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“Día domingo”

(Fragmento)Mario Vargas Llosa

Contuvo un instante la respiración, clavó las uñas en la palma de sus manos y dijo muy
rápido: “Estoy enamorado de ti”. Vio que ella enrojecía bruscamente, como si alguien
hubiera golpeado sus mejillas, que eran de una palidez resplandeciente y muy suave.
Aterrado, sintió que la confusión ascendía por él y petrificaba su lengua. Deseó salir
corriendo, acabar: en la taciturna mañana de invierno había surgido ese desaliento
íntimo que lo abatía siempre en los momentos decisivos. Unos minutos antes, entre la
multitud animada y sonriente que circulaba por el Parque Central de Miraflores,
Miguel se repetía aún: “Ahora. Al llegar a la avenida Pardo. Me atreveré. ¡Ah, Rubén, si
supieras cómo te odio!”. Y antes todavía, en la iglesia, mientras buscaba a Flora con los
ojos, la divisaba al pie de una columna y, abriéndose paso con los codos sin pedir
permiso a las señoras que empujaba, conseguía acercársele y saludarla en voz baja,
volvía a decidirme, tercamente, como esa madrugada, tendido en su lecho, vigilando la
aparición de la luz: “No hay más remedio. Tengo que hacerlo hoy día. En la mañana. Ya
me las pagarás, Rubén”. Y la noche anterior había llorado, por primera vez en muchos
años, al saber que se preparaba esa innoble emboscada. La gente seguía en el parque
y la avenida Pardo desierta; caminaban por la alameda, bajo los ficus de cabelleras
altas y tupidas. “Tengo que apurarme, pensaba Miguel, si no, me friego”. Miró de
soslayo alrededor: no había nadie, podía intentarlo. Lentamente fue estirando su mano
izquierda hasta tocar la de ella: el contacto le reveló que transpiraba. Imploró que
ocurriera un milagro, que cesara aquella humillación. “Qué le digo, pensaba, qué le
digo”. Ella acababa de retirar su mano y él se sentía desamparado y ridículo. Todas las
frases radiantes, preparadas febrilmente la víspera, se habían disuelto como globos de
espuma.
―Flora ―balbuceó―, he esperado mucho tiempo este momento. Desde que te
conozco solo pienso en ti. Estoy enamorado por primera vez. Créeme, nunca había
conocido una muchacha como tú. Otra vez una compacta mancha blanca en su
cerebro, el vacío. Ya no podía aumentar la presión: la piel cedía como jebe y las uñas
alcanzaban el hueso. Sin embargo, siguió hablando, dificultosamente, con grandes
intervalos, venciendo el bochornoso tartamudeo, tratando de describir una pasión
irreflexiva y total, hasta descubrir, con alivio, que llegaban al primer óvalo de la
avenida Pardo, y entonces calló. Entre el segundo y tercer ficus, pasando el óvalo, vivía
Flora. Se detuvieron, se miraron: Flora estaba aún encendida y la turbación había
colmado sus ojos de un brillo húmedo.
Desolado, Miguel se dijo que nunca le había parecido tan hermosa: una cinta azul
recogía sus cabellos y él podía ver el nacimiento de su cuello, y sus orejas, dos signos de
interrogación, pequeñitos y perfectos.
―Mira Miguel ―dijo Flora; su voz era suave, llena de música, segura―. No puedo
contestarte ahora. Pero mi mamá no quiere que ande con chicos hasta que termine el
colegio.
―Todas las mamás dicen lo mismo, Flora ―insistió Miguel―. ¿Cómo iba a saber ella?
Nos veremos cuando tú digas, aunque sea solo los domingos.
―Ya te contestaré, primero tengo que pensarlo ―dijo Flora, bajando los ojos. Y
después de unos segundos, añadió: ―Perdona, pero ahora tengo que irme, se hace
tarde. Miguel sintió una profunda lasitud, algo que se expandía por todo su cuerpo y lo
ablandaba.
