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Capítulo 8
El ser llenos del Espíritu Santo es un proceso

“Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aún lo
profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del
hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y
nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que
sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por
sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual”
(1Corintios 2:10-13).

“Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu
les daba que hablasen” (Hechos 2:4).

“Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste,
Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, 28 para hacer cuanto tu mano y tu
consejo habían antes determinado que sucediera. 29 Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede
a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, 30 mientras extiendes tu mano para que se
hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús. 31 Cuando
hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu
Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hechos 4:27-31).

“A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento
y perdón de pecados. 32 Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu
Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen” (Hechos 5:31-32).

“No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu,
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hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al
Señor en vuestros corazones; 20 dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de
nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 5:18-20).

“El corazón debe ser vaciado de toda contaminación, y limpiado para la morada interna del
Espíritu” (Elena G. de White - TM:516).

"El inagotable suministro de la gracia de Dios espera la demanda de cada alma. Esto sanará cada
enfermedad espiritual. Por ella los corazones pueden ser limpiados de toda contaminación. Esto
une a los seres humanos con Cristo, permitiéndoles andar en el camino de la obediencia
voluntaria. Por la influencia del Espíritu de Dios, el hombre es transformado; su gusto es
refinado, su juicio purificado, su corazón limpiado; llega a ser completo en Cristo. El amor que
fue manifestado en la muerte de Cristo despierta en su corazón una respuesta agradecida. El
entendimiento captura a Cristo. La belleza y la fragancia de su carácter son reveladas en la vida,
testificando que Dios en efecto envió su Hijo al mundo. Ningún otro poder podría producir un
cambio tan maravilloso. Las palabras de Cristo descenderán con poder vivificante sobre los
corazones obedientes; la imagen perfecta de Dios será reproducida, y en el cielo se dirá: 'Ustedes
están completos en él'. Reconociendo que carece de sabiduría y experiencia, el cristiano se ubica
a sí mismo bajo la formación del gran Maestro, sabiendo que solo así puede alcanzar la
perfección. Y la presencia del Espíritu le permite revelar la semejanza de Cristo. Diariamente se
torna más capaz de entender las cosas espirituales. Cada día de trabajo diligente lo encuentra
más y mejor capacitado para ayudar a otros. Al descansar en Cristo, produce mucho fruto"
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(Elena G. de White - Signs of the Times, 4 de junio, 1902).

"El reino de los cielos es como la levadura, que una mujer toma y esconde en tres medidas de
harina, hasta que el todo queda leudado. Por esta parábola, Cristo busca ilustrar la obra del
Espíritu Santo sobre el corazón humano. El proceso por el cual la levadura cambia la harina en la
que se introdujo es invisible, pero sigue obrando hasta que la harina se convierte en pan. Así, la
levadura de la verdad, al obrar interiormente, produce un cambio completo en el corazón
humano. Las inclinaciones naturales son suavizadas y sometidas. Se implantan nuevos
pensamientos, nuevos sentimientos y nuevos motivos. Pero aunque cada facultad se regenera, el
hombre no pierde su identidad. No se proporcionan facultades nuevas al individuo, sino que se
opera un cambio total en el empleo de ellas. El corazón es purificado de toda impureza y se
otorgan rasgos de carácter al hombre que lo capacitan para servir al Señor" (Elena G. de White -
Signs of the Times,13 de octubre 1896).

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.” El sentimiento de su indignidad


inducirá al corazón a tener hambre y sed de justicia, y este deseo no quedará frustrado. Los que
den lugar a Jesús en su corazón, llegarán a sentir su amor. Todos los que anhelan poseer la
semejanza del carácter de Dios quedarán satisfechos. El Espíritu Santo no deja nunca sin ayuda al
alma que mira a Jesús. Toma de las cosas de Cristo y se las revela. Si la mirada se mantiene fija en
Cristo, la obra del Espíritu no cesa hasta que el alma queda conformada a su imagen. El elemento
puro del amor dará expansión al alma y la capacitará para llegar a un nivel superior, un
conocimiento acrecentado de las cosas celestiales, de manera que alcanzará la plenitud.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia; porque ellos serán hartos” (Elena G. de
White – DTG 269-270).

