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SÍNTOMAS DE CRISIS

EN LA CIENCIA CONTEMPORÁNEA*

PREÁMBULO

La conferencia que deseamos desarrollar en esta tarde –como su título lo expresa–


pretende acusar algunos “síntomas” de “crisis” en la Ciencia contemporánea.
Dentro de un título tan general hemos escogido un aspecto de la Ciencia, que
revistiendo a nuestro juicio una importancia fundamental por su significado, nos permitirá
además abarcar en nuestra exposición no sólo el restringido territorio de una determinada
Disciplina, sino el intracuerpo común de varias de ellas. En efecto, unificando varias
Disciplinas particulares a la luz de un Problema único, tendremos ocasión de asomarnos a
una cuestión que posee una importancia excepcional para comprender cuál es la situación
contemporánea por la que atraviesa un Principio General que puede ser concebido como
Fundamento de todas aquellas Disciplinas.
A través de los resultados que arroje semejante estudio, y asumiendo una cautelosa
actitud que nos prevenga de los yerros propios del pronosticar en estos campos, trataremos
de esbozar cuáles son a nuestro juicio los máximos problemas que la Ciencia necesita
resolver para seguir avanzando y esclarecer las líneas generales que asumirá su estructura
fundamental en el futuro.
La cuestión primordial que hemos escogido para centrar sobre ella el desarrollo de
esta conferencia –y que a nuestro juicio ofrece una “sintomatología” común que se extiende
paralelamente en varias Disciplinas– es la problemática que presenta el Principio de
Causalidad a la altura de nuestra propia época. Queremos centrar sobre ella nuestro estudio
para determinar dos aspectos principales que se implican en semejante “problemática”, a
saber: 1º) La situación de “crisis” que confronta el “Principio de Causalidad” dentro de su
actual formulación científica; 2º) Los máximos problemas que, desprendiéndose de tal
formulación, han repercutido sobre la estructura fundamental de la Imagen de la Naturaleza
que poseía el Hombre determinando una profunda transformación en ella.

*
La conferencia que publicamos a continuación fue dictada por su autor, el Doctor Ernesto Mayz Vallenilla,
dentro del ciclo Diálogo entre la Filosofía y la Ciencia, organizado por la Facultad de Humanidades y Educación
durante el año académico 1953-1954.
El escoger al Principio de Causalidad para estudiar sobre él –y su inherente
problemática– los “síntomas” de “crisis” en la Ciencia contemporánea, se debe simplemente
a una cuestión de hecho. Si algo está realmente en verdadera “crisis” dentro de la Ciencia
actual esto es el Principio mencionado y ninguno como él ha debido sufrir una
transformación tan grave a causa de las conmociones que la Ciencia ha experimentado al
verse atacada y vulnerada en su Estructura preontológica.
Mas ahora que así tenemos el deber de expresarnos –empleando un enunciado que a
pesar de su rigor técnico encierra sin duda una obscuridad apenas dispensable para una
conferencia– hemos de empezar esclareciendo en su significado más preciso, pero también
más elemental por razones pedagógicas, lo que deseamos insinuar cuando hablamos de
“Estructura preontológica” de la Ciencia.
Hemos hablado de “Estructura preontológica”; hemos dicho también que ella se ha
visto, en nuestra época, atacada y vulnerada; y refiriéndonos justamente a semejantes
cosas, hemos aludido directamente a la “crisis” por la que parece atravesar el “Principio” que
hemos escogido como Problema y cuestión fundamental de esta conferencia. ¿Qué quiere
decir ésto? ¿En qué relación se encuentran semejantes “temas” de la “problemática” actual
de nuestra Ciencia? ¿A qué nos referimos, en general, al hablar de “Estructuras” y
“Principios” con carácter de “preontológicos”?
Sin duda, la dificultad mayor reside en comprender técnicamente el término de
“preontológico”, y justo por esto a esclarecer semejante término en su significado más
preciso es naturalmente a lo que debemos dedicar la parte inicial de esta conferencia. Una
vez esclarecido el término en cuestión, podremos introducirnos en la verdadera problemática
que planteará la conferencia al referirse expresa y directamente al “Principio de Causalidad”.
La Ciencia en general, o el Saber científico de cada una de las Disciplinas particulares,
es un conjunto sistemático de proposiciones que versan sobre una limitada “Región” de
Objetos determinados. Así, vgr., las Ciencias de la Naturaleza, consideradas genéricamente
y sin tomar en cuenta las peculiaridades específicas de cada una de sus Disciplinas, son
aquel grupo de Ciencias que versan sobre los Fenómenos o Entes en tanto que éstos quedan
determinados en cuanto “Fenómenos” o “Entes” naturales por pertenecer justamente a la
Naturaleza, que es la “Región” común y general de todas ellas. Las Ciencias históricas, por
su parte, son aquellas que tienen por “Región” fundamental la “Historia”, siendo eo ipso sus
“entes” y “fenómenos” peculiares determinados en cuanto “históricos” por copertenecer a
esa “Región”; Ciencias morales son aquellas que poseen como “Fenómenos” o “Entes”
peculiares a Objetos cuya determinación más característica está prescrita por la “Región”
general de la “Moral”, siendo eo ipso “entes” o “fenómenos” de contextura específicamente
“moral"; etc., y así, con perfecta generalidad, por todas las “Regiones” de la Ciencia.
Ahora bien, definido en esta forma el Saber científico de estas Disciplinas, es de
observar que, de antemano, cada tipo de Saber determinado posee su característica
“Región” de Objetos también determinados y –¡he aquí algo que es muy importante de
observar!– cada Objeto puede decirse que está “determinado” porque su estilo entitativo
regional parecería que a priori le correspondiera justamente a cada Ciencia en cuestión. Así,
en efecto, decimos que los Objetos “históricos” corresponden a la Ciencia histórica porque su
estilo o modo de ser entitativo regional es “histórico” –no, vgr., biológico, ni estético, ni
simplemente “natural”– sino justa y propiamente “histórico”, implicándose en tal
determinación una adecuación o semejanza de su modo de ser entitativo regional con el
correspondiente estilo de Saber que sobre él recae. Así mismo –y con idéntica
correspondencia– la reflexión descubre que a los Entes determinados como “naturales” se le
asigna un tipo de Saber característico, vale decir, el de las Ciencias Naturales; y, con igual
rigor, podríamos detectar acontecimiento semejante en los campos de las restantes Ciencias
y de sus respectivos Objetos peculiares.
Ahora bien, semejante “dato” –puesto que lo que ahora detectamos es simplemente
un “dato” histórico que puede ser corroborado y comprobado estudiando el planteamiento de
la Metodología científica tradicional, moderna, o incluso contemporánea– tal “dato”, digo,
nos pone en condiciones de preguntarnos algo a la par profundo y suspicaz.
En efecto –preguntamos– ¿Tiene un Fenómeno cualquiera un determinado estilo
entitativo regional porque él es Objeto de una Ciencia?
O, al contrario ¿Es algo “Objeto” de una determinada Ciencia porque él tiene, en sí y
por sí, determinado estilo entitativo regional?
Tales Preguntas, en verdad, nos ponen al descubierto aquello hacia lo cual deseamos
apuntar: es decir, la cuestión de la “Estructura Preontológica” de la Ciencia. La Respuesta a
las anteriores Preguntas –permítasenos que aquí no expliquemos en detalles las cuestiones
técnicas adyacentes– se formula modernamente diciendo que el “dato” de que un
“Fenómeno” o “Ente” cualquiera sea Objeto de una determinada Ciencia no se debe al
factum de que los Entes objetivos de la Ciencia sean, en sí y por sí mismos, de determinado
estilo regional, sino –al contrario– por la profunda razón de que cada Ciencia construye sus
Objetos en determinada forma y esta “construcción” determina a priori –es decir, de
antemano o previamente– el estilo entitativo regional de sus Entes y Fenómenos.
A semejante procedimiento de “construcción” entitativa regional se apunta cuando
hablamos de “Plan” o “Estructura Preontológica” de la Ciencia.
En efecto, desde Kant sabemos –y el haberlo esclarecido en toda su problematicidad
y riqueza es obra de Heidegger– que el “Plan” o “Estructura” de la Ciencia es A priori. Quiere
decir esto que la Ciencia no es simplemente una recolección pasiva de Fenómenos, sino que,
al contrario, es el Saber de ella –Saber que está preontológicamente determinado por una
cierta manera de mirar al Mundo y a los Entes– el que construye previamente los perfiles
entitativos –el estilo regional– de los posibles Objetos sobre los cuales versa su
Conocimiento.
Ahora bien, la Ciencia posee ciertas Formas o Principios en todo rigor Fundamentales
por su generalidad, y por medio de los cuales, y según su modelo, construye la “Estructura”
de los entes científicos en general. Uno de tales Principios –he aquí por qué razón hablamos
de estas cosas– es el “Principio de Causalidad”.
La “Causalidad”, técnicamente expresada, y según este contexto de cuestiones que
ahora examinamos, es un Principio de determinación Fundamental y Preontológica de los
Objetos de la Ciencia. A ella, ciertamente, no sólo la encontramos en determinada parcela
científica, sino que su vigencia de Principio se extiende por las más varias regiones del
quehacer científico y constituye, por así decirlo, el eje fundamental sobre el cual se
desarrollan los enunciados legales de casi todas las Ciencias, no obstante sus disímiles
naturalezas específicas.
Justo, en esta conferencia, queremos examinar cómo es que tal Principio –que ha
determinado casi desde el comienzo mismo de la Ciencia el estilo entitativo de sus Objetos
al predicar de ellos una “legalidad” fundamentada sobre la relación de Causa-Efecto–
atraviesa en la actualidad por un período de “crisis”. Queremos así mismo bosquejar cómo
de esta “crisis” –cual si fuera un resultado– la Imagen de la Naturaleza que poseía el
Hombre como patrimonio de un legado cultural que había recibido de sus predecesores, al
conmoverse aquel Principio básico que funcionaba como Fundamento de ella, ha variado
extraordinariamente en nuestra época.
Nuestro examen, en tal sentido, versará programáticamente sobre los resultados
alcanzados por tres Disciplinas, las cuales, además de revestir una extraordinaria
importancia en el conjunto de la manifestación científica contemporánea, pueden servir de
modelo para ilustrar el fenómeno de “crisis” en que se ha visto sumido aquel “Principio”. Nos
referimos a la Física, a la Biología y a la Historia.
Si el tiempo lo permitiera, semejante “crisis” del “Principio de Causalidad” podría
rastrearse incluso en otras regiones de la manifestación científica contemporánea, y, con
igual dramaticidad, podríamos comprobar como casi coetáneamente al “Principio de
Causalidad” han caído igualmente en “crisis” otros “Principios” también “Fundamentales”
–vgr., el de “Sustancia” o de “Sustancialidad”; el de “Tiempo-Espacio”; el de “Relación”,
etc.–, justamente a causa de la incesante revisión y crítica a que se han sometido en
nuestro tiempo eso que hemos llamado “Estructuras preontológicas” de la Ciencia.
Ahora bien: ¿Qué revelan estos “síntomas” de “crisis” en la Ciencia contemporánea?
Tal es una Pregunta que sólo es permitido contestarla –insinuando apenas una vaga
respuesta o un pronóstico– cuando hayamos terminado la labor de nuestro examen. Antes
nos aguarda la tarea que hemos mencionado como programa de esta conferencia. Tratemos,
pues, de revisar la “crisis” del “Principio de Causalidad” en las Disciplinas escogidas como
modelos de la manifestación científica contemporánea.

