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Comentario Edogawa Rampo: Relato La oruga.

Esta obra nos relata la vuelta de un soldado japonés, Sunaga, a su hogar, siendo
condecorado debido a sus múltiples servicios en la batalla, pero sobre todo, debido a su
situación de mutilado ante las terribles, y profundas desgracias, que se viven como
consecuencia de una sanguinaria lucha. Con el regreso a Japón, Tokiko, su mujer, observa
con impotencia y desgarrada tristeza, la terrible situación en la que se encuentra su esposo:
pasando de ser un hombre fornido y con gran porte, a un sordo mudo, sin extremidades y
con grandes deformaciones a lo largo de su cuerpo, dejando su cara completamente
desfigurada, siendo sus ojos la única parte de su cuerpo que realmente expone algún signo
de vida en esas carnes maltrechas: “en medio de aquel monstruoso rostro aún permanecían
dos ojos redondos y brillantes [...] que contrastan de forma muy acusada con la fealdad que
los rodeaban”.
A lo largo de la historia, Sunaga es descrito simplemente como un “trozo de carne”,
deshumanizando su estado, dejándonos entablar cierto imaginario de la situación que se
encuentra Tokiko, quien en un inicio se encuentra llena de alegría y dicha por el regreso de
su esposo, pero que, al momento de verlo, entra en desesperación, sufriendo un derrumbe
de su mundo y sus esperanzas.

De esta manera, observamos como Sunaga es devuelto a su hogar como una especie de
“regalo”, un hombre maltrecho lleno de condecoraciones y halagos hacia su mujer, quien lo
toma en su seno con cierta repugnancia ya que, realmente, todas las noticias y premios no
cambian el hecho de que aquella “cosa”, era algo completamente diferente a lo que era su
marido. Podemos observar la obra en sí como una constante crítica hacia las guerras, pero
en concreto hacia la ruso- japonesa, la cual destaca por sus estragos, siendo la primera
batalla en la que Japón participa utilizando un armamento moderno, situándose como una
“guerra occidentalizada”. Esta guerra entra en la vida y mente de la mujer, en el mismo
momento en el que su inválido esposo pasa el marco de la puerta de su casa por primera
vez, dando lugar a que afecte de una manera catastrófica, a la vida marital que antes
gozaban, cambiando de manera indefinida los pensamientos de Tokiko, llevándola a la más
cruel locura, la cual siente como si la torturara día a día, tanto en las noches con pesadillas,
como en el día, viendo continuamente esa figura prácticamente muerta que debería ser su
marido.

Podemos decir que realmente la figura principal de la obra, no es Sunaga, sino Tokiko, de
manera que se relatan sus vivencias y pensamientos hacia su marido. De forma que
podemos percibir a tres Tokiko: La primera, que ve necesario el cuidado de su marido,
siguiendo el rol de mujer japonesa impuesto por las tradiciones del país, pero que a la vez
es involuntariamente impuesto por la gente que la rodea, como el general Washio, quien, en
reiteradas ocasiones, le recuerda su situación mediante elogios hacia los cuidados y
satisfacciones con las que colma, en todo momento, a su marido. La otra Tokiko se
caracteriza por el sentimiento, casi constante, de repugnancia que le produce pensar o
mirar a Sunaga, debido al hecho de su invalidez y malformación monstruosa, causada por
los estragos de la avaricia humana convertida en batallas. En contraste con estas dos, nos
encontramos a la ultima, siendo esta, tal vez, la más oscura y oculta, la cual solo se muestra
a sí misma, en sus pensamientos más profundos: un deseo lujurioso que le provoca su
marido con su reciente estado de debilidad, e imposibilidad de actuar por su cuenta propia.
Podemos observar cómo este deseo es, tanto sexual, debido a su condición de mutilado,
que solo le deja posibilidad de experimentar sensaciones físicas; pero también se trata de
un deseo violento, con el que busca descargar su negatividad y frustración a través del
desprecio hacia el esposo: “en su corazón albergaba horribles pasiones, pasiones surgidas
de la visión constante de su marido inválido y digno de lástima”, “fue apareciendo el deseo
de burlarse de aquel pobre inválido que se encontraba en un estado de tan absoluta
indefensión” o “Ella era consciente, desde luego, de la naturaleza criminal de su
comportamiento, pero las bestiales fuerzas procedentes de sus entrañas escapaban por
completo a su control”.

Dicha locura, llega a su máximo culmen con lo que Tokiko cree que es simplemente otra de
sus pesadillas nocturnas, lanzándose a atacar a su marido como forma de desahogar todos
los sentimientos que la poseían desesperadamente, pero al contrario de lo que esta
pensaba, este “sueño” no estaba lejos de la realidad, sino que formaba parte de ella. De
esta forma, y debido al ataque de cólera que la embargó, se lanzó directamente a los ojos
de Sunaga, la única parte que realmente aún expresaban un halo de vida en un cuerpo
inhumano, arrebatando la única forma de expresión y de conexión con la realidad que le
quedaba: “Había privado cruelmente a su marido de la única ventana que poseía para
comunicarse con el mundo exterior”. Incluso en estos momentos tan tensos como el anterior
descrito, el autor muestra ciertas pinceladas de humor negro en la obra, como por ejemplo,
desde el inicio estableciendo la condición de Sunaga como “trozo de carne” u “oruga”, e
incluso en la parte más cercana al final como “la palidez de un pulpo hervido”.

Finalmente, todo el sufrimiento palpitante y contenido hasta ese momento por Tokiko,
termina por estallar con la convicción de que su esposo va a suicidarse, tras descubrir un
mensaje escrito por él mismo que aseguraba que perdonaba a su mujer. De esta forma,
podemos observar que, incluso el propio esposo, quien estaba más cerca de la locura que
de la cordura, sabía de la situación que soportaba su esposa, por lo que, posiblemente por
esto, y debido a la incapacidad, cada vez más acentuada, de poder continuar con su rol de
hombre de familia tradicionalista, lo que afecta a su orgullo propio, decide acabar con su
despreciable vida.

La obra termina con un último toque de humor negro, volviendo a referirse al hombre como
una oruga, que “paso a paso”, retorciéndose guiado por su última y firme decisión, se dirige
a su final, humillando incluso sus últimos instantes de vida antes de internarse en el vacio
del pozo, retorciéndose de dolor y pesadumbre, sabíendo que ya no existe ninguna
posibilidad de salvación, siendo como una oruga que ve su vida pasar, antes de exhalar su
último aliento, siendo atraida por una muerte que ansió durante mucho tiempo.

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