“El amor a sí mismo es lo que trae inquietud. Cuando hayamos nacido de lo alto, habrá en
nosotros el mismo sentir que hubo en Jesús, el sentir que le indujo a humillarse a fin de que
pudiésemos ser salvos. Entonces no buscaremos el puesto más elevado. Desearemos sentarnos a
los pies de Jesús y aprender de él. Comprenderemos que el valor de nuestra obra no consiste en
hacer ostentación y ruido en el mundo, ni en ser activos y celosos en nuestra propia fuerza. El
valor de nuestra obra está en proporción con el impartimiento del Espíritu Santo. La confianza en
Dios trae otras santas cualidades mentales, de manera que en la paciencia podemos poseer
nuestras almas” (Elena G. de White - DTG 298).

“La religión de Cristo significa más que el perdón del pecado; significa la extirpación de nuestros
pecados y el henchimiento del vacío con las gracias del Espíritu Santo” (Elena G. de White – PVGM
345).

“Mediante un agente tan invisible como el viento, Cristo obra constantemente en el corazón.
Poco a poco, tal vez inconscientemente para quien las recibe, se hacen impresiones que tienden a
atraer el alma a Cristo. Dichas impresiones pueden ser recibidas meditando en él, leyendo las
Escrituras, u oyendo la palabra del predicador viviente. Repentinamente, al presentar el Espíritu
un llamamiento más directo, el alma se entrega gozosamente a Jesús. Muchos llaman a esto
conversión repentina; pero es el resultado de una larga intercesión del Espíritu de Dios; es una
obra paciente y larga” (Elena G. de White – DTG 144).

“Tenemos que vaciar el templo del alma de toda contaminación, y permitir que el Espíritu de
Dios tome plena posesión del corazón, para que el carácter pueda ser transformado” (Elena G. de
White - RH, 26 de abril de 1892).
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“El transcurso del tiempo no ha cambiado en nada la promesa de despedida de Cristo de enviar el
Espíritu Santo como su representante. No es por causa de alguna restricción de parte de Dios por
lo que las riquezas de su gracia no fluyen a los hombres sobre la tierra. Si la promesa no se cumple
como debiera, se debe a que no es apreciada debidamente. Si todos lo quisieran, todos serían
llenados del Espíritu. Dondequiera la necesidad del Espíritu Santo sea un asunto en el cual se
piense poco, se ve sequía espiritual, obscuridad espiritual, decadencia y muerte espirituales.
Cuandoquiera los asuntos menores ocupen la atención, el poder divino que se necesita para el
crecimiento y la prosperidad de la iglesia, y que traería todas las demás bendiciones en su estela,
falta, aunque se ofrece en infinita plenitud” (Elena G. de White - HAp 41).

“El Autor de esta vida espiritual es invisible, y el método exacto por el cual se imparte y sostiene
esta vida está más allá de la facultad explicativa de la filosofía humana. Sin embargo, las
operaciones del Espíritu están siempre en armonía con la Palabra escrita. Lo que sucede en el
mundo natural, pasa también en el espiritual. La vida natural es conservada momento tras
momento por un poder divino; sin embargo, no es sostenida por un milagro directo, sino por el
uso de las bendiciones puestas a nuestro alcance. Así la vida espiritual es sostenida por el uso de
los medios que la Providencia ha provisto. Para que el seguidor de Cristo crezca hasta convertirse
en “un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13), debe comer
del pan de vida y beber del agua de la salvación. Debe velar, orar y trabajar, y prestar atención en
todas las cosas a las instrucciones de Dios consignadas en su Palabra” (Elena G. de White - HAp
230-231).

