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Yo nací el mismo año que Astérix (un tipo de edad indefinida, según algunos
romanos), en mi infancia pasé horas mirando “los santos” de Carpanta, Mortadelo y Las
hermanas Gilda antes de aprender a leer, supe encontrar la complicidad de Lucky Luke
cantando “I’m a poor lonesome cowboy” para mis primeros fracasos amorosos y la de
Robert Crumb y sus monstruos para los que vinieron después. Considero los cómics una
disciplina artística de primer orden y tengo la opinión de que facilitan el aprendizaje, que
estimulan la imaginación y que desarrollan la sensibilidad y el sentido crítico. Pero sobre
todo creo que están dotados de algo mágico, cualidad que de alguna manera comparten
con los faros y quizá sea ése el motivo por el que ambos hacen tan buena combinación.
Incluso a veces me pregunto si las tiras dibujadas no me aportarían algo del carácter
soñador que me llevó a escoger una profesión no demasiado convencional.
Sea como sea, aquella decisión me permitió vivir las mayores aventuras de mi vida.
Como cuando un 5 de enero por la tarde me dispuse a reparar una avería en el faro de la
isla de Mouro, frente a la boca de la bahía de Santander. La mar estaba muy mala y el patrón
de la zódiac calculó en cinco metros la altura de las olas, que además venían rotas a casi
todo lo ancho de la barra que separa Mouro de la península de La Magdalena. La táctica
consistía en esperar en el centro de la barra, donde las olas no rompían, mientras llegaba
una fase de calma entre dos series, “la queda”, como la llaman los marinos. Entonces nos
lanzamos a toda velocidad hasta el pequeño embarcadero de la isla, el tiempo justo para
saltar con una mochila de herramientas, traje de neopreno y chaleco salvavidas, antes de que
la embarcación volviera a salir pitando. Luego, la avería: el viento había arrancado la antena
de telecontrol y ésta había roto el cristal de la linterna del faro, todo se había llenado de
agua y el cortocircuito hizo saltar los fusibles. Después de limpiar los cristales rotos y secar
todo con trapos, pude tapar la linterna con plástico de burbujas de un antiguo embalaje y
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cinta aislante, sustituí la bombilla, que había estallado, rearmé los fusibles y... el faro volvió a
funcionar. Todo ello con la mayor rapidez posible, sintiendo el retumbar de las olas contra
la isla y viendo cómo la zódiac bailaba arriba y abajo en mitad de la barra. Posiblemente
nadie que no sea farero pueda comprender la inmensa satisfacción que se siente después de
reparar una avería, al contemplar desde lejos la luz del faro en la oscuridad, una oscuridad
que en esa época del año se te echa encima pronto, demasiado pronto.
Y es que un faro apagado de noche produce una sensación tan desoladora que para un
farero no hay nada peor, e incluso dicen que muchos de ellos son capaces de “sentirlo”
antes de ser plenamente conscientes de ello, como si algo no encajara en el paisaje
nocturno. Una contraventana abierta que no da el mismo reflejo que siempre, el extremo
de un resplandor lejano que no asoma por encima del bosque...
Paco me pidió que revisara El Faro antes de su reedición, en busca de algún posible
error técnico. Reconozco que no ha sido tarea fácil, porque cuando me zambullo en una
buena historieta me puedo parecer mucho más al Felipe de Mafalda que a un perito o a
un estricto censor. Pero no hay problema. Desde el punto de vista teórico de las Ayudas
a la Navegación la obra es impecable. Cualquier técnico de señales marítimas sabe que los
antiguos sistemas de aceite o petróleo, como la legendaria lámpara Chance, muy común
en los faros españoles hasta mediados del siglo XX, tenían un excelente rendimiento
luminoso, pero eran muy delicados y por ello se requería la presencia de un torrero de
guardia durante toda la noche.
Hace como treinta años el cantautor catalán Jaume Sisa dedicó una canción a los
héroes de su infancia, entre los que, como no podía ser menos, abundaban los personajes
de tebeo. Creo que algunos de sus versos pueden venirme muy bien ahora como
invitación para los lectores que se aproximen a esta hermosa historia: “Bienvenidos,
pasad. Ahora ya no falta nadie, o quizá sí. Me doy cuenta de que sólo faltas tú. También
puedes venir si quieres, hay sitio para todos. De las tristezas haremos humo, cualquier
noche puede salir el sol”.
Porque, como dijo el viejo Telmo, no se puede ir por ahí, a la deriva, sin un sueño.
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“Elijamos al más distraído de los hombres
sumergido en su más honda ensoñación,
pongámoslo en pie y nos llevará infaliblemente
hacia el agua, si hay agua en esa región”.
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La eterna reescritura
Uno de los momentos más felices y satisfactorios para un autor suele ser cuando llama
tu editor para decirte que alguno de tus álbumes va a reeditarse. Bajo un tono de voz
tranquilo y profesional intentas ocultar tu emoción siempre infantil ante la noticia. Pero en
cuanto cuelgas el teléfono comienza el difícil dilema de qué y hasta dónde cambiar la obra
original, sobre todo si ha pasado cierto tiempo de su primera edición. Siempre hay viñetas
que no te gustan, diálogos que chirrían y escenas que con el paso del tiempo te plantearías
de otra forma.
Pasaron unos cuantos años antes de que Hijos de la Alhambra se publicase en España
e Italia, así que era una oportunidad de corregir todo lo que no me gustaba. Cambié una
viñeta que no se entendía y amplié algunas otras para darle un poco más de dinamismo a
la historia. También hice cambios en los diálogos, los modifiqué bastante. La posibilidad
de cambiar sustancialmente una historia, atar los cabos sueltos cambiando únicamente los
diálogos, es una posibilidad que tiene la postproducción de un tebeo. Esto suelo hacerlo
siempre antes de entregar el álbum.
