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QUINTA EDICION,
Revisada y notada en 1959 con arreglo
a la legislación vigente por el licenciado
ROBERTO CASROVIDO GIL
Octava impresión
noviembre de 1982
P R O L O G O
cada una de ellas por un conjunto de notas esenciales que les otorgan un
sentido propio.
juristas utilizaran idéntico método para exponer las normas del Derecho
Público.
Como representante más destacado de esta tendencia, creemos
que sin discusión debe señalarse a don José María Lozano por su obra
rotulada Tratado de los Derechos del Hombre, en la que se descubre un
análisis exegético, justo, conciso y profundo, ejecutado con un rigor metódico y
una brillante claridad de estilo, que la distinguen con enorme ventaja detonas
las producciones de su época. Para nosotros, esta magnífica obra de don José
María Lozano representa uno de los monumentos más estimables de nuestra
modesta literatura jurídica, que debidamente situada en su época, pueda
parangonarse con lo mejor de la producción de Rabasa.
Además de esta obra fundamental, para dar una noticia más
completa de los autores mexicanos que representan la escuela de la exégesis en
el estudio del Derecho Constitucional – sin que por ello abandonen totalmente
la tradición romántica y oratoria –, debemos mencionar a don Isidro Montiel y
Duarte, quien además de su célere obra de compilación de nuestras leyes de
Derecho Público, redactó un estudio Sobre las Garantías Individuales; y a los
autores que estudiaron sistemáticamente la Constitución de 1857 entre los que
merecen citarse don Ramón Rodríguez, que escribió un Derecho
Constitucional, don José María del Castillo Velasco quien publicó unos
Apuntamientos para el Estudio del Derecho Constitucional Mexicano, y por
último don Carlos Ruiz y don Mariano Coronado.
La tercera etapa, superación indudable de las dos anteriores,
podríamos caracterizarlas, sin perder de vista de carácter esquemático y un
poco convencional de la clasificación que hemos propuesto, de la siguiente
manera: demostrada la esterilidad del método exegético, el investigador de los
principios y de las instituciones políticas advierte que éstos no son sino el
resultado de las acciones y reacciones de los hombres que viven en sociedad y
que, en esta forma, originan una serie de procesos sociales y políticos que se
desenvuelven en el tiempo. Por lo tanto, si son los fenómenos de la vida
colectiva los que crean las normas constitucionales, resulta evidente que es la
observación y análisis de estos hechos políticos y sociales lo que constituyen el
método por excelencia del Derecho Público.
En consecuencia, es el método histórico –en la amplia concepción
del vocablo –, el único adecuado para el estudio del Derecho Constitucional,
toda vez que es sólo por este procedimiento que el examen de la realidad puede
DERECHO CONSTITUCIONAL MEXICANO XIII
INDICE
Pág.
Prólogo…………………………………………………………………………VII
TITULO I
Capítulo I. La supremacía de la Constitución……………………………. 1
Capítulo II. El principio de legalidad……………………………………... 6
Capítulo III. El régimen de Gobierno Federal……………………………... 17
Capítulo IV. Origen y fundamento político de nuestra Federación………... 22
Capítulo V. El funcionamiento de nuestro régimen federal…………….…. 29
Capítulo VI. Gobierno representativo……………………………………... 42
Capítulo VII. Gobierno directo y Gobierno indirecto………………………. 56
TITULO II
Capítulo I. Legitimidad de la Constitución de 1917 (Breve historia de las
Constituciones mexicanas)……………………………………. 61
TITULO III
Nacionalidad y ciudadanía.
Capítulo I. El fracaso del sufragio en México…………………………….. 79
De los extranjeros…………………………………………….. 97
Capítulo II. División de Poderes…………………………………………. 101
TITULO IV
El poder Legislativo Federal.
TITULO V
El ejecutivo de la Unión
TITULO VI
El Poder Judicial de la Federación.
TITULO VII
Capítulo I. Los Estados. Su Gobierno. Sus incapacidades……………. 351
Capítulo II. El municipio………………………………………………. 365
TITULO VIII
Disposiciones de carácter general.
TITULO I
CAPÍTULO I
LA SUPREMACÍA DE LA CONSTITUCION
CAPÍTULO II
EL PRINCIPIO DE LEGALIDAD
lo tanto, dicho Estatuto debe ser además de escrito, rígido y no sujeto a las
alteraciones frecuente de la legislación común, aunque si en casos excepcionales a
que está sujeta toda la legislación ordinaria, modificarían de continuo las bases
fundamentales del régimen federal, causando trastornos y consecuencias políticas y
jurídicas incalculables. En efecto, es una garantía de orden, seguridad, de paz
pública, sujetar la reforma o la derogación de los principios fundamentales sobre
que descansa la forma de nuestro Estado Federal y el régimen de nuestro Gobierno
Constitucional, a procedimientos lentos, complicados y que requieren meditación,
buen sentido político y apaciguamiento d las pasiones, con el aditamento de que
esas reformas y derogaciones se deban hacer sólo por un órgano especial, creado y
reglamentado por la Constitución misma, que es el Poder Constituyente. Si es
racional y conveniente que toda la legislación se reserve al órgano legislativo
ordinario del Estado, así como las funciones administrativas y jurisdiccionales a los
llamados Poderes Ejecutivo y Judicial, es decir, a los Poderes constituidos, creados
y reglamentados por la Constitución para esos fines; también es altamente racional,
conveniente y político que la alteración o modificación de la Constitución no quede
en manos de esos Poderes constituidos, creados por ella, ni sujetos a los mismos
procedimientos que la legislación ordinaria, sino que debe reservarse a un supremo
poder privilegiado, al órgano constituyente del Estado, y sujetarse a trámites
excepcionales, lo cual da un carácter de rigidez al Estatuto orgánico con beneficio
manifiesto de las instituciones y de los derechos de los gobernados. Esto es lo que
hizo nuestra Constitución en el artículo 135 en concordancia con los artículos 39 y
41.
Ahora bien, ¿tiene mayores ventajas o inconvenientes el sistema de las
Constituciones rígidas, o el de los Códigos políticos flexibles?
Las consecuencias inmediatas que se derivan del sistema de las
Constituciones escritas y rígidas es el establecer una diferencia entre las leyes
propiamente llamadas constitucionales son las consignadas en texto expreso en la
Constitución y las que organizan política y jurídicamente el Estado, fijando los
órganos del mismo, dotándolos de sus facultades, marcando la limitación de
los poderes de los mismos y las responsabilidades en que pueden incurrir, a
la vez que las relaciones de ellos entre sí y respecto de los gobernados. Y
todas las disposiciones son de carácter estable, permanente y preponderante
respecto de las demás disposiciones legales complementarias
del orden jurídico establecido en el Estado. Por lo tanto, no están al alcance del
Poder Legislativo común, que no puede no derogarlas ni reformarlas, por quedar
fuera de las atribuciones de la competencia constitucional que les ha reconocido el
Estado.
Y esta restricción a la soberanía, por llamarla así, del Poder Legislativo
ordinario, que ha quedado incapacitado para reglamentar y alterar las disposiciones
fundamentales contenidas en la Constitución, ley suprema del país, es la mayor
garantía que puede haber del principio de legalidad, del régimen de instituciones, o
sea del régimen de derecho que debe existir, conforme el Derecho Público
contemporáneo, en todos los Estados civilizados no sujetos al despotismo o a la
voluntad arbitraria de individuos o colectividades. En efecto, la relación de un
Poder Constituyente autorizado únicamente por la Constitución para derogarla o
modificarla, por medio de los procedimientos especiales y solemnes consignados en
la misma, es la mayor garantía de la estabilidad del régimen legal, del
mantenimiento del reinado de la ley de la Nación.
Resumiendo toda la exposición anterior, consagrada a demostrar que en los
gobiernos democráticos contemporáneos, especialmente si están organizados baja la
forma de un Estado Federal, debe cimentarse el principio de legalidad, único
compatible con la civilización contemporánea, sobre la supremacía de la
Constitución, asentaremos las conclusiones siguientes:
I. Esta supremacía solo puede consagrarse de una manera estable y
definitiva si se adopta el sistema de Constitución escrita, es decir, en la que se
hagan constar la esfera de acción del Poder Federa, las capacidades constitucionales
de la Entidades Federativas que la integran, la división de los órganos que ejerzan
las competencias estatales del Poder Federal y del Poder de los Estados,
respectivamente y, por último, la enumeración y limitación de las funciones
políticas que correspondan a cada uno de esos órganos. II. Si se adoptara
igualmente el sistema de Constitución rígida, pues no basta que en el Código
político se hayan consignado en un texto expreso y escrita los hechos anteriores,
sino que es necesario también que esa consignación no pueda ser variada con la
mayor facilidad y con la mayor frecuencia por los órganos comunes a Poderes
constituidos del Estado, sin que sólo y de mayor personalidad política, que se
denomina en Poder Constituyente. III. Si a estos requisitos
sus actos o mandatos a la caprichosa interpretación que han dado a la ley. Y es que
no basta la simple promulgación de preceptos legislativos, o la adaptación a nuestro
medio de instituciones jurídicas importadas, si no se procede a la educación cívica
de las masas en quienes reside teóricamente la soberanía, y de la que debe
originarse, en un régimen democrático como el nuestro, el poder de los órganos o
de los representantes del Estado. Por eso la solución única está en esa preparación o
educación política de los gobernados, especialmente de la juventud, que debe tomar
el gobierno y decidir de los destinos de nuestro país en un futuro inmediato, ya que
los hombres públicos actuales y del pasado no han querido, o no han podido,
resolver los problemas políticos de la Nación, o cuando menos encaminarlos hacia
una solución legal, jurídica, para llegar a constituir un verdadero Estado de derecho.
Y no podría ser de otro modo, bajo pena de quedarnos rezagados en el grupo de los
gobiernos que viven y operan bajo un sistema de arbitrariedad o de abuso, fuera de
las normas de la legalidad y constituyendo verdaderos gobiernos de facto, apoyados
en la necesidad o en la fuerza.
Ya no hay tratadista que no propugne el establecimiento y la consolidación
del estado de derecho y que no demuestre que sólo se puede vivir pacífica, justa y
equitativamente cuando las instituciones y los gobiernos se apoyan en el principio
de legalidad. Porque nadie es capaz de sostener que el Estado, y por ende los
órganos de gobierno que lo constituyen, sean absolutos, omnipotentes y puedan
ejecutar actos sin restricción ni freno. Por el contrario, la doctrina unánime de los
tratadistas – aunque fundándose en razones o principios diversos – acepta como una
verdad indiscutible el Derecho Público actual, que el Estado está limitado por el
Derecho; y que el Poder público está, o estará muy pronto, sujeto a normas jurídicas
y no al capricho o a la voluntad de los gobernantes.
Me basta para comprobar esta verdad, tan conocida de todos, referirme a la
misma Rusia comunista, y citar los siguientes párrafos de Schlesinger, tratadista de
Derecho Público, de los mejores conocedores de la revolución rusa y del gobierno
de los Soviets: “Las resoluciones de la conferencia del Partido Comunista de 29 de
abril de 1925 demuestran hasta qué punto reprueba el Estado soviético la
arbitrariedad y se esfuerza en fomentar la legalidad revolucionaria”. “Las
manifestaciones de los Jefes más prominentes de comunismo, así
Como los resultados de la última reunión del Comité Central Ejecutivo de la Unión
de los Soviets, indican, desde luego, que la vida política rusa se acerca a un
ordenado sistema de relaciones jurídicas”.
Duguit en el tomo III de su “Tratado de Derecho Constitucional” dice: “El
Estado está subordinado a una regla de derecho superior a sí mismo, que él no crea
y no puede violar”; “la limitación del Estado por el derecho es preciso aceptarla,
cualquiera que sea el fundamento que se dé al derecho”; “no es el Estado quien crea
el derecho; hay un derecho sin él, encima de él al lado de él; así es, es preciso que
sea así; sin esto no hay civilización posible; no hay más que despotismo y
barbarie”; “sería una ilusión singular creer que el derecho se impone a la obediencia
de todos por su sola fuerza. La historia prueba que esto no es cierto. El derecho sin
la fuerza es imponente, pero la fuerza sin el derecho es la barbarie. Por otra parte, si
el derecho no puede desprender su fuerza interna de un poder de aplicación
suficiente, sin embargo es cierto que cuando la conciencia de la colectividad está
profundamente penetrada de la idea de derecho, de la idea que se impone a todos
los gobernantes y a los gobernados, existe entonces una fuerza que en cierta forma
hacen sentir su acción y contra la cual los detentadores del poder vacilan oponerse
abiertamente”; “el principio de legalidad se puede formular así: no hay un solo
órgano del Estado que pueda tomar una decisión individual que no sea conforme a
una disposición de carácter general dictada con anterioridad; éste es el principio
esencialmente protector del individuo, y se puede decir que no tiene, que no puede,
que no debe tener excepción: una sociedad que no lo reconoce, o que
reconociéndolo le pone reserva o excepciones, no vive en realidad bajo un régimen
de Estado de derecho”; “no existe un solo órgano del Estado, cualquiera que sea,
que pueda tomar una decisión individual fuera de la ley o en contra de ella; el
Parlamento mismo está sometido a la ley, pues puede derogarla, modificarla o
reemplazarla por otra ley nueva, pero en tanto que aquélla exista el Parlamento le
está subordinado y no puede tomar decisión que le sea contraria: si lo hiciera, hará
un acto contrario al derecho, y por consiguiente sin valor jurídico”.
Carré de Malberg en su obra “Teoría General del Estado”, tomo I,
dice: “La teoría moderna del Estado descansa sobre la idea de que el poder
de dominación del Estado, siendo un poder de naturaleza
CAPÍTULO III
cambio, el Estado Federal tiene las más amplias e ilimitadas facultades para
modificar y ensanchar sus competencia estatal, siempre que lo verifique por medio
de los procedimientos especiales y por medio del órgano constituyente, creados y
reglamentados por la Constitución suprema, sin que ninguno de los Estados
particulares que lo forman pueda negarse a obedecer o desconocer las nuevas
atribuciones conferidas al estado Federal, y mucho menos poder usar en ningún
caso el derecho de secesión retirándose del mismo. Esta es la esencia característica
de la Federación y lo que le da todo el cabal aspecto y los elementos constitutivos
de un verdadero Estado, no el de un organismo compuesto de la suma de Entidades
soberanas, sino el de un flamante Estado, superpuesto a los diversos que lo
constituyen, teniendo soberanía, órganos y funciones propias, como ocurre con el
Estado unitario.
Conociendo ya la esencia del régimen federa, vamos a estudiar las
características de la Federación Mexicana examinando sus órganos políticos
propios, las funciones que se le han reservado y el mantenimiento del equilibrio con
los órganos particulares de las Entidades Federativas, así como las funciones
políticas reservadas a estas últimas en nuestra Constitución.
La intervención de los Estados para constituir o, por lo menos, tomar parte
en la formación de la voluntad estatal de la Federación, es de los puntos discutibles
en el Derecho Político, pero la solución será siempre fácil, conforme a los
principios del Derecho Constitucional positivo, si no se pierden de vista las
características de aquélla, es decir, teniendo presente siempre que el Estado Federal
es uno nuevo, creado por virtud de la Constitución y superpuesto con soberanía y
atribuciones propias a los Estados componentes del mismo.
Y esto ya sea que se trata de Estados que tengan una simple autonomía
política, como ocurre en México, ya sea que hayan sido en su origen independientes
y con verdadera capacidad para contratar y organizarse en Federación, como
ocurrió en los Estados Unidos; o aun suponiéndolos con todas las apariencias, como
los que integran al Estado Federal Alemán.
Como quiera que se considere el origen y la naturaleza de cualquier
Federación, ésta en realidad es un Estado nuevo con soberanía propia, con
órganos especiales y con funciones políticas determinadas, que se ejercen
a través del territorio nacional, y por ende dentro
del territorio de cada una de las Entidades Federativas, sobre todos los ciudadanos
nacionales que son a la vez ciudadanos particulares de cada uno de los Estados
donde residen. En esta virtud se ve claramente que las Entidades Federativas como
tales no ocurren en manera alguna a crear o tomar parte en la voluntad nacional, es
decir en la voluntad federal, sino que se concretan a formar sus órganos particulares
previstos y determinados por la Constitución General, los que deben desempeñar las
funciones atribuidas a los mismos en los términos establecidos previamente por la
propia Constitución.
Y no se diga, como lo han pretendido algunos autores y como es creencia
vulgar y generalizada en nuestra República, que los Estados concurren con tales al
ejercicio de la soberanía nacional por medio de la llamada Cámara Federal de los
Estados (entre nosotros Senado o Cámara de Senadores), que se contrapone a la
llamada Cámara Nacional o de representantes del pueblo, entidad colectiva y sin
particulares regionales (entre nosotros la Cámara de Diputados). Tales afirmaciones
carecen de valor jurídico y no se ajustan a la realidad de los hechos, pues ambas
Asambleas Legislativas, la de Diputados y la de Senadores, son los órganos
componentes del Poder Legislativo, es decir, del Congreso de la Unión, como le
llama nuestro Código Político, que es el órgano a quien se ha conferido
íntegramente la función legislativa federal.
Por lo tanto, amas Cámaras son la representación del pueblo mexicano como
tal, de todos los habitantes del país organizados de modo colectivo en una unidad
estatal y conformada jurídicamente por la Constitución en una Federación, o sea en
los Estados Unidos Mexicanos.
Y lo mismo que aquí ocurre puede y debe decirse de las demás
Federaciones, especialmente de los Estados Unidos de América, el verdadero y
típico Estado Federal del cual derivan el nuestro y la mayoría de las Federaciones
existentes.
Así pues, cuando en la Cámara de Diputados actúan veinte representantes de
Jalisco junto con dos de Campeche, ambos, como los demás representantes de los
Estados, desempeñan la función legislativa federal y no la de las Entidades que los
eligieron; pero lo mismo ocurre cuando los dos senadores de Jalisco, junto con los
dos senadores de Campeche, desempeñan la misma función legislativa en el
Senado de la República, pues nunca puede decirse que en este cuerpo
político sean representantes de los Estados que los designaron, sino que únicamente
son componentes del Poder Legislativo Federal. En tal virtud no está allí, como se
había creído, la participación que tienen los Estados en la formación de la voluntad
federal, pues, para mayor demostración, debe decirse que, aun los dos senadores
que nombra cada Entidad Federativa, pueden discrepar de criterio en las discusiones
y uno de ellos votar por la negativa y otro por la afirmativa, lo que acaba de
evidenciar que no representan los intereses particulares del Estado, sino que son
miembros aislados de un Poder Federal. En lo que real y efectivamente tienen una
participación los Estados como tales, como Entidades políticas autónomas en la
formación de la voluntad del Estado Federal, es el integrar el Poder Soberano
Constituyente, creado por la Constitución para altera o modificar esta última. Allí sí
el Código Político supremo concedió una facultad, dio una atribución, reconoció
una capacidad constitucional a la Entidad política denominada Estado, puesto que
consignó que para que la Constitución fuese adicionada, o derogada, o reformada se
necesitaba no sólo el voto de las Cámaras integrantes del Congreso de la Unión, o
sea del Poder Federal, sino el voto o la voluntad particular de la mayoría de los
Estados como tales, representados por sus Legislaturas, es decir, por su Parte
Legislativo particular, que es el órgano político representativo de la soberanía local
de cada uno de los dichos Estados.
Finalmente, el carácter jurídico de la Federación, por lo que toca a su
organización y facultades como Estado Nacional y Soberano; el alcance político de
las atribuciones como unidad en lo que se refiere a sus relaciones con las
autonomías particulares que la integran; y, por último, la competencia estatal de sus
órganos respecto de los súbditos o ciudadanos nacionales, están regidos
exclusivamente por la Constitución, verdadero Estatuto político y no contractual, en
el que pueden consignarse todas las modalidades, frenos y restricciones que el
pueblo, en ejercicio de su soberanía y por medio del órgano constituyente, haya
considerado necesarios o convenientes; pero nunca por los pactos o transacciones
entre sus componentes federativas, porque éstas no tienen capacidad ninguna para
modificar el campo de acción de la soberanía federal, ni menos para deshacer la
Federación alegando un supuesto derecho de secesión que no tienen.
CAPÍTULO IV
DE NUESTRA FEDERACIÓN
Apoyo y contingentes de todas las comarcas que atravesaban, sin que tuviesen que
tomar en consideración las jurisdicciones locales existentes y sin celebrar convenios
con las autoridades insurreccionales de cada región, puesto que se trataba de un
movimiento uniforme, general, nacional, de independencia y de emancipación
política.
Y después de casi once años de lucha cruenta y persistente, cuando el 24 de
febrero de 1821 se unieron a don Agustín de Iturbide los caudillos continuadores de
la guerra de emancipación, aceptaron el Plan de Iguala de esa fecha y cooperaron el
logro definitivo de la Independencia, encontramos en los únicos documentos que
existen y que tienen relación e influencia, aunque indirecta, sobre los principios
originarios de nuestro derecho público, que no se habló para nada ni de Federación
ni de autonomía de las regiones geográficas en que se dividía la Nueva España, ni
de derechos políticos locales; en suma: de nada relacionado con entidades que
hubieran logrado su independencia, como había ocurrido con las colonias
norteamericanas, y se trataran de organizaciones políticamente en una Federación.
En efecto, en el Plan de Iguala referido se habla de que la Nueva España es
independiente de la antigua, y que su gobierno formará una monarquía moderada,
que será gobernada en el futuro por un emperador, y mientras las Cortes se reúnen,
por una Junta de Gobierno encargada de hacer cumplir ese Plan en toda su
extensión. Se estipulaba que en caso de negarse el Rey Fernando VII a venir a
México a ocupar el trono que se le ofrecía, la Junta Gubernativa o la Regencia
mandaría en nombre de la nación, debiendo establecer más tarde las Cortes la
Constitución del Imperio Mexicano.
Confirmando el Plan anterior, se celebraron después los llamados Tratados
de Córdoba de 24 de agosto de 1821, suscritos por el consumador de nuestra
independencia, don Agustín de Iturbide, y por el último virrey español O’Donojú,
en los cuales, casi punto por punto, se ratificaban las resoluciones del Plan de
Iguala. Se establecía en el primero de ellos que “esta América” se reconocería por
nación soberana e independiente y se llamaría en lo sucesivo Imperio Mexicano;
que se nombraría una Junta, compuesta de los primeros hombres del Imperio por
sus virtudes, por sus fortunas y representación, cuyo número fuera bastante
considerable para que la reunión asegurase el a cierto en sus determinaciones, la
CAPÍTULO IV
EL FUNCIONAMIENTO
locales, o sea, uno, la doctrina de los poderes implícitos, que los intérpretes
legislativos y judiciales de la Constitución Norteamericana han creído que ésta
concede al Congreso, los mismos poderes que confiera nuestra Constitución al
Poder Legislativo en la fracción XXIX1 del artículo 73; y otro, en las relaciones
directas que tienen los Poderes Federales con los habitantes de cada uno de los
Estados sin la intervención de las autoridades de estos últimos, de cuyas relaciones
resulta una acción constante, una manifestación eficaz de la soberanía federal
respecto de todos los habitantes del país.
Refiriéndose al primero de estos medios dice Wilson: “Esta poderosa
doctrina de los poderes tácitos de la Constitución ha sido siempre el principio
dinámico capital de nuestra historia constitucional. Cuando fue provista de la
sanción de la Suprema Corte, conteniendo, como contenía, en su carácter evidente
de doctrina, y de prerrogativa legislativa un principio muy vigoroso de
acrecentamiento constitucional, hizo pronto del Congreso el Poder dominante, el
Poder irresistible del sistema federal. Tuvo varios efectos sobre la situación de los
Estados en el sistema federal. En primer lugar, colocó las Constituciones de los
Estados en una situación muy desfavorable, puesto que no había en ellas un
principio semejante de acrecentamiento. Su soberanía estacionaria no podía en
ninguna manera seguir el progreso rápido de la influencia federal en las nuevas
esferas que le habían sido abiertas. La doctrina de los poderes tácitos era
evidentemente a la vez fácil e irresistible. Contenía el derecho del Poder Legislativo
nacional de apreciar por sí mismo la extensión de sus atribuciones políticas; podía
eludir, pues, todos los obstáculos de la intervención judicial; porque la Corte
Suprema muy pronto se declaró sin autoridad para discutir el privilegio de la
Legislatura de determinar la naturaleza y la extensión de sus
propios poderes, en la elección de los medios destinados para dar efecto a sus
prerrogativas constitucionales; quedando establecida desde hace tiempo como regla
conocida de acción judicial, que los jueces serán muy cautos para oponer su opinión
a la voluntad legislativa en los casos en que no esté demostrado claramente que ha
habido violación verdadera de un principio constitucional incontestable, o de una
disposición constitucional expresa. Las autoridades federales son en la mayor parte
1
Por reforma publicada en el Diario Oficial del 24 de octubre de 1942, la fracción XXIX del
artículo 73 pasó a ser, con su mismo texto, la fracción XXX.
de los casos los únicos jueces de las invasiones cometidas sobre los Poderes de los
Estados. Los Estados están absolutamente privados hasta de toda defensa efectiva
de sus prerrogativas evidentes, porque no son ellos sino los Poderes nacionales
quienes tienen la misión de determinar con una autoridad decisiva e incontestable,
cuáles son los poderes de los Estados que en el caso de contestación o de conflicto
serán reconocidos. En resumen, uno de los privilegios que los Estados han
abandonado de manos del Gobierno Federal es el privilegio que comprende todos
los demás, el de determinar lo que ellos mismos pueden hacer. Los tribunales de los
Estados no pueden detener el crecimiento del poder del Congreso”. (Extracto de la
página 27 a la página 30 de la obra de Woodrow Wilson “El Gobierno
Congresional).
Bryce afirma que a partir del término de la guerra civil de 1861 a 1865
pueden estimarse como definitivamente establecidas las doctrinas siguientes;
Ningún Estado tiene derecho a retirarse de la Unión. La única autoridad competente
para decir en definitiva sobre el carácter constitucional de un acto del Congreso o
del Ejecutivo Federal es el Poder Judicial Federal. Todo acto de la Legislatura o del
Poder Ejecutivo de un Estado que esté en oposición con la Constitución Federal o
con un acto del Gobierno Nacional, dictado en virtud de la misma Constitución, es
en realidad un acto no del gobierno del Estado, sino de personas que se arrogan
falsamente el derecho de obrar como si fuesen el Gobierno mismo, y por lo tanto, es
nulo ipso jure. Los que desobedecen a la autoridad federal pretextando órdenes
contrarias de la autoridad del Estado son como insurrectos contra la Unión, y a la
Unión corresponde someterlos con su poder. La coacción se ejerce entonces no
contra el Estado sino contra los insurrectos individualmente aunque están
organizados.
Federal para fijar y calificar su propia competencia, lo que es la esencia misma del
régimen federal, la característica por decir así que distingue a la Federación o
Estado Federal, fácil es explicarse, tomando en cuanta todos los artículos de la
Constitución antes citados, y muy especialmente la fracción XXIX del 73, el 133 y
las dos fracciones del 103 acabadas de mencionar, el desequilibrio que se ha
establecido lenta pero seguramente entre los órganos federales y los locales,
esta forma política, tan conveniente hoy a nuestro país, y que ha llegado a ser
insustituible, dadas las aspiraciones y la voluntad manifiesta del pueblo mexicano,
pueden en lo futuro corregir sus deficiencias y transformarse en un procedimiento el
gobierno viable y de completa utilidad para la nación. Entra esos defectos podemos
anotar el peligro de que se organicen cacicazgos regionales en alguna o varias de las
Entidades Federativas, lo cual constituye un serio peligro para la paz pública y para
la estabilidad de las instituciones nacionales. Este temor no es simplemente
hipotético, sino que en el curso de nuestra historia se han presentado verdaderos
casos que tenían en constante zozobra a la autoridad central, pudiendo citarse como
típicos los de don Juan Álvarez en Guerrero, Vidaurri en Nuevo León y Coahuila, y
la multitud de caciques locales que hubo durante las administraciones de
Comonfort, de Juárez, de Lerdo y los primeros años del General Díaz. No podemos
dejar inadvertidos los recientes casos ocurridos durante los gobiernos de Madero,
Carranza y hasta nuestros días, en que si bien no han llegado a constituir un amago
directo para la existencia de los Poderes Federales, han tomado todos los caracteres
de una emancipación local e ilegal, ejecutando actos y desmanes violatorios del
texto y del espíritu de la Constitución y que el Gobierno Federal se ha considerado
impotente para reprimir.
Otro de los inconvenientes anotados contra el régimen federal, es la falta de
unidad en la legislación y en la administración de los distintos Estados, y las
dificultades, gastos y molestias ocasionados por la complejidad de contribuciones e
impuestos; pero si se toma en consideración que los negocios reservados a la
reglamentación de las Legislaturas locales son los concernientes al estado y
capacidad de las personas, propiedad privada, contratos y sucesiones, y, en general,
materias de Derecho Privado; las relativas a las represión de los delitos y
organización de tribunales y procedimientos judiciales comunes, se comprende
que no hay daño alguno, ni se afecta de ninguna manera el progreso del país, ni el
perfeccionamiento de sus instituciones. Hay tanta menos razón cuanto que es
posible, ya sea por medio de una reforma constitucional, o ya por medio del
prestigio reciente de la legislación federal, uniformar los principios fundamentales
del Derecho Privado y hacerlos generales par toda la República, aun cuando la
*
* *
2
Por virtud de la modificación de 10 de febrero de 1944, la fracción VI del artículo 89 amplía las
facultades del Presidente de la República, incluyendo la de disponer de la Fuerza Aérea.
Federal, sin que pueda actuar de una manera violente o directa, si no es saliéndose
del objeto de nuestro estudio, es decir, por medio de la revolución o de
procedimientos extralegales.
La única sanción que existe para obligar a los Poderes Federales a cumplir con las
obligaciones imperativas que ha puesto a su cargo la Constitución y que estamos
estudiando, es de carácter indirecto y político, es decir, la desaprobación por el
CAPÍTULO VI
GOBIERNO REPRESENTATIVO
cual éstos deben ejercer por sí mismos dicha soberanía sin tener necesidad de
mandatarios y sin que haya menester instituir ningún régimen representativo.
Rousseau niega absolutamente toda posibilidad de representación política,
declarando incompatible ese régimen con la soberanía popular. Según su doctrina,
la soberanía toma su consistencia en la voluntad general del pueblo, y ésta, a su
juicio, no es susceptible de ser representada, como tampoco puede ser enajenada. Y
así como la soberanía es inalienable, asimismo el soberano no puede ceder a nadie
el poder de querer por representación en su lugar.
Como demostración categórica el mismo Rousseau asienta los siguientes
conceptos: “El soberano puede muy bien decir: yo quiero actualmente lo que quiere
otro hombre determinado, pero él no puede decir: lo que este último hombre querrá
mañana yo lo querré también, puesto que es absurdo que la voluntad se ate con
cadenas para lo porvenir. Si, pues, el pueblo promete simplemente obedecer queda
disuelto por este acto, pues pierde su calidad de pueblo: desde el instante que tiene
un amo, ya no hay soberano”. “El pueblo inglés cree ser libre y se engaña
totalmente; no lo es más que durante la elección de los miembros del Parlamento, e
inmediatamente que éstos han sido electos, es un esclavo, no es nadie”.
Las doctrinas que establecen una diversa forma de gobierno, o sea el representativo,
y que desde el punto de vista de los principios admiten discusión, no pueden dar
lugar actualmente a dudas sobre su conveniencia y su aplicación práctica,
tratándose de las existencia económica, social y política del Estado moderno tan
complejo, provisto de enormes facultades y teniendo a su cargo tan tremendas
responsabilidades de la vida contemporánea; por lo tanto, ha quedado descartado
definitivamente el régimen de gobierno directo en todas las grandes naciones en la
actualidad y sujetas al régimen representativo. Claro que cuando
hablamos de gobierno directo nos referimos al puro, al que concentra todas las
facultades y el ejercicio y práctica de las mismas directamente en el pueblo.
Si en las pequeñas repúblicas de la antigüedad, como en Atenas y Esparta, y
aun en la misma Roma, pudo haber el gobierno directo, especialmente en lo que
toca el ejercicio de la función legislativa, en los Estados modernos, tan complicados
y tan llenos de problemas y responsabilidades, no cabe suponer la posibilidad de
que el pueblo tenga ni el espacio adecuado para ejercitar en un momento dado todas
las funciones políticas, ni el tiempo necesario para dedicarse a las mismas, puesto
que necesita llenar las otras mil funciones de carácter doméstico, económico y
social que desempeñan los ciudadanos actualmente; ni por último, puede tener los
conocimientos y la capacidad intelectual bastantes para el ejercicio de las difíciles
funciones gubernamentales. Por lo tanto, en razón de todas esas imposibilidades
que presenta el gobierno directo, el pueblo en la actualidad ha sido admitido
simplemente a designar representantes, es decir, hombres ilustrados, especializados,
dispuestos a consagrar todo su tiempo a las funciones públicas y que posean a la
vez aptitudes suficientes para dirigir los negocios del Estado.
Establecida, pues, esta necesidad política del Estado, del régimen
representativo contemporáneos, debemos precisar cuáles son las características de
los representantes y procurar desprender la noción jurídica de la representación, es
decir, cuáles son las relaciones que existen entre el pueblo soberano y aquéllos, y
cuál es el alcance jurídico de las atribuciones y facultades de los mismos. Carré de
Malberg dice a este respecto: “Según la opinión más generalizada en la gran masa
del público y en los medios políticos, la relación que existe entre electores y
elegidos en una relación de naturaleza contractual, análoga a la que resulta del
contrato civil de mandato, considerándose al elector como un mandante y al electo
como un mandatario”.
“Más exactamente, la idea esencial que se encuentra contenida en esta
manera de ver, es que la elección se resuelve en una transmisión de poderes de los
electores a los elegidos. En realidad esta concepción procede directamente de las
ideas de Rousseau sobre la materia de soberanía. He aquí cómo se razona para
construir la teoría de mandato electivo. He aquí cómo se razona para construir la
teoría de mandato electivo. Se admite como punto de partida que la soberanía reside
en el pueblo. El pueblo en el momento de la elección está representado por el
cuerpo de los electores, y es ese cuerpo electoral el que encarna al soberano. Por el
hecho de la elección cada elector confiere al electo la fracción individual de
soberanía de que es titular, y se opera, pues, una transmisión de la soberanía, que de
los electores pasa a los elegidos. Después de la elección la soberanía se encuentra
trasferida a la asamblea. ¿En virtud de qué título los diputados se han convertido a
sí mismos en el soberano? A título de delegados investidos por mandato de los
poderes de sus mandantes los electores. Y así como en el caso de contrato civil de
mandato los actos cumplidos por el mandatario son reputados hechos por el
mandante mismo, así también en el Derecho Público, cuando los electos ejercitan el
poder soberano, deben considerarse sus actos como la obra del pueblo entero, que
ejerce su soberanía por la mediación de sus representantes”.
