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El Acto Médico:

¿Ritual de Poder Para Diagnosticar o Curar?

María Irene Victoria Morales


Resumen
El propósito de esta intervención es problematizar la práctica de la atención médica
como un ritual de paso a través del cual la persona consultante se transforma en ¨paciente¨
mediante los dispositivos de poder que posicionan de manera hegemónica la voz del saber
médico y acallan la voz de la persona consultante. Las argumentaciones aquí presentadas
devienen de ejercicios etnográficos desarrollados durante la implementación de la catedra de
Antropología Médica en pregrados de medicina de la Universidad del Cauca, Universidad
del Valle y Pontificia Universidad Javeriana de Cali.
Como preámbulo comparto con uds una viñeta etnográfica que discurre en las vidas de dos
seres humanos, una habita las bellas montañas de nuestro Sur, territorio originario del Pueblo
Misak y la otra en Francia : Mama Esperanza, ISHUK MISAK, victima del conflicto armado,
lleva por años las esquirlas de una granada que explotò cerca de su cuerpo y Jean-Luc
Nancy, Filosofo contemporáneo quien tras una enfermedad en su corazón es
transplantado y cuya experiencia es bellamente narrada, reflexionada en la aporía de
la vida y de la muerte, escapando al cerco biomédico que constriñe la vida.
.

1
Cuerpo Mama Esperanza, cuerpo Nancy: ambos tan cercanos y lejanos en la
experiencia. Nancy enfrentado a la sustitución de su corazón por otro corazón ajeno, a
quien llamará y sentirá como el intruso, el ‘nuevo’ órgano cuyo advenimiento es
programado introduciendo en Nancy la muerte para procurar la vida: deprimir, detener
su sistema inmunitario porque su llegada, esa llegada que no cesa, es rechazada por el
sistema inmune. Toda la tecnología médica desplegada para que ese intruso-corazón
pueda habitar el cuerpo aún en la aporía vida-muerte del mismo cuerpo. Nancy escribe
sobre este suceder como experiencia y no solo como hecho médico.
Por su parte Mama Esperanza también se debate con un intruso, proveniente de la ciencia y la
tecnología, de y para la guerra y por tanto para la muerte. Artefactos que producen cuerpos
escritos por la guerra, cuerpos impronta del poder militar. Mama Esperanza, atravesada
constitutivamente por técnicas y tecnologías, por sustancias no humanas, hechas para provocar
la muerte, no cualquier muerte, muerte que despedaza para que siendo cuerpo vivo no sea más
cuerpo sino fragmentos muertos irreconocibles de cuerpo. Cuerpo-Mama Esperanza creciendo,
haciendo una nueva corporalidad, debatiéndose con el intruso, la muerte es el intruso en la vida
soportada en la materialidad del artefacto militar que no se desprende de su sentido: la
destrucción, la desmembración. Es el cuerpo el que se debate todos los días con lo que Nancy
llamaría la ajenidad, una fluctuación, una suspensión de ajenidad entre estados mal
identificados, dolores, impotencias...a tal punto que una ajenidad en la carne se ha apropiado de
su intimidad. Las esquirlas caminan el cuerpo, hacen presencia de guerra que no cesa, es el
intruso de la guerra que habita siempre su pensamiento. Mama Esperanza, cuerpo impenetrable,
penetrado andando con su dejo de rasgadura, pues si “es impenetrable. Si se lo penetra, se lo
disloca, se lo agujerea, se lo desgarra” (Nancy 2007: s.p.).

En Nancy el intruso dice “es lo que me hace vivir y que me hace envejecer prematuramente. Mi
corazón tiene veinte años menos que yo, y el resto de mi cuerpo tiene una docena de años (por
lo menos) más que yo. Así rejuvenecido y envejecido a la vez, ya no tengo edad propia, ya no
tengo propiamente edad” (Nancy 2006: 42).

En Mama Esperanza el intruso debilita, provoca gemido incomprendido, acallado por la


medicalización que solo vocea estrés postraumático, ella envejece y tal vez el intruso
rejuvenece, el fragor del metal hace cuerpo-arqueología que guarda vestigios tangibles,
sensibles de un pasado (Haber 2017) actuante, impronta de muerte fallida que la dureza intrusa

2
de metal encarnado vuelve muerte lenta… muy lenta y “diferir la muerte es también exhibirla,
señalarla” (Nancy 2006: 25).

