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Año 2018.
INDAUTOR: 03-2018-111412021400-01
ENCORE
PERSONAJES
ANA 39 AÑOS
ROBERTO 41 AÑOS
Hay señales de plástico tiradas por doquier, dos agujetas rotas y un cono
de limpieza que indica “Cuidado piso mojado”. El espejo está sucio. En la orilla
del W.C. hay papel higiénico. Afuera se escucha la canción de “El diablo” de
Fobia con mucho eco.
Ana lleva una chamarra de cuero y unos tenis converse negros sin agujetas.
Roberto lleva una camiseta negra con botas tipo minero sin agujetas.
Ambos personajes tienen una marca roja en el cuello, puede ser una
cicatriz o una agujeta roja.
Ana: …”Si preguntan por ti ¿qué voy a decir, qué voy a inventar? Cuando no
estés aquí”…
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Ana: Una se da cuenta que ya pasó de una relación a otra cuando puede
escuchar el playlist sin pena ni gloria.
Ana: Regla Uno: Cuando uno coge debe sacar el estéreo de la recámara, porque
cuando se acaba la relación apenas suena “aquella” rola y te vuelves a acordar
del fulano… ¡catástrofe auditiva!
Ana: Regla dos: una se enamora de la gente que escucha la misma música que
tú. Así que mejor no preguntes cosas pendejas como: ¿Cuál es tu banda
favorita? Porque entonces ya valiste.
Roberto: La música es barrio, es culto, es... Pues, no sé… Son muchas cosas…
Te hace sentir que tu miserable vida es parte de un soundtrack de una película
interesante para otra persona.
Ana: Cuando iba en la primaria un amigo puso una rola de los Beatles y
entonces, yo caí rendida. Creía que Lennon me cantaba a mí. I want to hold your
hand… (Hace los pasos y mueve las manos. Cambio) Es curioso como una se
puede enamorar de un muerto sólo por escuchar su voz en una grabación.
Roberto: Luego, aparecieron las mochilas con bocinas porque ya había mp3 y te
cabían horas y horas de toda la música conocida… Sí las mochilas esas que
interrumpían los placenteros sueños de los viajeros en el metro.
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Ana: No, y luego… cuando vi un poster de Jim Morrison… ¡ahí andaba
persiguiendo a todos los greñudos con lentes!
Roberto: La verdad, las playlist me resultan algo muy impersonal… Digo, porque
no se sienten, no se ven, no las puedes tocar y eso era parte de saber que tenías
algo muy preciado en las manos.
Ana: Siguiente regla: cuando fajes procura que sea en silencio porque si se te
ocurre poner una canción en cada acorde sientes las manos en las nalgas, las
chichis, la espalda y eso es traumático…
Roberto Uno sentía los CD´s y casi, casi los presumías como reliquias… Ahora
la música está en un lugar llamado “nube” pero, ¿En dónde chingados está eso?
Ana: (Se acaricia el cuello) Cuando se acaba el amor pareciera que todas las
rolas conspiran en tu contra…
Roberto: Cuando iba por Carolina a la secundaria recuerdo que su salón tenía
ventana a la calle y yo le ponía sus rolas. Algo así como una serenata metalera.
(Ríe) En dos ocasiones salió el prefecto para correrme de ahí pero a mí me valía
madres. Era libre y escuchaba lo que se me daba la gana, en dónde se me
pegaba la gana...
Roberto: Yo por eso prefiero los CD´s porque cuando te regalan uno es algo así
como tener una chava nueva. O sea, una chava se debe sentir, se tiene que
abrir, o sea, debes estar seguro que sí existe por eso la tocas y la re- tocas y si te
gusta la vuelves a repetir como una canción… ¿Pero, a poco a ti te gustaría tener
una novia que no puedes tocar y que además vive en una pinche nube? No pues,
yo creo que sí porque ahora todos tienen novia en el chat y ni las sienten…
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Ana: Uno debería tener una canción para morirse, así como Mozart y la leyenda
de que él mismo se compuso su propia misa de difuntos.
Ana canta el primer solo del Requiem de Mozart. Casi hasta el final de la
estrofa Roberto escucha algo, como si fuera un eco. Reacciona pero no ve nada.
Ana: Los muertos escuchan unas horas después de… pues sí, después de
muertos. Sería un bello detalle que te despidan con la música que a ti te gusta.
