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Capítulo 10
El Espíritu Santo trabaja por medio de las facultades otorgadas al hombre

"La obra de ganar la salvación es una operación mancomunada. Debe haber cooperación entre
Dios y el pecador arrepentido. Es necesaria para la formación de principios rectos de carácter. El
hombre debe hacer fervientes esfuerzos para vencer lo que le impide obtener la perfección. Pero
depende enteramente de Dios para alcanzar el éxito. Los esfuerzos humanos, por sí solos, son
insuficientes. Sin la ayuda del poder divino, no se conseguirá nada. Dios obra y el hombre obra.
La resistencia a la tentación debe venir del hombre, quien debe obtener su poder de Dios. Por
un lado hay sabiduría, compasión y poder infinitos, y por el otro, debilidad, perversidad,
impotencia absoluta. Dios desea que tengamos dominio sobre nosotros mismos, pero no puede
ayudarnos sin nuestro consentimiento y cooperación. El Espíritu divino obra por medio de los
poderes y facultades otorgados al hombre. Por naturaleza, no estamos capacitados para
armonizar nuestros propósitos, deseos e inclinaciones con la voluntad de Dios; pero si tenemos
el deseo de que Dios cree en nosotros la voluntad, el Salvador lo efectuará por nosotros” (Elena
G. de White - Hechos de los apóstoles, pp. 384, 385).

"El Espíritu de Dios mantiene el mal bajo el dominio de la conciencia. Cuando el hombre se
ensalza por encima de la influencia del Espíritu, recoge una cosecha de iniquidad. Está
madurando la cosecha de la semilla que él mismo ha sembrado. Desprecia los santos
mandamientos de Dios. Su corazón de carne se convierte en un corazón de piedra. La resistencia
a la verdad lo confirma en la iniquidad. Como los hombres sembraron semillas de maldad, la
impiedad, el crimen y la violencia prevalecían en el mundo antediluviano" (Elena G. de White -
Comentario bíblico adventista, tomo 6, p. 1112).

"El reino de los cielos es como la levadura, que una mujer toma y esconde en tres medidas de
harina, hasta que el todo queda leudado. Por esta parábola, Cristo busca ilustrar la obra del
Espíritu Santo sobre el corazón humano. El proceso por el cual la levadura cambia la harina en la
que se introdujo es invisible, pero sigue obrando hasta que la harina se convierte en pan. Así, la
levadura de la verdad, al obrar interiormente, produce un cambio completo en el corazón
humano. Las inclinaciones naturales son suavizadas y sometidas. Se implantan nuevos
pensamientos, nuevos sentimientos y nuevos motivos. Pero aunque cada facultad se regenera, el
hombre no pierde su identidad. No se proporcionan facultades nuevas al individuo, sino que se
opera un cambio total en el empleo de ellas. El corazón es purificado de toda impureza y se
otorgan rasgos de carácter al hombre que lo capacitan para servir al Señor" (Elena G. de White -
Signs of the Times,13 de octubre 1896).

“Dios toma a los hombres como son, y los educa para su servicio, si quieren entregarse a él. El
Espíritu de Dios, recibido en el alma, vivificará todas sus facultades. Bajo la dirección del Espíritu
Santo, la mente consagrada sin reserva a Dios, se desarrolla armoniosamente y se fortalece para
comprender y cumplir los requerimientos de Dios. El carácter débil y vacilante se transforma en un
carácter fuerte y firme. La devoción continua establece una relación tan íntima entre Jesús y su
discípulo, que el cristiano llega a ser semejante a Cristo en mente y carácter. Mediante su relación
con Cristo, tendrá miras más claras y más amplias. Su discernimiento será más penetrante, su
juicio mejor equilibrado. El que anhela servir a Cristo queda tan vivificado por el poder del Sol de
justicia, que puede llevar mucho fruto para gloria de Dios” (Elena G. de White - DTG 216).

