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PRÓLOGO DE LA TRADUCTORA

El siguiente relato se encontró en un


viejo caserón italiano, a principios del

siglo XX. Su dueño era un solterón

empedernido y gran coleccionista de

manuscritos, que falleció dejando sus

adquisiciones

una

organización

cultural

italiana,

el

Instituto

de

Conservación Cultural de Florencia.

Allí permaneció durante noventa años

hasta que este humilde traductor lo

encontró en un baúl, eso sí, en perfecto estado de conservación si tenemos


en

cuenta su supuesta antigüedad, que debe

superar los mil ochocientos años,

aunque
es

difícil

precisarlo

con

exactitud.

El manuscrito relata las memorias de

Danae, una patricia romana de los

tiempos del Imperio, aunque en ningún

momento llega a aclarar los años en los

que vivió. No se hace referencia

explícita al nombre de ningún emperador

ni de otro personaje relevante que nos

pudiera servir para fechar el hallazgo.

Aunque se dan los nombres de

senadores y otros personajes públicos,

no ha sido posible asociarlos a datos

históricos contrastados, lo cual hace

pensar que, o bien no han llegado a

nosotros, o bien la autora empleó

seudónimos. Los indicios apuntan a que


los hechos podrían tener lugar entre las épocas de Tiberio y Nerón, pero son

meras suposiciones y, por tanto, nos

abstendremos de situarlo en una época

concreta.

Antes de leerlo, hemos de ser

conscientes de las diferencias con

nuestra época actual. La edad en aquella

época tenía otras connotaciones, sobre

todo para las mujeres. Y la mayoría de

ellas solían casarse con catorce o quince

años.

El manuscrito original en latín está

escrito con un tremendo respeto por las

formas gramaticales, lo que evidencia

que la autora era una mujer bastante

culta. Sin embargo, el estilo es de una

ordinariez extrema, lo cual nos hace suponer que se escribió sin ánimo de

que lo leyera nadie de la época. Aun así,

hay frases y expresiones que podrían

resultar absurdas a los ojos de un lector


del siglo XXI, y por ello la traductora se

ha permitido ciertas licencias que

permitan una lectura más ágil y

entretenida. Sin embargo, si esta

narración tuviera éxito, es posible que

alguna

editorial

clásica

quisiera

reproducir el texto original como

curiosidad.

Mientras tanto, los lectores deberán

conformarse con esta mezcla de

traducción literal y novela que aquí

presentamos. Eso sí, todos los hechos

que figuran en esta edición están

recogidos en el manuscrito original.

Sólo se ha cambiado la forma de

presentarlo a un público actual.

MEMORIAS DE UNA PATRICIA


ROMANA
Mi nombre es Danae. Soy una

ciudadana romana, de clase patricia y

esposa de un senador. En este relato

pretendo reflejar todo lo que ha sido mi

vida privada, una vida plena y completa,

en la que he disfrutado y sigo

disfrutando placeres sin límite y en la

que el sexo ha sido el centro alrededor del cual ha girado mi existencia.

No creo que nadie llegue a leer este

relato nunca. Realmente lo escribo para

mí, para no olvidar nunca todo aquello

que he vivido y sentido y para volver a

disfrutarlo de nuevo. El sólo hecho de

escribirlo ya me llena de excitación.

Afortunadamente, el ardor sexual es algo

que nunca me ha disminuido con la edad,

como les ha pasado a algunas

venerables matronas esposas de otros


senadores y patricios. Ellas fueron en su

juventud auténticas leonas que en una

bacanal no paraban de disfrutar con propios y extraños, pero el tiempo las


ha

suavizado y el sexo para ellas ha pasado

a un segundo plano. No ha sido así para

mí. De hecho, cada vez que me he hecho

mayor mi libido ha ido en aumento y mis

necesidades se han hecho tan grandes

que necesito un número ingente de

esclavos para satisfacerlas.

CAPÍTULO I - Mis inicios en el sexo No quiero extenderme en


preámbulos

que no conducen a nada, así que iré

directa a aquello que quiero contar. Mi

primera experiencia con el otro sexo la

tuve en casa de mis padres. Yo era hija de un senador patricio que tiempo
atrás

había sido gobernador de Sicilia, pero

que en aquella época residía en Roma,

aunque pasaba fuera de ella largas


temporadas debido a asuntos de estado.

Mi madre tenía por entonces unos treinta

y cinco años y se conservaba bastante

bien. Seguía teniendo un cuerpo que

atraía a hombres y mujeres, y a ella le gustaba disfrutarlo al máximo.

El sexo en mi casa siempre fue algo

natural, desde que tengo memoria.

Cuando no había invitados, el ambiente

era completamente desinhibido. La

mayoría

de

los

esclavos

iban

prácticamente desnudos, así que no

recuerdo a que edad vi un pene por

primera vez. Sí recuerdo mi primer beso. Cuando tenía doce años, un primo

mío de trece me besó por primera vez en

los labios, y me los rozó suavemente con

la lengua. Apenas pasamos de ahí. Sin


embargo, a mí no me desagradó, y en su

siguiente visita a la casa volvimos a

besarnos, y esta vez nuestras lenguas se juntaron.

Experimenté

un

curioso

cosquilleo, pero lo cierto es que no le di

mucha importancia.

Sin embargo, este primer beso me

hizo buscar estos contactos, y empecé a

pedir a los esclavos que me besaran

también. Con ellos empecé a descubrir

el efecto que este contacto tenía en los hombres. A medida que


perfeccionaba

mis besos, me daba cuenta de que los

penes de los hombres empezaban a

endurecerse. No investigué mucho sobre

el tema, pero pronto empecé también a

besar a las esclavas, para ver si ellas experimentaban algún tipo de cambio.

Sin embargo, no noté nada aparente. Eso

sí, descubrí que sus besos eran más


dulces que los de los hombres, y fue durante esta época cuando empecé a

preferir los besos femeninos a los

masculinos,

aunque

sin

desechar

tampoco estos últimos.

Como ya he comentado, el sexo era

algo habitual en nuestra casa. La primera

cópula que recuerdo haber visto está

muy grabada en mi memoria, aunque es

probable que viera alguna antes y que no

le prestara importancia. El caso es que

entré en una de las salas buscando a mi

padre, para pedirle algo, no recuerdo

que, y me encontré a una esclava muy

hermosa y joven postrada a cuatro patas

sobre un diván. Detrás de ella estaba mi

padre, haciendo movimientos rítmicos

que hacían que su cuerpo golpeara el


culo de la esclava, mientras ésta no

paraba de gemir. Los dos me vieron,

pero no se inmutaron y siguieron con su

actividad.

- Hola papá - saludé.

- Hola cariño

- ¿Qué hacéis?

- Estamos jugando

Lo cierto es que la respuesta no me

sorprendió. Lo primero que había

pensado es que hacían alguna clase de

ejercicio gimnástico, ya que mi padre

era muy aficionado a ellos. De hecho,

tenía un cuerpo muy atlético y se

mantenía siempre en muy buena en

forma.

- ¿Puedo jugar yo? - pregunté.

- Todavía eres muy pequeña, cariño.

Cuando seas mayor, jugaré contigo.

La cosa quedó ahí y lo cierto es que


no le di mayor importancia. Después he

pensado muchas veces que es probable

que hubiera visto a miembros de la

familia copular antes de aquella vez. Mi

madre solía follar un par de veces al

día, normalmente con alguno de sus

esclavos, y lo solía hacer en cualquier

parte, así que es probable que yo la

hubiese visto, aunque no lo recuerdo.

Sin embargo, a partir de entonces presté

más atención y me di cuenta de que

aquel "juego" era bastante practicado

tanto por mis padres como por los esclavos y sirvientes.

Recuerdo claramente mi primer

contacto directo con el sexo de un

hombre. Fue otro primo, Atellus, quien

me inició. Tenía dieciséis años en

aquella época y era bastante atractivo.

Alto, de piel morena, quizás un poco

delgado, pero fuerte. Siempre me había


gustado

sus

besos

eran

muy

estimulantes. Todavía hoy no tengo claro

si fue idea de mis padres que mi primo me iniciara en las artes sexuales o si
le

salió de forma natural.

Fue en una tarde de verano en

nuestra villa de campo. Atellus estaba

haciéndonos una visita y después de

descansar un rato, estábamos dando un

paseo por la finca. Hacía calor e íbamos

ligeros de ropa. Yo llevaba una túnica

casi transparente que no dejaba mucho a

la imaginación, y mi primo iba con el

torso desnudo y un calzón como única

vestimenta. Nos sentamos junto a una

fuente y Atellus empezó a mojarse la mano


y

acariciarme

con

ella,

refrescándome y excitándome al mismo

tiempo. Al poco tiempo estábamos

besándonos, como habíamos hecho otras

veces. Yo notaba que el calzón de mi

primo

empezaba

mostrar

un

abultamiento, y le notaba más pegado a

mí que otras veces.

- Hace calor hoy, prima - me dijo. -

El calzón me está sobrando. No te

importará que me lo quite, ¿verdad?

- No, claro que no.

Se quitó el calzón y se quedó


completamente

desnudo.

Entonces

observé lo que en aquel momento era la

verga de mayor tamaño que había visto.

Me quedé sorprendida, ya que hasta

ahora sólo había vistos penes flácidos o

ligeramente erectos, pero la polla de mi

primo estaba tremendamente tiesa.

Caramba

primo

exclame

sorprendida. - ¿Qué te pasa?

- Esto es el resultado de tus besos -

me contestó -. Me excitas y mi pene lo

demuestra.

Me quedé mirándolo un rato,

sorprendida.
Entonces

Atellus

me

empezó a quitar la túnica.

- Debes tener también bastante calor.

Sin la túnica estarás más cómoda.

Me dejó completamente desnuda.

Por aquel entonces mis pechos eran

pequeños, pero tenían una bonita forma.

Mi primo los acarició suavemente y

después me dio un beso en cada pezón,

lo cual me hizo estremecer. Suspiré de

gusto y juntamos nuestros labios, pero

esta vez fue un beso mucho más pasional

que todos los que hasta entonces había

experimentado.

Nuestros

cuerpos,

húmedos por el calor, se rozaban más

que nunca. Mis pequeñas tetas se


frotaban contra su pecho provocando un

hormigueo por todo el cuerpo. Y su dura

polla se frotaba contra la entrada de mi vagina,

aumentando

aún

más

mi

excitación. Estuvimos así unos minutos,

disfrutando un extraño placer que era

completamente nuevo para mí.

- Eres todavía demasiado joven para disfrutar completamente del sexo - me

dijo mi primo una vez que dejamos de

besarnos. - Sin embargo, ya eres

completamente

madura

para

proporcionar placer a un hombre. Ven,

trae aquí tu mano.

La cogió y la puso en contacto con su

polla.
- ¡Qué dura está! - exclamé.

- Sí, gracias a ti. Y ahora, empieza a

menearla, arriba y abajo. Suavemente al

principio y ya irás acelerando a medida

que te vayas viendo más segura.

Y así me encontré pajeando a

Atellus, primero con mucho cuidado,

pero luego, al ver que cada vez se

encontraba más excitado, empecé a

hacerlo más rápido. Al cabo de poco

tiempo, mi primo soltó un gemido y se

corrió. Al principio, al ver líquido salir,

pensé que sería orina, pero luego me di

cuenta de que era mucho más viscoso.

- ¿Qué es lo que has soltado? –

pregunté

- Esto es semen. Pruébalo

Cogí un poco con el dedo y me lo

llevé a la boca. Me supo extraño, no

sabría decir si estaba bueno o no. Sin


embargo, con el tiempo aprendí a

apreciarlo como el más exquisito de los

manjares.

De esta forma, aprendí como dar

placer a un hombre. Durante los días en

que Atellus estuvo con nosotros

repetimos la excursión a la fuente, y

siempre hacíamos el mismo ejercicio.

Poco a poco, fui haciéndome más diestra

en el manejo de su polla, y aprendí a

retrasar su orgasmo y a aumentar su

placer. Y cada día me llevaba un poco

de su semen a la boca y lo saboreaba,

cada vez con más deleite.

CAPÍTULO II - Mi primer orgasmo A pesar de que mis prácticas con

Atellus cada día me satisfacían más, lo

cierto es que en aquella época yo estaba

más interesada en juegos infantiles que

en la búsqueda de los placeres sexuales.

Así que, una vez que mi primo se


marchó, me olvidé un poco del tema y

volví a mi rutina habitual. Sin embargo,

pronto habría nuevas experiencias que

me permitirían seguir aprendiendo.

Como ya he dicho, el sexo en nuestra

casa era algo cotidiano, aunque no

siempre visible. Mis padres solían

celebrar orgías cada cierto tiempo, pero

yo, evidentemente, no estaba invitada a

ellas. Sí solían participar la mayoría de

esclavos y sirvientes, así como otros

patricios y senadores que disfrutaban de

la hospitalidad de nuestra casa.

A pesar de estas actividades que se

ocultaban a mi visión, era habitual que

me encontrase escenas impúdicas por la

casa. Por ejemplo, recuerdo un día en el que oí unos jadeos que venían de
las

cuadras. Entré discretamente en ellas y,

sin que nadie me viera, me coloqué en

una posición oculta desde la que poder


ver lo que ocurría. Entonces me di

cuenta de que la que jadeaba era mi

madre. Se encontraba entre dos esclavos

nubios que habíamos adquirido hacía

poco. Eran dos auténticos gigantes,

tremendamente musculosos. Uno de

ellos estaba tumbado sobre la paja, y mi

madre tenía su polla clavada en el coño.

Mientras, el otro esclavo la penetraba

por el culo y mi madre no paraba de

moverse y gemir de gusto. Así

estuvieron durante un rato, los tres sin parar de moverse. Al cabo de un


tiempo,

el que la penetraba por detrás exhaló un

agudo gemido y se relajó. Comprendí

que debía haber expulsado su semen, y

así era, puesto que cuando sacó su

instrumento del agujero, vi que el ano de

mi madre goteaba una importante

cantidad de líquido. Casi al mismo


tiempo, el otro nubio también se vació, y cuando mi madre se levantó un
gran

reguero de semen la caía del coño.

Entonces ella se puso de rodillas y

agarró las pollas de los esclavos, se las

introdujo en la boca y las chupó sin

descanso hasta que hubo tragado todo

resto de semen. Yo salí con cuidado y

me fui a mi habitación, totalmente

excitada por lo por lo que había visto.

Hubo otro incidente que me marcó

bastante más. Todavía no he hablado de

mi hermano mayor, Maro. Es un hombre

tremendamente apuesto y con un gran

éxito con las mujeres, pero en aquella

época yo sólo lo veía como el crío de

quince años que intentaba hacerme la

vida imposible. Dormía muy cerca de mi

habitación, y nos pasábamos la mayor

parte del día peleándonos.

Una noche, al poco de quedarme


dormida, me despertó un ruido cercano.

Me levanté y salí a ver qué ocurría. Me

di cuenta de que alguien hablaba en voz

muy alta para aquellas horas de la noche, y que provenía de la habitación

de Maro. Entonces me acerqué a

hurtadillas y me asomé por la puerta sin

que me vieran. Lo que vi me dejó

asombrada. Mi hermano estaba de pie en

medio de la habitación, y mi madre se

encontraba arrodillada delante de él,

con su polla en la boca y moviendo la

cabeza frenéticamente sin descanso.

Estaba claro que mi madre le estaba

haciendo a Maro lo mismo que yo le

había hecho a Atellus, pero utilizando la

boca en lugar de las manos. Sin

embargo, lo que más me sorprendió no

fue el acto en sí, sino el lenguaje que empleaba mi hermano.

- ¡Vamos, puta! - gritaba. - ¡Sigue

chupando! No pares hasta que me haya


corrido en tu boca... Oh, sí, zorra, hay que ver como la mamas.

Y así proseguía mientras con las

manos atraía hacía sí la cabeza de

nuestra madre para que se introdujera

cada vez más hondo la polla en la boca.

Siguieron así unos minutos, mientras los improperios

iban

en

aumento

y,

finalmente, mi hermano se corrió.

- ¡Ooohhh...! Eres una auténtica

guarra. ¡Qué delicia de mamada! Vamos,

trágate todo el semen de tu hijo. Que no

quede ni una gota.

Mi madre obedeció sin decir una

palabra, y debió tragarse todo, puesto

que no vi ningún líquido. Aquello me

dejó

anonadada.
Mi

madre,

una

orgullosa patricia romana, dueña y

señora absoluta de su casa, se

comportaba con mi hermano como si

fuera

una

esclava.

Aquellos

pensamientos me dejaron obnubilada

tanto rato que, cuando me quise dar

cuenta, mi madre había salido de la

habitación. Se quedó mirándome, pero

no

mostró

ningún

azoramiento.

Simplemente me sonrió, me dio un beso

en la frente y se marchó. Yo, por mi


parte, volví a mi cama, tremendamente

enfadada por lo que había visto. No

podía comprender que mi madre,

siempre

tan

estricta

en

nuestra

educación, se hubiese transformado de

esa manera tan radical.

Al día siguiente yo seguía igual de

molesta con lo que había visto. Sin

embargo, las cosas parecían haber

vuelto a su cauce. Mi madre volvía a

comportarse como la estricta persona

que conocía, y mi hermano le mostraba

el

respeto

más

absoluto
y

una

obediencia

ciega.

Yo

intenté

comportarme como de costumbre, pero

estaba claro que mi madre me notaba

diferente.

Por la noche, me retiré pronto a la

habitación. Al cabo de un rato, apareció

mi madre y se sentó a mi lado.

- Hola cariño

- Hola - dije secamente

- Por lo que veo, estás molesta por

lo que viste ayer.

Se hizo un incómodo silencio. La

realidad es que yo no sabía que decir.

Hasta

aquel
momento,

el

orden

jerárquico en la casa era algo claramente

establecido,

aquel

incidente había echado por tierra todas

las cosas que daba por supuestas.

- Hija - dijo mi madre - comprendo

que lo que viste ayer te haya resultado extraño, así que voy a explicarte todo

para que lo comprendas.

Me llevo a un diván y me pasó la

mano cariñosamente por encima del

hombro.

- Hija - continuó -, tanto tu hermano

como tú nos debéis el máximo respeto a

vuestros mayores. Eso es algo que debes

tener claro que siempre va a ser así. Si tu hermano me hablara de malas


formas

en una situación cotidiana, sería


castigado con toda la severidad que has

visto otras veces. Sin embargo, hay

ocasiones en las que, como ayer,

dejamos de ser madre e hijo para

convertirnos, simplemente, en hombre y

mujer. En esas ocasiones lo único que

importa es el placer mutuo. Yo se lo

daba a tu hermano y él me lo daba a mí.

Las frases que oíste son parte de la excitación del hombre y la mujer.

Me dio un beso en la mejilla y

continuó.

- Estoy convencida de que ya eres

consciente de que los actos sexuales son

algo cotidiano en esta casa. Seguramente

nos hayas visto copular con los esclavos

en alguna ocasión. Durante esos

momentos no hay amos y sirvientes,

somos iguales. Sin embargo, cuando

todo termina, cada uno sabe cuál es su

puesto en la estructura de la familia. Y tú


debes comprender que, a pesar de lo que

viste ayer, tu hermano es plenamente

consciente de que sigue bajo nuestra

autoridad y que nos debe obediencia y

respeto.

Estuve meditando un rato, ya más

tranquila, y luego repuse:

- Entiendo lo que dices, mamá. De

hecho, hoy he comprobado que Maro se

ha comportado como cualquier otro día.

Lo que no comprendo es por qué todas

nuestras jerarquías desaparecen cuando

os dedicáis a practicar el sexo.

Mi madre sonrió y me dio un beso en

la mejilla.

- Tienes razón, hija. Lo cierto es que

aún no estás preparada para disfrutar del

sexo por completo. Sin embargo, sí

puedes saborear nuevos placeres que te

harán comprender los motivos por los


que

nos

comportamos

de

forma

diferente. Haz una cosa. Desnúdate por

completo y túmbate sobre la cama. Haré

que descubras nuevas sensaciones.

Hice lo que decía mi madre y me fui

a la cama. Mi madre se desnudó

también. Lo cierto es que tenía un

cuerpo precioso. Sus pechos eran de un

gran

tamaño,

con

unos

pezones

sonrosados y apetecibles. Su coño no

tenía un solo pelo, parecía de lejos el de

una niña, aunque luego descubrí que


tenía un tamaño y una profundidad

tremenda.

No

era

delgada,

sino

voluptuosa, y su sonrosado culo

mostraba un aspecto muy apetecible.

Ella vino hacía mí y empezó a

acariciarme los pechos. Ya habían crecido y mostraban un buen tamaño,

aunque todavía lejos del que llegarían a

alcanzar.

- Relájate y desinhíbete - me dijo

con voz sensual -. Ahora no pienses en

nosotras como madre e hija. Sólo somos

dos mujeres que buscan el placer

absoluto. Todo está permitido ahora.

Entonces se inclinó sobre mí y me

besó en la boca. Fue un beso largo y

profundo, húmedo y cálido. Su experta


lengua buscaba la mía y la enseñaba al

mismo tiempo que le daba placer. Quizá

tenga este beso idealizado por el

momento en que se produjo, pero lo

cierto es que lo recuerdo como uno de

los más excitantes que me han dado

nunca, si no el que más. El placer fue muy intenso y mi cuerpo empezó a

estremecerse.

Mi madre comenzó a lamer el resto

de mi cuerpo. Empezó por el cuello,

recorriéndolo con su maravillosa lengua

mientras mi excitación aumentaba.

Luego bajó a mis tetas, y cuando sus jugosos labios besaron mis pezones,

empecé a emitir gemidos de gusto. Era

el

mayor

placer

que

había

experimentado hasta entonces, pero


pronto se vería superado. Mi madre

prosiguió su recorrido con la lengua

hacia abajo, mientras dejaba sus manos

en mis pechos y los masajeaba sin

descanso.

Además de las sensaciones de todo

mi cuerpo, yo me daba cuenta de que mi

vagina empezaba a humedecerse, y me

producía un delicioso cosquilleo que era

totalmente nuevo para mí. La boca de mi

madre continuó su descenso y llegó

hasta la entrada de mi coño. Entonces

empezó a besarlo y a lamerlo, y yo creí

que había llegado al límite del

paroxismo. Mis gemidos empezaron a

hacerse cada vez más fuertes y

profundos, y mi cuerpo no paraba de

retorcerse. Entonces mi madre decidió

lanzar su ataque final. Agarró mis

piernas con fuerza y penetró mi coño con


su lengua. Empezó unos movimientos rítmicos con los que me iba
penetrando

cada vez más. Yo creía morir. La lengua

buscaba todos mis rincones interiores y

encontraba todos los puntos del máximo

placer. Yo ya pensaba que me iba a

deshidratar por toda la humedad que

notaba allí abajo.

En ese momento, noté que la

sensación de estremecimiento empezaba

a acelerarse, y al poco experimenté un

placer sin igual, profundo, prolongado,

delicioso, y luego una relajación

maravillosa. Mi madre acababa de

proporcionarme mi primer orgasmo.

Al cabo de un rato, recuperé el

habla, mientras mi madre me miraba con

una gran sonrisa.

- Ha sido increíble - fue todo lo que

pude decir.

- Me alegra que lo hayas disfrutado.


Con un poco de suerte, creo que tendrás

la misma facilidad para el placer que

yo. Lo importante es que aprendas a

disfrutar tú y, con el tiempo, a dar placer

a los demás como yo he hecho ahora contigo o ayer hice con tu hermano.

Dicho esto, mi madre me dio un

casto beso en la frente y se marchó. No

creo que se fuera directamente a dormir,

ya que ella también estaba excitada y

supongo que necesitaba de alguien

experto que calmara sus ardores. Yo me

tumbé en la cama con una amplia

sonrisa, pensando en la increíble fuente

de placer que acababa de descubrir.

Aquella noche dormí como una ninfa.

CAPÍTULO III - Aumentando la experiencia

El primer orgasmo me cambió

radicalmente. No diría que fue pasar de

ser una niña a una mujer, pero me

descubrió completamente el sexo, que a


partir de entonces pasó a ser el centro de mi existencia.

Mi madre empezó a hacerme visitas

nocturnas de vez en cuando. Al

principio, era casi una clase. Me estuvo

indicando como proporcionarme placer

a mí misma y, bajo la guía de sus

expertas manos, convertí las mías en un

instrumento de placer. Cuando conseguí

dominar

la

técnica,

llegaba

prácticamente al orgasmo de forma

diaria. Además, conseguí aprender a

utilizar la lengua para que mi madre

también alcanzara el orgasmo. No fue

fácil, ya que ella sabía todo lo que hace

falta saber sobre el sexo y no era

sencillo satisfacerla, pero con el tiempo

descubrí cuales eran sus puntos más excitables, y conseguí que ella también
obtuviera el placer de mí.