I. Los Síntomas en la Física: Indeterminismo y Probabilidad

La Ciencia física clásica está representada, como en máximo exponente, en la Física


de Newton. Dentro de ésta, la Naturaleza, como concepto fundamental y básico, es un
conjunto de Fenómenos sometidos a Leyes de estilo cuantitativo cuyo cumplimiento está
regido por el más exacto Determinismo concebible. No es posible hablar de Ley sin evocar,
al mismo tiempo, la incondicionada premisa de su cumplimiento inexorable por obra del
Determinismo a que están sometidos los propios Fenómenos que ella legisla gracias a su
implícita y sobreentendida estructura preontológica. Fenómenos, entes naturales, o sucesos
físicos –denominaciones todas que pueden aplicarse a los posibles “Objetos” de la Ciencia
física– son términos que recubren y ocultan una propiedad preontológica que yace al fondo
de la concepción misma de esta Ciencia: la propiedad o característica de estar sus entes
peculiares –los Fenómenos físicos– sometidos a un Determinismo causal (mecanicista) o
final (teleologista).
Justamente, en tal sentido, hemos indicado que la “Crisis” por la cual atraviesa la
Ciencia física a la altura de nuestro propio tiempo radica en la profunda transformación que
ha sufrido el concepto fundamental de “Naturaleza” –en cuanto “Conjunto sistemático” de
Fenómenos naturales– por obra de la variación experimentada en la concepción
Determinista de sus nexos y fenómenos, y, por ende, de las Leyes cuantitativas y causales
que regían el comportamiento entitativo de ellos.
La historia del desarrollo y transformación de tan fundamental aspecto de la Ciencia
es difícil de exponer en sus detalles técnicos sin invocar en nuestra ayuda un desmesurado
repertorio de cuestiones y un aparato de nociones que, sin duda, desbordarían los límites
elementales de esta conferencia. Mas quisiéramos esbozar aunque fuera tan sólo los perfiles
más acusados de aquella transformación, los momentos más dramáticos de ella, para así
bosquejar en perspectiva el aspecto contemporáneo de la Ciencia física y desde allí hacer
comprender el sentido de nuestra apreciación al hablar de “Crisis” en su “Estructura
preontológica”.
El descubrimiento que desencadenó las sorprendentes transformaciones de la Ciencia
física contemporánea puede ser rigurosamente fijado en la genial hipótesis que su autor
–Max Planck– llamó “Quantum de acción”. Como resultado de esta hipótesis, que más que
hipótesis debe ser hoy admitida con plenos derechos entre los Resultados más positivos de
la Ciencia, lo que primariamente cayó en crisis fué una de las más viejas “Hipótesis” (que
ahora sabemos que no pasaba de ser tal) con la cual trabajaban y operaban los Físicos y los
científicos en general de la época clásica.
Según el plan clásico de la Ciencia, la acción del Observador sobre la realidad de los
Fenómenos observados, vale decir: la acción de la Observación sobre los resultados de la
misma, era, expresado en términos bien drásticos, totalmente despreciable. Para la Ciencia
clásica, de la cual la Física es parte primordial, existe como hipótesis implícita la posibilidad
de hacer despreciables las perturbaciones que ejerce sobre el curso de los fenómenos
naturales la Observación, si es que, como método de trabajo, se utilizan una serie de
precauciones apropiadas que permitan neutralizar y corregir los defectos que, sólo por obra
de ciertas imperfecciones técnicas de la observación directa, o bien por obra de los aparatos
de observación utilizados, son inherentes a este tipo de labor. O dicho en otra forma: se
admite como hipótesis implícita que en las experiencias realizadas con perfección de técnica
es posible disminuir, e incluso suprimir, las perturbaciones y defectos de la Observación
empírica.
La Física contemporánea no rechaza por completo la admisibilidad de tal hipótesis de
trabajo, implícita en la metodología de la Ciencia clásica, en cuanto se refiere y es aplicada a
la región de los fenómenos físicos de estructura macroscópica. Mas justo rechaza las
pretensiones de verdad que ella alimenta en cuanto quiere trasplantarse y aplicarse a la
región de los fenómenos físicos de escala microscópica, que es justo la esfera en donde
Planck descubrió por vez primera la existencia del “Quantum de acción”.
En efecto, de la existencia del “Quantum de acción” resultaba, como lo demostraron
posteriormente los sutiles y profundos análisis de Heisenberg y Bohr, que todo intento de
medir una magnitud característica de un sistema físico cualquiera de estructura
microscópica, tiene por efecto necesario el perturbar de un modo desconocido y hasta cierto
punto incontrolable otras magnitudes conexas y ligadas al sistema observado. En efecto:
toda medida de una magnitud -que permitiría precisar, vgr., la localización de un sistema de
fenómenos físicos en el espacio y en el tiempo– tiene por efecto perturbar de una manera
desconocida una magnitud conjugada de la primera, la cual sirve (como bien lo saben los
técnicos en esta materia) para especificar el estado dinámico del sistema de fenómenos en
cuestión. De una manera general podemos decir que es imposible Medir al mismo tiempo
–vale decir, simultáneamente– y con justa precisión, dos Magnitudes conjugadas.
En base de tal imposibilidad –que como ha de subrayarse es insubsanable recurriendo
a los paliativos clásicos, ya que es una imposibilidad cuya raíz es intransformable, puesto
que no radica en meros defectos técnicos de la Observación, sino en la estructura ontológica
de la Experiencia misma– en base de tal imposibilidad, digo, se comprende ahora en cuál
sentido puede decirse que la existencia del “Quantum de acción” hace incompatible la
localización espacio-temporal de las partes de un sistema y el atribuir a este sistema un
estado dinámico perfectamente definido y exactamente determinado. Pues lo que de aquí se
infiere es que para localizar las partes del Sistema en total hay que conocer exactamente
una serie de magnitudes, conocimiento que, justamente, excluye eo ipso el de las
magnitudes conjugadas relativas al estado dinámico. Y –justa consecuencia de esto– la
cuestión inversa es también perfectamente comprensible.
Quiere decir esto, pues, que nos encontramos ante una alternativa que no admite los
paliativos clásicos: De una Partícula X, cuando a ella referimos nuestra Observación, o bien
conocemos el Impulso o bien la Magnitud. La alternativa está diciendo aquí –y así lo expresa
perfectamente la disyunción que significa el “o bien”– que, en forma alguna, y
simultáneamente, podemos tener un exacto conocimiento de las dos cuestiones. Y –sea
válida esta otra consecuencia– la Sucesión de las Observaciones (que como bien Uds. saben
era un ejemplar camino clásico postulado por los inventores del método empirista de la
observación) no pasa de ser aquí, referidas como quedan las cuestiones, un procedimiento
carente absolutamente de sentido para resolver las dificultades. Pues –como hemos dicho–
la dificultad radical de todo esto se centra en la imposibilidad de la Observación Simultánea,
aconteciendo justamente esto por obra de la Interacción perturbadora de la fijación de una
Magnitud sobre la otra. Con toda claridad expone Hans Reichenbach lo que nosotros hemos
sólo bosquejado: “Una determinación –dice este autor– la más exacta posible de la posición,
requiere luz de corta longitud de onda, por ejemplo, Rayos Gamma; pero semejante luz
posee un Quantum grande de energía h. v. y una iluminación con semejante luz desplazará
el electrón de su trayectoria y, por lo tanto, perturbará ésta. Como vemos –sigue diciendo
Reichenbach– no se puede observar varias veces el mismo electrón en su trayectoria dentro
de la estructura atómica. Además, se produce un cambio discontinuo del impulso que impide
calcularlo correctamente. Si escogemos, por el contrario, una luz de onda larga, el impulso
cambiará poco, pero la determinación de la posición se hará, al contrario, incierta. De
manera general –agrega Reichenbach a la manera de una conclusión que ya nosotros
habíamos mencionado antes– se puede decir que sólo se puede determinar con exactitud o
la posición o el impulso. Esta relación se designa como “Relación de Indeterminación” de
Heisenberg1. Expresada en lenguaje filosófico tal “Relación de Indeterminación” –séanos
aquí permitido esto en gracia del espíritu que orienta al ciclo de conferencias donde
tomamos parte– quiere decir, sin más, que la estructura ontológica de la Experiencia misma

