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EN LA CIENCIA CONTEMPORÁNEA*
PREÁMBULO
*
La conferencia que publicamos a continuación fue dictada por su autor, el Doctor Ernesto Mayz Vallenilla,
dentro del ciclo Diálogo entre la Filosofía y la Ciencia, organizado por la Facultad de Humanidades y Educación
durante el año académico 1953-1954.
El escoger al Principio de Causalidad para estudiar sobre él –y su inherente
problemática– los “síntomas” de “crisis” en la Ciencia contemporánea, se debe simplemente
a una cuestión de hecho. Si algo está realmente en verdadera “crisis” dentro de la Ciencia
actual esto es el Principio mencionado y ninguno como él ha debido sufrir una
transformación tan grave a causa de las conmociones que la Ciencia ha experimentado al
verse atacada y vulnerada en su Estructura preontológica.
Mas ahora que así tenemos el deber de expresarnos –empleando un enunciado que a
pesar de su rigor técnico encierra sin duda una obscuridad apenas dispensable para una
conferencia– hemos de empezar esclareciendo en su significado más preciso, pero también
más elemental por razones pedagógicas, lo que deseamos insinuar cuando hablamos de
“Estructura preontológica” de la Ciencia.
Hemos hablado de “Estructura preontológica”; hemos dicho también que ella se ha
visto, en nuestra época, atacada y vulnerada; y refiriéndonos justamente a semejantes
cosas, hemos aludido directamente a la “crisis” por la que parece atravesar el “Principio” que
hemos escogido como Problema y cuestión fundamental de esta conferencia. ¿Qué quiere
decir ésto? ¿En qué relación se encuentran semejantes “temas” de la “problemática” actual
de nuestra Ciencia? ¿A qué nos referimos, en general, al hablar de “Estructuras” y
“Principios” con carácter de “preontológicos”?
Sin duda, la dificultad mayor reside en comprender técnicamente el término de
“preontológico”, y justo por esto a esclarecer semejante término en su significado más
preciso es naturalmente a lo que debemos dedicar la parte inicial de esta conferencia. Una
vez esclarecido el término en cuestión, podremos introducirnos en la verdadera problemática
que planteará la conferencia al referirse expresa y directamente al “Principio de Causalidad”.
La Ciencia en general, o el Saber científico de cada una de las Disciplinas particulares,
es un conjunto sistemático de proposiciones que versan sobre una limitada “Región” de
Objetos determinados. Así, vgr., las Ciencias de la Naturaleza, consideradas genéricamente
y sin tomar en cuenta las peculiaridades específicas de cada una de sus Disciplinas, son
aquel grupo de Ciencias que versan sobre los Fenómenos o Entes en tanto que éstos quedan
determinados en cuanto “Fenómenos” o “Entes” naturales por pertenecer justamente a la
Naturaleza, que es la “Región” común y general de todas ellas. Las Ciencias históricas, por
su parte, son aquellas que tienen por “Región” fundamental la “Historia”, siendo eo ipso sus
“entes” y “fenómenos” peculiares determinados en cuanto “históricos” por copertenecer a
esa “Región”; Ciencias morales son aquellas que poseen como “Fenómenos” o “Entes”
peculiares a Objetos cuya determinación más característica está prescrita por la “Región”
general de la “Moral”, siendo eo ipso “entes” o “fenómenos” de contextura específicamente
“moral"; etc., y así, con perfecta generalidad, por todas las “Regiones” de la Ciencia.
Ahora bien, definido en esta forma el Saber científico de estas Disciplinas, es de
observar que, de antemano, cada tipo de Saber determinado posee su característica
“Región” de Objetos también determinados y –¡he aquí algo que es muy importante de
observar!– cada Objeto puede decirse que está “determinado” porque su estilo entitativo
regional parecería que a priori le correspondiera justamente a cada Ciencia en cuestión. Así,
en efecto, decimos que los Objetos “históricos” corresponden a la Ciencia histórica porque su
estilo o modo de ser entitativo regional es “histórico” –no, vgr., biológico, ni estético, ni
simplemente “natural”– sino justa y propiamente “histórico”, implicándose en tal
determinación una adecuación o semejanza de su modo de ser entitativo regional con el
correspondiente estilo de Saber que sobre él recae. Así mismo –y con idéntica
correspondencia– la reflexión descubre que a los Entes determinados como “naturales” se le
asigna un tipo de Saber característico, vale decir, el de las Ciencias Naturales; y, con igual
rigor, podríamos detectar acontecimiento semejante en los campos de las restantes Ciencias
y de sus respectivos Objetos peculiares.
Ahora bien, semejante “dato” –puesto que lo que ahora detectamos es simplemente
un “dato” histórico que puede ser corroborado y comprobado estudiando el planteamiento de
la Metodología científica tradicional, moderna, o incluso contemporánea– tal “dato”, digo,
nos pone en condiciones de preguntarnos algo a la par profundo y suspicaz.
