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EVANGELIO
En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no
merezco agacharme para desatarle las sandalias.
Yo os bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo». Por entonces llegó
Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizará el Jordán. Apenas salió del agua,
vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo:
«Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto».
Palabra de Dios
HOMILIA
2017-2018 -
7 de enero de 2018
EL ESPÍRITU DE JESÚS
HOMILIA
2014-2015 -
11 de enero de 2015
HOMILIA
2011-2012 -
8 de enero de 2012
EL ESPÍRITU DE JESÚS
Jesús apareció en Galilea cuando el pueblo judío vivía una profunda crisis religiosa.
Llevaban mucho tiempo sintiendo la lejanía de Dios. Los cielos estaban "cerrados". Una
especie de muro invisible parecía impedir la comunicación de Dios con su pueblo. Nadie era
capaz de escuchar su voz. Ya no había profetas. Nadie hablaba impulsado por su Espíritu.
Lo más duro era esa sensación de que Dios los había olvidado. Ya no le preocupaban los
problemas de Israel. ¿Por qué permanecía oculto? ¿Por qué estaba tan lejos? Seguramente
muchos recordaban la ardiente oración de un antiguo profeta que rezaba así a Dios: "Ojalá
rasgaras el cielo y bajases".
Los primeros que escucharon el evangelio de Marcos tuvieron que quedar sorprendidos.
Según su relato, al salir de las aguas del Jordán, después de ser bautizado, Jesús «vio
rasgarse el cielo» y experimentó que «el Espíritu de Dios bajaba sobre él». Por fin era
posible el encuentro con Dios. Sobre la tierra caminaba un hombre lleno del Espíritu de Dios.
Se llamaba Jesús y venía de Nazaret.
Ese Espíritu que desciende sobre él es el aliento de Dios que crea la vida, la fuerza que
renueva y cura a los vivientes, el amor que lo transforma todo. Por eso Jesús se dedica a
liberar la vida, a curarla y hacerla más humana. Los primeros cristianos no quisieron ser
confundidos con los discípulos del Bautista. Ellos se sentían bautizados por Jesús con su
Espíritu.
No nos hemos de engañar. Si no nos dejamos reavivar y recrear por ese Espíritu, los
cristianos no tenemos nada importante que aportar a la sociedad actual tan vacía de
interioridad, tan incapacitada para el amor solidario y tan necesitada de esperanza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
Los primeros cristianos vivían convencidos de que para seguir a Jesús es insuficiente un
bautismo de agua o un rito parecido. Es necesario vivir empapados de su Espíritu Santo. Por
eso en los evangelios se recogen de diversas maneras estas palabras del Bautista: «Yo os
he bautizado con agua, pero él (Jesús) os bautizará con Espíritu Santo».
La mutación cultural sin precedentes que estamos viviendo, nos está pidiendo hoy a los
cristianos una fidelidad sin precedentes al Espíritu de Jesús. Antes de pensar en estrategias
y recetas automáticas ante la crisis, hemos de preguntarnos cómo estamos acogiendo hoy
nosotros el Espíritu de Jesús.
Antes de elaborar proyectos pensados hasta sus últimos detalles, necesitamos transformar
nuestra mirada, nuestra actitud y nuestra relación con el mundo de hoy. Necesitamos
parecernos más a Jesús. Dejarnos trabajar por su Espíritu. Sólo Jesús puede darle a la
Iglesia un rostro nuevo.
El Espíritu de Jesús sigue vivo y operante también hoy en el corazón de las personas,
aunque nosotros ni nos preguntemos cómo se relaciona con quienes se han alejado
definitivamente de la Iglesia. Ha llegado el momento de aprender a ser la «Iglesia de Jesús»
para todos, y esto sólo él nos lo puede enseñar.
No hemos de hablar sólo en términos de crisis. Se están creando unas condiciones en las
que lo esencial del evangelio puede resonar de manera nueva. Una Iglesia más frágil, débil y
humilde puede hacer que el Espíritu de Jesús sea entendido y acogido con más verdad.
HOMILIA
No quieren que se le confunda con cualquier «maestro de la ley», preocupado por introducir
más orden en el comportamiento de Israel. No quiere que se le identifique con un profeta
falso, dispuesto a buscar un equilibrio entre la religión del templo y el poder de Roma.