Sin embargo, tal analogía de la representación con el mandato debe ser
rechazada tomando en cuenta la estricta significación teórica de esa misma
representación. En efecto, como dice Carré de Malberg: “el representante tiene
poder para los asuntos comprendidos dentro de su competencia, un poder de libre
iniciativa, de personal apreciación, de propia decisión, y es evidente que no es el
comisionado del pueblo y no puede estar sujeto por consecuencia a ningún mandato
imperativo; además todas las voluntades o decisiones que el representante enuncia
en nombre del soberano toman inmediatamente la misma fuerza o perfección que si
hubiera sido expresadas por el soberano mismo, y por lo tanto son válidas por sí sin
tener necesidad de esperar la ratificación del pueblo”. En el mismo sentido dice
Esmein en sus “Elementos de Derecho Constitucional”: “Los diputados tienen una
entera independencia, una plena libertad de apreciación, por lo que toca al ejercicio
de sus poderes y a los actos propios de sus funciones, en tanto que éstas no han
llegado a su término legal. No solamente sus electores no pueden revocarlos, sino
que no pueden tampoco limitar sus poderes por instrucciones precisas e iniciales, ni
obligarlos a resolver en cierto sentido bajo pena de nulidad de sus actos. Los
diputados no son simples delegados o mandatarios de los electores del pueblo:
son por un tiempo determinado y para el ejercicio de ciertos atributos de la
soberanía, los representantes legales de la nación que les ha transmitido su
derecho. Deben por lo tanto obrar en conciencia por el bienestar y el interés
general, pero para alcanzar este fin la mayor libertad les es concedida dentro de
los límites de la Constitución”.
“Lo que caracteriza a los representantes del pueblo soberano es que en el límite de
las atribuciones que les son concedidas son llamados a decidir libremente,
arbitrariamente, en nombre del pueblo a quien se considera querer por su voluntad y
hablar por la boca de ellos. El delegado del soberano o mandatario que no tuviera
en ningún caso poder de decisión propia, cuyos actos fueran determinados de
antemano por reglas legales o por instrucciones obligatorias o que no pudiera
decidir nada sin la ratificación del soberano, ese no sería un verdadero
representante”. Por último, el mismo Carré de Malberg dice, precisando aún más el
carácter teórico y legal en todas las Constituciones que han adoptado el régimen
representativo, que “los diputados son instituidos por el sufragio de los ciudadanos,
pero el poder que adquieren a consecuencia de la elección no les vienen de esos
ciudadanos. Esta fórmula significa que el diputado es escogido, designado,
nombrado por los electores; es llamada por ellos al poder y recibe de ellos su
investidura, y en ese sentido se puede decir, si requiere, que el cuerpo electoral es el
autor del poder de sus elegidos. Pero eso se puede expresar en ese sentido
solamente, porque en lo demás es diputado, no es ni mandatario ni el delegado de
sus electores. Es un elegido y no su comisionado. Se ha expresado la misma idea
diciendo que lo que el pueblo da a los lectores por medio de la elección no es un
mandato, sino es su confianza. Caracterizar la elección como un acto de confianza
es marcar claramente que es de parte de los electores un acto de abandono más bien
que de dominio”. Por lo tanto, expuestas las doctrinas anteriores que están
consagradas por la historia y por la experiencia de muchos años y dentro de las
cuales se ha fijado el carácter que han tomado los diputados o representantes en los
tiempos recientes, como veremos después; expuestas esas teorías, repetimos, que
dejan comprobado que el diputado o representantes en los tiempos recientes, como
veremos después; expuestas esas teorías, repetimos, que dejan comprobado que el
diputado o representante del pueblo debe proceder en sus actos, en sus
deliberaciones y en sus votaciones conforme a su propio criterio y conforme a lo
que él considere indicado por el interés general, por su sentido político y patriótico,
es evidente que no debe aceptarse la teoría del mandato conforme a la cual se ha
querido apreciar a los representantes. En efecto, dado lo expuesto anteriormente, es
indudable que el diputado no puede ser considerado como mandatario porque no es
revocable su cargo, y es de la esencia del mandato que, salvo pacto en contrario, sea
siempre revocable a juicio del mandante; y bien sabemos que conforme a nuestra
Constitución los diputados y senadores y el Presidente de la República electos no
pueden ser revocados de sus cargos por ninguna autoridad, ni por los colegios
electorales, ni por el pueblo mismo, sino por medio de la violencia o la revolución,
es decir, por medio de procedimientos extralegales.
Igualmente debe precisarse otra diferencia entre la representación y el
mandato; y consiste en que el mandatario siempre es responsable hacia el mandante
de la misión o funciones que le han sido conferidas, y en el caso del representante y
conforme a nuestro Derecho Público no existe nada semejante, pues ni los
miembros del Congreso ni el Presidente de la República son responsables ante sus
preciso que todas las aspiraciones de orden material o moral que coexisten en el
pueblo entre las diversas categorías de ciudadanos, encuentren en el Parlamente su
representación y puedan no solamente manifestarse, sino aun recibir cada una de
ellas cierta parte de satisfacción. Ahora bien, de hecho el régimen representativo ha
evolucionado por lo tanto, en un sentido muy distinto de aquel hacia el cual habían
creído orientarlo sus fundadores. El diputado que, según los textos constituciones,
no debería representar más que a la Nación, se pone al servicio del grupo que ha
garantizado su elección. Y las decisiones del Parlamente, que según la fórmula
constitucional, pasan el resultado de negociaciones y de arreglos transaccionales
entre parlamentarios que forman grupos particulares correspondientes a la
diversidad de partidos de intereses especiales, y por lo tanto se ha llegado a aceptar
ratificar todos los actos del Poder Público que los imponía y a consolidar por el
mayor tiempo que fuera posible el domino de la dictadura. Todo este sistema de
gobierno ocasionó un malestar profundo, y con el transcurso de los años una
protesta creciente y un movimiento de agitación hasta el estallido de la Revolución
de 1910, que derrocó el régimen y abrió una nueva etapa en la historia de México.
Ello trajo como consecuencia, evidentes hasta hoy, una benéfica transformación en
las condiciones económicas y sociales del pueblo mexicano, especialmente – y ese
es un mérito – en la mayoría del mismo, es decir, en las clases proletarias. Pero por
lo que respecta a las instituciones políticas y a las prácticas democráticas, en una
palabra, a la conducta cívica de gobernantes y gobernados, no ha habido
modificación alguna, y puede decirse que si no estamos en las mismas deplorables y
tristes circunstancias que en 1910, es porque nos hallamos en una situación peor.
Exceptuando los primeros Congresos después de promulgada la Constitución de
1917, durante los gobiernos de Carranza y del General Obregón, en las cuales
estuvieron como representantes muchos de los hombres más prominentes de
la Revolución, por su cultura y prestigio, con posterioridad y de Congreso en
Congreso el nivel cultural y mental progresiva, hasta poder afirmarse que a nuestras
Cámaras no llegan los ciudadanos capacitados para orientar y resolver los
problemas del pueblo mexicano, siendo la sumisión y el incondicionalismo
de los miembros del
Congreso, respecto de los que dirigen la política nacional, los mismos que en los
tiempos del General Díaz.
Esto se ha debido a las deficiencias de nuestras instituciones políticas, al
deliberado propósito de los gobiernos de impedir el advenimiento rápido y
progresivo de la democracia, no permitiendo que el pueblo o la oposición, si se
quiere, actúan libremente; y sobre todo, al mal irremediable de considerar todavía
como ciudadanos de una República representativa y democrática a dos o tres
millones, por lo menos, de hombres analfabetos, ignorantes en absoluto del medio
en que viven y de las instituciones que los rigen, y lo más triste, carentes por
completo de aspiraciones e ideas políticas. Son, en una palabra, las consecuencias
de las absurdas doctrinas jacobinas que nos han sido impuestas, y que se basan en la
falsedad de que todos los hombres nacen libres y son, por lo tanto iguales en
derechos, lo que no admite nadie, ni la Rusia bolchevique.
CAPÍTULO VII
Así cuando los legisladores sepan que sus resoluciones carecen de fuerza y
eficacia, mientras no hayan sido ratificadas por el pueblo distribuido en los colegios
electorales, tomarán mayores precauciones y procederán con mayor patriotismo,
moralidad y desinterés, puesto que no sólo se exponen a que sus votos y mandatos
sean anulados, sino que a la postre y después de repetidos fracasos caiga en
desprestigio el Poder Legislativo, y sus miembros, desconceptuados y
descalificados ante la opinión pública, se vean rechazados por la misma,
privándolos de sus cargos al negarles la reelección correspondiente en los
inmediatos comicios. y si bien es cierto que este procedimiento que nos ocupa sería
difícil en su aplicación práctica, por lo que toca a las decisiones del Congreso
Federal, si no se toman todas las medidas prudentes de organización, garantías y
respeto a los numerosos colegios electorales que funcionarán en la República para
el referéndum de la legislación federal, la verdad es que debería hacerse un ensayo
cuanto más pronto, mejor, para someter a la ratificación del pueblo, tanto las
reformas constitucionales federales, pues en ellas el interés nacional es palpitante y
se afectan casi todos los derechos del pueblo entero, cuanto la legislación local
votada con harta frecuencia sin estudio, sin preparación y sin debates por las
referidas Legislaturas. En nuestro país son frecuentes y
Además del referéndum propiamente dicho, existen como dijimos, otras dos
formas de gobierno semidirecto, que son el veto popular y la iniciativa popular. El
primero "supone que una ley previamente votada por las asambleas electas es
plenamente válida y produce todos sus efectos, si en cierto plazo después de votada,
determinado número de ciudadanos no pide el referéndum, pues en este último caso
esa consulta debe ser practicada y el pueblo puede aun rechazar la ley. Con el
referéndum propiamente dicho el voto del pueblo es necesario para la perfección
jurídica de la ley: con el veto popular el voto no es siempre necesario, y
transcurrido un plazo determinado no es permitido ya. En Otros términos, con el
referéndum ordinario la ley no será válida si el pueblo no le da su aprobación
formal; en tanto que con el veto popular la ley existirá, a menos que el pueblo no
manifieste en un cierto plazo su desaprobación formal".
En cuanto a la iniciativa popular, debe decirse que es el derecho conferido al
pueblo por la Constitución de obligar en determinados casos al Parlamento a tratar
por medio de la legislación ciertos problemas de interés general, los cuales por
capricho, por negligencia ° por incompetencia se niegan sistemáticamente a iniciar
los miembros de las Cámaras. De este modo la iniciativa popular es un
TITULO II
CAPÍTULO I
del mismo año Iturbide disolvió el Congreso, substituyéndolo por una Junta a la que
llamó Instituyente y que se componía de individuos nombrados por él mismo. Esta
situación anómala y condenable sólo duró unos cuantos meses, debido al triunfo de
nuestra también primera revolución, que fue proclamada en Veracruz el 5 de
diciembre de 1822 por don Antonio López de Santa Anna, triunfo que dio por
resultado la abolición de la monarquía, el destronamiento de Iturbide y la restitución
del Congreso Constituyente.
El reinstalado Congreso acordó convocar a elecciones para otro que iba a
llevar el nombre de Segundo Congreso Constituyente y que debía dotar al país de su
primera Constitución. Este nuevo Congreso, instalado el 7 de noviembre de 1823,
expidió el Acta Constitutiva de 31 de enero de 1824 y más adelante el 4 de octubre
del mismo año la primera Constitución de la República, que en unión del Acta
referida constituyen las verdaderas tradiciones y los principios originarios del
Derecho Público Mexicano. El Acta Constitutiva contiene un capítulo relativo a la
forma de gobierno y religión; otro sobre división de Poderes: Poder Legislativo,
Poder Ejecutivo y Poder Judicial: por último, el gobierno particular de los Estados.
En materia de garantías individuales se acordó declarar que ningún hombre sería
juzgado en los Estados o Territorios de la Federación sino por las leyes dadas y
tribunales establecidos antes del acto por el cual se le juzgaba, y en consecuencia
quedó para siempre prohibido todo juicio por comisión especial y toda ley
retroactiva. Por primera vez se adoptó en la Nación la forma de República
Representativa Federal en el artículo 5º del Acta, y se reconoció en el artículo 6º
como partes integrantes de la República Federal a Estados independientes, libres y
soberanos en lo que exclusivamente tocara a su administración y gobierno interior,
fijando provisionalmente el número de dichos Estados en el artículo 7º y en el 8º
autorizando a la Constitución para que pudiera aumentar el número de los Estados
designados provisionalmente en dicha Acta. Ya desde entonces en el artículo 9º se
estableció que el Poder Supremo de la Federación se divide para su ejercicio en
Legislativo, Ejecutivo y Judicial, y que jamás podrían reunirse dos o más de éstos
en una corporación o persona, ni depositarse el Legislativo en un individuo. Para el
Poder Legislativo se admitió el sistema bicamarista, declarando que residiría en un
Congreso General, compuesto de una Cámara de Diputados y de una de Senadores.
están en el artículo 162. Para hacer efectivos los derechos individuales no hay más
expediente que la responsabilidad de los funcionarios. En el artículo 117 se estipula
que para el despacho de los negocios del Gobierno de la República habrá el número
de Secretarios que establezca el Congreso General por una ley.
Este primer ensayo constitucional en nuestro país, en vez de apaciguar los
ánimos, de haber creado instituciones sólidos y permanentes, y, sobre todo, de
haber establecido la paz pública sobre bases de orden y de derecho, realizando uno
de los propósitos fundamentales de todo Código Político, o sea el de lograr la
transmisión pacífica del poder en cada uno de los períodos marcados por la Ley
Suprema, no sólo no pudo evitar la desorganización política y social del país, sino
que por el contrario, después de proclamada, “los desórdenes, los motines y las
inmoralidades de todo género no conocieron ya límite de ninguna clase, y fueron
tales, que en el período de seis años transcurridos desde abril de 1829, en que
terminó su período el primer Presidente de la República don Guadalupe Victoria,
hasta mayo de 1834, en que sólo debieron haber funcionado dos Presidentes de la
República, figuraron sucesivamente con este carácter once Presidentes, promovidos
todos y separados después en virtud de motines, revoluciones y diversos atentados
contra el orden legal. “El General don Antonio López de Santa Anna, investido del
carácter de Presidente de la República mandó disolver el 5º Congreso
Constitucional el 31 de mayo de 1834, convocando a elecciones para otro Congreso
que se instaló el 1º de enero de 1835 y que el 5 de mayo del mismo año se declaró
por sí y ante sí autorizando para reforma la Constitución de 1824. En diciembre de
1835 se expidió la Ley de Bases para la Constitución, y un año después, el 30 de
diciembre de 1836 se promulgaron las Siete Leyes Constitucionales”, o sea la
segunda Constitución con que se dotada a la República en el brevísimo período de
doce años.
Sin embargo, a pesar de los nulos resultados obtenidos con la promulgación
de nuestra Ley Constitucional de 1824, hay que reconocer en este primer ensayo de
legislación los méritos que tuvo, y no hacerla exclusivamente objeto de censura y
críticas. Rabasa dice en sus libros en uno de sus libros: “El Acta y la Constitución
de 1824 llegaron al punto más alto a que pudieran aspirar los pueblos comos
institución política, estableciendo la división y separación de los Poderes Públicos,
la organización del Legislativo y el Judicial como entidades
otros lugares, y aun gran parte de las enviadas por el Gobierno para sofocar la
revolución y que se sumaron a los rebeldes, a pesar de ello debe considerarse como
un movimiento esencialmente popular; no que el movimiento hubiera sido dirigido,
secundado y ejecutado por elementos populares, como nuestras gloriosas
revoluciones de Independencia y de Reforma, sino que evidentemente el pueblo de
la República aplaudió y apoyó con entusiasmo, con toda la fuerza moral y material
que estaba a su alcance el acto de rebeldía de Ayutla. Esto hizo que la revolución
terminara en corto tiempo relativamente, dada la considerable fuerza militar de la
Dictadura Santaanista, y a que llevara a la Presidencia provisional de la República,
primero al veterano de la Independencia don Juan Álvarez, y después al coronel don
Ignacio Comonfort.
Convocado un nuevo Congreso Constituyente por la revolución triunfante,
para constituir otra vez más al país, se reunió en la capital de la República el día 14
de febrero de 1856, celebrando en esta fecha su primera junta preparatoria, con la
asistencia tan irrisoria de sólo 38 diputados; y el 18 del mismo mes y año verificó la
solemne apertura de sus sesiones concurriendo el Primer Magistrado de la
República. Este acompañado del ministerio y rodeado de numerosos funcionarios,
pronunció el discurso inaugural, en el que ofreció “que con la misma lealtad con
que había sostenido el Plan de Ayutla sostendría al Congreso Constituyente como la
legítima emanación de la voluntad nacional”.
En la sesión del 16 de junio de 1856 el Presidente de la Comisión de
Constitución dio lectura al dictamen y al proyecto de la nueva Ley Suprema que se
ofrecía al pueblo mexicano. Las sesiones de este memorable Congreso duraron
hasta el 5 de febrero de 1857, en cuya fecha fue firmada la nueva Constitución por
más de noventa diputados y por el Presidente de la República. Ante un concurso
inmenso el señor Mata dio lectura a la Constitución ya aprobada, después de
ocho meses de importantísimas y trascendentales discusiones para aquellos
tiempos, y los secretarios anunciaron que había entera conformidad con el texto
de los autógrafos. En seguida prestó juramento de reconocer, guardar y hacer
guardar la nueva Constitución, el señor Guzmán, Vicepresidente del Congreso.
Don Valentín Gómez Farías, Presidente del mismo, conducido por varios
diputados y arrodillado delante del Evangelio juró en seguida. Todos los
diputados puestos en pie y extendiendo la mano derecha
TITULO III
NACIONALIDAD Y CIUDADANIA
CAPÍTULO I
3
Rige ahora la Ley Electoral de Poderes Federales publicada en el Diario Oficial de enero de
1946, que establece las bases para un censo, crea autoridades específicas para el acto electoral y
señala las notas mínimas que debe tener todo Partido Político.
4
La reforma del art. 30 fue publicada en el Diario Oficial el 18 de enero de 1934.
5
Conforme a la reforma de 1934 son mexicanos por nacimiento: Los que nazcan en el territorio de
la República, sea cual fuere la nacionalidad de sus padres; los que nazcan en el extranjero de
padres mexicanos; de padre mexicano y madre extranjera, o de madre mexicana y padre
desconocido; y los que nazcan a bordo de embarcaciones mexicanas, sean de guerra o mercantes.
6
Por la reforma publicada en el Diario Oficial de 18 de enero de 1934 el arto 30 ha quedado
redactado en cuanto a los mexicanos por naturalización en la siguiente forma: "Son mexicanos por
naturalización: I. Los extranjeros que obtengan de la Secretaría de Relaciones carta de
naturalización; y II. La mujer extranjera que contraiga matrimonio con mexicano y tenga o
establezca su domicilio dentro del territorio nacional".
8
Véase la nota núm. 7.
9
Véase la nota núm. 7.
10
Véase la nota núm. 4.
11
Este requisito ha sido suprimido en la redacción actual del arto 30.
que se les impongan en el país de su nuevo domicilio. Pero cualquiera que sea la
modalidad o restricción que se establezca en este caso, debe decirse que tanto la
Constitución de 57 como la actual han estado plenamente justificadas al dar la
calidad de nacionales a los que tienen sangre mexicana, a los que en su organismo
llevan la herencia de los defectos o cualidades de nuestra raza, y por lo tanto a los
hijos de padres mexicanos.
Ha adoptado la Constitución actual, igualmente, el principio del suelo o
nacionalidad adquirida por el lugar de nacimiento, porque es indudable que el
ambiente en que el individuo crece y se educa y se relaciona, adquiriendo bienes y
formando una nueva familia, produce un vínculo estrecho e indisoluble con el país
en que se vive. Además, borra las diferencias injustas que para el desempeño de
determinados cargos públicos establecía la Constitución pasada, equiparando la
actual con los mexicanos por nacimiento a los que nazcan en la República y vivan
en ella y manifiesten su voluntad de ser mexicanos, cuando sus padres sean
extranjeros. Y ha adoptado, por último, el verdadero y fundamental principio para
adquirir la nacionalidad, o sea el del consentimiento, admitiendo que por medio de
un acto voluntario se vinculen los individuos con la patria que escojan; por eso ha
admitido como mexicanos por naturalización a todos los extranjeros, cualquiera que
sea su país de origen, que residan en México cinco años consecutivos, tengan un
modo honesto de vivir y hagan patente su resolución de ser mexicanos por medio de
la carta de naturalización que obtengan de la Secretaría de Relaciones. 12 Por estos
mismos motivos han reconocido plenamente a los mexicanos el derecho de
expatriarse y de adquirir otra nacionalidad.
En cuanto a los llamados indolatinos, no se trata más que de
una frase literaria sin connotación aceptada, ni exacta, pues en
realidad la Constitución se ha querido referir a los iberoamericanos, excluyendo a
los habitantes que vivan arriba del Río Bravo; pero debe decirse que el propósito
buscado es el de hacer una pública declaración de solidaridad interamericana,
permitiendo que por el solo hecho de que se avecinen en la República y manifiesten
el simple deseo, sin requisitos ni plazos, puedan adquirir la nacionalidad mexicana.
Si no merece especial censura tal procedimiento, sí declaramos que es innecesario y
12
Véase la nota núm. 6. La ley de Nacionalidad y Naturalización de 5 de enero de 1934 (Diario
Oficial del día 20) establece dos procedimientos para naturalizarse mexicano: ordinario y
privilegiado.
que puede dar lugar, además de dificultades, a molestos desaires para nuestra
nacionalidad, la cual sólo debe concederse con todos los requisitos, solemnidades y
garantías necesarias para comprobar la voluntad de sus adquirentes y el respeto que
les merece la misma.
*
* *
Una vez que conocemos quiénes son los que tienen la calidad de mexicanos,
debemos indicar que ella constituye el principal medio para adquirir la ciudadanía,
la que por ningún título pueden alcanzar los extranjeros sin llenar previamente el
requisito de naturalización. y tal es el motivo por lo que se ha cuidado tanto de
precisar la naturaleza y los procedimientos para comprobar la nacionalidad, puesto
que por medio de ella se adquieren los importantes derechos políticos que sirven
para la designación de los titulares del Poder Público, y para poder desempeñar las
altas funciones del Estado. Por lo tanto, en México tenemos, como primera
clasificación de sus habitantes, la de mexicanos, ciudadanos mexicanos y
extranjero. Los primeros son todos los que reúnen los requisitos que antes
expusimos y a los cuales la Constitución da la calidad de nacionales. Estos como
tales, y sin el aditamento de la calidad de ciudadanos, no tienen ningún derecho
político, pero disfrutan como individuos de todas las garantías individuales, y
además son los únicos que pueden adquirir la ciudadanía al concurrir en ellos las
demás circunstancias exigidas por la Ley Suprema. Pero si no se les ha reconocido
prerrogativas cívicas, sí se les impone en el artículo 31 de la Constitución
obligaciones, y todas ellas son altamente plausibles, puesto que se les exigen
deberes que redundan con toda justificación en beneficio exclusivo de la Patria.
Por consiguiente, deben hacer que sus hijos o pupilos menores
de quince años concurran a las escuelas públicas o privadas, para obtener la
educación primaria .elemental y militar, durante el tiempo que marque la Ley en
cada Estado; asistir en los días y horas designados por el Ayuntamiento del lugar en
que residan para recibir instrucción cívica y militar; alistarse y servir en la guardia
nacional, conforme a la Ley Orgánica respectiva, y contribuir para los gastos
públicos de la Federación, del Estado y municipios en que residan de la manera
proporcional y equitativa que dispongan las leyes.
Y esto está plenamente justificado, pues era indispensable exigir a todos los
nativos, en un país como el nuestro en que cada quien se considera con derechos
pero nadie con obligaciones, prestar ciertos servicios al Estado y a la sociedad, pues
nuestro carácter individualista, falto de solidaridad y propenso a exigir todo 10 que
pueda beneficiarnos del Gobierno o del Estado, se hubiera tal vez negado a cumplir
esas elementales obligaciones sin las cuales no se podrá conseguir la extirpación del
analfabetismo, que es el bochorno más grande de nuestra organización política y
social, por el porcentaje enorme que arroja de iletrados. Pata ese fin se exige a todos
los mexicanos que envíen a sus hijos menores de quince años a las escuelas para
obtener la educación primaria elemental y militar.
Las demás obligaciones impuestas conducen a preparar, hasta donde sea
posible, técnicamente y a base de disciplina, a todos los nacionales para defender la
independencia y la integridad de la Patria, función importantísima y que cada día
requiere mayor preparación, no sólo por virtud de los adelantos obtenidos en el arte
de la guerra, sino porque en todos los países, lo mismo capitalistas que socialistas,
la organización militar ha tomado proporciones considerables y los contingentes de
sus reservas son cada vez mayores, por lo cual' sería torpe y hasta insensato no
tomar las precauciones indispensables para la defensa del país.
*
* *
Tratándose de los ciudadanos, ya hemos dicho que el primer requisito para
llegar a serlo es poseer la calidad de mexicano, exigiéndose como complementarios
tener dieciocho años, caso de ser, casados, o veintiuno si no lo son; además un
modo honesto de vivir.
Estas limitadísimas condiciones exigidas por la Constitución para disfrutar
de las prerrogativas que ha conferido al ciudadano, y para llenar
los graves deberes que le ha impuesto, no sólo no merecen elogio, sino que bien
puede decirse que exigen una reforma constitucional, lo más pronto que sea posible,
para corregir los perjudiciales errores que está sufriendo el país y que le han
impedido hasta hoy, y le impedirán seguramente en lo futuro, el funcionamiento de
un verdadero régimen instituciona1. En efecto, según el artículo 39 de la Ley
Suprema, la soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo, todo
Poder Público dimana del pueblo, y el pueblo tiene en todo tiempo el inalienable
de los votantes, utilizando ese pretexto para derrocar a los futuros gobiernos
revolucionarios.
En el dictamen de la Comisión de Constitución, relativo a la ciudadanía, que
obra en la página 599, del tomo II, del Diario de los Debates del Congreso
Constituyente de Querétaro, se dice textualmente: "La defensa del principio de la
restricción del sufragio está hecha muy sabiamente en el informe del ciudadano.
Primer Jefe. Las cualidades morales de los grupos étnicos dominantes por su
número en el país justifican la teoría del sufragio restrictivo; pero razones de
política impiden que la doctrina pueda llevarse a la práctica en la época presente. El
sufragio efectivo fue lema de la revolución de 1910, la cual no pudo dejar de
considerarse como antecedente forzoso del movimiento libertario constitucionalista;
y por lo tanto, si la revolución propusiera la restricción del voto, sus enemigos
podrían hacerle la imputación de haber faltado a uno de sus principios y sería
sumamente peligroso dejar a nuestros enemigos esta arma, que dolosamente podrían
esgrimir en el actual momento histórico en que aún está agitado el pueblo por las
convulsiones de las pasadas luchas y no se puede asegurar que haya recobrado la
serenidad necesaria para juzgar desapasionadamente".
Contra ese dictamen, y en la discusión correspondiente, el diputado
Calderón dijo, entre otros párrafos de su discurso, lo siguiente: "Nuestra obra,
grandiosa, sublime, consecuencia de una lucha sangrienta, no será completa si no la
aseguramos de una manera definitiva contra las embestidas de la reacción. El
artículo que nos presenta la Constitución aceptando el voto ilimitado, sin tener en
cuenta el medio social, distinto el del interior al de la frontera, entraña un peligro
serio, un peligro verdadero. Esto está en el sentir de los revolucionarios más
serios e ilustrados de la Asamblea, entre los que se
encuentran también algunos miembros de la Comisión. Sin embargo, se adopta la
forma del sufragio ilimitado huyendo de un peligro inmediato, pero imaginario, que
entraña la restricción del voto, para caer en un peligro no muy lejano, pero
verdadero". Y refiriéndose a las futuras luchas políticas en las que la reacción ya
organizada tomaría parte, agrega: "Y entonces el Partido Liberal se verá en la
necesidad de acudir al fraude electoral para afianzar el poder, y a esto se le llamará
la nueva dictadura militar, porque el fraude electoral llamará en su apoyo a las
bayonetas. Esto, que está muy lejos de ser el funcionamiento normal y benéfico de
la democracia que nosotros ambicionamos, mantendría en tensión al Gobierno y a
* *
Refiriéndonos, aunque sucintamente por la extensión y fines de este
Manual, a los procedimientos electorales en vigor en otras naciones
y en la nuestra, y a las reformas propuestas por los publicistas y políticos,
trataremos: del sistema conocido con el nombre poco castizo de mayoritario y del
de representación proporcional; del sufragio directo y del sufragio indirecto; del
escrutinio uninominal y del escrutinio de lista; y terminaremos exponiendo algunas
razones a favor del sufragio femenino y de la conveniencia de su adopción en la
República.
El sistema seguido en México es el del sufragio universal e igual a base de
la mayoría de los integrantes de los colegios electorales, o sea el sistema
individualista, que no toma en cuenta calidades personales, ni intereses
representados, sino simplemente el número de ciudadanos capacitados, la pluralidad
de los electores, considerando como electos a los funcionarios que cuentan con la
mayoría de los votos de aquéllos. Este sistema está en pleno descrédito en la
actualidad, porque deja sin representación a un considerable número de ciudadanos,
que pudiera llegar hasta el 49% de los electores, lo que es una injusticia y una falta
lógica evidente. Para hacer resaltar este absurdo supongamos que se trata de elegir,
por ejemplo, cien representantes y que el número de electores fuera de un millón,
resultaría que quinientos un mil votantes designarían la totalidad de los cien
funcionarios que debían elegirse, y en cambio, los cuatrocientos noventa y nueve
mil electores que constituyen la minoría carecerían por completo de representación.
Y todo esto, que es opresivo y falto por completo de equidad se agrava todavía más,
puesto que los países que han adoptado el régimen mayoritario, entre ellos el
nuestro, siguen el procedimiento de mayoría relativa en vez de absoluta, por lo que
todo partido que controle la mitad más uno de los electores inscritos, podrá obtener
la totalidad de los representantes que deben elegirse, simplemente con que tenga
una mayoría de votos cualquiera en los colegios electorales, sin ser necesaria la
concurrencia de la mitad más uno del número de los votantes empadronados.
En cambio, el sistema de representación proporcional da oportunidad a
todas las tendencias y a todas las aspiraciones de los gobernados para estar
representadas en los parlamentos y demás órganos políticos del Estado, impidiendo
el gobierno de un partido o de una sola clase, en suma, de una oligarquía, que
organizada con habilidad y contando con la fuerza material que dan el ejército y el
erario, controlaría definidamente los destinos del país. Por eso el sistema de la
representación proporcional se ha ido prestigiando día a día, y ya
últimos días del gobierno del General Díaz, en que como una medida política y con
la esperanza de contrarrestar los progresos de la revolución triunfante de 1910, se
implantó el voto directo. Este voto, como su nombre lo indica, da derecho al elector
para designar individualmente al funcionario que debe desempeñar el cargo público,
a la inversa del sistema de elección indirecta en el que el sufragante sólo puede
designar a determinadas personas que toman propiamente el nombre y el carácter de
electores, y que son las que deben elegir a los funcionarios públicos.
La Constitución de 57 había aceptado el sufragio indirecto en primer grado,
es decir, el pueblo sólo podía designar el número de electores que fijara
previamente la Ley Electoral, para que éstos, reunidos en Colegio, eligieran a los
funcionarios públicos. Tal procedimiento, como era natural, produjo los resultados
más nulos y contraproducentes, pues ni el pueblo tuvo interés en designar a otras
personas para que suplieran sus propias funciones de elección, ni los que por medio
del fraude aparecían designados electores tuvieron nunca ni independencia, ni
convicción, ni responsabilidad para llenar su cometido, sino que se concretaron a
autorizar las listas de funcionarios designados de antemano por la Presidencia de la
República. Por lo tanto, la reforma que trajo la Constitución de Querétaro
adoptando el voto directo fue un paso progresista en el sentido democrático,
que adicionado y concordado con los medios que propusimos antes, de restricción
temporal del voto y el derecho de representación de las minorías, puede conducir a
las realizaciones que hemos mencionado, despertando desde luego los deseos y
aspiraciones del pueblo para gobernarse por sí mismo.
La Constitución de 17 sólo adoptó e hizo perfectamente bien, como lo
demostraremos en su oportunidad, el voto indirecto, para los Magistrados de la
Suprema Corte, que son designados por el Senado a propuesta del Presidente de la
República, es decir, por electores que fueron previamente nombrados por el pueblo
por medio del sufragio directo.
Por último, el sufragio uninominal, que es el existente en casi todos los
países y en particular en el nuestro, consiste en que cada circunscripción electoral
debe designar un solo representante a mayoría de votos; y el escrutinio de lista
requiere, por lo contrario, que en grandes divisiones electorales que deban
seleccionar a la vez varios representantes, éstos sean; sometidos en una misma
planilla o lista a cada elector para que sufrague por el conjunto. Así pues, si en lugar
de exigir, como lo establece nuestra legislación electoral, la designación de un solo
diputado por cada cien mil habitantes,13 se fijara el número. de diputados que debe
elegirse en cada Estado, en vez de formarse circunscripciones electorales de cien
mil habitantes cada una y dentro de las cuales los votantes sólo pueden sufragar por
un candidato, en el caso de escrutinio de lista cada elector tendría que votar por los
veinte diputados, por ejemplo, que correspondieran a Jalisco, operándose de este
modo en todos los colegios electorales del Estado; pero tal procedimiento sólo
puede adoptarse excluyendo el sistema de sufragio mayoritario, por ser propio para
alcanzar la representación de las minorías, y como requiere prácticas y técnicas
difíciles que no están por hayal alcance de nuestra educación cívica ni de nuestros
progresos democráticos, será necesario algún tiempo aún para que pueda incluirse
en nuestra legislación con todos los perfeccionamientos posibles; pero esto no
quiere decir que no deba intentarse su aplicación optando por el procedimiento más
simplista de los propuestos por tratadistas y por legislaciones de otros países, con
tal de llegar cuanto antes a la representación proporcional.
SUFRAGIO FEMENINO14
apelarían a los mismos fraudes y violencias que los que ya constituyen práctica
ejecutoriada para el sufragio masculino.
DE LOS EXTRANJEROS
CAPÍTULO II
DIVISION DE PODERES
como resultante una voluntad unitaria. A este respecto nada nos parece más
definitivo que el comentario de Carré de Malberg: "Desde el punto de vista teórico,
la separación de Poderes sin relaciones entre las autoridades es inconciliable con la
noción misma del Poder. En efecto el Poder no tiene otro objeto que hacer reinar
soberanamente la voluntad del Estado. Ahora bien, esta voluntad es necesariamente
una. Es preciso, por lo tanto, que si se pretende separar los Poderes se mantenga
entre sus titulares una cierta cohesión o unidad de acción, pues de otro modo la
voluntad del Estado correría el riesgo de ser disgregada por los múltiples órganos
estatales en sentidos divergentes y contradictorios.
Si el Poder Legislativo y el Ejecutivo están aislados por una barrera que
intercepta entre ellos toda comunicación y si deben actuar cada uno por su parte sin
entenderse, sin ponerse de acuerdo, resultaría de allí no solamente la distinción o la
independencia sino la desunión de los Poderes. En tal sistema de separación
absoluta, los Poderes Ejecutivo y Legislativo, puestos frente a frente y sin
relaciones regulares entre ellos, serán fatalmente encaminados a entrar en lucha; y si
uno de los dos llega a ser más fuerte, es de temerse que su preponderancia degenere
en un poder excesivo. De este modo, puede decirse que la separación completa de
Poderes llega finalmente al despotismo".
Y la comprobación de estas críticas se encuentra en el hecho evidente de
que la separación absoluta de Poderes ha sido prácticamente irrealizable, pues en
ninguna parte ha logrado sostenerse de una manera permanente, aunque haya sido
establecida y ordenada por la Constitución; siendo el ejemplo más elocuente el caso
de los Estados Unidos, en que a pesar de los preceptos de su Constitución Federal,
que excluía toda clase de relaciones entre el Ejecutivo y el Congreso, no ha podido
evitar que se mantengan actualmente en la práctica relaciones estrechas y directas
entre ambos Poderes, aunque hayan surgido fuera de la Constitución y a pesar de
ella.