“En la segunda carta de Pedro a los que habían alcanzado la “fe igualmente preciosa” con él, el
apóstol expone el plan divino para el desarrollo del carácter cristiano… Estas palabras están llenas
de instrucción, y dan la nota tónica de la victoria. El apóstol presenta a los creyentes la escalera del
progreso cristiano, en la cual cada peldaño representa un avance en el conocimiento de Dios, y en
cuya ascensión no debe haber detenciones. Fe, virtud, ciencia, temperancia, paciencia, piedad,
fraternidad y amor representan los peldaños de la escalera. Somos salvados subiendo escalón tras
escalón, ascendiendo paso tras paso hasta el más alto ideal que Cristo tiene para nosotros. De esta
manera, él es hecho para nosotros sabiduría y justificación, santificación y redención. Dios ha
llamado a su pueblo para que alcancen gloria y virtud, y éstas se manifestarán en la vida de
cuantos estén verdaderamente relacionados con él. Habiéndoseles permitido participar del don
celestial, deben seguir dirigiéndose hacia la perfección, siendo “guardados en la virtud de Dios por
fe.” 1 Pedro 1:5. La gloria de Dios consiste en otorgar su poder a sus hijos. Desea ver a los hombres
alcanzar la más alta norma: y serán hechos perfectos en él cuando por fe echen mano del poder
de Cristo, cuando recurran a sus infalibles promesas reclamando su cumplimiento, cuando con una
importunidad que no admita rechazamiento, busquen el poder del Espíritu Santo.
Habiendo recibido la fe del Evangelio, la siguiente obra del creyente es añadir virtud a su carácter
y así limpiar el corazón y preparar la mente para la recepción del conocimiento de Dios. Este
conocimiento es el fundamento de toda verdadera educación y de todo verdadero servicio. Es la
única real salvaguardia contra la tentación; y solamente eso puede hacerle a uno semejante a Dios
en carácter. Por medio del conocimiento de Dios y de su Hijo Jesucristo, se imparten a los
creyentes “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad.” Ningún buen don se niega al
que sinceramente desea obtener la justicia de Dios.
“Esta empero es la vida eterna—dijo Cristo, —que te conozcan el solo Dios verdadero, y a
Jesucristo, al cual has enviado.” Juan 17:3. Y el profeta Jeremías declaró: “No se alabe el sabio en
su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese
en esto el que se hubiere de alabar; en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago
misericordia, juicio, y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová.” Jeremías 9:23,
24. Difícilmente puede la mente humana entender la anchura, profundidad y altura de las
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realizaciones espirituales del que obtiene este conocimiento. A nadie se le impide alcanzar, en su
esfera, la perfección de un carácter cristiano. Por el sacrificio de Cristo se ha provisto para que los
creyentes reciban todas las cosas que pertenecen a la vida y la piedad. Dios nos invita a que
alcancemos la norma de perfección y pone como ejemplo delante de nosotros el carácter de
Cristo. En su humanidad, perfeccionada por una vida de constante resistencia al mal, el Salvador
mostró que cooperando con la Divinidad los seres humanos pueden alcanzar la perfección de
carácter en esta vida. Esa es la seguridad que nos da Dios de que nosotros también podemos
obtener una victoria completa.
Ante los creyentes se presenta la maravillosa posibilidad de llegar a ser semejantes a Cristo,
obedientes a todos los principios de la ley de Dios. Pero por sí mismo el hombre es absolutamente
incapaz de alcanzar esas condiciones. La santidad, que según la Palabra de Dios debe poseer antes
de poder ser salvo, es el resultado del trabajo de la gracia divina sobre el que se somete en
obediencia a la disciplina y a las influencias refrenadoras del Espíritu de verdad. La obediencia del
hombre puede ser hecha perfecta únicamente por el incienso de la justicia de Cristo, que llena con
fragancia divina cada acto de acatamiento. La parte que le toca a cada cristiano es perseverar en la
lucha por vencer cada falta. Constantemente debe orar al Salvador para que sane las dolencias de
su alma enferma por el pecado. El hombre no tiene la sabiduría y la fuerza para vencer; ellas
vienen del Señor, y él las confiere a los que en humillación y contrición buscan su ayuda.
La obra de transformación de la impiedad a la santidad es continua. Día tras día Dios obra la
santificación del hombre, y éste debe cooperar con él, haciendo esfuerzos perseverantes a fin de
cultivar hábitos correctos. Debe añadir gracia sobre gracia; y mientras el hombre trabaja según el
plan de adición, Dios obra para él según el plan de multiplicación. Nuestro Salvador está siempre
listo para oír y contestar la oración de un corazón contrito, y multiplica para los fieles su gracia y
paz. Gozosamente derrama sobre ellos las bendiciones que necesitan en sus luchas contra los
males que los acosan.
Hay quienes intentan ascender la escalera del progreso cristiano, pero a medida que avanzan,
comienzan a poner su confianza en el poder del hombre, y pronto pierden de vista a Jesús, el
autor y consumador de su fe. El resultado es el fracaso, la pérdida de todo lo que se había ganado.
Ciertamente es triste la condición de los que habiéndose cansado en el camino, permiten al
enemigo de las almas que les arrebate las virtudes cristianas que habían desarrollado en sus
corazones y en sus vidas. “Mas el que no tiene estas cosas—declara el apóstol, —es ciego, y tiene
la vista muy corta, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados.”
El apóstol Pedro había tenido una larga experiencia en las cosas divinas. Su fe en el poder salvador
de Dios se había fortalecido con los años, hasta probar, más allá de toda duda, que no hay
posibilidad de fracasar para aquel que, avanzando por fe, asciende escalón tras escalón, siempre
hacia arriba y hacia adelante hasta el último peldaño de la escalera que llega a los mismos portales
del cielo. Por muchos años Pedro había recalcado a los creyentes la necesidad de un crecimiento
constante en gracia y en conocimiento de la verdad; y ahora, sabiendo que pronto iba a ser
llamado a sufrir el martirio por su fe, llamó una vez más su atención al precioso privilegio que está
al alcance de cada creyente. En la completa seguridad de su fe, el anciano discípulo exhortó a sus
hermanos a tener firmeza de propósito en la vida cristiana. “Procurad—rogaba Pedro—tanto más
de hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque
de esta manera os será abundantemente administrada la entrada en el reino eterno de nuestro
Señor y Salvador Jesucristo.” ¡Preciosa seguridad! ¡Gloriosa es la esperanza del creyente mientras
avanza por fe hacia las alturas de la perfección cristiana!” (Elena G. de White - HAp 422-425).