Si hubiera sido por esta época,

podría pensar que sólo me iba a gustar

el sexo con mujeres. Aparte de mi

madre, empecé a tener contactos

sexuales con algunas de las esclavas.

Normalmente eran contactos breves.

Simplemente hacía que me comieran el

coño hasta alcanzar el orgasmo. A pesar

de lo que mi madre me había comentado,

todavía consideraba indigno de mi

posición lamer yo el coño de la esclava.

Sin embargo, poco a poco me di cuenta

que el hecho de poder darles placer a

ellas aumentaba mi excitación, así que

fui perdiendo mis prejuicios. Además,

descubrí que comernos el coño a la vez

hacía que el placer se multiplicara, y

pronto se convirtió en mi afición

favorita.
Durante este tiempo no presté casi

ninguna atención a los hombres. Había

varios esclavos muy atractivos, pero no

me llamaban la atención. Volví a besarme con alguno de mis primos

cuando nos visitaban, pero las cosas no

pasaban de ahí. Atellus volvió a

hacernos una visita, y durante ese tiempo

repetimos nuestros juegos. Yo le pajeaba

con la mano y él se corría, pero no había

mucha más variedad. Eso sí, esta

actividad hizo que me empezara a

aficionar al sabor del semen, pero el

sistema de la paja no era muy práctico

para aprovecharlo, ya que la mayoría

del preciado líquido se perdía y sólo me

quedaban algunas gotas que saborear.

Comprendí

que

necesitaba

alguna
técnica diferente, y me acordé de la

mamada que mi madre le había hecho a

mi hermano. Decidí que tendría que

probarla en un futuro.

Según me iba haciendo mayor me di

cuenta de que los hombres empezaban a

interesarme cada vez más. Me fijaba

más en los musculosos esclavos que

había por la casa, y sus penes, que

apenas se ocultaban bajo la escasa ropa que llevaban, cada vez me atraían
más.

Fue entonces cuando decidí realizar

mi primera mamada. Había un esclavo

que

me

resultaba

especialmente

atractivo. Era uno de los nubios a los

que había visto penetrando a mi madre

en aquella ocasión de las cuadras. Su

nombre real nunca lo supe, porque creo


que era casi impronunciable en nuestra

lengua, pero todos le llamábamos

Ediale. Tendría unos treinta y cinco

años, era tremendamente alto y fibroso,

con la piel muy oscura, incluso para su raza. Su pene era muy largo, ya que,
aun

en estado de flacidez, la punta siempre

le asomaba por el minúsculo taparrabos

que llevaban la mayoría de esclavos.

Le llamé una mañana para que

acudiera a mi habitación. Supongo que

se sorprendió al verme completamente

desnuda, y noté un ligero respingo en su

polla. En aquella época yo ya era

bastante atractiva para los hombres. Mis

tetas proseguían su crecimiento, y ya

tenían un tamaño bastante considerable.

Le recibí tumbada en la cama,

pellizcándome los pezones y con un

dedo masajeándome el coño.

- Ediale - le dije -, necesito tu ayuda.


Quítate el taparrabos

Él se quedó inmóvil, y en su rostro

vi reflejado el miedo. En aquel momento

no supe a que se debía, aunque después

me enteré del motivo. Al parecer, mis

padres, conscientes de mi creciente

atracción por el sexo, habían dado

instrucciones a los esclavos con

respecto a mí. Debían satisfacer todas

mis necesidades de placer pero, bajo

ningún concepto, podían penetrar mi

coño. Eso se reservaba para una ocasión

especial. Supongo que el pobre nubio

pensaba que iba a pedirle que me

follara, y que se vería obligado a

rechazar mi petición y, por tanto, a ser el

blanco de mi ira. Sin embargo, obedeció

y se quedó completamente desnudo,

mostrando ante mí su enorme pene.

- Ediale, acércate. Quiero mamarte


esa fantástica polla.

Cuando oyó esto se relajó bastante, y

se acercó a la cama.

- Voy a ser claro contigo. Nunca he

chupado una verga. La tuya será la

primera, pero espero que haya muchas

más. Tú serás mi maestro, practicaré

contigo hasta que llegue a dominar

completamente este arte.

Le

observé

con

detenimiento.

Realmente era muy atractivo, y empecé a

calentarme sólo con mirarle. La visión

de su largo miembro me excitó

sobremanera, pero de una forma nueva

para mí, totalmente animal. No sabía que

era lo que tenía aquel pene, pero me

subyugaba poderosamente. Entonces


comprendí lo que me había dicho mi

madre. Al lado de aquel semental, yo me

sentía como una esclava. Ya no era más

el ama, yo sólo era un objeto que

deseaba dar placer a aquel espléndido

macho. Este único pensamiento hacía

que mi excitación creciera cada vez

más. No pudiendo resistirme, me

arrodillé delante de él y engullí su tremenda verga. La sensación fue

indescriptible. Me sentía poseída por

completo. Tener aquel erecto músculo en

mi boca me hizo estar a punto de

correrme nada más empezar.

Comencé entonces a lamerlo y

saborearlo. Lo cierto es que Ediale no

tuvo que darme muchas explicaciones.

Parecía que había nacido para chupar

vergas, y eso que aquella era una de las

más grandes que nunca he visto. Lamí,

succioné, me la recorrí arriba y abajo,


disfrutando

cada

momento

de

penetración. Al cabo de un rato, Ediale

me agarró la cabeza y empezó a

obligarme a tragar más cantidad y más

rápido. Casi me ahogaba con aquel

pedazo de carne, pero esa misma

sensación provocaba que mi excitación

aumentara más y más. Sin dejar de

mamar, empecé a pajear mi ya húmedo

coño, buscando mi propio placer. Poco

tiempo después, Ediale emitió un sordo

gemido y noté un tremendo chorro que

me inundaba la garganta. Otra vez estuve a punto de ahogarme, porque no


había

imaginado que fuera a soltar tal cantidad

de líquido. Pero no osé separar mi boca,

y empecé a saborear el delicioso semen

de aquel macho. No moví la cabeza de


su sitio hasta que estuve completamente

segura de que había tragado toda aquella

leche. Entonces, me eché hacia atrás y

continué mi paja hasta que tuve un

orgasmo completamente salvaje.

Después empecé a dar suaves

besitos a aquel músculo de felicidad que

tantas alegrías me daría en el futuro, y luego

me

despedí

de

Ediale

recordándole que repetiríamos aquellos

ejercicios en breve.

CAPÍTULO IV - El desvirgamiento Después mi primera experiencia

mamando, me aficioné rápidamente a

este placentero ejercicio. Al principio,

me conformaba con solicitar a Ediale

una vez por semana, mamarle la polla y

extraerle todo el semen. Pero pronto me


di cuenta de que no tenía suficiente, y que necesitaba una ración mayor de

leche masculina. El problema era que mi

macho

nubio

no

siempre

estaba

disponible, ya que era requerido para

satisfacer otras necesidades, así que

empecé a variar. Primero me dediqué a

mamar las pollas de otros nubios, y

después empecé con los esclavos

blancos, cuyas vergas no solían ser tan

grandes como la de Ediale, pero que

también me proporcionaban gran placer.

También descubrí que algunos de los

esclavos eran expertos lamedores de

coños, con lo que practiqué bastante la

posición en la que el hombre y la mujer

se dan placer oral mutuamente. Sin embargo,


seguía

prefiriendo

arrodillarme delante del macho y

sentirme como una ramera que se

humillaba

delante

de

aquellas

subyugadoras pollas.

Todos estos encuentros sexuales me

hacían

volverme

cada

día

más

ninfómana. Obtenía un placer inmenso,

pero cuanto más tiempo pasaba, más me

daba cuenta de que seguía faltándome

algo. El coño había pasado a ser mi

fuente principal de goce, pero, aparte de


la lengua y algunos dedos, nada más lo

había penetrado. Recordaba las veces en

las que otros miembros de la familia

habían juntado pollas y coños y el gran placer que habían obtenido. Me


sentía

un poco marginada en ese sentido, pero

durante un tiempo me conformé. Sin

embargo, fue el ver de nuevo un

encuentro sexual entre mi madre y mi

hermano lo que me hizo desear

irremisiblemente el ser penetrada.

Ocurrió en nuestra villa de campo.

Era un día caluroso, y lo cierto es que todos andábamos con poca ropa.
Estaba

dando un paseo sola por los jardines,

cuando

unos

gemidos

que

rápidamente reconocí como los de mi


hermano. Supuse que estaría dándose

placer así mismo o tal vez con alguna

esclava. Sin embargo, cuando llegué me

coloqué detrás de un seto y observé. En

efecto, mi hermano estaba allí, desnudo

y puesto en pie, pero era mi madre la

que le daba placer, arrodillada ante él y

chupándole la polla con ardor. Lo cierto

es que, esta vez, el espectáculo no me

enfadó, sino que me calentó, así que me

puse a pajearme allí mismo, con la idea

de correrme y luego marcharme.

Mi hermano se comportaba igual que

la última vez, dirigiendo toda clase de

improperios

contra

mi

madre

tratándola como a una prostituta. La


felación proseguía su curso con la

pasión habitual en mi madre pero, en un

momento dado, mi hermano sacó la

polla de la boca materna y le dijo:

- Quieta, zorra. Me estás calentando demasiado, y no quiero acabar aquí,

sino que mi semen debe chorrear por tu

coño. Vamos, ponte a cuatro patas.

Mi madre, completamente sumisa,

obedeció y puso su culo en pompa. En

aquel momento la verga de mi hermano

me pareció bastante grande, aunque

luego me di cuenta de que no era algo

exagerado. Allí estaba, tiesa y brillante gracias a la saliva que se le había

aplicado durante la mamada. Parecía

bastante apetitosa. Sin embargo, por

aquella época yo seguía odiando

completamente a mi hermano, así que

deseché cualquier pensamiento lascivo

con respecto a él.

En cuanto mi madre hubo cogido la


posición, mi hermano no se lo pensó dos

veces, y la empitonó con su gran polla, que se hundió por completo en


aquel

jugoso

coño.

Empezaron

con

movimientos rítmicos y al poco tiempo

los dos estaban jadeando. Mi hermano

proseguía con su cantinela:

- Ooohh, puta, vaya coño que tienes.

Es una delicia. Vamos, siente mi verga,

siente como te penetra sin descanso.

- Sí, mi amo - contestaba mi madre -,

la siento toda. Por favor, penétrame más

fuerte, dame toda tu carne.

- Sí, aquí la tienes. Tú eres mi yegua

y yo soy tu semental. Dentro de poco te

daré tu ración de semen.

Al cabo de un rato de movimientos e

improperios varios, noté que mi madre


se corría, ya que emitió el gemido y

puso el gesto que yo le había visto otras

veces. Un poco después, mi hermano se

vació.

- Ooohh, me descargo dentro de ti...

Toma mi semen, tómalo todo...

- Dámelo todo, macho mío, lo quiero

todo dentro...

Mi hermano dejó la polla dentro un

buen rato, y luego la sacó. Mi madre se

puso de rodillas y la lamió por

completo, para evitar que se perdiera

cualquier gota de aquel preciado

líquido. Entonces me di cuenta de que

mi hermano debía soltar una gran cantidad de leche, porque del coño de

mi madre salía un caudal de la viscosa

sustancia. Después, él se tumbó sobre la

hierba y mi madre se puso a su lado, con

la polla todavía dentro de la boca, y allí

se quedaron desnudos descansando. Yo,


que estaba muy caliente, terminé mi paja

y me corrí allí mismo, aunque de forma

silenciosa.

Tras ver esto, decidí que yo también

quería ser penetrada y poder gozar como

había gozado mi madre. La próxima vez

que solicitase a un esclavo su sexo, le pediría que me la metiera. Me decidí

por Homay, un joven cuya polla no era

muy grande, pero que era un auténtico

experto en darme placer. Sin embargo,

cuando pasamos de los preliminares y

lametones mutuos y le expliqué lo que

quería, me dijo, bastante asustado, que

no podía complacerme.

- ¿Por qué no? ¿Es que no me

deseas? Sé que los hombres obtenéis un

gran placer follando a una hembra. ¿No

soy todavía lo suficiente mujer para ti?

- Ama, me atraéis muchísimo, sois

una mujer con cuyo cuerpo sueña


cualquier hombre, pero tengo órdenes

estrictas de vuestros padres. El único

placer que no puedo daros es el de la

penetración.

- No lo entiendo. En esta casa todo

el mundo tiene derecho a follar, salvo

yo. ¿Qué sentido tiene eso que dices?

- Ama, vuestros padres os desean lo

mejor. Estoy seguro de que lo harán por

algún buen motivo.

No me convencía nada de lo que

Homay pudiera decirme, pero lo cierto

es que no tenía sentido seguir la

discusión. Así que continuamos nuestros

juegos y nos corrimos los dos, pero lo

cierto es que apenas disfruté ese

orgasmo. Volvían a corroerme las dudas.

Mi hermano podía penetrar a mi madre y

yo tenía que conformarme con juegos

orales.
Decidí que hablaría el tema. No con

mi padre, que todavía me imponía

demasiado respeto y que por aquel entonces no estaba con nosotros, pero sí

con mi madre, que había sido varias

veces mi compañera sexual. Pero sus

respuestas no fueron satisfactorias. Se

limitó a decirme que tuviera paciencia,

que pronto llegaría el momento y que

ella estaba segura de que sería muy

especial. Así que me quedé tal y como

estaba, sin saber cuándo podría tener un

goce completo del sexo.

Afortunadamente, esta situación no

duró demasiado, y la espera mereció la

pena. Un mes antes de que alcanzara la

mayoría de edad, mi padre llegó a casa

después de haber estado seis meses

fuera de Roma, ocupado en asuntos de

Estado que requerían su presencia en

provincias. En aquella época tenía


treinta y seis años, y estaba en pleno

esplendor

físico.

Yo

siempre

lo

recuerdo como un Marte encarnado en

figura humana, alto, de pecho musculoso

y unos brazos hercúleos. Sentía por él

una admiración que rayaba en la reverencia más absoluta, y lo cierto es

que

disfrutaba

mucho

los

pocos

momentos que podíamos pasar juntos.

El día en que alcanzaba la mayoría

de

edad,

los
sirvientes

llegaron

temprano. Me levanté y me llevaron al

baño, y allí recibí una agradable sesión de limpieza y masaje, que me hizo
estar

en plena forma. Suponía que aquello era

parte de algún preparativo para la fiesta

que imaginaba que tendría. Tras el baño,

entraron para vestirme, y me pusieron un

vestido que no había visto nunca, y que al

parecer

se

había

encargado

expresamente para la ocasión. Era una

túnica de tono pálido, que en la parte

superior recorría mi cuello y luego

bajaba tapando sólo mis pechos, mi

cintura y mis nalgas, dejando al

descubierto hombros, espalda, abdomen,

brazos y piernas. Me calzaron unas


sandalias

muy

finas

que

apenas

ocultaban mis delicados pies, y me

pidieron que esperara.

Al poco entro mi madre, que me observó con atención, dando el visto

bueno a todos los preparativos. Me dijo

que estaba preciosa y que hoy era un día

muy importante. Habría una fiesta para

mí y esperaba que la disfrutara al

máximo. Después me dio un suave beso

en los labios, me abrazó y me cogió de la mano, saliendo de la habitación.


Nos

encaminamos hacia una estancia que

nunca se solía abrir, y desde luego, no para nosotros. Sé que mis padres

organizaban allí algunas de sus fiestas

más importantes, pero nunca había

entrado en ella. Mi madre me acompañó

hasta la puerta, me dio un abrazo y me dijo que tenía que entrar yo sola.
Abrí la puerta y entré en una

amplísima

cálida

sala.

Estaba

decorada con tapices enormes que

cubrían la mayor parte de las paredes, y

todos ellos mostraban motivos eróticos.

Ninfas desnudas besándose, cópulas de

todo tipo, representaciones de orgías, en

fin, todo lo imaginable. Repartidos por

la habitación había distintos divanes, que ahora aparecían vacíos. También

había dos piscinas termales pequeñas,

en las que el agua entraba y salía y que

parecían

permanecer

perennemente

calientes. Una gran luz entraba por un

techo transparente, y en el centro había un gran diván, con fuentes de todos


los manjares imaginables a los lados, pero
ese diván no estaba vacío. Mi padre

yacía en él vestido sólo con una pequeña

toga que rodeaba sus genitales. Me hizo

una seña para que me acercara y me

tumbé junto a él.

Inmediatamente me abrazó y me dio

un largo y cálido beso, que todavía sigo

hoy

recordando

como

el

más

maravilloso de los que he recibido. Su

lengua entró muy dentro de mí, y nuestra

saliva se intercambió sin descanso,

hasta que fuimos sólo uno. Después, mi

padre me acarició los desnudos brazos y

me dijo:

- Hija mía, hoy llegas a la mayoría

de edad. Ya eres toda una mujer y como


tal te comportarás a partir de ahora. Has sido educada conforme a las
mejores

costumbres de la aristocracia romana.

En todo eso ya eres una mujer y sé que,

cuando

llegue

el

momento,

te

comportaras

como

una

orgullosa

matrona capaz de dirigir una casa y una

familia tan bien como lo ha hecho tu

madre.

Hizo una pausa y volvió a darme un

apasionado beso. Después continuó.

- Sólo me queda una cosa por darte,

y es el mayor regalo que puedo hacerte.

Hoy perderás tu virginidad, y serás una


mujer completa. Te fundirás conmigo

aquí y yaceremos juntos. Mi semen será

el primero que entre en tu vagina y así tu

padre, que te ha visto crecer, dará el

paso final para tu conversión en mujer.

Entonces lo comprendí todo. La

espera, el tiempo durante el cual, a

pesar de sentirme ya como mujer, no

había podido gozar por completo. ¡Era

mi padre quien iba a ser el primero en penetrarme! Ni en mis mayores


sueños

habría podido pensar en algo tan excepcional. Como ya he dicho, él era

hasta entonces para mí un dios

inalcanzable, y ahora le iba a ver como un hombre, el más maravilloso de


los

que había conocido, que le iba a

proporcionar a su hija el mayor placer

imaginable.

- A partir de ahora - prosiguió -,

olvídate de padre e hija. Piensa en mí

como en un hombre que quiere poseerte,


que desea gozar contigo y hacerte gozar.

Libera tu mente y deja que las

sensaciones de tu cuerpo dominen tus

actos.

No necesitó decírmelo dos veces.

Desde que había comprendido el regalo

que iba a recibir, la excitación se había

apoderado de mi cuerpo, y cuando

recibí el permiso paterno, me desinhibí

por completo. Ya no tenía frente a mí a mi padre, sino al más maravilloso de


los

hombres al que quería llenar de placer y

recibirlo todo de su cuerpo ardiente.

Así que, sin dudarlo, me lancé sobre

él y empecé a besar sus labios apasionadamente, mientras con una

mano le despojaba de la única prenda

que llevaba. Creo que él se sorprendió

al principio, y que tal vez pensaba que yo tendría más reticencias a la hora
de tener sexo con él, pero lo cierto es que mi ardor era incontenible, y mi
padre se

contagió rápidamente. Además, también


era un gran día para él, ya que yo era su

única hija y por fin había llegado el

momento en el que me iba a desvirgar.

En breves instantes despojé a mi

padre de la toga y, sin dejar de besarle,

toqué por primera vez su polla. En aquel

momento estaba flácida, pero prometía

mucho, y empecé a acariciarla con ardor

para llevarla al punto que los dos

deseábamos. Mi padre, por su parte,

empezó a quitar la parte superior de mi vestido, y sus manos rozaron por

primera vez mis pezones, que estaban

más duros a cada instante. Después,

separó sus labios de los míos y empezó

a lamerme las tetas. Yo creía morir de

placer mientras su lengua me recorría sin descanso. Abrazaba su hercúlea

espalda intentando abarcarla con mis

brazos y atraerle más hacía mí.

Después, empezó un recorrido hacia

abajo, llegando a mi ombligo mientras


sus fuertes manos me agarraban los

pechos. Ese fue el primer cambio que

noté. Hasta aquel momento, mi padre me

había tratado con toda delicadeza y

tacto, pero desde ese momento, yo ya

era un objeto de su deseo. Mis tetas

fueron estrujadas con crudeza, al borde

del dolor, mientras sus labios llegaban a

la entrada de mi coño y su lengua

empezaba a penetrarlo. Yo no paraba de

moverme, atraía su cabeza hacia mi

cueva y pedía que me lamiera más y

más.

- ¡No pares, no pares! ¡Hunde tu

lengua dentro de mí!

Mientras sus manos expertas no

paraban de acariciarme todo el cuerpo,

su trabajo en mi coño hacía que los

fluidos no pararan de salir. Nunca lo

había tenido tan húmedo como en ese momento. No pude resistir mucho
más y,
al cabo de unos instantes, entregué mi

orgasmo a mi padre, retorciéndome

entre gemidos de placer...

Tras este primer goce, decidí que el

siguiente sería con la polla de mi padre

dentro del coño. Me sorprendí a mí

misma tomando las riendas del sexo, y

mi padre, entre divertido y excitado, me

dejó hacer. Sin muchos preámbulos, cogí

su polla, ya bastante tiesa, y la engullí por completo. Tener aquel miembro


en

mi boca hizo que mi coño se empapara

aún más, y el notar como iba creciendo

aumentaba mi placer. Lamí una y otra

vez sin descanso el miembro paterno,

engulléndolo y sacándolo, lamiendo el

glande y acariciando con la punta de la lengua su diminuta abertura.


Mientras,

mi padre empujaba mi cabeza contra él,

aumentando el goce mutuo.

Al cabo de un rato, con mi coño


completamente húmedo y la polla de mi

padre totalmente tiesa y mojada por mi

saliva, decidí que había llegado el momento. Mi padre estaba tumbado, y

yo decidí sentarme sobre su miembro y

clavármelo por completo. Al principio,

masajeé su glande contra la entrada de

mi agujero y, poco a poco, me fue

penetrando. Rápidamente empecé a

sentir un fuerte dolor. Mi coño ya tenía un buen tamaño, pero la gran polla
que

se introducía en él era la primera que lo

atravesaba, y lo noté. Sin embargo, el

placer

también

se

incrementaba,

haciéndome sentir una curiosa mezcla de

sensaciones.

El

pene

continuó
penetrando, abriéndose paso hasta que, a

la mitad de camino, a mí me parecía que

era imposible que avanzase más.

En ese momento, mi padre empezó a

mostrarse más activo. Me atrajo hacia él

y empezó a besarme y a estrujarme las

tetas. Mis pezones se retorcían entre sus

dedos y parecía que el orgasmo me

rondaba de nuevo. Sin embargo, todo

era parte de una táctica. Cuando las

manos de mi padre empezaron a

acariciarme el culo, me sujetó con fuerza y su polla me penetró por

completo.

Solté un grito tremendo, que resonó

por toda la sala. El dolor fue terrorífico

y me retorcí en un espasmo. Cuando me

rehíce, comprendí que ya había sido

penetrada por completo y que mi coño

nunca volvería a ser el mismo. Había

sido desvirgada en aquel mismo


momento.

Una vez que pasó el dolor, el placer

fue abriéndose paso. Tenía aquel enorme

miembro dentro de mí, y había que

aprovecharlo. Empecé a subir y bajar,

sintiendo y disfrutando cada vez más

aquel maravilloso pene. Mi humedad iba

en aumento, y mi padre proseguía sus

caricias y tocamientos. Engulló una de

mis tetas y con su lengua hizo maravillas

en el pezón. Yo no pude aguantar más y

me corrí entre grandes jadeos, exhausta

de placer.

Cuando se calmó mi orgasmo, mi

padre sacó la polla y me echó hacia

atrás. Con brusquedad me dijo:

- Bien, zorra, ahora es mi turno. Eres

completamente mía, me perteneces. Es

hora de que recibas mi leche en tus

entrañas.
Comprendí que, a partir de aquel

instante, había dejado de ser su hija y había pasado a ser su puta. Yo era de
su

propiedad, y el semen que iba a dejar

dentro de mí iba a ser su marca. Mi coño

era suyo de por vida.

Me puso a cuatro patas, me agarró el

culo y, con un brutal empujón, me

introdujo completamente la polla en mi

chocho. El grito que pegué fue casi igual

que el de la primera vez.

- Vamos, guarra, muévete. Haz que

me corra, extráeme todo.

Empecé a mover el culo, y era

complicado en aquel momento, ya que el

dolor que sentía era brutal. La polla

estaba completamente dentro de mí, y mi

padre no permitía sacarla prácticamente

nada. Sin embargo, era yo quien tenía

que hacer que se corriera. Así que

empecé a utilizar mi vagina para arropar a aquel poderoso miembro que me


poseía, y poco a poco mi culo empezó a

moverse rítmicamente. Así estuvimos

durante un rato, y el placer empezó a

sobreponerse al dolor. Yo notaba que la

polla estaba cada vez más dura y gruesa

y poco después, oí un fuerte gemido de

mi padre y luego noté una oleada de

líquido dentro de mi coño. Mi padre me

había marcado con su semen.