El evangelista Mateo quiere, además, que nadie lo equipare con el Bautista. Que nadie lo
vea como un simple discípulo y colaborador de aquel gran profeta del desierto. Jesús es «el
Hijo amado» de Dios. Sobre él «desciende» el Espíritu de Dios. Sólo él puede «bautizar»
con Espíritu Santo.
Según toda la tradición bíblica, el «Espíritu de Dios» es el aliento de Dios que crea, envuelve
y sostiene la vida entera. La fuerza que Dios posee para renovar y transformar a los
vivientes. Su energía amorosa que busca siempre lo mejor para sus hijos e hijas.
Por eso, Jesús se siente enviado, no a condenar, destruir o maldecir, sino a curar, construir y
bendecir. El Espíritu de Dios lo conduce a potenciar y mejorar la vida. Lleno de ese
«Espíritu» bueno de Dios, se dedica a liberar de «espíritus malignos», que no hacen sino
dañar, esclavizar y deshumanizar.
Las primeras generaciones cristianas tenían muy claro lo que había sido Jesús. Así
resumían el recuerdo que dejó grabado en sus seguidores: «Ungido por Dios con el Espíritu
Santo..., pasó la vida haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque
Dios estaba con él».
¿Qué «espíritu» nos anima hoy a los seguidores de Jesús? ¿Cuál es la «pasión» que mueve
a la Iglesia? ¿Cuál es la «mística» que hace vivir y actuar a nuestras comunidades? ¿Qué
estamos poniendo en el mundo? Si el Espíritu de Jesús está en nosotros, viviremos
«curando» a tantos oprimidos, deprimidos, reprimidos y hasta suprimidos por el mal.
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
12 de enero de 2003
Son bastantes los cristianos que no saben muy bien en qué Dios creen. Su idea de Dios no
es unitaria. Se compone más bien de elementos diversos y heterogéneos. Junto a aspectos
genuinos provenientes de Jesús hay otros regresivos que pertenecen a diferentes estados
de la evolución religiosa de la humanidad. Junto a subrayados sublimes del amor de Dios
hay miedos primitivos a caer en sus manos.
Se intenta conciliar de muchas maneras amor e ira de Dios, bondad insondable y justicia
rigurosa, miedo y confianza, tribunal imparcial y gracia. No es fácil. En el corazón de no
pocos sigue vigente una imagen confusa de Dios, que hace daño e impide vivir con gozo y
confianza la relación con el Creador.
Esta imagen de Dios puede alejamos cada vez más de su presencia amistosa. Por lo
general, las religiones van introduciendo entre Dios y los pobres humanos mucho culto,
muchos ritos y prácticas. Pero su cercanía amorosa corre el riesgo de diluirse.
Es una pena que, a pesar de decimos seguidores de Jesús, volvamos tan fácilmente a
imágenes regresivas del Antiguo Testamento abandonando su experiencia más genuina de
Dios.
HOMILIA
EL CIELO ABIERTO
El Bautista representa como pocos el esfuerzo de los hombres y mujeres de todos los
tiempos por purificarse, reorientar la existencia y comenzar una vida más digna. Este es su
mensaje: «Hagamos penitencia, volvamos al buen camino, pongamos orden en nuestra
vida». Esto es también lo que escuchamos más de una vez en el fondo de la conciencia:
«Tengo que cambiar, voy a ser mejor, he de actuar de manera más digna».
El bautismo de Jesús encierra un mensaje nuevo que supera radicalmente al Bautista. Los
evangelistas han cuidado con verdadero arte la escena. El cielo, que permanecía cerrado e
impenetrable, se abre para mostrar su secreto. Al abrirse, no descarga la ira divina que
anunciaba el Bautista, sino que regala el amor de Dios, el Espíritu que se posa
pacíficamente sobre Jesús. Del cielo se escucha una voz: «Tú eres mi Hijo amado».
El mensaje es claro: con Cristo, el cielo ha quedado abierto; de Dios sólo brota amor y paz;
podemos vivir con confianza. A pesar de nuestros errores y mediocridad insoportable,
también para nosotros «el cielo ha quedado abierto». Las palabras que escucha Jesús las
podemos escuchar también nosotros: «Tú eres para mí un hijo amado, una hija amada». En
adelante podemos afrontar la vida, no como una «historia sucia» que hemos de purificar
constantemente, sino como el regalo de la «dignidad de hijos de Dios», que hemos de cuidar
con gozo y agradecimiento.
