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Este documento describe la época de la venganza divina, cuando las sociedades eran teocráticas y la justicia penal estaba dirigida por sacerdotes en nombre de las deidades. Los dioses se encargaban de hacer justicia y castigar a los infractores para expiar sus pecados. No había distinción entre delitos y pecados, y los castigos eran corporales e incluían torturas y pena de muerte, aplicados públicamente para satisfacer la ira de la divinidad ofendida.
Este documento describe la época de la venganza divina, cuando las sociedades eran teocráticas y la justicia penal estaba dirigida por sacerdotes en nombre de las deidades. Los dioses se encargaban de hacer justicia y castigar a los infractores para expiar sus pecados. No había distinción entre delitos y pecados, y los castigos eran corporales e incluían torturas y pena de muerte, aplicados públicamente para satisfacer la ira de la divinidad ofendida.
Este documento describe la época de la venganza divina, cuando las sociedades eran teocráticas y la justicia penal estaba dirigida por sacerdotes en nombre de las deidades. Los dioses se encargaban de hacer justicia y castigar a los infractores para expiar sus pecados. No había distinción entre delitos y pecados, y los castigos eran corporales e incluían torturas y pena de muerte, aplicados públicamente para satisfacer la ira de la divinidad ofendida.
Este estado corresponde al surgimiento de las sociedades teocráticas. En
esta época la venganza deja de ser individual y de ser un derecho del ofendido, ya que le corresponde a la deidad el hacer justicia. Son pues los dioses encargados de defender los derechos del ofendido. Al ir evolucionando el derecho penal, esta etapa es un paso a la legalidad, surgen las primeras personas con potestad de decidir entre lo justo y lo injusto, son por lo regular sacerdotes quienes ejercen la justicia en nombre de la deidad y de la colectividad.
A su sistema punitivo se le conoce como “de lágrimas y sangre” ya que lo que
buscaba era expiar al purificador o infractor. En este sistema no había distinción entre delito y pecado.
La justicia represiva era manejada generalmente por la clase sacerdotal y por
ende los jueces y tribunales juzgan en nombre de la divinidad ofendida, imponiendo penas para satisfacer su ira. Las penas eran corporales, prevaleciendo la pena de muerte acompañada de tormentos y estas se ejeccutaban publicamente.
Durante este período se gestó dentro de las organizaciones sociales más
cultas, el principio teocrático, y este vino a convertirse en fundamento del derecho penal, pues no se castigaba al culpable para satisfacer al ofendido, sino para aquél que espiase la ofensa causada a Dios con su delito.