Tras un breve descanso, mi padre

sacó el pene y lo metió en mi boca.

- Vamos, traga y no lo desperdicies.

Así lo hice, y no dejé ni una gota. Al

mismo tiempo, noté que la leche de mi

padre empezaba a gotear por entre mis

piernas. Hasta ese momento no había

sido consciente de la cantidad de

líquido que tenía dentro. Mi padre tomó

una copa y la puso debajo de mi chocho,

para que recogiera todo lo que caía.


- Métete los dedos y extrae todo lo

que puedas - me dijo.

Y así empecé a hurgar en mi vagina

para ir recuperando todo el preciado líquido. Al cabo de un rato, no quedaba

nada y la copa estaba llena por la mitad.

- Bébetelo.

Cogí la copa y me la llevé a los

labios, y empecé a tragar, saboreando el

delicioso esperma con el que mi padre

me había obsequiado.

- Bien, hija - me dijo cuando acabé -

ya eres una mujer completa. A partir de

ahora darás y sentirás placer de la forma

que desees o se te solicite. Mientras

permanezcas bajo mi techo, serás mi

esclava sexual y harás todo lo que te

ordené. Tu coño es mío y tu boca debe

servir a mi polla siempre que te lo

indique.

- Sí, padre - asentí - tú eres el amo y


señor de mi cuerpo.

Entonces me abrazó con fuerza.

Después, compartimos un baño y

volvimos al sexo de nuevo. Aquel día

volvimos a follar otras tres veces y

siempre acabé devorando el semen.

Finalmente, mi padre se tumbó en la

cama y yo lo hice junto a él, recostando mi cabeza junto a sus genitales y


con su

polla en mi boca. Así dormimos los dos

aquella noche.

CAPÍTULO V - Probando nuevos amantes

A partir de aquel día, el sexo pasó a

ser el primer plano de mi vida. Mi coño

ya estaba a pleno rendimiento, listo para

recibir todos los placeres inimaginables.

Durante la primera semana después

del desvirgamiento, mi padre me

prohibió tener relaciones con nadie más.

Aquellos días yo era sólo para él. Ya

tendría tiempo de correr tras todas las


pollas que quisiera. A cambio, su semen

sólo sería mío. Mi padre sólo se

correría en mi chocho, en mi boca o

sobre cualquier parte de mi cuerpo.

Disfruté, experimenté y gocé con él una

y otra vez. Fue mi primer aprendizaje en

el arte de dar placer a un hombre con mi

agujero y para el final de la semana no diré que era una experta, pero estaba

claro que prometía mucho.

Mi padre me follaba unas tres o

cuatro veces por día, lo que a mí me

suponía

cinco

seis

orgasmos,

aproximadamente.

Por

las

noches
terminaba agotada, pero el placer había

merecido la pena. Llegaba al baño

nocturno envuelta en semen, sintiéndome

como una perra tremendamente dichosa.

Sin embargo, echaba mucho de

menos a mi madre. Hasta ese momento,

había sido mi mejor compañera de sexo,

y ella me faltaba para completar el

placer. Así que, el primer día tras la

semana de aprendizaje, no me separé de

ella ni un momento. Me abracé a su

cuerpo, chupé sus deliciosas tetas y lamí

su maravilloso coño sin descanso,

mientras

ella

me

correspondía

igualmente. Tras un día exclusivo de

placer

femenino,
nos

dormimos

abrazadas.

A partir de aquel día empecé a

experimentar el sexo con mayor libertad.

Los esclavos ya tenían conocimiento de

mi desvirgamiento, así que podía follar

con ellos libremente. Aun así, durante

unos días me limité al sexo con mujeres,

ya que mi coño todavía estaba dolorido de la polla de mi padre y los


incontables

polvos que habíamos echado. Mi vagina

se había dilatado mucho durante esos

días, pero todavía estaba bastante lejos

de la que llegaría a ser, así que decidí que empezaría mis experiencias con

esclavos cuyo pene fuera de un tamaño

más normal.

Evidentemente, mi primera elección

fue Homay. Descubrí que el muchacho

deseaba hacerlo conmigo mucho más de

lo que yo me imaginaba. Creo que debía


estar enamorado de mí o algo parecido.

Fue tremendamente tierno y suave

conmigo, y yo lo disfruté, pero descubrí

que era demasiado blando para mí. Tras

el encuentro con mi padre, me di cuenta

de que lo que realmente me excitaba era

el sexo salvaje. Ser tratada como una

puta, ser el objeto del macho era

primordial para poder disfrutar al

máximo. Así que, tras los primeros

polvos, decidí que sólo recurriría a

Homay

para

cuando

necesitase

descansos, con gran dolor de su corazón.

Una tarde, después de haber estado

con Homay y mientras me bañaba sola,

mi hermano apareció por sorpresa.

- ¿Qué haces? - le grité indignada. -


Márchate ahora mismo. Estoy en mitad

de mi baño.

Él no dijo nada por un momento,

pero se puso a mirar mi cuerpo desnudo,

claramente visible a través del agua

cristalina. En sus ojos se reflejaba una tremenda lascivia. Al cabo de un


rato,

habló.

- Vaya, hermanita. Lo cierto es que

ya has dejado de ser esa niñata estúpida.

Tienes un cuerpo realmente apetecible.

Tus tetas han crecido mucho desde la

última vez que me fijé en ellas. Ya estás

cerca de ser una mujer.

- Soy infinitamente más mujer de lo

que tú nunca llegarás a ser como hombre

- le dije altiva.

- Vaya, y además con mucho genio.

Serás toda una yegua para domar. He

oído que padre te ha desvirgado ya.

Pronto probarás también mi polla.


Al oír aquello me encendí de cólera.

- ¿Tu polla? ¿Te has vuelto loco?

Jamás me poseerás, tenlo bien claro -

Me levanté, desafiante y me agarré con

fuerza mis tetas - ¿Las ves? Nunca

podrás tocarlas ni chuparlas.

Salí de la bañera y me apoyé en el

borde. Abrí mis piernas de par en par y

me introduje un dedo en mi vagina. Mi

hermano estaba cada vez más enfadado y

excitado.

- ¿Ves este coño? - le dije. - Nunca

lo vas a penetrar. No es para ti y nunca

lo será.

Por un momento pensé que había ido

muy lejos y que se lanzaría sobré mí

para golpearme. Pero, si tuvo la

intención, se contuvo. Al cabo de unos

instantes, se echó a reír.

- Ten cuidado, hermanita - me dijo


sarcástico. - Eres toda una provocadora

y sabes usar tus armas. Pero ten clara

una cosa. Un día serás mía, y no tardará

mucho en llegar.

Dicho esto, se marchó, y yo volví a

mi baño, sintiéndome tremendamente

realizada. Había conseguido una gran

victoria sobre mi hermano. Mis armas

de mujer me daban una ventaja de la que

hasta entonces no había disfrutado.

Durante aquella época empecé a

copular con la mayoría de esclavos de

la casa. Normalmente me llevaba a

alguno a mi habitación todas las noches,

y terminaba corriéndose en mi coño o en

mi boca. Empecé con aquellos cuyas

pollas eran de menor tamaño, ya que no

quería forzar demasiado mi agujero.

Entre aquellos primeros machos que me

hicieron
compañía,

recuerdo

especialmente a un germano llamado

Kian. Su pene era de tamaño medio,

pero cumplía dos condiciones que para

mí eran esenciales. La primera era que

soltaba una gran cantidad de semen, y la

segunda es que era un completo salvaje.

No tenía ningún tipo de modales y su

orgullo le impedía considerarse a sí mismo un esclavo. Mi padre lo compró

originalmente

para

convertirlo

en

gladiador, pero una herida inoportuna le

impidió lograrlo. En aquella época era

el protector de la familia, una especie de

guardaespaldas. Jamás le oí decir ama o

amo a nadie, ni siquiera a mi padre,

pero se lo consentían ya que era muy


bueno en su trabajo.

Desde la primera noche que vino a

mi cama dejó muy clara su posición.

- Vaya, así que la joven niña ya se ha

convertido en mujer - me dijo

- Acércate, esclavo, y dame placer -

le dije orgullosa.

Al oír esto se encendió y se acercó a

donde

yo

estaba,

agarrándome

violentamente del pelo y echando mi

cabeza hacia atrás.

- Que te quede esto bien claro, zorra.

Yo no soy el esclavo de nadie. Si vengo

aquí esta noche es porque me atrae tu

cuerpo de ramera - Con un rápido

movimiento se quitó el calzón que

llevaba,
quedándose

desnudo

empujando su polla hacia mi boca. -

Engúllela, puta. Ponla a tono y, después,

recibirás tu merecido.

Eso era lo que yo buscaba. Un macho

dominante, alguien que no tuviera

complejos para tratarme como a su

esclava sexual. Ardientemente me tragué

aquel pene y empecé a usar mis artes en

la mamada. Poco a poco, el miembro

empezó a crecer en mi boca, mientras

Kian continuaba sujetando fuerte mi

cabeza

para

impedir

cualquier

movimiento por mi parte para escapar.

Pero nada más lejos de mi pensamiento,


lo único que quería era que aquel pene

espléndido alcanzara el tamaño perfecto

para penetrarme.

Mis lametones surtieron efecto y, al

cabo de un rato, el germano extrajo su

miembro de mi boca, me desnudó

bruscamente y se dispuso a follarme.

- Ponte a cuatro patas - me dijo. -

Quiero follarte como la perra en celo

que eres.

- Sí, mi amo - dije dócilmente.

Adopté la postura que me pedía y

sentí que me penetraba con violencia,

atrayendo mi culo hacia él. Empezó un

movimiento salvaje, sin descanso, y yo

cada vez notaba más dentro su erecto

pene. Mi coño cada vez estaba más

mojado y cuanto más bruto era él, más

caliente me ponía yo.

- Oh, qué coño tienes, puta. Creo que


te voy a utilizar muy a menudo para

calmar mis ardores.

- Sigue, macho mío, no pares de

follarme.

El movimiento continuó durante un

buen rato, dándome tiempo a disfrutar un

prolongado orgasmo. Finalmente, Kian

se vació dentro de mí dando un agudo

gemido. A continuación, sacó la polla de

mi interior y me la puso en la boca.

- Límpiala - me dijo. - Que quede

bien brillante.

No me hice de rogar y lamí aquel

pene hasta que engullí cualquier resto de

semen que pudiera quedar. Por último, el

germano se vistió de nuevo y me miró con ojos viciosos.

- Volveré, ramera.

Y con esa dulce promesa se marchó.

El germano se convirtió en uno de

mis amantes habituales. Sin embargo, no


era el único. Poco a poco, empecé a

follar con nuevos esclavos. A medida

que mi coño se dilataba, empecé a

preferir a los nubios, cuyos grandes

penes me proporcionaban más placer.

Ediale fue otro de mis amantes fijos,

aunque tengo que reconocer que mi

chocho tardó en ser lo suficientemente

amplio como para que me pudiera meter

entera su monstruosa polla.

Durante

esta

época,

se

fue

desarrollando mi adicción al semen. Ya

no podía pasar un día sin beber el

delicioso

elixir,

pero
esto

me

ocasionaba problemas, ya que la

mayoría de mis amantes se corrían en mi

coño, con la consiguiente pérdida del

precioso líquido. Para remediarlo,

empecé a traerme a dos esclavos la mayoría de las veces. Así, mientras uno

de ellos me follaba por el coño, yo

devoraba el miembro del otro hasta que

se corría de placer, saciando de esta

forma mi lujuriosa sed. Además, el

semen de un macho caliente siempre

sabe mejor cuando otro está follando tu

coño.

Poco a poco, empecé a ser una

experta tanto en dar como en recibir

placer. El problema era que, cuanto más

aprendía, más quería, y mis necesidades

sexuales eran cada vez mayores.

CAPÍTULO VI - Presentación en sociedad


Pasado un tiempo, llegó el momento

de mostrarme como mujer romana de

pleno derecho. Mis padres celebraban

una fiesta para unos amigos, la mayoría

personas de noble cuna y elevados

puestos, y yo sería el centro de atención.

Mi hermano no asistiría, ya que en

aquellos días se encontraba fuera de la

ciudad.

Llegó la gran noche. Me cubrieron

con ricas vestimentas, eso sí, bastante

transparentes,

así,

enjoyada

acicalada me presenté a los invitados.

- Estimados y nobles amigos - dijo

mi madre que actuaba como anfitriona -

os presento a mi hija Danae. Muchos ya


la conocéis como niña, pero a partir de hoy ya es una auténtica mujer
romana,

con todos los derechos y obligaciones

que eso conlleva.

A continuación, mi madre me fue

presentando a todos los invitados.

Habría unos veinte, entre maridos y sus

esposas. Había tres senadores y el resto

eran importantes patricios con cargos

diversos. Fui besando uno a uno en los

labios a todos, hombres y mujeres. Me

causó especial sensación el senador

Tulio que, según supe después, era la

persona principal en la fiesta. Había

sido cónsul hacía apenas dos años, y

tenía una gran influencia en Roma. Era

un hombre de unos cuarenta y cinco

años, alto y fuerte y con actitud

dominadora. Cuando me lo presentaron,

me cogió con tal fuerza y me besó de

forma tan prolongada, que me dio una


tremenda sensación de lascivia y

posesión. Parecía un personaje capaz de

tomar todo por su propio derecho.

Una

vez

que

terminaron

las

presentaciones, mi madre me despojó de

las ricas vestimentas, quedando sólo con

un collar, un cinturón dorado y dos

pulseras en mis tobillos. De esta forma

me tumbé en un diván al lado de mis

padres. Noté que todas las miradas se fijaban en mí, estudiando ávidamente
mi

cuerpo. La lascivia de todos los

presentes empezó a excitarme, al mismo

tiempo que mi nerviosismo aumentaba.

Lo cierto es que no sabía que es lo que

tenía que hacer ni en qué consistiría todo

el ceremonial que me esperaba, ya que


mis padres no me habían comentado

nada.

Los esclavos empezaron a servir

vino, y los invitados comenzaron a

hablar entre ellos, creando un murmullo

que se extendía por toda la sala. Pronto

empezaron a mezclarse y a intercambiar

besos y caricias. Al poco tiempo, la

comida hizo acto de aparición. Yo no

podía tocarla, era sólo para el resto,

pero lo cierto es que en aquel momento

no habría podido tomar nada aunque se

me hubiera permitido.

Mientras entraban los platos, los

esclavos introdujeron un mueble que yo

no había visto hasta entonces. Era una

especie

de

cama,

grande
y

completamente redonda, cubierta de hermosas telas. Mi madre se puso en


pie

y habló a todo el mundo.

Queridos

amigos,

mientras

disfrutáis de la comida, empezaremos

con el ritual. Danae, ven aquí, por favor.

Obedecí y me acerqué a la cama del

centro de la sala. Los esclavos me

tumbaron sobre ella y sacaron unas

cadenas que ataron a mis muñecas y

tobillos, de tal manera que no podía

salirme de aquel extraño mueble, pero

me

dejaba

bastante

libertad

de
movimiento.

- A partir de ahora - continuó mi

madre -, el cuerpo de mi hija queda a

vuestra completa disposición. Ella hará

y se dejará hacer cualquier cosa que le pidáis. Tratadla como vuestra


esclava y

no dejéis de probar ninguno de sus

placeres. Ahora pediría al senador

Pontius y a su encantadora esposa Sexta

que hagan los honores y comiencen la

ceremonia.

Yo

me

sentía

tremendamente

nerviosa. Iba a proporcionar placer a muchas personas principales aquella

noche. Sabía que, de lo bien que lo

pudiera hacer dependería mi futuro

como romana, pero lo cierto es que no

tenía la certeza de si estaría la altura.

Pontius y su esposa se acercaron a


mí. Ambos pasaban de la cincuentena.

Ella era una mujer bastante gorda, con

unas tetas y un culo de grandes

dimensiones. Se desnudó por completo y

puso su coño ante mi cara.

- Lámeme el chocho - me dijo y

pajea a mi marido para que pueda

penetrarte.

La visión que se ofrecía ante mí era

la de un agujero descomunal. No sabía

cómo iba a poder dar placer a aquella

monstruosidad. Sin embargo, decidí

liberarme de mis temores y actuar de

forma natural. Empecé a besar los labios

vaginales de Sexta y poco a poco me fui

animando a soltar mi lengua. Mientras

tanto, noté que en mi encadenada mano

derecha se posaba una masa de carne.

Por el rabillo del ojo, que era con lo único que me permitía ver aquella

enorme mujer que tenía encima, vi que


el senador se había desnudado y me

había colocado su pene en la mano para

que le pajeara. Era el momento de

demostrar que podía dar los dos

placeres a la vez, así que no me dejé

intimidar y, sin dejar de trabajar en la vagina de Sexta, agarré con fuerza el

miembro de su marido y empecé a

magreárselo. Las muchas horas de

práctica que llevaba en esto me hicieron

ganar en confianza, y pronto noté que se

iba poniendo muy dura. Al cabo de unos

minutos, Pontius se liberó de mi mano,

me abrió de piernas y me penetró sin

contemplaciones.

Tuve que contenerme para no dar un

grito. Yo no estaba todavía muy húmeda

debido a los nervios, y mi chocho no

estaba tan dilatado como solía, así que

sentí tremendamente aquella polla

dentro de mí. Sin embargo, conseguí


relajarme y dejé que mis músculos

vaginales empezaran a actuar de forma natural. Mientras, Pontius agarró


uno de

los enormes pechos de su mujer y

empezó a lamerlos sin descanso. Yo noté

que mi libido iba en aumento, que mis

nervios se diluían y que mi excitación

sexual me dominaba cada vez más. Por

fin empezaba a ser yo misma, y comencé

a disfrutar de la fiesta.

Este cambio de estado lo debieron

notar mis compañeros de cama, ya que,

al poco tiempo, Sexta soltó un gemido y

noté que sus fluidos aumentaban de

golpe mientras se corría y movía su

enorme culo sobre mí. Había conseguido

obtener su orgasmo, y eso me relajó aún

más. Ella se echó a un lado y puso su coño junto a mi mano para que se lo

acariciara mientras observaba como su

marido continuaba empujando sobre mí,

cada vez con más violencia. Unos


minutos después sentí un baño de semen

dentro de mí, mientras el senador se

dejaba caer sobre mi cuerpo y me

besaba las tetas y la boca.

Tras esta primera actuación pude echar un vistazo al resto de la sala. La


mayoría de los comensales estaban

también dedicados al sexo. Veía muchos

magreos y mamadas, besos y alguna

penetración. Observé especialmente a

Tulio. No se había movido de su sitio y

degustaba una copa de vino mientras una

venerable matrona, que tendría más de

sesenta años, le realizaba una mamada a

su enorme polla. Vi que los ojos del

senador estaban fijos en mí, y al mismo

tiempo me sentí subyugada por aquel

miembro que, tarde o temprano, me iba a

poseer. Comprendí que Tulio me había

encontrado especialmente atractiva y

que,

aparte
de

aquella

noche,

seguramente me visitaría bastante en un

futuro. Era un individuo que te poseía

sólo con la mirada, y me rendí a sus pies

desde el primer momento.

Durante unos minutos nadie me

prestó atención. Yo permanecía atada en

la cama en el centro de la sala.

Comprendía que durante aquella noche

yo era un juguete, un objeto decorativo del que todos harían uso en un


momento

u otro. Poco después se acercó una

joven patricia, que no pasaría de los

veinticinco años. Directamente abrió

mis piernas e introdujo su lengua en mi coño. Me di cuenta de que lo que

buscaba eran los restos de semen que me

había dejado Pontius, y los recogió con

tanto ahínco que me arrancó el primer

orgasmo de aquella larga noche.


Poco a poco, todos los invitados

fueron pasando por mi cuerpo. Todos

los

hombres,

excepto

Tulio,

me

penetraron el coño y se corrieron en él.

Algunos también me exigieron mamadas,

pero en ningún momento me dejaron

extraer en mi boca el precioso néctar. El

único semen que probé aquella noche

fue aquel que venía en los coños de las patricias que habían sido
previamente

folladas. Casi todas ellas me hicieron

que las lamiera el chumino y las tetas.

Alguna se puso un extraño cinturón con

un gran cilindro y me penetró como si

fuera un hombre. Otras me exigieron que les lamiera los pies, una actividad
que

descubrí que me gustaba mucho.


Finalmente, mis padres y el senador

Tulio se acercaron, acompañados de

algunos esclavos. Estos me desataron

sólo para colocarme boca abajo,

apoyando los pechos sobre un gran

almohadón que me dejaba a cuatro

patas. Volvieron a atarme de nuevo, y

supuse que sería el momento en el que

Tulio me penetraría. Sin embargo, lo que

ocurrió fue que mi padre me puso la

polla en la boca para que se la mamara.

Mientras tanto, Tulio se puso junto a mi

padre y mi madre se arrodilló ante él,

empezando a chupar su impresionante

verga. Yo empecé a lamer el miembro

que tenía en la boca, pero mientras tanto

observaba como mi madre realizaba sus

tareas. En ese momento me di cuenta de

una cosa. Había un cambio en mi madre.

No era como otras veces, cuando se


comportaba como una perra con los

esclavos o con mi hermano. En todas

esas

ocasiones,

siempre

había

mantenido un aurea de grandeza. Sin

embargo, mientras mamama la polla de

Tulio, su expresión era de una sumisión

total, como la de un animal que intenta hacer zalamería a su amo para ganar
su

favor. Entonces comprendí que mi madre

se sentía realmente como la esclava de

aquel hombre, no sólo sexualmente

hablando, sino también en cualquier otro

aspecto. El poderío de aquel macho iba

más allá de la posesión carnal. Él era el

dueño de mi madre, mucho más que mi

padre,

que

a
su

lado

parecía

empequeñecido.

Las mamadas continuaron a la vez y

las pollas crecieron espectacularmente.

En un momento dado, Tulio sacó su

polla de la boca de mi madre, y mi

padre hizo lo mismo. Los tres se

colocaron detrás de mí, mientras los

esclavos preparaban un diván justo

delante mía. Entonces noté que una

lengua empezaba a chupar mi ano. Me

volví y me di cuenta de que era mi

madre, que lamía con fruición mi agujero mientras magreaba las pollas de

mi padre y de Tulio, una con cada mano.

Empecé a gozar con esta nueva

experiencia, y notaba que mi madre se

aplicaba especialmente con su lengua,

mucho más que cuando me daba placer


con el coño. Así seguimos un rato, y ya me veía próximo a correrme cuando

paró. Mi madre se colocó a cuatro patas

en el diván colocado por los esclavos

frente a mí. Me miró y besó con fuerza.

Mi padre se puso detrás de ella y la

agarró por el culo. Yo noté al mismo

tiempo que unas manos agarraban el

mío. Mi madre me besó con más fuerza

aún, y entonces noté un dolor brutal que

me hizo gritar y llorar. Mi ano se estaba

abriendo de par en par. Comprendí que

Tulio estaba taladrando mi culo con

todas sus fuerzas, sin delicadezas de

ningún tipo. Sólo la experta labor que

había hecho mi madre lamiéndome

previamente impidió que me desmayara

allí mismo. Mientras, ella estaba siendo

penetrada por el culo por mi padre, pero no dejaba de besarme para intentar

calmar mis sollozos. Comprendí que era

la prueba máxima, así que intenté


volcarme en el beso con mi madre y

olvidarme de aquel monstruoso miembro

que me atravesaba por completo. Poco a

poco, conseguí que el dolor se fuera

suavizando, aunque no desapareció en

ningún momento, ya que aquella polla

seguía creciendo en mi interior, y Tulio me atraía contra él cada vez con


más

fuerza.

Durante

muchos

minutos

proseguimos así, hasta que mi padre

terminó corriéndose dentro de mi madre.

Al poco rato, Tulio descargó una gran

cantidad de semen en mi interior, al

tiempo que exhalaba un fuerte gemido.

Observé a mi madre y vi que, en ese

momento empezó a llorar. Sólo unas

pequeñas lágrimas que le caían de los

ojos, pero que reflejaban una tristeza


inmensa.

Entonces lo comprendí todo. Ella

estaba completamente enamorada de

Tulio. Según supe después, había sido su favorita durante bastantes años.
Sin

embargo, con aquel simbólico gesto, el

senador había suplantado a mi madre y

yo era la sustituta elegida para ello. Mi madre sentía aquella pérdida de


forma

brutal, y el dolor la recorría. Nunca más

sería la única posesión de Tulio, y tenía

que resignarse a ser una más entre las

matronas que le darían placer. Yo

ocupaba su lugar como favorita.

Comprendiéndolo todo, la besé con

fuerza para enjugar las lágrimas que le

caían y devolverle todo lo que me había

dado hasta entonces.