Ana: En los funerales es horrible estar escuchando puros chillidos y moqueos por
todos lados… y yo creo que la mayoría hasta son fingidos.
Roberto: Cuando estoy triste siento que la lluvia me habla con murmullos.
Entonces intento escuchar lo que dicen… Un nombre, una frase, pero nada.
Nunca entiendo nada.
Ana: Cuando vi el primer póster de una banda de heavy metal supe que tenía
cierta debilidad por los vulcanizadores, aunque no afinaran una mierda.
Roberto: La verdad es que ya nadie escucha nada, sólo nos educaron para
contestar puras pendejadas, pero contestar; nunca quedarte callado. Estar a la
defensiva. Yo creo que por eso somos tan intolerantes… (Con el pie comienza a
golpear el piso imitando al sonido del corazón) También puede ser que uno ya no
se tolera y no se quiere escuchar, pero es bien chido escucharse, hablarse y
responderse… eso no es de locos, al contrario es necesario para estar cuerdo.
Ambos comienzan a jugar con el eco del baño, sin mirarse, sólo disfrutando el
efecto que se crea con sus voces.
Roberto: ¿Eco?
Ambos: Eco.
Roberto: ¿Eco?
Roberto: Yo también.
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Ana: ¿Eres tú?
Roberto: Me hubiera gustado recordar el nombre de todas las viejas con las
que… al menos de la última… pero ella no me lo quiso decir... Aunque tuviera un
nombre bien gacho sería padre repetirlo muchas veces y luego escribirlo o
cantarlo, así como el güey ese con su Carmen... (En la pared intenta escribir algo
con el dedo pero no puede.)
Ana: Dicen que el eco es el susurro de los muertos jugando con los vivos.
Roberto: Dicen que los Beatles grabaron sus primeras canciones en un baño
para que el eco les diera un efecto estéreo, chale.
Roberto: (Le habla a su pene) Ándale pepinillo tienes que hacer algo por mí. Yo
digo que el mayor placer que tiene un vivo es mear… ¿O será por eso que ya ni
ese placer tengo?
Ana: Hay que consumir lo que el país produce. Aunque he de confesar que el
rock en español me encantaba pero no delante de mis amigos. Sin embargo,
sabía lo que estaba cantando y no andaba guasha guasheando…
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Ana: Nada es casualidad.
Ana: Una chavita me hizo rabiar cuando le decía a su novio: (La imita) “Estoy
hasta la madre de estos chavorrucos porque cuando eran jóvenes no tenían
dinero para comprar boletos hasta adelante y ahora míralos… Se ven ridículos
con esas panzas haciendo sus desmadres. Su tiempo ya pasó. Ahora sólo les
falta hacer su ridículo slam”.
Roberto: Se veía que no le era indiferente. Digo, cuando uno ya no mira más allá
de su celular, pues ya es ganancia…
Ana: La verdad, es que la chava tenía razón, pero me ardía lo que decía. Pinche
chavita, algún día le saldrán las primeras canas por allá abajo y se dará cuenta
de que el tiempo pasa y pesa.
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Roberto: Después de dos canciones desafinadas ya estaba atrás de ella.
Ana: De repente sonó esa canción y él estaba tan cerca que lo sentía. El tamaño
era lo de menos; yo lo sentía.
Ana: Bueno, sólo fueron tres miraditas y con la sonrisita me di por bien servida.
Ahora ya nadie sonríe. Aparentemente por Facebook todo el mundo es feliz, pero
yo digo que nadie anda con el hocico parado todo el tiempo. (Realiza algunas
poses comunes para selfies) Antes, una se reía de verdad, con el frijol atorado…
¡Ay ya sueno como viejita con eso “del ahora y el antes”!... Eso quería decirle a la
chavita que no paraba de tomarse selfies.
Roberto: Y es que una canción puede ser una generación, miles de historias,
algunas lágrimas, muchas pedas...
Roberto: …y muchas jaladas. Sí, como no. Hay que aceptarlo. Yo me ponía los
audífonos en mi cuarto y … ¡papas! (Cambio) Aunque también una rola puede
recordarte otras jaladas menos agradables …
Ana: Sin decir nada lo agarré de la mano y entre el juego de luces, el compás
cadencioso de cuatro cuartos y los roces rítmicos; él se restregaba a diestra y
siniestra, pidiéndole asilo a mi pantalón.