“Cuando él (el Espíritu de verdad) viniere redargüirá al mundo de pecado, y de justicia, y de juicio.”
La predicación de la palabra sería inútil sin la continua presencia y ayuda del Espíritu Santo. Este es
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el único maestro eficaz de la verdad divina. Únicamente cuando la verdad vaya al corazón
acompañada por el Espíritu vivificará la conciencia o transformará la vida. Uno podría presentar la
letra de la Palabra de Dios, estar familiarizado con todos sus mandamientos y promesas; pero a
menos que el Espíritu Santo grabe la verdad, ninguna alma caerá sobre la Roca y será
quebrantada. Ningún grado de educación ni ventaja alguna, por grande que sea, puede hacer de
uno un conducto de luz sin la cooperación del Espíritu de Dios. La siembra de la semilla del
Evangelio no tendrá éxito a menos que esa semilla sea vivificada por el rocío del cielo. Antes que
un solo libro del Nuevo Testamento fuese escrito, antes que se hubiese predicado un sermón
evangélico después de la ascensión de Cristo, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles que
oraban. Entonces el testimonio de sus enemigos fué: “Habéis llenado a Jerusalén de vuestra
doctrina” (Elena G. de White - DTG 625-626).

“Todos los que consagran su alma, cuerpo y espíritu a Dios, recibirán constantemente una nueva
medida de fuerzas físicas y mentales. Las inagotables provisiones del Cielo están a su disposición.
Cristo les da el aliento de su propio espíritu, la vida de su propia vida. El Espíritu Santo despliega
sus más altas energías para obrar en el corazón y la mente. La gracia de Dios amplía y multiplica
sus facultades y toda perfección de la naturaleza divina los auxilia en la obra de salvar almas. Por la
cooperación con Cristo, son completos en él, y en su debilidad humana son habilitados para hacer
las obras de la Omnipotencia” (Elena G. de White - DTG 767-768).

“En la obra de la redención no hay compulsión. No se emplea ninguna fuerza exterior. Bajo la
influencia del Espíritu de Dios, el hombre está libre para elegir a quien ha de servir. En el cambio
que se produce cuando el alma se entrega a Cristo, hay la más completa sensación de libertad. La
expulsión del pecado es la obra del alma misma. Por cierto, no tenemos poder para librarnos a
nosotros mismos del dominio de Satanás; pero cuando deseamos ser libertados del pecado, y en
nuestra gran necesidad clamamos por un poder exterior y superior a nosotros, las facultades del
alma quedan dotadas de la fuerza divina otorgada por el Espíritu Santo y obedecen a los dictados
de la voluntad, en cumplimiento de la voluntad de Dios” (Elena G. de White - El Deseado de Todas
las Gentes, 431, 432 – 1898 / 2MCP 213.3).

“Aquellos que consagran alma, cuerpo y espíritu a Dios, purificando sus pensamientos por la
obediencia a la ley divina, recibirán continuamente una nueva dotación de poder físico y mental. El
corazón suspirará por Dios y elevará fervientes súplicas a lo alto por una clara percepción para
discernir la misión y la obra del Espíritu Santo. No nos toca a nosotros usar al Espíritu, sino al
Espíritu usarnos a nosotros, amoldando y formando cada facultad” (Elena G. de White - Consejos
sobre la Obra de la Escuela Sabática, 43 – 1900 / 2MCP 305.1).

“A medida que vuestra conciencia ha sido vivificada por el Espíritu Santo, habéis visto algo de la
perversidad del pecado, de su poder, su culpa, su miseria; y lo miráis con aborrecimiento. Sentís
que el pecado os separó de Dios y que estáis bajo la servidumbre del poder del mal. Cuanto más
lucháis por escaparos, tanto mejor comprendéis vuestra falta de fuerza. Vuestros motivos son
impuros; vuestro corazón, corrompido. Veis que vuestra vida ha estado colmada de egoísmo y
pecado. Ansiáis ser perdonados, limpiados y libertados. ¿Qué podéis hacer para obtener la
armonía con Dios y asemejaros a Él?” (Elena G. de White - CC 49.1).

“No se le dio suprema importancia a la influencia renovadora y santificadora del Espíritu Santo,
que daría paz y esperanza a la conciencia turbada, y devolvería salud y felicidad al alma” (Elena G.
de White - 3TI 207.1).
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“Otra vez lo amonesto como quien debe encontrarse con estas líneas en aquel día cuando se
decidirá el caso de todos. Entréguese a Cristo sin demora; solo él, por el poder de su gracia, puede
redimirlo de la ruina. Solo él puede sanar sus poderes morales y mentales. Su corazón puede estar
ardiente con el amor de Dios; su comprensión, clara y madura; su conciencia, iluminada, pura y
penetrante; su voluntad, recta y santificada, sujeta al control del Espíritu de Dios. Usted puede
hacer de sí mismo lo que elija. Si ahora desea volverse, deje de hacer lo malo y aprenda a hacer el
bien, luego estará realmente feliz; tendrá éxito en las batallas de la vida y se levantará para gloria
y honra en la vida mejor que esta. “Escogeos hoy a quién sirváis” - Josué 24:15 (Elena G. de White -
Testimonies for the Church 2:564, 565 – 1870 / 1MCP 323.5).

