
relaciones sociales son órbitas y redes continuas. A diferencia de la disciplina ("a largo
plazo, infinita, discontinua"), el control es a corto plazo, bajo "fuerte rotación". El
marketing se ha convertido en el "alma de la corporación" y en una forma primaria de
control social. Las instituciones están ampliamente en crisis. Además, el declive de los
espacios institucionales se corresponde con una hiper-segmentación de la sociedad y
con una creciente dependencia del poder algorítmico y el análisis predictivo de datos.
En las culturas postweb 2.0 "siempre activas", los algoritmos ayudan a medir y producir
grupos sociales, influyéndolos con análisis predictivos en un nuevo tipo de archivo
basado en la vigilancia de minería de datos, que no está centralizada en el estado, sino
que está incrustada difusamente en códigos y software para cuantificar el
comportamiento digital. Como señala Amoore, “en efecto, los algoritmos funcionan con
precisión como un medio para dirigir y disciplinar la atención, enfocándose en puntos
específicos y cancelando todos los demás datos, apareciendo para hacer posible la
traducción de probables asociaciones entre personas y objetos en decisiones de
seguridad procesables" (Amoore in Beer, 2013, p. 86). En este contexto, me he unido a
otros que han comenzado a enfocarse en la lucha por gobernar la circulación y el
consumo en torno a la categoría de atención, en una coyuntura marcadamente diferente
de aquella en la cual Foucault hizo fugaces comentarios acerca de nuevos aparatos que
circulan la verdad (ver Andrejevic, 2013; Beer, 2013; Citton, 2014; Crary, 2013; Dean,
2010; Terranova, 2004).
Mientras que algunos documentadores del cambio experimentado por la verdad culpan
a las nuevas tecnologías y la sobrecarga de información, y otros culpan a los cambios en
los valores de las noticias y las prácticas periodísticas, pocos conectan estos fenómenos
con el desarrollo de la comunicación política profesional durante el siglo XX, que ha
representado a masas de ciudadanos, tanto en regímenes democráticos cuanto
totalitarios, como riesgos a gestionar (Harsin, 2006). Deleuze presagiaba nuevas formas
de poder basadas en la vigilancia en una sociedad saturada de técnicas de marketing y
análisis predictivo (basado en algoritmos), pero él (como Foucault) tenía poco que decir
sobre el marketing político, su investigación y desarrollo junto con las ciencias cognitivas
para trabajar no solo en el cuerpo sino también en el cerebro, en la atención y el afecto,
que Bernard Stiegler ha denominado psicopoder (Stiegler, 2010). Por lo tanto, los
regímenes de posverdad también surgen de las estrategias pospolíticas o
posdemocráticas (Crouch, 2004), comunes para controlar las sociedades donde
especialmente los actores políticos ricos en recursos intentan utilizar el análisis de datos
para gestionar el campo de la apariencia y la participación (aunque es importante
también observar de cerca lo que están haciendo los actores políticos de escasos
recursos con el conocimiento codificado, algorítmico y analítico de los datos; Foucault
hablaba, después de todo, sobre una "economía política de la verdad"). Este aparato
político depende de una política "participativa" de redes sociales.
Las élites ricas en recursos han analizado e intentado gestionar la descomposición de
las audiencias y los mercados masivos, optando por explotar y fomentar el escepticismo
hacia las autoridades culturales en el periodismo, la política y las disciplinas académicas,
cada una con sus expertos. Multiplican las afirmaciones de verdad (a menudo
entretenidos tabloides) cuyo sentido, cuando no es el de veracidad, no se confirma fácil
o rápidamente. Los juegos de verdad que proliferan amplían el biopoder al psicopoder,
administrando no solo ideologías, discursos y cuerpos en espacios institucionales, sino
la atención misma.
Referencias
i
Deleuze señala que el lenguaje del control es un lenguaje numérico, hecho de cifras, que marcan el acceso
o el rechazo a la información. Según el autor, ya no estamos antes el par masa/individuos. En la masa, los
individuos se distinguen por su firma o por su número de identidad. La masa ahora se ha convertido en
datos, en mercado. Y los individuos, en “dividuos”, es decir, seres que pueden ser varias cosas a la vez, sin
identidad fija.