1
Hans Reichenbach: “Objetivos y Métodos del Conocimiento físico” pág. 215. Ed. Colegio de México.
hace de la Observación empírica un método fallido para cosechar mediante ella un
conocimiento objetivo -universal y necesario, en sentido kantiano– de los Fenómenos físicos
en cuanto tales.
Ahora bien, de todo lo precedente nos resulta ciertamente clara una conclusión que
deseamos extraer para que ella misma nos revele el estado de “Crisis” en que se encuentra
actualmente la Ciencia física. Sabemos ahora –así lo expresa la “Relación de
Indeterminación” de Heisenberg– que nunca puede conocerse con precisión más que la
mitad de las magnitudes cuyo conocimiento sería necesario para la descripción exacta de un
sistema de fenómenos según el esquema de las ideas de la Física clásica. El valor de una
magnitud característica del sistema es, en efecto, tanto más incierto, cuanto más
exactamente conocido sea el valor de la magnitud conjugada. De aquí justamente –y esto es
lo que nos importa subrayar primordialmente– se deduce una fundamental diferencia entre
la Física clásica y la Física contemporánea en cuanto se refiere al Determinismo de los
Fenómenos naturales. En la Física de Newton, el conocimiento simultáneo de las magnitudes
que fijan la posición de las partes de un Sistema y de las Magnitudes dinámicas conjugadas,
permitía –al menos en principio y teóricamente– el cálculo del Sistema de fenómenos en un
instante ulterior cualquiera. “Conociendo con precisión los valores X, Y... de las magnitudes
que caracterizan un sistema en el instante T, se podía prever sin ambigüedad qué valores X',
Y', ... se encontrarían para esas magnitudes si se las determinase en un instante ulterior T'.
Esto resultaba de la forma de las ecuaciones básicas de las teorías mecánicas y físicas y de
las propiedades matemáticas de esas ecuaciones. Esta posibilidad de previsión rigurosa de
los fenómenos futuros a partir de los fenómenos actuales, posibilidad que implica que el
porvenir está contenido en cierto modo en el presente y que no le añade nada, constituía lo
que se ha llamado el determinismo de los Fenómenos naturales. Pero esta posibilidad de
previsión rigurosa requiere el conocimiento exacto en un mismo instante de las variables de
localización espacial y de las variables dinámicas conjugadas; ahora bien, este conocimiento
es precisamente el que la física cuántica considera ahora como imposible2.
Justo de aquí resulta una transformación extraordinaria en el modo de concebir a la
Naturaleza y por ende a los Entes Naturales en tanto que son Objetos de la Ciencia Física
clásica o contemporánea. El físico de la época clásica –Newton, por ejemplo–, tenía en el
fondo de sus concepciones una imagen de la Naturaleza cuyos más íntimos procesos y
secretos eran, según él, sometibles a una cuantificación matemática que, por su misma
índole, postulaba un ciego Determinismo en el acaecer de los fenómenos, en los nexos de su
causación, en su organización sistemática como manifestaciones de un Cosmos sometido al

2
Louis de Broglie: “La Física Nueva y los Cuántos”, págs. 11 y 12.
Número y por esencia perfectamente numerable. Pero el escarmiento del Físico de nuestro
tiempo postula una concepción radicalmente distinta. La Naturaleza, al parecer, no es ya
perfectamente, o mejor dicho, exactamente numerable y cuantificable en sus procesos y
fenómenos. La Observación de ella –base fundamental de donde ha de arrancar todo paso
posterior del cálculo y medida– arroja un saldo de incertidumbre radical que imposibilita una
exacta y exhaustiva determinación cuantitativa y matemática de los Objetos observados.
Sobre esta base –como ahora se comprende– el Determinismo de las Leyes físicas no puede
gozar de aquella implícita seguridad que antaño acompañaba a toda Previsión cuando ésta
presuponía una certidumbre matemática en la medición de los Fenómenos a consecuencia
de su transparente adaptabilidad a los nexos y leyes de los propios entes numéricos. Al
contrario, como resultado de la incertidumbre de las Observaciones, el convencimiento
teorético del físico contemporáneo fluctúa entre suponer un Indeterminismo radical (que el
propio Planck combatió apenas estuvo consciente de las consecuencias de su
descubrimiento) o en postular un Determinismo no-Causal sino meramente Probabilístico en
los Fenómenos. La Física de hoy, en la expresión que encuentra en sus más altos
representantes, en lugar de la Causalidad determinista, erige como categoría interpretativa
del suceder natural de los Fenómenos a la Probabilidad, y en lugar de la exactitud
transparente e inexorable de las matemáticas propias del Determinismo, trabaja y utiliza las
no menos rigurosas –pero esencialmente distintas– Matemáticas de las Estadísticas.
Reveladoras en grado sumo son, en este sentido, las palabras, del gran físico francés
Louis de Broglie, quien con perfecta conciencia y claridad nos habla así: “Habiendo
determinado, con las incertidumbres de que están necesariamente afectados en la teoría
cuántica, los valores que caracterizan un sistema en el instante T', el físico no puede
predecir exactamente cuál será el valor de esas magnitudes en un instante ulterior; puede
solamente anunciar cuál es la probabilidad que hay para que una determinación de esas
magnitudes en un instante ulterior T suministre ciertos valores. El lazo entre los resultados
sucesivos de las medidas, que traducen para el físico el aspecto cuantitativo de los
fenómenos, ya no es un lazo causal conforme al esquema determinista clásico, sino más
bien un lazo de probabilidad, sólo compatible con las incertidumbres que se derivan de la
existencia misma del Quantum de acción”3.
Tal es la raíz más profunda –como hemos dicho– de la Crisis por la que atraviesa la
Física contemporánea. Su Concepto de naturaleza –la concepción preontológica de ella– no
está revestida ya con el ciego Determinismo causal o teleológico que antaño esplendía
vigoroso y le comunicaba un aspecto de inatacable firmeza y seguridad a la Ciencia física. El

3
De Broglie: Op. cit., pág. 12.
físico de hoy -con plena conciencia– sabe que su Ciencia revela un “síntoma” de crisis en su
intracuerpo más profundo. De tal “síntoma” se hallan pendientes todos los que, en alguna
forma, enraízan sus creencias y concepciones en los resultados de la Ciencia. Pues –he aquí
lo más grave de todo– si este “síntoma” se ha originado en la Ciencia, en forma alguna
agota su vigencia en el reducido ámbito de ella. Tal “síntoma de crisis” trasciende la órbita
del mero quehacer científico y plantea ineludibles interrogaciones al Preguntar filosófico
sobre el “Por qué” de las Cosas.
Mas detengamos aquí esta meditación. Baste ella para indicar un “Síntoma” en
determinada Disciplina. Vayamos ahora a otros campos y a otras Disciplinas y tratemos, al
igual que aquí, de señalar ciertas manifestaciones sintomáticas de crisis semejantes o,
incluso, fraternales a la señalada dentro de la Física.