Tras este momento culminante, la

orgía continuó algún tiempo más. A mí

me dejaron atada a cuatro patas, y


algunos invitados volvieron a follarme,

ahora ya por el coño. Mi culo fue

respetado durante el resto de la noche, y

los invitados se conformaron con la

penetración vaginal. Otros llegaban y,

simplemente, hacían que alguna matrona

les masturbara, lanzando su semen sobre

mi espalda en el momento de correrse.

Finalmente, el ambiente fue decayendo y

la mayoría de los invitados se tumbó a

dormir en los divanes. Tulio y su esposa

fueron los únicos en marcharse, pero los

demás pasaron la noche allí. Yo, agotada

y llena de semen como estaba, me dormí

sobre el almohadón. Por tres veces me

desperté por la noche y me di cuenta de

que estaba siendo penetrada. Supuse que

algún patricio se había despertado con

una erección y decidió apagarla en mi

coño, pero yo estaba demasiado cansada


como para colaborar, así que les dejé

hacer hasta que eyacularon en mi chocho

o sobre mi cuerpo. Finalmente, conseguí

dormirme hasta la mañana siguiente.

Cuando desperté, todos los invitados

se habían ido ya. Los esclavos vinieron,

me desataron y me dieron un baño

relajante. Durante el mismo pensé en los

acontecimientos de la noche anterior. De

vez en cuando me daba cuenta del

terrible dolor que asolaba mi culo, y

recordaba

al

hombre

que

había

desvirgado ese agujero. Lo cierto es que ya me había subyugado desde el


primer

momento. Comprendía a mi madre y sus

sentimientos. Aquel macho te poseía

desde el primer momento, y ser su


favorita era lo máximo a lo que podía

aspirar una patricia romana. No sabía si

llegaría a enamorarme de él, como

sospechaba que había hecho mi madre,

pero no cabía duda de que cualquier

orden que me diera, sería cumplida de

inmediato.

CAPÍTULO VII - Las cuadras

Tras la orgía estuve una semana sin

tener ningún contacto sexual. Ni siquiera

me masturbé. Fue uno de los mayores

periodos de abstinencia que he tenido

nunca desde que mi padre me desvirgó.

Lo cierto es que había acabado exhausta,

y el dolor de mi culo seguía siendo muy

fuerte, al igual que el recuerdo de Tulio

y su miembro. Por tanto, pasé unos días

de descanso para recuperar fuerzas. Sin

embargo, mi libido no tardó en volver a

aparecer. Al poco tiempo ya estaba


masturbándome otra vez, y pronto volví

a mi ración diaria de semen. De nuevo

empecé a solicitar las pollas de los

esclavos en mi coño, y volví a gozar del

cuerpo de mi madre. De hecho,

empezamos a dormir juntas muy a

menudo. Creo que las dos sentíamos que

compartíamos desde entonces algo muy

íntimo.

La orgía me había servido para

descubrir un nuevo orificio de placer, aunque la primera vez únicamente me

había producido un dolor atroz. Sin

embargo, quince días después de que mi

ano fuera desvirgado, mi padre lo

reclamó para sí. Esta vez, en cambio, me

penetró con mucha suavidad. Quería que

lo gozara y sabía que necesitaba hacerlo

poco a poco. Me folló el culo despacio

y rítmicamente, y lo disfruté mucho,

aunque no llegué al orgasmo. Pero a


partir de aquella primera vez mi padre

estuvo un mes enculándome todos los

días, y para el final de la segunda

semana ya empecé a tener orgasmos sólo

con la penetración anal.

Tras este periodo, todo mi cuerpo

estaba definitivamente preparado para el

placer, y empecé a disfrutar de todos los

agujeros de mi cuerpo. Continué con mis

rutinas diarias de polvos y mamadas.

Pronto no quedó ni un sólo habitante de

la casa con el que no hubiera disfrutado,

a excepción, por supuesto, de mi

hermano,

que

seguía

lanzándome

miradas libidinosas pero sin hacer nada más.

Un nuevo componente vino a

añadirse poco después. Mi vagina se


había dilatado de tal forma que le cabía

cualquier polla humana. Mi ano iba por

el mismo camino, ya tenía previsto pedir

a Ediale que me diera por el culo de un

momento a otro. Mi boca había hecho

tantas mamadas que ya era una auténtica

experta en la felación. Y el semen se

había convertido en un ingrediente

indispensable de mi dieta.

Un día, iba dando un paseo hacia las

cuadras. Mi padre acababa de traer un

espectacular semental que le había

regalado un gobernador amigo suyo. Los

caballos siempre han sido una debilidad

para mí. Mi padre me enseñó a montar

siendo muy joven, cosa no muy corriente

para una aristócrata romana. Él se

resistió un poco, pero mi cabezonería

pudo con él y poco a poco me convertí

en una experta amazona. Por tanto,


cuando oí hablar de ese nuevo semental, me apresuré a acercarme a verlo.

Cuando estaba llegando a la cuadra,

empecé a oír gemidos agudos. Supuse

que dos esclavos estarían dándose

placer allí. Mi padre no les permitía

practicar sexo en casa, salvo que fuera a

requerimiento de un miembro de la

familia, así que se buscaban otros sitios

para ello. Me acerqué con disimulo,

quería mirar, pero no que me vieran. La

sorpresa fue mayúscula cuando me

encontré a mi madre, atada en la cuadra,

cubierta de semen y siendo empalada

por uno de los esclavos, mientras otro

esperaba su turno. El macho que la

follaba la lanzaba toda clase de

improperios, y ella se comportaba como

si fuera la esclava.

Tras un rato de cópula, el esclavo

sacó su pene y se corrió sobre mi madre.


Estaba claro que no era el primero del

día, puesto que ella tenía semen por todo

el cuerpo. El macho se fue y el que

esperaba ocupó su puesto, repitiendo el

mismo ritual: improperios, follada salvaje y corrida sobre el cuerpo de mi

madre.

Ella seguía atada, tumbada sobre la

paja y recubierta de leche. Al cabo de

un tiempo apareció otra esclava. Iba

completamente

desnuda

y,

sin

contemplaciones, fue hacia mi madre y

le puso su sexo en la boca.

- ¡Cómeme el coño, cerda! – le

espetó.

Mi madre obedeció la orden y se

puso a lamer con dedicación. Era una

auténtica experta, como yo bien sabía.


Así que su lengua y sus labios no

tardaron en hacer que la otra mujer se

corriera entre grandes gritos de placer.

Sin apenas descanso, otro esclavo

apareció con las intenciones de los

anteriores. Mi madre le chupó la verga

y, cuando la tuvo dura, el macho la

penetró, esta vez por el culo.

Decidí marcharme, no fuera que

alguien me descubriera. Estuve dando un

paseo mientras meditaba. Ver a mi

madre así me había causado gran impresión. No tanto como cuando la

sorprendí con mi hermano, pero no

recordaba verla jamás así, tan sumisa

con los esclavos. No me sorprendía el

hecho en sí, ya que yo misma me había

subyugado ante otros de nuestros

sirvientes. Pero la diferencia era que,

aquel día, parecía como si mi madre

hubiera ocupado el papel de esclava de


todos nuestros criados. Me pregunté qué

opinaría mi padre de aquello. No sé si

realmente le gustaría. Recordé que no

estaba por entonces en casa, quizá ella

lo hubiera planificado así a propósito.

Cuando me fui a la cama, me di

cuenta de que mi madre aún no había

aparecido. Di vueltas durante un par de

horas, pero era incapaz de conciliar el

sueño. Me levanté y me dirigí de nuevo

hacia las cuadras. Vi que mi madre

seguía allí, sentada, completamente

recubierta de semen, durmiendo. Me

quedé un rato observándola, pero pronto

apareció otro esclavo, aunque hoy

parecía el amo.

- ¡Despierta, puta! – le gritó.

Mi madre se despertó de golpe.

- Chupa, ahora mismo, zorra

- Sí, mi amo – contestó mi madre,


sumisa.

Se puso a mamar de nuevo. Se la

veía cansada, pero a la vez disfrutando.

El esclavo se debía haber despertado

con una erección nocturna, porque ni se

molestó en penetrarla. Cuando estaba a

punto de correrse, le sacó la polla de la

boca y regó el cuerpo de mi madre con

su semen. Después se marchó, y mi

madre se volvió a dormir.

Yo me volví a la cama, pensativa.

Finalmente, el cansancio me venció y

pude descansar, pero recuerdo que soñé

que yo también era esclavizada de esa

manera. No recuerdo si lo consideré un

sueño o una pesadilla.

Al día siguiente, cuando me levanté,

comí algo y después fui a buscar a mi

madre. Me la encontré preparándose

para darse un baño reparador. Estaba


completamente cubierta de semen, y era una imagen excitante. Las esclavas
que

le servían eran todo sumisión, ni rastro de la prepotencia del día anterior.


¡Qué cosa tan extraña, el sexo! Era increíble cómo podía cambiar
temporalmente

nuestros papeles, convertir al amo en

esclavo y viceversa. Supuse en aquel

momento, y el tiempo me confirmó, que

las fantasías son una de las armas más

poderosas de nuestra mente, sobre todo

cuando puedes convertirlas en realidad.

Me dirigí al baño y le pregunté a mi

madre:

- Mamá, ¿podemos hablar a solas?

- Por supuesto, hija – me contestó. –

Marchaos todas – ordenó.

Cuando se hubieron ido, continué:

- Mamá, ayer te vi en las cuadras, y

no sé qué sentir o pensar al respecto.

Nunca te había visto humillarte de esa

forma con los esclavos. A veces yo me


dejo someter por alguno de ellos, pero

lo de ayer me sorprendió.

Ella suspiró y, con su habitual tono

pedagógico, me explicó los motivos de aquello

- Hija, comprendo que estas cosas te

sorprendan, y que te surjan mil dudas.

Verás, a veces, la vida que llevamos nos

cansa, y necesitamos algún tipo de

desahogo. No hablo de cansancio físico,

me refiero a descansar la mente. Aquí yo

soy la dueña y señora, todos me

obedecen y me guardan el debido

respeto, y así debe ser. Pero, a veces, necesito evadirme, sentirme sometida
a

alguien inferior a mí, a alguien que me obedece ciegamente. Por eso, cada

cierto tiempo, me convierto en esclava

por un día. Hago que me aten, tal como viste ayer, y ordenó a los esclavos
que me follen todo el día sin descanso. Sólo

hay una regla, y es que tienen que

correrse sobre mi cuerpo.

Medité un poco sobre lo que me


decía. Luego volví a preguntar:

- Y padre, ¿qué opina sobre esto?

¿Él lo aprueba?

Ella volvió a suspirar, con una media

sonrisa en sus labios.

- No, la verdad es que no. Sabe que

pasa, pero no lo aprueba. Me lo

consiente, aunque nunca lo hago estando

él en casa. Pero sabe que es un pequeño

capricho que necesito y permite que lo

haga

cuando

él

falta.

Nuestro

matrimonio es así, nos concedemos

cosas aunque al otro no le gusten,

siempre dentro de un orden, claro. Y

siempre sin poner en peligro el nombre

de la familia. Hay otros patricios que no


tienen nuestro punto de vista respecto al

sexo. No les verás nunca en orgías, ni

siquiera follando a sus esclavos.

Nuestros excesos no les gustan, pero,

como hay un gran número de personas

prominentes que los practican, no hacen

nada abiertamente. En cualquier caso, sí

serían capaces de utilizarlo en nuestra

contra si pudieran. Por eso, este tipo de

caprichos es mejor mantenerlos en

secreto.

Comprendí lo que me decía, y me

quedé más tranquila. Mi madre siempre

y conseguía convencerme de todo, no era sólo mi madre, también era mi


mejor

amiga.

- Y bien – me dijo -, una vez

calmadas tus preocupaciones, dime hija.

Desde un punto de vista puramente

sexual, ¿qué te pareció lo que viste

ayer?
Me sonreí. La picardía de mi madre

y su sensualidad siempre aparecían y me

absorbían

por

completo

me

calentaban.

- Me dio envidia verte tan cubierta

de semen.

Ella se rio con una carcajada.

- Te entiendo hija. Verás, me acabo

de meter en el baño, y estoy bastante

cubierta de semen. ¿Por qué no te metes

y me ayudas a quitármelo?

Ante esta oferta, no me lo pensé dos

veces. Aquello era algo con lo que ni

había soñado. Me desnudé rápidamente

e introduje la pierna en la bañera. La

sensación de placer me hizo arder de


golpe.

Con tamaña excitación, el baño acabó como era de esperar. Mi madre y

yo nos entregamos desesperadamente al

placer. Nos besamos con pasión,

juntábamos nuestros pechos con el

semen entre nuestros cuerpos, y lo

mismo hicimos con nuestros coños. Nos

acariciamos,

nos

restregamos,

llenábamos nuestras bocas de semen y lo

intercambiábamos con la otra. Nos

lamimos el coño sin descanso, y

llenábamos nuestros agujeros con el

preciado manjar. No paramos de

besarnos y lamernos, y nuestras lenguas

disfrutaron como nunca la mezcla de

cuerpo de mujer y aquella leche

deliciosa. En aquel baño tuve cuatro

orgasmos salvajes y mi madre otros


tantos.

Disfruté

como

nunca

convinimos en que, a partir de entonces,

gozaríamos juntas de aquel baño.

CAPÍTULO VIII – Maro y sus amigos Me han forzado en varias


ocasiones

a lo largo de mi vida a tener sexo no deseado. Sin embargo, en todas estas

ocasiones

siempre

he

tenido

un

problema. Aunque mi mente se rebelara

contra el acto sexual, mi cuerpo no

podía dejar de gozar, y en la mayoría de

las ocasiones he disfrutado casi igual

que el violador.

Viendo la vida que he llevado, a


alguien le puede resultar curioso que yo

me negase a copular con alguien. Sin

embargo, en ocasiones negar mi cuerpo

ha sido un arma que he podido utilizar, y

en otras, simplemente, no quería que el

hombre o la mujer en cuestión

disfrutaran de mi cuerpo. En cualquier

caso, independientemente de lo que

desease mi mente, mi cuerpo nunca ha

dejado de responder a los estímulos de

los que era objeto y ha gozado incluso

con los individuos más abominables.

La primera vez que me forzaron fue en mi propia casa. Mi padre y mi


madre

se encontraban de viaje, y mi hermano y

yo nos habíamos quedado solos con

parte de la servidumbre. Como la

relación que teníamos era todo menos

fraternal, procuraba evitar en lo posible

su presencia, y apenas nos veíamos en

las comidas u ocasionalmente por la


villa.

Mi

hermano,

por

su

parte,

aprovechaba la ausencia de mis padres

para dedicarse a la gran vida y montar

todo tipo de fiestas con sus amigos,

otros jovenzuelos con el mismo cerebro

que él y cuyo único objetivo era beber, comer y follar sin descanso, para
luego

quedarse

dormidos

desnudos

completamente ebrios. Durante este

periodo, organizaron varias fiestas de

las suyas, de las que yo intenté

mantenerme lo más lejos posible. Por lo

que sé, se dedicaban a beber vino sin


moderación, para luego hacer que las

esclavas que les servían les dieran

también todo tipo de placeres carnales.

Yo hacía la vida por mi cuenta.

Seguía reclamando a los esclavos para

satisfacerme y follaba a menudo, sin

olvidar

mis

raciones

de

semen.

Precisamente, el incidente que voy a

narrar ocurrió durante una tarde en la

que había ido a las cuadras a dar un

paseo.

Cuando llegué allí, yo estaba ya un

poco caliente, recordando la vez que vi

a mi madre allí tumbada. Aquel día aún

no había tenido sexo, y empezaba a estar

necesitada de semen. Así que me


desnudé y empecé a tocarme por todo el

cuerpo. Mi coño se fue humedeciendo

poco a poco. Estaba más excitada que

de costumbre, y me introduje una estaca

metálica que había clavada en el suelo.

Era de grandes dimensiones, y me

proporcionó placer en cuanto entró

dentro de mí. Estuve así un rato, y

finalmente me corrí entre fuertes

gemidos. Sin abrir los ojos, me la saqué

del coño y me quedé tumbada en la paja,

disfrutando de los últimos estertores del orgasmo y de mis propios y


abundantes

flujos.

Entonces giré la cabeza y me quedé

petrificada. A unos pocos metros de mí

estaba mi hermano Maro con otros

cuatro amigos. Todos estaban desnudos,

mirándome con lujuria y pajeando sus

miembros. Intenté buscar mi vestido,

pero estaba demasiado lejos, así que me


tapé como pude. Entonces habló Maro:

- ¿Qué os había dicho? Mi hermana

es una auténtica puta. No la he catado

todavía, pero debe ser una fuente de

placer inagotable.

Mientras hablaba, no dejaba de

mirarme con ojos de deseo libidinoso.

Se veía a la legua que estaba muy

caliente y que esta vez no se iba a

conformar con una simple paja.

- ¡Aléjate de mí! - le grité

desesperada.

Pero era una débil baladronada, y ya

sabía que no iba a tener éxito. Mi

hermano quería poseerme y yo le había

puesto la ocasión en bandeja.

- ¿Qué os parece, amigos? ¿No estáis

un poco cansados de tiraros a esclavas?

No sé vosotros, pero yo prefiero el coño

de una auténtica aristócrata romana.


Los miré con terror. Al principio

había pensado que mi hermano se

conformaría con que se la chupara, o

acaso con violarme. Pero era bastante

más. Quería ofrecer a sus amigos la

mejor fiesta posible, y yo era el plato principal. Una patricia romana para

satisfacer sus más perversos deseos.

Los cinco niñatos no se lo pensaron

dos veces y se abalanzaron sobre mí.

Intenté huir, pero me acorralaron

rápidamente. Chillé y pataleé, pero no

me sirvió de nada. Diez fuertes brazos

me agarraron y me llevaron en volandas

hacía uno de los establos que estaba

vacío. Allí me tumbaron, y mientras mi

hermano se pajeaba un poco más, los

otros me sujetaban, unos por las manos y

otros abriéndome de piernas hasta dejar

mi coño preparado.

- Bueno, hermanita - me dijo Maro -.


Llevo mucho tiempo esperando este

momento. Disfrútalo.

Le grité toda clase de improperios,

pero no me sirvió de nada. Al contrario,

más bien le excitó, ya que su polla

estaba cada vez más grande. Cuando

consideró

que

tenía

el

tamaño

apropiado, me penetró con fuerza. Yo

grité, más por la violencia con la que lo

hizo que porque su pene fuera muy

grande, ya que era de tamaño medio y yo

los había recibido mucho mayores. Sin

embargo, estaba claro que Maro llevaba

mucho tiempo soñando con esto, ya que

me la metió todo lo que pudo y empezó

sus movimientos rítmicos sin descanso.


-

Hermanita,

tienes

un

coño

delicioso. Húmedo y acogedor, como

corresponde a toda una aristócrata. Es

mucho mejor que el de las esclavas, y

casi tan bueno como el de nuestra

madre.

Yo proseguí lanzándole improperios,

pero lo cierto es que cada vez me

costaba más, porque yo también me estaba excitando. Mi mente luchaba

contra ello, no quería gozar, pero mi

coño se rebelaba y actuaba por su

cuenta. Además, los amigos de mi

hermano no paraban de lamer mi cuerpo.

Dos de ellos agarraron cada uno una teta

y empezaron a chupármelas hábilmente,

y pronto mis pezones estuvieron


completamente tiesos. Mientras, los

otros dos se pajeaban delante de mí,

restregando sus penes por mi cara. Con

todos estos magreos, mi excitación no

paraba de aumentar y, para mi desgracia,

acabé corriéndome, cosa que notaron

todos, ya que me resulta imposible

disimular mis orgasmos. Aquello fue la

piedra de toque que les faltaba.

- Ya sabía yo que eras una auténtica

zorra - jadeó mi hermano -. Te garantizo

que hoy te correrás bastantes veces,

perra.

Al notar mi corrida, la polla de

Maro se puso aún más tiesa, y en breves

instantes se vació dentro de mí,

derramando una enorme cantidad de semen. Mi hermano se volcó sobre mí


y

me besó con lascivia. Intenté resistirme,

pero no hubo forma y su lengua se fundió

con la mía. Luego se levantó y jaleó a sus compañeros:


- Bien muchachos, es toda vuestra.

Os

garantizo

que

no

quedareis

defraudados.

- ¿Qué os parece si la colgamos del

techo? Atada de pies y manos, no

tendremos

que

preocuparnos

de

sujetarla.

El que había hablado era Tito que,

junto con mi hermano, parecía el líder

de la pandilla. Dicho y hecho, me ataron

los pies y las manos con cadenas y las colgaron de una anilla que había en
el

techo de la cuadra. De esta forma, me

quedé completamente en vilo y con mis


agujeros abiertos y a merced de aquella

cuadrilla.

Una vez que me tuvieron bien

agarrada, Tito no se lo pensó más veces

y me introdujo la polla en el coño. Era

un macho dominante y musculoso, y me follaba

sin

ninguna

delicadeza.

Sujetándome con las piernas, me atraía

una y otra vez hacía el, de forma que su

miembro entraba cada vez más en mis

entrañas.

Sin

quererlo,

volví

humedecerme de nuevo y cuando me

quise dar cuenta me estaba corriendo

otra vez, al tiempo que Tito me regaba


con su leche.

Así fueron turnándose. Tras Tito, me

follaron Aulo y Quinto. Todos se corrían

dentro de mí, y al poco mi coño

rebosaba de semen que me caía por las

piernas, mezclado con mis flujos.

Finalmente llegó Décimo. Tenía la polla

más grande de todo el grupo, y pensé

que no iba a poder resistir. Me la metió

al igual que los demás, sin ninguna

delicadeza, y pronto la sentí por

completo. Me di cuenta de que, con ese

miembro en mi interior, muy pronto

alcanzaría mi tercer orgasmo, para

regocijo de mis violadores, que los

jaleaban cada vez se producían.

Entonces noté que alguien me cogía por el culo y lo elevaba ligeramente.


Era

Maro, que ya se había repuesto del

primer polvo y cuya polla estaba tiesa

de nuevo. Me lamió la nuca con deseo y


me susurró al oído:

- Bueno, hermanita. No esperarías

que me iba a conformar sólo con tu

coño, ¿no? También quiero tu culo. Y te

lo voy a taladrar mientras Décimo te

folla por delante.

- ¡No! - grité asustada - ¡No, Maro,

no lo hagas! ¡Me vais destrozar!

Mis súplicas no sirvieron de nada, y

mi hermano restregó por mi ano parte

del semen y los flujos en los que yo

estaba bañada. Así, con un dedo,

empezó a lubricar mi agujero trasero.

Luego metió un segundo y un tercero,

mientras yo me retorcía como podía, ya

que

Décimo

proseguía

con

su
penetración sin descanso. Por fin,

cuando Maro consideró que mi ojete

estaba lo suficientemente dilatado, me

introdujo su polla. Grité de dolor,

supliqué que parara, pero él no se detuvo hasta que enterró todo su

miembro dentro de mí.

La sensación era como si me

estuvieran destrozando. Los dos machos

no paraban de empujar, cada uno por su

lado. Yo notaba que las pollas chocaban

una contra la otra, separadas tan solo

por mis débiles paredes vaginales y

anales. El dolor al principio era

insoportable, hasta que, poco a poco,

mis agujeros se fueron adaptando a sus

ocupantes, y el placer reapareció. De

nuevo estaba gozando ante aquella doble

violación. Mi coño se humedecía y mi

ano colaboraba a que lo disfrutará más.

- ¡Vamos, puta! - me chillaba mi


hermano. - Lo estás disfrutando, lo sé.

¡Córrete de nuevo!

Mientras tanto, los demás me

jaleaban para que volviera a alcanzar el

orgasmo. Intenté resistirme, para no

darles esa satisfacción, pero mi cuerpo

volvió a traicionarme, y poco después

tuve el orgasmo más salvaje de los que

había experimentado hasta entonces. Los violadores lo celebraron


llamándome

puta y zorra. Décimo no aguantó más y

me soltó todo su semen. Maro empezó a

follarme con más fuerza, de tal forma

que creí que iba a romperme el ojete.

Finalmente, se corrió soltando su

habitual gran cantidad de esperma, lo

que permitió lubricar mi dolorido ano.

Después de completada su hazaña,

los cinco me dejaron colgada y se

tumbaron en la paja a descansar. Al

poco tiempo, completamente agotada,


me quedé dormida en aquella acrobática

posición, con el semen sobrante de los

machos cayendo de mis agujeros.

Desperté al cabo de unas horas. Me

di cuenta de que me habían bajado y me

habían quitado las cadenas. A mi lado

estaba mi hermano, el único que estaba

despierto de todos.

- Eres un cerdo - le dije.

- Sí, lo soy. Pero no me negarás que

tú eres una puta.

No me molesté en contestarle. Me

limité a frotar mi dolorido cuerpo y a intentar desentumecer mis


extremidades,

que aún no se habían repuesto de mi

acrobática postura.