Roberto: Tenía la cara triste. Estaba bien maquillada pero no podía ocultarlo.
Estaba tan triste como yo…Las palabras sobran cuando hay dos desconocidos
que ya saben lo que quieren. ¡Todo fue culpa de la pinche rola! Ella poco a poco
me sacó del concierto. La seguí. No quise preguntar.
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Ana: (Canta: )“Me siento vivo, guo, oh, oh, oh, ooh”… y yo me sentía de la
chingada.
Silencio.
Roberto: (Canta imitando a José Fors: ) “Mientras tu piel me sea fiel… Yo le seré
fiel a tu piel”. La piel es piel y el único aullido que reconoce es el de la
emergencia.
Roberto: En esta época en donde se tocan más pantallas planas que cuerpos
humanos; ese encuentro fue un verdadero milagro.
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Ana: Sin palabras, sin explicaciones, sólo por la empatía que causa que uno está
igual de jodido que tú.
Roberto: (Se ríe y luego para él mismo) ¡Qué filósofo te oyes, Roberto! No
sé….Fue raro porque ya estaba harto de conocer chavas, coger y bye… Cuando
la sentí sabía que no estaba vacía y yo necesitaba que me llenara.
Ana: Mi madre diría: “¿Para eso estudiaste música clásica para terminar así?
Tres años de propedéutico y cinco de carrera para terminar con un rockero…” Sí,
ya la estoy escuchando…Pero, no me importaba. Es más ni tenía idea de quién
era, pero hay veces que una necesita que alguien te abrace aunque sea por un
segundo.
Roberto: Para hablar de esas cosas siempre he sido medio güey. No lo sé…
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Roberto: Pero, no porque no lo pueda explicar quiere decir que no lo sienta.
Nosotros los hombres somos bien pendejos para explicar esas cosas, pero era
algo extraño; con ella quería abrirme. No la conocía, pero al tocarla sentía que en
otro lugar ya la había sentido…
Las lámparas del baño tiemblan amenazando con apagarse. Este efecto
recrea el concierto.
Roberto: (Sigue brincando hasta llegar al espejo. Frena con ensoñación.) Aquí
pasó todo. Ella no se quería ver. Cada vez que la ponía de frente, cerraba los
ojos. No lo entiendo, era muy bonita.
Ana: Me negaba a tener arrugas. (Llora) Yo siempre dije que cuando llegara a los
cuarenta ya iba a ser una anciana.
Ana: Sólo me faltaba un año para la sentencia. Todos esos que dicen que es la
mejor edad, lo dicen porque no les queda de otra. Odio a esas viejas de sesenta
años creyéndose jóvenes… y la frase: “la juventud se lleva adentro” son puras
mentiras.
Roberto: (Ríe) De esas pendejadas que uno piensa cuando está chavo: “Yo voy
a ser un rock-star y las chavas siempre se van a meter a mi camerino”
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(Suspira) Y yo tan pinche desafinado y coyón que sólo podía cantar en los
conciertos porque ahí nadie canta, nada más se grita, pero a nadie le importa si
aullas peor que un perro hambriento.
Ana: Él era un desconocido. Si cerraba los ojos podía imaginarme que era
Steven Tayler, Joe Perry o José Fors…
Roberto: Intenté tener una banda de rock pero mis cuates me abrieron y
llamaron a otro vocalista. Me dijeron que cantaba de la fregada.
Ana: Lloraba de emoción y luego de coraje ¿Por qué nunca me hice de un club
de fans o por qué nunca me metí con uno de esos melenudos con finta de
vulcanizadores? Me hubiera tirado a cualquiera. Me daba coraje llegar a la edad
en donde te das cuenta que todo lo que dejaste para después...
Roberto: Estaba muy acostumbrado a que me abrieran a cada rato, pero nunca
me lo esperé de Carolina…
Cuadro II.
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Ana tropieza con Roberto y le tira la cerveza que trae en la mano.
Ana: Ay disculpa.
Ana se detiene unos pasos más adelante para amarrarse las agujetas. Deja
una cerveza en el piso. Lo mira y le sonríe haciéndole señales que esa cerveza
es para él.
Oscuro.
Cuadro III.