Una mañana me dicen que Mama Esperanza está hospitalizada muy enferma…voy a verla. Esta
tendida en la cama llorando… “todo me duele, es un dolor que recorre todo el cuerpo, las esquirlas
se sienten frías como si me quemaran la carne”. Hablo con el médico quien revisa la historia médica,
lee en voz alta la lista de exámenes hechos, enuncia las múltiples veces que ha sido hospitalizada, al
final concluye con las palabras no tiene nada físico es stres postraumatico

. el disciplinamiento médico, es violentamente ciego ante la exhibición de su muerte diferida y ante


el poder malévolo del intruso, a tal punto que un diagnóstico infalible ha confiscado, en un pasado
detenido, significado como insuperado (visión violentamente colonial, aunque esta adjetivación
resulte una tautología, ningún énfasis deberá ahorrarse para hablar del sufrimiento devenido de las
conceptualizaciones disciplinares que hoy puedo vivenciar sobre el cuerpo-Mama Esperanza) la
experiencia del sufrimiento revertido en la tipología de “estrés postraumático, que su psiquismo no
ha podido superar dolores fantasmas pues nada alterado evidencian los múltiples exámenes
practicados”.

Mama Esperanza ya no puede trabajar en los tejidos, el espectro de la muerte1 sembrado en el Ya tul
la arrancó de su vincularidad con la tierra. ¿Podrá acaso el saber biomédico alivianar este sufrimiento,
será posible que el Estado pueda acoger lo innombrable en su artificiosa codificación de ‘daños’
producidos por el conflicto armado? Al final, algo se descompone en mí en ese estar-siendo junto a
Mama Esperanza. Siento que al igual que Nancy, Mama Esperanza reclama, con su gesto de dolor y
sufrimiento, un cómo comunicar lo incomunicable y el sentido último de esta pregunta como reclamo
de Justicia infinita.

A nombre de la objetividad, el mundo de las narrativas ha sido dividido en teorías


científicas y corpus de creencias generando una dualidad fundamentada en la oposición
binaria jerárquica superior/inferior; de esta manera toda narrativa clasificada como creencia
será tratada como un obstáculo al desarrollo del pensamiento científico, deberá exorcizarse
y expulsarse de los escenarios en donde se producen saberes, explicaciones y decisiones
comprometidas con la vida misma de los seres humanos.

3
Atravesar el umbral del consultorio es dar el paso hacia el saber ¨experto¨ en busca
de diagnóstico y curación, no en vano se dice ¨ponerse en manos del médico¨, lo que sugiere
cierto dejo de abandono o pérdida de autonomía de tal manera que tenga disposición para
recibir o padecer la acción de un agente médico. Este ponerse a disposición ¨de¨ se logra a
partir de un ordenamiento simbólico del mismo acto de la consulta. Develar este ocultamiento
del ordenamiento del ritual pone de manifiesto el acallamiento de las voces de los pacientes.
Así, podemos entender, en el contexto sanitario, que el campo semántico de la noción
de paciente condensa una significación del tránsito de la persona enferma hacia el tutelaje y
oscultamiento del saber experto del médico.

¿Por qué nombrarlo como un ritual de poder?


En el repetido ritual de la consulta se reafirma toda la tradición de la razón occidental,
la cual tiende sus redes, establece dominios, construye metáforas metodológicas, conjura un
imaginario de totalidad fraccionada y renuncia a los riesgos de la complejidad y de la
incertidumbre. Así mismo, retomando a Escobar (2010) y Najmanovich (2016), el
desencuentro entre médico-a y la persona consultante hunde sus raíces en un largo camino
de legitimación del conocimiento occidental en el cual la objetividad se invistió de un sentido
teleológico centrado en el desarrollo de la razón y del progreso,
La palabra paciencia proviene del latín pati, que significa sufrir. La transformación
semántica de las palabras llevó a considerar que el participio patiens se introdujo al
castellano para nombrar al enfermo hospitalizado como ¨paciente¨ por su condición sufriente.
Santo Tomas de Aquino en la Suma Teológica. II-II, q.136, a.1. define que “La paciencia es
una virtud que se relaciona con la virtud de la fortaleza e impide al hombre distanciarse de la
recta razón iluminada por la fe y sucumbir a las dificultades y tristezas”2. Hoy, al interior
del Diccionario de la Real Academia Española (RAE), se define el vocablo paciente como
adjetivo: un sujeto que recibe o padece la acción del agente, y como sustantivo: persona que
padece física y corporalmente, y especialmente quien se halla bajo atención médica.