- Escucha hermanita - dijo Maro. -

Sé que te gusta el sexo sea consentido o

no. Lo he notado, no puedes evitar

disfrutarlo. Queda mucho tiempo para

que papá y mamá vuelvan. Además,


sabes que, aunque se lo contaras, mi

castigo sería mínimo, como mucho un

par de semanas alejado de casa.

No dije nada, pero sabía que tenía

razón. Aunque contase a mis padres lo

que había pasado, no serviría de nada.

- De modo que - continuó - te

propongo un trato. Ya has visto que mis

amigos y yo estamos muy calientes.

Vamos a continuar follándote todo el

tiempo hasta que vuelvan nuestros

padres. Podemos hacerlo por las malas,

como hasta ahora, o por las buenas.

Realmente no me importa mucho, pero

tengo pensadas cosas contigo que

requerirán tu colaboración, digamos, de

forma desinteresada. Así que tú eliges.

Por un momento me puse furiosa,

pero rápidamente me di cuenta de que no

iba a tener mucha elección. Si decía que


no, probablemente volverían las cadenas

y me follarían de la misma manera. Si

decía que sí, me tratarían como a una

prostituta, pero al menos tendría algo

más de libertad y podría pensar también

en mi propio placer.

- Está bien - contesté. - No tengo

mucha elección. Al final harás lo que

quieras, así que prefiero que sea sin

estar atada.

- Estupendo hermanita. No te

arrepentirás

de

tu

decisión.

De

momento, quiero probar el único agujero

tuyo que falta. Chúpame la polla.

Instintivamente, iba a decir que no,

pero me di cuenta de que no podía.


Había accedido al trato, y suponía que
las mamadas eran la razón principal de

este acuerdo. No habría sido fácil

obligarme a chupar su polla, y de esta

forma conseguía su objetivo. Decidí no

meditar más sobre ello y me apliqué a levantar su entonces flácido


miembro.

Lo engullí rápidamente y mi lengua

empezó a trabajar como sabía. El

miembro de Maro se mostró muy

agradecido y pronto estuvo bastante

tieso.

- ¡Oh! - gimió -. Danae, tengo que

reconocer que la chupas de maravilla,

casi como mamá.

Proseguí con la succión de la polla,

mientras yo me iba excitando poco a

poco.

Entonces,

nuestros

ruidos
despertaron a Tito.

- ¡Eh!, ¿qué ocurre aquí? - dijo, al

vernos en faena. - ¿Cómo has logrado

que esta zorra te obedezca?

- Digamos que tenemos un acuerdo -

respondió mi hermano -. Despierta a los

demás.

Maro se puso de pie para ayudar a

Tito y me ordenó que permaneciera

arrodillada.

Una

vez

que

todos

estuvieron despiertos, mi hermano les

explicó la situación.

- Muchachos, no vamos a necesitar cadenas por ahora. Mi hermana será

nuestra puta, digamos que, de una forma

más o menos voluntaria. Obedecerá

todos nuestros deseos sin rechistar.


Como es una zorra, ella también saldrá

ganando, puesto que gozará de cinco

penes para ella sola.

Me encendí y estuve a punto de

protestar, pero me contuve. Maro tenía

razón. Desde el momento en que acepté

nuestro trato, yo era su puta, y podía

usarme como le viniera en gana. Pensé

que aquello sólo duraría hasta que

volvieran nuestros padres. Sin embargo,

estaba muy equivocada. Mi hermano

tenía planes a mucho más largo plazo

para mí.

- Puta, ven aquí - me ordenó Maro.

Yo obedecí dócilmente, mientras él se

tumbaba en la paja.

- Este es el plan - continuó -. Aquí

hay cinco pollas, y tú tienes dos manos y

tres agujeros. Tendrás que usarlos todos

para darnos placer a la vez. De


momento, clávate mi polla en el coño, ya que es la única tiesa. El primero al
que se le ponga dura, te enculará, y así

iremos rotando. Sólo hay una condición

que cumplir por nuestra parte. Esta vez,

toda nuestra leche irá a tu boca, ya que será lo único que comerás hoy.

Pensé que al menos me gustaba el

menú, aunque me abstuve de comentarlo.

De forma que me senté a horcajadas

sobre mi hermano y me clavé su polla.

Como mi chocho seguía inundado de

esperma, entró rápidamente hasta el

fondo. Los otros cuatro se acercaron a

mí, esperando que yo tomara la

iniciativa.

- Hay un problema - dije -. Hay

cuatro penes flácidos, no puedo dar

placer a todos a la vez.

- Improvisa, puta - me espetó mi

hermano.

Lo dijo en un tono que no admitía

mucha réplica. Comprendí que no tenía


más remedio que introducirme dos de

aquellos penes en la boca, algo que no

había hecho nunca. Elegí los de Aulo y Quinto, que eran los más pequeños.
Al

principio casi me ahogo, y tuve que

hacer grandes esfuerzos para que mi

lengua se abriera paso entre los dos

miembros que ocupaban mi boca. Sin

embargo, poco a poco fui encontrando la

forma de darles placer a ambos, lo cual

fue un arma de doble filo, ya que las

pollas

empezaron

crecer.

Afortunadamente, los trabajos manuales

que ya estaba aplicando a Décimo y Tito

dieron su fruto. A este último se le puso

tiesa rápido, y decidió ocupar mi culo

tan pronto como se vio con fuerzas. De

esta forma, la polla de Aulo pasó a la mano que había quedado libre y pude
concentrarme en la mamada que le hacía

a Quinto.

Yo ya estaba tremendamente caliente

en aquel momento. Lo cierto es que la

situación no era tan mala. Tenía cinco

miembros jóvenes para mi sola, iba a

recibir una gran ración de semen en mi

boca y cada vez me sentía más como una

puta. En cuanto Tito me penetró el ano, violentamente y sin preparación


alguna,

me corrí con fuertes gritos.

- ¡Eso es zorra! - me jalearon -

¡Córrete con ganas!

Y lo hice. Lo cierto es que ya no me

importaba mucho que se dieran cuenta

de que estaba disfrutando, de forma que

me relajé y gocé con ganas.

De esta forma, fueron rotando por

turnos, de forma que todos los machos

pasaron por mi coño, mi culo, mis

manos y mi boca. El peor momento fue


sin duda cuando Décimo me metió su

gran polla en el ano. Grité de dolor, ya que nunca había tenido ahí nada tan

grande, pero mis quejas no sirvieron de

mucho, y la penetración continuó

mientras Quinto, en ese momento, me

follaba el coño, y la polla de Maro

recibía las caricias de mi lengua.

Poco después, Maro fue el primero

en descargar. Saboreé cada gota del

preciado líquido y tragué todo lo que

pude. Después, los demás fueron

soltando su leche hasta que todos se hubieron vaciado en mi boca, ávida del

preciado manjar. Finalmente, se echaron

todos de nuevo a dormir y yo me tumbé

en la paja. Esta exhausta, pero había

merecido la pena. Cuatro orgasmos y

cinco raciones de esperma habían sido

mi recompensa.

CAPÍTULO IX - Prostituida

Durante los días siguientes se repitió


esta representación. El quinteto pronto

se olvidó de las esclavas, y lo único que

querían era un coño aristocrático.

Solíamos tener tres sesiones diarias de

sexo con todos, en las cuales el

procedimiento era el mismo que la

primera vez, dar placer a todos al

mismo tiempo. En cada una de las

sesiones, el semen acababa en un sitio

distinto, en una todos se corrían en mi coño, en otra en mi culo y finalmente


en

mi boca. De esta forma, acababa los

días empapada en esperma.

A estas sesiones comunales se

añadían

esporádicas

penetraciones

nocturnas, ya que era habitual que

alguno de los machos viera interrumpido

su sueño por la noche debido a una

tremenda erección. En más de una


ocasión me desperté con una polla ya

introducida en el coño o en el culo. En

estos momentos yo les dejaba hacer por completo, ya que solía estar
agotada de

las sesiones diurnas.

Esa fue mi vida durante el tiempo

que mis padres estuvieron fuera. Una

vez aceptado ese destino, no le di

muchas vueltas, procuré disfrutar del

sexo todo lo que pude, y sabiendo que

tarde o temprano acabaría aquello,

aunque me equivocaba.

Finalmente, mis padres regresaron.

Los

amigos

de

mi

hermano

desaparecieron y todo volvió a la

normalidad. Pensaba que Maro haría

nuevos intentos para follarme, pero se


mantuvo tranquilo, a distancia, aunque

mirándome

siempre

con

ojos

libidinosos.

Durante un tiempo la vida en la casa

fue bastante tranquila. La experiencia de

la violación por parte de aquellos cinco

energúmenos

había

apagado

mis

ardores. De hecho, creo que aquella

época ha sido el período más largo de

mi vida sin sexo. No tenía muchas ganas de dejar que ningún hombre me
tocase, y

tampoco quería acercarme mucho a mis

padres. Necesitaba hacer algún tipo de

borrón y cuenta nueva acerca de aquello.

Tampoco mis progenitores intentaron


ningún acercamiento durante aquella

época. Mi padre andaba muy liado con

cuestiones políticas, y mi madre le

ayudaba dedicándose a las relaciones

públicas con distintas familias muy

distinguidas en la ciudad. El sexo había

pasado a un segundo plano, ahora el

objetivo

era

alcanzar

un

puesto

importante que hiciera que nuestra

familia tuviera un lugar en las más altas

magistraturas de Roma. Quien sabe,

quizá mi padre soñaba con una carrera

política que incluso le llevara algún día

al

puesto

de
cónsul,

aunque

probablemente era un sueño imposible.

En cualquier caso, yo era una pieza

fundamental

en

las

ambiciones

familiares, puesto que una de las

mejores maneras de lograr una unión

duradera con otras familias era mediante el matrimonio. Así que mis padres

establecieron

contactos

para

emparejarme con algún noble patricio de

buena posición que supusiera una ayuda

para mi padre en su carrera política.

Yo me sentía orgullosa de poder

contribuir al éxito familiar. Casada con

algún hombre importante, podría hacer


mucho en aquella ciudad. A pesar de que

sólo

los

hombres

se

inmiscuían

directamente en política, todos sabían

que sus mujeres tenían una enorme

influencia, y que muchas decisiones

importantes habían salido no del senado,

sino del atrium del cónsul o del

magistrado correspondiente.

Me propuse llevar una vida lo más

digna posible para los estándares

patricios. No quería cometer ningún

error

que

hiciera

tambalear

mis
posibilidades de encontrar un buen

marido. Intentaría lucir en todos los

actos y eventos organizados por mis

padres para mostrarme como una

orgullosa patricia romana.

Así me comporté durante un par de

meses,

todo

transcurría

con

normalidad. Algunos amigos de mi

padre vinieron a casa, y les atendí con toda la cortesía del mundo, luciendo
mis

mejores galas y virtudes, deseando

causar buena impresión. Todo iba de

maravilla hasta que se entrometió mi

hermano.

Pensaba que se había olvidado de

mí, pero estaba totalmente equivocada.

Un día entró en mi habitación por


sorpresa. Yo estaba completamente

desnuda y tumbada. En otra época habría

intentado taparme rápido, pero después

de todo lo que me había hecho, ya me

parecía absurdo. En cualquier caso, si

pretendía sexo, se había equivocado por

completo, porque esta vez no lo

consentiría.

- Hola hermanita - me dijo, con su

habitual saludo

- ¿Qué quieres?

- Hablar contigo un rato

- ¿Hablar de qué? Lo que tuviste en aquella ocasión no lo vas a volver a

tener. Ni lo pienses.

Él se quedó mirando mi cuerpo

lascivamente, pero manteniendo un

curioso autocontrol, cosa de la que,

hasta entonces, nunca había hecho gala.

Eso me intrigó.

- No te preocupes - me dijo -. Tengo


otros planes para nosotros. Planes que

nos pueden beneficiar a los dos. A ti te proporcionará placer y a mí un buen

dinero.

- Pero, ¿de qué estás hablando? -

exclamé. No entendía nada de lo que me

decía, y la sorpresa se debió ver

reflejada en el rostro.

- Verás hermanita, he decidido que

voy a ganar dinero con tu hermoso

cuerpo. Follarte está bien, pero creo que

me va a resultar más placentero

enriquecerme contigo.

Yo seguía sin creerme lo que estaba

diciendo. ¿Se había creído mi dueño?

- Vamos a aprovechar ese coño y

esas tetas, hermanita - continuó -. A partir de ahora, te conseguiré clientes,

clientes que van a pagarme por follarte.

Tú disfrutarás, porque realmente eres

una zorra, y yo lo aprovecharé para

ganar mucho dinero.


En ese momento, la incredulidad dio

paso a la risa. Solté una carcajada en su

cara. Mi hermano se había vuelto

completamente loco, pensé. Estaba

trastornado, esa era la realidad. Pero,

cuando se me pasó el ataque de risa, le miré a la cara y su expresión me dijo

que no bromeaba.

- Estás mal de la cabeza - le dije. -

Bueno, creo que esta conversación ya ha

durado bastante. Márchate.

Lejos de eso, ahora fue él quien

estalló en una carcajada. Eso hizo que

me intranquilizara. Mi hermano era

capaz de muchas cosas para salirse con

la suya, pero no entendía que podía tener

preparado para convencerme en este

caso. Al cabo de un minuto, volvió a

hablar.

- Hermanita, te aseguro que lo harás, y con sumo placer. ¿No querrás que

nuestros padres tengan un disgusto?


- ¿Qué quieres decir? El disgusto

sería que su hija se prostituyera

- No, si es algo que se mantiene en

secreto. Pero hay algo que ya has hecho

que les avergonzaría y que supondría un

mazazo en sus planes de casarte bien.

Me quedé pensativa. Intenté meditar

en lo que había hecho los últimos meses,

pensando en que podría suponer una

afrenta para padre y madre. Me había

comportado

siempre

correctamente,

estaba segura de ello. Mi hermano se

estaba lanzando un farol.

- ¿Y qué es eso tan grave que he

hecho? Dime.

Mi hermano guardó silencio durante

un momento, regodeándose. Después,

soltó la bomba:
- Aulo es un plebeyo.

En un instante, se me cayó el alma a

los pies. El mundo empezó a darme

vueltas. No podía creer lo que mi

hermano acababa de decirme, y sabía las terribles consecuencias que eso

podía tener.

- Sí, hermanita - continuó Maro -,

Aulo es un plebeyo. Y ya sabes lo que

eso supone. Un plebeyo que te ha

follado y se ha corrido dentro de tu

aristocrático coño. Su semen te ha

recorrido, y ya sabes lo que eso

significa.

Sí, lo sabía. Follar con esclavos era

una cosa, muchos hombres y mujeres

romanos practicaban el sexo con sus

esclavos. No estaba mal visto, y no

suponía un problema para la mayoría de

las familias. Al igual que follar con

otros patricios, se consideraba algo


natural.

Pero follar con un hombre libre que

fuera de la plebe, eso es algo que la

inmensa

mayoría

de

familias

aristocráticas no estaba dispuesta a

tolerar. Suponía que un plebeyo te había

poseído, que habías sido suya, y después

de eso, no habría forma de encontrar

marido entre los hombres influyentes de Roma.

- Tú, tú... - balbuceé.

Me entraban ganas de llorar. Todo el

trabajo de mis padres se quedaría en

nada después de la miserable jugarreta

de mi hermano.

- ¿Aulo va a hablar? - acerté a

preguntar.

- Aulo no dirá nada si yo no quiero.


Sabe que le costaría la muerte.

Eso

me

tranquilizó

un

poco.

Después, mi hermano continuó:

- Pero yo lo sé, y que Aulo te haya

follado es una afrenta para la familia.

- ¡Pero si me violasteis! - estallé.

- Eso será un poco difícil de

demostrar. Pero, en cualquier caso,

violada o no, el hecho y la vergüenza

están ahí.

Permanecí en silencio, esperando.

Empezaba a comprender el sucio plan

de mi hermano.

- Bueno, creo que este tema no debe

pasar nunca a conocimiento de nuestros

padres - dijo hipócritamente -. Hundiría su vida, y la tuya. No hace falta que


lleguemos a tanto.

- ¿Y qué quieres a cambio?

- Como ya habrás adivinado, me

propongo ganar un poco de dinero

contigo. Tienes un cuerpo espectacular y

follas de maravilla. A partir de ahora

serás una puta. Yo te prostituiré con

desconocidos, ellos pagarán y yo sacaré

unas buenas ganancias.

- ¿Y si me niego?

- Entonces, lamentablemente, tendré

que decir la verdad

- ¡Serías capaz de hundir a nuestros

padres!

- No hay necesidad de hundir a

nadie. Simplemente, haz lo que te ordene

y todo irá bien.

No me hizo falta meditar mucho. Mi

hermano era un cerdo y sólo le

importaba él mismo. Sabía que utilizaría


esta información sin dudarlo y sin

pensar en las consecuencias que tuviera

para la familia. Al cabo de un rato,

hablé:

- Nadie debe saberlo.

- Nadie lo sabrá. Sólo te follarán

plebeyos.

- ¡Plebeyos! - exclamé asqueada.

- Es la mejor manera. Si te

prostituyera

con

patricios,

probablemente se llegaría a saber. Pero,

si un plebeyo dijera algo, sería su

palabra contra la tuya, y no hay duda de

a quien se creería. Tendrás que visitar

algunas zonas indeseables, pero no hay

riesgo, irás protegida siempre. Al fin y al cabo, eres mi inversión.

Se me revolvía el estómago a

medida que Maro hablaba. Era algo


repugnante. Pero comprendía que no iba

a tener más opciones que obedecerle.

- Eres un cerdo.

- Sí, lo sé. Y tú eres una puta a partir

de hoy mismo.

Sus palabras fueron como una

sentencia. A partir de entonces sería una

prostituta, la puta de todo plebeyo

romano que estuviera dispuesto a pagar

el precio.

Aquella noche apenas pude dormir, y

lo mismo las noches siguientes. Sabía

que mi hermano no tardaría en empezar

con su sucio negocio, así que sólo era

cuestión de tiempo que me vendiera.

Estuve apática durante todo este tiempo,

tanto que mi madre llegó a preocuparse,

pero no le dije nada, no podía decirle

nada. Intenté disimular y seguir con mi

vida lo mejor que pude.


Un par de semanas después, se

presentó la ocasión para que mi hermano

me hiciera debutar. Fuimos al mercado,

paseando acompañados de un par de

esclavos de la confianza de Maro. No

era la primera vez que iba allí, así que no pensé que fuera a ocurrir nada.
Nos

detuvimos en el puesto de un alfarero, y

me entretuve mirando vasijas. No me di

cuenta de que mi hermano hablaba con

el dueño del puesto, pero al cabo de un

rato vino y me dijo:

- Ven, es hora de que empieces a

trabajar.

Me entró un pánico tremendo, y

quise gritar. Pero mi hermano me sujetó

rápidamente.

- Tranquila, y recuerda nuestro

acuerdo - me susurró al oído.

Hice de tripas corazón, no había más

remedio. Sabía que este día llegaría,


pero no estaba preparada, de ninguna

manera. Maro me acercó a un asqueroso

carromato que tenía el alfarero, y nos

colocamos allí detrás, a salvo de

miradas indiscretas.

- Ponte de rodillas - ordenó Maro.

Así lo hice, y a los pocos segundos

apareció el alfarero. Se subió la túnica y

me mostró una polla mugrienta y flácida.

- Cómesela - dijo Maro.

- ¿Qué?

- Lo que oyes. Este hombre ha

pagado porque se la chupes hasta que se

corra, así que ya lo estás haciendo.

Intentando aguantarme las arcadas,

cogí el pene de aquel individuo y

empecé a masturbarle, intentando que se

le pusiera tiesa y acabar lo antes posible. Pero el alfarero sabía por lo

que había pagado.

- Métetela en la boca, puta, y haz que


me corra.

Todavía no sé ni cómo conseguí

hacerlo pero, finalmente, empecé a

chupársela y la engullí. Tenía un sabor

repugnante, y el individuo desprendía un

olor

nauseabundo.

Pero

proseguí

haciendo mi trabajo y el alfarero

empezó a responder. Al cabo de unos

minutos que a mí me parecieron horas,

el individuo exclamó un gemido y se

corrió en mi boca. Aguanté unos

segundos, pero rápidamente me giré y

vomité en el suelo.

Cuando me incorporé, el alfarero ya

se

había

marchado,
al

parecer

satisfecho, puesto que Maro estaba

contando las monedas.

- Excelente, hermanita - me dijo -.

Voy a ganar mucho dinero contigo.

No

dije

nada,

me

sentía

terriblemente sucia, como si aquel

individuo me hubiese contagiado su hedor. Cuando llegué a casa, me di un

baño que duró horas, no quería sentir

esa inmundicia que me recorría el

cuerpo. Pero, cuando terminé, me di

cuenta de que esa suciedad que sentía no

se iría nunca. De repente, comprendí lo

que había pasado ese día: me había

convertido en puta y esclava al mismo


tiempo. Puta, puesto que follaba por

dinero. Pero lo más duro es que me

habían esclavizado, puesto que yo no

había elegido prostituirme, sino que un

miserable se había aprovechado de mí y

me había convertido en su negocio.

Con el tiempo, pensé que nunca

debía haber aceptado el chantaje. Que

debía haber hecho frente a mi hermano,

incluso que debía haber comentado el

tema con mis padres, que supieran que

había sido objeto de una burda trampa.

Creo que ellos lo habrían ocultado y no

habría pasado nada más. Habría sido

una vergüenza puntual, pero no habría

pasado de ahí. Sin embargo, en aquel

momento pudo más el miedo que otra cosa, el temor a deshonrar a mi


familia que cualquier pensamiento más racional.

Y, después del episodio del alfarero, ya

no había marcha atrás. En aquel

momento ya sí que era imposible acudir


a mis padres. Tendría que aguantar

estoicamente, asumir mi papel de

esclava sexual y sufrirlo en silencio.

Aunque, por otra parte, me empezó a

invadir una idea, un pensamiento, un

deseo: matar a mi propio hermano.

CAPÍTULO X - Mamadas y actores En este período de mi vida comenzó

una época en la que el sexo se convirtió

en un suplicio. Hasta entonces lo había

disfrutado de todas las maneras, deseaba

practicarlo siempre. Incluso cuando mi

hermano y los energúmenos de sus

amigos me acorralaron, tuve momentos

de placer. Pero desde el momento en que

mi hermano me sometió a su capricho,

eso desapareció. No desaparecieron los

orgasmos, puesto que, como ya he

comentado, siempre he tenido una

facilidad tremenda para tenerlos incluso

en contra de mi voluntad. Esto, además,


me suponía una mayor humillación,

puesto que mientras me follaban

desconocidos, me corría con frecuencia

y ellos se daban cuenta, y esto hacía que

se crecieran aún más. Pero eran

orgasmos vacíos, sensaciones extrañas

en los que un breve momento físico de

placer se abría paso entre la humillación

absoluta a la que era sometida.

Tras pasar la primera prueba, la del

alfarero,

mi

hermano

empezó

planificar

cuidadosamente

mis

encuentros sexuales, y cada vez con

mayor frecuencia. Aquí narraré sólo


algunos de ellos, ya que sería eterno

relatar todas las veces que fui

prostituida.

Los primeros encuentros fueron

similares al del alfarero. Pequeños

comerciantes o artesanos con puestos en

los mercados. Eran encuentros breves

que se reducían a una felación, ya que no

estaban en disposición de pagar mucho.

Pero era una forma fácil de captar

clientes y ganar algo de dinero. No

llevaba mucho tiempo, así que resultaba

fácil de organizar. Mi hermano solía

preparar los encuentros de antemano, así

que era llegar y actuar.

Al poco tiempo se dio cuenta de que

podía maximizar beneficios si se la

mamaba a más un hombre a la vez, de

forma

que
empezó

organizar

encuentros a pares. Además, parecía que

los hombres se excitaban al verme

sometida de esa forma. Así que comencé

a tener que demostrar mis artes sexuales

para lamerla de la mejor manera posible

mientras mi mano pajeaba el otro

miembro. Como era una experta, los

clientes

siempre

se

mostraban

satisfechos, así que algunos empezaron a

repetir cuando sus finanzas se lo

permitían. De todas formas, las primeras

veces mis precios eran baratos, casi los

de cualquier prostituta de alguno de los múltiples tugurios de la ciudad.


Pero

poco a poco fueron aumentando, a


medida que se ampliaba la clientela.

En esta primera época en la que me

limitaba a mamar pollas, recuerdo

especialmente un día que fuimos al

teatro. Representaban una obra nueva y

yo tenía muchas ganas de verla, pero mi

hermano tenía otros planes. Cuando no

habían transcurrido ni diez minutos

desde el comienzo, me dijo que me fuera

con él. Intenté resistirme, pero él me dijo claramente:

- Tus clientes esperan.

Comprendí que había organizado

algo gordo, así que me resigné. Ni

siquiera protesté, simplemente le seguí.