Ya el eminente escritor Woodrow Wilson, en su interesante libro "El
Gobierno Congresional", decía: "La Constitución inglesa tiene por principio
escoger una sola autoridad soberana y hacerla buena: el principio de la Constitución
americana es tener varias autoridades soberanas con la esperanza de que su número
compense su inferioridad. El resultado práctico del fraccionamiento de la autoridad
que se imaginó en nuestro sistema político, ha sido que cada rama del gobierno ha
recibido una pequeña fracción de responsabilidad, respecto de la cual la conciencia
de cada funcionario puede substraerse fácilmente. Todo culpable puede hacer recaer
su responsabilidad sobre sus camaradas. No se puede negar que la autoridad así
fraccionada y la responsabilidad disimulada de este modo no sean capaces de
paralizar grandemente el gobierno en caso de peligro. Tal como está constituido el
Gobierno Federal carece de fuerza porque sus Poderes están divididos; carece de
prontitud porque los Poderes encargados de obrar san demasiado numerosos; carece
de eficacia porque su responsabilidad es vaga. He aquí los defectos sobre los cuales
he insistido sin cesar".
La verdad es que en los Estados Unidos la colaboración entre los Ministros
o Secretarios del Despacho y las Cámaras se ha establecido de hecho y fuera de la
Constitución por medio de los comités permanentes del Congreso, los cuales sólo
deben su existencia a los reglamentos de las Cámaras, pues es por medio de ellos
como los Ministros, privados del derecho de iniciativa y de la concurrencia a las
asambleas y del de discutir en ellas, han adquirido el hábito de ponerse en relación
frecuente e ininterrumpida con los Presidentes y miembros de los comités
congresionales, con objeto de hacer aprobar los proyectos de leyes que desea
promulgar el gobierno, carente como está de toda iniciativa legislativa. De este
modo se encuentra establecida una cierta colaboración entre las autoridades
legislativa y' ejecutiva, y la separación casi absoluta y sin relaciones entre ambos
Poderes ya no subsiste en la práctica, sino solamente en el texto de la Constitución.
Entre nosotros, y muy particularmente en las Constituciones de 57 y 1917,
esa independencia entre los Poderes tiene caracteres menos absolutos, menos
marcados, y nuestros textos permiten una mayor coordinación y cooperación en el
desempeño de las funciones políticas de los órganos del Estado, pudiendo decirse
que en nuestro Derecho Constitucional no existe el régimen de separación de
Poderes.
En efecto, en nuestro gobierno los tres órganos del Estado o Poderes, como
los designa la Constitución, no desempeñan sus funciones de una manera aislada e
independiente respecto de cada uno de los otros, sino que la misma Ley Suprema
los ha puesto en íntimo contacto, mezclando, por decir así, sus atribuciones en
muchos aspectos y procurando, por medio de la cooperación continua y recíproca
de los mismos, mantener la unidad política del Estado y la voluntad unitaria del
gobierno. Así pues, vemos que el Poder Ejecutivo no se concreta, como parece, a la
función única de ejecutar las leyes y desempeñar los actos administrativos que le
autoridades un poder especial que le permita en caso necesario hacer prevalecer sus
puntos de vista y su voluntad".
De lo anterior nO hay que deducir, sin embargo, que porque diversos
órganos del Estado se coordinen de manera que produzcan la unidad de voluntad
del mismo, y que porque sea necesario que haya un órgano preponderante, haya que
creer que el poder del Estado se tenga que concentrar en un órgano único. Todas las
Constituciones y todos los tratadistas siguen considerando indispensable, y en esto
persiste todavía la influencia y el valor jurídico de las teorías de Montesquieu, que
la soberanía, es decir, el ejercicio del poder de dominación del Estado, debe
confiarse a varios órganos o titulares, tanto para el mejor desempeño de las
funciones políticas especializadas en la Constitución, cuanto .para evitar la
arbitrariedad o despotismo de un poder absoluto y Único dentro del Estado.
El principio de la unidad de la persona y de la voluntad estatal no excluye la
pluralidad de los órganos del Estado, pues es incontestable que esa unidad puede
perfectamente conciliarse con la diversidad de los órganos o poderes. Lo único que
hay que cuidar es que, a pesar de la creación de diversos poderes y de la
designación de diversos titulares para desempeñarlos, no haya ni independencia
absoluta entre ellos, ni se pretenda que exista igualdad política entre los mismos,
sino que debe crearse en la propia Constitución un órgano superior, no en el sentido
de que reúna todos los poderes, lo que le permitiría ser todo, sino que tenga un
poder preponderante en cuanto a que los actos más importantes y más
trascendentales dentro del Estado, no puedan cumplirse en contra de su voluntad. Y
si tal cosa, por espíritu de sistema o por falta de previsión, no estuviere establecida
en la Constitución, de hecho surgirá la preponderancia política de uno de los
órganos establecidos, tanto por exigirlo así las circunstancias y las necesidades
sociales y políticas de la Nación, cuanto por requerirlo como condición sine qua
non el Estado moderno fundamentado sobre la unidad política.
Hoy en todas partes, exceptuando la América Latina, tanto
constitucionalmente como de hecho, predomina el Poder Legislativo, con una
tendencia cada día creciente de controlar casi todas las funciones propias del Poder
Ejecutivo, manteniendo al Poder Judicial dentro de la esfera limitadísima del
desempeño exclusivo y cada vez menos político de la función jurisdiccional. En
Inglaterra, conforme a sus prácticas y tradiciones constitucionales consagradas por
los siglos y por la aceptación del pueblo inglés, el Parlamento es soberano y puede
dentro de sus facultades no sólo controlar de un modo absoluto, como ocurre hoy, al
Poder Ejecutivo, sino modificarlo radicalmente y aun hacerlo desaparecer si lo
considera necesario para la Nación, mediante acuerdos o mandatos legislativos. En
Francia, donde en el terreno de la teoría constitucional el Poder Ejecutivo tiene
facultades expresas y funciones propias reservadas por la Constitución, y que
pudieran darle, en caso de ejercitarlas, cierta independencia y personalidad, de
hecho las prácticas parlamentarias de los últimos 30 ó 40 años han dado un poder
supremo a las Cámaras, convirtiendo al titular del Poder Ejecutivo, es decir al
Presidente de la República, en un funcionario borroso y secundario que sólo puede
efectuar actos de representación para el exterior y de consejo para el desempeño de
las atribuciones políticas del Gabinete o Ministerio, en quien en realidad se ha
depositado la función ejecutiva del Estado.
Pero no sólo en los países parlamentarios, en los que- por tratarse de
gobiernos de opinión y en los que los titulares del Poder Ejecutivo no son electos
por el pueblo, en oposición a las Cámaras cuyos representantes son designados por
el sufragio directo de las masas populares, sino aun en países regidos bajo la forma
de gobierno presidencial, como los Estados Unidos de América, en los que tanto los
miembros de ambas Cámaras como el Presidente de la República son electos por el
sufragio universal, aun en ellos es evidente la preponderancia del órgano legislativo,
el control progresivo ejercido por éste sobre el Jefe del Estado y la invasión y
supremacía creciente del Congreso sobre las facultades propias del Ejecutivo
Federal. Cierto que en este último caso, todo ha acontecido debido a las
circunstancias y como una consecuencia imperativa del hecho ineludible de
mantener la unidad de la existencia y de la voluntad del Estado; pero ya lea
legalmente, como en Inglaterra, ya de hecho, como en los Estados Unidos, o ya por
ambas razones, como en Francia, la verdad es que lA teoría jurídica de la
separación de Poderes, considerados como Independientes e iguales, ha
desaparecido por completo de la realidad de los hechos políticos. Hoy en todos los
países se destaca la supremacía de alguno de los Poderes Públicos, su
preponderancia sobre la marcha del gobierno y de la política que debe seguir el
Estado.
Entre nosotros, en México, basta examinar el texto de nuestra Suprema para
convencerse, inmediatamente y de una manera categórica, de la supremacía
otorgada por nuestras dos últimas Constituciones de 57 y de 17 al Poder Legislativo
Federal, el cual, por medio de las facultades que le han sido expresamente
concedidas, tiene y puede ejercer can toda amplitud un verdadero control sobre los
otros dos Poderes establecidos, el Ejecutivo y el Judicial, bastando tan sólo para que
tal hecho sea patente, que la Cámaras lleguen a estar integradas por individuos
capacitados técnicamente para el desempeño de las altas funciones que se les han
confiado.
En efecto, la simple lectura de las facultades conferidas al Congreso en el
artículo 73 de la Constitución, da una clara idea de la amplitud y de la alta categoría
de las funciones políticas otorgadas al órgano legislativo, y convence de plano que
el ejercicio de las mismas establecería natural y pacíficamente la supremacía de las
Cámaras sobre los Poderes Judicial y Ejecutivo, a la vez que les daría un completo
y eficaz control sobre las actividades y procedimientos, en particular, del Poder
Ejecutivo. Al estudiar detalladamente en el capítulo de este Tratado lo relativo al
Congreso, tendremos oportunidad de hacer la demostración precisa y concreta de
las anteriores afirmaciones.
Pero si en el terreno de la teoría constitucional no puede ponerse en duda la
preponderancia del Congreso sobre los demás Poderes del Estado, como ocurre en
todos o casi todos los países regidos por el Derecho Público moderno, no puede
negarse tampoco que dentro del terreno de los hechos, en nuestra realidad política,
el órgano supremo y preponderante es el Poder Ejecutivo; más claramente, como es
corriente y vulgar afirmarlo en todas nuestras clases sociales: el poder lo tiene en
México el Presidente de la República y esto mismo ocurre en todos los países
latinoamericanos desde el Río Bravo al Cabo de Hornos, pues si hasta hace poco se
creía en el comienzo de un régimen institucional en la Argentina, que controlara el
poder personal del Jefe del Ejecutivo, los acontecimientos de 1930 han desvanecido
por hoy las ilusiones, y comprueban la uniformidad de los procedimientos políticos
latinoamericanos.
Refiriéndose concretamente a nuestro país, podemos decir que las
tradiciones del Virreinato español; las condiciones y circunstancias políticas que
han prevalecido desde la Independencia hasta nuestros días; las características de
raza y de educación en un pueblo como el nuestro, acostumbrado a esperarlo todo
del Estado, hasta la satisfacción de sus más ingentes necesidades; sus hábitos de
obediencia tolerando hasta lo increíble los desmanes y abusos de los gobernantes;
su pobreza crónica, rayana casi en la miseria y mantenida por centurias como
que los publicistas han señalado como efecto de la subordinación de los ministros:
el gobierno personal que cifra su gloria en el mando, en el imperio y no en el
respeto de las fuerzas libres de la opinión. Y el gobierno personal, con sus
apariencias de poder, es en realidad el más frágil de todos, porque
asumiendo su jefe toda la responsabilidad, atrae sobre sí toda la responsabilidad,
atrae sobre sí todas las críticas, todas las censuras, todos los descontentos y todas
las agresiones, hasta que llega un momento en que el rey, presidente o gobernador
tiene que optar por uno de los términos de este dilema: o renunciar al poder o
conservarlo por la fuerza". Pero el hecho de que exista en realidad un poder
preponderante en cualquier nación no trae hoy los peligros que preveía
Montesquieu, referentes a que concentrándose la fuerza del Estado en los titulares
de determinado poder, pudiera éste nulificar a los otros y atentar contra las
libertades públicas, lesionando los derechos de los gobernados, sino que la solución
contra aquel grave peligro no está hoy en la fórmula muy atinada para su tiempo
pero ya hoy anticuada, que dio el gran jurisconsulto del siglo XVIII; es decir, la
solución no es la separación absoluta de Poderes, sino la limitación legal, o hasta
circunstancial si se quiere, del Poder Supremo, o preponderante en el Estado. Y esa
limitación se obtiene por medio de los procedimientos establecidos en las
Constituciones, entre las cuales la nuestra ha procedido en teoría con el mayor
acierto compatible con el régimen de Gobierno institucional.
En efecto, contra ese poder supremo del Congreso que legalmente le
corresponde conforme a nuestro texto constitucional, o contra el predominio de
hecho, pero real, que tiene en la actualidad el Ejecutivo, existe la limitación de que
tenemos como base fundamental de gobierno una Constitución escrita, elevada al
rango de Ley Suprema sobre todos los órganos del Estado y en la cual están
consignadas las únicas facultades concedidas a cada uno de ellos. Por otra parte, la
Constitución no sólo es escrita sino de carácter rígido, y por lo tanto no puede ser
modificada o derogada por los Poderes constituidos del Estado, lo cual no permite a
éstos acrecentar su propia competencia estatal, correspondiendo reformarla al
órgano especial constituyente, creado por la Constitución y por medio de los
procedimientos especiales que ella establece. Pero además de estas seguridades
constitucionales, que limitan cualquier tendencia absolutista por parte de algunos de
los órganos constituidos del Estado, hay otra limitación de hecho, la más eficaz de
todas, la más generalizada en los países por instituciones, la opinión pública.
TITULO IV
EL PODER LEGISLATIVO FEDERAL
CAPÍTULO I
EL SISTEMA BICAMARISTA
Constitución, toda vez que el carácter imperativo y obligatorio de las leyes sólo
dimana del Congreso actuando como unidad, como un todo, como órgano
legislativo del Estado. Se exceptúan, por supuesto, los actos o acuerdos de cada una
de las Cámaras en lo que toca a las facultades exclusivas que les fueron conferidas
por la misma Constitución, porque en este caso panicular se trata no de un acto
soberano de cada una de las ramas del Poder Legislativo, sino de una autorización
especial y expresa para determinados asuntos. Por lo mismo, debe quedar
plenamente aceptado que sólo el Congreso es el órgano legal para la función
legislativa y que los miembros de las Cámaras individualmente o en grupo, sin
seguir los procedimientos y sin llenar las formalidades que la Constitución
establece, no tienen la representación del Poder Legislativo, ni validez sus actos, ni
pueden dictar disposiciones de carácter general que obliguen a la Nación; porque la
función legislativa sólo corresponde al Congreso como tal, como órgano colectivo
integrado por dos miembros distintos – las Cámaras Federales –, pero identificados
en propósitos, de tal manera que el uno no puede obrar válidamente sin la actuación
complementaria del otro.
Esta es la verdadera teoría del sistema bicamarista adoptado por nuestra
Constitución, el cual exige la participación simultánea y en el mismo lugar de las
dos Cámaras como partes integrantes del Congreso, sin que sea permitido, por lo
tanto, cuando no se trate de facultades expresas de alguna de ellas, que una de las
Cámaras clausure sus sesiones y al mismo tiempo siga actuando la otra, pues
insistimos: la función política del Congreso requiere unidad, identidad y voluntad
única.
El sistema dedos Cámaras es hoy el adoptado por la casi unanimidad de las
naciones y prevalece en toda América, exceptuando Guatemala; en toda Europa,
con excepción de Grecia, Yugoeslavia, Turquía y recientemente en España, que al
abolir el régimen monárquico y constituirse en República adoptó en su Constitución
de 1931 el sistema unicamarista; por último, aun en países orientales, como el
Japón, por lo cual bastaría este argumento de experiencia internacional para
establecerlo, además de las razones de carácter político que lo justifican
plenamente.
En México no siempre se ha adoptado el sistema, pues si bien en nuestra
primera Constitución, o sea la de 1824, se aceptó la división del Congreso en dos
Cámaras, al discutirse y votarse en el Congreso Constituyente de 57 la Constitución
17
Los diputados son electos en su totalidad cada tres años y los senadores cada seis años. (Reforma
publicada en el Diario Oficial de 29 de abril de 1953).
Nota del autor a la segunda edición: "Ya corregida esta edición, se promulgó en el "Diario
Oficial" el texto de las reformas constitucionales aprobadas en diciembre de 32, por el Congreso, y
en los primeros meses del corriente año por las Legislaturas de los Estados. Los artículos
reformados se refieren a los Poderes Legislativo y Ejecutivo. En ellos se trata de la ampliación del
período para desempeñar los cargos de Senador y Diputado, sobre la reelección restringida de
estos funcionarios y sobre la vuelta a la no reelección del Presidente de la República sin
atenuaciones, ni excepciones, consagrando este postulado del pueblo mexicano en toda su rigidez
y precisión.
Los artículos reformados son los siguientes:
Artículo 51. La Cámara de Diputados se compondrá de representantes de la Nación, electos en su
totalidad cada tres años, por los ciudadanos mexicanos.
Artículo 55...
___________
V. No ser Secretario o Subsecretario de Estado ni Magistrado de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación, a menos que se separe definitivamente de sus funciones noventa días antes
de la elección.
Los Gobernadores de los Estados no podrán ser electos en las Entidades de sus
respectivas jurisdicciones durante el período de su encargo, aun cuando se separen definitivamente
de sus puestos.
Los Secretarios de Gobierno de los Estados, los magistrados y jueces federales o del
Estado, no podrán ser electos en las Entidades de sus respectivas jurisdicciones, si no se separan
definitivamente de sus cargos noventa días antes de la elección.
VI. No ser ministro de algún culto religioso, y
VII. No estar comprendido en alguna de las incapacidades que señala el artículo 59.
Artículo 56. La Cámara de Senadores se compondrá de dos miembros por cada Estado y
dos por el Distrito Federal, electos directamente y en su totalidad cada seis años.
Artículo 58 Para ser Senador se requieren los mismos requisitos que para ser Diputado,
excepto el de la edad, que será la de 35 años cumplidos el día de la elección.
Artículo 59. Los Senadores y Diputados al Congreso de la Unión no podrán ser reelectos
para el período inmediato.
_____________
encargado de velar por los intereses generales de la Nación y no por los particulares
de alguna o varias de las regiones del país.
La única consideración que en realidad se tomó en cuenta, por lo que toca a
la protección de los intereses locales, al crearse en nuestra Federación el Senado, la
única razón aparente que existe para considerar a este último como una Cámara
marcadamente federal, es la de que para defender los deseos, las aspiraciones, los
intereses del pueblo mexicano residente en los Estados poco poblados, contra la
opresión o el capricho de los representantes de las Entidades Federativas de
numerosa población, fue necesario contraponer a la representación variable y
desigual, basada en el número de habitantes, la representación fija e igual para cada
Estado, cualquiera que fuese su población. Así pues, si no existiera en México la
Cámara de Senadores, quienes decidirían de una manera absoluta, y hasta arbitraria
si lo deseaban, serían los Diputados de unos cuantos Estados, por ejemplo, los de
Veracruz, Puebla, Jalisco, Guanajuato, México, Michoacán, Oaxaca y el Distrito
Federal, pues esas ocho Entidades tienen mucho más de la mitad del total de
representantes que integran la Cámara de Diputados, y por lo tanto, con que
marcharan de acuerdo impondrían invariablemente su voluntad contra las
determinaciones de las veintiuna Entidades Federativas restantes, lo que traería un
malestar y un desequilibrio político evidente. Eso se ha conjurado con la
representación igual que tienen todos los Estados en el Senado, ya que al pasar a
este último, como Cámara revisora, las disposiciones votadas por las Diputaciones
de las ocho Entidades densamente pobladas, se restablece el equilibrio votando en
sentido contrario los Senadores de las 21 Entidades referidas, que tendrían derecho
a 42 votos, contra solamente 16 que corresponden a los Estados predominantes en
la Cámara de Diputados. Pero fuera de esta función de equilibrio para casos
limitados y excepcionales, deben considerarse exactamente en igual plano a
Diputados y Senadores, como representantes del pueblo mexicano, y a las dos
Cámaras Federales como partes componentes del Congreso, sin prerrogativas
diversas y sin representación política distinta.
CAPÍTULO II
ORGANIZACIÓN Y FUNCIONAMIENTO
DEL CONGRESO
19
Los Gobernadores de los Estados no podrán ser electos diputados en las entidades de sus
respectivas jurisdicciones durante el período de su encargo, aun cuando se separen definitivamente
de sus puestos. (Reforma de la fracción V del arto 55 publicada en el "Diario Oficial" de 29 de
abril de 1933).
confirmación de lo apuntado está en que ese inútil requisito de vecindad, que por sí
solo no puede dar sabiduría ni patriotismo, ha sido eternamente violado,
infringiéndose la Constitución sin necesidad, al darse el mandato en las Cámaras a
individuos nativos o domiciliados en Estados distintos de los que los envían con su
representación. Por eso debe cuanto antes hacerse la reforma constitucional
correspondiente, la que es seguro que tropezará con dificultades insuperables,
puesto que los politiqueros de última calidad, que dominen en las regiones
pequeñas o incultas del país, se resistirán a prescindir de las canonjías que tienen
acaparadas.
*
* *
Designados los Diputados y Senadores por elección directa, se expide a los
primeros por el colegio electoral correspondiente la credencial que los acredita, y a
los segundos por la Legislatura del Estado donde se haya verificado la designación;
con esos documentos concurren a la Capital de la República y reunidos en número
bastante se constituyen en junta previa, que fija fecha para la celebración de las
juntas preparatorias en las que debe calificarse la pureza de las credenciales
respectivas. En la primera de estas juntas los Diputados y Senadores exhibirán sus
credenciales y se nombrarán a pluralidad de votos las comisiones correspondientes
para examinar la legitimidad de las mismas y presentar dictamen sometiendo a la
consideración de los presuntos representantes la validez o nulidad de cada elección
de propietario o de suplente. De acuerdo con el artículo 60 de la Constitución, cada
Cámara calificará las elecciones de sus miembros y resolverá las dudas que hubiere
sobre ellos, y la resolución que se dicte será definitiva e inatacable. Esta facultad
que existe igualmente en otros países, como Francia por ejemplo, ha sido muy
censurada por los abusos a que ha dado lugar, pues el derecho para apreciar y juzgar
la legitimidad de las elecciones se ha transformado en el ejercicio de un verdadero
acto electoral, llegando las Cámaras no solamente a desechar credenciales
legítimas, sino a lo que indudablemente constituye una usurpación; a declarar electo
al candidato que sólo tuvo una exigua minoría y a quien no se expidió ninguna
credencial. Han anulado, en cambio, la credencial del que obtuvo mayoría en los
colegios electorales, bajo pretexto de ser enemigo del partido político
controlador de la Cámara respectiva. Indudablemente que el espíritu de la
* *
derecho de renunciar las prerrogativas y el ejercicio de las facultades que sus cargos
les confieren por no haber razón jurídica ni política en contrario. Y no se explica
que siendo tan representantes del pueblo como los parlamentarios el Presidente de
la República y los Magistrados de la Corte, no se discutiera el derecho de éstos para
renunciar a sus funciones, y en cambio, sí se considera como un mandato
renunciable el conferido por el electorado a Diputados y Senadores.
Además de las sanciones anteriores, pero sin llegar hasta la pena de
destitución o privación del cargo, la Constitución actual, procediendo con mayor
atingencia y severidad, ha castigado a los miembros del Congreso que falten diez
días consecutivos sin causa justificada o sin licencia, con la privación temporal del
mismo hasta el periodo inmediato de sesiones, y a los que no concurran a una
sesión sin causa justificada, o. sin permiso, a la pérdida de la dieta o sueldo
correspondiente al día en que falten; pero desgraciadamente tanto estas penas como
las anteriores carecen de carácter jurídico, y así debe ser en efecto, y por lo tanto
están sujetas al interés político del partido o grupos que controlen el Congreso,
quienes pueden hacerlas nugatorias tratándose de correligionarios.
miembro del Congreso que se ocupa en leerlos, pues por su amplitud, y la mayor
parte de las veces poco interés, no fijan la atención de los gobernados. A diferencia
de lo que ocurre en los Estados Unidos, donde el día de la apertura del Congreso
solamente se da lectura al mensaje que envía el Presidente, sin la necesaria
concurrencia de éste, entre nosotros el Jefe del Ejecutivo debe asistir
personalmente, aunque no lea todo o parte del mensaje presidencial, pues que el
artículo 69 de la Constitución se concreta a exigir que se presente un informe por
escrito, que puede ser perfectamente leído por cualquiera de los miembros del
Congreso o hasta si se quiere por alguno de los Secretarios del Despacho, pues no
hay ninguna incompatibilidad para ello. Cosa distinta exigía la Constitución de 57
en su artículo 63, al prevenir expresamente que en la apertura de las sesiones el
Presidente debía pronunciar un discurso en que manifestara el estado que guardaba
el país.
En los Estados Unidos el tercer Presidente, Jefferson, introdujo la
costumbre, que se ha seguido hasta hoy, de enviar comunicaciones escritas al
inaugurarse las sesiones legislativas, a las que casi no se presta atención por no
tener el Ejecutivo de ese país el derecho de iniciar leyes, ni tomar parte en la
discusión de las mismas, todo lo cual está exclusivamente reservado al Congreso.
En cambio, en México, dada la importancia política que ha alcanzado el Jefe del
Ejecutivo y la significación que pueden tener para el país los propósitos que señale
o las nuevas orientaciones que ofrezca dar a su gobierno, el mensaje presidencial
siempre ha sido recibido con interés y a veces con ansiedad, aunque generalmente
sea un documento insustancial, concretado a una exposición estadística de lo que
han hecho o pretenden hacer los Secretarios del Despacho.
PERÍODOS DE SESIONES
CAPÍTULO III
relativos a Relaciones Exteriores y los demás que hayan motivado el objeto especial
de la sesión.
Las sesiones extraordinarias se verificarán fuera de los períodos
constitucionales, previos los requisitos de ley, o dentro de los mismos períodos en
los días feriados. Cuando el Congreso General se reúna en aquéllas, se ocupará
exclusivamente en los objetos designados en la convocatoria; y si no los hubiere
llenado el día en que deban abrirse las sesiones ordinarias, cerrará aquéllas, dejando
los puntos pendientes para ser tratados en éstas. Por último, las Cámaras podrán,
por mayoría de votos de sus miembros presentes, constituirse en sesión permanente
para tratar los asuntos a que se refiere el acuerdo relativo.
Para el despacho de los negocios se nombran, por cada una de las Cámaras,
comisiones permanentes y especiales que los examinen e instruyan hasta ponerlos
en estado de resolución.
Toda petición de particulares, corporación o autoridad que no tenga el
derecho de iniciativa, se manda pasar a la Comisión de Peticiones para que en caso
de que merezca tomarse en consideración, proponga a qué otra comisión debe
someterse, según la naturaleza del asunto de que se trate.
La práctica para las discusiones está regulada por el reglamento
interior del Congreso que debe ser formado por este último, en virtud de la facultad
que le confiere la fracción XXIII del artículo 73 de la Constitución.
El día de la discusión se lee la iniciativa, proposición u oficio que la hubiere
provocado, después el dictamen de la comisión a cuyo examen se remitió y el voto
particular si lo hubiere. El Presidente forma una lista de los individuos que pidan la
palabra en contra y otra de los que la pidan en pro, la cual lee antes de comenzar la
discusión. Todo proyecto de ley se discute: primero en lo general, o sea en su
conjunto, y después en lo particular cada uno de sus artículos. Los miembros de la
Cámara hablan alternativamente en contra y en pro, siendo llamados por el
Presidente de acuerdo con las listas formadas para la discusión.
Las votaciones de las leyes o decretos serán siempre nominales, es decir,
que cada miembro de la Cámara se pondrá en pie y dirá su nombre en alta voz
añadiendo la expresión sí o no. Las demás votaciones sobre cualquier otro asunto
podrán ser económicas, votaciones que se practican generalmente poniéndose en pie
los individuos que aprueban y permaneciendo sentados los que reprueban, pero la
Cámara puede acordar por mayoría que cualquier proyecto o asunto sea votado
nominalmente.
Aprobado un proyecto de ley en la Cámara de su origen, pasará para su
discusión a la otra. Si ésta lo aprobare se remitirá al Ejecutivo, quien si no tuviere
observaciones que hacer, lo publicará inmediatamente. Si algún proyecto de ley o
decreto fuese desechado en su totalidad por la Cámara de revisión, volverá a la de
su origen con las observaciones que aquélla le .hubiese hecho. Si examinado de
nuevo fuese aprobad9 por la mayoría absoluta de los miembros presentes, volverá a
la Cámara que lo desechó, la cual lo tomará otra vez en consideración y si lo
aprobare por la misma mayoría pasará al Ejecutivo para los efectos consiguientes;
pero si lo reprobare no podrá volver a presentarse en el mismo período de sesiones.
Todo proyecto de ley o decreto que fuere desechado en la Cámara de su origen no
podrá volver a presentarse en sesiones del año.
No siendo necesario, a nuestro juicio, especificar en todos sus detalles la
reglamentación establecida por la Constitución para la discusión y formación de las
leyes, nos referiremos especialmente a la participación que conforme a nuestra
Carta fundamental tiene el Ejecutivo en la votación de las mismas. Esta es la
prerrogativa mayo que puede concederse a un órgano político distinto del Congreso
en lo que toca a la legislación, pues lo equipara completamente a él dándole no sólo
el derecho de suspender los efectos de la ley votada y a veces de destruirlos, sino de
abrir nuevamente un debate sobre el proyecto sujeto a la deliberación de las
Cámaras.
No hay que olvidar que conforme a nuestro Estatuto fundamental el
Ejecutivo tiene, además de la iniciativa de las leyes, la oportunidad de tomar parte
en su discusión, aun antes de ejercitar la prerrogativa del veto, circunstancias que no
concurren con el Ejecutivo Federal norteamericano, pues, como ya dijimos, éste no
puede ni iniciar leyes, ni tomar parte en los debates del Congreso, mientras que el
Ejecutivo Federal mexicano está autorizado para que los Secretarios del Despacho
puedan concurrir a las Cámaras a informar cuando se discuta una ley o se estudie un
negocio relativo a su Secretaría. Esto indudablemente auxilia en alto grado para una
buena legislación, dado que la voz del Ejecutivo por medio de sus consejeros
técnicos o políticos suministran informaciones y datos que pueden ser decisivos en
CAPÍTULO IV
Francia y los Estados Unidos. Todos ellos aunque en plena y durísima crisis
económica –no proveniente de! régimen político– se hallan igualmente gobernados
por Parlamentos o Congresos y han logrado extirpar las dictaduras, los gobiernos
arbitrarios y despóticos que s610 viven a base de ultrajes a la ley, de atentados
contra los particulares y están sostenidos por la brutal imposición de la fuerza,
habiendo establecido en cambio un régimen de legalidad y de derecho; de derecho
dentro de los conceptos morales, jurídicos y filosóficos que hoy prevalecen, lo cual
sí constituye en la actualidad el desiderátum político de los pueblos.
*
* *
soberano, es decir, que no goza de un poder ilimitado para dictar las disposiciones
legislativas referentes a estos asuntos, sino que tiene que sujetarse a las limitaciones
establecidas por la Constitución al concordar sus facultades con las de los demás
Poderes, y muy particularmente con las garantías individuales y la autonomía
reservada a las Entidades Federativas, sin dejar de tomar en cuenta, por supuesto,
las facultades implícitas que tiene el Poder Legislativo. Por consiguiente, cuando el
Congreso se exceda en el uso de sus facultades y dicte una ley retroactiva, o que
mande privar de sus derechos a cualquier persona sin el previo juicio ante los
tribunales competentes, o pretenda limitar la ciudadanía local, o reglamentar las
vías de comunicación particulares de un Estado, o infringir en suma los derechos de
cualquier naturaleza que no le corresponda normar, en todos ellos la Suprema Corte
de Justicia en definitiva y por medio del Juicio de Amparo, hará nugatorias y dejará
sin efecto todas las disposiciones legislativas dictadas en ese sentido, protegiendo
los derechos individuales violados, o manteniendo la autonomía local contra las
invasiones de la Federación, representada en estos casos por el Congreso.
Entre las más notables de las facultades conferidas al Poder Legislativo
Federal están las de legislar en todo lo relativo al Distrito y Territorios Federales, y
la consignada en la última fracción del artículo 73, autorizándolo para expedir todas
las leyes necesarias con objeto de hacer efectivas sus propias facultades y las
concedidas a los otros Poderes de la Unión.
Por lo que toca al Distrito Federal, ha sido conveniente asentar de una vez
que toda la legislación que debe regirlo provenga del Congreso general, tanto por
ser esto indispensable, cuanto para prevenir reglamentaciones administrativas a
pretexto de carecer de un órgano legislativo local, especialmente después de la muy
conveniente reforma que suprimió el Ayuntamiento libre de la Ciudad de México y
acordó la concentración de todos los poderes administrativos del mismo, en manos
de una autoridad unitaria dependiente del Presidente de la República. De este modo
se evitará el peligro de que degenere en arbitrariedades o abusos la Administración
del Distrito, si la ley organizadora y reglamentaria del mismo es dictada por el
Congreso, tomando en cuenta las necesidades propias de esta región y los principios
de equidad y buen gobierno.
Al tratar en el capítulo relativo, la gran reforma constitucional de 1917
relativa al Municipio libre, justificaremos la conveniencia de haberlo suprimido en
el Distrito Federal.
de facultades implícitas, invadía las esferas de acción de todos' los otros Poderes
violando abiertamente la Constitución, o que la Suprema Corte, por prurito de
independencia o por espíritu de lucha, hubiera anulado sistemáticamente por medio
del Juicio de Amparo todas las disposiciones del Poder Legislativo que no
dimanaran de modo claro y categórico del texto expreso. Pero el hecho es que nadie
podrá negar las facultades implícitas que la fracción XXIX del artículo 7321 otorga a
las Cámaras, y que si no hubiera sido para concederlas es inexplicable que figurara
desde la Constitución de 57 y que reproducida por la actual todavía permanezca en
vigor. Y aunque pudiera objetarse que la fracción XXIX de referencia ha sido
alterada en sus términos, si comparamos su texto con el que contiene la
Constitución
americana y la Constitución de 57, consistiendo la diferencia en la supresión de una
palabra, tal cosa no tiene explicación alguna, pues estudiando con detenimiento el
Diario de los Debates del Constituyente de Querétaro, se encuentra que la omisión
de la palabra "propias" fue hecha sin darse cuenta o sin derecho alguno, porque el
texto fue votado en su integridad y en términos exactamente iguales al de la
fracción XXX del artículo 72 del Código Político de 57. En efecto, esta última
disposición prevenía que "El Congreso tiene facultad para expedir todas las leyes
que sean necesarias y propias para hacer efectivas las facultades antecedentes y
todas las otras concedidas por esta Constitución a los Poderes de la Unión". Por su
parte, la Constitución americana previene que el Congreso dictará las leyes que sean
necesarias y propias para poner en ejecución los anteriores poderes (concedidos al
Congreso) y todos los demás conferidos por esta Constitución al Gobierno de los
Estados Unidos, o a alguno de sus departamentos; y la fracción XXXI del artículo
73, sometida entonces con esa numeración al Constituyente de Querétaro, y
aprobada en sus mismos términos en la sesión del 15 de enero de 1917, dice
textualmente: "Para expedir todas las leyes que sean necesarias y propias para hacer
efectivas las facultades antecedentes y todas las otras concedidas por esta
Constitución a los Poderes de la Unión". Por lo tanto, no se explica que en la
fracción XXIX del artículo 73, especificada en el texto actual de la Constitución, se
haya suprimido la palabra "propias", dejando simplemente la redacción en estos
términos: "para expedir todas las leyes que sean necesarias a objeto de." Sin
embargo, esta omisión inexplicable e injustificada en nada afecta la interpretación
21
Véase la nota núm. 1, página 33.
el pueblo. Que los fines perseguidos sean legítimos, que estén dentro del campo de
acción constitucional, y todos los medios que sean apropiados y adaptados a tales
objetos serán constitucionales, si no están prohibidos expresamente y si están de
acuerdo con la letra y espíritu de la Constitución".