― ¿No estás enojada conmigo, Flora, ¿no? ―dijo humildemente.
―No seas sonso ―replicó ella, con vivacidad―. No estoy enojada.
―Esperaré todo lo que quieras ―dijo Miguel―. Pero nos seguiremos viendo, ¿no?
¿Iremos al cine esta tarde, ¿no?
―Esta tarde no puedo ―dijo ella, dulcemente-. Me ha invitado a su casa Martha.
Una correntada cálida y violenta lo invadió y se sintió herido, atontado, ante esa
respuesta que esperaba y ahora parecía una crueldad. Era cierto lo que el Milanés
había murmurado, torvamente, a su oído, el sábado en la tarde. Martha los dejaría
solos, era la táctica habitual. Después, Rubén relataría a los pajarracos cómo él y su
hermana habían planeado las circunstancias, el sitio y la hora. Martha habría
reclamado, en pago de servicios, el derecho a espiar detrás de la cortina. La cólera
empapó sus manos de golpe.
―No seas así, Flora. Vamos a la matiné como quedamos. No te hablaré de esto. Te
prometo. ―No puedo, de veras ―dijo Flora―. Tengo que ir donde Martha. Vino ayer
a mi casa para invitarme. Pero después iré con ella al parque Salazar.
Ni siquiera en esas últimas palabras una esperanza. Un rato después contemplaba el
lugar donde había desaparecido la frágil figurita celeste, bajo el arco majestuoso de los
ficus de la avenida. Era simple competir común simple adversario, pero no con Rubén.
Recordó los nombres de las muchachas invitadas por Martha, una tarde de domingo.
Ya no podía hacer nada, estaba derrotado.
Una vez más surgió entonces esa imagen que lo salvaba siempre que sufría una
frustración: desde un lejano fondo de nubes infladas de humo negro se aproximaba él,
al frente de una compañía de cadetes de la Escuela Naval (...)
Como el vaho de un espejo que se frota, la imagen desapareció. Estaba en la puerta de
su casa, odiaba a todo el mundo, se odiaba. Entró y subió directamente a su cuarto. Se
echó de bruces en la cama... y luego Rubén, con su mandíbula insolente, y su sonrisa
hostil: estaban uno al lado del otro, se acercaban, los ojos de Rubén se torcían para
mirarlo burlonamente, mientras su boca avanzaba hacia Flora.
Saltó de la cama. El espejo del armario le mostró un rostro ojeroso, lívido. “No la verá;
decidió. No me hará esto, no permitiré que me haga esa perrada” …
Templado
(Fragmento)Jorge Eslava
LUNES 2 DE ABRIL
Deslumbramiento. Hoy llegué al patio y parecía que había dos chicos nuevos en el
salón. Quiero decir, una chica y un chico. Al comienzo no me importó el chico
(¡después demasiado!), porque apenas entré vi una mancha en la puerta del salón. Y
ella estaba al medio: era la chica más linda que había visto en mi vida. Estaba en
pantalones y se le veía sencilla (¡me llegan las creídas!), hasta un poco tímida, porque
alguien la fastidió y se puso rojiza.
Cuando la profe de historia tomó lista y dijo su apellido, ella levantó el brazo y
dijo “presente”. ¿Era eso contestar? Porque su manera de inclinar la mano y su voz no
eran como las de todas.... Me pasé toda la mañana mirándola (por suerte la sentaron
dos carpetas adelante) y pudo jurar que me la sé de memoria: pelo corto marrón, nariz
respingada, ojos inmensos. Unas pestañas como sombrillas. Tenía un curita en el codo.
Parte de la clase se la pasó pintando en la carpeta. Cuando salió al recreo vi y era su
nombre.
¿Y el chico nuevo? Era yo (que tengo mil años en el cole), solo que me sentía otro.