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Ana: Me preguntó mi nombre y no quise decírselo. Estaba harta. ¡Una directora
de orquesta cuarentona en un concierto de rock! Sé que no tiene nada de malo,
pero las posturas que uno se carga, joden tanto… (Suspira) Cuando me preguntó
que a qué me dedicaba sólo le dije: Soy cajera de Walmart. No quise darle
detalles, ¿para qué?... (Cambio) No era arrogancia, me cae que no. Era miedo.
No quería que me volvieran a rechazar. Me habían tocado puros hombres
competitivos que apenas les decía lo que hacía, los logros y todo aquello y se
espantaban. Al menos ese día no quería dar explicaciones. Ya era demasiado…
Pero, me hubiera gustado que supiera mi nombre. ¡Soy Ana! (Juega frente al
espejo) Hola, Soy Ana y ¿tú cómo te llamas?... (Silencio) ¡Soy Ana!... Esa actitud
enferma que tomamos cuando no queremos presentarnos sólo nos desaparece
convirtiéndonos en el recuerdo interesante de otro. Esa pinche inseguridad es
una pérdida de tiempo. (Se golpea en el pecho) Me arrepiento por hacer lo que
mi madre quería y no lo que me dio la gana… Iba a cumplir cuarenta años y
seguía viviendo con mi madre ¿Por qué no pude cortarme el cordón umbilical si
ya no estaba cómoda ahí?... Me dolía cada vez que ella me decía que a su edad
ya me tenía, ya había viajado, ya tenía esa casa y no sé cuántas cosas más… A
veces, creo que lo hacía para fastidiarme e indirectamente tomar la iniciativa y
dejarla. Nunca lo hice. (Cambio) Me dolía, portar esa maldita máscara de
interesante cuando me moría de ganas de gritarle: ¡Soy Ana! (Llorando) ¡Sí, soy
Ana y dejé todo para después! Todo para luego, para mañana y el mañana
llegó… Al menos así alguien me nombraría y podría aparecerme en sueños, en
algún suspiro, en otra realidad…
Roberto enciende un cigarro, lo fuma pero no le sale humo sólo se debe ver
que se consume.
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Roberto: Con ese calor podíamos hacer estallar ese y dos estadios más como
fuegos pirotécnicos.
Ana: En un baño, encerrados, olvidados. Pero, para nosotros que teníamos toda
la noche para explorarnos, digitarnos, ensayarnos, comernos, repetirnos,
explotarnos, teníamos la energía para continuar con un encore eterno y volver a
empezar el concierto…
Cada uno está de extremo a extremo del escenario con esos collares
fluorescentes que se venden en los conciertos.
Ana: Él propuso con un desafinado susurro que nos quitáramos las agujetas y las
uniéramos hasta formar una sola cuerda para después armar un ocho y
colocarnos la mitad del infinito en cada uno de nuestros cuellos.
En una coreografía asimétrica cada uno por su lado recrea el momento con
las agujetas que llevan en el cuello.
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Ana: El nudo deslizado pasaba de jadeo en jadeo
Ana: Descansábamos…
Roberto: Tirábamos…
Ana: Era un pacto sin palabras. En todas mis relaciones anteriores eran
demasiadas palabras y nunca se llegaban a los acuerdos.
Roberto: Era insólito, me había sonreído y después dijo: Sí. A la primera, sin
tantos rodeos.
Ana: Ahí supe que era cierto que algunos placeres consisten en el dolor ajeno.
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Roberto: El amor también asfixia.
Ana: Mi madre me había asfixiado toda la vida entonces era señal de que sí me
quería.
Ana: Era el dolor más dulce, excitante y soportable que me había causado un
desconocido ya que Víctor había llegado a la etapa de darme lástima.
Roberto: “No tires tanto de la cuerda…”, pero yo ansiaba tirar más y más.
Ana: (Con jadeos de dolor) Era un viernes de ensayo con la filarmónica y cuando
entré a su camerino estaba con una coralista desnuda. Fingieron que no pasaba
nada.
Ana: Hasta me saludaron con indiferencia. Ella era joven, unos veinte máximo...
