Está en la página 1de 4

Diseño Metodológico Para El Aprendizaje N° 19

“CAUSAS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL”

Analiza la fuente B y C sobre la Segunda Guerra Mundial y elabora un cuadro de comparación y


contraste.

FUENTE B: Akira Iriye, catedrático de Historia, escribe en un libro académico, The Origins of the Second World
War in Asia and the Pacific (Los orígenes de la Segunda Guerra Mundial en Asia y el Pacífico) (1987).
Para el mes de septiembre de 1940, Gran Bretaña podía estar segura de seguir recibiendo el apoyo americano, y Estados
Unidos ya había implementado algunos de sus embargos contra Japón. En esas circunstancias, no habría habido manera
de que el Pacto del Eje hubiera hecho que las potencias anglo-americanas suavizaran su posición. Por el contrario, era
de esperar que el pacto les hiciera estar más decididos a mantenerse firmes. Esto es exactamente lo que sucedió.
Los negociadores japoneses y alemanes eran perfectamente conscientes de los lazos que se estaban desarrollando entre
Estados Unidos y Gran Bretaña, y por esa misma razón esperaban que su alianza sirviera para frenar la intervención de
Estados Unidos y reducir su eficacia. Para entonces, como Matsuoka [el ministro de asuntos exteriores japonés] explicó
en aquel momento, cada vez era más evidente que Estados Unidos estaba constantemente participando no solo en los
asuntos europeos, sino también en los de Asia-Pacífico. Se estaba atando no solo a los británicos en el Atlántico, sino a
la Commonwealth en Asia y el Pacífico. Estados Unidos, de hecho, se establecería como potencia global, con su
influencia en el Atlántico, Canadá, el hemisferio occidental, el océano Pacífico y Asia. En consecuencia, a lo que Japón
tendría que enfrentarse sería a una coalición liderada por Estados Unidos y tendría que estar preparado para luchar. Ya
no se trataría de una China aislada, sino ayudada por la Unión Soviética, Gran Bretaña y, especialmente, por Estados
Unidos.
FUENTE C: Ian Kershaw, catedrático de Historia Moderna, escribe en un libro académico, Fateful Choices: Ten
Decisions that Changed the World 1940–1941 (Elecciones fatídicas: Diez decisiones que cambiaron el mundo
1940–1941) (2007).
La respuesta estadounidense puso rápidamente al descubierto lo disparatado de la pretensión de Matsuoka: que el Pacto
Tripartito [Pacto del Eje] serviría de disuasión. En lugar de ello, simplemente confirmó el punto de vista estadounidense
de que Japón era una fuerza beligerante [agresiva], intimidatoria e imperialista en el Lejano Oriente, el equivalente asiático
de la Alemania nazi, y a la que tenía que detenerse. Dicho punto de vista pareció confirmarse con la entrada de las tropas
japonesas en la Indochina francesa el 23 de septiembre de 1940. El propósito esencial del Pacto Tripartito, desde la
perspectiva de Japón, era disuadir a Estados Unidos de que interviniese para evitar el avance por el sur, considerado
necesario para garantizar el control de las materias primas por parte de Japón y, por tanto, su seguridad económica y
política en el futuro.
El riesgo del pacto era evidente en sí mismo. ¿Qué pasaría si Estados Unidos no consideraba el pacto como disuasorio
sino como una provocación? ¿Qué pasaría si el efecto era reforzar la determinación de evitar la expansión japonesa,
poniendo en peligro sus suministros esenciales de petróleo? Pero desde la perspectiva japonesa de la época, ese riesgo
tenía que asumirse. Asumirlo suponía enormes peligros, pero también la posibilidad de enormes recompensas. No
asumirlo significaba someterse al dominio a largo plazo de las potencias anglo-americanas. Significaba, también, que la
guerra de China había sido en vano. La necesidad de actuar con audacia, en lugar de con cautela, prevaleció en dicha
mentalidad