Apenas conocí a Lorena, me computé un superhéroe capaz de volar y hacer papilla a
cualquiera. Pero me duró poco la ilusión, porque enseguida empezaron todos a
fastidiarme: “Oe, Bécquer, ¿de qué planeta eres?” o “ay, qué romántico” y tantas
estupideces. Fue culpa de Sofí, que había estado enseñando el poema que le regalé.
Una traidora. Estoy hecho: apenas empieza el año y ya tengo chapa y encima me
friegan con lo de “si eres poeta y versos compones, bájame la bragueta y chúpame
los...”. Pero no importa, porque existe Lorena.
MARTES 3 DE ABRIL
Nadie sabe que tengo este curita. Tampoco nadie sabe lo que significa (ni yo), pero la
emoción que sentí al recogerla fue maravillosa. Estábamos saliendo al recreo cuando le
dijeron que se le estaba cayendo y Lorena trató de pegársela y alguien le preguntó qué
le había pasado y ella dijo que no era nada, que se había arañado en la piscina y
agrego al toque: “¡ya no sirve!” y entonces se la arranchó. Camino al tacho y la dejó
caer como cualquier cosa, pero yo la recogí como si fuera una flor.
JUEVES 5 DE ABRIL
Estoy con el corazón partió. Si pudiera le cantaría esa canción a Lorena. Mi voz sería
una brisa en su oído, pero es imposible porque no me atrevo ni a acercarme. Solo
pienso en ella cada día más y me desespero por verla. Es un vértigo. Como estar al filo
del abismo y querer lanzarme con todo: con mi cama, mis libros, mi guitarra...
El viernes cumplo años y de pronto me he sentido menos inocente. Debe ser por amor.
Es que voy a hacer un tono el sábado y Tavo me ha animado a una movida: “Tienes
licencia para matar: es tu santo”. Como él es el único que sabe que me muero por
Lorena, hemos planeado un pretexto para que yo pelee con Sofí y caerle a Lorena.
Total, si no me liga me hago el loco (lo más probable es que me vuelva loco).
Porque estoy templado. He leído que escribí: ¿Quién no da todo, no da amor? Ahora sí
empiezo a sentir que podría darlo todo.
VIERNES 6 DE ABRIL
¡Es mi santo! Papá y mamá entraron tempranito a saludarme. “Vamos a tomar
desayuno”, nos apuró mi papá. Y ahí estaba en el comedor la bicicleta más paja del
mundo: una trek de aluminio, blanca como una luz de hielo.
DOMINGO 8 DE ABRIL
Sofía es una desgraciada. Unas cervezas y agarró suave con Tavo. Fue un chongo
cuando los ampayé. “¡Son un par de perros!”, les grité fuerte para que ellos y todos los
de la fiesta escucharan. Sofía llamó al toque a su casa para que la recogieran y Tavo
salió con unos patas a dar una vuelta. Cuando regresó, ya Sofía se había quitado y yo
seguía con una cara de tragedia. Creo que parecía a punto de suicidarme.
La verdad es que me sentí una basura, a pesar de que el plan había resultado. Me
porte peor que Sofía. ¿Por qué los tímidos tenemos que actuar brutalmente como si no
tuviéramos alma? Claro que me libré de Sofía (ahora sé que nunca estuve enamorado
y ella menos), pero algo se ha roto dentro de mí. Es de madrugada y estoy demasiado
triste y no quiero que llegue el amanecer. No podré mirarte a los ojos, Lorena, con esta
mala conciencia de haberte engañado.
Te amo, Lorena, porque tiemblo cuando pienso en ti. Porque sufro y no puedo dormir.
Porque lo hice por ti y tú no lo sabes. Porque quisiera decirte la verdad y que no me
odies. Porque te necesito y estoy solo, más solo que nunca...
Memorias y deseos
De cosas que no existen,
Accesos de alegría,
Impulsos de llorar.
(Rima III)
Yo nado en el vacío,
Del sol tiemblo en la hoguera,
Palpito entre las sombres
Y floto con la niebla.
(Rima V)

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