En efecto –preguntamos– ¿Tiene un Fenómeno cualquiera un determinado estilo
entitativo regional porque él es Objeto de una Ciencia?
O, al contrario ¿Es algo “Objeto” de una determinada Ciencia porque él tiene, en sí y
por sí, determinado estilo entitativo regional?
Tales Preguntas, en verdad, nos ponen al descubierto aquello hacia lo cual deseamos
apuntar: es decir, la cuestión de la “Estructura Preontológica” de la Ciencia. La Respuesta a
las anteriores Preguntas –permítasenos que aquí no expliquemos en detalles las cuestiones
técnicas adyacentes– se formula modernamente diciendo que el “dato” de que un
“Fenómeno” o “Ente” cualquiera sea Objeto de una determinada Ciencia no se debe al
factum de que los Entes objetivos de la Ciencia sean, en sí y por sí mismos, de determinado
estilo regional, sino –al contrario– por la profunda razón de que cada Ciencia construye sus
Objetos en determinada forma y esta “construcción” determina a priori –es decir, de
antemano o previamente– el estilo entitativo regional de sus Entes y Fenómenos.
A semejante procedimiento de “construcción” entitativa regional se apunta cuando
hablamos de “Plan” o “Estructura Preontológica” de la Ciencia.
En efecto, desde Kant sabemos –y el haberlo esclarecido en toda su problematicidad
y riqueza es obra de Heidegger– que el “Plan” o “Estructura” de la Ciencia es A priori. Quiere
decir esto que la Ciencia no es simplemente una recolección pasiva de Fenómenos, sino que,
al contrario, es el Saber de ella –Saber que está preontológicamente determinado por una
cierta manera de mirar al Mundo y a los Entes– el que construye previamente los perfiles
entitativos –el estilo regional– de los posibles Objetos sobre los cuales versa su
Conocimiento.
Ahora bien, la Ciencia posee ciertas Formas o Principios en todo rigor Fundamentales
por su generalidad, y por medio de los cuales, y según su modelo, construye la “Estructura”
de los entes científicos en general. Uno de tales Principios –he aquí por qué razón hablamos
de estas cosas– es el “Principio de Causalidad”.
La “Causalidad”, técnicamente expresada, y según este contexto de cuestiones que
ahora examinamos, es un Principio de determinación Fundamental y Preontológica de los
Objetos de la Ciencia. A ella, ciertamente, no sólo la encontramos en determinada parcela
científica, sino que su vigencia de Principio se extiende por las más varias regiones del
quehacer científico y constituye, por así decirlo, el eje fundamental sobre el cual se
desarrollan los enunciados legales de casi todas las Ciencias, no obstante sus disímiles
naturalezas específicas.
Justo, en esta conferencia, queremos examinar cómo es que tal Principio –que ha
determinado casi desde el comienzo mismo de la Ciencia el estilo entitativo de sus Objetos
al predicar de ellos una “legalidad” fundamentada sobre la relación de Causa-Efecto–
atraviesa en la actualidad por un período de “crisis”. Queremos así mismo bosquejar cómo
de esta “crisis” –cual si fuera un resultado– la Imagen de la Naturaleza que poseía el
Hombre como patrimonio de un legado cultural que había recibido de sus predecesores, al
conmoverse aquel Principio básico que funcionaba como Fundamento de ella, ha variado
extraordinariamente en nuestra época.
Nuestro examen, en tal sentido, versará programáticamente sobre los resultados
alcanzados por tres Disciplinas, las cuales, además de revestir una extraordinaria
importancia en el conjunto de la manifestación científica contemporánea, pueden servir de
modelo para ilustrar el fenómeno de “crisis” en que se ha visto sumido aquel “Principio”. Nos
referimos a la Física, a la Biología y a la Historia.
Si el tiempo lo permitiera, semejante “crisis” del “Principio de Causalidad” podría
rastrearse incluso en otras regiones de la manifestación científica contemporánea, y, con
igual dramaticidad, podríamos comprobar como casi coetáneamente al “Principio de
Causalidad” han caído igualmente en “crisis” otros “Principios” también “Fundamentales”
–vgr., el de “Sustancia” o de “Sustancialidad”; el de “Tiempo-Espacio”; el de “Relación”,
etc.–, justamente a causa de la incesante revisión y crítica a que se han sometido en
nuestro tiempo eso que hemos llamado “Estructuras preontológicas” de la Ciencia.
Ahora bien: ¿Qué revelan estos “síntomas” de “crisis” en la Ciencia contemporánea?
Tal es una Pregunta que sólo es permitido contestarla –insinuando apenas una vaga
respuesta o un pronóstico– cuando hayamos terminado la labor de nuestro examen. Antes
nos aguarda la tarea que hemos mencionado como programa de esta conferencia. Tratemos,
pues, de revisar la “crisis” del “Principio de Causalidad” en las Disciplinas escogidas como
modelos de la manifestación científica contemporánea.