“Todo judío sincero estaba convencido por su conciencia de que Jesucristo era el Hijo de Dios,
pero el corazón, en su orgullo y ambición, no se entregaba. Se mantenía la oposición contra la luz
de la verdad, a la cual ellos habían decidido negar y resistir. Cuando la verdad es tenida como
verdad solo por la conciencia, cuando el corazón no es estimulado y hecho receptivo, la verdad
turba la mente. Pero cuando se recibe la verdad como verdad en el corazón, ha pasado por la
conciencia y ha cautivado el alma por medio de sus principios puros. Es puesta en el corazón por el
Espíritu Santo, que da la forma de su belleza a la mente a fin de que su poder transformador
pueda verse en el carácter” (Elena G. de White - Manuscrito 130, 1897 / 1MCP 322.2).

“No salga de sus labios una palabra de enojo, dureza o mal genio. La gracia de Cristo está a su
disposición. Su Espíritu dominará el corazón y la conciencia de ustedes, presidiendo sus palabras y
actos. No renuncien nunca a su respeto propio mediante palabras dichas con apresuramiento y sin
pensarlas. Procuren que sus palabras sean puras, su conversación santa. Den a sus hijos un
ejemplo de lo que ustedes desean que sean ellos [...]. Haya paz, palabras amables y semblantes
alegres” (Elena G. de White - Conducción del Niño, 204 – 1890 / 1MCP 259.3).

“Puede ser que algunos de aquellos con quienes tienen contacto sean rudos y descorteses, pero
no sean ustedes menos corteses por causa de ello. Aquel que desee conservar su autoestima debe
tener cuidado de no herir innecesariamente el de los demás. Esta regla debe obedecerse
religiosamente con los que son más lentos para aprender, así como con los que yerran
continuamente. No sabéis lo que Dios se propone hacer con los que aparentemente prometen
poco. En el pasado él llamó a personas que no eran más promisorias ni atrayentes que ellos para
que hiciesen una gran obra para él. Su Espíritu, obrando en el corazón, despertó toda facultad y la
hizo obrar poderosamente. El Señor vio en estas piedras toscas y sin tallar material precioso, que
podía soportar la prueba de la tempestad, el calor y la presión. Dios no mira desde el mismo punto
de vista que el hombre. No juzga por las apariencias, sino que escudriña el corazón y juzga
rectamente” (Elena G. de White - Obreros Evangélicos, 128, 129 / 1915 / 1MCP 258.1).

“Aquellos que aman a Dios no pueden abrigar odio o envidia. Mientras que el principio celestial
del amor eterno llena el corazón, fluirá a los demás [...]. Este amor no se limita a incluir solamente
“a mí y a los míos”, sino que es tan amplio como el mundo y tan alto como el cielo, y está en
armonía con el de los activos ángeles. Este amor, albergado en el alma, suaviza la vida entera, y
hace sentir su influencia en todo su alrededor. Al poseerlo, no podemos sino ser felices, sea que la
fortuna nos favorezca o nos sea contraria.
Si amamos a Dios con todo nuestro corazón, hemos de amar también a sus hijos. Este amor es el
Espíritu de Dios. Es el adorno celestial que da verdadera nobleza y dignidad al alma y asemeja
nuestra vida a la del Maestro. Cualesquiera que sean las buenas cualidades que tengamos, por
honorables y refinados que nos consideremos, si el alma no está bautizada con la gracia celestial
del amor a Dios y a nuestros semejantes, nos falta verdadera bondad, y no estamos listos para el
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cielo, donde todo es amor y unidad” (Elena G. de White - Testimonies for the Church 4:223, 224 –
1876 / Testimonios Selectos 3:265, 266 / 1MCP 215).

“Los maestros que trabajan en esta parte de la viña del Señor, necesitan tener dominio propio,
mantener bajo control su genio y sus sentimientos, y asimismo estar sujetos al Espíritu Santo.
Deben dar evidencia de poseer, no una experiencia unilateral, sino una mente bien equilibrada, un
carácter simétrico” (Elena G. de White - Consejos para los Maestros Padres y Alumnos acerca de la
Educación Cristiana, 183 – 1913 / 1MCP 200.1).