2
Tomas de Aquino, S. Suma Teologica 1a. Ed. (Madrid: Biblioteca De Autores Cristianos, 1964)

4
En este mundo escindido por la dualidad jerarquizada, el acto médico aborda la
enfermedad como objeto de estudio, bajo los parámetros de la cientificidad, como una
alteración o disfunción de órganos o sistemas como un disease, sin embargo deja de lado las
complejas tramas de significación y las maneras de sentir y vivir la enfermedad de la persona
consultante articuladas al mundo contextual constitutivo de la subjetividad de los-las
consultantes. Para Lipson, mientras que el disease “hace referencia al mal funcionamiento
del sistema fisiológico, su diagnóstico y su tratamiento”3, es el referente del médico el
illness, entendido como la experiencia cultural, interpersonal y personal de la enfermedad, es
el foco de las personas enfermas.
De este modo, el acto médico concebido como disease es visto como un ejercicio
profesional, una actividad en la cual se ponen en práctica los conocimientos del saber médico.
Esta mirada que lo define como un acto técnico, no permite develar los componentes socio-
culturales que en él subyacen y las relaciones de poder que en él se despliegan.
Es necesario entonces, identificar dentro de este orden, los siguientes componentes:
• Unas intencionalidades tanto del médico como del paciente, explícitas e
implícitas, que de una u otra manera tienen que ver con las concepciones y expectativas
sobre la vida y la muerte, así como con las interpretaciones sobre el cuerpo, la salud y la
enfermedad.
• Unas prácticas codificadas en el saber médico, dinamizadas a partir de las
intencionalidades explícitas y/o subyacentes del médico y del paciente.
• Un orden preestablecido sobre la experiencia, demarcado al interior de un
espacio propio y una temporalidad definida.
Todos estos componentes se articulan en una simultaneidad, para trascender la simple
tecnicidad del acto, en consecuencia, esto permite reconocerlo como un acto complejo
inscrito en el mundo socio-cultural de los actores que en él intervienen.

3
Juliene Lipson. “Cultura y cuidados de Enfermería”. Index de Enfermería, 21 de Marzo de 2000,
http://www.index-f.com/index-enfermeria/28-29revista/28-29_articulo_19-25.php

5
Figura 1. Tutelaje Fotografía por Luis Gonzalez (2002).

A pesar de esta complejidad, el acto se repite invariablemente como un ritual. En él,


los participantes tienen definido su actuar según el orden preestablecido que regula su
proceder. El ritual se inicia en el momento de ingreso del enfermo al consultorio, hecho que
lo convierte en paciente, denominación adquirida gracias a la categorización que el mismo
acto establece sobre los participantes.
El médico como poseedor de un saber ha dispuesto el lugar -consultorio- como
escenario simbólicamente definido: objetos para un actor que autoriza la palabra y decreta el
silencio, que organiza y decide la secuencia gestual del cuerpo, construyendo una gramática
bajo las reglas de una sintaxis que permite enunciar solo aquellos signos elegidos por su
disciplina, de esta manera el cuerpo se instrumentaliza y se fragmenta, ya no se es cuerpo
como experiencia vivida, se es órgano-s , cuerpo desmembrado en una relación atravesada
por la reificación, la cual “adopta características de una cosa y de esa manera adquiere una
objetividad fantasmal (…) que le asigna a la relación entre las personas las características de

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una cosa, una autonomía que aparenta ser tan estrictamente racional y abarcadora, que oculta
cualquier indicio de su verdadera naturaleza: la relación entre las personas”4.

Figura 2. Ingreso. Fotografía por Luis Gonzalez (2001).

El médico como poseedor autoriza la palabra y decreta el silencio, ello equivale a la


obliteración de las narrativas referidas a miedos, esperanzas y sufrimiento vinculadas a la
experiencia de la enfermedad, hecho que vulnera, disminuye o minimiza las posibilidades de
interpretar, comunicar e interpelar las experiencias constitutivas de nuestra vida en
condiciones propias de libertad y autonomía.
Tras una anhelada objetividad, el médico intenta limpiar el campo de intermediación
de toda subjetividad, afanosamente -como si actuara en un sentido analógico como lo hace

4
György Lukács. El alma y las formas y teoría de la novela, (Grijalbo, 1970), citado en MichaelTaussig, Un
gigante en convulsiones. (Barcelona: Editorial Gedisa, 1995).

