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Mensaje Septiembre – 70
La brevedad de la vida
La sensación que tenemos todos los humanos es de que esta vida es como
un soplo, nacemos y cuando venimos a damos cuenta ya hemos envejecido y un
día dejamos de ser. La Biblia presenta esta realidad de la siguiente manera: “El
hombre, nacido de mujer, tiene una vida corta y llena de zozobras. Es como
una flor que se abre y luego se marchita; pasa y desaparece como una
sombra” (Job 14:1-2). (DHH). Job compara la vida a una flor que se abre y luego se
marchita. David expresa el pensamiento de que el ser humano es como un suspiro y
su vida como una sombra que desaparece rápidamente (Sal. 144:4). Santiago
reconoce esta verdad cuando dice: “Pues la vida es como una nube de vapor,
que aparece un instante y al punto se disipa” (Stg. 4:13-14). (BLPH).
Pablo es uno de los pocos personajes bíblicos que afirman que saben vivir:
“He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias…” (Fil. 4:12).
(NVI). Hay que diferenciar entre “vivir” y “saber vivir”. Todos al nacer vivimos,
existimos, pero saber vivir es otra cosa. ¿Sabemos vivir tú y yo? La Palabra de Dios
nos insta a todos aquellos que queremos aprender a vivir esta vida que se nos ha
dado: “Llenen sus pensamientos de las cosas de arriba y no en las cosas de
este mundo” (Col. 3:2). (NBV). Y el Evangelio nos dice: “Busquen primeramente
el reino de Dios y su justicia” (Mat. 6:33). (RVC).
Estos autores inspirados no nos están diciendo que comer, beber, casarse,
pasarlo bien, etc., sean actividades pecaminosas, más bien algunas de ellas son
indispensables para que todo ser humano viva. El problema aparece cuando se
llevan al extremo y lo lícito se convierte en abuso. Uno puede comer y beber para la
gloria de Dios o para destruir la maquinaria viviente. Podemos pasarlo bien sin
ofender a Dios o cruzar la línea de la recreación sana para zambullirnos en la
depravación. Casarse es bíblico, es una institución divina, pero también podemos
deshonrar al Creador contrayendo matrimonios que Él no aprueba o practicar toda
clase de pecados bajo el manto del matrimonio.
Una vida centrada en el “yo” es estéril y vacía. Cuando la persona vive sin
aceptar que Dios es el que le ha creado, sostiene y alienta; no vivirá para honrarle
observando su Santa Ley de amor y este es el fracaso más grande al que se pueda
enfrentar cada humano. Nuestra vida es un don tan precioso que debe desarrollarse
según la voluntad divina, es tan corta, como una flor que se abre y luego se
marchita, que no la podemos quemar enfocándonos en lo banal o practicando el
pecado.
Por eso Pablo decía que sabía vivir, porque sus afectos, su voluntad, su fe,
sus acciones, sus proyectos, todo se centraba en el dulce Jesús, su obra y vida. El
apóstol Juan presenta la misma verdad: “En él estaba la vida, y la vida era la luz
de los hombres” (Jn. 1:4) (RVR1960). Sin Cristo no hay esperanza, no hay vida
plena, no hay luz. Todo el problema de esta humanidad es que han preferido vivir
una vida sin Cristo y le han dado prioridad a los deseos de la carne.
No tenemos excusa para vivir en el pecado; Dios nos ha dado a su Hijo Jesús
para que todo aquel que en Él crea no perezca, sino que tenga vida eterna. En
Cristo Jesús somos justificados, lo que significa que por su gracia obtenemos el
perdón de nuestros pecados y el poder para vencer su atracción. “Por medio de los
méritos de Cristo, el hombre es elevado de su estado depravado, es purificado y
hecho más precioso que el oro de Ofir” (Reflejemos a Jesús, 27).
Conclusión
El hecho que la vida humana sea tan breve nos debiera llevar a plantearnos
serias reflexiones sobre el cómo vivirla y en qué enfocar todos nuestros intereses.
Una vida centrada en Cristo será fructífera y llena de sentido; porque Cristo es el
eslabón entre Dios y el ser humano; el Mediador, el Redentor, el Principio y el Fin, el
Alfa y la Omega, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, el Creador,
nuestro Amigo y Hermano; es el Buen Pastor, la luz del mundo, el agua de la vida,
la Rosa de Sarón, el lirio de los valles, Aquel que quiere salvarnos. “Jesucristo es
el mismo ayer y hoy por los siglos” (Heb. 13:8). (RVR1960).
“La vida física es algo que recibe cada individuo. No es eterna ni inmortal,
pues la toma de nuevo Dios, el Dador de la vida. El hombre no tiene dominio sobre
su vida. Pero la vida de Cristo no era prestada. Nadie podía quitársela. “Yo de mí
mismo la pongo” (Juan 10:18), dijo él. En él estaba la vida, original, no prestada, no
derivada. Esa vida no es inherente en el hombre. Puede poseerla sólo mediante
Cristo. No puede ganarla; le es dada como un don gratuito si cree en Cristo como su
Salvador personal. “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”. Juan 17:3. Esta es la fuente de vida
abierta para el mundo” (Mensajes Selectos, Tomo 1, 348).