“Los talentos de una persona prestan la máxima utilidad solo cuando son puestos bajo el control
completo del Espíritu de Dios. Los preceptos y principios de la religión son los primeros pasos en la
adquisición del conocimiento, y se ubican en los fundamentos mismos de la verdadera educación.
El conocimiento y la ciencia deben ser fortalecidos por el Espíritu de Dios a fin de servir a los
propósitos más nobles” (Elena G. de White - 1MCP 30.4).

“Pero cuando el corazón cede a la influencia del Espíritu de Dios, la conciencia se vivifica y el
pecador discierne algo de la profundidad y santidad de la sagrada ley de Dios, fundamento de su
gobierno en los cielos y en la tierra. “La Luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a
este mundo,”3Juan 1:9 (V. Valera), ilumina las cámaras secretas del alma, y quedan reveladas las
cosas ocultas. La convicción se posesiona de la mente y del corazón. El pecador reconoce entonces
la justicia de Jehová, y siente terror de aparecer en su iniquidad e impureza delante del que
escudriña los corazones. Ve el amor de Dios, la belleza de la santidad y el gozo de la pureza. Ansía
ser purificado y restituido a la comunión del cielo” (Elena G. de White - CC 24.2).

“La misma Inteligencia divina que obra en las cosas de la naturaleza habla al corazón de los
hombres, y crea en él un deseo indecible de algo que no tienen. Las cosas del mundo no pueden
satisfacer su ansia. El Espíritu de Dios les suplica que busquen las únicas cosas que pueden dar paz
y descanso: la gracia de Cristo y el gozo de la santidad. Por medio de influencias visibles e
invisibles, nuestro Salvador está constantemente obrando para atraer el corazón de los hombres y
llevarlos de los vanos placeres del pecado a las bendiciones infinitas que pueden obtener de Él. A
todas esas almas que procuran vanamente beber en las cisternas rotas de este mundo, se dirige el
mensaje divino: “El que tiene sed, ¡venga! ¡y el que quiera, tome del agua de la vida, de balde!” -
Apocalipsis 22:17 (Elena G. de White - CC 27.3).

“El pobre publicano que oraba diciendo: “¡Dios, ten misericordia de mí, pecador!” Lucas 18:13. se
consideraba como un hombre muy malvado, y así le veían los demás; pero él sentía su necesidad,
y con su carga de pecado y vergüenza se presentó a Dios e imploró su misericordia. Su corazón
estaba abierto para que el Espíritu de Dios hiciese en él su obra de gracia y le libertase del poder
del pecado. La oración jactanciosa y presuntuosa del fariseo demostró que su corazón estaba
cerrado a la influencia del Espíritu Santo. Por estar lejos de Dios, no tenía idea de su propia
corrupción, que contrastaba con la perfección de la santidad divina. No sentía necesidad alguna y
nada recibió” (Elena G. de White - CC 30.2).

“Toda transgresión, todo descuido o rechazamiento de la gracia de Cristo, obra indirectamente


sobre nosotros; endurece el corazón, deprava la voluntad, entorpece el entendimiento, y no sólo
os vuelve menos inclinados a ceder, sino también menos capaces de oír las tiernas súplicas del
Espíritu de Dios.
Muchos están apaciguando su conciencia inquieta con el pensamiento de que pueden cambiar su
mala conducta cuando quieran; de que pueden tratar con ligereza las invitaciones de la
misericordia y, sin embargo, seguir sintiendo las impresiones de ella. Piensan que después de
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menospreciar al Espíritu de gracia, después de echar su influencia del lado de Satanás, en un


momento de extrema necesidad pueden cambiar su modo de proceder. Pero esto no se logra tan
fácilmente. La experiencia y la educación de una vida entera han amoldado de tal manera el
carácter, que pocos desean después recibir la imagen de Jesús” (Elena G. de White - CC 33).

“Una vez que el pecado amortiguó la percepción moral, el que obra mal no discierne los defectos
de su carácter ni comprende la enormidad del mal que ha cometido; y a menos que ceda al poder
convincente del Espíritu Santo permanecerá parcialmente ciego con respecto a su pecado. Sus
confesiones no son sinceras ni provienen del corazón. Cada vez que reconoce su maldad añade
una disculpa de su conducta al declarar que si no hubiese sido por ciertas circunstancias no habría
hecho esto o aquello que se le reprocha” (Elena G. de White - CC 40.1).

“El Espíritu de Dios tiene mucho que ver con la oración aceptable. Ablanda el corazón, ilumina la
mente, capacitándonos para discernir nuestras propias necesidades, aviva nuestros deseos
haciéndonos tener hambre y sed de justicia. Intercede a favor de los suplicantes sinceros” (Elena
G. de White - Ser semejantes a Jesús 30 de enero).