*
* *
nuevo Estado; que igualmente se oiga al Ejecutivo de la Federación; que sea votada
la elección del nuevo Estado por dos terceras partes de los Diputados y Senadores
presentes en sus respectivas Cámaras; y por último, que la resolución del Congreso
sea ratificada por la mayoría de las Legislaturas de los Estados cuando hayan dado
su consentimiento las de las Entidades Federativas de cuyo territorio se trate, o por
las dos terceras partes del total de aquéllas en caso contrario.
Este procedimiento adoptado confirma una vez más que nuestro
régimen federal proviene de la Constitución y no de antecedentes históricos,
pues permite por medio de los procedimientos establecidos para las
reformas constitucionales no sólo alterar la extensión superficial de las Entidades
Federativas existentes, sino la creación de otras nuevas con partes segregadas de
estas últimas, lo que no es contradictorio COn nuestro régimen, ni constituye
violación alguna a compromisos celebrados entre los Estados al organizarse en
Federación, ni menoscabo de sus derechos territoriales, que nunca tuvieron, sino
que les fueron concedidos por la Ley Suprema Federal. Por consiguiente, ha sido
lógico que para llevar a cabo cualquiera de estas modificaciones se hayan seguido
los procedimientos que la misma Constitución establece para ser reformada, y que
no son otros que los de requerir el voto de las dos terceras partes de los miembros
de cada una de las Cámaras y el de la mayoría de las Legislaturas, exigiéndose
todavía más en el presente caso, pues se necesita el voto de las dos terceras partes
de los Poderes Legislativos de los Estados cuando los afectados en su territorio no
hayan dado su consentimiento para la formación de la nueva entidad.
Por lo que toca a la cesión de parte del territorio nacional, nuestra
Constitución, como todas las de su género, ni siquiera menciona esa facultad, ni la
otorga a ninguno de los Poderes Federales. y esto es natural, porque es inconcebible
que de antemano pueda el Estado, que descansa, entre otras cosas, sobre
determinado territorio, autorizar la desmembración de éste y la facultad de ceder a
un tercero las fracciones en que se subdivida el mismo. Sería una prueba de
indignidad de una Constitución consagrar el derecho de enajenar o ceder el
territorio nacional y facultar a algunos de los Poderes Públicos para verificarlo. Sin
embargo, en el caso de que vencida la Nación en una guerra extranjera, oprimida
por las fuerzas invasoras, reducida a la impotencia y puesta al borde de la ruina,
fuera necesario, como ha ocurrido a todos los países del mundo, ceder parte del
territorio nacional, en este desgraciado e imprevisto evento, sólo por un tratado
generalmente se mantienen en el más estricto sigilo, eso podría dar lugar a que la
Nación, sin darse cuenta, despertara un día en plenas hostilidades; mientras que
condicionada la guerra a la declaración previa del Congreso, al que deben someterse
todos los datos que tenga el Ejecutivo sobre una controversia entablada, hay
probabilidades, o por lo menos la posibilidad, de que pueda evitarse la lucha,
solucionándose decorosamente la contienda sin llegar a las armas. Sin embargo,
debe hacerse constar que ésta es una garantía aparente, pues el derecho reconocido
al Congreso podría fácilmente anularse o burlarse, si al ser informado por el
Presidente de la República en el caso de un conflicto exterior insoluble, se le pone
en el dilema de aceptar el estado de guerra existente, o la humillación nacional
cuando las cosas han tomado un cariz tal que sean inevitables las hostilidades o que
no se pueda retroceder en el momento de someterse el asunto a su deliberación. Tal
aconteció en los Estados U nidos con el Presidente Polk, quien puso al Congreso
americano en la situación de reconocer como un hecho existente el estado de guerra
con México, cuando no se trataba de otra cosa que de un injusto y cobarde atentado
contra un país indefenso.
En cuanto a los empréstitos, la Constitución ha garantizado plenamente los
intereses nacionales al establecer que el Congreso debe fijar al Ejecutivo las bases
sobre las cuales pueda contratar préstamos con garantías del crédito de la Nación,
porque de ese modo este último Poder no sólo habrá de ajustarse exclusivamente a
las condiciones fijadas, sino que tendrá que rendir cuentas e informar ampliamente
después de la contratación del empréstito, para que pueda ser aprobado o rechazado
por las Cámaras, garantizándose así el crédito nacional y preservando contra
contratos gravosos y ruinosos las finanzas del país. Lo mismo debe decirse respecto
del derecho del Poder Legislativo para reconocer y mandar pagar la deuda nacional,
porque sólo cuando esta delicadísima atribución está en manos de los representantes
colectivos del país, hay posibilidades de cordura y de buen sentido para no
sacrificar los recursos del Estado, pues todo lo contrario acontece cuando se deja al
criterio de un solo funcionario administrativo, quien por vanidad, o por lucro, o lo
que es más grave, por incompetencia e ignorancia, es capaz de aceptar condiciones
desastrosas al reconocer la deuda pública o las más inoportunas circunstancias para
intentar pagar los empréstitos, aun cuando la Nación se encuentre en plena
bancarrota fiscal y en agudísima crisis económica, sin elementos casi para cubrir los
servicios públicos.
* *
Las facultades electorales del Congreso están reconocidas en la fracción
XXVI del artículo 73, además de las privativas conferidas en la fracción
VI del artículo 74 a la Cámara de Diputados, y en la fracción VIII
del artículo 76, al Senado. En estos preceptos la Constitución ha establecido un
procedimiento de elección indirecta en segundo grado tratándose del Presidente de
la República y de los Magistrados de la Suprema Corte de Justicia y del Tribunal
Superior del Distrito Federal. Aunque exige para el primero que su designación sea
hecha por elección directa del pueblo, sin embargo, de acuerdo con la fracción
XXVI citada, se faculta al Congreso para constituirse en colegio electoral y elegir al
ciudadano que deba sustituir al Presidente de la República, ya sea con el carácter de
substituto o de provisional, en los casos de falta absoluta del mismo, ocurrida en los
cuatro primeros años del período respectivo, para que el nombrado convoque
nuevamente a elecciones, o cuando la falta ocurra en los dos últimos años para que
concluya el período presidencial; igualmente designará un Presidente en calidad de
provisional si al comenzar un período constitucional no Se presentase el Presidente
electo o la elección no estuviera hecha y declarada el 1º de diciembre. Esta facultad,
como se comprende fácilmente, da una importancia política considerable a las
Cámaras, porque si obran con acierto al hacer una designación en períodos de
incertidumbre o de angustia para la Nación, pueden preservar la paz pública
refrenando las impaciencias o el desbordamiento de las pasiones de los partidos
políticos, y si proceden con energía y patriotismo, lograrán impedir que la sucesión
presidencial quede a cargo de los hombres fuertes, de los caudillos de mano de
hierro, tan dispuestos siempre a imponer o señalar a sus sucesores o a ser los
continuadores de los que renuncien o fallezcan.
En cuanto a las facultades electorales exclusivas de cada Cámara, hay que
decir que la de Diputados debe otorgar o negar su aprobación a los nombramientos
de Magistrados del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal y de los
Territorios que les someta el . Presidente de la República, dando su resolución
dentro del improrrogable término de diez días. Si la Cámara no resolviere dentro de
ese término se tendrán por aprobados los nombramientos; pero si la misma no
aprueba dos designaciones sucesivas que se le presenten respecto de la misma
* *
Por último, las facultades de carácter judicial que corresponden al Poder
Legislativo, unas son atribuidas como función integral del Congreso y otras se
distribuyen como las electorales entre una y otra Cámara, a las que se confieren de
un modo exclusivo. La fracción XXII del artículo 73 autoriza al Congreso para
conceder amnistías por delitos cuyo conocimiento pertenezca a los Tribunales de la
Federación, lo que constituye una facultad importante en materia judicial, dado que
a pesar de la existencia de leyes represivas y que expresamente condenan la
comisión de especificados delitos, y no obstante que en determinados casos exista
ya sentencia judicial contra los responsables de algún delito clasificado en la
legislación federal, las Cámaras pueden votar una ley de amnistía retirando la
penalidad que se haya impuesto a los culpables, ordenando la suspensión de todos
los procedimientos encaminados a la represión en determinadas ocasiones y en
ciertas circunstancias, y cubriendo por fin con el velo del olvido las
responsabilidades incurridas y que expresamente señale la ley de amnistía. Y si de
estas atribuciones judiciales que sólo pueden desempeñarse siguiendo el
en armonía y cooperación constante, pero entre los cuales se ha preferido dar cierta
preponderancia por sus atribuciones al órgano legislativo, al Congreso de la Unión.
Y estas facultades de juzgar políticamente a los titulares de los
otros Poderes pudiendo privarlos del fuero constitucional para someterlos al juicio
de los tribunales comunes, arrebatándoles previamente su investidura de
representantes populares, y aún más de juzgarlos y condenarlos por las mismas
Cámaras destituyéndolos de sus cargos públicos e inhabilitándolos para volver a
desempeñarlos, son privilegios de tal magnitud y categoría que indudablemente dan
al Congreso una supremacía marcada y de trascendentales consecuencias respecto
del Judicial y del Ejecutivo, y si no fuera porque este último, como veremos
después, ha sido preservado expresamente en la persona del Presidente de la
República por lo que toca a sus responsabilidades oficiales, podría decirse que de
hecho el Ejecutivo Federal había quedado subalternado al Congreso.
CAPÍTULO V
FACULTADES EXCLUSIVAS
DE LA CAMARA DE DIPUTADOS
* *
Por último, corresponde de una manera exclusiva a la Cámara de Diputados
erigirse en Colegio Electoral para ejercer las atribuciones que la ley
CAPÍTULO VI
* *
Pero la más peligrosa facultad exclusiva que se ha conferido al Senado, por
lo que toca a sus relaciones y determinaciones respecto de los Poderes constituidos
de un Estado, es indudablemente la consignada en la fracción V del artículo 76, y
que mal interpretada o entendida en un sentido de amplitud abusiva daría al traste
con la estabilidad de las organizaciones políticas locales, y, lo que es todavía de
más graves consecuencias, desfiguraría o suprimiría por completo el régimen
federal establecido por la Constitución. La fracción V referida expresa que es
facultad exclusiva del Senado "declarar, cuando hayan desaparecido todos los
Poderes de un Estado, que es llegado el caso de nombrarle un Gobernador
provisional, quien convocará a elecciones conforme a las leyes
constitucionales del mismo Estado. El nombramiento de Gobernador se hará por el
Senado a propuesta en terna del Presidente de la República, con aprobación de las
dos terceras partes de los miembros presentes, y en los recesos por la
Comisión Permanente, conforme a las mismas reglas. El funcionario así nombrado,
no podrá ser electo Gobernador constitucional en las elecciones que se verifiquen
en virtud de la convocatoria que él expidiere. Esta disposición regirá siempre que
las Constituciones de los Estados no prevean el caso". Como se ve, la facultad que
para haber llegado a ese grado habría sido más constitucional, aunque más
atentatorio, consignar de una vez la facultad expresa del Senado de nombrar y
remover libremente a los titulares de los altos Poderes de un Estado cuando lo
estimare conveniente. Claro que no queremos llegar al extremo opuesto que
sostienen otros intérpretes de nuestro Derecho Constitucional, y que consiste en no
reconocer a la Cámara de Senadores más que una simple función notarial por
decirlo así, para certificar que realmente han desaparecido los Poderes de un Estado
y que debe designarse por ese motivo un Gobernador provisional, porque tal
atributo por mezquino e inútil no valdría la pena haberlo conferido a una autoridad
federal, y tanto menos cuanto que su ejercicio puede dar origen a conflictos entre la
Federación y los Estados. No; nosotros aceptamos que el Senado tiene
efectivamente más que una función declarativa para la comprobación de un hecho
existente; la de calificar y apreciar dentro del terreno político y legal si deben
considerarse o no como Poderes constitucionales los que actúan en un momento
dado dentro de una Entidad Federativa; pero creemos que para llenar tal objeto,
tiene forzosamente que examinar las circunstancias del caso, comprobar la no
existencia constitucional de los Poderes que de facto detenten la soberanía local, y
fundar su determinación sobre la realidad de los hechos y en la doctrina de nuestra
Ley Suprema. De otra suerte no está justificado que se otorgue esta necesaria y
conveniente facultad al Senado, que bien aplicada sí sirve para mantener el orden
legal dentro de los Estados y el equilibrio político dentro de nuestro régimen
federativo.
Sin embargo, para prevenir atentados y abusos por la mala interpretación que se ha
dado y se seguirá dando al texto del artículo 76, juzgamos que existen tres
soluciones para preservar la soberanía de los Estados y lograr el respeto que
merecen sus autoridades cuando actúan dentro de la ley. En primer lugar, los
Estados, amparándose en la disposición misma de la fracción V que comentamos,
que manda que la facultad concedida en ella sólo deba aplicarse si las
Constituciones locales no prevén la solución, deben cuidar de reglamentar con la
mayor precisión y detalles todos los casos en que pueda considerar que uno o varios
o todos los Poderes cesen de funcionar, así como los medios para substituirlos
individual o colectivamente, de tal modo que nunca deje de existir el orden
constitucional; con lo cual lograrán cerrar la puerta a todas las intervenciones que
con cualquier pretexto pudiera intentar el Senado. En esta situación no tendrá casi
nunca ese órgano federal capacidad estatal para resolver conflictos políticos de
carácter regional, y tal cosa contribuirá a que cesen las suspicacias, las
desconfianzas y las fricciones entre los gobernantes locales y federales, lográndose
a la vez el respeto y la buena voluntad de los habitantes de los Estados para el
gobierno central. Y no hay duda que ésta es la interpretación que debe darse al
último inciso de la fracción V del articulo 76, que por error pudiera creerse sólo
aplicable al funcionario que deba ser nombrado Gobernador provisional, porque en
la exposición de motivos presentada por las Comisiones unidas de Constitución al
Congreso de Querétaro, el 11 de enero de 1917, al señalar varios de los textos de la
Constitución de 57 que resultaban modificados, se mencionó entre otros: "La
fracción V del artículo 76, que tiene por objeto poner más requisitos a la peligrosa
facultad del Senado de declarar que han desaparecido los Poderes de un Estado, y
del Ejecutivo para nombrarle Gobernador, y en la que se deja la puerta abierta .a la
resolución que al problema den las Constituciones locales, ahora que se reformen a
consecuencia de la nueva Constitución". Con esto queda demostrado que se reservó
de manera preferente la decisión de este asunto a lo que las leyes de los Estados
pudieran establecer. Por eso al votarse el texto de la fracción V se le agregó un
inciso final que lo diferencia completamente del que tenía en la Constitución de 57.
El inciso adicionado y que abarca todas las prevenciones contenidas en dicha
fracción; dice textualmente: "Esta disposición regirá siempre que las Constituciones
de los Estados no prevean el caso".
Pero hay otra diferencia de importancia entre las redacciones dadas a la
fracción que comentamos en la Constitución anterior y en la vigente, y es que la de
57 daba derecho al Senado para intervenir cuando hubieran desaparecido los
Poderes Legislativo y Ejecutivo de un Estado mientras que la de 17 exige que la
desaparición sea de todos los Poderes, y por consiguiente debe comprenderse entre
ellos también al Judicial, circunstancia que igualmente reduce el alcance
de la facultad constitucional del Senado. En la discusión habida en el Constituyente
de Querétaro con motivo del dictamen presentado sobre este asunto, el licenciado
Machorro Narváez, miembro de la Comisión Dictaminadora, dijo desde la tribuna
lo siguiente: "Para cambiar la redacción de la fracción V se tuvieron en cuenta dos
razones; una, que la discusión de este artículo se había suscitado desde el tiempo de
la Constitución de 57, y el debate versó sobre si bastaba la desaparición de uno solo
de los Poderes o si era necesario que se verificara la desaparición de los tres
Poderes. La Comisión tuvo en cuenta que faltando uno solo de los tres Poderes y
quedando los otros dos en cada Estado, faltando el Ejecutivo, por lo general el
Legislativo nombra otro, de cualquier otra manera, para substituirlo. Si falta el
Legislativo, no es completamente esencial para el funcionamiento momentáneo de
los Poderes de un Estado. Se puede convocar a elecciones y se substituye de aquella
manera; si falta el Judicial, naturalmente que para que la Federación intervenga y
hasta cierto punto invada la soberanía, se necesita que falten los tres Poderes; éste
es un caso enteramente anormal, pero posible, sobre todo en tiempo de
convulsiones políticas. Para evitar que la Federación pudiera abrogarse la soberanía
porque faltara alguno de los Poderes, se quiso expresar que faltaran todos los
Poderes, que no hubiera quien gobernara en aquel momento". Y a la interpelación
que le hizo el diputado Rodríguez González sobre si debería nombrar el Senado
Gobernador provisional, si faltaban solamente el Legislativo y el Ejecutivo, el
diputado Machorro Narváez contestó textualmente: "La idea de la Comisión fue que
en este caso no se nombrara, porque queda desde luego el Poder Judicial como un
resto de soberanía legal, y quiso que allí se quedara el régimen legal. Además,
señores, hay el precedente legislativo de que en muchos Estados el Poder Judicial
substituye el Ejecutivo en muchos casos. El Presidente del Tribunal Superior de
Justicia pasa a ser Gobernador cuando falta el Gobernador. Ya tenemos en este caso
dos Poderes. Convocad a elecciones para Diputados y está completo el Poder; no
hay para qué intervenga la Federación".
Pero además de estas restricciones que puso la Constitución a las
facultades del Senado, dando una oportunidad a los constituyentes locales
para solucionar sus conflictos internos, puede establecerse otra de
naturaleza distinta por medio de una buena ley orgánica que regIamente la
competencia y tramitación de las controversias que surjan entre
la Federación y uno o más Estados, y de las cuales debe conocer en primera
instancia la Suprema Corte de Justicia de la Nación, conforme al artículo 105. Si en
esta ley se establece un procedimiento análogo al de la suspensión del acto
reclamado, como el que existe en el Juicio de Amparo, previniéndose que cuando
un Estado acuda a la Corte y someta a su determinación el conflicto que tenga
pendiente con la Federación, deben suspenderse desde luego todas las actividades
políticas que pretendan ejecutar cualquiera de los contendientes, dejándose las cosas
en el estado en que se encuentren. Con ese procedimiento se evitaría la intervención
CAPÍTULO VII
LA COMISIÓN PERMANENTE
con rapidez y vigor a los responsables de tales revueltas. Esa suspensión sólo podía
conseguirse, o convocando al Congreso a sesiones extraordinarias, lo que era muy
tardío y peligroso para el Ejecutivo por la categoría política y el gran número de los
miembros de las Cámaras, o solicitar de la Permanente la autorización respectiva, lo
que ponía a ésta en una situación privilegiada para exigir consideraciones de parte
del Ejecutivo, que aumentaban indebidamente su fuerza política.
Sin embargo, esta facultad del Congreso y de la Permanente ha desaparecido
de hecho, ya que durante nuestras últimas revueltas, cuartelazos o agitaciones, el
Ejecutivo ha reprimido esos movimientos con toda rapidez y rigor sin dirigirse al
Poder Legislativo en demanda de la suspensión de garantías.
Por último, la Comisión Permanente puede tener una gran significación en
un momento dado, de acuerdo con lo prevenido en el artículo 84 de la Constitución,
para los casos de falta absoluta del Presidente de la República, pues si al ocurrir esta
contingencia no estuviere reunido el Congreso, la Permanente nombrará desde
luego al Presidente Provisional y reunirá a las Cámaras con la mira de que a su vez
expidan la convocatoria para elecciones presidenciales si la falta del Jefe del
Ejecutivo hubiere ocurrido dentro de los dos primeros años del período
presidencial. En el caso de que la muerte o la renuncia tuvieren lugar durante los
últimos cuatro años del mismo periodo la Permanente nombrará también un
Presidente Provisional si no estuviere reunido el Congreso, y convocará a éste
desde luego a sesiones extraordinarias para que haga la elección definitiva del
Presidente substituto.
Fácilmente se comprende que estas atribuciones dan una mayor
significación política a la Permanente que la que realmente corresponde a una
simple comisión extraordinaria del Congreso, designada para mantener en
apariencia la continuidad del mismo Poder. Como su única misión es ejecutar
ciertas funciones de carácter urgente e imprescindible, como tomar la protesta a
ciertos funcionarios y magistrados y desempeñar las dos verdaderas importantes
funciones de que acabamos de hablar, o sean las de autorizar la suspensión de
garantías y la convocación del Congreso a sesiones extraordinarias, hay que
desarraigar por completo de nuestros prejuicios constitucionales la idea de que la
Comisión Permanente es un Poder. Por eso es significativo que se le haya dejado la
facultad de nombrar a un Presidente Provisional en los casos de falta absoluta de
titular, pues ya sabemos hasta dónde llega en nuestro país la práctica de los hechos
CAPÍTULO VIII
REGIMEN PARLAMENTARIO
GOBIERNO CONGRESIONAL
Es también verdad que las Constituciones establecen que los miembros del
Gabinete serán designados y revocados en los casos en que pierdan la confianza de
las Cámaras por el Rey o el Presidente de la República; pero en realidad estas
facultades corresponden al Parlamento, según las prácticas que se han establecido y
que ya tienen el rango de ley porque jamás se dejan de cumplir. Nos referimos al
hecho de que sólo el Parlamento designa a los Ministros, toda vez que el Jefe del
Estado no puede escoger a otros que a los que representen la mayoría, a los que
tengan la jefatura del partido, o de los bloques predominantes en las Cámaras, y por
lo tanto, no hay de su parte verdadera elección, sino únicamente aceptación de los
candidatos que ofrece el Parlamento y que serán los únicos sostenidos por el
mismo.
Así pues, si el Presidente de la República por espíritu de resistencia a las
Cámaras, o por capricho, o por crearse una personalidad que no le corresponde,
escogiere un Ministerio en el partido de la minoría, o entre los grupos menos
representativos del órgano legislativo, tal ensayo sufriría el más completo
descalabro y en el plazo más corto posible, pues las Cámaras con un simple voto
de censura echarían por tierra al nuevo Ministerio, no quedando otro recurso
al Jefe del Estado que escoger, como debió haberlo hecho, entre los líderes
de la mayoría. Igual cosa debe anotarse respecto de la revocación, es decir,
que al Presidente de la República no le queda otro recurso, cuando las
Cámaras han dado un voto de desaprobación al Gabinete, que aceptar forzosamente
la renuncia de éste, aunque dicho Presidente quisiera que permaneciera todavía en
funciones. En caso de que a pesar de tal contingencia no presentaran los Ministros
su renuncia, debe exigírselas para seguir gobernando normalmente y conforme a las
costumbres parlamentarias que tienen plena fuerza de ley.
El único medio de resistencia que queda al Jefe del Estado en los países
parlamentarios para sostener su programa de gobierno y las actividades
ministeriales de un Gabinete de su confianza, contra la oposición de las Cámaras, es
la disolución de estas últimas, mediante las condiciones y requisitos que fije la
Constitución, ya que ese recurso es también un elemento característico y esencial de
la forma parlamentaria de gobierno. Así se procede en Inglaterra cuando el
Gabinete se considera respaldado por la .opinión pública y tropieza con la
obstrucción que juzga inconveniente del Parlamento, e igual derecho tiene en
Francia el Presidente de la República, de acuerdo con el Senado, para disolver la
* *
En cuanto al llamado gobierno congresional, denominación usada en el libro
así intitulado por Woodrow Wilson, el notable jurista y publicista americano, nos
bastará decir que es una peculiaridad surgida extralegalmente de la Constitución
americana y puesta en práctica tan sólo en los Estados Unidos.
Se trata de la influencia o de la acción de control que ejercen 1as comisiones
o comités en que se subdividen las Cámaras Federales sobre el Ejecutivo y en
particular sobre cada una de los departamentos administrativos, confiados a la
dirección de los Agentes auxiliares del Presidente, o sean los Secretarios de Estado.
Ya sabemos que la Constitución Federal Americana proclama la
independencia y la igualdad absolutas de los Poderes del Estado; que para
conservarles esa calidad teórica ha procurado mantenerlos aislados impidiendo la
cooperación y el acercamiento entre ellos; que al efecto negó el derecho al Jefe del
Ejecutivo de iniciar leyes, y en la práctica ha cerrado el recinto del Congreso a los
representantes del Ejecutivo para tomar parte en sus deliberaciones, con todo
lo cual se creyó preservar la integridad de este último Poder. Pero el
hecho es que por las necesidades de la división del trabajo, por las dificultades para
que las Cámaras actúen en sesiones públicas y plenarias al legislar y ejercitar sus
facultades políticas de control, y por el considerable número de asuntos sometidos a
su conocimiento y decisión, cada Cámara se subdividió en numerosos comités
congresionales, atribuyéndose a cada uno de ellos jurisdicción sobre determinados
asuntos, habiendo de ese modo comisiones de Crédito Público, de Hacienda, de
Guerra, de Transportes, de Deuda Pública, de Relaciones Exteriores, etc., etc., y dos
principales, que constituyen verdaderos Ministerios que tienen preferencia sobre
todos los otros y un control y dominio absoluto sobre el Ejecutivo, denominados: el
uno Vías y Medios (Ways and Means) y el otro de Egresos o de Gastos
(Appropriations). Todos esos comités están integrados por miembros de los dos
partidos, teniendo mayoría los del que está también en mayoría en la respectiva
Cámara; tienen derecho a llamar a los Ministros para oírlos, interpelarlos y
recomendarles determinada actuación o conducta; para deliberar a puerta cerrada
sosteniendo debates privados en el recinto del comité y rendir dictamen a la Cámara
sobre todos los asuntos correspondientes a su jurisdicción parlamentaria; por
último, son los únicos que tienen derecho a presentar en sesión plena y pública los
proyectos formulados por todos los demás miembros de la misma asamblea en los
TÍTULO V
EL EJECUTIVO DE LA UNION
CAPÍTULO I
Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, con lo cual, de conformidad con las
orientaciones del Derecho Político aceptado en todas las naciones, México establece
un Ejecutivo unitario. Además, esto está dentro de nuestras tradiciones desde la
época virreinal, pues entonces la autoridad administrativa correspondía a un solo
individuo, el Virrey, como en todas nuestras Constituciones centralistas o
federalistas, en las que no se ha admitido la pluralidad para los titulares del Poder
Ejecutivo. y es evidente que para conservar la unidad y la autoridad tan
indispensables para el desempeño de las funciones administrativas, se necesita que
se dejen a cargo de un solo titular, pues el freno político contra los abusos de poder
y de usurpación de funciones en que este último pudiera incurrir no está en
subdividir el mando entre varias personas, sino en la limitación expresa de
facultades para el órgano de ejecución y en el otorgamiento de otras que lo
balancee con los demás Poderes de la Federación. Todas las naciones han
admitido la unidad en el Ejecutivo, exceptuando Suiza, que lo deposita en un
Consejo Federal, compuesto de siete individuos a quienes se ha conferido el
ejercicio de la administración; y aunque designa cada año dentro de ellos a
un Presidente de la Confederación, éste simplemente es un cargo honorífico y de
representación, carente de poderes y facultades. Por otra parte, los ensayos que se
han hecho en diversas épocas para encomendar el Gobierno a varios individuos,
como ocurrió en Francia durante la Revolución, designándose, conforme a la
Constitución del año III, un Directorio Ejecutivo integrado por cinco mandatarios,
siempre han dado resultados contraproducentes, ocasionándose no simplemente el
debilitamiento de la autoridad, sino la más completa anarquía.
En México hay muchas razones para que el Presidente de la República sea
hoy el más poderoso de los órganos del Estado y tenga una preponderancia
manifiesta en todos nuestros asuntos políticos, no siendo precisamente esas razones
de carácter legal sino consecuencia de nuestra historia y de las realidades sociales y
políticas en que vivimos. En efecto, como veremos al tratar de las facultades del
Presidente, tiene muchas menos y de menor importancia que las conferidas al
Congreso, y legalmente este último ejerce un verdadero control sobre las
actividades gubernamentales que puede desarrollar el Ejecutivo; pero un
funcionario, como el Presidente, que es electo directamente por el pueblo, que dura
en su encargo varios años y que siempre ha podido ser reelecto de derecho o de
facto, que tiene además a su disposición el mando de la fuerza pública y los fondos
y dineros del erario nacional y que, por último, nombra a sus empleados públicos y
puede satisfacer las necesidades económicas de la gran mayoría, acostumbrada a
esperarlo todo del Estado y no de la iniciativa individual o del trabajo amparado por
las organizaciones profesionales; un funcionario de esas circunstancias, tiene que
ser el de más categoría, el de más fuerza y el de más significación entre los titulares
del Poder Público.
Y dado nuestro régimen de Gobierno Presidencial, tomado de las
instituciones norteamericanas, el Presidente no podía ser designado por las Cámaras
en funciones del Colegio Electoral, como ocurre en Francia –lo que ha motivado
que el Presidente allí se subalterne más cada día a la influencia del Parlamento–,
sino que, estando fundado nuestro sistema de gobierno en la teoría constitucional
de división de Poderes, basada en la igualdad y en la independencia recíproca de
estos últimos, para poder enfrentar al titular del Ejecutivo con la colectividad
organizada del Congreso, es necesario que el pueblo sea quien confiera la
representación en los mismos términos y condiciones en que da su mandato a
los miembros del Legislativo. y en esto estriba precisamente la fuerza del Presidente
de la República: en que siendo designado por el sufragio directo y no únicamente en
una sola circunscripción electoral, como ocurre con cada Diputado o Senador, sino
en todos los colegios electorales de la República, su representación es mayor y en
teoría debe decirse que es más representativo de la opinión pública y de las
aspiraciones populares que los miembros del Congreso. Mientras que si fuera
designado, como en Francia y otros países, por las Cámaras, es indudable que por
razones de conveniencia para poder ser reelecto, o de gratitud para corresponder a
la elección, tendría que subalternarse a aquéllas.
Además de las consideraciones antes expuestas, que fundan la fortaleza del
Jefe del Ejecutivo en su origen electoral, dimanado directamente de los comicios
populares, hay otros dos, de orden legal, para mantener la estabilidad y la
importancia del mismo, o sean: que no puede ser revocado en su encargo, y que no
se le pueden exigir responsabilidades.
Todo esto no quiere decir que nuestra Constitución haya creado una
dictadura legal, conferida a un funcionario irresponsable y con atribuciones de
carácter ilimitado, porque basta un somero examen de las facultades políticas del
Congreso en sus relaciones con el Ejecutivo y del alcance jurídico de nuestro Juicio
Constitucional o de Amparo, aparte de la responsabilidad ministerial, para
desvanecer ese error; pero más decisivo sería tener en cuenta el control que
producirá el ejercicio de los derechos cívicos por parte de los ciudadanos cuando se
resuelvan a crear un verdadero Gobierno institucional, para que el Presidente de la
República sea considerado como debe ser: un órgano de ejecución con las
facultades limitadas y expresas que nuestra Ley Fundamental le ha conferido.
La garantía más eficaz que se ha encontrado en todas las naciones para
impedir el absolutismo político está en la permanencia transitoria en el Poder de
los Jefes de Estado, y para este fin nada es más acertado que instituir como
principio fundamental, sin atenuaciones ni excepciones, el de la "No Reelección".
No vamos a discutir dentro de las doctrinas democráticas la validez de esta
restricción constitucional a la voluntad popular, que tiene evidentemente, el derecho
de designar cuantas veces quiera al mismo sujeto para desempeñar las funciones
ejecutivas, sino justificarla en el terreno de la conveniencia política y de la
seguridad social, así como en el estudio de nuestra historia constitucional.
En efecto, en todo régimen democrático la designación de los mandatarios
corresponde al sufragio del pueblo, es decir, a su libre voluntad expresada en las
épocas que la Constitución haya fijado para la renovación de los Poderes Públicos y
siguiendo los procedimientos establecidos en ella; por lo cual es racional que si el
pueblo tiene confianza en la persona que ha desempeñado el Poder Ejecutivo y
desea ratificársela manteniéndolo en el cargo para que siga desenvolviendo el
programa gubernativo que se ha juzgado conveniente a los intereses nacionales, no
hay, ni conforme a la política, ni a la moral, motivos que justifiquen la restricción al
voto de los gobernados, porque, repetimos, es de la esencia democrática que éstos
sean dirigidos por aquellos a quienes escogen.
Pero estas verdades que nadie discute y que son incontestables dentro de la
más pura teoría, han dado en su aplicación los resultados más nocivos y más
contraproducentes donde quiera, y muy particularmente entre nosotros, para los
intereses nacionales; porque la permanencia indefinida o largamente prolongada en
el poder transforma a los gobernantes en tiranos y destruye el funcionamiento
normal de las instituciones, sujetando a los pueblos a la voluntad arbitraria de un
solo individuo. Y cuando no son las leyes las que establecen expresamente la No
Reelección, son las tradiciones de los pueblos mismos las que exigen, como válvula
de seguridad, el cambio frecuente de autoridades.
de los Congresos porfiristas, que después del triunfo tuxtepecano iniciaron la serie
progresiva de reformas constitucionales para garantizar la permanencia indefinida
de su jefe en el poder; ellos también, los revolucionarios de 10 y de 13, conculcaron
el principio nuevamente conquistado de la No Reelección, y por otras reformas han
consagrado ya la tenencia indefinida, aunque por hoy intermitente, del poder, a
reserva de franquear el último paso que resta para consagrar la dictadura vitalicia, el
continuismo ininterrumpido.
Ello será hasta que un nuevo estallido popular vuelva a reponer las cosas
como estaban, y a fijar para siempre la fórmula antirreeleccionista23 la
única conveniente en nuestro medio y la sólo propicia para el mantenimiento de la
paz, dentro del régimen presidencial mexicano.
Confirmemos lo que acabamos de exponer.
Después del triunfo de la revolución de Tuxtepec en 1876, apenas habían
transcurrido dos años cuando por ley de 5 de mayo de 1878 se reformó el artículo
de la Constitución entonces vigente, estatuyéndose que el Presidente no podía ser
reelecto para el período inmediato, pero sí después. Más tarde, por la ley de 27 de
octubre de 1887 volvió a reformarse el mismo artículo 78 en el sentido de que el
Presidente pudiera ser reelecto para el período constitucional inmediato. Por último,
la ley de 20 de diciembre de 1890 restableció el texto primitivo de la Constitución
de 57, que consignaba la reelección sin término ni condiciones, o sea el gobierno
personal indefinido del General Díaz, o del Presidente que tuviera el prestigio y la
autoridad suficiente para no abandonar el poder.
Promulgada la nueva Constitución de Querétaro las Cámaras y Legislaturas
revolucionarias sólo esperaban también unos cuantos años para cambiar su base
fundamental antirreeleccionista, y desde el 15 de enero de 1927, reformaron el
artículo constitucional respectivo y, tímidamente todavía, consagraron una primera
reelección, como los tuxtepecanos de 1878. El artículo 83 reformado quedó como
sigue: "El Presidente entrará a ejercer su encargo el 1º de diciembre del año en que
se celebre la elección; durará en él cuatro años y no podrá ser electo para el período
inmediato. Pasado éste podrá desempeñar nuevamente el encargo del Presidente
sólo por un período más y terminado el segundo período de ejercicio quedará
23
La reforma introducida el 29 de abril de 1933 al artículo 83 testableci6 la No Reelecci6n
absoluta, en completa conformidad con el criterio sustentado por el autor.