Me llevó a una de las zonas donde los

actores se cambiaban o esperaban su

turno para salir al escenario. Allí había cinco hombres, desnudos de cintura
para

abajo. Mi hermano se dirigió a ellos:

- Bien, aquí tenéis a la puta. Os la

mamará a todos hasta que os corráis. - Y


luego se volvió a mí. - No tienes mucho

tiempo, deben que volver a salir a

escena. Así que esmérate.

¡Que diferente iba a ser mi jornada

de lo que había pensado! Creí que iba a

disfrutar viendo a los actores interpretar

la obra, y al final iban a ser los actores

los que disfrutaran de mí.

No tuve mucho tiempo para pensar.

Mi hermano me hizo arrodillarme

delante de uno de ellos y los demás

formaron un corro a mi alrededor. Me

metí la primera polla en la boca y empecé a chupar. Al menos parecía que

estos individuos se lavaban más que mis

clientes habituales. Tal vez en esta

ocasión pudiera disfrutar yo también.

Cogí las pollas de otros dos de los

hombres que me rodeaban y empecé a

pajearlas. Mientras, mi lengua actuaba

expertamente recorriendo el glande de


mi primer cliente, y su erección fue en aumento rápidamente. Mi intención
era

acabar con él rápidamente y poder

centrarme en los demás, pero no

resultaba fácil. Mis manos no podían

soltar el resto de pollas, si lo hacía, corría el riesgo de que su erección

bajara y luego me resultaría mucho más

difícil provocar su orgasmo.

Proseguí centrándome en el primero

de los rabos. Afortunadamente, no tardé

mucho, y pronto sentí el agradable sabor

del semen recorriendo mi boca. Lo que

estaba claro es que no iba a pasar

hambre. Una vez terminada la primera

mamada, miré a mi alrededor. Mi

hermano no estaba, imaginé que seguiría con sus sucios negocios. Los otros

cuatro

individuos

me

rodeaban.

Aquellos cuyas pollas había magreado


presentaban un buen aspecto, pero no así

los otros dos. Comprendí que tenía que

poner algo de mi parte, así que no lo

pensé

dos

veces

me

quedé

completamente desnuda. La reacción de

los individuos fue inmediata, y los

epítetos que me lanzaban me hicieron

entender que mi truco había surtido

efecto. Tener a una patricia romana

desnuda chupando todas esas pollas

debió ser un espectáculo increíble para

aquellos plebeyos. Me puse a chupar

otro

rabo,

mientras
mis

manos

magreaban a los otros tres. Esta segunda

mamada fue más fácil, noté que se

correría antes de tenerla completamente

tiesa. En poco tiempo, el semen invadió

mi garganta, preciada recompensa para

mis esfuerzos. A decir verdad, la única.

Quedando sólo tres el tema fue más

fácil, y mientras chupaba una podía

magrear las otras dos. Los actores se animaron y alguno empezó a sobarme
las

tetas. Me dejé hacer, pero al momento se

oyó la voz de mi hermano:

- ¡Las manos fuera! - exclamó. - Sólo

habéis pagado la mamada

El plebeyo me soltó rápidamente.

Estaba claro que temía a Maro, y vi que

su erección decaía un poco. Decidí

animarle después de la reprimenda y

engullí su polla con ardor, como si se la


estuviera chupando al mejor de mis

amantes. Él soltó un gemido de placer y

se recuperó por completo. Al cabo de

unos instantes, conseguí que se corriera.

Le miré a la cara y vi una sonrisa

agradecida. Creo que fue la primera vez

que disfruté desde que me había

convertido en puta.

Teniendo sólo a dos por delante, ya

fue cosa fácil. Fui alternando los penes de boca a mano indistintamente, y

conseguí que se corrieran casi al mismo

tiempo. Los dos se fueron satisfechos y,

sorprendentemente, yo también me sentí

realizada. Había dado placer a aquellos cinco machos y me había llevado


buenas

raciones de semen. Estaba pensando en

eso cuando mi hermano interrumpió mis

ensoñaciones.

- Veo que cada vez disfrutas más,

zorra. Me alegro. Descansa un poco,

todavía tienes que mamar muchas pollas


hoy.

Pensaba que mi trabajo iba a

terminar ya, pero debía haber supuesto

que mi hermano no se iba a conformar

con tan poco. Al cabo de un rato

aparecieron otros cuatro individuos, que

debían haber bajado de escena en aquel

momento. Al verme desnuda y con la

boca goteando semen, se excitaron de

golpe y sacaron sus rabos, dispuestos a

tener su ración.

No tardé en ponerlos a tono y, uno

tras otro, fueron corriéndose en mi boca.

Por

su

aspecto

todos

salieron

satisfechos. Y lo cierto es que yo

también. Me enorgullecía de hacer


disfrutar a aquellos machos, de darles

placer y sentir que tenía poder sobre ellos. No veía la obra, pero casi estaba

siendo partícipe de la misma.

Otros grupos llegaron después, y se

procedió al mismo ritual. Cuando acabé,

bastante

cansada,

había

mamado

dieciocho pollas. Nunca había chupado

tantas, y me sentí orgullosa. Quizá este negocio podría darme algún


beneficio

personal. Eso sí, lo disimulé por

completo. No quería que el miserable de

mi hermano se diera cuenta de que yo

también disfrutaba.

Sonaron los aplausos enfebrecidos

en el teatro. Comprendí que la obra

había terminado, y supuse que mi

actuación también. Así que empecé a

vestirme de nuevo. Sin embargo, mi


hermano me sacó de mi error:

- Aún te queda una última polla que

chupar.

Bueno, pensé que, si sólo era una,

sería algo rápido. Podría centrarme

cuanto antes y acabar lo antes posible.

Lo cierto es que estaba cansada y tenía

ganas de volver a casa y darme un baño.

Pero mi sorpresa fue mayúscula

cuando descubrí la identidad de mi

último cliente. Nada menos que Clodio

Celsus, el actor protagonista de la obra y el más en boga en aquel momento


en

Roma. Se rumoreaba que las grandes

mujeres romanas hacían cola para

compartir sus favores. Era un hombre

alto, un tanto entrado en carnes. En

cuanto le tuve cerca, comprendí el

origen de los rumores. Aquel hombre

irradiaba un magnetismo especial,

provocando que todo mi cuerpo se


estremeciera. No era el típico macho

rudo y salvaje. En sus ademanes, y en su

forma de hablar, se veía la buena

educación recibida, la cultura que

destilaba. Era plebeyo, sí, pero no un

plebeyo cualquiera. Al momento me

sentí subyugada por él.

Celsus me observó con atención, me

cogió la mano con suavidad y la

acarició. Después lo repitió con mi

mejilla, mientras contemplaba mis ojos.

No paró de sonreír, una sonrisa suave, pero

que

te

penetraba.

Parecía

satisfecho de lo que veía, y en mi fuero

interno me alegré de ello. Él se dirigió a

mi hermano y me dijo:

- ¿Puedes traerla mañana?


- Bueno, creo que podría, pero

tendrás que pagar más - dijo mi

hermano.

Celsus lo miró con desprecio.

- El dinero no es el problema. Lo

que sí quiero es que sea sólo para mí, que no haya estado con nadie antes.
Que

venga perfumada y bañada, en todo su

esplendor. Y quiero disfrutarla por

completo. ¿Queda claro?

Mi hermano dudó. Esto suponía un

paso más en mi prostitución. Sin

embargo, era una buena oportunidad

para su mezquina ambición.

- De acuerdo - dijo finalmente. -

Mañana la tendrás para ti.

Celsus me miró por última vez y se

marchó. Y yo me quedé deseando que

aquel hombre me poseyera.

CAPÍTULO XI - Celsus

En aquel momento no fui consciente


de lo que había pasado. Aquel día me

sentía satisfecha después de haber

mamado todas esas pollas y, sobre todo,

después de haber visto que el magnético

Celsus me miraba con buenos ojos. De

hecho, estaba deseando volver a verle al

día siguiente.

Pero no comprendí que, con esa

aceptación de entregarme por completo,

se había abierto la puerta definitiva en mi carrera como prostituta. Hasta


aquel

momento, me había limitado a chupar

vergas. Pero, a partir del día siguiente, mi hermano vendería mi cuerpo


entero.

Es decir, que sería follada por todos los

plebeyos que mi hermano considerara

oportuno.

Lo cierto es que no lo pensé

demasiado cuando mi hermano me dijo

que, al día siguiente, volveríamos a

encontrarnos con Celsus y que esta vez


me poseería por completo. No puse objeciones a ello, y me dormí pensando

en que, por primera vez desde que mi

hermano me había convertido en puta,

estaba deseando tener sexo. Volvía a

recuperar mi ardor y mi deseo, y aquella

noche tardé en conciliar el sueño,

deseando que llegara el nuevo día.

Cuando me desperté, me encontré

con fuerzas, con una nueva perspectiva

de día ante mí. Me di un buen baño y

comí con ganas. Mi hermano no

apareció en ningún momento, así que

pude disfrutar de una mañana relajada. A

última hora se dejó ver y me recordó

que hoy volveríamos al teatro.

- Ponte tus mejores galas. Es un buen

cliente y debe quedar satisfecho.

No hacía falta que me lo dijera, yo

quería gustar a aquel hombre. No me

sentía como una puta, aunque él fuera a pagar por mis servicios. Además,
en
esta ocasión podría disfrutar de la obra completa, ya que Celsus no
terminaría

hasta el final.

De modo que, después de arreglarme convenientemente, nos dirigimos


hacia

el teatro. Nos aposentamos en nuestros

asientos y me dispuse a disfrutar la

tarde. La obra era magnífica, ya desde el

primer momento, y cuando salió Celsus,

todo mi cuerpo se estremeció. Tenía un

gran porte, irradiaba un aura especial, y

su voz se oía clara y fuerte en todo el recinto. Cada vez que le miraba me

extasiaba, y su presencia hacía que la

obra ganara aún más.

Por otro lado, poco a poco me di

cuenta de lo que había hecho el día

anterior. ¡Se la había chupado a todos y

cada uno de los actores que aparecían en

la obra! Pensé que era un poco irónico.

Ayer les había hecho disfrutar yo. Hoy

me estaban haciendo disfrutar ellos con


una obra magistral.

Otra de las cosas que mejoraba el

momento era ver como mi hermano se

revolvía en su asiento, incómodo y

deseando que acabase para poder

realizar sus sucios negocios. Menos mal

que me tenía comprometida con Celsus.

Si no, habría sido capaz de empezar a

vender mi cuerpo por la media cavea

que ocupaban los plebeyos libres. Al

menos aún no se había atrevido a

alquilarme a los libertos. Pero le

imaginaba recorriendo el recinto como

los vendedores de comida, intentando

colocarme entre aquella chusma para

que hicieran conmigo lo que quisieran.

Y estaba convencida de que él mismo

estaría pensándolo, arrepintiéndose de

su trato con Celsus. Sí, disfruté

muchísimo aquella obra.


Cuando

terminó,

el

numeroso

público ovacionó a todo el elenco de

actores que componían la compañía.

Pero las mayores ovaciones se las llevó

Celsus. Era el favorito, tanto de la plebe

como de los caballeros. El oficio de

actor no estaba muy bien visto, pero en aquel hombre, los romanos de toda

condición veían a un héroe de las más

antiguas leyendas. Él lo sabía y se

aprovechaba de ello. Deseé sentirle en

aquel mismo instante.

Mientras seguían oyéndose los gritos

de la muchedumbre, mi hermano me

cogió de la mano y me sacó de allí.

- Vamos, es hora de trabajar.

A regañadientes le seguí. Me habría

gustado
quedarme

un

poco

más

disfrutando de ese momento. Pero, por

otro lado, sabía que me esperaba una

tarde mágica. Así que fuimos al mismo

lugar donde el día anterior había

devorado polla tras polla. Los actores

fueron llegando, y me miraban con

lascivia no disimulada, pero ninguno se

atrevió

acercarse.

Finalmente,

apareció Celsus y me contempló. Yo me

sentí halagada mientras su mirada

recorría mi cuerpo y una leve sonrisa se

asomaba en su rostro.

- Bien - dijo mi hermano -, aquí la


tienes. Puedes poseerla en cuanto

pagues. Mientras esperaré aquí al lado.

Celsus no ocultaba el desprecio que

sentía por mi hermano. A pesar de la

diferencia de clases, cuando estaban

juntos el actor parecía un cónsul y mi hermano un miserable.

- ¿Acaso crees que voy a poseerla

aquí? Ten tu dinero - le dijo mientras le

lanzaba una bolsa bien repleta - y vuelve

al anochecer. Me la llevo a un lugar más

digno.

Aquello asustó a mi hermano.

Prostituirme era una cosa, pero si sufría

cualquier daño, mi padre lo mataría.

- No, imposible. No puedo dejarla

sola - contestó.

- ¿No te fías de mí? - dijo Celsus en

un tono amenazante. Como mi hermano

no contestaba, se volvió hacía mí y, con

un tono suave y dulce, me dijo - ¿Y tú?


¿Te fías de mí?

- Sí - me sorprendí a mí misma por

la rapidez y claridad con la que salió

aquella palabra de mis labios. Mi

hermano se quedó lívido.

- Bien - prosiguió Celsus -, no hay

más que hablar. Para tu tranquilidad,

puedes acompañarla hasta la casa donde

iremos, pero no podrás entrar en ella.

Mi

hermano

no

estaba

muy

convencido, pero aquello era una salida

para él. Además, la bolsa que Celsus le

había dado pesaba mucho. La codicia

pudo al miedo y aceptó las condiciones.

De forma que los tres salimos del

teatro y caminamos por las calles hasta


llegar a una casa de buena apariencia,

aunque muy lejana de los lujos a los que

yo estaba acostumbrada. Según lo

acordado, Maro se quedó en la puerta,

aunque visiblemente enfadado, y yo

entré en la casa seguido por Celsus. Una

vez

dentro,

me

cogió

la

mano

suavemente y me la besó, haciendo que

todo mi cuerpo se estremeciera.

- Eres hermosa - susurró -. Muy

hermosa. Ven conmigo

Me condujo a un tablinum en cuyo

centro había un triclinium bastante

confortable. Nos sentamos allí los dos y

Celsus cogió una jarra con vino y dos


copas de una mesa auxiliar. Las llenó y me ofreció una de ellas.

- Bebe un poco - me dijo.

Bebí, pero lo cierto es que ni siquiera recuerdo como sabía ese vino.

Aquel hombre me tenía hechizada, y me

deleitaba contemplándole. Volvió a

coger mi mano y la besó. Después, sus

labios subieron por mi desnudo brazo, y

un

escalofrío

recorrió

mi

piel.

Seguidamente, su boca buscó la mía y

nos besamos apasionadamente mientras

nos estrechábamos el uno al otro. Mi

cuerpo ardía de pasión y quería tener a ese hombre ya.

Me puse de pie y me retiré un poco.

Quería que me contemplara bien.

Empecé a quitarme la ropa, despacio,

mostrando poco a poco mi cuerpo. Él se


deleitaba y sólo me dijo que me dejara

las joyas. No llevaba muchas, sólo un

sencillo collar al cuello y dos aros en los brazos. Vestida nada más que con

eso me quedé ante él. Comencé a

tocarme las tetas, a pasar mis manos por

mi cuerpo. Su excitación fue en aumento,

e hizo ademán de desnudarse, pero le

contuve.

- No mi señor - susurré con voz sensual -. Hoy soy vuestra esclava.

Así que me dispuse a desnudarle

mientras besaba su cuerpo. Mis labios le

recorrían y la excitación de ambos iba

en aumento. Cuando estuvo totalmente

desnudo, me arrodillé ante él y acaricié

su miembro. Lo deseaba, quería sentirlo

dentro de mí. Besé su glande y, después,

lo engullí. Él soltó un gemido de placer

al entrar en mi boca, y comencé a

demostrarle mi arte a la hora de mamar

vergas. Se la chupé, despacio al


principio, acelerando poco a poco.

Empezó a crecer más y más, y yo

disfrutaba cada instante de aquella

mamada. Pero quería tenerla en mi coño

mojado, que me penetrara sin descanso.

Así que me tumbé desnuda sobre el

triclinium,

abriendo

las

piernas,

esperando que me follara sin descanso.

Pero, para mi sorpresa, se inclinó y

comenzó a besar mi cuerpo. Mis tetas

primero, mis pezones, y luego mi coño

ardiente.

- Sí - exclamé -, no pares. Sigue, sigue...

Sus labios besaban mi coño y su

lengua lo penetraba. Mi clítoris recibía

sus atenciones y yo cada vez me

excitaba más y más. Hacía mucho que no


disfrutaba

tanto,

las

sensaciones

recorrían mi cuerpo de arriba a abajo.

Sus manos magreaban mis tetas mientras

Celsus

seguía

su

labor

en

mi

entrepierna. Yo no paraba de gritar, cada

vez estaba más mojada y, finalmente, su

lengua

hizo

que

me

corriera

salvajemente. Había anhelado mucho


ese orgasmo, pero quería más. Quería

ser follada sin descanso, que me

penetrara y me hiciera retorcerme de

placer sin descanso.

- Fóllame - le dije -. Folla mi coño,

es tuyo.

Celsus no se hizo de rogar y, poco a

poco, empezó a rozar con la punta de su

polla el exterior de mi húmedo chochito.

Aquel hombre sabía dar placer, no cabía

duda. Yo miraba como rozaba la entrada

de mi cuerpo, suavemente, haciendo que la excitación volviera a


recorrerme. En

aquel momento le imaginaba como uno

de

esos

héroes

legendarios

que

interpretaba en sus obras. Me poseía en

cuerpo y mente, yo era completamente


suya.

Al cabo de un tiempo, su pene me

penetró. Yo estaba completamente

húmeda, así que entró de golpe en mí y le sentí muy dentro. El placer me

invadió, y los músculos de mi vagina

reaccionaron apresando aquel miembro.

No quería dejarlo salir, quería sentirlo

sin descanso, el roce de la carne

ardiente dentro de mí. Su boca empezó a

lamer mis pezones, y el placer se

duplicó, arriba y abajo, por todo mi

cuerpo.

Las

penetraciones

fueron

aumentando en vigor y rapidez, y mis

jugos acariciaban aquel pene que tanto

placer me daba. Poco tiempo después,

volvía a correrme entre grandes gritos.

- Date la vuelta - me dijo Celsus.


Obedecí y me puse a cuatro patas. Él

acarició mis nalgas con fuerza, con poder. Aunque no le veía, sentía sus
ojos

posados en mí culo, disfrutándolo. Sin

pensárselo mucho volvió a penetrarme y

le sentí con fuerza dentro de mi ser. Me

encantaba sentirme así, poseída, sin

verle pero sintiéndole muy dentro de mí.

Me cogió con más fuerza, llevándome

hacía él. Mi placer no hacía más que

aumentar, estaba disfrutando de verdad,

como hacía mucho tiempo que no lo

sentía.

Pensaba que se correría en mi coño,

pero lo que hizo fue recoger los jugos

que yo soltaba y lubricar mi ano.

Aquello no me lo esperaba, no sabía lo

que diría el proxeneta de mi hermano.

Le había vendido mi coño, pero no sabía

si mi culo estaba incluido en el precio.

En cualquier caso, no sería yo quien le dijera nada.


Los expertos dedos de Celsus fueron

dilatando mi agujero, y la excitación fue

en aumento. Él lo notó y, en un momento

dado, sacó la polla de mi coño y la

introdujo brutalmente en mi ano. La verdad es que me destrozó, pero yo

estaba tan caliente que el dolor apenas

duró un instante, y continué disfrutando

aún más que antes. El placer que me

estaba proporcionando era increíble, sus

embestidas eran brutales y yo me sentía

poseía como una perra. Me corrí con

unos gritos salvajes y, poco después,

sentí una gran cantidad de semen

invadiendo mis entrañas.

Me desplomé, agotada de placer,

mientras cada centímetro de mi cuerpo

se estremecía. Celsus se colocó de pie a

mi lado, con su polla todavía erecta y

goteando el semen que no había

depositado dentro de mí. Ávidamente la


engullí y me tragué los restos del

precioso néctar. Finalmente se tumbó

junto a mí y me besó.

Permanecimos con nuestros cuerpos

rozándose

durante

unos

minutos.

Finalmente me preguntó si tenía hambre,

a lo que contesté que sí. Celsus llamó a

una sirvienta y le encargó algunos

manjares.

Tomamos

asiento,

completamente desnudos, con mi culo

goteando semen y mi coño aún

chorreante. La sirvienta nos trajo la cena

y empezamos a disfrutarla. Me sentía

feliz junto a aquel actor. Había

disfrutado muchísimo, el placer había


sido inmenso, y estar junto a aquel dios

de la actuación hacía que todo fuera aún

más mágico.

Cuando

estábamos

terminando,

comprendí que ya me quedaba poco de

estar con aquel magnífico hombre.

Imaginaba a mi hermano esperando

fuera, desesperado al no tenerme

controlada. Para despedirme, mientras

Celsus comía una manzana, me puse de

rodillas delante de él y empecé a chupar

su miembro. Quería que sintiera que yo

era su puta. No una puta cualquiera, sino

una prostituta de alta alcurnia, pero puta

al fin y al cabo. Su polla fue creciendo dentro de mi boca, mientras mi


lengua y

mi saliva le proporcionaban placer.

Chupé y chupé como nunca lo había


hecho, saboreando cada segundo, hasta que al final su semen explotó dentro
de mí. No desprecié ni una gota, saboreé y

me tragué todo aquel preciado líquido, y

después vi satisfecha el semblante de

placer en el rostro de Celsus. Nos

despedimos, deseando que volviera a

reclamarme en breve.

CAPÍTULO XII - Poseída por toda Roma

Durante los días siguientes mi

hermano me dejó tranquila. Mi último

trabajo le había proporcionado un buen

beneficio, y quizá pensó que no merecía

la pena arriesgarse tan pronto. Yo

disfrutaba del recuerdo de Clodio, de

cómo había gozado esa noche. No estaba

enamorada de aquel hombre, pero cada

instante había sido mágico. No era

consciente de que, lo que había pasado

aquella noche, es que me había

convertido en puta. Mi hermano me

había prostituido, pero aquello había


sido un chantaje. De repente, me di

cuenta de que yo disfrutaba siendo una

ramera, dando placer a desconocidos,

siendo follada por individuos que me

consideraban

su

posesión.

Increíblemente, estaba deseando que mi

hermano volviera a vender mi cuerpo al

mejor postor.

Mientras tanto, mi cuerpo seguía desarrollándose. Mis tetas crecían,

adquiriendo ya un tamaño considerable.

Me gustaba contemplarme en el espejo,

desnuda, y deleitarme viendo mi

hermoso cuerpo, pensando en el partido

que podría sacarle. Me acariciaba los

pezones y el coño, excitándome. Mis

piernas, bien torneadas, hermosas, no

flacuchas como las de otras mujeres. Un

cuerpo para el placer, para el deseo,


para gozar.

Desde mis últimas actividades por

Roma, había perdido interés por los

esclavos. Supongo que follar con ellos

era

algo

demasiado

simple,

sin

alicientes añadidos. De hecho, tras mi

experiencia con Clodio estuve unos diez

días sin sexo. En lugar de actividades

físicas, me dedicaba a fantasear. Con el

actor, con desconocidos, en una orgía

salvaje, en cualquier situación. Mi

mente se liberaba y exploraba nuevas

formas de placer. Aquellas fantasías me

excitaban terriblemente, empezaba a

necesitar algo más que el simple disfrute físico. Necesitaba meterme dentro
de un

papel, saborear algo prohibido, algo que


la sociedad romana no aprobara, ni mi

familia tampoco.

Por

otro

lado,

empezaba

experimentar algo de miedo y aprensión.

Mis experiencias con plebeyos podían

comprometer mi futuro como mujer

romana. Si se descubría lo que estaba

haciendo y se hacía público, sería muy

difícil para mis padres encontrarme un

matrimonio digno. La sociedad no veía

con malos ojos las relaciones con los

esclavos ni con otros patricios, eran

algo habitual y consentido en general.

Pero con plebeyos era otra cosa. Por

supuesto que había mujeres de alta cuna

que follaban con el populacho, pero lo


hacían con suma discreción. De vez en

cuando se descubría algún caso flagrante

y aquello se volvía vox populi. En esa

situación, la mujer solía caer en

desgracia, salvo que tuviera influencias

muy grandes.

En mi caso, al hacerlo de forma tan pública, corríamos el riesgo de que

alguien me sorprendiera en mitad de mis

actos. No temía la denuncia de un

plebeyo, sabía que no sería tenida en

cuenta. Pero si un patricio me veía y lo ponía en conocimiento de los


enemigos

políticos de mi padre, éstos no dudarían

en usarlo contra él, destrozando la

posibilidad de cualquier matrimonio

importante que conviniera a la familia.

Mi hermano también debió empezar

a pensar en esa posibilidad. Al fin y al cabo, mi matrimonio era algo que

también le afectaba a él y a su futuro.