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En Arrugas también hay cambios de la edición francesa a la española. Tuve que “afrancesar”
algunas cosas como el aula del colegio de Emilio, adaptar los relojes a los horarios franceses
y cambiar el menú de Nochebuena. Para la edición española recuperé la versión original.
Añadí también un diálogo en la página final entre Esteban y el perro para dar más sensación
de soledad. Este último cambio lo añadí a la segunda edición francesa. Y la segunda edición
española tiene algún pequeño cambio de texto con respecto a la primera.
Ilustración de Francisco y
Telmo realizada en 2005
(izquierda) y bocetos para
la portada de la edición
francesa (página siguiente)
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Tenía claro que no sería en color y que la historia no debía necesitar meses de
documentación para poder empezar a trabajar. Quería algo sencillo para poder experimentar
con la narración. Tenía ganas de contar una historia relajada. Todo lo que había hecho hasta
ese momento tenía un ritmo muy cinematográfico de género, la historia iba directa a la
resolución de una forma acelerada, sin respiros.
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Para documentarme en el ambiente marinero comencé a releerme las novelas
relacionadas con el mar que leí de crío; El faro del fin del mundo, Los viajes de Gulliver, La isla del
tesoro... Películas como Jasón y los argonautas, Simbad el Marino... Volví a sentir esa “sensación
de maravilla” que había sentido de pequeño. Pensé que si todas esas historias me habían
hecho amar la aventura y formar parte de mi personalidad, podían también hacerlo con el
protagonista de El Faro y devolverle la ilusión por vivir. Y El Faro se convierte finalmente
en un homenaje a todas esas historias de hombres libres que se hacen a la mar en busca de
la aventura y de un mundo mejor.
Cuando trabajaba en el álbum, recordé un relato que había leído que definía perfectamente
lo que estaba contando. El relato hablaba sobre cómo el sueño no cumplido de un personaje
era regalado para que otro lo cumpliese. Quería usarlo para el final de la historia, pero no sabía
dónde lo había leído. Tenía todo el aspecto de los cuentos de Las mil y una noches, pero no estaba
entre ellos. Pregunté, busqué por Internet, pero tampoco tuve suerte. Al final decidí contarlo
como lo recordaba. Con el tiempo, y gracias a una conversación con Pepo Pérez, descubrí que
el relato se llama Historia de los dos que soñaron y es de Borges. Éste se inspiró en un relato de Las
mil y una noches, el mismo que también tomó como inspiración Coelho para El alquimista.
Así que una de las primeras dudas al plantear esta reedición era si debía poner tal cual
el texto de Borges en esas dos páginas finales. He decidido finalmente dejarlo como está,
cambiando tan sólo algún pequeño detalle y añadir así una nueva versión a la versión de
Borges del relato original de Las mil y una noches. Pero puedo al fin con esta edición decir a
quién pertenece la autoría del relato.
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Bocetos previos al dibujo a lápiz y entintado (página anterior y arriba)
y anuncio para la revista TRAMA (página siguiente)
Aparte de esta necesaria aclaración, para esta edición me planteé en un principio alargar un
poco la historia añadiendo alguna escena más. Pero como habéis podido ver no lo hice, en seguida
me di cuenta de que El Faro es la historia que es, un cuento, y añadir y alargar podría romper
esa estructura. Incluso posiblemente estropearla. A todos nos gustaría poder reescribir nuestro
pasado, hacerlo más acorde a lo que somos ahora, pero ése es un camino difícil e interminable.
Bien mirado, Las calles de arena ya es una visión actualizada y ampliada de El Faro.
Por eso finalmente los cambios han sido más sutiles: reescritura de algunos diálogos,
algún cambio como, por ejemplo, eliminar la frase de la página 18, cuando Francisco habla
del fusilamiento de su amigo Pedro. Es una información importante y se dejaba caer en
ese momento sin mucha intención. Ahora lo descubrimos más tarde. He retocado además
alguna viñeta, cambiado la portada, añadido una doble página de mar con la cita de Melville
para colocarnos en ese ambiente tranquilo de la historia, además del estupendo prólogo del
torrero Enrique Luzuriaga.
Así, con esto, El Faro ha salido de casa peinado y esperaré, peine en mano, por si tiene
que hacerlo de nuevo.
Paco Roca
Octubre 2009
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© 2004, 2009 Paco Roca
© 2015 Astiberri Ediciones por la presente edición
Colección Sillón Orejero
ISBN: 978-84-16525-18-8
Astiberri Ediciones
Apdo. 485
48080 Bilbao
info@astiberri.com
www.astiberri.com
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Este ejemplar pertenece a leonivan30@gmail.com <leonivan30@gmail.com>
Francisco, un joven carabinero republicano de diecisiete años, intenta cruzar la
frontera francesa para ponerse a salvo. En su huida, llega hasta un viejo faro perdido
en un solitario espigón. Telmo, el anciano farero, le dará cobijo. Con sus historias
de aventureros libres que surcan mares perdidos y descubren lugares maravillosos,
intentará devolver la ilusión de vivir al joven soldado.
Nueva edición de esta personal obra de Paco Roca, que incluye material adicional
con dibujos a lápiz, fotos, diseños, bocetos (entre otras imágenes sobre la génesis
de la obra), más el prólogo del torrero Enrique Luzuriaga y un epílogo del autor.
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