“Se oye el viento entre las ramas de los árboles, por el susurro que produce en las hojas y las
flores; sin embargo es invisible, y nadie sabe de dónde viene ni adónde va. Así sucede con la obra
del Espíritu Santo en el corazón. Es tan inexplicable como los movimientos del viento. Puede ser
que una persona no pueda decir exactamente la ocasión ni el lugar en que se convirtió, ni
distinguir todas las circunstancias de su conversión; pero esto no significa que no se haya
convertido. Mediante un agente tan invisible como el viento, Cristo obra constantemente en el
corazón. Poco a poco, tal vez inconscientemente para quien las recibe, se hacen impresiones que
tienden a atraer el alma a Cristo. Dichas impresiones pueden ser recibidas meditando en él,
leyendo las Escrituras, u oyendo la palabra del predicador viviente. Repentinamente, al presentar
el Espíritu un llamamiento más directo, el alma se entrega gozosamente a Jesús. Muchos llaman a
esto conversión repentina; pero es el resultado de una larga intercesión del Espíritu de Dios; es
una obra paciente y larga” (Elena G. de White - El Deseado de todas las gentes 144-145).

“La intercesión de Cristo implica pedir al Padre el Espíritu para que obre en el corazón. Es decir la
obra del Espíritu Santo en el corazón humano se da porque Cristo la solicita al Padre.
Jesús añadirá su intercesión a sus oraciones y pedirá para el pecador el don del Espíritu Santo y lo
derramará sobre su alma y delante de los ángeles de Dios habrá gozo por un pecador que se
arrepiente” (Elena G. de White - La oración 293).

“El Espíritu Santo debe obrar en el hombre; el hombre no debe tratar de realizar la obra del
Espíritu Santo. El Espíritu Santo no es un siervo, sino un poder controlador. El Espíritu Santo hace
que la verdad brille en cada mente, y hable mediante cada sermón, donde el pastor se rinda a su
obra. El Espíritu Santo camina junto al alma, y se comunica con el agente humano. Él es el que
proporciona la atmósfera que rodea al alma, y habla al impenitente mediante palabras de
advertencia” (Elena G. de White - Carta 29, 1895 / VEUC 312.2).

“Es por el Espíritu Santo cómo obra Dios en el corazón; cuando los hombres rechazan
voluntariamente al Espíritu y declaran que es de Satanás, cortan el conducto por el cual Dios
puede comunicarse con ellos. Cuando se rechaza finalmente al Espíritu, no hay más nada que Dios
pueda hacer para el alma” (Elena G. de White - DTG 288.3).

“El Espíritu de Dios trabaja en las mentes y corazones de la gente, y debemos actuar en armonía
con esto” (Elena G. de White - 6TI 62.2).
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“El Espíritu de Cristo ha de ser una fuerza constante y gobernante sobre el corazón y la mente”
(Elena G. de White - 5TI 528.2).

“Aquellos que en Pentecostés fueron dotados con el poder de lo alto, no quedaron desde
entonces libres de tentación y prueba. Como testigos de la verdad y la justicia, eran repetidas
veces asaltados por el enemigo de toda verdad, que trataba de despojarlos de su experiencia
cristiana. Estaban obligados a luchar con todas las facultades dadas por Dios para alcanzar la
medida de la estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús. Oraban diariamente en procura de
nuevas provisiones de gracia para poder elevarse más y más hacia la perfección. Bajo la obra del
Espíritu Santo, aun los más débiles, ejerciendo fe en Dios, aprendían a desarrollar las facultades
que les habían sido confiadas y llegaron a ser santificados, refinados y ennoblecidos. Mientras se
sometían con humildad a la influencia modeladora del Espíritu Santo, recibían de la plenitud de la
Deidad y eran amoldados a la semejanza divina” (Elena G. de White - HAp 40-41).

