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V.ii Entra OTELO con una lámpara. DESDÉMONA acostada.

OTELO
Tal es la causa, tal es la causa, alma mía
Que yo no os la nombre, castas estrellas.
Tal es la causa. Mas no he de verter esta sangre
ni herir esta piel, más blanca que la nieve,
más lisa que alabastro de sepulcros.
Pero ha de morir o engañará a más hombres.
Apaga la llama y después apaga su llama.
Podría extinguirte, flamígera emisaria,
y después devolverte la luz anterior
si fuese a arrepentirme. Mas, muerta tu llama,
criatura perfecta de la naturaleza,
no sabría dónde hallar el fuego prometeico
que te diera nueva luz. Si arranco tu rosa
no puedo hacer que reviva; por fuerza
se marchitará. La oleré en el rosal.
La besa.
¡Ah, aliento fragante, que tienta a la justicia
para que rompa su espada! ¡Otro, otro!
Cuando hayas muerto sigue así, que yo te mataré
y te querré por siempre. ¡Otro más, el último!
Lo grato nunca fue tan mortal. Me hace llorar.
Pero es llanto cruel. La pena es divina:
hiere lo que ama. Está despertando.

DESDÉMONA
¿Quién es? ¿Otelo?

OTELO
Sí, Desdémona.

DESDÉMONA
¿No te acuestas, señor?

OTELO
¿Has rezado esta noche, Desdémona?

DESDÉMONA
Sí, mi señor.

OTELO
Si te queda algún pecado
que no haya alcanzado la gracia del cielo,
ruega su perdón.

DESDÉMONA
¡Dios santo! ¿Qué quieres decir con eso?
OTELO
Vamos, reza y no tardes. Mientras, me retiraré.
No quiero matar tu alma si no está
preparada. ¡No lo quiera Dios! No voy a matarla

DESDÉMONA
¿Hablas de matar?

OTELO
Sí, eso he dicho.

DESDÉMONA
Pues que el cielo se apiade de mí.

OTELO
Amén, de todo corazón.

DESDÉMONA
Si dices eso, no creo que quieras matarme.

OTELO
¡Mmm!

DESDÉMONA
Sin embargo, me asustas, pues eres temible
con esos ojos de fuego. Por qué tengo miedo
no sé, si no tengo culpa; pero siento miedo.

OTELO
Piensa en tus pecados.

DESDÉMONA
Son amores que te doy.

OTELO
Pues por eso has de morir.

DESDÉMONA
Matar por amor es dar muerte cruel.
¡Ah! ¿Por qué te muerdes el labio?
Alguna violencia conmueve tu cuerpo.
Son presagios. Sin embargo, espero,
espero que no irán contra mí.

OTELO
¡Calla y escucha!
DESDÉMONA
Bien, ¿qué ocurre?

OTELO
A Casio le has dado aquel pañuelo
tan querido que yo te regalé.

DESDÉMONA
¡No, por mi vida y mi alma!
Mándale llamar y pregúntale.

OTELO
Guárdate, alma mía, guárdate
del perjurio. Estás en tu lecho de muerte.

DESDÉMONA
Pero aún no he de morir.

OTELO
Sí, ahora mismo; conque confiesa
abiertamente tu pecado, pues negar
con juramentos cada cargo no puede
destruir ni ahogar la convicción
que me atormenta. Vas a morir.

DESDÉMONA
¡Que Dios se apiade de mí!

OTELO
Pues, amén.

DESDÉMONA
¡Apiádate tú también! Jamás
he pecado contra ti; jamás sentí por Casio
nada más que el afecto común
que Dios permite. Jamás le di prenda.

OTELO
¡Por Dios, le vi el pañuelo en la mano!
¡Ah, perjura! Me pones de piedra el corazón
y vuelves crimen mi propósito,
cuando yo lo creía sacrificio.
Le vi el pañuelo.

DESDÉMONA
Él lo encontraría. Yo no se lo di.
Mándale que venga y confiese la verdad.
OTELO
Ya ha confesado.

DESDÉMONA
¿Qué ha confesado?

OTELO
Que habéis tenido trato.

DESDÉMONA
¿Cómo? ¿Carnal?

OTELO
Sí.

DESDÉMONA
No puede decir eso.

OTELO
No, le han cerrado la boca.
Se encargó el honrado Yago.

DESDÉMONA
El miedo me engaña. ¿Ha muerto?

OTELO
Si hubieran sido vidas sus cabellos,
mi venganza podría con todas.

DESDÉMONA
¡Ah, le han engañado y yo estoy perdida!

OTELO
¡Calla, zorra! ¿Le lloras en mi cara?

DESDÉMONA
¡Ah, destiérrame, señor, mas no me mates!

OTELO
¡Muere, zorra!

DESDÉMONA
¡Mátame mañana! ¡Esta noche no!

OTELO
Como te resistas…
DESDÉMONA
¡Sólo media hora!

OTELO
Empezar es acabar.

DESDÉMONA
¡Que rece una oración!

OTELO
Demasiado tarde.

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