1
Hans Reichenbach: “Objetivos y Métodos del Conocimiento físico” pág. 215. Ed. Colegio de México.
hace de la Observación empírica un método fallido para cosechar mediante ella un
conocimiento objetivo -universal y necesario, en sentido kantiano– de los Fenómenos físicos
en cuanto tales.
Ahora bien, de todo lo precedente nos resulta ciertamente clara una conclusión que
deseamos extraer para que ella misma nos revele el estado de “Crisis” en que se encuentra
actualmente la Ciencia física. Sabemos ahora –así lo expresa la “Relación de
Indeterminación” de Heisenberg– que nunca puede conocerse con precisión más que la
mitad de las magnitudes cuyo conocimiento sería necesario para la descripción exacta de un
sistema de fenómenos según el esquema de las ideas de la Física clásica. El valor de una
magnitud característica del sistema es, en efecto, tanto más incierto, cuanto más
exactamente conocido sea el valor de la magnitud conjugada. De aquí justamente –y esto es
lo que nos importa subrayar primordialmente– se deduce una fundamental diferencia entre
la Física clásica y la Física contemporánea en cuanto se refiere al Determinismo de los
Fenómenos naturales. En la Física de Newton, el conocimiento simultáneo de las magnitudes
que fijan la posición de las partes de un Sistema y de las Magnitudes dinámicas conjugadas,
permitía –al menos en principio y teóricamente– el cálculo del Sistema de fenómenos en un
instante ulterior cualquiera. “Conociendo con precisión los valores X, Y... de las magnitudes
que caracterizan un sistema en el instante T, se podía prever sin ambigüedad qué valores X',
Y', ... se encontrarían para esas magnitudes si se las determinase en un instante ulterior T'.
Esto resultaba de la forma de las ecuaciones básicas de las teorías mecánicas y físicas y de
las propiedades matemáticas de esas ecuaciones. Esta posibilidad de previsión rigurosa de
los fenómenos futuros a partir de los fenómenos actuales, posibilidad que implica que el
porvenir está contenido en cierto modo en el presente y que no le añade nada, constituía lo
que se ha llamado el determinismo de los Fenómenos naturales. Pero esta posibilidad de
previsión rigurosa requiere el conocimiento exacto en un mismo instante de las variables de
localización espacial y de las variables dinámicas conjugadas; ahora bien, este conocimiento
es precisamente el que la física cuántica considera ahora como imposible2.
Justo de aquí resulta una transformación extraordinaria en el modo de concebir a la
Naturaleza y por ende a los Entes Naturales en tanto que son Objetos de la Ciencia Física
clásica o contemporánea. El físico de la época clásica –Newton, por ejemplo–, tenía en el
fondo de sus concepciones una imagen de la Naturaleza cuyos más íntimos procesos y
secretos eran, según él, sometibles a una cuantificación matemática que, por su misma
índole, postulaba un ciego Determinismo en el acaecer de los fenómenos, en los nexos de su
causación, en su organización sistemática como manifestaciones de un Cosmos sometido al
2
Louis de Broglie: “La Física Nueva y los Cuántos”, págs. 11 y 12.
Número y por esencia perfectamente numerable. Pero el escarmiento del Físico de nuestro
tiempo postula una concepción radicalmente distinta. La Naturaleza, al parecer, no es ya
perfectamente, o mejor dicho, exactamente numerable y cuantificable en sus procesos y
fenómenos. La Observación de ella –base fundamental de donde ha de arrancar todo paso
posterior del cálculo y medida– arroja un saldo de incertidumbre radical que imposibilita una
exacta y exhaustiva determinación cuantitativa y matemática de los Objetos observados.
Sobre esta base –como ahora se comprende– el Determinismo de las Leyes físicas no puede
gozar de aquella implícita seguridad que antaño acompañaba a toda Previsión cuando ésta
presuponía una certidumbre matemática en la medición de los Fenómenos a consecuencia
de su transparente adaptabilidad a los nexos y leyes de los propios entes numéricos. Al
contrario, como resultado de la incertidumbre de las Observaciones, el convencimiento
teorético del físico contemporáneo fluctúa entre suponer un Indeterminismo radical (que el
propio Planck combatió apenas estuvo consciente de las consecuencias de su
descubrimiento) o en postular un Determinismo no-Causal sino meramente Probabilístico en
los Fenómenos. La Física de hoy, en la expresión que encuentra en sus más altos
representantes, en lugar de la Causalidad determinista, erige como categoría interpretativa
del suceder natural de los Fenómenos a la Probabilidad, y en lugar de la exactitud
transparente e inexorable de las matemáticas propias del Determinismo, trabaja y utiliza las
no menos rigurosas –pero esencialmente distintas– Matemáticas de las Estadísticas.