“La obra de ganar la salvación es una operación mancomunada. Debe haber cooperación entre
Dios y el pecador arrepentido. Es necesaria para la formación de principios rectos de carácter. El
hombre debe hacer fervientes esfuerzos para vencer lo que le impide obtener la perfección. Pero
depende enteramente de Dios para alcanzar el éxito. Los esfuerzos humanos, por sí solos, son
insuficientes. Sin la ayuda del poder divino, no se conseguirá nada. Dios obra y el hombre obra. La
resistencia a la tentación debe venir del hombre, quien debe obtener su poder de Dios. Por un
lado hay sabiduría, compasión y poder infinitos, y por el otro, debilidad, perversidad, impotencia
absoluta. Dios desea que tengamos dominio sobre nosotros mismos, pero no puede ayudarnos sin
nuestro consentimiento y cooperación. El Espíritu divino obra por medio de los poderes y
facultades otorgados al hombre. Por naturaleza, no estamos capacitados para armonizar nuestros
propósitos, deseos e inclinaciones con la voluntad de Dios; pero si tenemos el deseo de que Dios
cree en nosotros la voluntad, el Salvador lo efectuará por nosotros, “destruyendo consejos, y toda
altura que se levanta contra la ciencia de Dios, y cautivando todo intento a la obediencia de
Cristo.” 2 Corintios 10:5.
El que desea adquirir un carácter fuerte y armónico, el que desea ser un cristiano equilibrado,
debe dar todo y hacer todo por Cristo; porque el Redentor no aceptará un servicio a medias.
Diariamente debe aprender el significado de la entrega propia. Debe estudiar la Palabra de Dios,
aprendiendo su significado y obedeciendo sus preceptos. Así puede alcanzar la norma de la
excelencia cristiana: día tras día Dios trabaja con él, perfeccionando el carácter que resistirá el
tiempo de la prueba final; y día tras día el creyente está efectuando ante hombres y ángeles un
experimento sublime, el cual demuestra lo que el Evangelio puede hacer en favor de los seres
humanos caídos” (Elena G. de White - HAp 384-385).

“Dios toma a los hombres como son, y los educa para su servicio, si ellos quieren entregarse a él.
El Espíritu de Dios, recibido en el alma, vivifica todas sus facultades. Bajo la dirección del Espíritu
Santo, la mente, consagrada sin reservas a Dios, se desarrolla armoniosamente, y queda
fortalecida para comprender y cumplir lo que Dios requiere. El carácter débil y vacilante se vuelve
fuerte y firme. La devoción continua establece una relación tan íntima entre Jesús y sus discípulos
que el cristiano se vuelve más semejante a su Maestro en carácter. Tiene una visión más clara y
amplia. Su discernimiento es más penetrante, su criterio mejor equilibrado. Queda tan avivado por
el poder vivificador del Sol de justicia, que es habilitado para llevar mucho fruto para gloria de
Dios” (Elena G. de White - Obreros Evangélicos, 302,303 – 1915 / MCP tomo 1 - 11).

"Jesús había abierto delante de sus discípulos una vasta extensión de la verdad. Pero les era
muy difícil impedir que en sus mentes se mezclaran sus lecciones con las tradiciones y
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máximas de los escribas y fariseos. Habían aprendido a aceptar las enseñanzas de los rabinos
como voz de Dios ... Jesús vio que no comprendían el verdadero significado de sus palabras.
Compasivamente, les prometió que el Espíritu Santo les recordaría esos dichos. Y había
dejado sin decir muchas cosas que no podían ser comprendidas por los discípulos. Estas
también les serían reveladas por el Espíritu. El Espíritu había de vivificar su entendimiento, a
fin de que pudiesen apreciar las cosas celestiales. 'Cuando viniere aquel Espíritu de verdad -
dijo Jesús-, él os guiará a toda verdad" (Elena G. de White - El Deseado de todas las gentes, p.
624).

"El reino de los cielos es como la levadura, que una mujer toma y esconde en tres medidas de
harina, hasta que el todo queda leudado. Por esta parábola, Cristo busca ilustrar la obra del
Espíritu Santo sobre el corazón humano. El proceso por el cual la levadura cambia la harina en la
que se introdujo es invisible, pero sigue obrando hasta que la harina se convierte en pan. Así, la
levadura de la verdad, al obrar interiormente, produce un cambio completo en el corazón
humano. Las inclinaciones naturales son suavizadas y sometidas. Se implantan nuevos
pensamientos, nuevos sentimientos y nuevos motivos. Pero aunque cada facultad se regenera, el
hombre no pierde su identidad. No se proporcionan facultades nuevas al individuo, sino que se
opera un cambio total en el empleo de ellas. El corazón es purificado de toda impureza y se
otorgan rasgos de carácter al hombre que lo capacitan para servir al Señor" (Elena G. de White
- Signs of the Times, 13 de octubre 1896).