* *
Si con toda justicia hemos censurado las reformas constitucionales
anteriores, que han traído de nuevo un elemento perturbador en la sucesión normal
de nuestros gobiernos, la que ya estaba asegurada definitivamente con el principio
absoluto de la. No Reelección; en cambio, sí nos parece acertada y plausible la
reforma que prorroga el período presidencial hasta seis años, pues es evidente que
en los cuatro que fijaba la Constitución no era posible a ningún Jefe de Estado
desarrollar en beneficio público sus programas de gobierno y de administración,
porque casi se pierde la mitad del período en darse cuenta de las necesidades y de
los problemas que presenta el país. Por eso en los Estados Unidos, que tiene el
período presidencial de cuatro años, se ha permitido casi siempre la reelección de
los Presidentes y, exceptuando unos cuantos casos, puede decirse que todos ellos
han ocupado dos veces consecutivas la Presidencia. Igual cosa ocurre en Francia y
Alemania, donde el Jefe del Ejecutivo dura en su encargo siete años, y en la
Argentina y otras repúblicas americanas, que autorizan seis años.
que éste expida la convocatoria para las elecciones presidenciales. Cuando la falta
del Presidente ocurriese en los dos últimos años del periodo respectivo, si el
Congreso de la Unión se encontrase en sesiones, elegirá al Presidente substituto que
deberá concluir el período; si el Congreso no estuviese reunido, la Comisión
Permanente nombrará un Presidente Provisional y convocará al Congreso a sesiones
extraordinarias para que se erija en Colegio Electoral y haya elección del Presidente
substituto. El artículo 85, complementando las disposiciones anteriores, establece
que si al comenzar un periodo constitucional no se presentase el Presidente electo o
la elección no estuviese hecha y declarada el primero de diciembre, cesará, sin
embargo, el Presidente cuyo periodo haya concluido y se encargará desde luego del
Poder Ejecutivo, en calidad de Presidente Provisional,26 el que designe el Congreso
o en su falta la Comisión Permanente y se procederá conforme a 10 dispuesto en e!
artículo 84 citado antes. Cuando la falta del Presidente fuese temporal, el Congreso
de la Unión, si estuviere reunido, o en su defecto la Comisión Permanente,
designará un Presidente Interino para que funcione durante el tiempo que dure dicha
falta.
Como se ve, la sucesión presidencial ha quedado exclusivamente en manos
del Congreso en los casos de falta temporal o absoluta del Jefe del
Ejecutivo, pues la renovación normal cada seis años corresponde solamente al
pueblo por medio del sufragio universal y directo. Y aunque este
procedimiento hace vivir al país en una perpetua incertidumbre y en constante
ansiedad por lo que toca a la designación de un Presidente substituto, sobre todo
cuando deba concluir el período presidencial y durar en su encargo varios
años, sin embargo, dada la experiencia adquirida en más de una centuria de vida
independiente, no es fácil por ahora encontrar otro mejor, pues entre el
posible desacierto en que puede incurrir el Congreso, pero que está sujeto a una
26
En calidad de Presidente interino, según la reforma del arto 85 publicada en el “Diario Oficial”
de 29 de abril de 1933, reforma que ha agregado al citado artículo el siguiente párrafo: “Cuando la
falta del Presidente sea por más de treinta días y el Congreso de la Unión no estuviere reunido, la
Comisión Permanente convocará a sesiones extraordinarias del Congreso para que éste resuelva
sobre la licencia y nombre, en su caso, al Presidente interino”.
* *
Pasando a los requisitos fijados por la Constitución para poder pe Presidente
de la República, el artículo 82 exige al designado:
27
La reforma de 1933 ha concordado la ampliación del período presidencial con el plazo de
permanencia del Presidente sustituto.
28
Las fracciones V y VI del articulo 82 fueron modificadas el 8 de enero de 1943, acortándose
los plazos a seis meses como más adelante lo sugiere el autor
29
Ídem.
si tal cosa hiciera, incurrida por su parte en una violación mayor de la Constitución
y en un verdadero golpe de Estado congresional.
Pero más típicamente aparece la falta de solución constitucional en el caso
de que no se acepte la renuncia presentada por el Jefe del Ejecutivo, porque si éste
se rehusa entonces a continuar en funciones, no hay poder político ni humano que
pueda obligarlo a desempeñarlas. Y lo mismo debe decirse en general de todos los
conflictos entre un Poder del Estado y los otros, que siendo soberanos, por decir así,
en 10 que toca a sus facultades constitucionales, no deben ser cohibidos por nadie
para ejercitarlas. Así pues, los conflictos entre las dos Cámaras del Congreso, por lo
que toca a la formación de las leyes, o a cualquier otro aspecto que necesite el
consentimiento de ambas, si no se obtiene éste no hay medio legal de lograrlo. Pero
esto que aparentemente presenta los caracteres de un desquiciamiento político, o los
pródromos de una disolución del Estado, no tiene en la realidad de las cosas, en las
necesidades de la vida funcional de la Nación, el alcance disolvente que aparenta:
los Poderes mismos del Estado en casos extremos, por una reacción natural
motivada por el patriotismo, por la conciencia del deber, por el sentimiento del
respeto al pueblo que los ha designado y de quien tienen la soberanía teórica, se
prestan a que instintiva y automáticamente se restablezca el equilibrio y se
mantenga la armonía política volviéndose de modo previo al normal ejercicio de las
funciones correspondientes a cada órgano estatal. Pero, en el caso de no llegarse a
esta solución única y de que las pasiones políticas pretendan arrastrar al país por la
pendiente de la anarquía amenazando los intereses y derechos de los gobernados, la
solución sólo puede ser extralegal y ejecutada por medio de la violencia: la
revolución o el golpe de Estado.
CAPÍTULO II
todo, para elevar la condición moral de los empleados públicos respetando en ellos,
los sentimientos de emulación para el trabajo y de dignidad e independencia en el
desempeño del mismo, nivelándolos a la situación actual de los obreros en general,
nombramientos deberían hacerse con arreglo a las leyes, es decir, a las normas
establecidas por el Congreso y obligatorias para el Ejecutivo.
* *
Entre las facultades propiamente ejecutivas que corresponden al Presidente
de la República están las de disponer de la fuerza armada permanente de mar y
tierra para la seguridad interior y defensa exterior de la Federación; la de disponer
de la Guardia Nacional fuera de sus respectivos Estados o Territorios para los
mismos objetos, debiendo obtener en este caso el consentimiento del Senado; y la
de declarar la guerra en nombre de los Estados U nidos Mexicanos, previa ley del
Congreso de la Unión, así como dirigir y ejecutar todos los actos de agresión o de
defensa que las hostilidades reclamen.
Estos derechos, aunque supeditados algunos a la voluntad del Parlamento,
son de los que dan mayor personalidad y fuerza material al Jefe del Ejecutivo,
puesto que tratándose de la seguridad interior puede, para el mantenimiento de la
paz pública y la estabilidad de las instituciones, movilizar a su arbitrio las fuerzas
federales y Guardia Nacional de los Estados cuando lo juzgue necesario y lo
demanden las necesidades del país. Así pues, si en un Estado se suscita un conflicto
de carácter interno, pretendiendo dos o tres individuos haber resultado electos
Gobernadores de esa Entidad y el Ejecutivo ha reconocido a uno de ellos,
puede enviar la fuerza pública para sostener la autoridad de aquél a quien haya
reconocido. Igual cosa debe decirse tratándose de conflictos entre varias
Legislaturas, pues aunque no hay una facultad expresa, como la que dan las leyes de
los Estados Unidos al Presidente de esa República, para conocer en casos de
conflictos electorales en los Estados cuál debe ser la autoridad legítima,
práctica constante e inevitable también entre nosotros la seguida por el
Presidente en esas circunstancias, ya que no hay otra autoridad que pueda
intervenir en la controversia, y que existe, además, una semejanza
completa entre esta facultad del Presidente y la que le reconoce la Constitución para
resolver, entre varios gobiernos que se establezcan en un Estado extranjero, con
cuál de ellos mantendrá relaciones diplomáticas.
siendo necesaria la voluntad del Congreso para que el Presidente pueda declarar o
aceptar la guerra, y por lo mismo, por estas circunstancias se han limitado las
facultades a que nos estamos refiriendo. Por lo demás, no era conveniente que
responsabilidades tan graves como las de admitir el paso de tropas extranjeras
dentro de la República y la salida de las nuestras a territorio extranjero, se dejaran a
la simple decisión de una persona, sino que, para prevenir las consecuencias que
pudieran traer tales actos, se Juzgó indispensable la cooperación de una Cámara
representativa popular, como es el Senado, que indudablemente puede contribuir
con su buen juicio al acierto en las determinaciones que sobre estos asuntos se
tomen.
*
* *
Pero indudablemente la facultad de mayor categoría y de mayor prestigio
que la Constitución ha concedido al Presidente de la República, en el ejercicio de
sus funciones propiamente ejecutivas, es la referente a dirigir con la libertad más
absoluta las relaciones diplomáticas del país con los demás Estados soberanos, y la
de poder celebrar tratados internacionales, complementada esta última facultad con
la aprobación necesaria que debe dar a estos convenios el Senado.
Estas atribuciones son las que le han dado el rango que en todas las naciones
tiene el titular del Poder Ejecutivo, y las que le han conservado su prestigio y su
fuerza interior, a pesar de las invasiones constantes del Parlamento dentro de la
esfera de acción del mismo Ejecutivo, y no obstante el cercenamiento reiterado que
se ha hecho de sus facultades exclusivas en beneficio del Poder Legislativo.
En los gobiernos parlamentarios éste es el único rasgo de independencia y
de igualdad política que respecto de los otros Poderes conservan los Jefes del
Estado. Así ocurre en Inglaterra, en Francia y en los demás países parlamentarios,
en los que el titular del Ejecutivo recibe a los Embajadores y Ministros
Plenipotenciarios, mantiene la .correspondencia diplomática con todos los otros
pueblos por conducto del Ministro de Relaciones e inicia negociaciones y las
continúa dentro del más estricto sigilo hasta llegar a la celebración de tratados, sin
dar cuenta de sus actos a las demás autoridades del Estado, salvo para la ratificación
de aquéllos.
que sean, por otra parte, las consecuencias que resulten conforme al Derecho de
Gentes por la violación de un pacto internacional y las responsabilidades en que la
Nación pueda incurrir, frente a las otras altas potencias contratantes.
Esto ha quedado definitivamente confirmado después de la reforma del
artículo 133 promulgada el 18 de enero de 1934, que textualmente previene que son
leyes supremas del país los tratados que estén de acuerdo con la Constitución.
Podemos asentar, pues, que según el artículo 15 de nuestra Ley Suprema, no
se autoriza la celebración de tratados para la extradición de reos políticos, ni para la
de aquellos delincuentes del orden común que hayan tenido en el país donde
cometieron el delito, la condición de esclavos; ni de convenios o tratados en virtud
de los que se alteren las garantías y derechos establecidos por la Constitución para
el hombre y el ciudadano. Por consiguiente, si el Presidente de la República, con la
ratificación del Senado, celebra con cualquier otro país un convenio por virtud del
cual se supriman o modifiquen algunos de los derechos individuales otorgados a los
mexicanos o a los habitantes del país en general por la Constitución, ese tratado
carece de valor legal ante nuestros tribunales no puede, por lo tanto, servir de título
para ejercitar ninguna acción, ni al gobierno como persona moral, ni a los
individuos en particular. Si se pretendiera hacer cumplir dicho tratado por las
autoridades de cualquier género en perjuicio de determinado individuo, al que se
quiera lesionar un derecho personal, podría éste indudablemente recurrir a la vía de
Amparo por tratarse de una ley que viola garantías individuales; porque hay que
insistir muy especialmente en precisar, con fundamento en el artículo 133 citado,
que los convenios internacionales tienen, a la vez que esta calidad, la de leyes
interiores del país, y, por consiguiente, deben estar ajustados a la Constitución para
poder ser cumplidos y obedecidos.
Y lo mismo que respecto de las prohibiciones que consigna el
artículo 15 que acabamos de citar, debe decirse de todos los tratados que infrinjan o
violen en su espíritu o en su texto los preceptos de la Constitución, no sólo respecto
de garantías individuales o de derechos del ciudadano, sino que alteren o
modifiquen la forma de gobierno, la organización de nuestros Poderes y las
atribuciones que a éstos corresponden. Por lo tanto, si en un tratado se atribuye a los
Estados lo que es de la competencia del Poder Federal, o a éste las facultades
reservadas a aquéllos; o si se atribuyen al Poder Ejecutivo prerrogativas que son
exclusivas del Congreso, o a éste las que corresponden al Poder Judicial; o, en
* *
Las facultades de carácter judicial que corresponden al Ejecutivo de la
Unión pueden clasificarse, unas, como directas, y otras, que no tienen más que una
función de nombramiento o de remoción, como indirectas. La primera es la
consignada en la fracción XIV del artículo 89, que autoriza al Presidente para
conceder, conforme a las leyes, indultos a los reos sentenciados por delitos de
competencia de los Tribunales Federales y a los sentenciados por delitos del orden
común en el Distrito Federal y Territorios. Esto es un simple recuerdo de los
gobiernos monárquicos absolutos de otros tiempos que, deseosos de despertar la
simpatía de los súbditos hacia los soberanos, conferían a éstos el derecho de
perdonar a los responsables de faltas y delitos en ciertos casos y en determinadas
circunstancias. Después se ha buscado como propósito, y cuando, conforme a la
legislación, no hay medio de corregir un error judicial, que el Jefe de Estado, a
título de benevolencia o de equidad, conceda el indulto para suspender los efectos
de una pena no merecida o que, por el transcurso del tiempo, ya no amerite
mantenerse en vigor. De todos modos, esto es una comprobación de que los Poderes
en nuestro régimen político tienen facultades complejas que les dan la oportunidad
de desempeñar funciones distintas de las de su propia naturaleza.
Las relaciones indirectas, que no son realmente judiciales, entre el Ejecutivo
y el Poder jurisdiccional de la Federación, son las de nombrar a los Ministros
de la Suprema Corte de Justicia y a los Magistrados del Tribunal Superior del
Distrito Federal y Territorios para integrar el órgano judicial, así como
someter estos nombramientos y las licencias y renuncias de cada uno de ellos a
la aprobación de las Cámaras de Senadores y de Diputados
respectivamente. Además intervenir en la marcha de la administración de Justicia
investigando y comprobando la buena o mala conducta de cada uno de esos
magistrados para poder pedir la destitución de los que juzgue culpables ante las
Cámaras respectivas, en los términos del artículo 111 de la Constitución. De
acuerdo con este precepto el Presidente de la República podrá pedir ante la Cámara
de Diputados la destitución por mala conducta de cualquiera de los Ministros de la
Suprema Corte de Justicia, de los Magistrados de Circuito, de los Jueces de Distrito,
de los Magistrados del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal y de los
Territorios, y de los Jueces del Orden Común del mismo Distrito y Territorios
debiendo quedar privado de su puesto el funcionario acusado si la Cámara de
* *
Estudiadas las funciones propiamente ejecutivas del Presidente de la
República y las judiciales que tiene, así como sus relaciones indirectas con los
órganos jurisdiccionales de la Federación, nos toca examinar las atribuciones de
carácter legislativo que le corresponden, así como las obligaciones –que no
facultades– que se le imponen para el debido cumplimiento de las leyes dictadas
por el Congreso de la Unión.
En el capítulo relativo de esta obra que trata de la formación de las
leyes, vimos que el Presidente tiene el derecho de iniciar, discutir y
tomar participación directa en el voto de todas las leyes federales, lo
que lo transforma, por lo que respecta a estas funciones esencialmente legislativas,
en un órgano auxiliar con facultades complementarias de las que propiamente
corresponden al Congreso. Así pues, el Presidente, como cualquier miembro de las
Cámaras, puede someter a la deliberación de las mismas los proyectos de ley o de
decreto que estime convenientes y que se refieran a cualquiera de los asuntos
comprendidos dentro de la vasta esfera de acción del Poder Legislativo,
circunstancia que le da un papel primordial en el desempeño de las funciones
legislativas. Igual cosa debe decirse del derecho de concurrir por medio de sus
colaboradores, los Secretarios del Despacho, a las sesiones del Parlamento pata
sostener su programa de gobierno y tomar parte en la discusión de las leyes
iniciadas por él o que tengan relación directa con los ramos de la administración
pública, pues estas atribuciones le presentan una excelente oportunidad para
contraponer sus puntos de vista a los del Congreso, exponiéndolos ante la opinión
pública para obtener la simpatía y el apoyo moral de los gobernados, tan
indispensable para proceder con firmeza, de momento, como para lograr un triunfo
final en los combates decisivos que se libren en los comicios populares, después.
Por último, ya hablamos con toda amplitud del derecho de veto, que hoy por
hoy es el poder más grande que tiene el Presidente y el freno más efectivo contra el
Congreso en materia de legislación, puesto que se necesita, para desechar las
objeciones y la oposición del Ejecutivo contra una ley, de las dos terceras partes de
los miembros de cada Cámara, lo que es casi imposible a menos que se trate de un
gobierno moribundo a quien no le sea posible contar ni con el apoyo de veinte
senadores. Pero si todas estas atribuciones nos son ya conocidas por haberlas
tratado en los capítulos relativos al Congreso, nos resta exponer la importantísima
facultad, la verdadera misión legislativa que acrecienta la fuerza y la importancia
del Poder Ejecutivo: la autorización que tiene, conforme a la fracción I del artículo
89, de dictar todas las disposiciones necesarias para proveer en la esfera
administrativa a la exacta observancia de las leyes, o sea la llamada facultad
reglamentaria. Igualmente trataremos, con la extensión que se requiere, la
obligación que la misma fracción I impone al Jefe del Estado de promulgar y
ejecutar las leyes que expida el Congreso de la Unión, siendo indispensable y
conveniente precisar desde luego que la promulgación de las normas legislativas no
es, como pretende un gran número de tratadistas, una función legislativa, sino
técnica y políticamente una verdadera obligación ejecutiva del Presidente de la
Nación.
Aparentemente, los reglamentos administrativos que dicta y pone en vigor el
Presidente de la República, tienen el mismo valor que las leyes, por lo que se ha
considerado que al expedirlos desempeña una función propiamente legislativa el
Jefe del Estado. Los reglamentos, como su nombre lo indica, sirven para establecer
reglas de carácter jurídico de alcance general, y por lo común, contienen
disposiciones impersonales y obligatorias en cualquier lugar y tiempo, condiciones
todas que reúne el mandato imperativo del Poder Legislativo que la Constitución
califica de ley. Pero bastará aplicar el criterio seguido por nuestra Constitución, que
considera solamente como leyes a determinadas normas impuestas por el Estado, a
las que no califica mirando el contenido material de las mismas sino la forma
constitucional bajo las cuales se presenten, para que tomando en cuenta el hecho de
que los reglamentos son dictados por el Poder Ejecutivo y por medio de
procedimientos administrativos, exista una distinción fundamental y definitiva entre
ellos y las leyes propiamente tales, dictadas por el Congreso. Por esta razón, los
autores de Derecho Administrativo han considerado siempre el reglamento “como
una fuente de derecho inferior que no solamente no se impone al legislador, porque
éste, por medio de su derecho de crear la legislación, puede abrogar en cualquier
tiempo el derecho simplemente reglamentario, sino porque este último no liga
definitivamente ni siquiera a las autoridades administrativas, que están capacitadas
para ajustar sus actos a las modificaciones que por propia autoridad hagan a dicho
reglamento”. Pero sin necesidad de internarnos en las discusiones abstractas de
legisladores y tratadistas sobre si el reglamento constituye o no una función
legislativa del órgano ejecutivo del Estado, bastará analizar el texto expreso de
nuestra Constitución, consignado en la fracción I del artículo 89, para convencernos
de que la facultad reglamentaria del Presidente de la República constituye
simplemente un acto de mera ejecución de las leyes y que, por lo tanto, cuando no
existan éstas, es decir, disposiciones de carácter general creadoras o reguladoras de
relaciones jurídicas determinadas, no podrá existir el derecho del Ejecutivo para
expedir reglamentos, pues éstos sólo pueden tener por exclusivo objeto, como dice
la Constitución, proveer en la esfera administrativa a la exacta observancia de las
leyes dictadas por el Congreso. "Ejecutar las leyes, tal es, pues, el único e
invariable dominio del poder reglamentario. Esto equivale a decir que no existen
asuntos o materias propias o exclusivas de la competencia constitucional de
los reglamentos, por lo cual debe afirmarse que ellos sólo tienen por única finalidad
la ejecución de las leyes, en tanto que a éstas corresponde expedir normas que no
tienen por objeto ejecutar los mandatos de otras leyes en vigor". Por consiguiente,
queda establecido, conforme a la doctrina generalmente adoptada por países
regidos por instituciones constitucionales semejantes a las nuestras, pero
sobre todo por el preceptuado de una manera categórica en nuestra Constitución
Federal, que la única significación y alcance de la facultad reglamentaria del
Presidente es proporcionar los medios o procedimientos de carácter general para
hacer cumplir la legislación federal por todas las autoridades y todos los habitantes
de la República. Por este motivo tienen, dentro de su competencia, la misma fuerza
obligatoria y validez que las leyes, y debido a esta circunstancia, los Tribunales
deben aplicarlos para dirimir las contiendas entre partes o exigir a los particulares el
cumplimiento de las obligaciones legales que tengan para con el Estado, pues se
trata de preceptos que deben considerarse como complementarios de las leyes. Pero
si todo esto es verdad, ello mismo implica que el reglamento no puede salirse de los
límites marcados por la ley a la materia objeto de sus disposiciones, porque el
Ejecutivo no tiene mayor competencia legislativa por medio del poder
reglamentario que la que tuvo el Congreso para dictar las normas jurídicas objeto de
la reglamentación. Por consiguiente, no es cierto que el Jefe del Ejecutivo posea en
México, por sus propias facultades gubernamentales y como poder soberano
encargado de ciertas funciones dentro del Estado, el derecho de legislar en asuntos
sobre los que no lo haya hecho el Congreso, ni con mayor amplitud, ni
extendiéndose a otros que estén fuera de los límites de los mandatos legislativos. En
resumen, se trata de actos meramente ejecutivos, que sólo por su íntima relación
con los poderes constitucionales del Congreso, y por la forma que generalmente
adoptan para la reglamentación, tienen toda la apariencia de actos legislativos.
* *
Lo mismo que de la facultad anterior concedida al Presidente de la
República, debe decirse de las que en la misma fracción 1 del articulo 89 le otorga
la Constitución, o sean las de promulgar y ejecutar las leyes que expida el
Congreso. Pero en este caso más bien se trata de una obligación ineludible que de
una facultad atributiva, pues tratándose de la promulgación y la publicación de los
mandatos legislativos, no se dejan tales actos a la voluntad o al criterio del
Ejecutivo, sino que debe forzosamente cumplirlos para no incurrir en violaciones a
la Ley Suprema y en responsabilidades políticas y legales.
Varios autores, incurriendo en confusiones como respecto de la facultad
reglamentaria, han considerado que la promulgación es una función típicamente
legislativa, y que al verificarla el Jefe del Estado concurre de una manera activa e
indispensable a la formación de las leyes, pues éstas carecerán de todo valor y
eficacia en tanto que no resuelva el titular del Ejecutivo promulgarlas para que
puedan ser ejecutables. Duguit asienta: “La promulgación es el complemento
indispensable de la ley; en tanto que no hay promulgación no hay, propiamente
hablando, ley. La promulgación es indispensable para la perfección de la ley,
porque una ley no promulgada, aunque votada por las dos Cámaras, no está sujeta a
la aplicación de los Tribunales ni se impone al respeto de los ciudadanos”.
Hauriou sostiene la misma idea diciendo: “Todos los actos del Poder
Ejecutivo son ejecutables por sí mismos: a la inversa, la fuerza de ejecución no
puede ser concedida a un acto jurídico emanado de otro Poder más que por la
intervención del Poder Ejecutivo. Por lo tanto, las leyes no llegan a ser ejecutables
sino por la promulgación que de ellas hace el Jefe del Estado”.
Pero estos errores provienen de que dichos tratadistas y algunos otros creen
que sólo el Ejecutivo tiene competencia para dictar 6rdenes o mandamientos
imperativos de ejecución, y que las asambleas legislativas y los tribunales sólo
pueden emitir opiniones o dictar disposiciones de carácter abstracto y general.
Rectificando estos equivocados conceptos, Carré de Malberg manifiesta: "En
realidad, lo que da fuerza imperativa a la ley y en virtud de la cual su ejecución se
impone, es la orden de conformarse a las disposiciones que la ley misma contiene.
Ahora bien, en el Derecho Público actual, esta orden emana directa y
exclusivamente del Cuerpo Legislativo; resulta del acto por el cual las Cámaras
adoptan la ley; forma parte integrante y es un elemento esencial de la confección de
las leyes por las asambleas. La promulgación no es, pues, un acto libre del
Presidente de la República, ya que quiera o no está obligado a promulgar las
leyes. No es necesario que el Presidente ordene que se ejecute la ley, pues la
orden de ejecución se cumple por virtud de la voluntad de las asambleas legislativas
y no de la del Ejecutivo. La conclusión que se desprende de todo lo que
antecede es que, al promulgar la ley, el Presidente de la República no ejercita en
manera alguna la función legislativa, sino que se concreta a proveer a su
ejecución: no ejerce al hacer esto ningún poder de mando, sino que
simplemente cumple, respecto del Poder Legislativo cuyos mandatos promulga, un
deber de sumisión, una obligación impuesta a su cargo ejecutivo".
El objeto de la promulgación es comprobar la existencia de una ley, el
contenido de la misma y su regularidad constitucional, es decir, que se llenaron
todas las formalidades y se cumplieron todos los requisitos que la Constitución
impone al órgano legislativo del Estado para crear la legislación nacional. Es, pues,
una formalidad externa que debe llenar el jefe del Ejecutivo para certificar la
autenticidad de las leyes, de tal manera que ninguna autoridad ni individuo
particular pueda negar u objetar la existencia del mandato imperativo que se le
aplique, ni la exactitud del mismo, ni su regularidad formal. Por lo tanto, no debe
confundirse el acto de la promulgación con la publicación de una ley o decreto,
CAPÍTULO III
a cargo de cada Secretaría; y el artículo 91 exige como requisitos para ser Secretario
del Despacho tener treinta años cumplidos, estar en ejercicio de sus derechos y ser
ciudadano mexicano por nacimiento.
En el lenguaje vulgar se designa. a estos funcionarios con el título de
Ministros, y aunque esto proviene de que así son conocidos los que desempeñan las
mismas funciones en los países parlamentarios, hay, sin embargo, un motivo para
tal designación en nuestra Ley Constitucional, puesto que el artículo 29 de la
misma, al tratar de la suspensión de garantías individuales, habla de que el
Presidente de la República, de acuerdo con el Consejo de Ministros y con
aprobación del Congreso, puede suspenderlas en todo el país o en lugar
determinado. Se ve, pues, que podría darse a los Secretarios del Despacho el título
de Ministros, aunque la naturaleza de sus funciones y la dependencia tan estrecha
en que se encuentran con respecto al Presidente revelan que no desempeñan un
cargo propiamente ministerial, como ocurre en los países parlamentarios, sino que
se trata simplemente de auxiliares o agentes administrativos del Jefe del Estado para
el desempeño de los diversos ramos de los servicios públicos.
Pero cualquiera que sea la denominación que corresponda a estos
colaboradores del Presidente de la República, debe reconocerse que la
Constitución ha querido elevarlos a un rango mayor que el de simples amanuenses
o empleados de segunda categoría y para ese fin los ha puesto en
relaciones con las Cámaras de la Unión, las que de acuerdo con el artículo 93
pueden citarlos para que informen cuando se discuta una ley o se estudie un negocio
relativo a su Secretaría. Además, los Secretarios tienen la obligación de dar cuenta
al Congreso sobre el estado que guarden sus respectivos ramos luego que esté
abierto el período de sesiones ordinarias de aquél. Estos deberes que los someten a
una dependencia indirecta pero real del Poder Legislativo, demuestran claramente
que la Constitución no ha querido hacer de esos funcionarios simples instrumentos
pasivos de la voluntad del Jefe del Estado. Y la mejor comprobación de todo esto la
encontramos en las prevenciones de los artículos 92 y 108 del Código Político
Federal, pues el primero les otorga una facultad de tan magna importancia que los
equipara casi en personalidad al Presidente por lo que se refiere al despacho de los
asuntos administrativos confiados a su dirección; y el segundo les impone las
mismas responsabilidades que a otros verdaderos representantes de la soberanía
nacional por lo que atañe a determinadas funciones, como los Senadores y
particular, porque en sus actos tienen que estar supeditados a la voluntad del Jefe
del Ejecutivo, dado que, en caso de discrepancia de pareceres, puede removerlos y
substituirlos por otros a su arbitrio. Pero esta circunstancia, de que la designación
de los Secretarios de Estado dependa exclusivamente del-Presidente, no les quita,
como hemos asentado antes, la personalidad hasta cierto punto autónoma y
revestida de grandes facultades y responsabilidades que les ha dado la Constitución
al conferir les el derecho de intervenir en los debates del Congreso; en la obligación
que les impuso de rendir al mismo un informe anual sobre su gestión
administrativa, lo que puede dar lugar a reproches y críticas que exhiban el torpe o
perjudicial desempeño de las funciones de Ministro y motivar su destitución por el
Presidente; y por último, la gran autoridad que tienen, por ser necesaria su venia y
autorización escrita, para que los acuerdos y órdenes del Presidente puedan ser
obedecidos. Además, por el ensanchamiento y el auge que han tomado los negocios
administrativos en México, que requieren el aumento constante de departamentos y
secciones dotadas de numeroso personal burocrático, y por la calidad técnica de
esos mismos asuntos que necesitan conocimientos, especialización y examen de
numerosos hechos y documentos, se hace indispensable que el Secretario del
Despacho posea forzosamente una gran libertad de acción y amplitud de criterio
para resolver aquéllos de una manera expedita y conveniente, sin tener que someter
a diario y en cada caso concreto las resoluciones que deben dictarse al juicio y la
voluntad del Presidente. y este mismo modo de ver es el del Profesor Matienzo, de
las Universidades de Buenos Aires y la Plata, quien comentando la organización del
Ministerio en la Argentina, en donde las disposiciones constitucionales relativas a
Secretarios del Despacho son las mismas que en México, dice en varios párrafos de
su obra “El Gobierno Representativo Federal en la República Argentina”: “Los
antecedentes demuestran que si bien no funciona todavía el sistema parlamentario
entre nosotros, sin duda porque el Parlamento no representa genuinamente la
opinión pública, los Ministros no dejan por eso de ser verdaderos copartícipes del
Poder Ejecutivo, cuya conducta encaminan de acuerdo con sus opiniones y
principios. Si fueran simples Secretarios del Presidente no sería necesario
cambiarlos sino cuando fueran ineptos para la administración que les está
encomendada. La diferencia fundamental entre las instituciones argentinas y las de
los Estados Unidos consiste en la organización de esa rama del gobierno (el Poder
Ejecutivo), para la cual nosotros hemos adoptado de Inglaterra y Francia el régimen
de los Ministros responsables y con voz en las Cámaras. Los Estados Unidos no
tienen esa institución. Allí el Presidente de la República y los Gobernadores de los
Estados firman solos y asumen solos la responsabilidad de sus actos. Los jefes de
los departamentos de la administración son simples auxiliares del Ejecutivo: no
tienen título de Ministros ni asisten a las Cámaras. Si los políticos argentinos
estudiaran un poco más la naturaleza del Poder Ejecutivo y los antecedentes
históricos a que responde la institución ministerial, pienso que acabarían por
convencerse de que no se consolidará el Gobierno constitucional en nuestro país
mientras no se devuelva a los Ministros lo que la Constitución les ha dado:
personalidad propia y responsabilidad efectiva. Sólo así tendremos Ejecutivos
respetables por las luces y prestigios de sus Ministros, que los habilitarán para
servir cumplidamente los intereses públicos”.
Lo mismo debe decirse de nuestra institución ministerial. Es indispensable
que se deje de considerar a cada Ministro en particular como un simple dependiente
o empleado de inferior categoría del Presidente de la República, consagrado a
despachar con sumisión y aun contra su criterio y voluntad los actos que le ordene
el Jefe del Estado, simplemente por el hecho de haberlo designado y de poder
destituirlo en cualquier tiempo. Para que la administración pública en México
sea eficiente y pueda dar todo el fruto que reclaman las necesidades morales y
materiales del país, al mismo tiempo que para revestir la institución gubernamental
de todo el respeto y el prestigio que debe tener un Estado culto y técnicamente
preparado al cumplimiento de las aspiraciones populares, se necesita escoger
hombres documentados en los asuntos relativos al ramo de la administración que se
les confíe y con experiencia gubernativa, además de la imprescindible
honorabilidad que el cargo requiere; que se les conceda toda la libertad de acción
posible con la responsabilidad correspondiente para el ejercicio de sus funciones.
De este modo se facilitará por completo la tarea del Presidente de la República y
será dado al pueblo mexicano ver realizadas sus aspiraciones, insatisfechas hasta
hoy, y las promesas de mejoramiento y bienestar que se le han hecho.
Pero mientras que, por lo contrario, prosigamos en la ruta de nuestras
discordias políticas y sólo se tome en cuenta el membrete y los antecedentes de
revolucionario o reaccionario para confiar los altos cargos de la administración
nacional, seguiremos viendo frecuentemente la ineptitud, la politiquería y la intriga
TÍTULO V I
EL PODER JUDICIAL DE LA FEDERACIÓN
CAPÍTULO I
LA FUNCIÓN JURISDICCIONAL
Legislativo, Ejecutivo y Judicial; por lo tanto, dio a este último una personalidad
distinta de los otros Poderes y lo dotó de funciones jurídicas y políticas que lo
caracterizan como un verdadero órgano del Estado.
Lo capacitó más tarde en los artículos 97, 102, 104, 106 y 107 de la
Constitución, de una actividad muy amplia, que abarca a la vez, tanto los
problemas jurídicos de la Federación cuanto una función política interesantísima,
acaso la más importante de nuestro Derecho Constitucional, como es la de
mantener el orden legal garantizando los derechos reconocidos a los
gobernados y conservando el equilibrio político de nuestro régimen federal de
gobierno, por medio de las fracciones II y III del artículo 103. Por lo tanto es
indudable que el Constituyente pensó crear un tercer Poder dentro del Estado,
y que tuvo el propósito firme, y lo realizó, de que desempeñara funciones propias.
Por eso resolvió confiarlo a Poderes especiales, según
hemos demostrado. Así, pues, comprobando las doctrinas de los autores de Derecho
Público en que nos hemos apoyado antes, la Constitución faculta a los Tribunales
Federales en la fracción IV del artículo 10730 bis para resolver sobre Amparos que se
pidan contra las sentencias definitivas en los juicios civiles, cuando dicha sentencia
sea contraria a la letra de la ley aplicable al caso o a su interpretación jurídica, y
cuando se violen las leyes de procedimiento; y en el último inciso del artículo 14,
relativo a garantías individuales, establece que “en los juicios del orden civil, la
sentencia definitiva deberá ser conforme a la letra o a la interpretación jurídica de la
ley, y a falta de ésta, SE FUNDARA EN LOS PRINCIPIOS GENERALES DEL
DERECHO”. Esto demuestra que nuestra Ley Suprema reconoce como función
jurisdiccional la facultad de los tribunales de aplicar la ley, de interpretarla en los
casos de oscuridad o duda y de crear el derecho cuando, por omisión del legislador,
no haya precepto aplicable a la contienda o conflicto que se trate de resolver y que
no pueda dejarse sin solucionar conforme al orden jurídico establecido. Las
consecuencias de dejar sin remedio, conforme al derecho, las contiendas entre
particulares conduciría a la violencia o a la anarquía. Si a esto se agregan, como ya
dijimos, las amplísimas facultades de los artículos 103 y 107, conforme a las cuales
los tribunales de la Federación tienen en sus manos el freno político para contener
los desmanes de todas las autoridades federales o locales, cuando por leyes o actos
violen las garantías individuales o ataquen el equilibrio federal, se comprenderá que
30 bis
Se refiere a las fracciones III y V del artículo 107.