Reveladoras en grado sumo son, en este sentido, las palabras, del gran físico francés
Louis de Broglie, quien con perfecta conciencia y claridad nos habla así: “Habiendo
determinado, con las incertidumbres de que están necesariamente afectados en la teoría
cuántica, los valores que caracterizan un sistema en el instante T', el físico no puede
predecir exactamente cuál será el valor de esas magnitudes en un instante ulterior; puede
solamente anunciar cuál es la probabilidad que hay para que una determinación de esas
magnitudes en un instante ulterior T suministre ciertos valores. El lazo entre los resultados
sucesivos de las medidas, que traducen para el físico el aspecto cuantitativo de los
fenómenos, ya no es un lazo causal conforme al esquema determinista clásico, sino más
bien un lazo de probabilidad, sólo compatible con las incertidumbres que se derivan de la
existencia misma del Quantum de acción”3.
Tal es la raíz más profunda –como hemos dicho– de la Crisis por la que atraviesa la
Física contemporánea. Su Concepto de naturaleza –la concepción preontológica de ella– no
está revestida ya con el ciego Determinismo causal o teleológico que antaño esplendía
vigoroso y le comunicaba un aspecto de inatacable firmeza y seguridad a la Ciencia física. El
3
De Broglie: Op. cit., pág. 12.
físico de hoy -con plena conciencia– sabe que su Ciencia revela un “síntoma” de crisis en su
intracuerpo más profundo. De tal “síntoma” se hallan pendientes todos los que, en alguna
forma, enraízan sus creencias y concepciones en los resultados de la Ciencia. Pues –he aquí
lo más grave de todo– si este “síntoma” se ha originado en la Ciencia, en forma alguna
agota su vigencia en el reducido ámbito de ella. Tal “síntoma de crisis” trasciende la órbita
del mero quehacer científico y plantea ineludibles interrogaciones al Preguntar filosófico
sobre el “Por qué” de las Cosas.
Mas detengamos aquí esta meditación. Baste ella para indicar un “Síntoma” en
determinada Disciplina. Vayamos ahora a otros campos y a otras Disciplinas y tratemos, al
igual que aquí, de señalar ciertas manifestaciones sintomáticas de crisis semejantes o,
incluso, fraternales a la señalada dentro de la Física.
4
Roux: “Die Entwiehlungs-Mechanik”. Cit. E. Cassirer: “El Problema del Conocimiento” Ed. Fondo de Cultura
Económica.
procesos causales (la relación mecánica de Causa a Efecto) se cumplían en la esfera de lo
biológico con tan irrestricta inexorabilidad como acontecía en el campo de los fenómenos
físicos y químicos.
Para extraer sus conclusiones, Driesch toma como punto de partida una serie de
experiencias realizadas por él mismo sobre los huevos del erizo de mar. Tales experimentos
lo llevan a comprobar que de huevos a los cuales se habían inferido daños bastante graves
podían sin embargo nacer organismos absolutamente normales y sin señales de la lesión
sufrida por el embrión. Así, por ejemplo, Driesch nos narra en uno de sus más
impresionantes experimentos cómo habiendo partido en dos mitades un embrión de erizo de
mar, observó, sin embargo, que de cada mitad nacía un organismo absolutamente normal.
Colocando el embrión entre dos cristales –nos narra en otro experimento– y
presionando fuertemente éstos, hacía Driesch que las células se desplazaran por completo.
A pesar de estas alteraciones de la situación –completamente anormales y que según el
postulado mecanicista debían causar profundas transformaciones en el futuro organismo–
éste, sin embargo, continuaba su desarrollo con “saludable” normalidad. La alteración física
de la situación celular, cuya modificación debía producir una consecuente anormalidad si era
que se cumplía el nexo de las causas y los efectos, no traducía sin embargo en los
experimentos de Driesch ningún trastorno o desorden dentro del sistema. El embrión, con
las células trocadas, seguía siendo un Todo autónomo cuyo desarrollo orgánico proseguía al
parecer sujeto a una instancia superior que revelaba a la atenta y curiosa pupila de Hans
Driesch un casi misterioso plan trascendente a la mera causalidad mecánica de los factores
físicos.
En efecto, la conclusión de Driesch no se hizo esperar. Su conclusión –escandalosa
para la ortodoxia del Mecanicismo– fue que la “Fuerza” determinante de la forma que aquí
entraba en acción y que, según demostraban sus experimentos, no se veía detenida en su
desarrollo por obra de divisiones, segregaciones o trastrueques en el espacio, tenía que ser
“algo carente de naturaleza espacial y a lo que no podía atribuirse un lugar determinado ‘en’
el espacio”5. Pero es más: si esto era así, si la Fuerza que obraba y ejercía esa misteriosa
conducción del desarrollo orgánico no estaba en el Espacio, ni era por lo tanto un ser real en
sentido estricto, se hacía difícil pensar que ella fuera un factor sometido o sometible al
mismo esquema de Causalidad mecánica que parecía orientar y conducir el comportamiento
de los entes físicos.
