Está en la página 1de 1

Cuando estabas sentado en mi patio, tranquilo y sin prestarme atención,

el sol iluminaba acaloradamente tu rostro. No te diste cuenta, pero


permanecí mirándote fijamente por unos minutos. Estaba
completamente fascinada por la belleza de tus facciones. No podía
asimilar que seas real. No podía comprender cómo es posible que me
pertenezcas, en la forma más amorosa y pura de la palabra.

Sos tan hermoso, en todos los sentidos posibles que te puedas llegar a
imaginar. Te juro que no hay parte de tu cuerpo que no sea de mi
agrado. Me hipnotiza de una manera indescriptible apreciarte y
abrazarte; escarbar en tu cuello sintiendo tu aroma característico.

Es sorprendente cómo en tan poco tiempo tengo tantos recuerdos junto a


vos grabados en la piel. Todavía tengo memoria de la primera vez que
pude apreciarte con claridad. Era muy temprano, y el sol también se
encontraba irradiando tus rasgos. Te miré fijo, y me miraste fijo,
entrecerrando un ojo por la molestia que te ocasionaba la luz.

No sé qué pensaste y seguro vos tampoco, pero yo premedité sobre lo


etéreo que me parecía tu rostro, y la paz que me transmitías. Incluso sin
conocerte me dabas la sensación de que podrías calmar mi ser tan solo
sentándote junto a mí.

Verdaderamente, y desde lo más sincero de mis sentimientos, te amo


mucho más de lo que pensas. Y aunque te hablé de una sensación de
extrañeza e incomodidad, no es algo realmente importante. Y no quiero
por nada del mundo que te vayas a dormir con temor a que yo te deje,
porque te aseguro que es lo que menos quiero en la vida. Te necesito
conmigo, te necesito porque te quiero, porque me das tranquilidad.
Porque con vos todo es más gracioso y porque me entendes, y yo te
entiendo.

Ojalá algún día pueda hacerte sentir como vos me hacés sentir a mi.

También podría gustarte