II. El Problema en la Biología: Mecanicismo y Teleologismo

El Objeto fundamental de la Ciencia biológica es el estudio de la Vida y de los


procesos vitales en cuanto Fenómenos o Entes naturales. Justo por obra de la aparición de
algunos rasgos novedosos en la concepción del término de “Vida” –que es el término
específico de esta Ciencia cuyo Objeto general son los Fenómenos y Entes naturales–
encontramos que en ella (he aquí la Tesis fundamental que deseamos esbozar) el Principio
de Causalidad, en cuanto concepto Fundamental de esta Ciencia, atraviesa en la actualidad
por una “crisis”. La cuestión se plantea aquí –si es que se repara en los términos en que la
insinuamos– con una gran similitud a la detectada en el campo de la Física: si allá vimos que
el Principio de Causalidad, aplicado a los Fenómenos físicos, atravesaba por una época de
“crisis”, aquí en la Biología, como lo mostraremos, ha sido paralelamente el Principio de
Causalidad –aplicado a los Fenómenos vitales– el que ha experimentado una radical
transformación. A consecuencia de esto (será otro punto que sistemáticamente habremos de
mostrar) la Imagen de la Naturaleza, considerada como el Conjunto sistemático de los
Fenómenos biológicos, se ha visto sometida a una radical variación en sus contornos
específicos.
En efecto, el Concepto fundamental de “Vida”, de lo “Vital” –que es el Fundamento y
Objeto peculiar de la Biología en cuanto Ciencia natural– examinado a la luz de ciertas
experiencias y descubrimientos, ha mostrado que las notas que preontológicamente se le
asignaban tanto a él como, en general, a todos los entes caracterizados de “Vitales”, no
respondían exactamente a ciertas características y propiedades que se descubrían cuando
“lo Vital” –la Vida misma en la plenitud de sus manifestaciones– era contemplado a la luz de
la experimentación desprejuiciada. La polémica, en tal sentido, se produjo y desarrolló en
las Ciencias biológicas a partir de las tendencias contrapuestas del “Mecanicismo” biologista
y del llamado “Vitalismo”. Para esclarecer los rasgos primordiales de ella, y poder así
detectar en su plenitud la “crisis” del Objeto en esta Ciencia, nos proponemos esbozar
algunas referencias –que por la índole de esta conferencia han de ser muy generales y en lo
posible alejadas de todo tecnicismo– que nos permitan esclarecer y justificar posteriormente
el pensamiento central que sostenemos.
Según el “Mecanicismo” biologista –tendencia que ha contado entre sus defensores y
cultivadores a nombres tan esclarecidos como los de Descartes, Lamettrie, Fries, Spencer,
Du Bois-Reymond, Haeckel, Ostwald, etc.–, la Vida era, en la totalidad de sus múltiples
manifestaciones, un Fenómeno natural cuya estructura entitativa podía ser reducida a la
suma de los componentes y fuerzas que la integraban. O dicho en otra forma, tal vez más
explícita: la Vida y lo Vital eran Fenómenos naturales que, por medio de un proceso
analítico, podían ser descompuestos en los elementos reales que intervenían en su
composición. Por ser tales elementos de índole física o química, o físico-química, eo ipso
aquellos Fenómenos, que no eran otra cosa que el producto de su composición y síntesis,
podían someterse teóricamente, según el Mecanicismo, al imperio de las mismas Leyes
mecánicas y cuantitativas que servían para legislar en la Química y en la Física la aparición,
el curso y el desarrollo de todos los Fenómenos de la Naturaleza que caían bajo la órbita de
ellas y de su quehacer científico.
Cierto es que los Fenómenos naturales, en su totalidad, presentan la peculiaridad de
dividirse en Orgánicos e Inorgánicos, mas esta división –si bien algunas veces era tenida en
cuenta por la Teoría mecanicista– era reducida sin embargo por ella a ser una mera
diferencia de grado y no de cualidad. Para el Mecanicismo biologista, la Vida –es decir, eso
que anima a los seres de estructura Orgánica– descompuesta en sus elementos integrantes,
tal como hemos insinuado, podía ser perfecta y solublemente reducida a ser el coefecto
coincidente de fuerzas físicas y químicas. Lo más característico de un Organismo frente a un
ser Inorgánico no residía, para el Mecanicismo, en la posesión por aquel Organismo de un
enigmático poder animador o de cualquier tipo de fuerza trascendente –extraquímica o
extrafísica– sino más bien en la específica unión y configuración según la cual se trenzaban
entre sí las partes y elementos componentes de las moléculas orgánicas: vale decir, en la
Forma o Unidad –tanto exterior como interior– del “Todo” que constituían al sintetizarse, y
de cuya peculiar estructura eran inmediatamente dependientes las funciones “orgánicas”
que especialmente caracterizaban el comportamiento de los Organismos. Nada mejor para
ejemplificar esta concepción mecanicista dentro de la Biología que traer al recuerdo las
doctrinas energetistas de Wilhelm Ostwald, defensor sutil y encarnizado de una suerte de
monismo filosófico y científico dentro de la Biología. Según él –como Uds. recordarán– el
ciclo vital podía explicarse, sin hiatos ni fisuras de ninguna especie, recurriendo a la
hipótesis de una incesante transformación y de un eterno comercio de Energías, reductibles
en último extremo a una Energía única y plurivalente que era la Materia en cuanto tal. En
idéntico sentido pueden ser recordadas las doctrinas que han tratado de identificar a la
Materia vital con un Coloide y cuyas consecuencias son el explicar el origen, el desarrollo y
las propiedades de aquella Materia según las mismas leyes y esquemas que se aplican para
simbolizar el régimen especial a que se encuentran sometidas estas substancias coloidales.
En ambos casos –si bien la explicación de los procesos vitales es harto diferente– ambas
direcciones coinciden en el propósito de identificar a la Vida, y a los procesos y fenómenos
vitales, con un tipo de elementos de estructura ontológica real, vale decir, con Entes
naturales espacialiformes y temporiformes (vgr. La Energía o el Coloide), y, en base de tal
identificación, tienden estas doctrinas a explicar las propiedades y el comportamiento de la
Vida según los mismos esquemas, hipótesis y leyes que, en la región general de la
Naturaleza, han servido para interpretar y legislar mecánica y cuantitativamente el universo
de los fenómenos propios del ámbito físico o químico.
Resumiendo, pues, se comprende ahora en base de este general esbozo que hemos
hecho de la tesis del “Mecanicismo” biologista, que dos cuestiones primordiales se destacan
en él: 1o) La identificación de la Vida –de lo Vital– con lo Físico-químico (entendido esto en
su más amplia generalidad); y 2o) El intento de explicar todos los fenómenos vitales
–gracias a la identificación precedente– según las mismas leyes mecánicas y cuantitativas
propias de aquellas Ciencias.
Como corolario de estas dos cuestiones se comprende perfectamente ahora cuál
podría ser la concepción de la Biología –en cuanto Ciencia de la Vida– sostenida por los
Mecanicistas. Para ellos, ciertamente, la Biología era la Ciencia de la Vida, mas siendo la
Vida un fenómeno y objeto de índole o estructura físico-química, la Biología no era más que
una Física, o una Físico-Química, de los fenómenos vitales. Así como la Sociología –en aquel
tiempo dominado por la sombra de Comte que era justamente cuando se desarrollaba la
polémica– se veía reducida a ser Física-Social, la Biología, por su parte, era considerada
como una Física de la Vida. La Vida y sus fenómenos debían ser explicados según el
esquema de la Física, de acuerdo a sus Leyes y a sus propios supuestos de Ciencia natural.
Entre estos últimos –no hay que olvidar la época– la Causalidad Mecánica, como piedra
angular de la Física de Newton, tenía un puesto preeminente y por ende una función
fundamental en todo intento de explicación de los Fenómenos de la Naturaleza.
Más justo este supuesto de la Causalidad mecánica –así como en la región de la
Física teórica sufría los embates que el descubrimiento de la teoría cuántica aportaba– vino a
ser blanco, en el campo de las Ciencias biológicas, del ataque sorprendente y profundo que
se le lanzaba desde las llamadas teorías “Vitalistas”.
Los primeros conatos de ataque al Principio de la Causalidad mecánica dentro de la
Biología pueden ser rigurosamente fijados en los experimentos realizados por Pflüger y Roux
-autor este último de la célebre obra “Mecánica del Desarrollo” (Die Entwicklungs-Mechanik)–
sobre el desarrollo y evolución de los huevos de rana. Pflüger había llegado a la conclusión de
que era la fuerza de la Gravedad la que, ejerciendo mecánicamente su influencia causal
sobre cierto punto del huevo, determinaba que ese lugar se convirtiera en el futuro, al
desarrollarse el huevo, en la médula. Esta determinación, según Pflüger, obedecía
ciegamente a la acción gravitatoria y estaba exenta de la menor relación con la clase o
calidad de materia que se encontrase en esta parte del huevo. Mediante un orden adecuado
de experimentos, Wilhelm Roux consiguió eliminar la acción de la Gravedad sobre los huevos
y –¡cosa sorprendente!– no por ello cambió la evolución normal de ellos, llegando por tanto
a la conclusión de que no era necesaria la acción ordenadora y orientadora de la fuerza de
gravitación para determinar causal y mecánicamente el sitio preciso de la médula de los
futuros organismos. “Por este camino se llegó a la importante conclusión de que todos los
factores que determinan la modalidad típica de la conformación se contienen ya en el huevo
fecundado, razón por la cual debe concebirse el desarrollo como un proceso de
“Autodiferenciación”. Los seres vivos en desarrollo son –he aquí lo que textualmente dice
Roux– “complejos, cerrados dentro de sí mismos, de efectos que determinan y producen la
conformación”4.
Mas Roux –como buen Mecanicista que era– no extrajo de sus conclusiones ninguna
afirmación heterodoxa. En verdad, la obra de Roux siguió siendo fiel, en sus tesis
primordiales, a la concepción citada, mas justamente de sus experimentaciones y del sesgo
harto sospechoso que en ellas era posible descubrir, la mirada atenta de su genial discípulo
Hans Driesch empezó a intuir –al principio obscuramente, pero más tarde con claridad
creciente– “la autonomía de lo orgánico” frente al puro mecanismo de los procesos físicos y
químicos. Con ello empezaba Driesch a vislumbrar ya, por cierto que a muy temprana edad,
los postulados que más tarde se encontrarán en la doctrina “Vitalista” por él desarrollada.
Driesch nos ha narrado en su célebre obra “Philosophie des Organischen” (Filosofía de
lo Orgánico) sus famosos y divulgados experimentos sobre los huevos del erizo de mar. El
afán que lo guía primordialmente a realizar tales experimentos es el tratar de averiguar si
cierta y realmente –como afirmaba la tesis fundamental del Mecanicismo biologista– los

