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COMPLICACIONES:
Shock Hipovolémico.
Insuficiencia Ventilatoria.
Trauma Encefálico Grave.
Coagulopatía.
Amputaciones.
Infecciones de heridas y partes blandas.
Sepsis Temprana y Tardía.
Los servicios de medicina extrahospitalaria nos avisan porque nos trasladan una mujer de 26
años que ha sufrido un accidente de moto. Presenta una fractura abierta de húmero izquierdo
y crepitación de pelvis. En la valoración inicial en el lugar del accidente, está consciente,
aunque algo confusa, taquicárdica a 110 lpm, con tensiones normales (TA=120/70) y
Sp02=98%. Le canalizan dos vías periféricas de grueso calibre y le administran 2 mg de
midazolam, 150 microgramos de fentanilo y 500mL de cristaloides.
E. Temperatura = 36.3 ºC
Y ahora, ¿qué hacemos?, ¿cuál es la lesión que amenaza su vida de manera prioritaria?, ¿qué
especialistas deben estar implicados? ¿Cuándo debemos avisarles? ¿Quién es el líder? ¿Hay
protocolos en el centro adaptados a los recursos materiales, humanos y características del
mismo? ¿Cómo resucitamos a esta paciente? ¿Cómo la monitorizamos? ¿Cuál es nuestro
objetivo hemodinámico? Si tenemos que intubarla, ¿dónde y cómo lo hacemos?, ¿cómo la
ventilamos?
Para ello, una formación adecuada es básica. La atención hospitalaria del paciente
politraumatizado debe basarse en un exquisito trabajo en equipo ofreciendo una atención
integral. Sin embargo, las especialidades médicas en general y en particular aquellas
implicadas en el manejo del paciente politraumatizado (anestesiología, cirugía, traumatología,
radiología…) se dirigen hacia la subespecialización lo que dificulta la visión global necesaria
para adaptarse a las cambiantes prioridades de manejo de estos pacientes. Por otra parte, es
difícil establecer unas directrices específicas similares al ABCDE implantado en la atención en la
primera hora ya que cada centro hospitalario tiene sus peculiaridades y sus recursos humanos
y técnicos. Por último pero no menos importante, las dificultades logísticas y connotaciones
éticas que conllevan la realización de estudios clínicos randomizados y aleatorizados en el
trauma grave, ha hecho que la mayor parte de la evidencia científica se obtenga de estudios
animales o clínicos observacionales así como de la experiencia en conflictos bélicos, donde sin
duda la población a estudio no es la población envejecida con frecuentes comorbilidades que
atendemos en los centros de trauma civil. Como consecuencia, la mayoría de formación
presencial u online, libros y manuales sobre trauma grave se centran en la atención de la
primera hora, siendo mucho más escasa la formación en el manejo durante la segunda hora a
nivel hospitalario.
La atención hospitalaria del trauma grave debería comenzar con una gestión sanitaria eficaz,
derivando estos pacientes a centros especializados, donde se les pueda ofrecer una atención
multidisciplinar con algoritmos de manejo que permitan anticiparse a las necesidades del
paciente. Esto obliga a tener un modelo mental flexible que se adapte a los continuos cambios
de prioridades que presentan estos pacientes. Las decisiones clínicas se tomarán basadas en
probabilidades de diagnóstico, lo que conlleva un alto grado de estrés para el personal médico
responsable del paciente. Al contrario de lo que suele ocurrir en nuestra actividad asistencial
habitual, el paciente politraumatizado no está optimizado, la agresión se produce de manera
no controlada y previamente a nuestra atención, no conocemos sus antecedentes, alergias y
medicación habitual y, más importante si cabe, en los momentos iniciales cuando debemos
tomar decisiones críticas, no sabemos exactamente qué lesiones presenta ni el alcance de las
mismas. Por ello es fundamental estandarizar la información que recibimos y protocolizar su
manejo. En esta línea, a nivel prehospitalario, se utiliza el abordaje MIST (Mecanismo, Lesión,
Síntomas y Tratamiento recibido, en inglés Mechanism, Injury, Signs, Treatment) a la hora de
transmitir la información del paciente. Comienza por el mecanismo de la lesión porque la
cinética del traumatismo es fundamental y determina el tipo y la extensión de las lesiones.
Define si se trata de una lesión de baja o alta energía, siendo éstas últimas mucho más graves.
Después del mecanismo, se detallan las lesiones objetivadas, los síntomas que presenta el
paciente y finalmente el tratamiento administrado. Con esta información el equipo
hospitalario debería prever la probabilidad de recibir un trauma grave y prepararse en
consecuencia: pre-activación de protocolo de transfusión masiva, llamada a los especialistas
pertinentes… También a nivel hospitalario son cada vez más frecuentes los protocolos de
manejo de lesiones traumáticas concretas: trauma esplénico, trauma pélvico o trauma
craneoencefálico. Dichos protocolos deberían ser consensuados de manera multidisciplinar y
revisados periódicamente analizando los resultados de cada centro concreto, y adaptándolos a
la literatura más reciente.
Desde un punto de vista clínico, en los últimos años se ha demostrado que es importante
clasificar y orientar el tratamiento de los pacientes politraumatizados, ya que en muchas
ocasiones los pacientes más graves se benefician de un abordaje con control de daños en vez
de un abordaje definitivo, siendo éste último la opción idónea siempre que sea posible. El
abordaje de control de daños consiste principalmente en restablecer la fisiología antes que
restaurar la anatomía. Debemos controlar el sangrado y prevenir la contaminación, mientras
las reparaciones anatómicas se realizarán en un segundo tiempo con el paciente ya resucitado.
Evitaremos así cirugías de largas horas de duración, donde el paciente cada vez está más
hipotérmico, coagulopático y acidótico. Este concepto surgió de la marina donde en los barcos
que sufren daños en alta mar, se repara exclusivamente lo imprescindible para poder llegar a
puerto y allí, ya realizar una reparación completa. De manera similar, en el paciente por
ejemplo con un traumatismo abdominal y descompensación hemodinámica y hemostática, se
realiza la resección abdominal que se considere necesaria para controlar la contaminación y el
sangrado, un packing y se deja el abdomen abierto. En 24-48 horas una vez que el paciente
está resucitado (normotérmico, con el equilibrio acido-base, el lactato y la coagulación
corregidos y no precise drogas vasoactivas para mantener tensiones), se procederá a realizar la
anastomosis pertinente y el cierre de la pared del abdomen. O si se tratara de una fractura de
fémur, por ejemplo, siempre en el paciente politraumatizado grave con descompensación
hemodinámica y hemostática, se pueden plantear la colocación de un fijador externo en un
primer tiempo y posteriormente realizar un enclavado endomedular. Desde el punto de vista
anestésico también realizaremos en un primero momento una anestesia de control de daños,
donde lo fundamental es la reanimación hemostática y hemodinámica (basada en la
administración preferente de hemoderivados y la restricción de fluidos), priorizando el control
del sangrado sin llevar a cabo ninguna monitorización que pueda retrasarlo. Posteriormente se
procederá a una monitorización multimodal que permita una terapia individualizada del
paciente con el objetivo de poder restaurar su fisiología lo antes posible y así proceder
también a un segundo y definitivo tiempo quirúrgico.