Está en la página 1de 2

TRABAJO DE PRODUCCION ESCRITA

“Ese juego que habian pensado que era el juego de la vida, no es sino el juego de la muerte. Ellos
dos no son otra cosa que la mismísima muerte sobre la muerte. Contemplan el gesto de espasmo
de una vida encerrada dentro de la muerte” (fragmento elegido)

Eran tan solo espectros hambrientos por un sentir. Eran transparentes y no tenían rostro sino un
vacio redondo entre el pelo y el cuello. Escrúpulos rodeaban sus manos voluminosas con
veneración, y cada vez que cruzaban un mar, dejaban otro de color carmín y rojizo aniquilando
todo espécimen de candidez.

Se miraban a través de espejos y corrían a los brazos del otro cuando los rayos del sol golpeaban
las aguas del piélago. Todo parecía estar en completo sosiego para dos almas que habían dejado la
lucidez hace mucho tiempo, incluso antes de conocerse.

Ambos recuerdan con cariño ese día. Cuando las olas no eran tan violentas y la fuerza de la luna
estaba débil. Juntos apagaron el incendio, incrustándose mutuamente sus escrúpulos. Recorrieron
millones de galaxias con solo mirarse recíprocamente.

Cuan invidentes estaban, como cuando miras el reflejo del sol y este te encandila. Y es que ese
juego que habían pensado que era el juego de la vida, no es sino el juego de la muerte. Ellos dos
no eran otra que la mismísima muerte sobre la muerte, fruto de un amor que nació en el abismo
de la destrucción.

Luego de muchísimas eternidades y vidas, cuando los espectros enamorados finalmente rozaron
sus labios, el manto que distorsionaba la realidad y creaba una casi perfecta lucidez, se empapo en
agua y se arruino.

Las olas golpeaban con fuerza y la lluvia parecía no cesar jamás. Se miraron a los ojos y se dieron
cuenta de absolutamente todo. Eran ángeles incomprendidos que habían pasado toda su vida
encerrados en la muerte.

La niebla no permitía que pudieran apreciarse con claridad. Alas gigantes brotaban de su espalda,
tenía heridas y desmoches por todos lados, su piel era color cobrizo y sus cabellos eran áureos.

Su aspecto físico era la definición de exultación, unos rasgos marcados y bellos. Dignos de un
serafín. Sus ojos cerúleos se cruzaron con los azabaches. Pudo apreciar entonces a su manceba de
aspecto físico desconocido hasta el momento.

Esta era todo lo contrario a él. Miles de pequeñas espinas adornaban su cuerpo, sus labios estaban
con tajaduras y de algunas brotaba un líquido carmín agridulce. Su piel era desvaída, y su cabellera
negra. Su rostro era cadavérico y su aspecto denotaba ferocidad y perversión. Era un demonio,
uno muy capaz de escupir veneno por la boca. Su aspecto atractivo era su mayor arma letal.
Ambos entes cruzaron miradas fijamente, pasmados ante la identidad del otro. Las olas se
calmaron pero el fuego persistía. No dijeron nada, pero entendieron todo.

Eran la salvación y un peligro letal para el otro. Dos seres totalmente incompatibles que en algún
momento no tuvieron rostro y se juntaron para apagar las llamas del dolor que sus almas
aguardaban.

Sonrió de forma ladina y rompió el espejo.

También podría gustarte