4
Roux: “Die Entwiehlungs-Mechanik”. Cit. E. Cassirer: “El Problema del Conocimiento” Ed. Fondo de Cultura
Económica.
procesos causales (la relación mecánica de Causa a Efecto) se cumplían en la esfera de lo
biológico con tan irrestricta inexorabilidad como acontecía en el campo de los fenómenos
físicos y químicos.
Para extraer sus conclusiones, Driesch toma como punto de partida una serie de
experiencias realizadas por él mismo sobre los huevos del erizo de mar. Tales experimentos
lo llevan a comprobar que de huevos a los cuales se habían inferido daños bastante graves
podían sin embargo nacer organismos absolutamente normales y sin señales de la lesión
sufrida por el embrión. Así, por ejemplo, Driesch nos narra en uno de sus más
impresionantes experimentos cómo habiendo partido en dos mitades un embrión de erizo de
mar, observó, sin embargo, que de cada mitad nacía un organismo absolutamente normal.
Colocando el embrión entre dos cristales –nos narra en otro experimento– y
presionando fuertemente éstos, hacía Driesch que las células se desplazaran por completo.
A pesar de estas alteraciones de la situación –completamente anormales y que según el
postulado mecanicista debían causar profundas transformaciones en el futuro organismo–
éste, sin embargo, continuaba su desarrollo con “saludable” normalidad. La alteración física
de la situación celular, cuya modificación debía producir una consecuente anormalidad si era
que se cumplía el nexo de las causas y los efectos, no traducía sin embargo en los
experimentos de Driesch ningún trastorno o desorden dentro del sistema. El embrión, con
las células trocadas, seguía siendo un Todo autónomo cuyo desarrollo orgánico proseguía al
parecer sujeto a una instancia superior que revelaba a la atenta y curiosa pupila de Hans
Driesch un casi misterioso plan trascendente a la mera causalidad mecánica de los factores
físicos.
En efecto, la conclusión de Driesch no se hizo esperar. Su conclusión –escandalosa
para la ortodoxia del Mecanicismo– fue que la “Fuerza” determinante de la forma que aquí
entraba en acción y que, según demostraban sus experimentos, no se veía detenida en su
desarrollo por obra de divisiones, segregaciones o trastrueques en el espacio, tenía que ser
“algo carente de naturaleza espacial y a lo que no podía atribuirse un lugar determinado ‘en’
el espacio”5. Pero es más: si esto era así, si la Fuerza que obraba y ejercía esa misteriosa
conducción del desarrollo orgánico no estaba en el Espacio, ni era por lo tanto un ser real en
sentido estricto, se hacía difícil pensar que ella fuera un factor sometido o sometible al
mismo esquema de Causalidad mecánica que parecía orientar y conducir el comportamiento
de los entes físicos.