“El Señor anunció por boca del profeta Joel que una manifestación especial de su Espíritu se
realizaría en el tiempo que precedería inmediatamente a las escenas del gran día de Dios. Joel
2:28. Esta profecía se cumplió parcialmente con el derramamiento del Espíritu Santo, el día de
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Pentecostés; pero alcanzará su cumplimiento completo en las manifestaciones de la gracia divina


que han de acompañar la obra final del Evangelio” (Elena G. de White - CS 12).

"El Espíritu Santo nunca desatiende a un alma que busca a Jesús. Toma de lo de Cristo y lo
enseña al que busca. Y si la vista permanece fija en Jesús, la obra del Espíritu no cesa hasta
que el alma se conforma a su imagen. Por medio de la influencia de gracia del Espíritu, el
pecador es transformado en espíritu y propósito, hasta que llega a ser uno con Cristo. Su
afecto por Dios aumenta, tiene hambre y sed de justicia, y al contemplar a Cristo es cambiado
de gloria en gloria, de carácter en carácter, y llega a ser más y más como su Maestro" (Elena
G. de White - Signs of the Times, 27 de septiembre, 1899).

"Él llama a cada ser humano a ser puro, santo, santificado, de manera que pueda cumplirse la
obra para este tiempo. Cuando el pueblo de Dios se coloca en una relación apropiada con él y
unos con otros, habrá una concesión plena del Espíritu Santo para la combinación armoniosa de
todo el cuerpo" (Elena G. de White - Signs of the Times, 7 de febrero, 1900).

“Las preciosas gracias del Espíritu Santo no se desarrollan en un momento. El valor, la


mansedumbre, la fe, la confianza inquebrantable en el poder de Dios para salvar, se adquieren por
la experiencia de años. Los hijos de Dios han de sellar su destino mediante una vida de santo
esfuerzo y de firme adhesión a lo justo” (Elena G. de White - El Ministerio de Curación, 360 –
1905 / MCP tomo 1 – 17-18).

"El inagotable suministro de la gracia de Dios espera la demanda de cada alma. Esto sanará cada
enfermedad espiritual. Por ella los corazones pueden ser limpiados de toda contaminación. Esto
une a los seres humanos con Cristo, permitiéndoles andar en el camino de la obediencia
voluntaria. Por la influencia del Espíritu de Dios, el hombre es transformado; su gusto es
refinado, su juicio purificado, su corazón limpiado; llega a ser completo en Cristo. El amor que
fue manifestado en la muerte de Cristo despierta en su corazón una respuesta agradecida. El
entendimiento captura a Cristo. La belleza y la fragancia de su carácter son reveladas en la vida,
testificando que Dios en efecto envió su Hijo al mundo. Ningún otro poder podría producir un
cambio tan maravilloso. Las palabras de Cristo descenderán con poder vivificante sobre los
corazones obedientes; la imagen perfecta de Dios será reproducida, y en el cielo se dirá: 'Ustedes
están completos en él'. Reconociendo que carece de sabiduría y experiencia, el cristiano se ubica
a sí mismo bajo la formación del gran Maestro, sabiendo que solo así puede alcanzar la
perfección. Y la presencia del Espíritu le permite revelar la semejanza de Cristo. Diariamente se
torna más capaz de entender las cosas espirituales. Cada día de trabajo diligente lo encuentra
más y mejor capacitado para ayudar a otros. Al descansar en Cristo, produce mucho fruto"
(Elena G. de White - Signs of the Times, 4 de junio, 1902).