31
Por la reforma del artículo 107 publicada en el "Diario Oficial" de 19 de febrero de 1951, las
fracciones X y XI han pasado a ser, con pequeñas modificaciones, las XVII y XVI
respectivamente.
Por lo que toca a la unidad del Poder Judicial, baste decir que tratándose de
las funciones propias del mismo, aunque esté integrado por los Juzgados de
Distrito, los Tribunales de Circuito y la Suprema Corte, esta última es la que decide
en definitiva y establece, por lo tanto, la unidad de la jurisprudencia federal, cuando
se ventilan casos concernientes al Juicio de Amparo, de acuerdo con los artículos
103 y 107; e igualmente cuando por medio del recurso de súplica, creado conforme
a la fracción I del artículo 104, pero suprimido recientemente, la Suprema Corte
examinaba y confirmaba, modificaba o ratificaba las sentencias de todos los
tribunales federales, y aun de los tribunales comunes en los casos de competencia,
conforme a la misma fracción I del mencionado artículo 104.32 En ambos casos la
Corte sienta jurisprudencia unitaria y suprema al decidir las controversias del orden
civil o criminal que se suscitan sobre cumplimiento y aplicación de leyes federales
o con motivo de los tratados celebrados con las potencias extranjeras. La
supremacía del criterio final de la Corte es una prueba evidente de unidad. En
cuanto a la autoridad de carácter general de la Suprema Corte, basta recordar lo que
respecta a la jurisprudencia que crea y establece en materia de Amparos, a la cual
ha dado fuerza y vigor la ley relativa sobre la materia haciéndola obligatoria en la
República, para no necesitar demostración.
32
Con fecha 18 de enero de 1934 se reformó la fracción I del artículo. 104, suprimiéndose el
recurso de súplica. (El 14 de octubre de 1937, la Secretaría de Gobernación envió a la Cámara de
Diputados una iniciativa del Ejecutivo para adicionar el siguiente párrafo a la fracción I del
artículo 104: "En los juicios en que la Federación esté interesada, contra las sentencias de segunda
instancia o del Tribunal Fiscal de la Federación, o contra los fallos definitivos de otros tribunales
administrativos autónomos, cuando así lo prevengan las leyes procederá el recurso de súplica ante
la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y si no estuviere establecido este recurso, los
particulares podrán interponer amparo directo". Tal proyecto no ha sido discutido por ninguna de
las Cámaras.)
La fracción I del artículo 104 ha quedado redactada de la siguiente manera, después de la reforma
publicada en el “Diario Oficial” de 30 de diciembre de 1946: “En los juicios en que la Federación
esté interesada, las leyes podrán establecer recursos ante la Suprema Corte de Justicia contra las
sentencias de segunda instancia o contra las de tribunales administrativos creados por ley federal,
siempre que dichos tribunales estén dotados de plena autonomía para dictar sus fallos”.
CAPÍTULO II
los derechos que les ha reconocido y que les ha garantizado la Ley Suprema de la
Nación.
Del sistema adoptado por la Constitución de 57, que confiaba a la elección
popular la designación de los Magistrados, debe decirse que es todavía peor y más
nulos sus resultados, por lo que fatalmente de hecho y en la práctica desapareció
desde los primeros años que siguieron a la promulgación de ese código político
pues la selección de los jueces quedó en manos del Ejecutivo. En efecto, nada es
menos propio del sufragio del pueblo que la designación de funcionarios no
políticos sino técnicos, y que debiendo estar especializados en la rama de las
ciencias jurídicas tienen que consagrarse a la difícil y delicada misión de impartir
justicia, de proteger a los gobernados contra los desmanes del Poder Público y de
interpretar con lealtad, con patriotismo y con ciencia los principios fundamentales
consignados en la Constitución Federal. Las promesas y los lirismos que se oyeron
desde la tribuna del Constituyente de 57 Y en boca de los miembros más
conspicuos de ese memorable Congreso, comprueban hoy al conocerlas el
inevitable fracaso que tendría que producir el procedimiento de elección por el
pueblo de los Ministros de la Corte de Justicia. Zarco, una de las figuras más
destacadas entre nuestros hombres públicos y de las que dio prestigio al
Constituyente de 57, decía: “Si han de ser iguales los tres Poderes, si los tres se
instituyen en beneficio del pueblo, todos han de tener la misma fuente: el pueblo y
sólo el pueblo. No hay que temer que, aprobado el artículo, la Corte sea invadida
por leguleyos y charlatanes y queden excluidos los jurisconsultos. No, el pueblo
elegirá entre los abogados más dignos y más honrados, entre los hombres íntegros
que son la gloria de nuestro foro y por su rectitud y su fama inmaculada. No hay
que desconfiar tanto del pueblo; no hay que creer que mandará a la Corte
curanderos; y si alguna vez se equivoca mandando un imbécil a la Corte, como
suele mandarlos a otras partes, el mal no es eterno, porque los Magistrados van a
ser amovibles, aunque esta forma será también combatida sosteniéndose que el que
una vez es Magistrado, Magistrado será toda su vida para ser independiente y
justiciero. La elección y la renovaci6n son excelentes garantías; los buenos serán
reelectos, los malos no se perpetuarán en la magistratura, y habrá así un estímulo a
la probidad sabiendo que todos están vigilados por la opinión pública y sujetos a su
fallo”.
33
La inamovilidad judicial –por la cual aboga aquí el autor– fue restablecida al modificarse el
artículo 94 el 21 de septiembre de 1944.
el corto número y la edad de sus miembros debe ser cuidadosa y reflexiva, hay
motivos suficientes de garantía para que la elección resulte acertada.
Si a lo anterior se agregara la inamovilidad absoluta de los Ministros de la Corte
nombrados, entonces sólo quedaría a cargo de ellos la enorme responsabilidad de la
falta de justicia, que es la lacra más grande, entre otras muchas, que ha afectado a
todos nuestros gobiernos anteriores y al régimen actual. Dicho sea de paso: ya es
tiempo de que los Ministros hagan un supremo esfuerzo para acabar de prestigiar el
alto tribunal a que pertenecen; así se dejará de hablar de él, como con frecuencia
acontece, en círculos, barras, foros y tribunales, tanto por sus subalternos, como por
litigantes y extraños, con una ligereza y un desdén que apenan, y nunca con el
respeto que debe merecer.
La crítica que hicimos a la reforma de agosto de 1928 referente a la
inamovilidad relativa que establece, consiste en que, conforme al artículo 111 de la
Constitución igualmente reformado, se autorizó al Presidente de la República para
pedir, cuando lo estime conveniente, ante la Cámara de Diputados la destitución,
por mala conducta, de cualquiera de los Ministros de la Suprema Corte de Justicia,
de los Magistrados de Circuito o de los Jueces de Distrito. Aunque se somete tal
petición al voto de la mayoría absoluta de Diputados y Senadores, sin embargo, esta
reforma es poco afortunada, porque expone de nuevo a los Magistrados al temor de
ser revocados por el que los nombra, lo cual afecta su independencia e impide que
adquieran la fuerza social y política que deben poseer para desempeñar rectamente
su difícil función. No, el Presidente no es quien debe pedir la destitución de los
Magistrados: corresponde hacerlo a los particulares, aunque desgraciadamente se
haya dado pruebas de una cobardía sin límites por parte de los litigantes y del foro y
en general de todos los gobernados, que no se han atrevido nunca a acusar a un
Magistrado de la Suprema Corte.
CAPÍTULO III
34
El Poder Judicial de la Federación se ejerce por la Suprema Corte de Justicia de la. Nación, por
los Tribunales Colegiados de Circuito, por los Tribunales Unitarios de Circuito y por los Juzgados
de Distrito. (Reforma al articulo 1 de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación,
publicada en el “Diario Oficial” de 19 de febrero de 1951.)
35
La reforma a que se alude en la nota 33, elevó el número de Ministros de la. Suprema Corte a 21.
36
Según el artículo 15 de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación, publicada en el
“Diario Oficial” de 29 de febrero de 1936, la Suprema Corte de Justicia funcionará con cuatro
Salas de cinco Ministros cada una; pero bastará la presencia de cuatro para que puedan funcionar.
37
Corresponde a la fracción XII del artículo 107 según la reforma publicada en el “Diario Oficial”
de 19 de febrero de 1951.
38
Artículo 1 de la Ley vigente de 30 de diciembre de 1935, reformado el 30 de diciembre de 1950.
39
Artículos 1 y 43, fracción I de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación de 30 de
diciembre de 1935.
40
Bastará la presencia de quince Ministros para que pueda funcionar. (Artículo 3 de la Ley de 30
de diciembre de 1935.)
41
En caso de empate se resolverá el asunto en la siguiente sesión ... si en esta última sesión
tampoco se obtiene mayoría, se tendrá por desechado el proyecto y el Presidente de la Corte
designará otro Ministro, distinto del relator, para que formule nuevo proyecto, teniendo en cuenta
las opiniones vertidas. (Artículo 4 de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación de
1935.)
42
Los secretarios de trámite, oficiales mayores y actuarios necesarios para el despacho, un redactor
del Semanario Judicial de la Federación y un compilador de leyes vigentes. (Artículo 6 de la Ley
Orgánica del Poder Judicial de la Federación de 1935.)
46
"El primero comenzará el día dos de enero y terminará el quince de mayo; el segundo comenzará
el primero de junio y terminará el quince de diciembre". (Artículo 8 de la Ley Orgánica del Poder
Judicial de la Federación.)
conflictos entre la Federación y uno o más Estados, así coco de aquellos en que la
Federación fuere parte; II. De las competencias entre los tribunales de la Federación
y los de los Estados, los del Distrito o los de los Territorios Federales; entre los de
un Estado y los de otro, o entre estos y los del Distrito Federal o los de los
Territorios; además de otros asuntos, también de importancia, como los relativos a
ordenar la práctica de investigaciones para averiguar la conducta de algún Juez o
Magistrado federal, o algún hecho que constituya la violación de una garantía
individual, o violación del voto público, o algún otro delito castigado por la ley
federal; las excusas de los Ministros y la calificación de los impedimentos o
excusas de los Jueces de Distrito en los Juicios de Amparo, así como fijar la
residencia de los Tribunales de Circuito, cambiar la de éstos y la de los Juzgados de
Distrito, según lo estime conveniente. Igualmente son atribuciones de la Corte,
funcionando en Pleno, elegir Presidente de dicho Tribunal, elegir a los Ministros
que deben integrar las Salas; concederles licencias; nombrar a los Magistrados de
Circuito y Jueces de Distrito, resolver sobre las renuncias que estos funcionarios
presenten de sus cargos y suspenderlos en sus funciones; nombrar Magistrados de
Circuito y Jueces de Distrito supernumerarios para auxiliar las labores de los
tribunales y juzgados donde hubiera recargo de negocios; conocer de los
impedimentos, recusaciones y excusas de los Magistrados de Circuito y nombrar y
remover al jefe del cuerpo de defensores de oficio del fuero federal, así como a
todos los demás miembros de dicha institución, y otras facultades de menor
importancia que las anteriores.47
Al Presidente de la Suprema Corte corresponde dirigir los debates y
conservar el orden durante las audiencias, llevar la correspondencia oficial y
representar a la Corte en los actos oficiales y otras atribuciones de escasa
importancia.
La Suprema Corte de Justicia funcionará en tres Salas48 de cinco Ministros
cada una; pero bastará la asistencia de cuatro de ellos en cada Sala para que
ésta pueda constituirse y funcionar. Las audiencias de éstas deben
47
Por la reforma al artículo 11 de la Ley Orgánica de la Federación, publicada en el "Diario
Oficial" de 31 de diciembre de 1957, se ha agregado a los asuntos que compete conocer al Pleno
los recursos de revisión, siempre que se impugne la aplicación de una ley federal o local por
estimarla inconstitucional y los asuntos a que se refieren las fracciones II y III del artículo 103 de
la Constitución.
48
Ahora son cuatro Salas.
celebrarse diariamente en las mañanas y durarán tres horas cuando menos. Las
resoluciones de la Sala se tomarán por mayoría de votos de los Ministros presentes,
y en caso de empate se resolverá el asunto en la sesión o sesiones siguientes hasta
que haya mayoría de votos.49 Cada una de las Salas tiene un primer secretario y los
secretarios auxiliares, oficiales mayores y actuarios que necesiten para el despacho
de sus asuntos.
A la primera Sala de la Corte corresponde la resolución de los Juicios de
Amparo con motivo de negocios de carácter penal, de incidentes de suspensión
sobre esta materia y de quejas en Juicios de Amparo de este mismo orden. A la
segunda Sala corresponde la resolución de los Juicios de Garantías con motivo de
asuntos de carácter administrativo, de incidentes de suspensión sobre esta materia, y
de quejas en el propio Juicio en este mismo orden. Por último, a la tercera Sala
corresponde la resolución de los Juicios de Amparo con motivo de los del orden
civil; de incidentes de suspensión sobre esta materia y de quejas en Juicios de
Amparo de esta misma naturaleza (artículos del 9 al 14 inclusive de la Ley
Orgánica del Poder Judicial de la Federación ya citada50).
Además, conoce la tercera Sala del recurso de súplica cuando este procede
conforme a las leyes, contra las sentencias pronunciadas en segunda instancia por
los Tribunales de Circuito, así como de las dictadas también en segunda instancia
por los Tribunales de los Estados, del Distrito y de los Territorios Federales en los
casos a que se contrae la fracción I del artículo 104 constituciona1.51
Los Tribunales de Circuito se componen de un Magistrado con el
número de secretarios, actuarios y demás empleados que determina la ley. 52
Para ser Magistrado de Circuito se requiere ser mexicano
49
El artículo 20 de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación establece el procedimiento
para resolver los casos en los que no hubiere mayoría en la votación.
50
Corresponden a los artículos 24 a 27 de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación,
artículos modificados por Decreto de 30 de diciembre de 1957. Conforme se ha consignado en la
nota 48, la Suprema Corte de Justicia está integrada por cuatro Salas, corresponde conocer a la
Cuarta de los Juicios de Amparo contra laudos pronunciados por las Juntas de Conciliación y
Arbitraje y de los recursos en materia de trabajo.
51
En la nota núm. 32 ya se hizo mención de que el recurso de súplica había sido suprimido.
52
Los Tribunales Unitarios de Circuito se componen de un Magistrado y del número de
secretarios, actuarios y empleados que determine el presupuesto. (Artículo 30 de la Ley Orgánica
del Poder Judicial de la Federación.)
por nacimiento, mayor de treinta años y abogado con título oficial.53 Los Tribunales
de Circuito conocen de la tramitación y fallo en apelación de los negocios sujetos
en primera instancia a los Jueces de Distrito y del recurso de denegada
apelación.54-55
Los Juzgados de Distrito se componen de un Juez y del número de
secretarios, actuarios y empleados subalternos que determina la ley. Para ser
Juez de Distrito se requiere ser mexicano por nacimiento, mayor de
veinticinco años y abogado con título oficia1.56 Los Jueces de Distrito conocen en
primera instancia: I. De los juicios que se promuevan entre un Estado y
uno o más vecinos de otro; II. De los Amparos conforme a los artículos 103
y l07 de los términos que establece la ley reglamentaria respectiva; III.
De las controversias del orden civil y penal que
se susciten a consecuencia de
53
Para ser Magistrado de Circuito se requiere: ser mexicano por nacimiento, en pleno ejercicio de
sus derechos, mayor de treinta años, abogado con título expedido por autoridad legalmente
facultada para otorgarlo, de buena conducta y tener, cuando menos, cinco años de ejercicio
profesional. (Artículo 31 de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación.)
54
La competencia de los Tribunales de Circuito se extiende también a la calificación de los
impedimentos, excusas y recusaciones de los Jueces de Distrito, excepto en los Juicios de Amparo;
al conocimiento de las controversias que se susciten entre los jueces de Distrito sujetos a su
jurisdicción, excepto en los Juicios de Amparo y a los demás asuntos que les encomienden las
leyes.
55
Un capítulo agregado a la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federaci6n, regula el
funcionamiento de los Tribunales Colegiados de Circuito, compuestos de tres Magistrados, de un
secretario de acuerdos y del número de secretarios, actuarios y empleados que determine el
presupuesto. Las resoluciones se tomarán por mayoría de votos y son competentes para conocer de
los Juicios de Amparo contra sentencias definitivas en materia civil o penal y contra laudos de las
Juntas de Conciliación y Arbitraje; de los recursos contra las resoluciones de los Jueces de Distrito
o el Superior del Tribunal responsable; de los recursos contra las sentencias pronunciadas en la
audiencia constitucional por los Jueces de Distrito o por el Superior del Tribunal responsable; de
los recursos de queja; de las competencias e impedimentos en los Juicios de Amparo que conozcan
los Jueces de Distrito y de los demás asuntos que las leyes les encomienden expresamente.
56
La ley ha agregado a los requisitos enumerados para ser Juez de Distrito los de buena conducta,
estar en el pleno ejercicio de sus derechos y tener tres años, cuando menos, de ejercicio
profesional.
los tratados celebrados con las potencias extranjeras; IV. De las controversias de
orden civil y penal con motivo de la aplicación de leyes federales y de las que
versen sobre Derecho Marítimo; V. De los delitos y faltas oficiales o comunes
cometidas en el extranjero por los agentes diplomáticos, personal oficial de las
legaciones de la República y cónsules mexicanos, siempre que estos últimos,
tratándose de delitos comunes, no hayan sido juzgados o castigados en el país que
delinquieron; VI. De los asuntos de orden civil que afecten a los agentes
diplomáticos extranjeros residentes en la República o que estén de paso en ésta, en
los casos permitidos por el Derecho Internacional.
El jurado federal tiene por objeto resolver por medio de un veredicto las
cuestiones de hecho que con arreglo a la ley le someta un Juez de Distrito. El jurado
se formará de siete individuos designados por sorteo del modo que establezca el
Código Federal de Procedimientos Penales. Los jurados tendrán que ser ciudadanos
mexicanos y saber leer y escribir, no pudiendo serlo los funcionarios o empleados
de la Federación, de los Estados, Distrito y Territorios Federales o Municipios. El
Jurado Popular conocerá: I. De los delitos cometidos por medio de la prensa contra
el orden público o la seguridad exterior e interior de la Nación; II. De las
responsabilidades por delitos o faltas oficiales de los funcionarios y empleados de la
Federación conforme al artículo III constitucional (artículos 27, 28, 31, 33, 34, 40,
41, 42, 45 y 53 de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación, ya citada57 ).
El Ministerio Público Federal es una institución que tiene por objeto
ejercitar ante los Tribunales de este fuero las acciones penales correspondientes
para la persecución, investigación y represión de las faltas y delitos definidos y
penados por las leyes federales, defender los intereses de la Federación ante los
Tribunales y ejercer todas las demás atribuciones que le confiere la Constitución y
las leyes. Toda querella por delitos o faltas de la competencia de los Tribunales
Federales y toda consignación que se haga por las autoridades que tengan
conocimiento de una infracción penal se hará precisamente ante el Ministerio
Público, para que éste, recogiendo con toda prontitud y eficacia los datos necesarios
para la comprobación del cuerpo del delito y determinación de los
57
Corresponden a los artículos 52, 53, 54, 55 y 62 de la vigente Ley Orgánica del Poder Judicial
de la Federación.
57 bis
La vigente Ley Orgánica del Ministerio Público es de 31 de diciembre de 1941, publicada en
el “Diario Oficial” del 13 de enero de 1941. Según el articulo 4 de la citada ley, el personal del
Ministerio Público Federal estará formado por: I. El Procurador General de la República; II. Dos
agentes sustitutos del Procurador, primero y segundo; III. Un Jefe del Departamento de
Nacionalización de Bienes; IV. Un Jefe del Departamento de Averiguaciones previas; V. Un Jefe
del Departamento Consultivo; VI. Veinticinco agentes auxiliares del Procurador; VII. El número
indispensable de agentes para que se cumplan todas las adscripciones a los Tribunales de Circuito,
Juzgados de Distrito y Departamentos de la Procuraduría General de la República; VIII. El
personal de la Policía Judicial; y, IX. Los Jefes de oficinas y demás personal que señale el
presupuesto.
Las facultades y obligaciones del Procurador están fijadas por el artículo 19 de la ley.
CAPÍTULO IV
1. – JURISDICCIÓN ORDINARIA
con motivo de los Tratados celebrados con las potencias extranjeras. Cuando dichas
controversias sólo afecten a intereses particulares, podrán conocer también de ellas,
a elección del actor, los jueces y Tribunales locales del orden común de los Estados,
del Distrito Federal y Territorios. Las sentencias de primera instancia serán
apelables para ante el superior inmediato del juez que conozca del asunto en primer
grado. Esta disposición establecida por el Código Supremo vigente trae
innovaciones de capital importancia respecto de lo prevenido en la Constitución de
1857, tanto al ser promulgada ésta, como después de las reformas que se le hicieron
en 1883 y 1884 y que estuvieron en vigor hasta la promulgación de la Constitución
de 1917. Ambos Códigos políticos han consignado como base fundamental de la
competencia de los Tribunales Federales el derecho de los mismos de conocer y
decidir todas las controversias que se susciten sobre cumplimiento y aplicación de
leyes federales. Era natural y jurídico que así fuera, puesto que reservaban a la
jurisdicción de Tribunales que no eran comunes, que no dependían de las Entidades
Federativas sino de la Federación misma, la materia propia de su fuero o de su
jurisdicción, que es la materia federal, sometiendo a su conocimiento y decisión la
aplicación y la interpretación de las leyes expedidas por el Congreso. La
Constitución de 17 fue la que por primera vez instituyó la jurisdicción concurrente
en esta fracción I del artículo 104 que comentamos, dando competencia tanto a los
Tribunales Federales, como a los del orden común dependientes de las Entidades
locales, para conocer de las controversias que se susciten sobre cumplimiento y
aplicación de leyes federales.
La Constitución de 57 sólo se mantuvo dentro del sistema de
jurisdicción excluyente, siendo desde su promulgación hasta 1884 jurisdicción
excluyente de los Tribunales Federales, y de 1884 hasta la desaparición de
ese Código político jurisdicción excluyente de los Tribunales comunes. Pero
antes de entrar al estudio de la innovación consignada en el nuevo Código
de 1917 de que antes hemos hecho mención, debemos precisar que ni aun en los
primeros años del 57 y hasta 1884, ni aun después de las reformas constitucionales
que se le hicieron en esa fecha, dejó de haber sin precepto expreso, pero por
necesidad imperativa nacida de nuestro régimen federal, competencia concurrente,
por decir así, para los Tribunales locales, puesto que éstos podían y de hecho
aplicaban leyes federales en los juicios que se sometían a su conocimiento. En
efecto, la primera de todas y a la vez Suprema Ley Federal es la Constitución, y
jamás han podido ni pueden desentenderse de ella los jueces locales al decidir las
controversias que se les someten, ni tampoco de las demás leyes federales,
comprendiéndose dentro de éstas los Tratados celebrados por el Presidente de la
República y ratificados por el Senado, cuando se oponen o contradicen a la
legislación local, de acuerdo con la disposición imperativa y categórica del artículo
133 de la Constitución (el mismo que con el número 126 contenía la de 57): “La
Constitución, las leyes del Congreso de la Unión que emanen de ella y todos los
Tratados58 hechos y que se hicieren por el Presidente de la República con
aprobación del Senado serán la Ley Suprema de toda la Unión. Los jueces de cada
Estado se arreglarán a dicha Constitución, leyes y Tratados, a pesar de las
disposiciones en contrario que pueda haber en las Constituciones o leyes de los
Estados”.
Por eso, ya desde antes de las reformas mencionadas de 1884, comentando
el artículo 97 de la Constitución de 1857, relativo a la jurisdicción de Tribunales
Federales, decía el Maestro Jacinto Pallares: “Esto manifiesta que el artículo
citado, al establecer que corresponde a los Tribunales Federales conocer de las
controversias sobre cumplimiento y aplicación de las leyes federales, no
quiere decir que donde quiera que se trate de aplicar judicialmente una ley
federal, allí debe intervenir el Tribunal Federal; sino que establece una diferencia
para el caso en que con jurisdicción ordinaria y exclusiva conozca de ciertos
negocios, como los de comercio marítimo, Tratados internacionales y causas de
Ministros diplomáticos, etc., y el caso en que con jurisdicción concurrente con
la de los Estados, conozca las leyes federales”. “En el caso general de aplicación de
leyes federales no hay inconveniente y antes sí una necesidad absoluta y reconocida
por nuestra Constitución, de que los Tribunales de los Estados apliquen las leyes
federales; y decimos que es una necesidad absoluta, porque desaparecería la
soberanía de los Estados desde el momento en que la Federación, por medio de sus
Tribunales, tuviera el derecho de avocarse el conocimiento de todo negocio
en que se debe aplicar una ley federal. La misma Constitución es la Suprema Ley
federal y pocos serán los casos en que no tenga que ser aplicada en negocios civiles
y criminales del orden común, pues en ambos pueden suscitarse cuestiones entre las
58
“…y todos los Tratados que estén de acuerdo con la misma (la Constituci6n) celebrados y que
se celebren por el Presidente de la República con aprobaci6n del Senado...” (reforma del artículo
133 publicada en el “Diario Oficial” de 18 de enero de 1934).
partes contendientes, sobre si tal o cual leyes retroactiva, sobre si tal o cual
autoridad pudo hacer un embargo, dictar un mandamiento de prisión, etc. Y qué,
¿desde el momento en que en un juicio común sobre intereses particulares surjan
tales cuestiones o se aleguen por las partes los artículos relacionados con ellos,
desde ese momento, repetimos, debe avocarse el conocimiento del negocio al juez
federal porque tiene que aplicarse la Suprema Ley de la Federación que es nuestro
Código Político? Es evidente que no, porque esto menoscabaría la independencia de
los Estados y su soberanía en la parte en que se ejerce por el orden judicial, porque
monopolizarían los Tribunales Federales casi todo negocio judicial, civil y criminal,
pues apenas habrá alguno en cuya decisión no se complique la Constitución o
alguna ley federal”. Esta doctrina y la de otros jurisconsultos nacionales dejaba
demostrado hasta la evidencia que era preciso aclarar o reformar el artículo
constitucional correspondiente en que se fijaba la jurisdicción de los Tribunales
Federales; pero la necesidad de reforma surgió apremiante e inevitable después que
en 14 de diciembre de 1883 se modificó la fracción X del artículo 72 de la
Constitución, que facultaba al Congreso para establecer las bases generales de la
legislación mercantil, la cual, una vez reformada, autorizó a aquél para expedir
códigos obligatorios en la República, de Minería y Comercio, conteniéndose en
este último las instituciones bancarias. Retirada de la competencia legislativa de
los Estados la facultad de reglamentar los actos mercantiles y todas las
relaciones y obligaciones que surgieran del comercio, o nacieran entre
comerciantes, lo que ensanchaba considerablemente la competencia legislativa de la
Federación al extenderla a los actos más frecuentes y numerosos de la vida
económica nacional, era indispensable reformar el artículo constitucional
que fijaba la jurisdicción de los Tribunales Federales, puesto que no podía
dejarse al conocimiento exclusivo de éstos todas las controversias y litigios que
nacieran de los actos mercantiles. Y así se hizo en efecto, pues se reformó la
fracción I del artículo 97 (correspondiente al 104 de la Constitución actual), el 29 de
mayo de 1884, quedando el nuevo texto en los términos siguientes: “Corresponde a
los Tribunales de la Federación conocer: 1. De todas las controversias que se
susciten sobre el cumplimiento y aplicación de las leyes federales, excepto en el
caso de que la aplicación sólo afecte intereses de particulares, pues entonces son
competentes para conocer los jueces y Tribunales locales del orden común de los
Estados, del Distrito Federal y Territorio de la Baja California”. Así pues, la
hacerse extensiva a los procedimientos del orden penal, puesto que en ellos, aunque
las víctimas de los delitos tengan interés por lo que a sus derechos individuales se
refiere, la finalidad que se persigue es la represión de las infracciones penales, en
ejercicio del derecho de castigar que corresponde a la sociedad, razón por la cual el
Derecho Penal siempre ha sido considerado como una rama del Derecho Público, y
como en este caso la contienda jurisdiccional ha nacido con motivo de las
averiguaciones que practican los jueces contendientes para el esclarecimiento de los
hechos delictuosos denunciados, sólo a las autoridades federales corresponde el
conocimiento de los procesos iniciados, por investigarse en ellos delitos previstos y
castigados por leyes del orden federal, cuyo carácter ha sido discutido por las partes
interesadas”. Igualo más categórica es la ejecutoria de la Corte de 27 de junio de
1927, publicada en el tomo XX, página 1275 del Semanario Judicial, en la
competencia suscitada entre los Jueces primero numerario de Distrito del Distrito
Federal y segundo correccional de la Capital, en la cual el alto tribunal dio como
fundamento a su resolución el considerando siguiente: “Esta competencia debe
resolverse en favor del Juez de Distrito primero numerario del Distrito
Federal, de acuerdo con lo que dispone la fracción I del artículo 104 de la
Constitución, por tratarse de una controversia sobre cumplimiento y aplicación
de una ley federal, como es la de Patentes y Marcas de Invención. No es
aplicable el segundo párrafo de la citada fracción, en el que establece que
cuando la controversia sólo afecte intereses de particulares, podrán conocer de ella a
elección del actor los jueces y Tribunales locales del orden común, de los Estados,
del Distrito Federal y Territorios, o los Jueces de Distrito. La razón por la que parte
del precepto no es aplicable al caso de que se trata, no está, como lo estima
el Ministerio Público, en la circunstancia de que el querellante haya elegido el fuero
federal, sino que descansa en la consideración de que siendo de orden público la
persecución y castigo de los delitos, no existe la posibilidad de que los
tribunales ventilen un proceso que interese solamente a particulares y por ello
tampoco puede presentarse el caso de la jurisdicción concurrente a que se contrae el
párrafo de que se trata. En consecuencia, sólo los Tribunales del orden federal,
pueden conocer de los procesos que versen sobre aplicación de leyes federales y
esto sin perjuicio de los derechos que tengan las víctimas de los delitos por lo que
ve a sus derechos individuales para reclamarlos ante cualquiera de las jurisdicciones
común o federal”.
2. –RECURSO DE APELACIÓN
3. –RECURSO DE SÚPLICA59
59
Véase la nota 32.
repetida fracción I del artículo 104 constitucional todas las controversias que se
susciten sobre cumplimiento y aplicación de leyes federales, y no sólo las de
jurisdicción concurrente, claro es que habría determinado el tribunal de apelación,
como ha fijado el de súplica, y no se habría limitado a establecer que las
resoluciones de primera instancia serán apelables para ante el superior inmediato
del juez que conozca del asunto en primer grado, teniendo en cuenta que, como se
lleva dicho, siendo diversas las autoridades a quienes corresponde conocer en
segunda instancia de las controversias que admiten la jurisdicción concurrente,
debía hacer uso de una expresión genérica, que las comprendiera a todas”. En el
considerando tercero se dice: “Que esta Suprema Corte en ejecutoria de fecha 3 de
julio de 1922, Semanario Judicial de la Federación, tomo XI, página 36 y en otras
muchas de fechas posteriores, sustentó la tesis contraria estableciendo
jurisprudencia en el sentido de que «el recurso de súplica procede en toda clase de
controversias sobre cumplimiento y aplicación de leyes federales», interpretación
fundada, en lo substancial, en los conceptos siguientes: Primero, que la tesis
contraria descansa en una distinción que la ley no hace; Segundo, que la segunda
parte de la fracción primera del artículo 104 constitucional, que estableció la
jurisdicción concurrente para que pudieran conocer de las controversias a que se
refiere, tanto las autoridades federales como las locales, constituye una reforma que
ha tenido por objeto facilitar a los particulares el ejercicio de sus derechos ante
las autoridades judiciales, y por lo mismo, dicha fracción I debe interpretarse
independientemente de lo que previene la citada segunda parte de la misma, y,
Tercero, que los estudios hechos sobre la disposición constitucional de
que se trata, conducen a que se le dé una interpretación más amplia y liberal, no
sólo para llegar al mejor acierto en las resoluciones judiciales, sino muy
especialmente para uniformar la interpretación y aplicación de las leyes federales,
para que no queden sujetas a tantos criterios como son los tribunales de apelación
de toda la República. Mas con relación a esos razonamientos, es pertinente hacer las
objeciones siguientes: que no es la Suprema Corte de Justicia quien ha hecho la
distinción expresada ni la que ha creado la jurisdicción concurrente, sino la
Constitución misma, con objeto de facilitar a los particulares el ejercicio de sus
derechos ante las autoridades judiciales, como muy bien se dice; en consecuencia,
tratándose de una distinción hecha por la ley misma, no sería jurídico interpretar la
fracción I del referido artículo 104 constitucional, independientemente de esa
distinción, o sea sin tener en cuenta la jurisdicción concurrente creada por el mismo
precepto; y por último, que en la repetida tesis no se da al precepto constitucional
en cuestión un sentido restrictivo, sino que por el contrario se reconoce
implícitamente la facultad de ampliar el recurso a cuantos casos se crea necesario o
simplemente conveniente, labor que corresponde al legislador y no a los tribunales
encargados de la aplicación de la ley”. Después de dar algunas otras razones
termina el expresado considerando en los siguientes términos: “Esta Suprema Corte
estima que debe modificarse la jurisprudencia de que se ha hecho mención, en el
sentido de que «el recurso de súplica no es procedente en las controversias del
orden civil y penal sobre cumplimiento y aplicación de leyes federales, o con
motivo de tratados celebrados con las potencias extranjeras, de la exclusiva
competencia de los tribunales federales», y que únicamente procede en los casos en
que dichas controversias sólo afecten intereses de particulares, o sea en los casos
que admiten la jurisdicción concurrente, conforme a la segunda parte del artículo
104, fracción I de la propia Constitución”.
al Poder Legislativo Federal. Así pues, no era necesario consignar en una fracción
especial, como es la II del artículo 104, la jurisdicción de los Tribunales Federales
para conocer de los asuntos de Derecho Marítimo. Sin embargo, también en la
Constitución de 1857 en el artículo relativo o sea el 97, se establecía esta
jurisdicción especial y tal parece que por espíritu de imitación fue por lo que se
copió o se adoptó en el Código Político vigente.
De cualquier modo que sea, hay que precisar que en el Derecho Marítimo
se comprenden materias o asuntos de naturaleza análoga, pero sujetos a
principios legales o jurídicos distintos, debido a la calidad de las entidades o
personas que intervienen en su ejercicio y a la naturaleza de las relaciones
que se establecen entre ellas. Así pues, debemos clasificar las ramas u objetos
propios del Derecho Marítimo en: Derecho Marítimo Público Interno, Derecho
Marítimo Público Externo y Derecho Marítimo Privado, que es propiamente el
Derecho Marítimo Mercantil, y aunque todos ellos por su naturaleza y por los
preceptos de la Constitución están regidos por leyes federales, su conocimiento
y la decisión de las controversias que suscitan no corresponden a los mismos
Poderes Públicos. El Derecho Marítimo Privado, que es el que se refiere a los
contratos entre particulares relacionados con el comercio marítimo, como los de
fletamento, seguros marítimos, venta de embarcaciones, capacidad de contratantes,
solemnidades externas, etc., etc., están regidos por el Código de Comercio (Ley
Federal) y por algunas otras disposiciones fuera de ese cuerpo de leyes; pero todas
las controversias que se susciten por aplicación de esas disposiciones legislativas,
estarán sometidas a la jurisdicción concurrente de que habla la fracción I del
artículo 104. Por lo tanto, tratándose de asuntos exclusivamente de particulares,
podrá el actor en los juicios respectivos someterlos al conocimiento de los
Tribunales Comunes de los Estados, o al de los Tribunales Federales.