5
Cfr. Ernst. Cassirer: El Problema del Conocimiento. (De la Muerte de Hegel a nuestros días.) México: “Fondo
de Cultura Económica”, pág. 279.
Driesch vacila en calificar y denominar a esta misteriosa “Fuerza”. Al comienzo tiende
a llamarla simplemente “Alma”; luego, para evitar naturales confusiones, la denomina
“Psicoide”; hasta que, al fin, remontándose a Aristóteles –que por oposición a Descartes es
el más remoto representante de la doctrina vitalista– acuña para este perturbador factor de
la Causalidad mecánica el sugestivo y técnico nombre de “Entelequia”, en lo cual ya empieza
a sospecharse -incluso por lo que filológicamente evoca tal palabra– la dirección Teleologista
con la cual Driesch revestirá el comportamiento de tan extraño agente.
¿Pero qué es –preguntémonos decididamente– lo que Driesch sacaba en claro de sus
experimentos y cuáles consecuencias reportaba ello para el “Mecanicismo” hasta entonces
imperante en la Biología?
A dos cuestiones, entre las muchas que extrajo su original pensamiento de los
resultados de sus experimentos, son a las que al parecer Driesch otorga una importancia
especial y muy significativa. La primera de ellas es a la existencia de un factor cualitativo en
lo Biológico, el cual –por su índole misma– es in-identificable con los elementos meramente
físicos y químicos. Y la segunda cuestión –también referente a este factor– es que, de nuevo
por su índole, él es ingobernable por medio de Leyes mecánico-causales.
En efecto, estas dos cuestiones –básicas entre las premisas teoréticas del
“Vitalismo”– parecen estar bastante claras y definidas en el pensamiento de H. Driesch. Para
él la “Entelequia” es un “Agente” o una “Fuerza” que dirige y orienta las funciones totales del
Organismo hacia las supremas exigencias de la Vida. Su naturaleza entitativa u óntica (si así
quiere llamársele) es completamente distinta a la de las fuerza fisíco-químicas y, en forma
alguna, equiparable a la de ellas ni por su rango ni por su funcionamiento. Todos los factores
físicos o químicos son, simplemente, medios o instrumentos de que se vale la Entelequia
para servir a los fines de la Vida. La Entelequia, como “Fuerza activa”, informa a aquellos
elementos de sentido vital, les confiere su significado orgánico orientando y distribuyendo
sus funciones dentro del Organismo, y, en síntesis, le asigna a cada uno su papel de acuerdo
a las exigencias postuladas por la Vida. En cuanto “Principio” ordenador se diferencia
tácitamente por su rango de aquello que ella simplemente orienta, ordena y distribuye, y
justo puede cumplir estas funciones supremamente inteligentes por no ser un elemento
químico ni físico, sino por ser un “plus” cualitativamente diverso que, trascendiendo la órbita
o región entitativa de aquellos, posee en consecuencia una estructura óntica radicalmente
distinta a la de ellos. En efecto, el pensamiento de Hans Driesch reviste la estructura
entitativa de este agente con cualidades privativas: la Entelequia, para él, es un ente
inextenso, inespacial, inmaterial; en una palabra: un ser o ente de índole irreal: no real,
como lo son, ónticamente considerados, los elementos físicos y químicos. Por todas estas
propiedades características, la Entelequia no es un ser apreciable por los sentidos, sino que
solamente por vía inteligible –por medio del pensamiento puro– podemos llegar a
cerciorarnos de su existencia.
A pesar de todo –advierte, sin embargo, Driesch– tales cualidades que desensibilizan
la representación de la “Entelequia” y la convierten en un Ente de cualidades puramente
inteligibles o abstractas, no deben llevar a la conclusión de que se trata de una mera
fantasmagoría mística. Al contrario, la “Entelequia” –que en cierta forma es la Vida misma–
es un fenómeno o ente esencial y fundamentalmente positivo cuya existencia se revela
indubitable a través de la reiterada comprobación de su presencia en los experimentos. De
los experimentos, según Driesch, se ha de deducir innegablemente su presencia, puesto que
ella se revela en la misma actividad dirigida de lo Orgánico.
Sólo –advierte finalmente Driesch– que tal presencia y actividad no puede ser
explicada mecánicamente, ni puede así mismo ser reducida exclusivamente a las meras
regulaciones causales que legislan el curso de los fenómenos y entes meramente físicos de
estructura entitativa espacial y temporal, vale decir, de los entes Reales en sentido estricto.
Al contrario, de acuerdo a su propia naturaleza –recordemos que la “Entelequia” es un ente
substraído de la Realidad– ella se rige y dirige por un cierto principio Teleológico que se
oculta en la Vida misma y constituye su máximo designio. Justamente tal característica
–como hemos dicho anteriormente– es la que separa con mayor radicalismo a la
“Entelequia” de cualquier ente físico o químico. Si éstos, en tanto que entes reales, se
encuentran sometidos al ineluctable curso de la Causalidad mecánica, la Entelequia, al
contrario, es una “Fuerza” liberada de ella, trascendente, y cuyo Designio, como tal, puede
oponerse incluso al ciego determinismo causal de la Naturaleza física. En efecto, viendo y
observando el curso de los fenómenos vitales, los extraños sucesos que ocurren en los
procesos de regeneración y reparación de ciertos órganos, y el casi milagroso transformarse
de la ontogénesis, ha de pensarse –según Driesch– en que la Entelequia, en cuanto Fuerza
activa inteligente al servicio de la vida, llega incluso a transformar la rígida e inexorable
cadena de la Causalidad mecánica en un proceso al parecer guiado por un teleologismo en
cuyo fin supremo se adivina la presencia misteriosa de la Vida.
Más, justamente, a tal punto deseábamos llegar para hacer comprensible la “crisis” a
la cual se ha visto sometida la Ciencia biológica al producirse esta situación ideológica dentro
de sus dominios. Tal vez –abusando de la paciencia de nuestro auditorio– nos hayamos
extendido demasiado en el bosquejo de la situación, más ella nos permitirá ahora
comprender quizás mejor las cosas.
En efecto, la consecuencia más directa de la situación planteada es que, como ahora
se entrevé, la Biología, en cuanto Ciencia, no podía seguir siendo aquella “Física de la Vida”,
que concebían los Mecanicistas imbuidos de Positivismo, como paradigma de la Ciencia. La
Vida -lo Vital– se revelaba ahora como una región o dimensión ontológica de características
independientes frente a la región entitativa de lo meramente inorgánico e incluso de lo
orgánico. Si bien era cierto, y esto lo admitía Driesch, que los fenómenos vitales se
enraizaban y nutrían –por decirlo así– de elementos físicos y químicos, era cuestión
primordial el mantener bien en claro la distinción hecha por él: a pesar de que la Vida
pudiera estar en contacto, o incluso basarse, en la infraestructura de los elementos físicos y
químicos, era no obstante imposible que se redujera a ellos. Así como la Psicología se
basaba sobre la Fisiología sin confundirse con ella, así como la Física se basaba en la
Matemática sin por ello confundirse ni reducirse a ser una disciplina de entes puramente
ideales, la Vida se basaba sobre lo físico y lo químico sin confundirse ni disolverse en ello. La
Vida, lo Vital, es para Hans Driesch un “plus”, una superestructura que planea
independientemente sobre lo meramente físico y químico y que trasciende el ámbito de su
dominio entitativo. La Biología, en cuanto Ciencia, debía tomar como Objeto característico
de su quehacer ese “plus” trascendente y distinto.
No está destinada esta conferencia –permítaseme hacer esta observación– a
examinar el contenido de verdad objetiva que pueda haber tanto en una como en otra
concepción de la Ciencia biológica. Queremos reducirnos simplemente a detectar el
fenómeno histórico que las tendencias ideológicas del “Mecanicismo” y del “Vitalismo”
representan dentro de la Ciencia biológica. Hemos querido, así mismo, remarcar las
consecuencias problemáticas que se han derivado desde la pugna de aquellas dos
tendencias para la situación contemporánea de esta Ciencia. Si bien es cierto que las
iniciales afirmaciones vitalistas son contempladas hoy, por los especialistas de la Biología,
con un poco de escepticismo empírico, no es menos cierto también que ellas han contribuido
extraordinariamente a provocar la “Crisis de Fundamentos” por la que hoy atraviesa la
Ciencia biológica. Es más: tal “Crisis” puede incluso reducirse –si dejamos los prejuicios
escépticos a un lado– a las fundamentales cuestiones que se movían en el fondo del
pensamiento de aquel genial Hans Driesch.
Pues, en efecto, la Biología contemporánea tiene que responderse definitivamente –ya
que su porvenir de Ciencia depende íntegramente de esta Pregunta– cuál es su verdadero
Objeto. Suponiendo que este Objeto sea la Vida (y esta suposición, como Uds. notan, parece
una perogrullada), tiene que preguntarse la Biología si esta Vida –ese torrente de acaeceres
ontológicos que conforman la faz del fenómeno de la existencialidad– es o no es reducible a
otro tipo de Entes de características ontológicas diversas. Tiene, pues, que preguntarse
decididamente si el comportamiento de lo propiamente Vital es susceptible de ser explicado
con los mismos esquemas, hipótesis y leyes que regulan el acaecer de los Entes no-vitales.
Aquí –como Uds. ahora comprenden– no se trata tan sólo de saber si un Principio
como el de la Causalidad mecánica se encuentra o no en situación cuestionable. El Problema
es quizás más grave todavía. La Pregunta que hemos hecho se refiere a la posibilidad misma
de la aplicación de un “Principio” semejante –sea el de la Causalidad mecánica u otro
cualquiera que la Ciencia Física o Matemática pueda entregarnos en el futuro– al dominio
científico que corresponde a la región de la Vida.
Mas, dejemos de nuevo reposar en tan grave estado problemático el curso de nuestra
meditación. Nos aguarda finalmente otro campo donde la “crisis” se plantea quizás con
mayor profundidad y con un dramatismo que nos toca más de cerca en cuanto hombres. Me
refiero a la Historia.

III. La Crisis en la Historia: la Acción como Naturaleza o como Espíritu

La Historia no es una Ciencia de naturaleza y rango similar a cualquiera otra Ciencia.