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el cirujano- repara, disecciona, quita, corta todo aquello ¨tormentoso¨, obstaculizador del
pretendido acto científico positivista: diagnosticar con precisión. En este sentido actúa bajo
la ¨incuestionable¨ verdad que legitima al diagnóstico como garante primordial de la
curación.
En el consultorio, este delirio guía el suceder del acto médico, el ritual es el encuentro
del médico con la enfermedad, así se inicia el acto médico marcado por la ausencia de una
verdadera interacción dialógica entre dos sujetos. Un interés por encontrar signos que le
lleven a descubrir la patología del cuerpo, -patología legitimada, ¨patentizada¨- controla el
acto médico. Este interés determina la ocurrencia del ritual, de esta manera, diagnosticar
pareciera ser el gran reto del intelecto médico, quizás porque con este pretendido acto, logra
instaurar el dominio de la razón, y la confirmación del poder de su saber.

Figura 3. Oposiciones. Fotografía por Luis Gonzalez (2012).

En una ¨historia¨ fragmentada de todo el universo simbólico del ¨paciente¨ se han


consignado solo aquellas claves codificadas en la especificidad de lo biológico. La historia
clínica desplaza a la historia del ser humano, urdimbre compleja de la producción del sentido

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de la vida que dibuja su cotidianidad con trazos de lo biológico, lo psíquico, lo social y lo
cultural como un todo no separado, profundamente anudado.
El legado positivista bajo la idea de modelo, levanta como pregonero de bando, la
urgencia de la homogeneidad a costa de las múltiples posibilidades de la heterogeneidad. Con
fino bisturí de acerado metal ¨objetivista¨ ha dividido el mundo. El precioso oficio de ordenar
y clasificar, ha roto los conectores en los cuales reposa el misterio de la vida, por ello en su
modelo representativo de límites, ha pretendido un dominio iluso, expresado en la
conformación de ¨objetos de estudio¨, semantizados como partes de la compleja totalidad;
sin embargo, en su concreción, rotos sus conectores, no ha logrado mantener el vínculo de
integralidad.

Fig.1 Control. Fotografía por Luis Gonzalez (2000).

En el minucioso afán de definir límites, fue construyendo múltiples representaciones


de la realidad, fundamentadas en oposiciones fragmentadas tales como cuerpo-psique,
materia-espíritu, razón-sentimiento, etc., de tal forma, dividido el mundo, la especialización

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en las ciencias, se erigió como el acto supremo de dominio, cuya meta central se ha centrado
en la predicción y el control.
El acto médico es expresión de la anhelada especialización buscada por la razón
occidental. Trabaja sobre el ser humano desde las fronteras que le señala la concepción
biologista, de ahí que, en ese pequeño escenario del consultorio, un ser negado en su
condición simbólica y sólo reconocido en su condición anatómica, sea escudriñado y
maniobrado bajo una incuestionable relación de poder que privilegia un diálogo dirigido solo
por las categorías del saber médico.
En este contexto, es pertinente preguntar: ¿en qué lugar se ubica el interés de curar
frente a 1a gran intencionalidad de diagnosticar? Tal vez en la mayoría de los casos, la
eficacia del rito se planea para obtener un solo resultado: el diagnóstico. Entonces la prioridad
se define: diagnosticar para curar la enfermedad.
En la lógica que sustenta el ortodoxo saber médico, la pertinencia de esta prioridad
no se cuestiona. Sin embargo, desde una mirada más integradora, menos fragmentada, menos
biologista, se podría relativizar y sería posible entonces, cambiar su sentido a partir de
resignificar la enfermedad como un evento que hunde sus raíces y sus efectos en la totalidad
del ser humano, es decir, no solo en lo biológico, también en su dimensión social, cultural y
afectiva.

Conclusiones
Desde esta perspectiva, el acto de curar y de diagnosticar, convocaría todas las
dimensiones, en su intento por curar al ser humano y no a la enfermedad; por consiguiente,
ubicado en un sentido de totalidad y complejidad, el ritual podría redefinir el lugar de las
intencionalidades, de tal manera que lo esencial fuese curar.
Esta redefinición exigiría reconocer que la clave del acto de curar, no solo está en el
diagnóstico preciso y en una prescripción médica acertada, va más allá, se funda en una
relación dialógica, la cual se inscribe en un escenario donde los universos sociales, culturales
y afectivos, tanto del médico como del ¨paciente¨, intervienen para construir –a partir de esta
intersubjetividad– interpretaciones y valoraciones, orientadoras de las prácticas del
¨paciente¨ y del médico frente a sus dolencias y sufrimientos.