Los conflictos o controversias que se susciten con motivo de los principios o
preceptos legislativos que rigen en materia de Derecho Marítimo Público Externo,
deben ser resueltos por los otros Poderes Federales, es decir, por el Legislativo y el
Ejecutivo, por tratarse de asuntos surgidos de las relaciones de nación a nación, de
Estado soberano a Estado soberano, que no pueden regirse por la legislación interna
sino por el Derecho Internacional Público, ya sea conforme a los principios
universalmente aceptados, o ya conforme a disposiciones concretas de los Tratados
celebrados entre México y las potencias extranjeras, pues todos ellos afectan el
interés público de la Nación. Entre los casos de Derecho Marítimo Público Externo
deben comprenderse los relativos a bloqueos, derechos de visita a buques
mercantes, captura de embarcaciones, piratería, neutralidad, etc., etc., y en general
todas las materias relacionadas con el comercio marítimo exterior en tiempos de
guerra o de paz si está afectado el interés de algún otro Estado soberano.
Por último, la materia propia de la jurisdicción exclusiva federal a que se
refiere la fracción II del artículo 104 que comentamos es la relativa del Derecho
Marítimo Público Interno, que debe ser forzosamente regida por leyes federales, y
que no afectando de una manera preponderante sino secundaria los intereses
particulares, se contrae más bien al Derecho Público, al interés general del Estado
como autoridad reguladora del tráfico marítimo, y por lo tanto nunca puede quedar
sujeta a jurisdicción concurrente sino al conocimiento exclusivo del fuero federal.
Entre estos asuntos deben comprenderse todos los que por exclusión no
pertenezcan al Derecho Marítimo Privado, ni al Derecho Marítimo Público Externo,
entre los cuales podemos señalar los relativos a contrabando, abanderamiento y
matrícula de barcos, pilotaje, derechos fiscales o impuestos que gravan el comercio
marítimo, presas de mar, etc., etc.; en una palabra, todas las que técnicamente se
han clasificado dentro del conocido Derecho de Almirantazgo.
Aunque podríamos extendernos sobre estos asuntos y exponer con mayor
amplitud la doctrina que los rige, hemos optado por tratarlos de una manera concisa
y resumida, como hicimos con los recursos de apelación y de súplica, pues
corresponde el estudio de todos ellos más bien a la materia procesal y al Derecho
Civil y Penal Federales, que al Derecho Constitucional, objeto exclusivo de
nuestros estudios en esta obra.
una manera exclusiva, pero sin precisar en qué calidad y con motivo de cuáles
pudiera ser parte en un litigio. De aquí una confusión que no podía menos que
desorientar a litigantes y tribunales. Sin embargo, después que se acordó promulgar
el primer Código Federal de Procedimientos Civiles, la Comisión designada para
redactarlo trató en la exposición de motivos los casos en que se consideraría a la
Federación como parte en una contienda contra particulares, ya como actor o como
reo, en los cuales casos debía conocer desde la primera instancia la Suprema Corte.
Trató igualmente de distinguir los demás en que tan sólo estuviera interesada la
Federación, actuando como autoridad y no como persona moral poseedora de
bienes patrimoniales y susceptibles de derechos y obligaciones; esos casos deberían
someterse en primera instancia al conocimiento de los Tribunales federales
inferiores y no de la Suprema Corte. En algunos de los párrafos de esa exposición
de motivos se dice con claridad que “la competencia establecida por la ley en el
momento de promulgarse la Constitución de 1857 estaba perfectamente definida.
Existía una regla general y una excepción: la primera fijaba la competencia de los
Tribunales de Circuito y de Distrito para todos los juicios en que la Federación
tuviera interés; la segunda establecía la competencia originaria de la Corte de
Justicia para los referentes a contratos celebrados por el Ejecutivo, en los que como
es natural estaba igualmente interesada la Federación. Estas doctrinas fijaron las
ideas de los señores comisionados, quienes no tuvieron inconveniente en aceptar las
controversias sobre contratos, como objeto capital de la competencia originaria, y
sin preocuparse ya del Fisco, ni de distinción alguna entre la Unión y la Federación,
emprendieron su estudio desde el punto de vista de los procedimientos citados". En
su obra denominada “Curso de Derecho Constitucional”, el licenciado Eduardo
Ruiz, profesor que fue de Derecho Administrativo y Constitucional en esta
Facultad, al comentar la fracción II del articulo 97 de la Constitución anterior, que,
como hemos dicho, es exactamente igual a la fracción III del articulo 104 de la
actual, dice de modo textual para explicar cuáles son las controversias en que la
Federación es parte: “Decimos que cuando el Ejecutivo, obrando en su esfera
administrativa, celebra contratos con un particular o con un Estado de la
Federación, en materia civil, en virtud de la personalidad jurídica que tiene, además
de su personalidad política, entonces la Nación obra como un contratante, como
parte, no ejerciendo un poder, porque en este último caso no se consulta la voluntad
del súbdito, y de la misma manera, cuando en cumplimiento de una ley se crean
En efecto, en todos los asuntos en que la Federación tenga interés capital y se trate
por parte de ella de hacer cumplir las obligaciones que se ha impuesto, o de hacer
respetar los derechos que se ha reservado, como en los casos de concesiones que
otorgue sobre tierras, aguas, minas, petróleo, etc., etc., en general los permisos o
facultades que otorgue a los particulares para disfrutar o explotar bienes de uso
común, o de interés público; en todos esos asuntos en los que la Federación obra
como autoridad, facultada por la Constitución y por medio de los órganos Ejecutivo
o Legislativo federales, la jurisdicción en primera instancia corresponde a los
Juzgados de Distrito de conformidad con la fracción IV del artículo 40 de la Ley
Orgánica del Poder Judicial de la Federación. Esa fracción estipula que los Jueces
de Distrito conocerán en primera instancia de las controversias del orden civil y
penal que se susciten con motivo de la aplicación de leyes federales, y de las que
versan sobre Derecho Marítimo. Estas controversias son precisamente a las que se
refiere la fracción I del artículo 104, pues todas las que surgen entre la
Federación como autoridad y los particulares, como concesionarios temporales y
condicionales de determinados terminados derechos conferidos por aquélla, no
pueden provenir más que del cumplimiento y aplicación de leyes federales en las
que no se afectan exclusivamente intereses particulares.60
No debemos detenernos a mencionar las controversias en que interviene
también la Federación como autoridad no contratante, sino responsable por
violación de garantías individuales ejecutada por alguno de los Poderes Públicos
que la representan, ni cuando vulnera la soberanía de los Estados, porque estos
casos son exclusivos de la materia de Amparo y corresponde su conocimiento a los
Tribunales Federales por medio del Juicio Constitucional respectivo, que
estudiaremos más adelante, y en los cuales casos se trata más que de un litigio, de
asuntos jurídico-administrativos que afectan a la organización política del Estado
mexicano y al mantenimiento de la supremacía de la Constitución.
En cuanto a los conflictos que se presenten entre la Federación como
autoridad y uno o más Estados en su misma calidad, la jurisdicción para resolverlos
corresponde, como veremos más adelante, de acuerdo con el artículo 105 de la
Constitución, a la Suprema Corte, pero debe advertirse desde ahora que es un caso
distinto de los relativos a cuando la Federación es parte de un litigio, y a que se
refiere la fracción III que estamos comentando.
60
Cf. los artículos 11 (IV) Y 43 (I y VII) de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación.
61
Artículos 43 (III) y 7bis (I) de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federaci6n.
62
Artículo 41 de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federaci6n: Los jueces de Distrito del
Distrito Federal en materia penal conocerán: I. De los delitos del orden federal. Son delitos del
orden federal: c) Los oficiales o comunes cometidos en el extranjero por los agentes diplomáticos,
personal de las legaciones de la República y c6nsules mexicanos; d) Los cometidos en las
embajadas y legaciones extranjeras. –Artículo 43 Los jueces de Distrito del Distrito Federal en
materia civil conocerán: IV. De los asuntos civiles concernientes a miembros del Cuerpo
Diplomático y Consular.
resuelta por la Suprema Corte de Justicia en primera y única instancia por ser de su
competencia originaria, y por medio de procedimientos jurídicos distintos del
Amparo.
Corte anticipar por medio de una definición, qué controversias pueden o no ser
sometidas a la jurisdicción original de la Corte”.
En otro caso citado por Willoughby, relativo a un conflicto surgido entre
los Estados de Kansas y Colorado, en el que se suscitó la cuestión de si un
Estado tiene el derecho, valiéndose de la construcción de obras de
irrigación, para disponer del caudal de las aguas de un río, que al nacer
en él corre a través de otro Estado, la Suprema
Corte, conociendo de tal demanda presentada por el Estado de Kansas, resolvió que
siendo esta controversia entre dos Estados, a ella correspondía jurisdicción
originaria, y después de revisar varios precedentes declaró que los intereses
controvertidos eran substanciales, pues que si se tratara de Estados soberanos
hubiera dado lugar a un conflicto, pero que siéndolo de Estados sin soberanía y
estando incapacitados para discutir independientemente el asunto uno con otro, ya
sea por medio de negociaciones diplomáticas, o por un tratado, o por la guerra, el
Gobierno General tenía derecho de intervenir, y por lo tanto la Corte resolvió “que
el acto ejecutado, motivo de la queja, era propio del Estado y no un simple acto de
abuso o exceso de poder de sus propios funcionarios”.
Esta doctrina debe ser indudablemente aceptada por los Tribunales
Federales mexicanos, pues además de estar de acuerdo con el espíritu y el texto de
la Constitución, hay la circunstancia de la semejanza manifiesta que existe entre los
Estados en uno y otro país y por consiguiente respecto de la clase de controversias
que pueden suscitarse entre ellos.
65
Cf. los artículos 24 (V), 25 (IV), 26 (V) y 27 (IV) de la 'Ley Orgánica del Poder Judicial de la
Federación.
66
Los artículos citados corresponden a los números 29, 24 y 28 respectivamente del vigente
Código Federal de Procedimientos Civiles.
67
Artículo 11 (V) de la Ley vigente.
68
Artículo 30 del Código vigente.
69
Artículos 32 y 33 del Código vigente.
CAPÍTULO V
quien fuere la autoridad que esas cuestiones haya decidido; así es que a aquel alto
tribunal vienen por vía de Amparo aun las sentencias ejecutorias, de los Tribunales
locales cuando se les acusa de haber violado una garantía o de haber invadido el
régimen federal. Pero si esto es así, también lo es que la Suprema Corte no es un
Tribunal de apelación de los jueces locales, como sucede en el país vecino: éstos
ejercen sus atribuciones con tal independencia de aquéllos, y sólo por el Juicio de
Amparo sus actos anticonstitucionales son revisables por ella. Aquí no conocemos
pues, el writ of error, of certiorari, of mandamus, etc., etc., por medio de los que las
cuestiones constitucionales son llevadas en los Estados Unidos de los Tribunales
locales a la Suprema Corte”.
Y apoyándose también en la opinión de Rabasa, de su obra intitulada “El
Juicio Constitucional” copiamos lo siguiente: “En la Constitución de 1857 sus
autores dividieron en dos el artículo sobre la jurisdicción de la justicia, que la
americana contiene en una sola sección (correspondiente para nosotros a un
artículo). La separación de esos casos jurisdiccionales no fue descuido, sino un acto
deliberado. Pocas veces tuvieron los Constituyentes tan en cuenta las condiciones
peculiares del país para adaptar a ellas el sistema de gobierno, como al tratar de esta
materia, y por eso mismo es una de las mejores o quizás la mejor de sus
concepciones. A los Constituyentes les pareció que era demasiado aplicar el Juicio
de Amparo para mantener el respeto de los Tratados y de las leyes; que el privilegio
de esta garantía debía dejarse sólo a la Constitución; que las leyes y Tratados
pueden en sí mismos ser anticonstitucionales e indignos de tal protección; que en la
práctica, la abundancia de juicios haría imposible la buena marcha del sistema. Se
conformaron, pues, y con mucha razón, con consignar en el artículo 97, entre las
materias de jurisdicción federal, las controversias directamente promovidas sobre
aplicación de Tratados y leyes federales”.
Así pues, excluidas de la competencia especial del Juicio de Amparo todas
las materias relativas a la jurisdicción federal que no sean las expresamente
limitadas en los artículos 103 y su complementario y reglamentario a la vez, 107 de
la Constitución, tenemos como atribución concreta de los Tribunales Federales en
materia de Amparo: primero, las controversias que se susciten por leyes o actos de
cualquiera autoridad que violen las garantías individuales; y segundo, las que surjan
de leyes o actos de la autoridad federal que
las cuestiones, que sin importar violación de garantías, constituyen sin embargo una
infracción constitucional. Y ese recurso no sólo es posible sino que lo da la
Constitución misma, y si entre nosotros no existe prácticamente es por la nunca
bastante lamentable falta de la ley orgánica del artículo 97 (el actual artículo 104).
El, en su fracción I, da competencia a los Tribunales Federales para conocer las
controversias que se susciten sobre el cumplimiento y. aplicación de las leyes
federales y ese precepto es casi letra muerta entre nosotros, cuando .es tan
importante que él resuelve la cuestión que estoy examinando. Si se reglamentara
aquí, como se reglamentó su equivalente en los Estados Unidos desde 1789, ni
habría decisiones constitucionales que se ejecutoriasen ante un Alcalde, ni se habría
forzado el recurso de Amparo para llegar a donde se lo veda el artículo 101 de la
Constitución”.
Nosotros nos adherimos a la opinión de los que han censurado, a nuestro
criterio con toda razón, estas doctrinas que sólo pretenden encontrar una
justificación indebida de las deficiencias y omisiones en que incurrieron los
Constituyentes, y sobre todo, el remedio propuesto de una ampliación al Juicio de
Amparo por virtud de una ley orgánica del artículo 104. Como antes dijimos, la
ampliación del Juicio Constitucional no puede provenir más que de una reforma
constitucional que subsane las omisiones del Constituyente, o de una interpretación
amplia, humana, equitativa, pero netamente jurídica dentro del texto y del espíritu
de la Constitución, por medio de la jurisprudencia de la Suprema Corte, impuesta en
repetidas y fundadas ejecutorias.
Refiriéndose Rabasa a las opiniones antes citadas de Vallarta y Mariscal,
dice en su obra referida del Juicio Constitucional: “Es ésta una de las extrañas
aberraciones que no raras veces se hallan en los trabajos jurídicos del notable
magistrado (Vallarta). La simple comparación de los preceptos norteamericano y
mexicano destruye el fundamento de esta idea tan repetidas veces presentada en las
obras de Vallarta. El precepto americano incluye la Constitución al enumerar las
fuentes de casos que comprende la jurisdicción federal, en tanto que el texto
mexicano la excluye deliberadamente y sólo refiere sus disposiciones análogas a las
leyes y Tratados, y adrede la excluye, porque las controversias derivadas de la
Constitución tienen en los artículos 101 y 102 su lugar, su expresión, su concepto y
su procedimiento especiales. Esto es justamente lo que caracteriza al Juicio
Constitucional mexicano y lo que podría darle derecho al título de nacional. Los
legisladores de 57, conocedores del doble carácter del Poder Judicial, separaron con
sabiduría las funciones inherentes a cada uno; pusieron en el artículo 97 todas las
materias que corresponden a la función meramente judicial, y llevaron al 101 toda
la función del poder político. Confundir una materia con otra es desconocer la
mejor obra de 1ts Constituyentes y echarla a perder”.
Por lo tanto, ha quedado demostrado que no hay que buscar el remedio de
las deficiencias en los paliativos sugeridos por jurisconsulto tan eminente como
Vallarta, y adoptados y patrocinados por abogados contemporáneos. La solución
más favorecida por ellos consiste en relacionar cualquier artículo constitucional
violado y no comprendido en la enumeración que de los casos de Amparo hace el
artículo 103, con alguno de los veintinueve que especifican las garantías
individuales, que sí son objeto del juicio, para ensanchar de ese modo el campo de
acción de la Corte y conceder la protección de la Justicia Federal en todos los casos
de infracción a la Ley Suprema.
Pero tal procedimiento debe rechazarse de plano, por estar fundado en
interpretaciones carentes de claridad que desnaturalizan el Juicio, y muy
particularmente porque tienden a darle una amplitud innecesaria fuera de las
previsiones de la ley.
Nosotros creemos que hay dos medios para subsanar cualquier deficiencia
que se haya podido notar en la práctica. Uno consiste en reformar en términos
precisos la Constitución, quitando toda duda sobre la existencia de omisiones o
defectos en nuestro Juicio de Garantías. Así procedió la Ley Suprema vigente
respecto de las de 57, tanto en el artículo 107 al adoptar francamente el Amparo
contra sentencias en los juicios civiles, como al modificar el famoso artículo 14,
dándole verdadera precisión jurídica, de la que carecía el reformado. El otro medio,
si no se acude al radical de las reformas, debe encontrarse en la jurisprudencia de la
Corte al interpretar diversos artículos de los que consignan garantías individuales, y
de preferencia exclusiva los artículos 14 y 16, pues sólo así puede llegarse a la
protección de los derechos personales en cualquier caso de infracción
constitucional.
En efecto, nada nos parece más concluyente para ensanchar dentro de
una doctrina estrictamente jurídica la competencia de la Corte, para
conocer por medio de los Juicios de Amparo de las infracciones que se cometan
contra los artículos de la Constitución, no especificados expresamente dentro de las
tres fracciones del artículo 103, que las siguientes conclusiones de Rabasa. No
podemos menos de transcribirlas íntegramente por considerarlas definitivas e
insuperables: “Toda invasión de un Poder en las atribuciones de otro, o bien toda
acción de un Poder fuera de los límites que la Constitución le impone (que es
concepto más amplio), se produce en forma de ley inconstitucional o en acto
atentatorio que no se funda en ley buena o mala, y en uno y otro caso implica la
infracción del artículo 14 al ponerse por obra. La aplicación de una ley
inconstitucional hace viciosos el procedimiento y la sentencia y reclamables por vía
de Amparo por infracción del artículo 14. Un juez obra tan mal procediendo sin ley
como aplicando estatutos sin valor, sea por el origen que tengan o por
circunstancias que la vician. La Constitución cuando habla de leyes como normas,
no puede referirse a cualquier acto legislativo, sino a los que por su origen y por sus
prescripciones están dentro de ella y conforme a ella son válidos. Una ley
inconstitucional no puede ser ley en el lenguaje de la Constitución, salvo que
admitamos que ella se desestima y se nulifica en sus propias palabras. Una ley se
aplica en caso administrativo o judicial; pero fue discutida y aprobada por una
Cámara sin quórum, o dentro del mismo año en que ya había sido desechada por el
Congreso; la violación de los artículos 61 ó 67 (63 y 72 de la actual), es manifiesta;
pero no cae bajo la jurisdicción de la Justicia Federal según el artículo 101 (103 de
la actual). El agraviado con la aplicación del estatuto inútil que usurpa el nombre de
ley invoca la garantía del artículo 14, no por relaciones supuestas entre éste y los
artículos violados, sino porque el artículo 14 está infringido directamente con el
hecho de darse fuerza legal a una ley forjada en la violación de preceptos de la Ley
Suprema.
“El artículo 14 llena de este modo el vacío aparente del 101 y da la amplitud
necesaria al Juicio Constitucional para hacerlo un medio tan general de defensa de
la Constitución como lo es el norte americano; con él la Corte, extendiendo su
jurisdicción a todos los casos en que la Ley Fundamental se invoque por un derecho
personal lesionado, integra su función política con su poder eficaz para mantener a
cada uno de los departamentos del Gobierno dentro de los límites constitucionales”.
de una manera pronta resuelve litigios en que muchas veces está interesada la paz
de la Unión”.
Y Campillo, en su obra citada, precisando este asunto, dice: “La Corte, en
los casos previstos por las fracciones II y III del artículo 103, no decide
directamente sobre la invasión de jurisdicciones y el ejercicio arbitrario del poder.
Simplemente resuelve en un caso dado si se ha ejercido una facultad no concedida o
reservada, si hay un conflicto de leyes y cuál debe prevalecer; pero como esta
resolución sienta un precedente para el futuro, la cuestión constitucional queda
virtualmente resuelta y restablecida la supremacía del Estatuto Fundamental,
sometiendo a sus propias actividades a los Estados y la Federación. Establecido el
principio y precisado su alcance político y su importancia, es necesario saber cuál
es el mecanismo que ha de ponerse en juego para mantener a los Gobiernos del
Estado soberano federal dentro de las limitaciones que la Constitución les impone,
para impedir una invasión de jurisdicciones. Claro es que siendo éste un asunto de
la competencia de un tribunal, la Suprema Corte nada puede ni debe juzgar,
generalizando, o dentro de una abstracción; es necesario que haya contienda real y
parte agraviada, bien por la aplicación directa e inmediata de la ley, o porque a
virtud de circunstancias especiales que la misma señale, ésta sea aplicable a
determinado individuo que resienta perjuicio con ella. El mantenimiento del sistema
federal está, pues, sujeto a la iniciativa privada y la acci6n individual en casos
concretos y determinados”.
Tenemos ya estudiados dos elementos constitutivos del Juicio: el agraviado,
que se denomina también quejoso o recurrente, y el acto reclamado o hecho
violatorio; debemos, por lo tanto, ocuparnos del tercer elemento o sea la
autoridad responsable. Se entiende por tal la que ejecuta o trata de ejecutar
el acto reclamado; pero si ésta consistiera en una resolución judicial o
administrativa se tendrá también como responsable a la autoridad que la haya
dictado. Como se ve, en el Juicio Constitucional sólo puede quejarse o presentar
agravios el quejoso contra una autoridad y nunca contra particulares, aunque éstos
violen las garantías individuales o cometan cualquier infracción contra los
preceptos constitucionales; porque se trata de un juicio especial y
extraordinario, que, como dijimos, es de carácter
jurídico-político; porque se entabla contra el soberano, contra las autoridades, o
sean los titulares de los Poderes del Estado, y en ningún caso contra individuos
Uno de los medios más eficaces que nuestro legislador con todo éxito
ha encontrado para facilitar el Juicio de Amparo, haciendo posible en los
casos de violación constitucional que las cosas puedan volverse al estado en que se
encontraban antes del acto reclamado, es el incidente que se promueve dentro de
dicho juicio, y que se denomina “suspensión”, el cual tiene dos objetos o
propósitos: primero, el de mantener las cosas en el estado en que se encuentren, con
71
Véase el artículo 73 de la Ley Orgánica de los artículos 103 y 107 de la Constimci6n
72
Se enumeran las causas de sobreseimiento en el artículo 74 de la Ley Orgánica de los artículos
103 y 107 de la Constitución.
el fin de conservar la materia propia del Amparo y hacer posible que la sentencia,
que en este último se pronuncie, pueda reparar las violaciones causadas al quejoso;
y segundo, impedir que a este último se causen daños y perjuicios durante la
tramitación del Juicio de Garantías. El primero se denomina suspensión de oficio, y
el segundo, suspensión a petición de parte.
La suspensión de oficio procede cuando se trate de la pena de muerte, de
destierro o de algún otro acto violatorio del artículo 22 de la Constitución; también
de algún otro acto que si llegare a consumarse haría físicamente imposible poner al
quejoso en el goce de la garantía individual violada.
La suspensión sólo podrá ejecutarse a petición de parte, siempre que la pida
el agraviado, en los casos en que sin seguirse por ello daño o perjuicio a la
sociedad, al Estado o a un tercero, sean de difícil reparación los que se causen al
mismo agraviado con la ejecución del acto. Cuando la suspensión produzca algún
perjuicio a tercero, si el quejoso da fianza de poder reparar ese perjuicio deberá
concederse, pero en este caso la suspensión quedará sin efecto si el tercero da a su
vez fianza bastante o contrafianza, que así se denomina técnicamente, para restituir
las cosas al estado que guardaban antes del hecho de violación de garantías y de
pagar los daños y perjuicios que sobrevengan por no haberse suspendido el acto
reclamado. Además de esta fianza, el tercero deberá indemnizar previamente el
costo del otorgamiento de la fianza dada por el quejoso.
Según ejecutorias de la Suprema Corte, el otorgamiento de la
contrafianza deja expedita a la autoridad responsable para ejecutar el acto que
se reclama, pero para ser admitida debe cuidarse de no dejar sin materia el
Juicio de Garantías. En los Amparos que no sean del orden penal la suspensión
bajo fianza puede quedar sin efecto, mediante la contrafianza ofrecida por el
tercero perjudicado, que garantice los daños y perjuicios que se irroguen al
quejoso con la no ejecución de la suspensión respectiva. Para saber si es o no de
aceptarse la contrafianza que se ofrezca en un Juicio de Amparo, el Juez de
Distrito no puede tener más normas que lo preceptuado en los artículos
51 y 55 de la ley de Amparo;73 y conforme a ellos el tercero perjudicado tiene
derecho de otorgarla siempre que asegure la reposición de las cosas al estado que
guardaban antes de la violación de garantías y al pago de los daños y perjuicios que
73
Véanse los artículos 126, 127 Y 128 de la Ley Orgánica de los artículos 103 y 107 de la
Constitución.
74
Véase la nota 70.
definitivo, aquélla los produce temporalmente, por el tiempo solo que dure el Juicio
de Garantías; pero la protección que el quejoso recibe es desde el punto de vista
práctico, igual por virtud de la suspensión que por virtud del Amparo; la suspensión
viene, pues, a equivaler a un Amparo provisional.
“La finalidad del Amparo es proteger al individuo contra los abusos del Poder; la de
la suspensión es protegerlo mientras dure el Juicio Constitucional”.
bien deje sin efecto en aquel caso la ley de que se apela, no ultraje ni deprima al
Poder soberano de que ha nacido, sino que lo obligue por medios indirectos a
revocarla por el ejercicio de su propia autoridad”.
Y el eminente tratadista americano Cooley, precisando este punto por lo que
respecta al Juicio Constitucional de los Estados Unidos, dice también: “Los Poderes
Judicial y Legislativo constituyen dos departamentos del Gobierno, iguales en
dignidad, siendo cada uno de ellos supremo en el ejercicio de sus funciones propias
y sin estar sujeto a la inspección del otro, porque esto sería invadir aquellas
funciones, cosa que la Constitución prohíbe. Los Tribunales pueden declarar
inconstitucionales y nulas las leyes en ciertos casos; pero esto no porque el Poder
Judicial sea superior en grado o dignidad al Legislativo, sino porque teniendo que
declarar cuál es la ley en los casos que juzga, está obligado a obedecer la
preferencia de la Ley Suprema, cuando alguna otra viene a ponerse en conflicto con
ella... Ejerciendo esta alta autoridad los jueces no tienen la supremacía judicial,
ellos no hacen más que obedecer la voluntad del pueblo. Si una leyes así declarada
nula no es porque el juez pueda ejercer intervención alguna sobre el Poder
Legislativo, sino porque .ella es contraria a la Constitución y porque la voluntad del
pueblo, en ésta declarada, es superior a la de sus representantes expresada en
cualquiera otra ley”.
Y a propósito de los Amparos procedentes y concedidos contra leyes,
cabe decir que sobre este particular existe desacuerdo completo entre los pocos
tratadistas de nuestro Derecho Constitucional que se han ocupado sobre la materia;
pues en tanto que algunos, como Rabasa, sostienen que el Juicio puede iniciarse
inmediatamente después de la promulgación de la ley inconstitucional, porque la
Constitución no hizo distingos y previene expresamente que el recurso procede
contra leyes de cualquiera autoridad que violen las garantías
individuales, o leyes de la autoridad federal o de la local que invadan las respectivas
esferas de la soberanía federal o local; en cambio, otros autores, como Vallarta, y
Lozano en su tratado sobre “Los Derechos del Hombre”, sostienen lo contrario. La
Suprema Corte de Justicia, en nuestra opinión, con todo acierto a este respecto, ha
interpretado en su jurisprudencia los casos únicos en que procede el Amparo contra
leyes, tanto en lo principal como tratándose de la suspensión, así como el alcance
que debe darse a las sentencias que se dicten sobre la materia.
Los partidarios de las teorías que sostienen que no hay para qué hacer
clasificaciones difíciles y especiosas de las leyes, para separar las que pueden ser
objeto de Juicio desde que se promulgan de las que sólo lo son cuando se aplican en
casos particulares, afirman y recuerdan que la Corte de Justicia americana no ha
encontrado inconveniente alguno en juzgar de una ley antes de su aplicación, yeso
que su resolución adversa a aquélla no produce simplemente el efecto de librar al
quejoso del mandamiento inconstitucional, sino que trae la anulación de la ley de un
modo irremediable. Nosotros sin embargo, como antes dijimos, nos inclinamos de
preferencia a las anteriores doctrinas de Lozano y de Vallarta, y en particular a la
que ha fijado la Suprema Corte y que acabamos de transcribir.
Dada nuestra educación política y la inclinación de los titulares del Poder
Público a suscitar contiendas y resistencias en el ejercicio de sus funciones contra
iguales o superiores, así como nuestra tendencia natural a desconocer y solicitar la
nulidad de las leyes cuando nos perjudican o contrarían desde su promulgación,
natural es que se haya pretendido que la jurisprudencia de la Corte, por medio de
Juicios de Amparo promovidos con anterioridad a la aplicación de las leyes dictadas
por el Congreso, pueda anular éstas o prevenir su aplicación futura contra todos los
recurrentes temerosos de ser afectados por el mandato legislativo atacado. Pero es
indudable que si se aceptaran esas perniciosas doctrinas se establecería una
inmediata lucha y una fricción continua de resultados incalculables entre los
Poderes Legislativo y Judicial, con menoscabo del prestigio y de la autoridad de los
mismos y con evidente descrédito de nuestro Juicio Constitucional, que en vez de
servir de equilibrio entre los distintos Poderes y de protector de la invariable
aplicación de la Ley Suprema, se convertiría en un órgano perturbador del
funcionamiento de las instituciones y causante de la anarquía judicial del país.
a los negocios civiles para corregir los errores o injusticias cometidos en las
sentencias pronunciadas en ellos. Otras veces adujéronse razones simplemente
políticas, como el temor de que se destruyera la soberanía de los Estados
arrebatando a éstos los pocos derechos y prerrogativas que les han quedado dentro
del régimen federal, o sean los de fijar su legislación y jurisprudencia en materia de
derechos privados y la soberanía de sus tribunales para interpretarlos y aplicarlos en
definitiva, sin que deba permitirse la revisión o la revocación de los fallos locales
por la Suprema Corte de Justicia, al examinarlos y calificarlos por medio del Juicio
de Amparo. La primera Ley Orgánica de los artículos 10 1 Y 102 de la Constitución
de 57 (los 103 y 107 de la actual), la del 30 de noviembre de 1861, resolvió
expresamente que el Amparo cabía en negocios judiciales, pero el abuso que se hizo
de esa autorización convirtiendo el Amparo en un recurso extraordinario para
nulificar todas las ejecutorias de los jueces locales, produjo un desconcierto tal y
reclamaciones tan reiteradas como elocuentes por parte de los Estados, que el
Congreso de la Unión se vio precisado a derogar la ley referida y expidió, como una
Ley Orgánica en materia de Amparo, la de 20 de enero de 1869. En ésta previno
que no debía admitirse el Amparo en negocios judiciales, pero de una manera tan
radical que no vio que de esa manera dejaba sin protección una serie de garantías
que sólo los jueces pueden violar, como las consignadas en los artículos 17, 18, 19
Y 20, así como algunas de las que establece el artículo 14 de la Constitución. Y
estos errores y exageraciones de la ley de 1869 fueron tan manifiestos y
restringieron de tal manera el campo de acción del Amparo en la materia
judicial, que en realidad los litigantes quedaron sin protección, aun en los
casos de flagrantes violaciones a las garantías individuales, pues bastaba que
éstas se consumaran en las contiendas judiciales para que no se tomaran en
consideración.
El resultado inevitable no podía ser otro que el de la anulación de la ley por
medio de las ejecutorias de la Corte, al interpretar ésta los textos constitucionales en
abierta contradicción con los de la ley de 1869. Y así aconteció en efecto, pues
como se presentara a la revisión de la Corte el auto de un Juez de Distrito que
declaraba improcedente un Amparo en negocio judicial, aquel Tribunal, por
sentencia de 29 de abril de 1869, revocó esa declaración y devolvió el expediente al
inferior para que substanciara el recurso. Negado el Amparo por el Juez de Distrito,
fundándose en el artículo 8 de la referida de 69, que excluía la procedencia del
Juicio en los asuntos judiciales, a pesar de ello la Corte revocó el fallo del inferior
por ejecutoria a 20 de julio de 69, lo que motivó hasta la resistencia del Tribunal
Superior de Sinaloa para cumplirla en su calidad de autoridad responsable, y por
otra parte una acusación contra los siete Magistrados de la Corte que con su voto
concurrieron a formar la sentencia. Como dice Vallarta comentando el caso: “Este
desagradable negocio dio, sin embargo, por resultado que se reconociera el
principio fundamental de nuestras instituciones, el que establece que es atribución
de la Suprema Corte, como intérprete final de la Constitución, declarar en el caso
especial que juzga la in constitucionalidad de una ley federal del Congreso mismo.
Por virtud de aquellas ejecutorias ese artículo 8 de la Ley de Amparos quedó herido
de muerte, y sin haber sido aún derogado por el legislador; él es nulificado por los
Tribunales en cada caso de violación de garantías en negocio judicial,
reconociéndose hoy universalmente, así su inconstitucionalidad, como el poder de
la Corte para juzgar de la conformidad o inconformidad de las leyes con la
Constitución”.
Posteriormente la Suprema Corte, por medio de una interpretación, sin
duda equivocada, y que motivó interminables discusiones entre jueces y litigantes,
sostuvo durante la presidencia en ese alto Tribunal del jurisconsulto Vallarta, que
no procedía en los negocios judiciales del orden civil el recurso de Amparo, sino
únicamente en los negocios judiciales del orden penal. Esta jurisprudencia errónea,
como antes dijimos, lo que fue comprobado por numerosos juristas, al interponer
Amparos en materia civil, principalmente por el licenciado don Jacinto
Pallares, según puede verse en los famosos
“Votos” o “Cuestiones constitucionales” del mismo Vallarta, no subsistió sino
únicamente durante el tiempo de su presidencia, pues apenas retirado su influjo de
aquel alto Tribunal, éste cambio la doctrina admitiendo nuevamente los Amparos en
materia civil.