Su Saber, antes que versar sobre Objetos extraños en alguna forma al Hombre –vgr. los
Fenómenos de la Naturaleza– es un Saber que, brotando del Hombre, versa sobre el Hombre
mismo. La Historia es la Ciencia de las acciones humanas, en tanto que esas acciones
convertidas en gestas o hazañas, han aportado un sentido modificador a la Existencia
humana.
Pero he aquí que toda hazaña humana es producto de una Voluntad. La Causa de la
Historia –sea cual fuere su sentido– es la Voluntad del Hombre.
Esta verdad –que la Voluntad humana gestora de la Acción es la Causa de la
Historia– nos lleva, sin más, al nudo del Problema de la Causalidad histórica, que
desearíamos plantear aquí por oposición al Problema de la Causalidad en las Ciencias
Naturales, para completar así el diseño de esta conferencia.
La “Crisis” del Principio de Causalidad en las Ciencias Naturales –según lo hemos
esbozado al referirnos al campo, de la Física y de la Biología– se resume primordialmente en
el problema que plantea el saber si la Causalidad propia de la Naturaleza conduce hacia el
“Determinismo” o hacia el “Indeterminismo”; si ella posee un estilo de suceder Mecanicista,
o si, al contrario, ella está regida por un Teleologismo. Aquí, en cambio, el Problema se
plantea con una radicalidad mayor, con una hondura más fundamental. Pues, en síntesis, lo
que se desea aquí saber es si la Causa de la Historia –la Voluntad humana– es asimilable o
identificable con una Causa Natural o, si por el contrario, es una “Causa” sui géneris que
rechaza o excluye cualquier semejanza con aquella.
Así vistas las cosas –cuando el Problema fundamental apunta a dilucidar como
cuestión previa la posibilidad de identificar a la Voluntad humana, en cuanto “Causa” de la
Historia, con una Causa propia de la Naturaleza– todos los intentos que, sin resolver un tal
Problema, le asignan a aquella ya un sentido “determinista”, ya bien un “probabilismo”, ora
mecanicista ora teleologista, tienen que aparecer –a los ojos que revisen críticamente sus
afirmaciones– como intentos teoréticos fallidos que no han comprendido el Problema
fundamental en esta Ciencia y que, sin resolver a éste, se han lanzado aventuradamente sin
conciencia a dar una solución que peca por principio de arriesgada.
Pues –repetimos– el Problema máximo de la Ciencia histórica, aquel del cual depende
su destino de Ciencia, en tanto que desee empezar a ser una Ciencia rigurosa con estilo de
tal, es el anunciado anteriormente en los siguientes términos: ¿Puede la Voluntad humana
–que es Causa de la Historia– identificarse, sin más, con una Causa Natural, y por ende
admitir la Causalidad propia y característica de estos Fenómenos y Entes?
La “Crisis” de la Historia en nuestro tiempo (si es que la mirada penetra hasta sus
fundamentos preontológicos y no se detiene meramente en lo superficial de las polémicas)
viene dada por la resurrección de este viejo Problema que había quedado irresoluto, o bien
acallado programáticamente, en los intentos del “Positivismo” histórico. Mas la “Crisis” no
sólo se plantea en relación al intento “Positivista” de la Historia, sino incluso en relación a
todas aquellas direcciones que antes de nuestra época, o en la nuestra propia (como es el
caso del “Materialismo” de inspiración marxista), conciben a la Historia como una “Ciencia
Natural” o como una Ciencia explicable por medio de Causas naturales y de acuerdo al
modelo de las Leyes naturales.
Lo que aquí se agita –si se ven al fondo las cuestiones y la mirada no se detiene de
nuevo en lo superficial de las disputas– es la “crisis” de un Supuesto preontológico que,
descubierto en las consecuencias que involucra, se ve atacado y vulnerado por los impactos
lanzados desde posiciones antagónicas.
En efecto, partiendo del “supuesto” de que la Historia era identificable con la
Naturaleza, el “Positivismo” –y con él todas las direcciones “naturalistas” de la Historia– no
tenían reparo alguno en afirmar que la Historia era una Ciencia Natural y que, por tanto, en
ella regían los mismos Principios explicativos y legales que integraban el fundamento
doctrinario de aquellas otras Ciencias. Mas repárese en que semejante intento parte de una
base que se da por “supuesta” y que se postula además como algo “de suyo comprensible”,
a saber: que es posible identificar, sin hiatos ni fisuras, a la Historia con la Naturaleza.
Ahora bien –se pregunta– ¿es justo dar certificado de “Verdad” a este “Presupuesto”?
¿Es posible que la Voluntad humana –gestora de la Historia– se identifique con las Causas
de la Naturaleza? ¿Es asimilable el perfil entitativo de una Acción humana al de un
Fenómeno “natural” cualquiera?
He aquí –condensadas en esta serie de Preguntas– la expresión de la “Crisis” por la
que atraviesa la Historia en nuestros días. Semejantes Preguntas no tendrían sentido si se
formulasen dentro de un plan “positivista” o “naturalista” de la Historia. Justo el que hoy
puedan formularse –y se revistan de profunda dramaticidad– nos está diciendo que la
Ciencia histórica, dentro de nuestro tiempo, atraviesa por una “crisis” de sus Fundamentos.
El “Positivismo” en verdad, no llegó a tanto como a querer despojar al Hombre de su
condición de gestor de la Historia. Mas, a lo que sí llegó, fue a reducir a extremos casi
increíbles el valor de aquella gesta. Supuesto preontológico del Positivismo era –como
hemos dicho– el identificar a la Acción humana con la Acción natural, y, por ende, el
considerar toda manifestación de la Voluntad en un plano igual al de la manifestación de
cualquier fenómeno físico. La Sociología –Ciencia que debía reabsorber a la Historia para que
ésta llegara a encontrar definitiva formulación “científica”– era (como Uds. recordarán)
“Física Social”. La Historia –y las Acciones humanas como Fenómenos de ella– venían a ser
también el objeto de aquella Ciencia omnisciente que encarnaba la “Física Social”. Esta, en
cuanto Física, se veía reducida a ser una Ciencia de estilo cuantitativo y sus Leyes debían
imitar, por ende, el estilo de las Leyes de la Naturaleza. La Historia, y “lo histórico” se veían
reducidos, de tal manera, a ser “Ciencia” y “Fenómenos” naturales.
Justo un “Pre-Supuesto” semejante es el que ha caído en crisis a la altura de nuestro
propio tiempo. La Historia –la Ciencia de la Historia– no es ya concebida como una Ciencia
de la Naturaleza. Su Objeto más característico –el Quehacer humano objetivado– se ha
revelado en nuestro tiempo como un Ente que, por su índole esencial, es radicalmente
distinto y diferente a todo posible Fenómeno o Ente de la Naturaleza. Al Quehacer humano
lo distingue y manifiesta, en efecto, un “Sentido” peculiar, y justo este “Sentido” –que es
precisamente el que revela la presencia del Espíritu humano objetivado en la Acción–
trasciende la órbita de todo “naturalismo” e inserta al Objeto peculiar de la Historia en el
campo del Espíritu –para decirlo por vez primera con expresión de Dilthey– o bien, en la
Región de la Cultura –para expresarlo con terminología de Rickert.
El pensamiento científico de la Historia, concebida “naturalistamente” o
“positivistamente”, lo que ocultaba –a la altura de nuestro tiempo lo vemos ahora así– era
una grave y grosera confusión: la Suposición de que el Hombre era una “cosa” más del
Mundo natural. Si el Hombre era una “Cosa” más entre las Cosas del Mundo, se explica por
qué razón su Voluntad –que es la que crea la Historia– puede verse tratada como un
Fenómeno natural sometido a los mismos procesos, y reducible a las mismas Leyes, que
gobiernan los acaeceres de la Naturaleza.
Queda así bosquejado –en grandes rasgos– lo que fue el Programa predilecto de la
historiografía positivista. Con la Sociología como Ciencia paradigmática y con la mira en
hacer de ésta una Ciencia explicable sólo a base de “Causas naturales”. Hipólito Taine
(prototipo del historiador positivista) creía poder reducir toda la Historia a tres factores
sociológicos: raza, medio y momento, por cuya confluencia –como por arte de magia– se
explicaban todas las creaciones históricas y la eclosión de las voluntades gestoras de
aquéllas.
Pero esta serie de Supuestos –todos enraizados en aquella identificación fundamental
que hemos puesto de relieve– han venido a “Crisis” a la altura de nuestra época.
El Hombre –gestor de la Historia– no es considerado hoy una cosa entre las cosas, ni
incluso su ser más propio se concibe como un ser plena y exclusivamente “natural”. Al
Hombre se le asigna hoy –no sin pruebas de ello ni por meras razones metafísicas o
teológicas– un Puesto peculiar y preeminente dentro del Cosmos. Su puesto preeminente le
viene dado –recordemos en este punto a Max Scheler– por su capacidad innata de descubrir
Valores, por su capacidad de elegir entre instancias valiosas, y, en síntesis, por la
inexpugnable existencia de la Libertad que tal “dato” revela.
Y he aquí que las cosas sé complican. Si el Hombre posee esta preeminente Libertad,
y su Voluntad –que es la gestora de la Historia– se desenvuelve y desarrolla en esa libre
escogencia de posibilidades... si esto es así: ¿Cómo identificar esa libre Voluntad, que es la
gestora de lo histórico y brota del Hombre como Sujeto libre, con una Causalidad aplicable
tan sólo a una “Naturaleza” concebida preontológicamente como un conjunto de Fenómenos
sometidos a un acaecer inexorable? La nota de Libertad rechaza, por esencia, la
inexorabilidad.
He aquí, puesto en Problema, la “crisis” de la Historia en nuestros días. Surge ella
–como ahora se ve claramente– de la destrucción de aquella premisa identificativa que
hemos mencionado anteriormente. La Historia, en nuestro tiempo, ha sido desglosada de la
Naturaleza. No hay (entiéndase bien esto) posibilidad de explicar la Historia con imagen
alguna que evoque a la Naturaleza, puesto que la Libertad –como característica esencial del
Ente humano– rechaza al parecer todo vínculo con la inexorabilidad que postula la
concepción preontológica de la Naturaleza. Al trascender el Hombre –que es el creador de la
Libertad– el horizonte ontológico donde moran los Entes y Fenómenos puramente
“naturales”, la posibilidad de identificar a la Naturaleza y a la Historia se ve hecha pedazos.
El Hombre, como hemos dicho, ha alcanzado en la concepción de nuestra época un puesto
preeminente dentro del Cosmos –al ser el único Ente que se concibe como capaz de
trascender al ámbito de la vida animal, orgánica o inorgánica– y, al ser así, como objeto de
una Ciencia impone que ésta se revista de supuestos preontológicos diversos a las de
aquellas que tienen por Objetos a entes de otra índole.
Ahora bien, nos explicamos mediante esta reflexión que, si a la Historia se la concibe
como el horizonte más característico del ser propio del Hombre, un horizonte o dimensión
donde preontológicamente ha de concederse una máxima importancia al “dato” de la
Libertad de elección frente al nudo Causalismo inexorable que regía la construcción objetiva
de las Ciencias Naturales, entonces cualquier intento que trate de explicar por medio de
leyes y fórmulas inexorables a la Acción humana –cuya raíz preontológica es la Libertad– ha
de verse como un intento fallido y absurdo por principio.
La Libertad –permítaseme insistir en esto por última vez para tratar de esclarecerlo
más a fondo– que es el signo inequívoco que preontológicamente define el Quehacer
humano, trasciende la órbita causal de los fenómenos “naturales” sean estos físicos o
psicofísicos. Lo único que orienta y dirige la Libertad es la Voluntad humana, y ésta, a su
vez, se mueve dentro de un horizonte de elecciones y decisiones cuya realización depende
de fuerzas inidentificables con las fuerzas físicas o psicofísicas. El motor ontogenético de la
libre elección es el Espíritu. O, como lo recalca Max Scheler, el más genial defensor de esta
tesis en nuestra época: “La propiedad fundamental de un ser ‘espiritual’ es su
independencia, libertad o autonomía esencial –o la del centro de su existencia– frente a los
lazos y la presión de lo orgánico, de la ‘vida’, de todo lo que pertenece a la ‘Vida’ y por ende
también de la inteligencia impulsiva propia de ésta. Semejante ser ‘espiritual’ que no está
vinculado a sus impulsos, ni al mundo circundante, sino que es ‘libre frente al mundo
circundante’ está abierto al mundo”6. La Acción humana –gestora y causa de la Historia7– es,
pues, por antonomasia, Acción de Libertad: elección y decisión autárquica de un espíritu que
no reconoce ni obedece a los dictados de la ciega inexorabilidad característica de los
Fenómenos de la Naturaleza. La Acción es libre y, por tal, no reconoce “Leyes” ni
“Regulaciones” cuyo estilo sea el de las Leyes y Regulaciones de la Naturaleza causal.