Causas económicas: Este término se refiere al conflicto por los recursos económicos. Por ejemplo, una guerra podría
ser por la necesidad de un país de asegurar mercados extranjeros o materias primas.
Causas
territoriales: Este término se refiere al conflicto por la posesión o el control de la tierra. Una guerra también podría
originarse dentro de un estado entre diferentes grupos que buscan hacerse con el control de la tierra; a veces implica
disputas sobre territorios fronterizos. A menudo, los conflictos territoriales se relacionan a causas económicas, ya que un
territorio en disputa puede incluir recursos naturales como ríos o tierras de cultivo. Sin embargo, las causas territoriales
también pueden estar relacionadas con factores étnicos y religiosos. Los cambios como resultado de la guerra pueden
tener un impacto significativo en un país, por ejemplo, en términos de su identidad nacional y riqueza económica (tanto
minerales como de tierras agrícolas), a los cambios demográficos, étnicos y religiosos, y crean problemas de refugiados.
Causas políticas: Una causa política se refiere a las guerras que comienzan a través de un enfrentamiento entre
diferentes facciones políticas.
Causas ideológicas: Un choque fundamental de ideas entre diferentes grupos sobre cómo se debe administrar el
gobierno y la sociedad es otra causa principal de conflicto.
Keely Rogers and Jo Thomas (2015). Causes And Effects Of 20th Century Wars. London. Second Edition – Pearson.

Analiza las fuentes D, E y F: Identifica las diversas causas de la Segunda Guerra Mundial; económicas,
políticas, ideológicas territoriales y otros en el cuadro que está al final de las fuentes.

FUENTE D: Hobsbawn, E. (2007). Historia del siglo XX. Buenos Aires: Crítica. pp. 151 -152
Causas de la Segunda Guerra Mundial
Contra el enemigo común

(…) Fue el ascenso de la Alemania de Hitler el factor que convirtió esas divisiones civiles nacionales en una
única guerra mundial, civil e internacional al mismo tiempo. O, más exactamente, la trayectoria hacia la
conquista y hacia la guerra, entre 1931 y 1941, del conjunto de estados —Alemania, Italia y Japón— en el que
la Alemania de Hitler era la pieza esencial: la más implacable y decidida a destruir los valores e instituciones
de la «civilización occidental» de la era de las revoluciones y la más capaz de hacer realidad su bárbaro
designio. Las posibles víctimas de Japón, Alemania e Italia contemplaron cómo, paso a paso, los países que
formaban lo que se dio en llamar «el Eje» progresaban en sus conquistas, en el camino hacia la guerra que ya
desde 1931 se consideraba inevitable. Como se decía, «el fascismo significa la guerra». En 1931 Japón invadió
Manchuria y estableció un gobierno títere. En 1932 ocupó China al norte de la Gran Muralla y penetró en
Shanghai. En 1933 se produjo la subida de Hitler al poder en Alemania, con un programa que no se preocupó
de ocultar. En 1934 una breve guerra civil suprimió la democracia en Austria e instauró un régimen semifascista
que adquirió notoriedad, sobre todo, por oponerse a la integración en Alemania y por sofocar, con ayuda
italiana, un golpe nazi que acabó con la vida del primer ministro austríaco. En 1935 Alemania denunció los
tratados de paz y volvió a mostrarse como una potencia militar y naval de primer orden, que recuperó mediante
un plebiscito la región del Sarre en su frontera occidental y abandonó desdeñosamente la Sociedad de
Naciones. Mussolini, mostrando el mismo desprecio hacia la opinión internacional, invadió ese mismo año
Etiopía, que conquistó y ocupó como colonia en 1936-1937, y a continuación abandonó también la Sociedad
de Naciones. En 1936 Alemania recuperó Renania, y en España un golpe militar, preparado con la ayuda y la
intervención de Italia y Alemania, inició un conflicto importante, la guerra civil española (…) Las dos potencias
fascistas constituyeron una alianza oficial, el Eje Roma-Berlín, y Alemania y Japón concluyeron un «pacto anti-
Comintern». En 1937, en una iniciativa que a nadie podía sorprender, Japón invadió China y comenzó una
decidida actividad bélica que no se interrumpiría hasta 1945. En 1938 Alemania consideró llegado el momento
de la conquista. En el mes de marzo invadió y se anexionó Austria sin resistencia militar y, tras varias
amenazas, el acuerdo de Múnich de octubre dividió Checoslovaquia y Hitler incorporó a Alemania extensas
zonas de ese país, también en esta ocasión sin que mediara un enfrentamiento bélico. El resto del país fue
ocupado en marzo de 1939, lo que alentó a Italia, que durante unos meses no había demostrado ambiciones
imperialistas, a ocupar Albania. Casi inmediatamente Europa quedó paralizada por la crisis polaca, que
también se desencadenó a causa de las exigencias territoriales alemanas. De esa crisis nació la guerra
europea de 1939-1941, que luego alcanzó mayores proporciones, hasta convertirse en la segunda guerra
mundial.

