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Perífrasis 1

MANHATTAN TRANSFER

Segunda Parte

II. JACK DEL ISTMO ZANCUDO

“Señores, voy a decirles un secreto. Un secreto importantísimo… Charley, otra ronda

para estos buenos amigos míos. Yo pago. Y echa un trago tú también. ¡Diablos, cómo

hace cosquillas!... Señores, otro ejemplo del singular predominio en la suerte de los

negocios humanos. Señores, el secreto de mi suerte… Es auténtico, se lo garantizo,

pueden ustedes mismos comprobarlo en: los periódicos, revistas, discursos,

conferencias, que se publicaron entonces. Un hombre, y entre paréntesis un pillastre,

escribió una novela policiaca acerca de mí, titulada “El secreto del éxito”, que pueden

ustedes leer en la biblioteca pública de Nueva Cork, si les interesa el asunto… El

secreto de mi éxito era… Y en cuanto ustedes lo sepan, van de seguro a reírse para sus

adentros, diciendo que Joe Harland está borracho, que Joe Harland es un pobre idiota…

Sí que se reirán… Durante diez años, como les iba diciendo, operé con reservas.

Compraba sin ton, ni son, amontonaba acciones, cuyo nombre no había oído nunca, y

siempre me salía bien. Amasaba dinero. Tenía cuatro Bancos en la palma de la mano.

Empecé a interesarme en azúcar y gutapercha, adelantándome a mi siglo… Pero ya

están ustedes muertos por saber mi secreto, que creen, podrá servirles… De ningún

modo… Era una corbata de seda azul, que mi madre me hizo cuando chico… No se

rían, vamos… No, no estoy tratando de armarla. Es, simplemente, otro ejemplo del

singular predominio de la suerte en los negocios humanos. El día, que me aventuré con

otro tipo a meter mil dólares en títulos de Louisville y Nashville, llevaba aquella

corbata. Subieron enteros en veinticuatro minutos. Aquello fue el principio. Luego,

poco a poco noté, que cada vez que no llevaba la corbata, perdía. Estaba ya tan vieja y
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tan rota, que traté de llevarla en el bolsillo. No servía. Tenía que llevarla puesta.

¿Comprenden?... Lo demás es la eterna historia, señores… Había una mujer, ¡que el

diablo se la lleve!, y yo la quería. Quise probarle, que no había nada en el mundo, que

no hiciese por ella, y se la di. Traté de echarlo a broma, y me reí: ¡ja, ja, ja! Ella dijo,

“Si no sirve para nada, está toda rota.” Y la tiró al fuego… Un ejemplo más… Amigo,

usted no querría invitarme a otro vasito, ¿verdad? Me encuentro inesperadamente sin

fondos esta tarde… Muchas gracias, señor… ¡Ah, cómo pica el condenado!

John Dos Passos

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