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Capítulo 14
El Espíritu Santo puede morar en los que han permitido ser limpiados

“El corazón debe ser vaciado de toda contaminación, y limpiado para la morada interna del
Espíritu” (Elena G. de White - TM:516).

"El inagotable suministro de la gracia de Dios espera la demanda de cada alma. Esto sanará cada
enfermedad espiritual. Por ella los corazones pueden ser limpiados de toda contaminación. Esto
une a los seres humanos con Cristo, permitiéndoles andar en el camino de la obediencia
voluntaria. Por la influencia del Espíritu de Dios, el hombre es transformado; su gusto es
refinado, su juicio purificado, su corazón limpiado; llega a ser completo en Cristo. El amor que
fue manifestado en la muerte de Cristo despierta en su corazón una respuesta agradecida. El
entendimiento captura a Cristo. La belleza y la fragancia de su carácter son reveladas en la vida,
testificando que Dios en efecto envió su Hijo al mundo. Ningún otro poder podría producir un
cambio tan maravilloso. Las palabras de Cristo descenderán con poder vivificante sobre los
corazones obedientes; la imagen perfecta de Dios será reproducida, y en el cielo se dirá: 'Ustedes
están completos en él'. Reconociendo que carece de sabiduría y experiencia, el cristiano se ubica
a sí mismo bajo la formación del gran Maestro, sabiendo que solo así puede alcanzar la
perfección. Y la presencia del Espíritu le permite revelar la semejanza de Cristo. Diariamente se
torna más capaz de entender las cosas espirituales. Cada día de trabajo diligente lo encuentra
más y mejor capacitado para ayudar a otros. Al descansar en Cristo, produce mucho fruto"
(Elena G. de White - Signs of the Times, 4 de junio, 1902).

“Tenemos que vaciar el templo del alma de toda contaminación, y permitir que el Espíritu de
Dios tome plena posesión del corazón, para que el carácter pueda ser transformado” (Elena G. de
White - RH, 26 de Abril de 1892).

“En el corazón humano purificado de toda impureza moral reside el precioso Salvador,
ennobleciendo y santificando la naturaleza entera, y convirtiendo al hombre en un templo del
Espíritu Santo” (Elena G. de White – TM 394).

“Cada habitación del templo de su alma ha llegado a estar más o menos contaminada, y necesita
limpieza. Ha de entrarse al aposento de la conciencia lleno de telarañas. Las ventanas del alma
tienen que ser cerradas hacia la tierra y abiertas de par en par hacia el cielo, a fin de que los
brillantes rayos del Sol de justicia tengan libre acceso a ella. La memoria debe ser refrescada por
los principios bíblicos. La mente ha de ser mantenida limpia y pura a fin de que pueda distinguir
entre el bien y el mal. Al repetir la oración que Cristo enseñó a sus discípulos, y luego procurar
contestarla en la vida diaria, el Espíritu Santo renovará la mente y el corazón y le dará fuerzas para
llevar a cabo propósitos elevados y santos” (Elena G. de White - Manuscrito 24, 1901 / 1MCP
324.4).

“Una vez muertos aquellos con quienes tratamos, no habrá más oportunidad de retractar palabra
alguna de las que les dirigimos, ni borrar de la memoria ninguna impresión penosa. Por lo tanto,
cuidemos nuestra conducta, no sea que ofendamos a Dios con nuestros labios. Desechemos toda
frialdad y divergencia. Enternezcamos nuestro corazón delante de Dios, mientras recordamos su
trato misericordioso con nosotros. Consuma el Espíritu Santo, como llama santa, la escoria
amontonada ante la puerta del corazón; dejemos entrar a Jesús y fluya su amor hacia los demás
por nuestro intermedio, en palabras, pensamientos y actos de cariño. Entonces, si la muerte nos
separa de nuestros amigos, y no los hayamos de ver hasta que estemos ante el tribunal de Dios,
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no nos avergonzaremos al ver reproducidas las palabras nuestras que fueron registradas” (Elena
G. de White - 5TI 462.4).

“Pero a fin de que cumplamos el propósito de Dios, debe hacerse una obra preparatoria. El Señor
nos ordena que despojemos nuestro corazón del egoísmo, que es la raíz del enajenamiento. Él
anhela derramar sobre nosotros su Espíritu Santo en abundante medida, y nos ordena que
limpiemos el camino mediante nuestra negación del yo. Cuando entreguemos el yo a Dios,
nuestros ojos serán abiertos para ver las piedras de tropiezo que nuestra falta de cristianismo ha
colocado en el camino ajeno. Dios nos ordena que las eliminemos todas. Dice: “Confesaos vuestras
ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados”. Santiago 5:16. Entonces
podremos tener la seguridad que tuvo David, cuando después de haber confesado su pecado oró:
“Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los
transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti” - Salmos 51:12, 13 (Elena G. de
White - 6TI 50.3).

"Jesús vino para impartir el Espíritu Santo al alma humana. Mediante ese Espíritu, el amor de Dios
es difundido en el corazón, pero es imposible conceder el Espíritu Santo a los hombres que están
cristalizados en sus ideas, cuyas doctrinas son todas estereotipadas e inmutables, que caminan de
acuerdo con las tradiciones y mandamientos de los hombres" (Elena G. de White – Mensajes
selectos, tomo1, p. 452).

"Muchos han dejado en gran medida de recibir la primera lluvia. No han obtenido todos los
beneficios que Dios ha provisto así para ellos. Esperan que la falta sea suplida por la lluvia tardía.
Cuando sea otorgada la abundancia más rica de la gracia, se proponen abrir sus corazones para
recibirla. Están cometiendo un terrible error. La obra que Dios ha comenzado en el corazón
humano al darle su luz y conocimiento, debe progresar continuamente. Todo individuo debe
comprender su propia necesidad. El corazón debe ser vaciado de toda contaminación, y limpiado
para la morada interna del Espíritu. Fue por medio de la confesión y el perdón del pecado, por la
oración ferviente y la consagración de sí mismos a Dios, como los primeros discípulos se
prepararon para el derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. La misma obra,
solo que en mayor grado, debe realizarse ahora. Entonces el agente humano tenía solamente
que pedir la bendición, y esperar que el Señor perfeccionara la obra concerniente a él. Es Dios el
que empezó la obra, y él la terminará, haciendo al hombre completo en Cristo Jesús. Pero no
debe haber descuido de la gracia representada por la primera lluvia. Solo aquellos que están
viviendo a la altura de la luz que tienen recibirán mayor luz. A menos que estemos avanzando
diariamente en la ejemplificación de las virtudes cristianas activas, no reconoceremos las
manifestaciones del Espíritu Santo en la lluvia tardía. Podrá estar derramándose en los
corazones en torno de nosotros, pero no la discerniremos ni la recibiremos" (Elena G. de White -
Testimonios para los ministros, pp. 515,516).

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