"Están convencidos, pero no convertidos ... El poder del Espíritu Santo está obrando sobre la
mente y el corazón; el entendimiento queda convencido, la conciencia es despertada, pero
Cristo dice de ellos 'no venís a mí para que tengáis vida" (Elena G. de White - Signs of the
Times, 4 de agosto, 1898).

"El Espíritu de Dios mantiene el mal bajo el dominio de la conciencia. Cuando el hombre se
ensalza por encima de la influencia del Espíritu, recoge una cosecha de iniquidad. Está
madurando la cosecha de la semilla que él mismo ha sembrado. Desprecia los santos
mandamientos de Dios. Su corazón de carne se convierte en un corazón de piedra. La resistencia
a la verdad lo confirma en la iniquidad. Como los hombres sembraron semillas de maldad, la
impiedad, el crimen y la violencia prevalecían en el mundo antediluviano" (Elena G. de White -
Comentario bíblico adventista, tomo 6, p. 1112).

“Los talentos de una persona prestan la máxima utilidad sólo cuando son puestos bajo el control
completo del Espíritu de Dios. Los preceptos y principios de la religión son los primeros pasos en la
adquisición del conocimiento, y se ubican en los fundamentos mismos de la verdadera educación.
El conocimiento y la ciencia deben ser vitalizados por el Espíritu de Dios a fin de servir a los
propósitos más nobles. Sólo el cristiano puede usar correctamente el conocimiento. La ciencia,
para ser plenamente apreciada, debe ser considerada desde un punto de vista religioso. Entonces,
todos adorarán al Dios de la ciencia. El corazón que ha sido ennoblecido por la gracia de Dios
puede comprender mejor el verdadero valor de la educación. Los atributos de Dios, tal como se
observan en sus obras creadas, sólo pueden apreciarse cuando conocemos al Creador. Los
maestros deben estar familiarizados no sólo con la teoría de la verdad sino deben tener también
un conocimiento experimental del camino de la santidad para conducir a los jóvenes a las fuentes
de la verdad, al Cordero de Dios que quitó el pecado del mundo. El conocimiento es poder para
bien sólo cuando está unido con la verdadera piedad. Un alma vaciada del yo será noble. Cuando
Cristo more en el corazón por la fe seremos sabios a la vista de Dios” (Elena G. de White -
Manuscrito 44, 1894 / MCP tomo 1 – 16-17).
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“Cristo hace que sus discípulos lleguen a una unión viviente con él y con el Padre. El hombre es
hecho completo en Cristo Jesús mediante la obra del Espíritu Santo en la mente humana. La
unidad con Cristo establece un vínculo de unidad mutua. Esa unidad es la prueba más convincente
ante el mundo de la majestad y virtud de Cristo y de su poder para eliminar los pecados” (Elena G.
de White - Manuscrito 111, 1903 / Comentario Bíblico Adventista 5:1122 / MCP tomo 1 - 30).

"El inagotable suministro de la gracia de Dios espera la demanda de cada alma. Esto sanará cada
enfermedad espiritual. Por ella los corazones pueden ser limpiados de toda contaminación. Esto
une a los seres humanos con Cristo, permitiéndoles andar en el camino de la obediencia
voluntaria. Por la influencia del Espíritu de Dios, el hombre es transformado; su gusto es
refinado, su juicio purificado, su corazón limpiado; llega a ser completo en Cristo. El amor que
fue manifestado en la muerte de Cristo despierta en su corazón una respuesta agradecida. El
entendimiento captura a Cristo. La belleza y la fragancia de su carácter son reveladas en la vida,
testificando que Dios en efecto envió su Hijo al mundo. Ningún otro poder podría producir un
cambio tan maravilloso. Las palabras de Cristo descenderán con poder vivificante sobre los
corazones obedientes; la imagen perfecta de Dios será reproducida, y en el cielo se dirá: 'Ustedes
están completos en él'. Reconociendo que carece de sabiduría y experiencia, el cristiano se ubica
a sí mismo bajo la formación del gran Maestro, sabiendo que solo así puede alcanzar la
perfección. Y la presencia del Espíritu le permite revelar la semejanza de Cristo. Diariamente se
torna más capaz de entender las cosas espirituales. Cada día de trabajo diligente lo encuentra
más y mejor capacitado para ayudar a otros. Al descansar en Cristo, produce mucho fruto"
(Elena G. de White - Signs of the Times, 4 de junio, 1902).

