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COMO CAGALLÓN

POR ACEQUIA
PACO ROCA
Me dice Paco que si le puedo escribir unas líneas para la recopilación de Como cagallón por acequia, que es
una historia a la que tiene mucho cariño, “por muy mal dibujada que esté”. O sea, que lo dice así, siendo Paco
Roca al cien por cien, con las manos en los bolsillos y encogiéndose de hombros, como si le diera vergüenza,
como si Como cagallón por acequia fuera una tontería cualquiera, y no una de mis historietas favoritas del
autor de cómics que ha cambiado la historia del medio en España en los diez últimos años.

Pero es que cuando Paco ha hecho historia, lo ha hecho así, siendo él, como si no se diera cuenta de lo que
está haciendo.

Cada obra es un reflejo inevitable de la personalidad de su autor. Y las obras de Paco Roca, sean tan
monumentales como Los surcos del azar o tan íntimas como La casa, siempre están cargadas de una simpatía
y una humanidad palpables, siempre se mueven con una desenvoltura fácil, siempre se hacen de querer,
como el autor mismo se hace de querer, tanto en las conversaciones de bar como en las charlas ante el
público. Pero sobre esa base de sincera naturalidad, Paco siempre construye con minucioso oficio, siempre
se preocupa de cerrar sus guiones, rematar sus dibujos y hacer las cosas bien, conseguir que el producto sea
lo más redondo posible.

No es el caso de Como cagallón por acequia.

Cagallón por acequia es el hijo salvaje de las obras de Paco Roca.

Realizado originalmente en paralelo a Arrugas, Como cagallón por acequia nació de la propuesta de Juanjo el
Rápido de que Paco colaborase en la revista Humo (de ahí ese peculiar formato cuadrado) con algún serial
o historia por entregas. Paco, concentrado en el trabajo de orfebrería de Arrugas, que le obligaría a aplicar
todo su conocimiento del oficio de las viñetas, utilizó Como cagallón por acequia como válvula de escape. Aquí
podría relajarse escribiendo y dibujando, aquí podría olvidarse de todo y simplemente hacer páginas por
placer. Y se nota.

El protagonista de Como cagallón por acequia es Ulises, un treintañero que en plena crisis existencial
se separa de su pareja, con la que vive una vida demasiado cómoda, y acaba compartiendo piso con dos
personajes salidos de alguna comedia del Hollywood clásico: el viejo dandy Ignacio, eternamente en batín,
y el maduro Juanfran, que también ha huido de su casa, pero en su caso para escapar de su insoportable
hijo. “Esta noche ha quedado otra vez con sus amigos para jugar al rol y la casa se me ha llenado de elfos,
dragones y enanos”.
Ignacio tiene montones de PowerPoints donde va apuntando chistes que le cuentan, y te los quiere enseñar.
Y cada vez que se sienta a ver una película con Juanfran es imposible enterarse de nada porque están todo
el tiempo discutiendo si este actor tan alto es el que salía con aquella actriz tan guapa en aquella película tan
buena. Como la vida misma.

En Ulises, por su parte, es fácil reconocer la visión del mundo del propio autor de la obra. Una visión inocente,
infantil y perpetuamente perpleja, sí, pero a la vez de una perspicacia superior. Ulises se sitúa dentro y
fuera del mundo, y como su sosias, está embarcado en un perpetuo viaje de regreso a casa, aunque en su
caso no tiene ni idea de dónde está Ítaca. Es como si entendiera todo sobre la condición humana, y al mismo
tiempo no supiera cómo aplicar ese conocimiento. Lo suyo es una especie de zen en zapatillas, una posición
de testigo del mundo, sobrepasado y a la vez admirado por la comedia humana. Como cagallón por acequia
despliega esa singular capacidad que tiene Paco Roca para ser sentimental sin ser empalagoso.

Son la improvisación y la falta de pretensiones de una historia que se va generando sobre la marcha, por
entregas, lo que hace precisamente que el Paco Roca de Como cagallón por acequia esté más desenfrenado
que en otras de sus obras más conocidas, y lo que lo hace aún más divertido. Y por eso yo adoro esta obra
menor. Tiene el humor melancólico de las grandes comedias agridulces de Billy Wilder (no en vano La
tentación vive arriba se titulaba originalmente The Seven Year Itch), que han sido mi escuela sentimental, y por
eso le tengo tanto cariño como su propio autor, aunque yo no piense que está “muy mal dibujado”. Ni mucho
menos.

Como cagallón por acequia apareció recopilado como parte de Senderos (Laukatu, 2009), un volumen que
revisaba la obra de Paco Roca y que entremezclaba algunos de sus trabajos con una larga entrevista. En ella,
el autor lamentaba que el cierre precipitado de Humo no le hubiera permitido extenderse tanto como hubiera
querido en este tapiz de “historias de parejas”, como él lo define. Quizás sea ese último toque de imperfección
el que acaba de redondear Como cagallón por acequia, el que acaba de darle ese aire de inimitable deficiencia
humana que hace que respire y se mueva con una autenticidad que no se puede fingir. Ahora, recopilado diez
años después como obra independiente en edición digital, por fin puede alcanzar ante nuestros ojos todo el
esplendor de su modesta majestuosidad.

Santiago García

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