5
Cfr. Ernst. Cassirer: El Problema del Conocimiento. (De la Muerte de Hegel a nuestros días.) México: “Fondo
de Cultura Económica”, pág. 279.
Driesch vacila en calificar y denominar a esta misteriosa “Fuerza”. Al comienzo tiende
a llamarla simplemente “Alma”; luego, para evitar naturales confusiones, la denomina
“Psicoide”; hasta que, al fin, remontándose a Aristóteles –que por oposición a Descartes es
el más remoto representante de la doctrina vitalista– acuña para este perturbador factor de
la Causalidad mecánica el sugestivo y técnico nombre de “Entelequia”, en lo cual ya empieza
a sospecharse -incluso por lo que filológicamente evoca tal palabra– la dirección Teleologista
con la cual Driesch revestirá el comportamiento de tan extraño agente.
¿Pero qué es –preguntémonos decididamente– lo que Driesch sacaba en claro de sus
experimentos y cuáles consecuencias reportaba ello para el “Mecanicismo” hasta entonces
imperante en la Biología?
A dos cuestiones, entre las muchas que extrajo su original pensamiento de los
resultados de sus experimentos, son a las que al parecer Driesch otorga una importancia
especial y muy significativa. La primera de ellas es a la existencia de un factor cualitativo en
lo Biológico, el cual –por su índole misma– es in-identificable con los elementos meramente
físicos y químicos. Y la segunda cuestión –también referente a este factor– es que, de nuevo
por su índole, él es ingobernable por medio de Leyes mecánico-causales.
En efecto, estas dos cuestiones –básicas entre las premisas teoréticas del
“Vitalismo”– parecen estar bastante claras y definidas en el pensamiento de H. Driesch. Para
él la “Entelequia” es un “Agente” o una “Fuerza” que dirige y orienta las funciones totales del
Organismo hacia las supremas exigencias de la Vida. Su naturaleza entitativa u óntica (si así
quiere llamársele) es completamente distinta a la de las fuerza fisíco-químicas y, en forma
alguna, equiparable a la de ellas ni por su rango ni por su funcionamiento. Todos los factores
físicos o químicos son, simplemente, medios o instrumentos de que se vale la Entelequia
para servir a los fines de la Vida. La Entelequia, como “Fuerza activa”, informa a aquellos
elementos de sentido vital, les confiere su significado orgánico orientando y distribuyendo
sus funciones dentro del Organismo, y, en síntesis, le asigna a cada uno su papel de acuerdo
a las exigencias postuladas por la Vida. En cuanto “Principio” ordenador se diferencia
tácitamente por su rango de aquello que ella simplemente orienta, ordena y distribuye, y
justo puede cumplir estas funciones supremamente inteligentes por no ser un elemento
químico ni físico, sino por ser un “plus” cualitativamente diverso que, trascendiendo la órbita
o región entitativa de aquellos, posee en consecuencia una estructura óntica radicalmente
distinta a la de ellos. En efecto, el pensamiento de Hans Driesch reviste la estructura
entitativa de este agente con cualidades privativas: la Entelequia, para él, es un ente
inextenso, inespacial, inmaterial; en una palabra: un ser o ente de índole irreal: no real,
como lo son, ónticamente considerados, los elementos físicos y químicos. Por todas estas
propiedades características, la Entelequia no es un ser apreciable por los sentidos, sino que
solamente por vía inteligible –por medio del pensamiento puro– podemos llegar a
cerciorarnos de su existencia.
A pesar de todo –advierte, sin embargo, Driesch– tales cualidades que desensibilizan
la representación de la “Entelequia” y la convierten en un Ente de cualidades puramente
inteligibles o abstractas, no deben llevar a la conclusión de que se trata de una mera
fantasmagoría mística. Al contrario, la “Entelequia” –que en cierta forma es la Vida misma–
es un fenómeno o ente esencial y fundamentalmente positivo cuya existencia se revela
indubitable a través de la reiterada comprobación de su presencia en los experimentos. De
los experimentos, según Driesch, se ha de deducir innegablemente su presencia, puesto que
ella se revela en la misma actividad dirigida de lo Orgánico.
Sólo –advierte finalmente Driesch– que tal presencia y actividad no puede ser
explicada mecánicamente, ni puede así mismo ser reducida exclusivamente a las meras
regulaciones causales que legislan el curso de los fenómenos y entes meramente físicos de
estructura entitativa espacial y temporal, vale decir, de los entes Reales en sentido estricto.