Pero hubo otro factor que transformó la política nacional en un conflicto internacional: la debilidad cada vez
más espectacular de las democracias liberales (que resultaban ser los estados Vencedores de la primera
guerra mundial), y su incapacidad o su falta de voluntad para actuar, unilateralmente o de forma concertada,
para resistir el avance de sus enemigos. Como hemos visto, fue esa crisis del liberalismo la que fortaleció los
argumentos y las fuerzas del fascismo y del sistema de gobierno autoritario. El acuerdo de Múnich de 1938
ilustraba a la perfección esa combinación de agresión decidida, por un lado, y de temor y concesión por el otro,
razón por la que durante generaciones la palabra «Múnich» fue sinónimo, en el lenguaje político occidental,
de retirada cobarde. La vergüenza de Múnich, que sintieron muy pronto incluso quienes firmaron el acuerdo,
no estriba sólo en que permitió a Hitler un triunfo a bajo precio, sino en el patente temor a la guerra que lo
precedió e incluso en el sentimiento de alivio, aún más patente, por haberla evitado a cualquier precio. «Bande
de cons», se dice que afirmó con desprecio el primer ministro francés Daladier cuando, a su regreso a París
tras haber firmado la sentencia de muerte de un aliado de Francia, no fue recibido con protestas, como
esperaba, sino con vítores jubilosos. La popularidad de la URSS y la resistencia a criticar lo que allí ocurría se
explica principalmente por su actitud de enérgica oposición a la Alemania nazi, tan diferente de la postura
vacilante de Occidente. Eso hizo que su decisión de firmar un pacto con Alemania en agosto de 1939 suscitara
una fortísima conmoción.

FUENTES E: Casanova, J. (2011). Europa contra Europa, 1914 – 1945. Zaragoza: FleCos. p. 17
Hacia la guerra total
Las políticas de rearme emprendidas por los principales países europeos desde la década de los años treinta crearon
un clima de incertidumbre y crisis que redujo la seguridad internacional. La Unión Soviética inició un programa masivo
de modernización militar e industrial que la colocaría a la cabeza del poder militar durante las siguientes décadas. Por
las mismas fechas, los nazis, con Hitler al frente, se comprometieron a echar abajo los acuerdos de Versalles y devolver
a Alemania su dominio. Como consecuencia de ello, ambos países crearon, en palabras de Richard Overy, «algo que
se aproximaba a una economía de guerra en tiempos de paz». En 1913, la Rusia zarista dedicaba el 4,8 por ciento del
producto nacional al gasto militar y Alemania un 3 por ciento; en 1939, las cifras eran del 17 y 29 por ciento,
respectivamente. Las inversiones en el sector de defensa en Alemania y en la Unión Soviética representaban en 1938
más de un quinto de todas las inversiones industriales. Por esas fechas, las dos dictaduras habían elegido las armas
antes que la mantequilla, siguiendo la distinción propuesta en 1935 por Hermann Göring, ya entonces comandante
supremo de la fuerza aérea y responsable del rearme: «El mineral ha hecho siempre fuerte a un Estado, la mantequilla
y la margarina, a lo sumo, hacen gorda a la gente».