Para quien vive de esta fe, la vida está llena de momentos de gracia: el nacimiento de un
hijo, el contacto con una persona buena, la experiencia de un amor limpio ponen en nuestra
vida una luz y un calor nuevos. De pronto nos parece ver «el cielo abierto». Algo nuevo
comienza en nosotros; nos sentimos vivos; se despierta lo mejor que hay en nuestro
corazón. Lo que tal vez habíamos soñado secretamente se nos regala ahora de forma
inesperada: un inicio nuevo, una purificación diferente, un «bautismo de Espíritu y de
fuego». Detrás de esas experiencias está Dios amándonos como a hijos.
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
12 de enero de 1997
BAUTIZAR AL HIJO
¿Bautizamos al hijo o lo dejamos sin bautizar? Esta es la pregunta que se hacen algunos
padres jóvenes al nacer su hijo. ¿Cómo actuar cuando los padres han abandonado la
práctica religiosa y viven su fe de manera débil y vacilante? ¿Qué decisión tomar cuando
son divorciados, están casados civilmente o viven en «libre unión»? Conozco las dudas de
no pocos. De ahí mi deseo de ofrecer algunos criterios básicos en esta fiesta del «Bautismo
del Señor».
Lo primero que se ha de buscar siempre es el bien del niño. No se organiza el bautizo para
cumplir una tradición social, para no dar un disgusto a los abuelos o con el fin de tener una
ocasión para celebrar el nacimiento. Si los padres bautizan al hijo es para celebrar el amor
salvador de Dios hacia esa pequeña criatura.
No es razón para privar al niño del bautismo el temor a condicionar su libertad para el futuro.
El niño viene al mundo dependiendo de los demás en todo. No se le ha pedido permiso ni
siquiera para nacer. No ha podido escoger a sus padres ni elegir su lengua materna o su
entorno social o cultural. Al bautizarlo, los padres lo orientan hacia la religión cristiana y
hacia Jesucristo. Pero será él mismo quien, como en todo lo demás, decidirá más tarde la
trayectoria de su vida.
Todos los padres tienen derecho a pedir para sus hijos el bautismo cualquiera que sea su
situación matrimonial o el grado de su fe actual. La condición de los padres no tiene por qué
perjudicar al hijo. Pero si piden el bautismo, están pidiendo una celebración religiosa. Por
eso han de hacerlo por motivos religiosos, por muy débiles que éstos puedan ser, y aunque
no entiendan muy bien todo lo que piden para su hijo.
Por otra parte, al pedir el bautismo cristiano, están pidiendo para el niño la fe cristiana y esto
exige que los padres se comprometan a educarlo cristianamente o, al menos, que no se
opongan a la catequesis que el niño ha de recibir más adelante en la comunidad cristiana.
De no ser así, el bautizo quedaría privado de sentido.
Dada la situación actual de no pocos padres, una postura responsable podría ser más o
menos ésta: «Dios ama a nuestro hijo. Lo ama incluso más que nosotros mismos. Nuestra fe
es hoy débil, no somos coherentes con todas las exigencias del cristianismo, pero deseamos
para nuestro hijo lo mejor. Lo bautizamos porque queremos poner su vida bajo la acción
salvadora de Jesucristo y de su Iglesia. Dios entiende nuestro gesto. Más tarde apoyaremos
a nuestro hijo para que conozca a Jesús y su evangelio mejor que nosotros».
HOMILIA
Dice Henri Nouwen en uno de sus escritos que los hombres y mujeres de hoy, seres llenos
de miedos e inseguridad, necesitan más que nunca ser bendecidos. Los niños necesitan la
bendición de sus padres y éstos necesitan la bendición de sus hijos.
El escritor recuerda con emoción la primera vez que, en una sinagoga de Nueva York, fue
testigo de la bendición de un hijo judío por sus padres: «Hijo, te pase lo que te pase en la
vida, tengas éxito o no, llegues a ser importante o no, goces de salud o no, recuerda
siempre cuánto te aman tu padre y tu madre.»
Lo que muchos necesitan escuchar hoy en el fondo de su ser es una palabra de bendición.
Saber que son amados, a pesar de su mediocridad y sus errores, a pesar de tanto egoísmo
inconfesable. Pero, ¿dónde está la bendición? ¿Cómo puede estar uno seguro de que es
amado?