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Es justamente en esa intersubjetividad que se teje la eficacia simbólica, la cual puede
ser la clave para conducir el proceso de curación. Ahondar en esta reflexión para construir
una lectura crítica sobre la relación médico-paciente, implica reconocer que:
a) Aunque el acto médico pretenda ser una experiencia técnica o científica meramente
objetiva, en ella interactúa una dimensión subjetiva que no se ha tenido en cuenta, de manera
rigurosa, para dimensionar su aporte en los procesos de curación.
b) El proceso de curación no depende exclusivamente de un diagnóstico y un
tratamiento adecuado, está mediado por determinaciones subjetivas, construidas socialmente
que el médico desconoce, ignora y subvalora.
c) La única intencionalidad de diagnosticar, interfiere como una gran barrera en la
adopción de una actitud más creativa por parte del médico y del paciente para dar oportunidad
al afianzamiento de otras claves determinantes en la curación que no se encuentran en la
objetividad del saber médico sino en la comprensión de la vida del ¨paciente¨ como totalidad
interferida por la enfermedad.
El desplazamiento de la centralidad del diagnóstico como eje de la consulta, abre un
camino a la resignificación de la noción de curar o sanar y con ello también moviliza la
intencionalidad del acto médico hacia otras manera de actuar que involucran el
acompañamiento, la solidaridad : “la relación médico-paciente, o acto médico, debe dirigirse
hacia sanar, curar, moderar, consolar, ayudar, acompañar, relacionarse, entender, en una
palabra: solidarizarse con otro ser humano que aparece como paciente (…) El acto solidario
médico-paciente-médico debe constituirse en una acción de paz, de reconciliación con la
existencia y de acercamiento al otro, perdiendo su posición guerrera de poder y
subyugación”5.
Por último, desde esta perspectiva, el ritual podría relativizar las relaciones de poder
entre médico-paciente, construyendo una interacción más humana, menos dogmatizada,
reconociendo dos actores convocados al ritual por la intencionalidad de curar, de dignificar
y cualificar la vida como totalidad y no sólo como entidad biológica. Así los actores estarían
dispuestos a poner en juego, para su logro, procesos y técnicas no solo de un saber médico

5
Julio César Payán. «El Acto Médico Ante lo Holístico». Terapia Neural, 10 de Julio de 2006,
http://www.terapianeural.com/articulos/14-del-concepto/120-el-acto-medico-ante-lo-holistico

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sistematizado, sino también ricas experiencias, en el orden de lo subjetivo y de lo simbólico,
que, sin estar legitimadas por un poder omnicomprensivo, funcionan como dinamizadoras de
vida.

Bibliografía
Escobar, Arturo. La invención del desarrollo. Popayán: Editorial Universidad del Cauca.
2010.
Lipson, Juliene. «Cultura y cuidados de Enfermería». Index de Enfermería, Num. 28. (2000),
http://www.index-f.com/index-enfermeria/28-29revista/28-29_articulo_19-25.php
(Consultado el 6 de noviembre de 2000)
Najmanovich, Denise. El mito de la objetividad. La construcción colectiva de la experiencia.
Buenos Aires: Editorial Biblios. 2016.
Payán, Julio César. «El Acto Médico Ante lo Holístico». Terapia Neural. (2006),
http://www.terapianeural.com/articulos/14-del-concepto/120-el-acto-medico-ante-
lo-holistico. (Consultado el 27 de agosto de 2006)
Taussig, Michael. Un gigante en convulsiones. El mundo humano como sistema nervioso en
emergencia permanente. Barcelona: Gedisa Editorial. 1995.
Tomas de Aquino, S. Suma Teologica. Madrid: Biblioteca De Autores Cristianos. 1964.

Referencias
González, Luis. Tutelaje. Fotografía. Bogotá. 2002
_______. Ingreso. Fotografía. Cali. 2001
_______. Oposiciones. Fotografía. Bogotá. 2012
_______. Control. Fotografía. Cali. 2000

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