La Italia de Mussolini siguió el mismo camino y su economía estuvo supeditada cada vez más a la preparación de la
guerra. Francia y Gran Bretaña comenzaron el rearme en 1934 y lo aceleraron desde 1936, aunque Alemania y la Unión
Soviética gastaron en esos años en defensa tres veces más que las democracias europeas o Estados Unidos. El
comercio de armas se duplicó desde 1932 hasta 1937. Las estadísticas alemanas revelaban que el gasto en armas en
1934 se había disparado y que el porcentaje del presupuesto alemán dedicado al ejército pasó, en los dos primeros años
de Hitler en el poder, del 10 al 21 por ciento. Según Overy, «el sentimiento popular antibélico de los años veinte dio paso
gradualmente al reconocimiento de que una gran guerra era de nuevo muy posible».
Importantes eslabones en esa escalada a una nueva guerra mundial fueron la conquista japonesa de Manchuria en
septiembre de 1931, la invasión italiana de Abisinia en octubre de 1935 y la intervención de las potencias fascistas y de
la Unión Soviética en la guerra civil española. Pero lo que realmente cambió el escenario de la política internacional fue
la llegada de Hitler al poder. El tradicional militarismo prusiano fue aderezado con doctrinas fascistas todavía más
agresivas y el resultado fue explosivo

FUENTE F: Aróstegui, Julio. (1994). La Europa de las grandes guerras (1914 - 1945). Madrid: Anaya. pp. 56 – 57
Hacia una nueva guerra
Los orígenes de la Segunda Guerra Mundial han sido una cuestión tan polémica o más que los de la Primera. Una cosa,
sin embargo, no ofrece discusión: el sistema mundial creado a fines del primer conflicto, a partir de 1919, nunca funcionó
satisfactoriamente. La Sociedad de Naciones no pudo ser el instrumento que se esperaba a causa de las dificultades de
su propio nacimiento, las limitaciones de sus poderes, el aislacionismo americano y las disensiones entre las potencias.
Asimismo, el Tratado de Versalles nunca fue aceptado ni asimilado por Alemania y Hitler supo explotar a fondo este
sentimiento. Independientemente de estas razones de origen más antiguo, las circunstancias que explican la
desembocadura de los problemas del mundo en un nuevo conflicto armado tienen mucho que ver con el nuevo sistema
de potencias, los problemas de la economía y las dificultades de creación de un nuevo orden social -entre democracia.
fascismo y comunismo- realidades todas ellas que se presentan de forma acusada en los años treinta. En este período,
las potencias occidentales, especialmente Gran Bretaña, practicaron una política de «apaciguamiento» (appeasement)
frente al fascismo, en el convencimiento de que las apetencias de los nuevos estados fascistas, Alemania e Italia,
tendrían un límite que no se traspasaría. Esta fue la política que siempre defendió el primer ministro británico, Neville
Chamberlain, y hubo que llegar a 1939, después de múltiples concesiones a Hitler. para comprender lo erróneo de esta
creencia. Hitler fue desarrollando su política expansionista, su política de construcción del Reich. de manera continuada,
con riesgo calculado, una jugada tras otra. Primero, la militarización de Rhenania, después la anexión de Austria y de
Checoslovaquia. En función de que Hitler había conseguido sus tres primeras jugadas, Rhenania, Austria y
Checoslovaquia, venciendo la resistencia y arrastrando a Francia y Gran Bretaña a la aceptación, pensó que ocurriría
igual en Polonia. Para asegurar aún más los riesgos, había pactado previamente con la Unión Soviética una actuación
conjunta en el Este. Pero la invasión de Polonia llevó a la declaración de guerra de Gran Bretaña y de Francia .

Los graves enfrentamientos políticos, ideológicos, económicos y estratégicos de los años treinta tuvieron un episodio
especial en España. La guerra civil española es, sin duda, el producto de los problemas internos del país; pero todo el
mundo vio en el caso español, en la sublevación militar contra un gobierno de izquierda, un ejemplo del enfrentamiento
entre viejas y nuevas fuerzas que se presentaba imparable; un problema «a tres» entre la democracia liberal, el fascismo
y el socialismo. La intervención internacional en la guerra española le dio también el carácter de confrontación entre
potencias, confrontación que sería ya directa pocos meses después del final de la guerra en España. La guerra de
España, en Europa, y el ataque japonés a China, en Oriente, son los dos sucesos que marcan la marcha imparable hacia
la Segunda Guerra Mundial.

También podría gustarte