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Capítulo 5
El Espíritu Santo obra a través de la fe

“Sólo el poder del Espíritu, que obra por medio de una fe poderosa, puede capacitarlos para evitar
con éxito las muchas trampas que Satanás ha tendido delante de sus pies. Las palabras y el
ejemplo del Redentor serán luz y fortaleza para el corazón de ustedes” (Elena G. de White - 2TI
152.1).

“Cuando uno ha quedado completamente despojado del yo, cuando todo falso dios es excluido
del alma, el vacío es llenado por el influjo del Espíritu de Cristo. El tal tiene la fe que purifica el
alma de la contaminación. Queda conformado con el Espíritu, y obedece a las cosas del Espíritu.
No tiene confianza en sí mismo” (Elena G. de White - OE:304).

“La promesa con la que Jesús consoló a sus discípulos justo antes de su traición y crucifixión fue la
del Espíritu Santo; y en la doctrina de la influencia y agencia divinas, qué riquezas les fueron
reveladas; porque esta bendición traería consigo todas las demás bendiciones. El Espíritu Santo
sopla sobre el alma que humildemente descansa en Cristo como autor y consumador de su fe; y de
tal creyente saldrá fruto para vida eterna. Su influencia será fragante, y el nombre de Jesús será
música en sus oídos y melodía en su corazón” (Elena G. de White - YRP 69.3 / RP.71.3).

(La santificación) “Esta obra no se puede realizar sino por la fe en Cristo, por el poder del Espíritu
de Dios que habite en el corazón. San Pablo amonesta a los creyentes: “Ocupaos en vuestra
salvación con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer,
por su buena voluntad.” Filipenses 2:12, 13. El cristiano sentirá las tentaciones del pecado, pero
luchará continuamente contra él. Aquí es donde se necesita la ayuda de Cristo. La debilidad
humana se une con la fuerza divina, y la fe exclama: “A Dios gracias, que nos da la victoria por el
Señor nuestro Jesucristo.” 1 Corintios 15:57 (Elena G. de White - CS 523).

“Si bien es cierto que Dios ha dado pruebas evidentes para la fe, él no quitará jamás todas las
excusas que pueda haber para la incredulidad. Todos los que buscan motivos de duda los
encontrarán. Y todos los que rehúsan aceptar la Palabra de Dios y obedecerla antes que toda
objeción haya sido apartada y que no se encuentre más motivo de duda, no llegarán jamás a la luz.
La desconfianza hacia Dios es producto natural del corazón irregenerado, que está en enemistad
con él. Pero la fe es inspirada por el Espíritu Santo y no florecerá más que a medida que se la
fomente. Nadie puede robustecer su fe sin un esfuerzo determinado. La incredulidad también se
robustece a medida que se la estimula; y si los hombres, en lugar de meditar en las evidencias que
Dios les ha dado para sostener su fe, se permiten ponerlo todo en tela de juicio y entregarse a
cavilaciones, verán confirmarse más y más sus dudas. Pero los que dudan de las promesas de Dios
y desconfían de las seguridades de su gracia, le deshonran; y su influencia, en lugar de atraer a
otros hacia Cristo, tiende a apartarlos de él; son como los árboles estériles que extienden a lo lejos
sus tupidas ramas, las cuales privan de la luz del sol a otras plantas y hacen que éstas languidezcan
y mueran bajo la fría sombra. La carrera de esas personas resultará como un acto continuo de
acusación contra ellas. Las semillas de duda y escepticismo que están propagando producirán
infaliblemente su cosecha.
No hay más que una línea de conducta que puedan seguir los que desean sinceramente librarse de
las dudas. En lugar de ponerlo todo en tela de juicio y de entregarse a cavilaciones acerca de cosas
que no entienden, presten atención a la luz que ya está brillando en ellos y recibirán aún más luz.
Cumplan todo deber que su inteligencia ha entendido y así se pondrán en condición de
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comprender y realizar también los deberes respecto a los cuales les quedan dudas” (Elena G. de
White - CS 582-583).

"Por la fe habían de mirar al Santuario celestial, donde Jesús ministraba por ellos; debían abrir su
corazón al Espíritu Santo, su representante, y regocijarse en la luz de su presencia” (Elena G. de
White - El Deseado de todas las gentes, p. 243).

"Nosotros no honramos a Dios si, cuando estamos oprimidos y afligidos, dudamos de su bondad,
acariciamos la tristeza, y nos lamentamos y quejamos. Deshonramos a Dios cuando permitimos
que nuestras almas sean echadas por tierra. Aunque tengamos problemas, nuestra fe no debe
fallar. Nadie tiene que sentir que Dios lo ha abandonado. No debiera haber expresiones de
incredulidad; porque cuando se acaricia la incredulidad, ésta nos cierra el acceso a
manifestaciones más ricas de la gracia de Dios. Nuestra falta de fe nos mantiene apartados de la
obra del Espíritu Santo. Es un error serio de parte de aquellos que son escogidos por Dios para ser
su pueblo y sus representantes seguir reviviendo las experiencias difíciles, como si el Camino, la
Verdad y la Vida fuese un compañero desagradable. Esto agrada y glorifica al enemigo, y revela al
mundo que no reconocen a Jesús como una ayuda oportuna en tiempo de necesidad" (Elena G.
de White - Signs of the Times, 29 de septiembre, 1898).

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