Los evangelistas narran que Jesús, al ser bautizado por Juan, escuchó la bendición de Dios:
«Tú eres mi Hijo amado.» También a nosotros nos alcanza esa bendición de Dios sobre
Cristo. Cada uno de nosotros puede escucharla en el fondo de su corazón: «Tú eres mi hijo
amado.» Eso será también este año lo más importante. Cuando las cosas se te pongan
difíciles y la vida te parezca un peso insoportable, recuerda siempre que eres amado con
amor eterno.
HOMILIA
CANSANCIO
No sabemos a veces ni cómo sobreviene, pero hay momentos en que el hombre se cansa
de casi todo. Se cansa de las ocupaciones que llenan su vida y de las personas que le
rodean. Se cansa de luchar, de vivir, de ser bueno.
No es fácil siempre precisar en qué consiste este cansancio y cuáles son sus raíces; por qué
a los días de gozo y plenitud suceden esos días grises en que todo parece eclipsarse; por
qué hay momentos en que todo se nos hace más duro y pesado.
Antes que nada, hemos de recordar que el cansancio es algo propio de la condición
humana. El esfuerzo desgasta nuestro cuerpo y nuestro espíritu. No hay otra forma de vivir.
Este cansancio lo hemos de aceptar como “compañero de nuestro camino”.
Pero hay otros cansancios negativos y destructores que tienen su raíz más honda en un
estilo equivocado de vivir. Así, quien vive cogido por el activismo y la ocupación permanente,
sin alimentarse nunca por dentro, tarde o temprano cae en un cansancio inevitable.
No hemos de olvidar, por otra parte, que la incoherencia interior, el engaño permanente o el
vivir sin satisfacer las verdaderas aspiraciones del ser humano, llega a engendrar en la
persona hastío y decepción.
El cansancio puede invadir entonces las zonas más profundas de nuestro ser vaciando
nuestra vida de toda ilusión creadora, apagando el amor en la pareja o debilitando de raíz la
misma fe religiosa.
¿Qué hacer para no dejarnos arrastrar por el desaliento y la pereza total? ¿Dónde encontrar
fuerzas y recursos para liberarnos de ese cansancio que puede arruinar nuestra vida
entera?
Es necesario, sin duda, adoptar una actitud de sano realismo y de paciencia para aceptar
nuestras limitaciones y desgastes sin ceder al desaliento. Es importante también no caer en
el aislamiento sino saber pedir una mano a quien nos puede aliviar y estimular de nuevo.
Pero, cuando el cansancio ha tocado nuestras raíces, es necesario antes que nada, una
renovación de nuestro espíritu, una transformación interior.
Por eso, tal vez, la oración más apropiada en las horas bajas del cansancio sea esa
invocación humilde y confiada: “Ven Espíritu Santo e infunde en mí la fuerza de tu amor”.
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
10 de enero de 1988
MEDIOCRIDAD ESPIRITUAL
Son muchos los problemas que parecen preocupar a la Iglesia al acercarse al siglo XXI.
Sin embargo, hace unos años, K Rahner se atrevía a señalar, por encima de otras
cuestiones y problemas más secundarios, como primer problema y el más urgente, el de la
“mediocridad espiritual”.
De poco sirve reforzar las instituciones, salvaguardar los ritos, custodiar la ortodoxia o
imaginar nuevos proyectos evangelizadores, si falta en la vida de los creyentes una
experiencia viva de Dios.
Si la Iglesia quiere ser fiel a sí misma y no asfixiarse en sus propios problemas, si quiere
aportar algo original y salvador al hombre contemporáneo, tiene que redescubrir una y otra
vez que sólo en Dios está su verdadera fuerza.
Los creyentes hablamos de Dios. Pero, ¿buscamos al que está detrás de esa palabra?
¿Hablamos alguna vez desde la propia experiencia? ¿Gozamos y padecemos la presencia
de Dios en nuestras vidas?
Nos hemos acostumbrado a decir que creemos en Dios sin que nada “decisivo» suceda en
nosotros. Incluso el “tener fe” parece dispensarles a algunos de buscar y anhelar el rostro de
Dios.
Tal vez ésa es la primera tarea de la Iglesia hoy. Redescubrir y acoger en sí misma la fuerza
viva del Espíritu de Dios.
