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Índice

51 errores imperdonables al escribir y cómo solucionarlos .................................................... 5


Introducción ........................................................................................................................5
Contra la idea de que lo enredado es bello .........................................................................6
Por qué la ortografía y las buenas palabras ........................................................................6
1. Desconfiar de la ortografía ......................................................................................7
2. Prescindir del diccionario .........................................................................................7
3. No ser claro ..............................................................................................................8
4. En narrativa, en lugar de mostrar, contar ...............................................................8
5. Dejar de ser quien se es............................................................................................9
6. Descuidar el orden de las palabras en las frases......................................................9
7. Volcar palabras de forma aleatoria ....................................................................... 10
8. Privilegiar las frases largas..................................................................................... 11
9. Confiar solo en las frases cortas............................................................................. 12
10. Ir a ciegas con los sinónimos .................................................................................. 12
11. Abusar del verbo realizar ....................................................................................... 13
12. Preferir la pasiva .................................................................................................... 14
13. Anteponer términos rimbombantes, cultos o rebuscados ................................... 14
14. Escribir párrafos largos, subordinadas, concatenaciones sin fin .......................... 15
15. «Comillitis» y «mayusculitis»: dos inflamaciones ................................................. 16
16. Dilapidar palabras cuando sabes que la ecología manda ..................................... 17
17. Separar el sujeto de su amante indiscutible y al verbo, del suyo ......................... 18
18. Abusar de ciertos verbos........................................................................................ 19
19. Abusar de las figuras literarias............................................................................... 21
20. Incurrir en redundancias ........................................................................................ 22
21. Suponer que la «mismitis» es necesaria ................................................................ 22
22. Errar en el uso de la voz pasiva .............................................................................. 23
23. No releerse ............................................................................................................. 24
24. Iniciar párrafos con infinitivos ............................................................................... 24
25. Prescindir de los signos ortográficos ..................................................................... 25
26. Exagerar las emociones ......................................................................................... 26
27. Enredarse en preámbulos o en detalles pasados .................................................. 26
28. Renunciar a las reglas ............................................................................................ 27
29. Engolosinarse con ciertas palabras ....................................................................... 27
30. Creer que la voz narradora es la del propio autor.................................................. 28
31. Escribir ficción y colar la Wikipedia en la narración ............................................... 28
32. Confiarse al talento ................................................................................................ 29
33. Olvidarse del lector ................................................................................................ 30
34. Empecinarse en mantener lo que sobra ................................................................ 30
35. Adjetivar por sobre todas las cosas ....................................................................... 31
36. Alargar la narración de forma innecesaria............................................................. 32
37. Omitir los clíticos incurriendo en repeticiones baldías ......................................... 32
38. Obviar los sobreentendidos ................................................................................... 33
39. Dramatizar ............................................................................................................. 34
40. Escapar de uno mismo ........................................................................................... 34
41. Sermonear aprovechando la novela como púlpito ............................................... 35
42. No atreverse........................................................................................................... 36
43. Añadir acotaciones con información que el diálogo ya revela .............................. 36
44. Sostener la idea de que hay una única forma de hacer las cosas .......................... 37
45. Preferir mucho antes que mejor ............................................................................. 38
46. Empeñarse en hacer poesía cuando se escribe prosa .............................................. 38
47. No poner una correctora en tu vida ....................................................................... 39
48. Desdoblar género pese a todo ............................................................................... 39
49. Suponer que viajar es el único modo de obtener materia prima .......................... 40
50. Aspirar a escribir obras maestras........................................................................... 41
51. Abrazar a pies juntillas lo dicho hasta aquí ........................................................... 41
Antes de irme… ................................................................................................................. 42
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51 errores imperdonables al escribir y cómo solucionarlos

Introducción

Escribir es un acto tan apasionante como complejo. Al escribir, se manejan palabras,


como se manejan palabras al hablar y, sin embargo, ni se manejan las mismas ni del
mismo modo. Si al habla coloquial se le perdona todo, a la lengua escrita no.
«Depende del escrito», me dirás. Sí, claro, a la lista de la compra o a la nota amorosa
se les perdona (casi) todo. Y a un escrito académico se le perdonan ciertas
redundancias porque recogen, explican o amplifican sentidos, y a un escrito literario se
le perdonan redundancias… solo a veces y por distintas razones.
Antes de seguir, quiero darte la enhorabuena por descargarte este recurso.
Significa que te interesa la escritura y no solo como aficionado: te interesa escribir
bien.
Tengo para mí que vivimos en una especie de destierro lingüístico: la palabra nunca es
la cosa. Decimos palabras que nombran siempre por aproximación. Si la palabra fuese
la cosa en sí, diríamos agua y agua emergería en una forma inequívoca. Pero resulta
que agua es una agrupación de letras que los hablantes hemos acordado que
signifique «líquido transparente, inodoro, incoloro e insípido que puede presentarse
en formas diversas». Y si alguien dice «¡agua!», puede que tú la veas en un vaso, y yo,
en una cascada; otra persona la verá en una piscina; otra, mojando los cristales…
Igual si alguien pronuncia la palabra jarrón: salvo que lo señale con el dedo, cada
oyente se representará un tipo de jarrón distinto en su cabeza.
Todo esto nos lleva a tropezar con equívocos, ambigüedades, imprecisiones e
interpretaciones. El interés por escribir cada vez mejor busca solventar ese tipo de
dificultades; y más aún: escribir mejor significa esmerarse en tocar fondo, esa
habilidad que reconocemos en los escritores pata negra.
Una advertencia: entre estas ideas que recorren los cincuenta y un minicapítulos, hay
un engranaje y un parecido de familia entre algunos apartados; aun así, cada uno tiene
contenido específico y matices propios. He querido que los apartados sean ágiles y
queden más destacadas las especificaciones.
Todos se orientan a detectar errores para tratar de escribir cada vez mejor.
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Contra la idea de que lo enredado es bello