Así que no podía correr el riesgo de que

alguien nos descubriera. Por tanto,


decidió que, en los futuros encuentros,

llevaría un antifaz. De esta forma,

aunque alguien me viera y me

reconociera, ante la ley romana su

testimonio no tendría validez, puesto que

el reconocimiento tendría que ser a

prueba de toda duda, y eso era

imposible con algo que deformara el

rostro.

Me quedé más tranquila con esto. A

pesar de que deseaba fervientemente

seguir con mis actividades sexuales sin

freno, no quería que eso me perjudicara

ni que hundiera la posición política de

mi padre. Así que lo del antifaz me

pareció una buena idea.

Una vez despejadas estas dudas, mi

hermano

planificó

los
siguientes

encuentros con los que enriquecerse a

mi costa. Así que, pasados esos diez

días, vino a buscarme.

- Día de mercado, hermanita. Te toca

trabajar.

- Eres un cerdo - le respondí.

Aunque disfrutaba con todo aquello,

me enfadaba sobremanera que mi

hermano obtuviera beneficios a costa de

mi cuerpo. Independientemente de que

yo recibiera placer, el hecho de que mi hermano se fuera enriqueciendo


gracias

a mí me repugnaba. Y no perdía

oportunidad de demostrárselo.

Así que nos dirigimos hacia el foro, buscando clientes con los que
acrecentar

la bolsa de Maro. Cuando llegamos, mi

hermano me introdujo en una tienda en la

que había una especie de cama.

- Desnúdate, ponte el antifaz y


túmbate ahí.

Obedecí, me quité la ropa y esperé

al

primer

afortunado.

Al

pronto

aparecieron dos individuos. Tenían pinta

de comerciantes de provincias. Mi

hermano habló con ellos delante de mí,

sin importarle nada que yo estuviera

escuchando.

- Es una auténtica patricia romana.

Una oportunidad única - decía mi

hermano.

- ¿Qué podemos hacer con ella?

- Os la chupará y podéis follar su

coño.

Al oír aquello me revolví. Hasta

entonces, sólo me había hecho chupar


pollas. Clodio había sido el único que

me había penetrado, pero estaba claro

que mi hermano quería dar un paso más.

Discutieron el precio durante unos momentos y después Maro se vino hacía

mí.

- Bueno, hermanita, ya sabes. Nuevas

reglas. A partir de hoy, también te

follarán. Disfruta.

- Eres un miserable - le dije.

- No pensarías que me iba a limitar a

simples mamadas. Hay que aprovechar

tu cuerpo al completo. Vosotros dos -

dijo dirigiéndose a los comerciantes -

podéis empezar.

Los dos individuos se desnudaron y

pusieron sus pollas en mis manos. No

eran gran cosa, la verdad, pero yo

llevaba mucho tiempo sin sexo. Así que

empecé a chuparlas alternativamente

mientras pajeaba con la mano la polla


que no estaba en mi boca en ese

momento. Al poco, una de las dos se

puso dura, y el plebeyo se fue derecho a

penetrar mi coño de patricia. El

individuo estaba extasiado cuando entró

dentro de mí, y a las pocas embestidas

sentí su semen derramarse en mi interior.

Yo no experimenté gran cosa, pero a juzgar por sus gritos él debió disfrutar
mucho. Mientras tanto, otro individuo

había entrado en la tienda y puesto su

polla al alcance de mi boca. Me dediqué

a succionarla mientras el segundo

comerciante me follaba. Tampoco duró

mucho, pero me llenó de semen. Debía

llevar bastante sin correrse.

Hasta que no me penetró el quinto

individuo, no experimenté mi primer

orgasmo. Era un individuo fortachón y

rudo, con un miembro de tamaño

considerable. Quizá fuera leñador. Se la

chupé con avidez, y después me penetró


de forma salvaje. Mi coño estaba

empapado en semen, y creo que eso le

excitó aún más. Me folló con fuerza, y

me corrí con grandes gritos que le

enardecieron. Finalmente, su chorro me

inundó y me sentí repleta y excitada.

Desde ese momento, disfruté mucho más

la sesión.

Aquel

día

me

follaron

doce

individuos y me llevé tres orgasmos. Lo

mejor era que mi coño chorreaba semen, así que me introduje los dedos en
la

vagina y me lo llevé a la boca,

saboreando aquella mezcla de sabores.

Finalizada la sesión, mi hermano me

dijo que me vistiera y nos dirigimos a

casa. Era una sensación extraña, andar


por Roma con mi coño soltando semen

que me resbalaba por las piernas. Sólo

de sentirlo ya me excitaba. Era una puta,

la puta de Roma. Ella me poseía y, al

mismo tiempo, yo la poseía a ella.

CAPÍTULO XIII – Enamorada

Durante una temporada mi hermano

me volvió a dejar tranquila. Supongo

que sacaba un buen pellizco cada vez

que me prostituía, y no quería correr

excesivos riesgos. Así que pude

dedicarme más a mí misma, a mis

propios placeres y a mis deseos. Y

entonces fui consciente de que estaba

enamorada de alguien. Y ese alguien no

era otro que Celsus. Al principio no me

había dado cuenta, pero ahora le echaba

de menos todo el tiempo.

Desde el momento en que estuvimos

juntos la primera vez, me subyugó por


completo. Aquel hombre me volvía loca,

no había noche que no pensara en él. Le

necesitaba, sentía algo muy profundo y

no podía vivir sin él. Así que,

aprovechando el período de calma que

me había dejado mi hermano, le mandé

un mensaje con un esclavo, diciéndole

que quería verle de nuevo, pero sin

dinero de por medio, solos él y yo.

La respuesta no se hizo esperar. Me

dijo que me mandaría un carro a

recogerme a poca distancia de la casa.

Que yo le dijera la fecha y allí estaría esperándome.

Así lo hice, una vez y muchas veces.

Siempre que mis padres faltaban, le

mandaba aviso. Él enviaba a un esclavo

a esperarme, y su carro me llevaba hacia

su casa. Allí cenábamos y hacíamos el

amor. Porque aquello sí, aquello era

amor. Todas mis experiencias anteriores


habían sido sexo puro y duro, salvo,

quizá, cuando estaba con mi madre. Pero

con Celsus todo era diferente. Me

trataba con dulzura y cariño, y yo se lo devolvía con creces. Nuestras bocas


se

buscaban, nos besábamos largo rato.

Después mis labios buscaban su cuerpo,

y lo recorrían suavemente, mientras su

boca me hacía disfrutar. En todos

nuestros encuentros nos devorábamos

mutuamente nuestros respectivos sexos,

para después, bien calientes, follar

salvajemente durante un buen rato, hasta que me inundaba con su semen.


No salía

de dentro de mí, y nos quedábamos así

enlazados, sin querer separarnos nunca.

No sé si realmente él sentía lo

mismo que yo. Creo que, probablemente,

sus sentimientos no eran tan fuertes

como los míos, aunque sólo fuera por la

edad. Pero sé que me quería, sin duda.


Incluso pienso que se frenaba porque era

más consciente que yo de nuestra

situación. Pero creo que, si hubiéramos

sido libres, habríamos estado juntos

toda la vida.

Una de las noches, después de haber

disfrutado juntos, hablamos sobre la

realidad en la que vivíamos.

- Mi niña – me dijo suavemente

mientras me acariciaba – disfruto cada

momento a tu lado.

- Yo también. Soy tan feliz estando

contigo...

- Sabes que esa felicidad no puede

durar eternamente. Tú eres patricia, yo

plebeyo. Tus padres querrán casarte con alguien importante, un senador o


un

caballero de una familia principal.

Una lágrima se me escapó.

- Lo sé. Sé que esto es un sueño,

pero no me quiero despertar de él.


- Cuando te comprometan, no podrás

venir

verme,

sería

demasiado

arriesgado. Tu padre tiene importantes

rivales políticos, y verte conmigo

arruinaría tu futuro matrimonio.

- Tienes razón. Vivimos en un mundo

complicado. No quería enamorarme,

pero la verdad es que no he podido

evitarlo. Cuando me faltas me duele el

alma. Te quiero, Celsus.

- Yo también te quiero mi niña, pero

debes ser fuerte para lo que venga.

Nunca te olvidaré y no quiero que tú me

olvides. Y quiero que sepas que, si

algún día, en un futuro cercano o lejano,

me necesitas, sólo mándame llamar y


acudiré donde sea.

- Gracias, no lo olvidaré, nunca – le

respondí.

Nos fundimos los dos y nos quedamos así casi una hora, sin decir

palabra, sólo disfrutando de ese corto

tiempo en el que los dos éramos libres y

hacíamos lo que realmente queríamos

hacer.

Aún tuvimos más encuentros. Fueron

sólo unos meses, pero, sin duda, los

meses más felices de mi existencia. Y

cada momento que compartimos lo he

guardado para el resto de mi vida.

CAPÍTULO XIV – Esclavizada y comprometida

El tiempo iba pasando, y empezaba a

preocuparme un poco. A mi edad,

muchas

mujeres

ya

estaban
comprometidas. Sin embargo, yo no

sabía todavía nada. Me entraron los más

funestos temores. Quizá alguien me

había

reconocido

mientras

el

sinvergüenza de Maro me prostituía. O

quizás algún rival político de mi padre

se había enterado de mi aventura con

Celsus. Cuando no sabes lo que pasa,

cualquier explicación te parece posible.

Pero un día antes de cumplir los

diecisiete, mis padres me mandaron

llamar. Yo estaba exhausta, descansando

después de un polvo salvaje con Ediale

y Kian. Me habían penetrado los dos al

mismo tiempo, y tanto mi culo como mi

coño se hallaban repletos de semen. Una

esclava vino a buscarme y me dijo que


mis padres querían verme dentro de una

hora. Le dije que allí estaría, pero que, antes de marcharme, debía limpiar el

semen de mi coño. Ella se aplicó

convenientemente y me dio un orgasmo

más aquel día.

Después, un poco más presentable,

me reuní con mis padres en el tablinum.

Allí

se

encontraban

los

dos,

esperándome.

- Hija – me dijo mi padre – tenemos

noticias importantes.

- Te escucho, padre

- Ya eres toda una mujer y nos has

hecho felices durante todo este tiempo

que hemos compartido. Probablemente,

ha durado más de lo que esperábamos,


quizá debamos dar gracias a los dioses

por ello. Pero ya eres mayor, y te espera

una nueva vida, una vida tuya, en la que

tú dirigirás tus pasos.

Me

quedé

turbada

con

este

comentario. Sabía que pasaría, incluso

lo deseaba muchas veces. Pero ahora,

me parecía increíble que realmente

ocurriera, que tuviera que abandonar mi

casa, a mis padres, a todo lo que me era familiar

allí.

Sin

embargo,

me

recompuse lo mejor que pude y contesté

con aplomo:
- Padre, sé que sólo buscas lo mejor

para mí. Donde yo vaya, buscaré

siempre lo mejor para vosotros.

Los dos se acercaron a mí y me

abrazaron durante un buen rato. No sé

cómo sería en otras familias romanas,

pero nosotros siempre habíamos estado

muy unidos.

- Hija, te hemos prometido con una

persona de gran linaje. Es joven, pero ya

tiene una larga experiencia, y llegará

lejos. Se llama Marco Fulvio Cinna.

Vi

que

mi

madre

sollozaba

ligeramente. Me extrañó, parecía a punto

de derrumbarse. La abracé e intenté

consolarla.
- Madre, no me alejo de ti. Aunque

me marche de esta casa, vendré a veros

a menudo.

Cuando dije esto, mi madre rompió a

llorar abiertamente.

- Hija – me dijo mi padre – no es tan sencillo.

- ¿Por qué?

Mi padre suspiró, su cara reflejaba

una cierta tristeza.

- Marco no está en Roma. Ahora

mismo es procurador en Siria. Te

casarás por poderes con él, y luego

partirás hacia allí para unirte con tu

marido.

Tardé un poco en asimilar lo que mi

padre acababa de decir. Entonces fui yo

la que rompió a llorar, y mi madre la

que vino a consolarme.

- Cariño – me dijo – será poco

tiempo, un par de años. Marco tiene que


hacerse un nombre, para después volver

y ocupar un puesto importante en Roma.

Todo saldrá bien, ya lo verás.

Poco a poco conseguí calmarme.

- Sé que sólo pensáis en mi bien. Si

esta es la mejor decisión para la familia,

seré digna de ella – afirmé con toda la compostura de que fui capaz.

- Lo sabemos, hija mía – repuso mi

padre -. Sé que nos representarás con la mayor de las dignidades allá donde

vayas. Te queremos, no lo olvides

nunca.

El compromiso se haría público en

dos meses, y la boda por poderes se

celebraría en tres meses, tras la cual

partiría a Siria a reunirme con mi

marido.

Al día siguiente del anuncio de mis

padres, me marché a ver a Celsus. Pasé

con él todo el día, nos besamos, hicimos

el amor, nos dormimos, comimos juntos


y volvimos a hacer el amor. Los dos

sabíamos que era la despedida, así que

intentamos disfrutar cada momento

juntos.

Cuando me marchaba, me repitió la

promesa.

- Recuerda – me dijo – siempre que

me necesites me tendrás a tu lado.

Le besé apasionadamente por última

vez y me marché.

Después de aquello, mi vida fue un

tanto triste. Supongo que me había acostumbrado a la existencia que

llevaba y, aunque anhelaba un buen

matrimonio, jamás imaginé que aquello

supondría un cambio tan radical,

marcharme a un lugar tan distante, lejos de mis padres y de todo aquello


que

conocía y amaba.

Cuando faltaban diez días para la

formalización del compromiso, mi padre

me mandó llamar.
- Faltan pocos días para que tu

enlace se haga público – me dijo -. Sin embargo, aún falta una formalidad.

Como ya sabes, el senador Tulio es el

jefe de nuestra facción política. Él es el

responsable

de

aprobar

cualquier

cambio que afecte a nuestra fuerza en el

Senado y en todo el territorio romano, y

tu matrimonio es una de esas cosas que

mejorarán nuestra posición.

Hizo una breve pausa, me miró con

cariño y me acarició suavemente la

mejilla.

- Para que Tulio dé su aprobación –

continuó -, pasarás una semana en su casa. Digamos que es una especie de

prueba. No tengo ninguna duda de que la

superarás sin problemas, pero no quiero

engañarte diciéndote que es algo


sencillo. No, esta semana será dura para

ti pero, una vez que la superes, serás a todos los efectos la dueña de tu
nueva

casa. Tendrás grandes responsabilidades

y quebraderos de cabeza, y será un gran

cambio. Tulio quiere estar seguro de que

no flaquearás, sean cuales sean las

dificultades a las que te enfrentes. Si

superas esta semana, estamos seguros de

que podrás llevar a cabo tus futuras

tareas sin ningún problema.

Escuchando

mi

padre,

me

estremecí. Ya era bastante duro el

marcharme a lo desconocido, pero ahora

parecía que todo mi futuro como romana

dependía de esta semana. ¿Sería capaz

de superarlo?
- Haré lo que me digas, padre –

afirmé lo más rotundamente que pude.

- Lo sé cariño, lo sé.

Mi padre me abrazó con fuerza, y sentí que su calidez me infundía fuerzas.

- Prepárate, hija. Mañana te llevarán

a casa de Tulio. En una semana

volveremos a verte.

Así que preparé mis cosas y me

dispuse a ser entregada a Tulio.

Al día siguiente, un carro me llevó al

que sería mi hogar durante una semana.

Mis padres me abrazaron, mi madre

soltó unas lágrimas y yo lloré

desconsoladamente. Pero acepté mi

deber de hija y partí para mi destino.

Cuando llegué, me abrió la puerta un

esclavo. Cogió mis cosas y me llevó al

atrium. Había una silla vacía, pero me

dijo que no la usara, y que esperara de pie.

Pasó un tiempo hasta que apareció


Tulio. Se sentó, pero no me dijo nada.

Me observó atentamente, no sé si me

recordaría de mi presentación en

sociedad. En aquel momento pensé que

le había causado sensación, pero ahora

no estaba tan segura.

Entraron dos fornidos individuos,

probablemente de la guardia personal

del senador. Sin ninguna contemplación,

rasgaron mis vestiduras y me dejaron

completamente desnuda. Después, me

colocaron un collar dorado al cuello,

del que colgaba una cadena de unos seis

pies de largo. Yo no salía de mi

asombro. Me empujaron hacia el sitial

donde esperaba Tulio y le dieron la

cadena. Él tiró de ella, obligándome a

que me arrodillara en su presencia.

Después, hizo un gesto a sus hombres

para que se marcharan.


Me volvió a observar otro rato.

Después se levantó y empezó a recorrer

el atrium. Como me tenía enganchada

con la cadena, tiró de mí, y yo hice

ademán de levantarme, pero me lo

prohibió con tono autoritario. Así que

tuve que andando a su lado como si

fuera una perra. La humillación era

absoluta, y me entraban ganas de llorar.

Tras unos minutos realizando este

absurdo paseo, volvió a su silla y me hizo colocarme a su lado. Por fin se

dignó a hablarme.

- Bien, no sé qué te han contado

acerca de lo que te espera esta semana.

Pero quiero que lo tengas claro.

Mientras permanezcas aquí, eres la

última de las esclavas, el ser más

inferior que habita en esta casa.

Cualquier habitante de mi domus, hasta

el más ínfimo de mis sirvientes, tiene


poder sobre ti. Les obedecerás en todo,

les servirás en cualquier deseo que te

manifiesten, te usarán como si fueras de

su propiedad. No tienes ningún derecho,

ni siquiera a expresar la más mínima

protesta. A cualquiera que te dé una

orden, te limitarás a obedecerle.

Siempre que te dirijas a cualquiera, le

llamarás amo. ¿Está claro?

- Sí, amo – balbucí. Me estaba

aguantando las lágrimas.

- Bien. Espero que esté todo claro.

No te daré más explicaciones. Eres la

última de mis propiedades y no tienes

ningún derecho. Limítate a servirme sin más.

- Sí, amo.

- Una cosa más. No te levantes salvo

que

se

te
indique

expresamente.

Mientras estés aquí, te desplazarás

apoyándote en manos y rodillas. Es un

símbolo más de que eres el ser más

inferior que habita esta casa.

No esperaba una respuesta y no se la

di. Simplemente, intenté asimilar mi

condición lo mejor que pude. Sabía que

tenía que aguantar esa semana como

fuera, todo mi futuro dependía de ello.

El senador se levantó y me dejó allí.

Unos

esclavos

se

acercaron

y,

cogiéndome de la cadena, me llevaron a

otro lugar. Mi impulso natural fue el de levantarme, pero un fustazo en las


nalgas

me quitó la idea.
- Esclava – me dijo uno de ellos -

no te está permitido levantarte. ¿Lo has entendido?

Me quedé tan sorprendida que no fui

capaz de responder. Un nuevo fustazo

me hizo comprender que sí necesitaban una respuesta.

- Si – dije.

Otro fustazo.

- Creo que no has respondido

correctamente.

- Sí, amo – dije.

- Bien, espero que aprendas rápido.

Mi culo ardía por los fustazos, pero

lo más difícil de soportar era el orgullo.

Que Tulio, un gran senador romano, me

humillara, era duro. Pero que lo hicieran

aquellos

miserables

esclavos

era

insoportable. En aquel momento pensé


que, cuando acabara aquello, haría que

mi futuro marido los comprara para

poder desollarlos.

Me llevaron hacía la zona de baños,

ataron la cadena a una argolla y después

empezaron a echarme barreños de agua,

como si fuera un caballo. Después, me

dieron algo para secarme un poco.

- Disfruta de este baño, esclava – me

dijeron -. Es el único que tendrás hasta que te vayas.

- Sí, amo – me obligué a contestar.

Una vez que estuve más o menos

seca, me llevaron al peristylium, y vi

que en el porticus habían colocado un

extraño artefacto entre dos columnas.

Consistía en una especie de pared

artificial doble, con un hueco en el

medio para que cupiera mi cuerpo. Me

introdujeron dentro, boca abajo. Me

ataron la cintura con una correa, de


forma que no pudiera moverme. Mis

piernas se apoyaban en el suelo, y me

ataron los tobillos con argollas. Mis

manos quedaron atadas, de forma que

podía mover los brazos, pero no

desatarme. En la parte en que apoyaba

mi cuerpo, había dos agujeros para

encajar mis pechos. De esta forma quedé

con mi cuerpo haciendo un ángulo de

noventa grados. Mi culo aparecería

tentador para todo el que pasara, de

forma que cualquiera que apareciera

pudiera follarme sin yo saber quién era.

En la segunda pared había un agujero a

la altura de mi cara, no muy grande.

No tardé mucho en saber para qué era el agujero. Pronto, una polla de buen

tamaño apareció, directa a mi boca. La

orden sonó clara.

- Chupa, puta. Es la única vez que

vas a oír la orden. Cuando vuelva a


entrar una polla por el agujero, la

devorarás sin preguntas.

Como tardé un poco en obedecer la

orden, sonó otro fustazo en mis ya

enrojecidas nalgas. No lo dudé y engullí

la polla. Comprendí que tenía que

cambiar

mi

mentalidad.

Estaba

acostumbrada a ser la dueña y señora de

los esclavos, y aquello era nuevo para

mí. En cambio, ahora yo era la esclava.

Tenía que hacer lo que me dijeran, y no

dudar en nada. Empecé a chupar y a

recorrer la verga con mis labios y mi

lengua. Podía mover mis brazos lo

suficiente como para coger el rabo del

macho, así que no lo dude y usé también

mis manos para darle placer. Cuando ya


estaba bien enhiesta, desapareció del

agujero y fue sustituida por otra. Sin

embargo, no se había ido muy lejos, porque pronto noté unos dedos que me

dilataban el coño, para después notar

una polla húmeda que me taladraba sin

piedad.

Yo había empezado a pasar la fase

de la humillación, y ahora disfrutaba de

la penetración mientras devoraba la

nueva verga que había aparecido en el

agujero. Chupaba con gusto, mientras

gozaba al macho que me penetraba. Se

notaba que era experto, pues me estaba

dando mucho placer. Consiguió que me

corriera muy rápido, y ese placer hizo

que me olvidara de los fustazos.

Pensé que se correría en mi coño,

pero después de mi orgasmo, utilizó mis

flujos para lubricar mi ojete, y después me penetró con violencia, hasta


hacerme

gritar. Una vez superado el empellón


inicial, cuando ya me había penetrado

por completo, empecé a disfrutar yo

también. Más aún cuando sentí que

estallaba dentro de mí y me rociaba con

su semen.

El macho al que se la estaba mamando no se hizo esperar, y se corrió

dentro de mi boca. Agradecí el sabor

del semen y lo disfruté todavía más que

de costumbre, seguramente espoleada

por la situación.

Otros dos hombres vinieron a

sustituir a los anteriores. En este caso, los dos me penetraron el coño y


soltaron

su semen en mi vagina. Disfruté de un

nuevo orgasmo antes de que acabaran.

Tras esta primera tanda me dejaron

sola un rato, inmovilizada como estaba.

Me encontraba agotada y caí dormida,

buscando algo de descanso. Cuando me

desperté, tenía delante de mí dos

cuencos, uno con comida y otro con


agua. Devoré con ansia, pero mientras

terminaba noté otra polla en mi culo, y de

gran

tamaño.

Me

lo

dilató

sobremanera, y me folló durante varios

minutos, hasta que la sacó y se corrió

sobre mis nalgas.

De esta manera fue pasando el día.

De vez en cuando alguien me penetraba

o me hacía chupársela. Algunas veces, venían mujeres y chupaban mis


tetas, lo

cual me proporcionaba gran placer. Se

notaba que eran expertas, no unas

primerizas en el sexo. Suponía que,

aquello que me estaban haciendo a mí,

lo harían con bastantes mujeres, yo sólo

era una más del harén de Tulio.

En los raros momentos de descanso,


reflexionaba en qué pensaría mi padre

de

todo

aquello.

Cuando

me

desvirgaron, fui consciente del amor que

mi madre sentía por Tulio. Ahora su hija

era un juguete en manos de la misma

persona, por muy principal que fuera.

Mi progenitor era un hombre orgulloso,

no se humillaba ante nadie. Pero aquello

era una forma de humillación, para dejar

clara la preponderancia del senador

sobre toda su facción política. También

pensé en mi futuro marido. ¿Estaría él

informado de todo? ¿Sabría que su

futura mujer estaba siendo poseída por

todos los habitantes de la casa? No le

conocía, ni sabía cuál sería su postura


respecto al sexo. En cualquier caso, mis andanzas con Maro ya habían sido
lo

suficientemente

funestas.

En

comparación, esto era casi un juego.

También pensé en si mi madre

seguiría viendo a Tulio. Daba por hecho

que en las orgías sí, pero no sabía si le

visitaba en su casa, a solas los dos.

Creo que eso habría sido más humillante

para mi padre.