"La santificación del alma por la operación del Espíritu Santo es la implantación de la vida de
Cristo en la humanidad, es la gracia de nuestro Señor Jesucristo revelada en el carácter y la gracia
de Cristo traducida en un ejercicio activo de buenas obras. Así el carácter se transforma más y
más perfectamente a la imagen de Cristo en justicia y santidad de verdad. Hay amplios requisitos
en la verdad divina, los cuales consisten en una línea tras otra de buenas obras" (Elena G. de
White - Mensajes selectos, tomo 3, pp. 225, 226).

"Muchos han dejado en gran medida de recibir la primera lluvia. No han obtenido todos los
beneficios que Dios ha provisto así para ellos. Esperan que la falta sea suplida por la lluvia tardía.
Cuando sea otorgada la abundancia más rica de la gracia, se proponen abrir sus corazones para
recibirla. Están cometiendo un terrible error. La obra que Dios ha comenzado en el corazón
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humano al darle su luz y conocimiento, debe progresar continuamente. Todo individuo debe
comprender su propia necesidad. El corazón debe ser vaciado de toda contaminación, y limpiado
para la morada interna del Espíritu. Fue por medio de la confesión y el perdón del pecado, por la
oración ferviente y la consagración de sí mismos a Dios, como los primeros discípulos se
prepararon para el derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. La misma obra,
solo que en mayor grado, debe realizarse ahora. Entonces el agente humano tenía solamente
que pedir la bendición, y esperar que el Señor perfeccionara la obra concerniente a él. Es Dios el
que empezó la obra, y él la terminará, haciendo al hombre completo en Cristo Jesús. Pero no
debe haber descuido de la gracia representada por la primera lluvia. Solo aquellos que están
viviendo a la altura de la luz que tienen recibirán mayor luz. A menos que estemos avanzando
diariamente en la ejemplificación de las virtudes cristianas activas, no reconoceremos las
manifestaciones del Espíritu Santo en la lluvia tardía. Podrá estar derramándose en los
corazones en torno de nosotros, pero no la discerniremos ni la recibiremos" (Elena G. de White -
Testimonios para los ministros, pp. 515,516).

"En el oriente la primera lluvia cae en el tiempo de la siembra. Esta es necesaria para que la
semilla germine. Bajo la influencia de los aguaceros fertilizantes, surgen los brotes tiernos. La
lluvia tardía, al caer cerca del fin de la estación, madura el grano y lo prepara para la siega. El
Señor emplea estas operaciones de la naturaleza para representar la obra del Espíritu Santo.
Como el rocío y la lluvia son dados en primer lugar para hacer que la semilla germine, y luego
para madurar la cosecha, así el Espíritu Santo es dado para llevar adelante, de una etapa a otra,
el proceso de crecimiento espiritual. La maduración del grano representa la terminación de la
obra de la gracia de Dios en el alma. Por el poder del Espíritu Santo la imagen moral de Dios ha
de ser perfeccionada en el carácter. Hemos de ser totalmente transformados a la semejanza de
Cristo” (Elena G. de White - Testimonios para los ministros, pp. 514, 515).

"No debe haber descuido de la gracia representada por la primera lluvia. Solo aquellos que están
viviendo a la altura de la luz que tienen recibirán mayor luz. A menos que estemos avanzando
diariamente en la ejemplificación de las virtudes cristianas activas, no reconoceremos las
manifestaciones del Espíritu Santo en la lluvia tardía. Podrá estar derramándose en los
corazones en torno de nosotros, pero no la discerniremos ni la recibiremos" (Elena G. de White -
Testimonios para los ministros, p. 516).

“La religión de Cristo significa más que el perdón del pecado; significa la extirpación de nuestros
pecados y el henchimiento del vacío con las gracias del Espíritu Santo. Significa iluminación divina,
regocijo en Dios. Significa un corazón despojado del yo y bendecido con la presencia de Cristo.
Cuando Cristo reina en el alma hay pureza, libertad del pecado. Se cumple en la vida la gloria, la
plenitud, la totalidad del plan evangélico. La aceptación del salvador produce un resplandor de
perfecta paz, y amor perfecto, de perfecta seguridad” (Elena G. de White - Exaltad a Jesús 286).

Para conocer más sobre este proceso del Espíritu Santo en el hombre, ver el tema: “La lluvia
tardía”.

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