Al contrario, de acuerdo a su propia naturaleza –recordemos que la “Entelequia” es un ente
substraído de la Realidad– ella se rige y dirige por un cierto principio Teleológico que se
oculta en la Vida misma y constituye su máximo designio. Justamente tal característica
–como hemos dicho anteriormente– es la que separa con mayor radicalismo a la
“Entelequia” de cualquier ente físico o químico. Si éstos, en tanto que entes reales, se
encuentran sometidos al ineluctable curso de la Causalidad mecánica, la Entelequia, al
contrario, es una “Fuerza” liberada de ella, trascendente, y cuyo Designio, como tal, puede
oponerse incluso al ciego determinismo causal de la Naturaleza física. En efecto, viendo y
observando el curso de los fenómenos vitales, los extraños sucesos que ocurren en los
procesos de regeneración y reparación de ciertos órganos, y el casi milagroso transformarse
de la ontogénesis, ha de pensarse –según Driesch– en que la Entelequia, en cuanto Fuerza
activa inteligente al servicio de la vida, llega incluso a transformar la rígida e inexorable
cadena de la Causalidad mecánica en un proceso al parecer guiado por un teleologismo en
cuyo fin supremo se adivina la presencia misteriosa de la Vida.
Más, justamente, a tal punto deseábamos llegar para hacer comprensible la “crisis” a
la cual se ha visto sometida la Ciencia biológica al producirse esta situación ideológica dentro
de sus dominios. Tal vez –abusando de la paciencia de nuestro auditorio– nos hayamos
extendido demasiado en el bosquejo de la situación, más ella nos permitirá ahora
comprender quizás mejor las cosas.
En efecto, la consecuencia más directa de la situación planteada es que, como ahora
se entrevé, la Biología, en cuanto Ciencia, no podía seguir siendo aquella “Física de la Vida”,
que concebían los Mecanicistas imbuidos de Positivismo, como paradigma de la Ciencia. La
Vida -lo Vital– se revelaba ahora como una región o dimensión ontológica de características
independientes frente a la región entitativa de lo meramente inorgánico e incluso de lo
orgánico. Si bien era cierto, y esto lo admitía Driesch, que los fenómenos vitales se
enraizaban y nutrían –por decirlo así– de elementos físicos y químicos, era cuestión
primordial el mantener bien en claro la distinción hecha por él: a pesar de que la Vida
pudiera estar en contacto, o incluso basarse, en la infraestructura de los elementos físicos y
químicos, era no obstante imposible que se redujera a ellos. Así como la Psicología se
basaba sobre la Fisiología sin confundirse con ella, así como la Física se basaba en la
Matemática sin por ello confundirse ni reducirse a ser una disciplina de entes puramente
ideales, la Vida se basaba sobre lo físico y lo químico sin confundirse ni disolverse en ello. La
Vida, lo Vital, es para Hans Driesch un “plus”, una superestructura que planea
independientemente sobre lo meramente físico y químico y que trasciende el ámbito de su
dominio entitativo. La Biología, en cuanto Ciencia, debía tomar como Objeto característico
de su quehacer ese “plus” trascendente y distinto.
No está destinada esta conferencia –permítaseme hacer esta observación– a
examinar el contenido de verdad objetiva que pueda haber tanto en una como en otra
concepción de la Ciencia biológica. Queremos reducirnos simplemente a detectar el
fenómeno histórico que las tendencias ideológicas del “Mecanicismo” y del “Vitalismo”
representan dentro de la Ciencia biológica. Hemos querido, así mismo, remarcar las
consecuencias problemáticas que se han derivado desde la pugna de aquellas dos
tendencias para la situación contemporánea de esta Ciencia. Si bien es cierto que las
iniciales afirmaciones vitalistas son contempladas hoy, por los especialistas de la Biología,
con un poco de escepticismo empírico, no es menos cierto también que ellas han contribuido
extraordinariamente a provocar la “Crisis de Fundamentos” por la que hoy atraviesa la
Ciencia biológica. Es más: tal “Crisis” puede incluso reducirse –si dejamos los prejuicios
escépticos a un lado– a las fundamentales cuestiones que se movían en el fondo del
pensamiento de aquel genial Hans Driesch.
Pues, en efecto, la Biología contemporánea tiene que responderse definitivamente –ya
que su porvenir de Ciencia depende íntegramente de esta Pregunta– cuál es su verdadero
Objeto. Suponiendo que este Objeto sea la Vida (y esta suposición, como Uds. notan, parece
una perogrullada), tiene que preguntarse la Biología si esta Vida –ese torrente de acaeceres
ontológicos que conforman la faz del fenómeno de la existencialidad– es o no es reducible a
otro tipo de Entes de características ontológicas diversas. Tiene, pues, que preguntarse
decididamente si el comportamiento de lo propiamente Vital es susceptible de ser explicado
con los mismos esquemas, hipótesis y leyes que regulan el acaecer de los Entes no-vitales.