Las consecuencias de la nueva actitud de la Corte no se hicieron esperar:
todos los litigantes de la República se apresuraron a interponer recursos sin límites
contra autos, interlocutorias y sentencias definitivas dictadas en cualquier instancia
de juicios civiles, acudiendo a este procedimiento condenable para entorpecer la
secuela de los litigios, y lograr por medio de esa chicana, que deformaba los
principios y contrariaba los altos fines del Amparo, la prolongación del término de
las controversias judiciales. Además, la Corte quedó aplastada bajo el peso enorme
Heriberto Jara el grupo que subscribió el voto particular contra la admisión del
Amparo en negocios judiciales y los licenciados Paulino Machorro y Narváez y
Arturo Méndez el de los partidarios de esa admisión. Las razones hechas valer
durante la discusión por el licenciado Medina, con su elocuencia y talento
conocidos, se concretaron a la defensa de la soberanía de los Estados, pretendiendo
que se reservase exclusivamente a éstos la decisión exclusiva de los asuntos del
orden penal y civil, ya que en materia de legislación y de competencia
jurisdiccional han sido y son privativos de las Entidades Federativas; y con razón
subsidiaria hizo valer que todos los asuntos judiciales se concentrarían en la capital
de la República en las manos de unos cuantos letrados influyentes o de prestigio
social y político. Contra las argumentaciones del licenciado Medina y poniendo
término al importante debate que sobre este asunto se suscitó en los escaños del
Congreso Constituyente de 17, se levantó el licenciado José N. Macías, quien, con
toda justicia, lo reconocemos, hizo una exposición amplia y plenamente jurídica del
caso, exponiendo los antecedentes del mismo, los inconvenientes y las dificultades
que se presentarían de no admitirse el recurso en los asuntos civiles y penales, y
sobre todo la necesidad de consolidar y proteger las garantías individuales
reconocidas por la Constitución contra los actos viola torios de cualquiera autoridad
de la República. El aplauso dado al licenciado Macías demostró el convencimiento
adquirido por la Asamblea y justificó el voto aprobatorio que dio a todas las
reformas que consigna la Constitución actual en sus artículos 103 y 107.
Esta obra plausible del Constituyente de 17, complementada con la reforma
de distribuir la jurisdicción de la Corte en tres Salas,75 consagrando exclusivamente
una a los asuntos penales y otra a los asuntos civiles, y el hecho de erigir que los
recursos contra negocios judiciales se interpongan directamente y contra las
sentencias definitivas ante la Suprema Corte, salvando el requisito innecesario y
estorboso de estos casos de la intervención de los Jueces de Distrito, ha contribuido
al mejoramiento de nuestra situación por lo que toca a las contiendas judiciales;
pero indudablemente debido a las chicanas de 108 litigantes, que en su afán de
prolongar el término de los juicios interponen invariablemente el recurso en cada
una de ellas; a la corrupción de los Tribunales comunes en el Distrito Federal y en
los Estados, que de continuo infringen las leyes, y a la falta de organización y
método de trabajo de la Corte misma, que sigue recargándose de asuntos y
75
Véase la nota 36.
76
La fracción III del artículo 107 ha sido modificada por la reforma constitucional publicada en el
“Diario Oficial” de 19 de febrero de 1951. Por la citada reforma desaparece la fracción IV y la IX
pasa ser la VII.
TÍTULO V I I
CAPÍTULO I
El estudio que haremos de, los Estados como Entidades políticas autónomas
está de acuerdo con lo que ya hemos dicho en relación con nuestro régimen federal.
una nueva Confederación y por medio de las armas exigieron sus demandas al
Gobierno Federal. El Presidente que gobernaba, James Buchanan, era miembro del
Partido Demócrata que estaba en el Poder y propugnador por ende de la Soberanía
de los Estados, así como de la esclavitud, que sostenían los sudistas; en
consecuencia, alegando que su poderío presidencial había concluido, pues ya había
sido electo su sucesor, Lincoln, dejó las cosas correr. He aquí una de las
contingencias graves que pueden traer para México y los Estados Unidos el largo
plazo establecido para que un Presidente electo ocupe el Poder. En Francia, antes
de treinta días comienza a desempeñar su cargo el designado, y así acontece en
casi todas partes. En los Estados Unidos el Presidente es electo en los primeros
días de noviembre y viene a tomar posesión de la Presidencia hasta marzo, siendo
preciso esperar cuatro meses, noviembre, diciembre, enero, febrero y
algunos días de marzo, en cuyo tiempo pueden ocurrir las sorpresas más
desagradables. En México, electo el Presidente en julio, viene a tomar posesión
hasta diciembre, corriendo entre tanto los meses de julio, agosto, septiembre,
octubre y noviembre. De allí que se puedan fácilmente tramar complots,
fraguar revoluciones, dar golpes de Estado y que el Presidente que está en el Poder
quiera intentar conservarlo y usurpar el que va a tener el recientemente electo,
mientras que si la transmisión fuera rápida e inmediata no habría peligros.
Para sustituir a Buchanan había sido electo Presidente Lincoln, cuya
inmensa figura tiene tan alto lugar en la historia de los pueblos de América, y con
su elección por primera vez triunfó el Partido Republicano. Lincoln era enemigo de
la esclavitud y adversario de la soberanía y de la independencia absoluta de los
Estados que integraban la Unión, a los que él consideraba sólo como partes del
cuerpo político federal, pero hasta marzo tampoco podía hacer nada contra la
sublevación de la Carolina del Sur, que se apoderó de arsenales federales, ni contra
las demás Entidades que organizaban la resistencia contra la Federación. Pero una
vez Lincoln en la Presidencia, fijó los principios de su gobierno desconociendo la
existencia de los Estados rebeldes y negando beligerancia a las Entidades que se
decían emancipadas; pues para él no había más que individuos sublevados. No
aceptó que pudiera entablarse una lucha armada entre la Federación como Entidad
soberana y los Estados rebelados como Entidades independientes que ejercieran la
soberanía. Esta fue su admirable tesis, que estableció de una vez el carácter y la
esencia del Estado Federal y que puso término a la teoría y tradición de varios
políticos y publicistas americanos que afirmaban que la unión de los Estados podía
disolverse.
Para ser consecuente con sus principios, Lincoln, una vez que las fuerzas
federales del Norte batieron a los insurrectos del Sur, no firmó tratado de paz con la
Confederación vencida, a la que desconoció toda personalidad estatal, ni acreditó
plenipotenciarios, ni reconoció capacidad política a los funcionarios rebeldes, sino
que confirmó que los Estados nunca habían dejado de existir en su integridad, y se
concretó a juzgar y castigar a los principales responsables de la rebelión, pero como
individuos, no como titulares de una soberanía local que él nunca reconoció.
Estos antecedentes vienen a confirmar nuestra opinión sobre la calidad
política de las Entidades Federativas mexicanas. Si en los Estados Unidos, donde
realmente hubo Estados libres que habían hecho su independencia por medio de
las armas contra Inglaterra y que vivieron soberanamente varios años, uniéndose
después en Confederación hasta organizarse por último en Estado
Federal, éste nunca les ha reconocido soberanía, ¿qué decir de México,
donde la Federación nació de un acuerdo del Congreso Constituyente de 1824, que
subdividió provisionalmente el territorio nacional creando determinados Estados?
La confirmación final de estos puntos de vista de nuestro Derecho
Constitucional está en las restricciones que los artículos 115 y 122 de la Ley
Suprema imponen a la capacidad de las Entidades Federativas. Se trata de una
intervención directa y eficaz de los Poderes Federales, ya en la organización política
de cada Estado para exigirle la adopción de determinada forma de gobierno y el
mantenimiento constante de la misma; ya para protegerlo con todos los elementos
de fuerza y de autoridad de la Federación en los casos de invasión extranjera o de
sublevación o trastorno local.
El artículo 115 previene: “Los Estados adoptarán para su régimen interior la
forma de gobierno republicano, representativo, popular, teniendo como base de su
división territorial y de su organización política y administrativa, el Municipio
Libre”, es decir, fija una pauta y un criterio que los Estados no pueden ignorar o
desconocer. En consecuencia, ninguna Entidad Federativa puede establecer un
régimen local de gobierno aristocrático o directo o soviético, por ejemplo, ni crear
otros órganos estatales que los designados expresamente en la Ley Suprema, pues
ésta no ha dejado al arbitrio de los componentes de la Federación la manera de
organizarse políticamente. Por el contrario, el artículo 115 es categórico y sólo
sus cargos al concluir el período para que fueron electos, o si alguno de esos
Poderes absorbe a los otros revistiéndose de facultades que por su naturaleza y
conforme a los principios constitucionales corresponden a órganos distintos. En
estas o en otras circunstancias análogas es evidente que ha desaparecido toda
apariencia de gobierno republicano, y la Federación debe corregir esa irregularidad
constitucional.
En cuanto a la prerrogativa conferida a los Poderes Federales por el artículo
122, debe decirse que sólo ha tenido fines de protección para los Estados cuando
éstos sean objeto de agresiones interiores o externas. En este último caso, es
evidente que careciendo las Entidades Federativas de ejército y marina por virtud de
prohibición constitucional, y siendo aquéllas partes integrantes de la Nación, de la
unidad geográfica y política del Estado soberano, México, a éste corresponde
rechazar por medio de la fuerza la invasión armada que se lleve a cabo contra
cualquiera de los componentes de la Federación. Se trata de un derecho elemental
de todo país soberano y de una obligación inaplazable de los funcionarios
encargados de la defensa del honor y de la integridad de la Patria.
Por lo que respecta a los casos de sublevación o trastorno interior, el artículo
122 concede igual protección a los Estados, siempre que los Poderes Federales sean
requeridos para ello por la Legislatura o por el Ejecutivo local, si aquélla no
estuviere reunida. Pero, aunque sucintamente, debe hacerse una clasificación de los
casos de conflictos interiores que pueden presentarse para no incurrir en errores.
Si se trata de trastornos provocados contra el orden público o la paz social,
ya sean simplemente de carácter delictuoso o ya de aspecto político, y las
autoridades locales pueden reprimirlos por medio de las fuerzas de policía o
seguridad del Estado, los Poderes Federales en tales contingencias no tienen por
qué intervenir. Estos casos son de la exclusiva competencia del Gobierno.
Si los tumultos o choques armados provienen de conflictos entre los Poderes
mismos del Estado, y por la urgencia no cabe esperar, ni la mediación del Senado,
conforme al artículo 76, ni la decisión de la Corte, conforme al artículo 105, en tal
extremo incumbe al Ejecutivo Federal su violenta intervención por medio del
Ejército nacional a fin de restablecer el orden, debiendo someter después el caso a
la decisión del Poder que sea competente, conforme a la Constitución.
Por último, si el desorden o levantamiento armado tiene como propósito
desconocer a las autoridades federales o separar al Estado de la Federación con el
pretexto de reasumir su mal llamada soberanía, en estos casos los Poderes Federales
tienen igualmente la obligación de intervenir por medio del Ejército para reprimir el
motín y someter a los rebeldes –sean funcionarios o particulares– al imperio de la
legalidad, castigando a los culpables, conforme a los preceptos de la Constitución.
En consecuencia, sólo cuando la rebelión sea dirigida contra los Poderes
legítimos del Estado y éstos carezcan de los recursos necesarios para sofocarla, es
cuando procede, conforme al citado artículo 122, que la Federación intervenga a
petición de las autoridades locales. En los demás casos como acabamos de ver,
puede la Federación actuar sin necesidad de ser requerida cuando la gravedad de las
circunstancias lo exija.
La confirmación de que nuestro Código Político no ha considerado como
Entidades soberanas a los Estados, está en la reglamentación, no solamente de la
forma de gobierno que les impone, sino de su organización política, fijándoles
como característica esencial de su régimen la división de Poderes y determinando
claramente el número de éstos y la denominación particular que deben tomar los
titulares de los mismos. Así pues, la Constitución no se concretó a exigir un
gobierno republicano y representativo para los Estados, sino que estableció que
tuvieran un Poder Ejecutivo, cuyo titular sería precisamente el Gobernador; que
tuvieran un órgano legislativo para evitar que las facultades propias de éste se
sumaran a las del Gobernador; y previno también que sus funciones no se
depositaran en un solo individuo, para lo cual creó la Legislatura local representada
por varios titulares, cuidando de especificar el mínimum de los que han de
integrarla. Y todavía más, fijó los requisitos esenciales que deben reunir los
candidatos para los altos cargos locales, limitando de este modo la capacidad
electoral de los ciudadanos de los Estados para designar a sus propios mandatarios.
El artículo 115 previene que sólo podrá ser Gobernador Constitucional de un Estado
un ciudadano mexicano por nacimiento y nativo de él, o con vecindad no menor de
cinco años inmediatamente anterior al día de la elección; que los Gobernadores
Constitucionales no podrán ser reelectos ni durar en su encargo más de cuatro
años,77 y que son aplicables a los Gobernadores substitutos o interinos las
prohibiciones del artículo 83, dictadas para los Presidentes de la República. Como
se ve, no ha quedado al arbitrio de los Poderes constituyentes de cada Estado, al
77
El 8 de enero de 1943 se reformó el párrafo tercero de la fracción III del artículo 115,
ampliándose el período de los Gobernadores a seis años.
promulgar las Constituciones locales, determinar los requisitos que deben tener sus
autoridades, sino que, además de aquellas que libremente pueden estipular y para lo
cual tienen derecho, es preciso que concurran forzosamente las establecidas de
modo imperativo en la Constitución Federal. Por lo tanto, los Estados pueden abrir
con amplitud la puerta a todos sus habitantes para ocupar los altos puestos de su
Gobierno; pero necesariamente tendrán que exigir los requisitos de vecindad en el
Estado en los casos en que no sean nativos de él los candidatos, y la calidad de
mexicano por nacimiento, pues ésta fue considerada esencial y como una garantía
para los intereses generales de la Nación, dado que el espíritu que informa y el
sistema que predomina en la Constitución de 17 son los de exigir para los altos
cargos la nacionalidad mexicana por nacimiento, es decir, la que vincula al
individuo con la Nación y no sólo con las Entidades Federativas, aun cuando sólo
se trate de intereses particulares de éstas.
Y ya que hablamos de estas condiciones de carácter general exigidas por la
Ley Suprema de la República, no podemos menos que censurar y calificar de
inconstitucionales y violatorias de nuestro Derecho Público las reformas llevadas a
cabo en los Estados de Veracruz y Tabasco, permitiendo la reelección de sus
Gobernadores, con la agravante de haberlas realizado con fines aparentemente
personalistas en beneficio exclusivo de los que disfrutan actualmente de la
reelección. Porque no importa que se haya reformado el artículo 8378 constitucional,
relativo al Presidente de la República, el que, violando escandalosamente las
promesas y principios conquistados por la Revolución, permite hoy que ese
funcionario pueda ser reelecto, siempre que no lo sea para el período inmediato,
pues esta reforma es exclusiva para un funcionario federal y no para los
Gobernadores de los Estados, que siguen sujetos imperativamente a las
prohibiciones e incapacidades consignadas en el artículo 115 que estamos
comentando. Cualquiera interpretación o argucia constitucional que se haya usado
para estas reformas no les quita en lo más mínimo su carácter de nulas y violatorias
de la Constitución.
Iguales consideraciones que respecto al Ejecutivo local deben hacerse sobre
las Legislaturas en lo que concierne a los Diputados, pues nunca podrán reducirse a
menos de siete cuando la población del Estado no llegue a cuatrocientos mil
habitantes, ni a menos de once en los Estados cuya población sea superior a
78
Véase la nota 23.
ochocientos mil; todo lo cual constituye una nueva limitación al derecho de los
Estados de organizarse políticamente. Los móviles que ha tenido el Constituyente
de 17 al implantar estas innovaciones en el régimen orgánico de las Entidades
Federativas, fueron tendientes a evitar que en las Constituciones locales se
establecieran verdaderos parlamentos integrados por numerosos miembros, lo que
es innecesario, antieconómico y peligroso para el mantenimiento del orden público,
o que, por lo contrario, constituyeran legislaturas gobernadas domésticamente, por
decir así, e integradas por dos o tres Diputados amigos incondicionales o familiares
del Gobernador, cuya primera consecuencia sería la reunión de los dos Poderes en
él, con mengua del principio republicano de separación de funciones políticas.
Ahora bien, ocurre preguntar: si a los Estados se les han puesto tales
limitaciones en lo referente a su organización política, y si han excluido de sus
órganos estatales el considerable número de facultades importantísimas que se han
conferido a los Poderes Federales y, si por último, en los artículos 117 y 118 se les
han impuesto prohibiciones, ¿qué competencias les quedan, y son ellas suficientes
para justificar y sostener el régimen federal creado por la Constitución?
Indudablemente que, conforme al artículo 124, los Estados tienen amplísimo campo
para desarrollar actividades sociales, culturales y políticas de capital importancia
para todos sus habitantes, puesto que, según dicho precepto, las facultades que no
están concedidas por la Constitución a los funcionarios federales se entienden
reservadas a los. Estados. Por lo tanto, excluyendo aquéllas y las que expresamente
se prohíben en los citados artículos 117 y 118, las Entidades Federativas controlan
todas las manifestaciones de la vida civil de los individuos y los bienes e intereses
que se encuentran dentro de sus jurisdicciones, excluyendo naturalmente los que
pertenecen a la Federación en pleno dominio, o son de uso común y para servicios
públicos, o están destinados al Gobierno Federal a título de impuestos establecidos
previamente en las leyes fiscales. Pero, fuera de estas excepciones, los Estados
dictan toda la legislación correspondiente a derechos de familia, matrimonio,
divorcio, filiación, patria potestad, tutela, etc.; la que se refiere a los bienes y sus
modos de transmisión como contratos, obligaciones, sucesiones hereditarias e
intestados; a toda la materia procesal que fija los procedimientos del orden civil y
penal: la relativa a la represión de los delitos, que establece penas y categorías de
delincuentes, y los demás importantísimos asuntos concernientes a beneficencia
pública y privada, educación, enseñanza obligatoria y profesional, policía, además
* *
Tratándose de las prohibiciones que tienen los Estados, debemos
clasificarlas en absolutas y relativas. Las primeras son las mencionadas en el
artículo 117, que previene que en ningún caso pueden celebrar alianzas, Tratado o
coalición con otro Estado ni con las potencias extranjeras; expedir patentes de corso
ni de represalias, ni emitir títulos de Deuda Pública. La razón fundamental para esta
incapacidad es la falta de soberanía externa de las Entidades Federativas, pues los
derechos para hacer la guerra, celebrar alianzas y ejercitar actos de beligerancia,
como las represalias y el corso, sólo corresponden, conforme al Derecho
Internacional Público, a los Estados soberanos. Además, de no haberse establecido
esta prohibición, habría .el peligro de que los Estados, procediendo
individualmente, orillaran a la Nación a un conflicto internacional, puesto que
tendría que hacerse solidaria de los actos de ellos; y, aunque por una indignidad
imperdonable no asumiera esta responsabilidad, los otros Estados soberanos no
admitirían la disculpa, en los casos de agresión, de que las Entidades Federativas
mexicanas carecían de personalidad. La materia de Relaciones Exteriores ha
quedado sentada definitivamente, y así se desprende de los textos constitucionales
que corresponde de una manera exclusiva al Presidente de la República,
necesitando únicamente la cooperación del Senado para la ratificación de Tratados
y la aprobación del Congreso para la declaración de guerra.
79
El segundo párrafo de la fracci6n VIII del artículo 117, relativo a la lucha contra el alcoholismo,
pasó a ser segundo párrafo de la fracción IX que se creó por reforma de 24 de octubre de 1942.
CAPÍTULO II
EL MUNICIPIO
80
El artículo 115 ha sufrido modificaciones en 1928, 1933 Y 1947. En su redacción actual fue
publicado en el “Diario Oficial” de 17 de octubre de 1953.
81
Se refiere a la reforma del artículo 73 publicado en el “Diario Oficial” de 20 de agosto de 1928.
* *
Las garantías dadas por la Constitución a la libertad y estabilidad
del Municipio constan en las fracciones I y III del artículo
115, Y consisten en eliminar toda autoridad intermedia entre el Ayuntamiento y el
Gobernador del Estado, entre quienes deben tratarse y solucionarse los asuntos de
TÍTULO V I I I
DISPOSICIONES DE CARÁCTER GENERAL
CAPÍTULO I
Estado, libre de todo proceso y penalidad, aun cuando violara la Ley Suprema de la
Nación Sin embargo, la reforma fue votada por 101 votos a favor y 50 en contra,
pero ello prueba que la opinión predominante en el Constituyente era adversa a esta
innovación, pues se trataba de las futuras responsabilidades del Primer Jefe de la
Revolución a quien se iba a dar la investidura de Presidente, y ya todos sabemos el
respeto y el temor que inspiraba es alto funcionario durante el llamado período
preconstitucional. No obstante esto, creemos conveniente el nuevo programa
establecido en materia de responsabilidades oficiales del Presidente de la República,
porque nada es tan ridículo y de consecuencias más nocivas para el prestigio de un
alto funcionario, como establecer en su contra numerosos casos de responsabilidad
y duras sanciones penales en teoría, y consagrar en la práctica la más completa
impunidad a los atentados y a los actos violatorios de la Constitución que ejecute.
Nadie puede negar que Juárez, Lerdo y el General Díaz violaron
frecuentemente la Constitución, y sobre todo las leyes electorales, para reelegirse y
conservar el poder. Lo mismo hicieron para desarrollar los programas e implantar
las reformas que consideraron necesarias y salvadoras para el país. Y nadie podrá
sostener tampoco que hubiera sido conveniente, y sobre todo posible, haber juzgado
y destituido, después de un escandaloso proceso, a esas grandes figuras de nuestra
historia que, a pesar de sus errores, fueron tan útiles para el país en el tiempo y
dentro de las circunstancias en que gobernaron.
Mientras en nuestro Derecho Público esté consagrado el régimen de
gobierno presidencial, y el titular del Ejecutivo tenga facultades propias de gran
importancia nacional, y su poder y rango sean iguales en teoría a los de los otros
órganos del Estado, será siempre de conveniencia política no subalternado a los
Otros Poderes, y menos exponerlo a la destitución de su cargo y a su anulación por
acuerdo de cualesquiera de los otros órganos nacionales. Mucho menos todavía
hacerlo blanco de las acusaciones frecuentes, violentas y apasionadas de los
miembros del Congreso.
Claro que no pedimos la irresponsabilidad del Presidente y menos
la dictadura constitucional del mismo, especialmente en nuestro país, sin
educación cívica para resistirle y sin instituciones consolidadas para limitarlo y
refrenarlo: lo que buscamos es la efectividad en las responsabilidades para el
desenvolvimiento de nuestras prácticas de gobierno.
* *
Tratándose de los Senadores y Diputados debemos recordar que si son
inviolables por sus opiniones y votos, no son irresponsables por los delitos oficiales
o del orden común que cometan. Para juzgarlos por estos últimos en los tribunales
ordinarios se necesita la previa declaración de la Cámara de Diputados erigida en
Gran Jurado, de que ha lugar de proceder contra el acusado, pues: en caso negativo
no habrá derecho a procedimiento ulterior. Por lo que toca a delitos oficiales es
difícil que incurran en ellos los miembros del Congreso, puesto que sus actos
individuales violatorios de la Constitución no producen generalmente efectos,
porque sólo obligan a la Nación las leyes o decretos votados por el quórum legal
requerido, es decir, por cada Cámara como entidad política colectiva; y todos
sabemos que ni éstas, ni el Congreso como unidad, son responsables por ninguna
disposición que dicten.
Los Diputados y Senadores individualmente sólo pueden atacar la
Constitución en sus iniciativas, o en sus discursos, o en sus votos, pero como la
ejecución de estos actos es propia de su función constitucional, y ellos no obligan ni
producen efectos aisladamente, sino cuando en su conjunto forman la voluntad del
Congreso, casi nunca se presentará el caso de juzgarlos por responsabilidades
oficiales.
De los Magistrados de la Corte puede decirse cosa semejante, pues no debe
considerárseles culpables por sus opiniones emitidas durante las audiencias
públicas, ni por sus votos al fallar las controversias de que conocen. Y lo mismo
que el Congreso, la Suprema Corte, como Poder constitutivo del Estado, no
responde de sus decisiones, ni puede ser sometida a la jurisdicción de ninguno de
los otros Poderes. Son órganos estatales colectivos irresponsables.
Las culpas en que pueden incurrir individualmente los Magistrados son las
de cohecho y demás delitos relativos al tráfico con la justicia, pero estos asuntos no
deben ser de la competencia del Congreso por originar responsabilidades de
carácter penal y no político. Además, para reprimirlos sin necesidad de instaurar un
proceso, basta la petición ante las Cámaras por el Presidente de la República de la
destitución por mala conducta del Ministro de la Corte a quien se comprueben
actividades delictuosas. Desgraciadamente este procedimiento, que criticamos al
ocuparnos de la Suprema Corte, sólo tiene tendencias políticas encaminadas a
destruir la inamovilidad judicial privando de independencia a los Magistrados.83
El procedimiento eficaz para mantener a los jueces dentro de la moral y
apegados al más estricto cumplimiento de la ley, debe reservar la acción acusadora
a los particulares –no sólo abogados o litigantes–, víctimas de los fallos inicuos y de
la venalidad de los prevaricadores: y la ley de responsabilidades debe crear un
83
Véase la nota 33.
tribunal técnico y alejado de la política para conocer y fallar sobre las acusaciones
que se presenten contra los presuntos culpables.
Por lo contrario, las sentencias pasionales y con móviles políticos de las
Cámaras nunca serán un medio eficaz y justo para garantizar el prestigio y la
rectitud de nuestros tribunales.
CAPÍTULO II
84
El artículo 123 consta de 31 fracciones, pues se le adicionó una por Decreto de 18 de noviembre
de 1942.
Creación de sus órganos y en fijar las facultades y relaciones jurídicas de ellos, pero
hay asuntos no políticos de tan vital importancia en la actualidad que sí requieren
figurar en la Ley Suprema, cuando menos la consignación de sus bases generales y
de los principios fundamentales para que no puedan ser derogados por leyes
secundarias. Y éste es el caso por lo que concierne a las leyes obreras, que teniendo
por objeto la protección del trabajo de los asalariados y la determinación de las
relaciones entre éstos y los patrones, era indispensable que una Constitución surgida
de un movimiento revolucionario, de carácter predominantemente social, dedicara
gran número de sus disposiciones a la protección de las clases proletarias.
Si conforme a los precedentes constitucionales se hubiera dejado este
importantísimo asunto a la competencia legislativa de los diversos Congresos que
se sucedieran normalmente, es indudable que se habría expuesto la paz pública y la
tranquilidad social a las contingencias del criterio político o filosófico de los
miembros renovables de las Cámaras Federales; mientras que cimentada nuestra
legislación industrial sobre bases consignadas en la Carta Suprema de la República,
hay todas las probabilidades de que se consolide en nuestro país un nuevo orden
jurídico en materia de trabajo a base de humanidad y de justicia.
En efecto, sólo por medio de una reforma constitucional, que nadie se
atreverá a iniciar con mengua de los derechos y ventajas económicas
alcanzadas ya por los trabajadores de la República, se podría cambiar nuestra
legislación industrial, que dígase lo que se quiera en su contra,
merece el mayor respeto por las nobles tendencias
que la inspiraron y por el mejoramiento indudable que ha producido en las clases
laborantes. Si por desgracia no ha dado hasta hoy los resultados esperados, es por
haberse mezclado injustamente en su aplicación las maquinaciones de politicastros
ambiciosos y de líderes y empresarios inconscientes, además de las naturales
dificultades que presenta arraigar en un medio impreparado toda reforma moral y
justiciera.
Sin entrar, como dijimos, a los detalles de todos los asuntos de que trata el
artículo 123, haremos una rápida clasificación de los más importantes de ellos en
tres grupos.
El primero se refiere a las fracciones de la I a la XV, que reglamentan la
duración de la jornada máxima de trabajo, fijándola en ocho horas; la protección a
los trabajadores mayores de doce años y menores de diez y seis; de los niños
CAPÍTULO III
EL ESTADO Y LA IGLESIA
Como se ve, las relaciones entre el Estado y la Iglesia sólo habían llegado
a ese punto al ser promulgado el Código Supremo de 1857. Después,
durante la Guerra de Tres Años que siguió al golpe de Estado de
Comonfort, quien desconoció la nueva Ley Constitucional que acababa de jurar, se
dictaron las leyes llamadas de Reforma, en las que el Presidente Juárez, como
medidas de defensa y de lucha, nacionalizó los bienes de la Iglesia y excluyó de la
competencia de ésta todos los actos del estado civil de las personas, reservándola
a los funcionarios y autoridades del Estado laico. Triunfante en enero de 1861 el
gobierno liberal y constitucionalista de Juárez se mantuvieron en pleno vigor las
disposiciones que había dictado en uso de sus facultades extraordinarias, hasta que
el 25 de septiembre de 1873 se incorporaron como artículos adicionales a la
Constitución vigente, de la que vinieron a formar parte. El más importante y de
mayor alcance de ellos es el primero, que textualmente establecía: “El Estado y la
Iglesia son independientes entre sí. El Congreso no puede dictar leyes estableciendo
o prohibiendo religión alguna”. Este último párrafo está reproducido en el inciso II
del articulo 130 que estamos estudiando; pero el primero, el concerniente a la
separación de las entidades civil y eclesiástica, ha sido derogado en la Ley
Constitucional de 17, pretendiéndose de este modo desconocer la existencia y por
ende la independencia de la Iglesia en su carácter de persona moral.
En efecto, en el dictamen sobre el artículo 130 de la Segunda Comisión de
Constitución, presentado al Congreso Constituyente de Querétaro el 25 de enero de
1917, se dice textualmente: “La Comisión ha creído que el estado actual de la
sociedad mexicana y la necesidad de defensa de ésta contra la intervención de las
agrupaciones religiosas en el régimen político, que en los últimos tiempos llegó a
constituir un verdadero peligro de ahogar las instituciones liberales, y
consideraciones de orden práctico para hacer efectiva esta defensa y hacer que el
régimen político religioso corresponda al estado antes mencionado de la sociedad
mexicana, impone la obligación de ampliar el punto de vista de las leyes en esta
materia… Una nueva corriente de ideas trae el artículo 130, tendiendo no ya a
proclamar la. simple independencia del Estado, como hicieron las Leyes de
Reforma que parece se sintieron satisfechas de sacudir el yugo que hasta allí habían
soportado los Poderes Públicos, sino a establecer marcadamente la supremacía del
Poder Civil sobre los elementos religiosos, en lo que 've, naturalmente, a lo que ésta
toca: la vida pública. Por tal motivo desaparece de nuestras leyes el principio de que
el Estado y la Iglesia son independientes entre sí, porque esto fue reconocer por las
Leyes de Reforma la personalidad de la Iglesia, lo cual no tiene razón de ser, y se le
sustituye por la simple negativa de personalidad a las agrupaciones religiosas, con
el fin de que, ante el Estado, no tengan carácter colectivo. La ley respeta la creencia
en el individuo y las prácticas que esa creencia impone también en el individuo;
pero la colectividad, como persona moral, desaparece de nuestro régimen legal…
Consecuencia del referido
principio es que los ministros de los cultos son considerados no como miembros de
un clero o Iglesia, sino como particulares que prestan a los adictos a la religión
respectiva ciertos servicios”.
Como resultado de este dictamen el Congreso aprobó el inciso V del artículo
130 que dice: “La Ley no reconoce personalidad alguna a las agrupaciones
religiosas denominadas Iglesias”, rompiendo de este modo con la tradición del
Partido Liberal Mexicano que desde 1833 pugnaba por alcanzar como situación
definitiva y satisfactoria la separación de la Iglesia y del Estado y la independencia
reciproca de ambos dentro de sus esferas de acción.
Que la reforma del Constituyente de Querétaro es la más radical que existe
en cualquiera otra Constitución nacional o extranjera es indudable, y que aun dentro
de los términos de la misma pudiera mantenerse la paz social y la tranquilidad de
las conciencias es factible, a pesar de la delicadeza de la situación creada; pero
también es evidente y era fácil de prever que pasar de allí equivalía a plantear,
como de hecho se hizo, un problema insoluble al promulgar disposiciones
legislativas que nunca podrán realizarse normal y pacíficamente mientras la
mayoría del pueblo mexicano sea católica y mientras exista en el mundo, con su
organización actual, esa institución internacional, universalmente centralizada y
jerarquizada al mismo tiempo y reconocida por todos, que se denomina la Iglesia
Católica.
Ya el eminente jurisconsulto Duguit, incrédulo, indiferente en materias
religiosas y colaborador de muchas reformas revolucionarias iniciadas en el
Derecho Público, decía en el tomo V de su tratado de Derecho Constitucional
publicado en 1925: “En las relaciones de la Iglesia Católica y del Estado moderno
el problema de la libertad religiosa se presenta en condiciones muy particulares.
Esto es lo que yo llamo el hecho católico. Los hombres de Estado que se niegan a
reconocerlo y a tomarlo en cuenta cometen una grave falta y se exponen a crueles
para abrir nuevos templos al culto público, sino dar simples avisos de parte de los
creyentes para la intervención que deben las autoridades civiles en materia de
policía y de orden público. Igual cosa debe afirmarse de esa forzosa participación
que se quiere dar a los vecinos en asuntos que corresponde exclusivamente a la
organización y jerarquía eclesiástica, cuyos miembros han sido expresamente
reconocidos por la Constitución, aunque con un carácter de simples profesionistas.
Porque tal intromisión del Estado en asuntos ajenos a su objeto y a sus fines es
contraria al Derecho Público y lesiona sin utilidad práctica uno de los más sólidos
fundamentos de la Iglesia. Así lo ha sostenido el Papa Pío X en su Encíclica
Vehementer Nos del 11 de febrero de 1906, al protestar contra las asociaciones,
culturales que creaba la ley Francesa de separación, a las que se pretendió confiar el
cuidado de los templos y garantizar el ejercicio de! culto. En esa Encíclica se dice:
“La Iglesia es una sociedad desigual, es decir, una sociedad que comprende dos
categorías de personas, los pastores y e! rebaño: las que ocupan un rango en los
diferentes grados de la jerarquía y la multitud de los fieles; y la ley de separación es
atentatoria porque atribuye la administración y la tutela del culto público, no al
cuerpo jerárquico divinamente instituido por el Salvador, sino a una asociación de
personas laicas”.
De allí que el Estado haya tropezado siempre con dificultades y resistencias
cuando ha querido hacer intervenir a funcionarios o particulares en el ejercicio de
los actos espirituales propios de las Iglesias y concernientes al dogma o al culto. En
Francia, por ejemplo, a pesar de los mandatos de la Ley de Separación de 1905, no
llegó a organizarse ninguna asociación cultural: los católicos sólo admitieron como
encargados del culto y de los templos a los sacerdotes.
Resumiendo, podemos decir que como consecuencia de nuestra historia,
de las luchas sangrientas y ruinosas que tuvo que sostener el Estado para llegar a
su emancipación definitiva del predominio y de las influencias evidentes que tuvo o
pretendió tener sobre el mismo la Iglesia Católica, se ha llegado a la
supremacía y a la plena soberanía del Poder Civil dentro de sus competencias
estatales y temporales. Pero hay que reconocer que tan grandioso resultado no
excluye ni podrá menoscabar en lo más mínimo las actividades religiosas y
la influencia espiritual de la Iglesia Católica, ni de las demás que se pudieran
establecer en México, sobre la conducta moral y la fe de sus miembros.
86
Hay dos reformas constitucionales que están a punto de incorporarse a nuestra Ley Fundamental.
Una se refiere al nuevo texto del artículo tercero que el Presidente de la República envió a las
Cámaras, las cuales lo aprobaron, así como la mayoría de las Legislaturas Locales, faltando, por
consiguiente, nada más la declaratoria respectiva.
La segunda reforma se refiere a los artículos 27, 42 y 48 y tiende a establecer el dominio
directo de la Nación sobre la plataforma continental y los zócalos submarinos, Esta iniciativa del
Ejecutivo fue aprobada por el Senado el 28 de diciembre de 1945 y por la Cámara de Diputados el
16 de enero de 1946. En la actualidad se encuentra en poder de las Legislaturas de los Estados para
los efectos constitucionales respectivos.
La reforma del artículo 3 a que se hace mención fue publicada en el “Diario Oficial” de
30 de diciembre de 1946 y la del artículo 27 fue publicada el 21 de abril de 1945.