Entonces, yo ya había pasado de moda. Estaba harta. Víctor me había
desechado como kleenex. Él tan clasista que no quiso nada conmigo hasta que
me titulara para que me dejará por una estudiante…
Roberto: A Carolina nunca le fui fiel, pero tampoco fui pendejo; no se enteró. De
todas las chavas que me eché al plato ninguna me importó, pero estaba con una
desconocida que no me decía su nombre… Quería saber quién era, a qué se
dedicaba, porque con esa ropa yo no me tragaba que fuera una cajera…
Ana: Tantos años dándole el gusto a los demás y esa noche me lo quise dar a
mí. (Enojada: ) Que sí la música culta, que lo que debe ser, que lo que no debo
escuchar, que si mi madre, que si Víctor… ¡Que la chingada! Esa noche era una
cualquiera, una cajera, pero feliz con un desconocido y ya.
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Roberto: Lo que realmente nos unía era la agujeta en el cuello. Ella era la única
que me había dicho SÍ a la primera, sin importarle si era un Don Nadie. Me
gustaba su voz. La escuché cantarme al oído…
Ana: Los suspiros se mezclaban entre los gemidos ahogados de dos que le
hacían culto a su propia nostalgia a través de un acorde inestable, de una
cadencia rota para esa juventud que se pasa dejando las cosas para después…
Una cantata para todos esos pendejos que pierden el tiempo haciéndose los
interesantes.
Ana: Fue la noche en la que todos mis poros dieron el mejor recital, mi corazón
se guiaba por los dieciseisavos de toda la música conocida y “un alguien” respiró
mi propio oxígeno.
Ana: Sus lágrimas se confundían con sudor y sin saber comprendía que era un
alma triste como yo. Me lo decían el peso y la desesperación de su cuerpo que a
cada descanso no tomaba fuerza sino que dejaba que la vida suspirara por mí.
Yo también lloré, me vine y ...
Ambos: ¡Ah!
Roberto: ¡Clack!
Cuadro IV
Oscuro. En el piso del baño están marcados con gis el lugar donde quedaron
los cuerpos. Luz.
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Ana: El peor enemigo público es el que interpreta los hechos de otros,
sintiéndose con el derecho de crear suposiciones que luego se vuelven
postulados.
Roberto: Al día siguiente, en el radio dijeron que nos habían asesinado unos
vándalos después del concierto.
Roberto: Los reporteros siempre hablan por hablar. Pero, bueno morí como
famoso. (Al techo:) A ver, trágate esa Carolina…
Roberto: Ya decía yo que no podía ser una cajera… Lo malo fue que no dijeron
su nombre… o yo no pude escucharlo…
Ana: Es verdad que los muertos oyen, también es verdad que cuando alguien los
nombra entonces se aparecen en forma de un suspiro, de un jadeo o de un
gemido. Lo malo es que … yo no le dije mi nombre… ¡Qué pendeja! Regla
número cuatro: Dejarse de tarugadas y darle tu nombre.
Roberto: Eso de tener cuarenta y uno, y que todavía te estén echando en cara
que si estudiaste, que si trabajaste, que cuántas casas tienes, que si eres
alguien, que si eres un perdedor, que si esto, que lo otro… y alguien se ha
preguntado ¿cómo quieres morir?
Ana: Tengo toda la eternidad para recordar esa noche bajo el éxtasis del Eleusis,
la asfixia del Tártaro, el ahogo del infierno, la clandestinidad del
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Inframundo, el orgasmo en el Edén, el descanso del paraíso y la envidia de toda
la humanidad.
Ana: Una vez, escuché a mi abuela decir que los ladrones y los muertos siempre
vuelven al mismo lugar y por eso mismo, yo regreso aquí con la esperanza de
volverlo a ver.
Roberto: Al que inventó eso del cielo y el infierno deberían de darle el Nobel por
mentiroso. Después de la vida seguimos siendo suspiros. Seguramente debe
estar por aquí…
Roberto: Dicen que la vida es un castigo, pero yo siento que esto también lo es
porque en vida nunca tienes lo que quieres y ahora tampoco…
Ana: Digo, si cuando uno está vivo es difícil localizar a las personas, yo creo que
en este caso la cosa debe estar más cabrona. No sé…
Roberto: Sólo ese final le agradecí a la vida... Es más si tuviera otra oportunidad
sólo quisiera cantarle una rola, coleccionar agujetas y saber su nombre.
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Ambos sin verse se acercan al W.C y tiran de la perilla. Suspiran. Ana va
hacia la señal marcada con tiza y muy sutilmente con lo que sobra pinta en el
suelo su nombre. Roberto alcanza a leer.
Roberto: ¿Ana?
Telón
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