Pero todo esto tenía un fin político,

así que me imagino que se tragaría el

orgullo mientras las cosas fueran bien y

tuviera puestos de relevancia para él y

para su familia.

La sesión de sexo se prolongó por la

noche. Yo seguía atada, durmiendo la

mayor parte del tiempo y siendo

despertada de vez en cuando por algún


individuo con una erección nocturna que

calmar. Acabé agotada, pero satisfecha.

Eso sí, cuando por fin me desataron,

apenas podía estirarme. Me llevaron de

la correa a otra estancia, donde me

dejaron un poco de agua, apenas suficiente

para

lavarme

la

cara.

Después, me volvieron a poner cuencos

de comida que tuve que tomar en el

suelo. Finalmente, me llevaron a otra

estancia más amplia.

Me quedé sorprendido nada más

entrar. Allí había unas quince mujeres

desnudas, de todo tipo y condición,

sentadas, con las piernas abiertas y

mostrándome sus coños. Las órdenes no

tardaron en llegar:
- Lámelos todos

Ni siquiera recuerdo quien me dio la

orden. Lo que sí tenía claro es que tenía

un trabajo hercúleo por delante. Así que,

sin más preámbulos, empecé a aplicar

mi lengua, mis labios, mis dedos y mi

amplia experiencia para dar placer a

aquellos ansiosos coños, unos hermosos,

otros no tanto. En algunos casos lo

disfruté más, y las beneficiarias de mi

atención lo notaron. En otros casos me

resultó un suplicio. De cualquier

manera, tardé horas en completar mi

labor

y,

cuando

acabé,

estaba

completamente exhausta. Esta vez me

dejaron un lugar donde tumbarme, e


intenté descansar un poco, a sabiendas

de que me quedaban más pruebas que

pasar.

En esta ocasión me despertaron unas

caricias. Ya había perdido la noción del

tiempo, pero aún había luz. Esta vez era

un joven muchacho que, según supe

después, era uno de los hijos de Tulio.

Contrariamente a todo lo que había

experimentado hasta ahora, él me trató

con dulzura. Me acarició el cuerpo, me

besó, buscó mis puntos sensibles y me

hizo alcanzar un orgasmo antes de que

yo hubiera hecho nada. No dudé en

corresponderle, y nos embarcamos en

una apasionada cópula que terminó con

su semen dentro de mí. Después nos

besamos durante un rato y nos quedamos

abrazados. Finalmente, se marchó, pero

la verdad es que su visita había supuesto


un maravilloso paréntesis que me había

dado fuerzas para continuar.

Me volvieron a servir la comida en

los cuencos, pero aquella noche me

dejaron dormir. Aproveché para reponer

fuerzas, lo necesitaba, y aún tenía cinco días por delante en aquella domus
del

vicio.

Cuando me desperté con la luz del

día, me di cuenta de que había dormido

más de lo que pensaba. Los habitantes

de la casa ya se habían levantado hacía tiempo, y algunos bastante


empalmados,

puesto que encontré mi cuerpo rociado

de semen. Estaba claro que algunos de

los machos se habían desahogado sobre

mí, pero debían tener órdenes de

dejarme tranquila, porque no me habían

despertado. Me sirvieron algo de

desayuno en los cuencos, que devoré,

pues estaba hambrienta.


A continuación, vino el que debía ser

encargado de la casa. Me puso una

correa dorada al cuello y tiró de mí. Y

así salí hacia el jardín de la villa, yendo

a cuatro patas y arrastrada como una perra. Pronto comprendí cual sería mi

misión aquel día. Los esclavos estaban

trabajando en diversas tareas, y mi

misión era ir satisfaciéndolos uno a uno.

Daba igual, hombre o mujer. Primero

empecé mamando la polla al jardinero.

Mientras se la chupaba, sentí que me

penetraban. Era el leñador, que había

hecho una pausa en su trabajo para

aliviarse conmigo. Cuando los dos se

hubieron corrido, el encargado tiró de

mí, y fuimos donde las esclavas estaban

lavando la ropa. Por supuesto, tuve que

devorar sus coños y darlas placer.

Proseguí la tarea recorriendo todos los

lugares de la villa donde se realizaban


trabajos manuales, dando placer a todo

el que me requería. Finalmente, el

encargado remató la faena penetrando

mi culo y corriéndose dentro. Con eso

concluyó mi jornada.

Mientras descansaba, se me ocurrió

que, para un esclavo, no era mal destino

la casa de Tulio. Imaginé cuantas

jóvenes patricias habrían pasado por allí, haciendo realidad los deseos de

todos los habitantes de la domus. Sin

duda, para alguien de su condición

aquello no era muy normal.

A la mañana siguiente me ordenaron

que me lavara. Después, me pusieron un

cinturón de oro con una ligera cadena

que colgaba hacia la parte delantera con

varias

bolas

colgando.

Me
las

introdujeron una a una en el coño,

haciéndome sentir un extraño placer.

- No te las quites si no te lo ordenan –

me explicaron.

Asentí a la orden. Después, trajeron

otra cadena que engancharon a la que ya

tenía puesta. De repente, sentí una

penetración aguda en mi culo. Algo lo

estaba taladrando. La segunda cadena

tenía un objeto cilíndrico en el centro y lo habían depositado en mi ano,

dilatándolo aún más.

- No se te ocurra quitártelo – me

dijeron.

Evidentemente, no tuvieron que repetirme la orden. Sabía cuál era mi

papel durante esa semana, y no era otro

que obedecer. Completaron mi atuendo

con unas pulseras de oro en los tobillos

y unos adornos similares en los brazos.

Finalmente, me colgaron en los pezones


una especie de pequeños pendientes.

- Tu misión hoy – me dijeron - es

servir a la dueña de la casa, Actea. Hoy

eres su esclava, para todo lo que te

requiera. Limítate a cumplir sus órdenes

y a responder con un sí.

Después, me llevaron a presencia de

mi dueña. Al menos ya podía ir andando

normalmente, cosa que agradecí, aunque

a cada paso que daba, sentía los dos

objetos hundiéndose en mí, provocando

una mezcla de dolor y placer. La mujer

de Tulio estaba tumbada en la cama,

desnuda. Mi acompañante me dejó allí y

se marchó.

Durante unos instantes, me miró

atentamente, y yo hice lo mismo. La

esposa del poderoso senador era una

mujer más bien entrada en carnes, pero con bastante atractivo. Lo que más

llamaba la atención eran sus enormes


tetas, que destacaban sobremanera. Sus

pezones tenían una enorme areola, y los

hacía muy apetecibles. Parecía una

mujer fuerte y acostumbrada a mandar.

- Acércate, esclava.

Obedecí

inmediatamente

me

acerqué junto a la cama. A esa escasa

distancia me fijé más de cerca en su

dilatado coño. ¡Era enorme! Sus tetas

eran lo primero que llamaba la atención,

pero su vagina era muchísimo más

impresionante.

Después

supe

que

siempre se hacía penetrar por dos

machos a la vez, pues uno solo no le


proporcionaba placer.

- Arrodíllate.

Lo hice junto a la cama, y los objetos

volvieron a presionar mis agujeros. Mi

coño empezaba a estar muy húmedo.

- Ya te habrán dicho – continuó – que

hoy eres mi esclava. Pero eso no es

exacto. La realidad es que, a partir de

hoy y mientras yo viva, siempre serás mi esclava. Si superas esta semana,


tendrás

un buen matrimonio y te deberás a tu

marido pero, por encima de eso, te

deberás a Tulio y a mí. Nos debes

obediencia y sumisión. Siempre que uno

de los dos te reclame, acudirás a

nosotros y harás lo que se te ordene. Da

igual tu situación, tu primer deber es

para nuestra facción política, que

encarnamos Tulio y yo.

Asentí con vehemencia. No esperaba

aquello, pero comprendí que era una


conclusión lógica de aquella semana. Yo

era una orgullosa patricia, pero el

reducirme a este estado de esclavitud

era una forma de que comprendiera mi

papel con respecto al senador y su

esposa.

- Cuando estemos en privado o

delante de esclavos, siempre me

llamarás “Ama”. ¿Comprendido?

- Sí, ama.

- Bien. Otro punto importante es que

comprendas el tipo de mujer que soy. No

una delicada flor que se somete a los hombres, como tantas otras. No, yo
doy

las órdenes y, en cualquier relación, del

tipo que sea, yo llevo la voz cantante.

Así que sé sumisa en todo conmigo.

¿Queda claro?

- Por supuesto ama.

- De momento, lámeme el coño.

Quiero comprobar tus habilidades. Te


advierto que no soy fácil de complacer,

así que tendrás que esmerarte.

Me acerqué a su enorme agujero y

empecé mi labor. Tenía por delante un

importante desafío. Empecé buscando su

clítoris, lo besé y acaricié, jugué con él

suavemente

al

principio,

más

rápidamente después. Luego continué

con mis dedos hacia el interior de su

vagina.

Empecé

con

uno,

pero

comprendí que no lograría nada, ni

tampoco con dos. Introduje tres y noté

que se humedecía poco a poco. Continué


el magreo, hasta que metí la mano

entera. Entonces sí me di cuenta que se excitaba

poderosamente.

Mientras

proseguía trabajando su vagina, mis labios volvieron a su clítoris, y ella

empezó a estremecerse de placer. Su

calidez iba en aumento, y decidí

volcarme por completo. Saqué la mano e

introduje mi boca dentro de ella. Era

increíble lo profundo que podía llegar.

Lo primero que noté con mi lengua fue el

inconfundible sabor a semen. Estaba

claro que aquella mañana ya había sido

follada. Eso me excitó aún más, mi boca

y mis labios penetraron dentro de ella

con fuerza y mis dedos se volcaron con

su gran clítoris. Entonces se volvió loca

de placer y, con grandes estertores, se

corrió.

Permaneció un buen rato disfrutando


el momento, mientras yo esperaba,

satisfecha de mi labor. Mi dilatada

experiencia daba sus frutos.

- Bien – me dijo – no hay duda de

que sabes lo que haces. Eso me agrada.

Pasemos a tus otros deberes. Prepárame

el baño.

Así lo hice, y durante el resto del día

estuve dedicada a hacer las faenas de cualquier esclava. Bañarla, servir la

comida, vestirla, abanicarla, arreglar su

aposento y su cama, así como limpiar

toda la estancia. Antes de la siesta tuve que chupársela a dos esclavos para
que

se les pusiera bien dura y después la

follaran. Ahí me di cuenta de que

siempre hacía que dos pollas la

penetraran para sentir verdadero placer.

Tras acabar, me hizo limpiar los restos

de la corrida de su coño y limpiar las pollas de los esclavos. Después, me


dio

las sobras de su comida como alimento


y se retiró a descansar un rato.

Por la tarde tuvo una visita, otras dos

matronas, ya entradas en años. Yo tuve

que servir a las tres y, mientras

charlaban, estuve de rodillas junto a

ella, como si fuera su mascota. En un

momento de la charla, una de las

mujeres me reclamó para darle placer,

así que me puse a ello. Su coño no era especialmente apetecible, pero me

esmeré todo lo que pude. Cuando acabé, la otra me reclamó y también


recibió su

ración.

- Es una buena zorra – comentó la

segunda, después de su orgasmo.

- Sí – apostilló la otra -. Se aplica

muy bien, y tiene experiencia para su

edad.

Mi ama me miró con orgullo.

- Sí – dijo – creo que será una buena

esclava. Pero todavía está a prueba,

veremos si me satisface en todo.


Yo no podía dejar de sentir una

punzada en mi orgullo cuando la oía

hablar así. Una cosa era el juego sexual,

y humillarse en él temporalmente. Pero

aquella mujer quería dejar claro que,

aunque de puertas para fuera pudiera ser

la mujer de un senador o incluso de un cónsul, de puertas hacia dentro era

posesión suya. Y yo no sabía si sería

capaz de aguantar eso.

- Acércate otra vez – me dijo la

primera de las amigas.

Yo fui dócilmente, y ella cogió la

cadena con las bolitas que yo llevaba en mi vagina. Empezó a sacarlas una a
una,

y yo comencé a sentir un tremendo

placer, que casi me dio un orgasmo al

sacar la última. Ella se llevó las bolas a

la boca y empezó a relamer mis jugos.

- Mmmmm – dijo –, esta esclava

sabe bien. Tiene unos jugos deliciosos.

Después volvió a introducirme las


bolas de forma experta, calentándome de

nuevo. Recuperé mi puesto junto a mi

ama y esperé nuevas órdenes.

La visita terminó poco después. Yo

me entretuve el resto de la jornada

haciendo labores de esclava, a expensas

de lo que se me mandara.

Por la noche, fui reclamada de

nuevo. Desnudé a mi señora, pensando

que me pediría nuevos favores para su

enorme

vagina.

Pero

entonces

comprendí que aquello no era suficiente

para ella. Entró una esclava trayendo un

curioso objeto cilíndrico de grandes

dimensiones. En el centro tenía un cojín

separador con una cadena, de tal forma que parecían dos enormes falos
pegados

el uno al otro y sólo separados por ese cojín.


- Esclava, introdúcelo en mi coño –

me ordenó, mientras se ponía de pie.

Yo me arrodillé y empecé a

introducirlo en su vagina, pero temía

hacerla daño, pues la anchura del

cilindro era descomunal. Sin embargo,

aquel enorme coño engulló el objeto

hasta la altura del cojín con una

facilidad pasmosa.

- Ata la cadena a mi cintura.

Así lo hice, quedando mi ama de tal

forma como si le hubiera aparecido un

enorme pene. Cuando comprendí que lo

que pretendía era follarme con aquel

monstruoso instrumento, me quedé

aterrada. Mi vagina era mucho más

pequeña que la suya, no sería capaz de

meterme aquella cosa.

- Ama, por favor, no… - empecé a

sollozar. Pero mis lágrimas fueron


cortadas de raíz por un soberano

bofetón.

- No quiero oír nada. Túmbate.

Obedecí, aterrorizada.

- Sácate las bolas.

De nuevo seguí sus instrucciones, y

me extraje las bolas del coño. Ella se

las llevó a la boca y las saboreó, como

antes había hecho su amiga.

- Es cierto que sabes bien, zorra –

me dijo -. Abre tus piernas.

Intenté abrirlas lo más posible para

poder recibir ese monstruo.

- Ahora quiero que entiendas esto

claramente. Para ti soy un macho,

alguien que te va a poseer más de lo que

nadie te haya poseído jamás. Me

sentirás más dentro que nadie, y lo

agradecerás.

Todavía no había acabado de hablar


cuando empezó a penetrarme. Solté un

chillido

desgarrador,

me

estaba

partiendo en dos, y aún más puesto que

mi culo seguía penetrado por el artilugio

que me habían colocado por la mañana.

Le costó abrirse paso, pero finalmente

me lo introdujo todo. Yo pensaba que me moría pero, sin hacer caso de mis

dolores, ella empezó a entrar y salir de mí, como si fuera un hombre, y es


que

estaba claro que así se sentía. Tarde

bastante

en

acostumbrarme,

pero

después conseguí empezar a sentir

placer. Ella me fue cambiando de

postura según le apetecía. A cuatro

patas, de lado, sobre mí. Cada vez me


fui calentando más y más. Tuve dos

orgasmos antes de que ella soltara un

grito brutal y se corriera también. Sin

sacar el objeto de ninguna de las dos

vaginas, nos tumbamos las dos en la

cama, me puso la boca en sus enormes

tetas y me hizo chuparlas hasta que las dos nos dormimos.

Este proceso se repitió todas las

noches de mi estancia en la casa, pero se

me liberó del resto de servidumbres de

esclava. Nada más de limpiar ni servir.

Eso sí, volví a ser el juguete sexual del

resto de los habitantes de la domus.

Durante el día me follaban sin descanso o chupaba pollas y coños. Pero por
la

noche, acudía al dormitorio de mi ama y

allí ella se convertía en macho y me

follaba

sin

parar,

para
terminar

durmiendo apoyada en sus tetas.

Estaba tan ocupada que no era

consciente de la ausencia de Tulio.

Todos los habitantes de la casa me

habían utilizado a su antojo, pero Tulio no había dado señales de vida. A


todos

los efectos, mi ama y la que manejaba

todo en la casa era Actea. Eso no era

infrecuente, era habitual que las

matronas mandaran en la casa más que

sus esposos. Pero me preguntaba cómo

sería la vida marital de Tulio y Actea, si

es que la seguían teniendo. Eran dos

personalidades muy dominantes, y no

veía a ninguno de los dos siendo capaz

de someterse al otro. Quizá por ese

mismo motivo constituían un matrimonio

fuerte que se había conseguido imponer

en el complejo mundo de la política

romana.
El último día de mi estancia en

aquella domus fue diferente a los

anteriores. Actea solía follarme cada

noche, pero aquel día lo hizo también

por la mañana. Después, me besó

apasionadamente y se despidió. Luego

vinieron esclavas y se comportaron

como tales. Me dieron comida, esta vez

servida exquisitamente, me dieron un

baño que duró una hora, y después me

vistieron con ricas galas, eso sí,

tremendamente eróticas porque no

dejaban mucho a la imaginación.

Tras

estos

preparativos,

me

condujeron a una sala, me tumbé en un

triclinium y esperé. Poco después

apareció
Tulio,

completamente

engalanado y tan atractivo y posesivo

como siempre. Me preparé para ser

humillada de nuevo, pero me llevé una

completa sorpresa.

- Mi querida Danae – me dijo -, hoy

finalizas tu presencia en esta casa.

Habrá sido una experiencia compleja y

dura para ti, pero era importante para nosotros saber de qué pasta estabas

hecha.

Asentí dubitativa, sin saber que

decir. El hecho de que me hubiera

llamado “querida” me resultó chocante.

Ya casi me había acostumbrado a mi

condición de esclava, pero, de repente,

volvía

ser

encumbrada
como

aristócrata romana, y el todopoderoso

Tulio me trataba con cariño. No sabía

que pensar.

- Te preguntarás el porqué de todo

esto – prosiguió -. La realidad es que, a

partir de ahora, entras en el complejo

mundo de la política romana. Tu

aportación será fundamental, aunque

pienses que no es así. Contrariamente a

la creencia de algunos, las mujeres sois

una pieza clave en política. Creáis

alianzas e influís en vuestros maridos de

una forma que ningún hombre puede

hacer. Por tanto, necesitamos saber

cómo sois y que fuerza tenéis.

Hizo una pausa y me ofreció un poco

de vino antes de continuar.

- Además de las influencias, está el

tema del sexo. Tú lo has visto con


naturalidad en tu casa, pero para muchos

romanos no es así. Sin embargo, el sexo

tiene un tremendo poder, en todos los

aspectos de la vida. A lo largo de esta semana has demostrado que es un


arma

que tú puedes utilizar a tu antojo, y eso te supondrá una ventaja


fundamental en

la vida, y también una ventaja para la

facción. No conozco lo suficiente a tu

futuro marido para saber su opinión al

respecto, pero te doy un consejo. El

sexo es un arma tuya en exclusiva, no de

tu esposo. Úsala según tú creas

conveniente, y no dejes que nadie te

influya en eso.

Sopesé sus palabras y comprendí

que, de cara al futuro, tenía una ventaja importante de la que sacar


provecho.

Sólo había que saber usarla de forma

adecuada.

Tras la charla, Tulio se acercó a mí,


me abrazó y me besó apasionadamente.

Sentí su fuerza, su ardor y su dulzura, y comprendí los sentimientos de mi

madre. Si yo no hubiera estado aún

enamorada de Clodio, habría caído

rendida a sus pies en ese momento. Tras

un largo espacio de tiempo nuestras

bocas y lenguas se separaron, y empezó

a besar mi cuello. Lo hacía con una

suavidad que me sorprendió. Sentí su

cálida lengua bajar por la piel hacia mi

escote. Después besó mis pechos,

acarició con sus labios mis pezones y

los

mordisqueó

suavemente.

Mi

excitación iba en aumento, e intenté

buscar su miembro para corresponderle,

pero él me lo impidió. Me dejó claro

que aquel momento era para que yo lo


disfrutara, así que me dejé hacer. Tras

dar placer a mis tetas, su boca busco mi

húmedo coño. Estaba claro que era un

experto, porque las caricias de su lengua

en mi clítoris me llevaron al éxtasis.

Después, prosiguió sus caricias con los

dedos, hasta que la mezcla de

sensaciones me arrancó un orgasmo

largo y pronunciado. Cuando me recobré, busqué su rabo y lo lamí

ávidamente, era delicioso. Cuando

estuvo bien lubricado y tieso, me tumbó

con suavidad y me penetró. Era mágico

sentir aquel pene dentro de mí, poderoso

y dulce al mismo tiempo. El roce con mi

vagina me llevó a la locura, y me

arrancó un segundo orgasmo. Continuó

follándome en varias posiciones, hasta

que, finalmente, soltó su semen dentro

de mí, provocando a su vez mi orgasmo

final.
Nos quedamos abrazados largo rato,

con

nuestros

cuerpos

desnudos

acariciándose. Repetimos la cópula tres

veces más a lo largo del día.

Finalmente, al anochecer, me despidió

en la puerta de su domus con un beso,

deseándome suerte en la nueva vida que

me esperaba. Mientras el carro me

llevaba a mi casa, pensé en las

increíbles experiencias de esa última

semana, e imaginé qué me podría

deparar el futuro.

CAPÍTULO XV – La partida

Tras mis experiencias en casa de

Tulio y Actea, regresé a mi domus. No

me quedaba mucho tiempo antes de mi

marcha a aquel rincón desconocido del


mundo. Durante la última semana me

había evadido de todo, pero ahora

volvía a aparecer de nuevo la realidad,

y el incierto futuro que me aguardaba.

Mis padres me dieron todo su apoyo

durante los días que todavía permanecí

en su casa. Se volcaron conmigo y me

dieron todo su cariño, al que añadieron

numerosos consejos para mi futura vida.

Comprendí que, aunque les enorgullecía

poder darme un buen matrimonio, les

embargaba la tristeza por la pérdida, al menos temporal, de su hija. Mi


hermano,

por supuesto, lo que lamentaba era

quedarse sin su fuente de ingresos, pero

me dejó en paz y no me obligó a

prostituirme más.

Durante

aquellos

días,

intenté
recorrer Roma, todos los lugares de esa magnífica urbe en la que me había

criado. Y comprendí que, aún más que a

mi familia, lo que echaría de menos era

esa mágica ciudad que me había visto

crecer. Hasta ese momento, había dado

por hecho que todo el mundo era como

Roma, pero, de repente, era consciente

de que me trasladaba a un lugar muy

diferente, y no sabía qué podía esperar.

Así que decidí disfrutar mi ciudad

mientras pudiera. Recorrí las calles, las

plazas, los teatros. Estuve en sitios que no recordaba y otros en los que
nunca

había estado, intentando absorber todo

lo que la civilización romana me podía

dar. Disfruté enormemente aquellos días,

aunque, cuando me iba a dormir cada

noche, afloraban lágrimas en mis ojos

pensando en todo lo que perdería con mi

marcha.

Poco antes de mi partida, se celebró


mi boda por poderes. Con aquella

ceremonia quedé unida a mi esposo,

aunque aún no le conociera. Además de

mi familia y de algunos familiares del ausente novio, estuvieron presentes

muchos miembros de nuestra facción

política, y Tulio y Actea tuvieron un

papel principal.

Cuando llegó el momento de mi

marcha, preparé mis cosas y me dirigí,

en compañía de mis padres, al puerto de

Ostia. El camino fue triste, viendo como

la ciudad se alejaba tras de mí. Cuando

llegamos, el barco estaba listo para

zarpar. Mi madre, cubierta de lágrimas,

me abrazó y me besó, deseándome toda

la fortuna del mundo. Mi padre sufrió en

silencio, pero me abrazó con fuerza, y

me dijo que llevara con orgullo siempre

mi condición de patricia romana. Me

despedí de los dos y subí entre lágrimas


al barco. Me acompañaba una esclava,

Atia, que me serviría durante el viaje y en mi nueva vida. Me coloqué en la

popa y me quedé allí, llorando mientras

zarpábamos, agitando la mano mientras

veía a mis padres alejarse cada vez más.

Cuando

el

puerto

ya

era

indistinguible, me sequé las lágrimas y

me dirigí a la proa. Desde allí, miré el mar abierto, y pensé en todo lo que
me esperaba. Algo desconocido, pero, sin

duda, también mágico. Y me di cuenta de

que, en aquel momento, ya era una mujer

romana de pleno derecho. Y, partiendo

de eso, podría vencer todas las

dificultades que el mundo colocara ante

mí.

EPÍLOGO

Aquí termina la primera parte del


manuscrito de Danae. Pero no termina su

historia. Hay mucho más por contar,

nuevas experiencias en un mundo nuevo,

igual de intensas que las reflejadas hasta

ahora. Su viaje y su futuro matrimonio

darán lugar a muchísimas circunstancias,

en las que Danae seguirá su aprendizaje

en la vida, siempre con el sexo presente

y protagonista.

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