Aquí –como Uds. ahora comprenden– no se trata tan sólo de saber si un Principio
como el de la Causalidad mecánica se encuentra o no en situación cuestionable. El Problema
es quizás más grave todavía. La Pregunta que hemos hecho se refiere a la posibilidad misma
de la aplicación de un “Principio” semejante –sea el de la Causalidad mecánica u otro
cualquiera que la Ciencia Física o Matemática pueda entregarnos en el futuro– al dominio
científico que corresponde a la región de la Vida.
Mas, dejemos de nuevo reposar en tan grave estado problemático el curso de nuestra
meditación. Nos aguarda finalmente otro campo donde la “crisis” se plantea quizás con
mayor profundidad y con un dramatismo que nos toca más de cerca en cuanto hombres. Me
refiero a la Historia.
6
Max Scheler: “El Puesto del Hombre en el Cosmos” Cap. II.
7
Quisiéramos hacer una advertencia con respecto a Scheler. El que citemos a este insigne autor en el
contexto de la meditación no implica que él comulgue plenamente de todo cuanto encierra el esquema que
presentamos. Sería imperdonable olvidar que Scheler, en su obra “Sociología del Saber”, no le asigna al espíritu
una función dinámica -gestora– en la Historia. Esto, sin embargo, no es una contradicción con lo anterior. Scheler,
en verdad, le asigna al Espíritu la función de ser el “centro de determinación” (el motor de la Libertad histórica),
pero no el de ser un centro de “realización histórica”. “El espíritu –dice Scheler en la obra citada– en sentido
subjetivo y objetivo, como espíritu, además, individual y colectivo, determina pura y exclusivamente la esencia de
los contenidos de la cultura, los cuales pueden, en cuanto así determinados, llegar a ser. Pero el espíritu como tal
no tiene originariamente en sí o por su naturaleza el menor rudimento de “fuerza” o de “eficiencia causal” para dar
la existencia a aquellos sus contenidos. El espíritu es un “factor de determinación”, pero no un “factor de
realización” del posible curso de la cultura”. Y, más adelante, añade Scheler: “Cuanto más ‘puro’ el espíritu, tanto
más impotente en el sentido de una acción dinámica sobre la sociedad y sobre la historia.” Cfr. “Sociología del
Saber”, Cap. 1.
De aquí que Scheler divida la Sociología en “Sociología cultural” (propia de la esfera del Espíritu) y Sociología
real (propia de la esfera de los impulsos, factores materiales, etc.).
El lector sabrá excusar que omitamos los detalles teóricos que el desarrollo de tan importantes cuestiones
plantearían a las afirmaciones de esta conferencia. Nuestras intenciones en ella se limitan a esbozar los grandes
problemas y a esquematizarlos en la forma más ostensible para que se realice el contraste de las concepciones
históricas comentadas. En una labor semejante siempre quedan, sin poder ser desarrollados, estos puntos y
matices que son el “martirio” de la conciencia del conferenciante, quien sabiendo cuánta importancia revisten, no
desearía omitirlos. Sólo a fuerza de ser benévolo con la paciencia de su auditorio se resigna a acallarlos y a
consignarlos al margen de sus escritos para evitar fundadas reclamaciones.
Semejante cuestión es la que repercute modernamente cuando se plantea el
Problema de la Historia en cuanto Ciencia. ¿Cómo es –se pregunta– que un ámbito de
Objetos cuya raíz ontológica es la Libertad, cuyo comportamiento parece excluir toda
“Legalidad”, pueda llegar a revestir una constitución de Ciencia?
A nuestro juicio, el Problema –planteado en estos términos– es un Problema mal
planteado. Cierto es (y esto hay que afirmarlo sin reservas) que la Historia, al separarse de
la Naturaleza, no admite el imperio de las Leyes y Regulaciones “naturales”. Ahora bien,
semejante exclusión ¿determina el que la Historia no tenga “Ley” alguna?
Nos parece que extraer la conclusión del “anarquismo” histórico no es una
consecuencia lógica de las reflexiones que hemos hecho. Lo único que hasta ahora podría
afirmarse lógicamente en base de ellas es que la Historia no admite el imperio de las Leyes y
del Causalismo natural. Si alguna “Causa” hay en la Historia tal es la Voluntad humana. Y si
alguna “Ley” existe para legislar esta Voluntad ella es la Libertad.
¿Pero es o reconoce –preguntemos esto decididamente– la Libertad alguna “Ley”?
¿No son conceptos antitéticos los de “Ley” y “Libertad”?
Nuestra respuesta a esta Pregunta –no por comodidad sino por escrúpulo– no
quisiera pasar de un vago “Quizás”. Quizás “Sí”, quizás “No”.