"Mientras nos entregamos como instrumentos para la operación del Espíritu Santo, la gracia de
Dios trabajará en nosotros sojuzgando las viejas inclinaciones, venciendo las propensiones
poderosas y formando nuevos hábitos. Cuando apreciamos y obedecemos las indicaciones del
Espíritu, nuestros corazones son ampliados para recibir más y más de su poder, y para hacer una
obra mayor y mejor. Las energías dormidas son despertadas, y las facultades paralizadas reciben
nueva vida" (Elena G. de White - Palabras de vida del gran Maestro, p. 288).

"La obra de ganar la salvación es una operación mancomunada. Debe haber cooperación entre
Dios y el pecador arrepentido. Es necesaria para la formación de principios rectos de carácter. El
hombre debe hacer fervientes esfuerzos para vencer lo que le impide obtener la perfección. Pero
depende enteramente de Dios para alcanzar el éxito. Los esfuerzos humanos, por sí solos, son
insuficientes. Sin la ayuda del poder divino, no se conseguirá nada. Dios obra y el hombre obra.
La resistencia a la tentación debe venir del hombre, quien debe obtener su poder de Dios. Por
un lado hay sabiduría, compasión y poder infinitos, y por el otro, debilidad, perversidad,
impotencia absoluta. Dios desea que tengamos dominio sobre nosotros mismos, pero no puede
ayudarnos sin nuestro consentimiento y cooperación. El Espíritu divino obra por medio de los
poderes y facultades otorgados al hombre. Por naturaleza, no estamos capacitados para
armonizar nuestros propósitos, deseos e inclinaciones con la voluntad de Dios; pero si tenemos
el deseo de que Dios cree en nosotros la voluntad, el Salvador lo efectuará por nosotros"
(Elena G. de White - Hechos de los apóstoles, pp. 384, 385).

"La influencia del Espíritu sobre la mente humana regirá a ésta de acuerdo con la instrucción
divina. Pero el Espíritu no actúa en una forma y con un poder que vayan más allá de la facultad
de resistencia del agente humano" (Elena G. de White - Comentario bíblico adventista, tomo
4, p. 1180).

"Edificamos en Cristo por la obediencia a su palabra. No es justo quien solo se complace en la


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justicia, sino quien la ejecuta. La santidad no es arrobamiento; es el resultado de entregarlo todo


a Dios; es hacer la voluntad de nuestro Padre celestial... La religión consiste en cumplir las
palabras de Cristo; no en obrar para merecer el favor de Dios, sino porque, sin merecerlo, hemos
recibido la dádiva de su amor. Cristo no basa la salvación de los hombres sobre lo que profesan
solamente, sino sobre la fe que se manifiesta en las obras de justicia. Se espera acción, no
meramente palabras, de los seguidores de Cristo. Por medio de la acción es como se edifica el
carácter. 'Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios'
(Romanos 8:14). Los hijos de Dios no son aquellos cuyos corazones conmueve el Espíritu, ni los
que de vez en cuando se entregan a su poder, sino los que son guiados por el Espíritu" (Elena G.
de White - DMJ, pp. 125, 126).

“Dios toma a los hombres como son, y los educa para su servicio, si ellos quieren entregarse a él.
El Espíritu de Dios, recibido en el alma, vivifica todas sus facultades. Bajo la dirección del Espíritu
Santo, la mente, consagrada sin reservas a Dios, se desarrolla armoniosamente, y queda
fortalecida para comprender y cumplir lo que Dios requiere. El carácter débil y vacilante se vuelve
fuerte y firme. La devoción continua establece una relación tan íntima entre Jesús y sus discípulos
que el cristiano se vuelve más semejante a su Maestro en carácter. Tiene una visión más clara y
amplia. Su discernimiento es más penetrante, su criterio mejor equilibrado. Queda tan avivado por
el poder vivificador del Sol de justicia, que es habilitado para llevar mucho fruto para gloria de
Dios” (Elena G. de White - Obreros Evangélicos, 302, 303 – 1915 - MCP tomo 1 - 11).

“Cristo puede y quiere, si nos sometemos a él, llenar las cámaras de la mente y los lugares
recónditos del alma con su Espíritu. Entonces nuestra voluntad estará en armonía perfecta con la
voluntad divina. Nuestro espíritu y voluntad pueden identificarse, de tal manera con su Espíritu y
voluntad que lleguemos a ser uno con él en pensamiento y propósito. Entonces Satanás no seguirá
controlándonos. Cristo es nuestro Guía, y a sus seguidores les agrada mantener el paso junto a él.
Él habla y ellos obedecen su voz como una mente y un alma” (Elena G. de White - Nuestra Elevada
Vocación 222).

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