6
Max Scheler: “El Puesto del Hombre en el Cosmos” Cap. II.
7
Quisiéramos hacer una advertencia con respecto a Scheler. El que citemos a este insigne autor en el
contexto de la meditación no implica que él comulgue plenamente de todo cuanto encierra el esquema que
presentamos. Sería imperdonable olvidar que Scheler, en su obra “Sociología del Saber”, no le asigna al espíritu
una función dinámica -gestora– en la Historia. Esto, sin embargo, no es una contradicción con lo anterior. Scheler,
en verdad, le asigna al Espíritu la función de ser el “centro de determinación” (el motor de la Libertad histórica),
pero no el de ser un centro de “realización histórica”. “El espíritu –dice Scheler en la obra citada– en sentido
subjetivo y objetivo, como espíritu, además, individual y colectivo, determina pura y exclusivamente la esencia de
los contenidos de la cultura, los cuales pueden, en cuanto así determinados, llegar a ser. Pero el espíritu como tal
no tiene originariamente en sí o por su naturaleza el menor rudimento de “fuerza” o de “eficiencia causal” para dar
la existencia a aquellos sus contenidos. El espíritu es un “factor de determinación”, pero no un “factor de
realización” del posible curso de la cultura”. Y, más adelante, añade Scheler: “Cuanto más ‘puro’ el espíritu, tanto
más impotente en el sentido de una acción dinámica sobre la sociedad y sobre la historia.” Cfr. “Sociología del
Saber”, Cap. 1.
De aquí que Scheler divida la Sociología en “Sociología cultural” (propia de la esfera del Espíritu) y Sociología
real (propia de la esfera de los impulsos, factores materiales, etc.).
El lector sabrá excusar que omitamos los detalles teóricos que el desarrollo de tan importantes cuestiones
plantearían a las afirmaciones de esta conferencia. Nuestras intenciones en ella se limitan a esbozar los grandes
problemas y a esquematizarlos en la forma más ostensible para que se realice el contraste de las concepciones
históricas comentadas. En una labor semejante siempre quedan, sin poder ser desarrollados, estos puntos y
matices que son el “martirio” de la conciencia del conferenciante, quien sabiendo cuánta importancia revisten, no
desearía omitirlos. Sólo a fuerza de ser benévolo con la paciencia de su auditorio se resigna a acallarlos y a
consignarlos al margen de sus escritos para evitar fundadas reclamaciones.
Semejante cuestión es la que repercute modernamente cuando se plantea el
Problema de la Historia en cuanto Ciencia. ¿Cómo es –se pregunta– que un ámbito de
Objetos cuya raíz ontológica es la Libertad, cuyo comportamiento parece excluir toda
“Legalidad”, pueda llegar a revestir una constitución de Ciencia?
A nuestro juicio, el Problema –planteado en estos términos– es un Problema mal
planteado. Cierto es (y esto hay que afirmarlo sin reservas) que la Historia, al separarse de
la Naturaleza, no admite el imperio de las Leyes y Regulaciones “naturales”. Ahora bien,
semejante exclusión ¿determina el que la Historia no tenga “Ley” alguna?
Nos parece que extraer la conclusión del “anarquismo” histórico no es una
consecuencia lógica de las reflexiones que hemos hecho. Lo único que hasta ahora podría
afirmarse lógicamente en base de ellas es que la Historia no admite el imperio de las Leyes y
del Causalismo natural. Si alguna “Causa” hay en la Historia tal es la Voluntad humana. Y si
alguna “Ley” existe para legislar esta Voluntad ella es la Libertad.
¿Pero es o reconoce –preguntemos esto decididamente– la Libertad alguna “Ley”?
¿No son conceptos antitéticos los de “Ley” y “Libertad”?
Nuestra respuesta a esta Pregunta –no por comodidad sino por escrúpulo– no
quisiera pasar de un vago “Quizás”. Quizás “Sí”, quizás “No”.
No nos toca a nosotros, en esta conferencia, desarrollar y solucionar a fondo los
problemas que someramente hemos indicado. Nuestro intento se reduce a presentar el
estado actual de la Ciencia y a señalar sus “síntomas” de “crisis”. La “Crisis” entre “Libertad”
y “Ley” -los profundos problemas que ella implica– es justamente el horizonte que presenta
la Ciencia histórica en su formulación actual.
Ante tal estado de la cuestión la tarea de los historiadores en nuestros días no ha
vislumbrado aún su definitivo y verdadero signo. Tal vez la “Crisis” por la que la Ciencia
atraviesa se nos pueda revelar en toda su dramática fuerza cuando al revisar los intentos
más profundos y rigurosos de la Filosofía de la Historia contemporánea nos encontramos
ante el caso de Benedetto Croce, quien concibe que la Historia no es otra cosa sino “La
Hazaña de la Libertad”.
El Objeto de la Historia es, pues, la Libertad del Hombre para hacer y construir su
Mundo por medio de su hazaña voluntaria. Tal vez ahora –si comprendemos a fondo lo que
esto significa– llegaremos a entender, o a vislumbrar siquiera, cuál puede ser la meta de
una Ciencia semejante cuyo Objeto primigenio está preontológicamente concebido como
poseedor de Libertad. La Meta suprema de la Historia sería vislumbrar el orden realizado de
la Libertad. Quiere esto decir que su tarea debe centrarse en descubrir los nexos que
intervienen en el cumplimiento de la Libertad, los incentivos que la despiertan, los fines que
la guían. La Historia -concebida así– no admitiría ser una simple explicación, por medio de
leyes o fórmulas causales y mecánicas, de los actos del Hombre. Antes bien, ella debe ser la
comprensión revivida de aquellas máximas instancias axiológicas que, despertando y
guiando la actividad libre del espíritu, han hecho posible, y en cierto modo necesario, que su
Portador –el Hombre– haya creado algo nuevo y haya reafirmado por medio de su libre
Hacer el puesto peculiar y preeminente que posee dentro del Cosmos: es decir, se trata de
vislumbrar y comprender –no de explicar por razones antagónicas a la esencia misma de la
Libertad– el Orden que ha seguido históricamente esta Libertad al ser poseída y realizada
por el Hombre.

EPÍLOGO

Sentido de la “Crisis”

Así damos fin al programa temático anunciado al comienzo de esta conferencia. Sin
embargo, antes de terminar, quisiéramos hacer una observación que quizás sea necesaria
para que los propósitos que nos han guiado en este examen de la Ciencia contemporánea no
se vean obscurecidos por un significado que, desgraciadamente, es imposible evitar cuando
se emplea la palabra “Crisis”.
A menudo cuando se habla de “Crisis”, y más aún de “Crisis de Fundamentos”, se
piensa que aquel que así habla le adscribe a lo que se refiere un semblante de debilidad, de
enfermedad, o decadencia. Pues bien: nada más alejado de nuestros propósitos que desear
atribuirle a las Disciplinas que hemos revisado un estado de decadencia o debilidad. Al
contrario, justa conciencia nos asiste de lo que revela el fenómeno de “crisis” dentro de la
Ciencia. Antes que debilidad o decadencia, nada descubre mayor fortaleza en una Ciencia
que una “crisis” de sus Fundamentos. De las “crisis” –aunque suene un poco a paradoja– es
de donde arrancan y de donde se han originado siempre las grandes creaciones de la
Ciencia. Sólo en la capacidad de experimentar “crisis” –es decir, de revisar y renovar sus
Fundamentos preontológicos– es donde reside la posibilidad creadora de cada Disciplina y de
la Ciencia en general.
No son nuestras, en tal sentido, las palabras con las que deseamos poner fin a esta
conferencia. Son de Martín Heidegger y ellas son las que, habiéndonos inspirado el tema de
esta conferencia, definen mejor su orientación y sus propósitos. “El verdadero movimiento
de las Ciencias –dice Heidegger en “Sein und Zeit”– es el de la revisión de los Conceptos
fundamentales; revisión que puede ser más o menos radical, y, en sí misma, más o menos
diáfana”. Y agrega Heidegger: “El nivel de una Ciencia se determina por la capacidad con
que es susceptible de experimentar ella una Crisis de sus Conceptos fundamentales”8. Tales
palabras -como hemos dicho– nos han llevado a elaborar las afirmaciones de nuestra
conferencia. Con ellas respondemos a una Pregunta que habíamos dejado pendiente en el
comienzo. Quizás ahora podamos decir, no sin razón, que los “Síntomas de Crisis” en la
Ciencia contemporánea son síntomas reveladores de su extraordinaria altura y fortaleza.

ERNESTO MAYZ VALLENILLA

8
Martín Heidegger: “Sein und Zeit”. (Einleitung, No 3 ) Págs. 9 y 10. Ed. esp., págs. 12 y 13.

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