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psicoanalítica (serie B)
Tal como lo hemos conceptualizado anteriormente, la Ternura al modo al que la
define Fernando Ulloa es el escenario mayor donde se da el rotundo pasaje del
sujeto –nacido cachorro animal y con un precario paquete instintivo- a la condición
pulsionar humana. Es motor primerísimo de la cultura y en sus gestos y
suministros habrá de comenzar a forjarse el sujeto ético.
En función de sus atributos básicos, la Ternura será abrigo frente a los rigores de
la intemperie, alimento frente a los del hambre y fundamentalmente buen trato,
como escudo protector ante las violencias inevitables del vivir.
Esta breve introducción nos servirá para analizar otro concepto de Ulloa, también
fundamental para la práctica clínica cotidiana, que es el de la Mortificación.
Diremos, en principio, que la Mortificación es el paradigma opuesto a la Ternura.
Una breve digresión, no por ello menos importante, consiste en relatar que por
primera vez este término fue nombrado en un reportaje público que le hicieran
al autor, en donde le preguntaban su opinión acerca de un rasgo de la época,
marcada por una notoria merma de las relaciones sexuales, es decir, de la
producción erótica.
Es allí donde por primera vez Ulloa nombra, con carácter de causa, esta
anomalía, aquella que denominará “cultura de la mortificación”. El mismo nos
relata que su intención fue nombrar, nominar, un matiz del sufrimiento social
contemporáneo. En donde, como característica más prevalente, se haya un
marcado empobrecimiento subjetivo, del que a su entender proviene, entre otras
tantas importantes vicisitudes, la merma en la producción erótica.
Se crea, de esta forma, una situación sin salida que provoca dolor psíquico.
Este dolor psíquico, nada más ni nada menos, es el germen que funda la
Mortificación que estamos considerando en este escrito, tan cara para nosotros,
como sujetos que habitamos estos tiempos.
Llegado a este punto, nos preguntamos qué diferencia a favor puede hacer un
psicoanalista, cuando aborda a un sujeto que, con su particular estructura,
forma parte del colectivo de esta época, en dónde se despliega este particular
sufrimiento.
Esta invalidez, reiteramos, no es sólo la infantil, sino que ella se reedita cada vez
que un sujeto pide ayuda –siempre a su manera– para aliviar su malestar. A
diferencia de la escena que propone la encerrona, le mostraremos en acto la
posibilidad de salida, le abriremos las puertas de la confianza amiga, y le
opondremos al destrato, el buen trato, como sinónimo de cura.
Miriam Mazover