HOMILIA
PASAR DE DIOS
A nuestra vida, para ser humana, le falta una dimensión esencial: la interioridad. Se nos
obliga a vivir con rapidez, sin detenernos en nada ni en nadie, y la felicidad no tiene tiempo
para penetrar hasta nuestra alma.
Pasamos rápidamente por todo y nos quedamos casi siempre en la superficie. Se nos está
olvidando escuchar y mirar la vida con un poco de hondura y profundidad.
El silencio nos podría curar, pero ya no somos capaces de encontrarlo en medio de nuestras
mil ocupaciones. Cada vez hay menos espacio para el espíritu en nuestra vida diaria. Por
otra parte, ¿quién se atreve a ocuparse de cosas tan sospechosas como la vida interior, la
meditación o la búsqueda de Dios?
Privados de vida interior, sobrevivimos cerrando los ojos, olvidando nuestra alma,
revistiéndonos de capas y más capas de proyectos, ocupaciones, ilusiones y planes. Nos
hemos adaptado ya y hasta hemos aprendido a vivir «como cosas en medio de cosas» (J.
Onimus).
Pero, lo triste es observar que, con demasiada frecuencia, tampoco la religión es capaz de
dar calor y vida interior a las personas. En un mundo que ha apostado por «lo exterior», Dios
queda como un objeto demasiado lejano y, a decir verdad, de poco interés para la vida
diaria.
Por ello, no es extraño ver que muchos hombres y mujeres «pasan de Dios», lo ignoran, no
saben de qué se trata, han conseguido vivir sin tener necesidad de El. Quizás existe, pero lo
cierto es que no les «sirve» para nada útil.
Los evangelistas presentan a Jesús como el que viene a «bautizar con Espíritu Santo», es
decir, como alguien que puede limpiar nuestra existencia y sanarla con la fuerza del Espíritu.
Y, quizás, la primera tarea de la Iglesia actual sea, precisamente, la de ofrecer ese
«Bautismo de Espíritu Santo» al hombre de hoy.
Necesitamos ese Espíritu que nos enseñe a pasar de lo puramente exterior a lo que hay de
más íntimo en el hombre, en el mundo y en la vida. Un Espíritu que nos enseñe a acoger a
ese Dios que habita en el interior de nuestras vidas y en el centro de nuestra existencia.
No basta que el Evangelio sea predicado con palabras. Nuestros oídos están demasiado
acostumbrados y no escuchan ya el mensaje de las palabras. Sólo nos puede convencer la
experiencia real, viva, concreta de una alegría interior nueva y diferente.
Hombres y mujeres, convertidos en paquetes de nervios excitados, seres movidos por una
agitación exterior y vacía, cansados ya de casi todo y sin apenas alegría interior alguna,
¿podemos hacer algo mejor que detener un poco nuestra vida, invocar humildemente a un
Dios en el que todavía creemos y abrirnos confiadamente al Espíritu que puede transformar
nuestra existencia?
HOMILIA
RENOVAR EL BAUTISMO
El bautismo en el Jordán es uno de los hechos mejor atestiguados en la vida de Jesús. Sin
duda, Jesús ha querido solidarizarse con el movimiento de conversión suscitado en el
pueblo por Juan el Bautista.
Nada nos impide pensar que en el origen de este relato teológico se encuentra, con toda
probabilidad, la experiencia vivida por Jesús de sentirse habitado por el Espíritu de Dios y
enviado a inaugurar el tiempo de salvación.
Más tarde, los cristianos conservarán esta práctica bautismal para significar su adhesión al
evangelio, su apertura al Espíritu de Jesús, y su entrada en la comunidad creyente.
Hoy no es así. Nosotros hemos sido bautizados a los pocos días de nuestro nacimiento, sin
posibilidad alguna de que el Bautismo fuera un gesto personal nacido de nuestra propia
decisión.
Esta práctica del Bautismo de los niños se introdujo muy pronto en las comunidades
cristianas y, sin duda, tiene un hondo significado en la familia creyente que desea ver a su
hijo integrado en la comunidad cristiana.
Sin embargo, y por legítima que sea esta costumbre multisecular, es evidente que implica
graves riesgos si no adoptamos una postura responsable.
El Bautismo que recibimos de niños está exigiendo de nosotros los adultos, una
confirmación en la fe, una ratificación personal. Sin ella, nuestro Bautismo queda incompleto,
como signo vacío de su contenido total, como llamada sin eco ni respuesta verdadera.
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