No nos toca a nosotros, en esta conferencia, desarrollar y solucionar a fondo los
problemas que someramente hemos indicado. Nuestro intento se reduce a presentar el
estado actual de la Ciencia y a señalar sus “síntomas” de “crisis”. La “Crisis” entre “Libertad”
y “Ley” -los profundos problemas que ella implica– es justamente el horizonte que presenta
la Ciencia histórica en su formulación actual.
Ante tal estado de la cuestión la tarea de los historiadores en nuestros días no ha
vislumbrado aún su definitivo y verdadero signo. Tal vez la “Crisis” por la que la Ciencia
atraviesa se nos pueda revelar en toda su dramática fuerza cuando al revisar los intentos
más profundos y rigurosos de la Filosofía de la Historia contemporánea nos encontramos
ante el caso de Benedetto Croce, quien concibe que la Historia no es otra cosa sino “La
Hazaña de la Libertad”.
El Objeto de la Historia es, pues, la Libertad del Hombre para hacer y construir su
Mundo por medio de su hazaña voluntaria. Tal vez ahora –si comprendemos a fondo lo que
esto significa– llegaremos a entender, o a vislumbrar siquiera, cuál puede ser la meta de
una Ciencia semejante cuyo Objeto primigenio está preontológicamente concebido como
poseedor de Libertad. La Meta suprema de la Historia sería vislumbrar el orden realizado de
la Libertad. Quiere esto decir que su tarea debe centrarse en descubrir los nexos que
intervienen en el cumplimiento de la Libertad, los incentivos que la despiertan, los fines que
la guían. La Historia -concebida así– no admitiría ser una simple explicación, por medio de
leyes o fórmulas causales y mecánicas, de los actos del Hombre. Antes bien, ella debe ser la
comprensión revivida de aquellas máximas instancias axiológicas que, despertando y
guiando la actividad libre del espíritu, han hecho posible, y en cierto modo necesario, que su
Portador –el Hombre– haya creado algo nuevo y haya reafirmado por medio de su libre
Hacer el puesto peculiar y preeminente que posee dentro del Cosmos: es decir, se trata de
vislumbrar y comprender –no de explicar por razones antagónicas a la esencia misma de la
Libertad– el Orden que ha seguido históricamente esta Libertad al ser poseída y realizada
por el Hombre.
EPÍLOGO
Sentido de la “Crisis”
Así damos fin al programa temático anunciado al comienzo de esta conferencia. Sin
embargo, antes de terminar, quisiéramos hacer una observación que quizás sea necesaria
para que los propósitos que nos han guiado en este examen de la Ciencia contemporánea no
se vean obscurecidos por un significado que, desgraciadamente, es imposible evitar cuando
se emplea la palabra “Crisis”.
A menudo cuando se habla de “Crisis”, y más aún de “Crisis de Fundamentos”, se
piensa que aquel que así habla le adscribe a lo que se refiere un semblante de debilidad, de
enfermedad, o decadencia. Pues bien: nada más alejado de nuestros propósitos que desear
atribuirle a las Disciplinas que hemos revisado un estado de decadencia o debilidad. Al
contrario, justa conciencia nos asiste de lo que revela el fenómeno de “crisis” dentro de la
Ciencia. Antes que debilidad o decadencia, nada descubre mayor fortaleza en una Ciencia
que una “crisis” de sus Fundamentos. De las “crisis” –aunque suene un poco a paradoja– es
de donde arrancan y de donde se han originado siempre las grandes creaciones de la
Ciencia. Sólo en la capacidad de experimentar “crisis” –es decir, de revisar y renovar sus
Fundamentos preontológicos– es donde reside la posibilidad creadora de cada Disciplina y de
la Ciencia en general.
No son nuestras, en tal sentido, las palabras con las que deseamos poner fin a esta
conferencia. Son de Martín Heidegger y ellas son las que, habiéndonos inspirado el tema de
esta conferencia, definen mejor su orientación y sus propósitos. “El verdadero movimiento
de las Ciencias –dice Heidegger en “Sein und Zeit”– es el de la revisión de los Conceptos
fundamentales; revisión que puede ser más o menos radical, y, en sí misma, más o menos
diáfana”. Y agrega Heidegger: “El nivel de una Ciencia se determina por la capacidad con
que es susceptible de experimentar ella una Crisis de sus Conceptos fundamentales”8. Tales
palabras -como hemos dicho– nos han llevado a elaborar las afirmaciones de nuestra
conferencia. Con ellas respondemos a una Pregunta que habíamos dejado pendiente en el
comienzo. Quizás ahora podamos decir, no sin razón, que los “Síntomas de Crisis” en la
Ciencia contemporánea son síntomas reveladores de su extraordinaria altura y fortaleza.
8
Martín Heidegger: “Sein und Zeit”. (Einleitung, No 3 ) Págs. 9 y 10. Ed. esp., págs. 12 y 13.