A veces, encontramos formas de decir más recovecosas que son bellas. Ahora bien,
hay que ser un gran mago de la escritura para hacer algo hermoso con enredos y
circunloquios. Hay que ser, por ejemplo, Eduardo Mendoza:

Por lo demás, la perenne condición de mi padre no entorpecía su lucidez respecto de sí


mismo, con lo que atribuía las estrecheces que pasábamos y el escaso prestigio de que
gozaba exclusivamente a su propio defecto y a su falta de voluntad. Esa convicción, por
lo demás exacta, le había salvado de pensar, como les ocurre a tantas personas, que una
confabulación o una serie de circunstancias desafortunadas, o una mezcla de ambas
cosas, es la causa de no haber medrado o tenido éxito o recibido honores, creencia que,
cierta o falsa, engendra amargura y resentimiento.
«La ballena», Tres vidas de santos, Eduardo Mendoza.

Eduardo Mendoza echa mano aquí de la complicidad del lector para entresacar esa
ironía sutil que subyace en el texto: un hombre que no tiene éxito en la vida lo atribuye
a su flojera y la propia voz narradora corrobora que es así. Para esto mismo, que puede
decirse en un par de líneas, Mendoza emplea todo ese párrafo, pero lo hace como
producto de una gran conciencia literaria.
Un escritor menos hábil se habría embarrancado en giros y retóricas y solo habría
exhibido una gran torpeza. Pero no importa: a pulir el estilo se aprende.

Por qué la ortografía y las buenas palabras

Te diré algo que suena lapidario pero es, a la vez, una verdad de Perogrullo: di sí a la
ortografía porque de lo contrario no te leerán. Te leerá, si acaso, tu círculo de amigos,
tu familia, pero tampoco disfrutarán.
No creas que esto de ponerse de acuerdo en cómo escribir conforme a ciertas normas
y criterios fue fácil, que las Academias llevan siglos bregando con ello. Por si fuera
poco, las lenguas se mueven, se mezclan, se influyen. O sea: cambian.
A ningún lector que se disponga a pasar un buen rato con un libro (y por el que además
ha pagado) le hará ninguna gracia tener que descodificar lo que lee. Si se lo regalas,
tampoco.
«Las palabras hablan de ti. Haz que hablen bien» es el eslogan que preside la portada
de mi web. Y no hay ni buenas ni malas palabras, sino adecuadas o no.
Y dicho esto y para no enredarme yo misma en disquisiciones, voy al grano.
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1. Desconfiar de la ortografía

Si escribes, la ortografía es tu caja de herramientas. El problema es que no puedes


comprarla en una ferretería o en un almacén de bricolaje. Hay un capítulo en el que
hablo de ciertos mantras acuñados en esto de escribir y uno es que para escribir hay
que estar concentrado. Otra cosa es cómo cada uno lo logra.
Hecha esa salvedad: si para algo hay que estar concentrado, es para no errar en la
ortografía. La ortografía es campo minado. No es indispensable para alumbrar
buenos escritos, pero sí lo es para dar cuenta de solvencia intelectual. Y para no
tener que ajustarse a las mil y una variantes que se generan por el uso que cada
persona hace de una misma lengua.

Adáptate a la ortografía; no pretendas que ella se adapte a ti. Una mala


ortografía no dejará ver la maravilla que se esconde entre los escombros.
Ahora bien, una buena ortografía va más allá de lo que las academias de la
lengua recomiendan con sus normas y convenciones.

2. Prescindir del diccionario

Un diccionario no solo te brinda significados de palabras: te enseña también cómo se


escriben y qué función desempeñan en la frase. Si escribes en ordenador, ten abierto
el DRAE y el Panhispánico de dudas. Es lo mínimo.
Aparte: si dudas cómo se conjuga un verbo (¿desuello o desollo? ¿convenzo o convezco?
¿satisfació o satisfizo?), busca su conjugación en línea (online). O hazte con el Gran
Diccionario Larousse de la conjugación.
Hay otro diccionario que se menciona poco y que, desde mi punto de vista, puede
serte muy útil: el Diccionario de ideas afines, de Fernando Corripio. A veces no es un
sinónimo lo que necesitas, sino una palabra aproximada a otra que tienes en mente.
Por ejemplo: supón que piensas en la palabra bote. Y necesitas el nombre de otro tipo
de embarcación: canoa, piragua, esquife, batel… O cualquier otra relacionada. En esa
misma entrada del diccionario de Corripio, encuentras partes del bote, nombres de
personas vinculadas a la navegación, tipos de acción dentro del bote, nombres de
botes deportivos… Todo eso.
Práctico, ¿no?
Si necesitas especialización en un tema, búscate un diccionario específico: de
medicamentos, mitología, criminalística, náutica, literatura, onomástica…; hasta de
santos los hay.
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Cuando escribas, ten un diccionario a mano; no para perderte en él y que se te


vaya la idea de lo que estabas consultando, sino para asegurarte de que tal o
cual término significa lo que crees que significa.

3. No ser claro

Aquí tienes dos frases que pretenden decir lo mismo:


A Roberto le abonaron la cantidad de emolumentos acordada por contrato al
término de la refriega dialéctica.
Tras la agitada discusión, a Roberto terminaron pagándole lo acordado.
La primera no es clara. En esa, quien habla dice (además): «¡Mira qué importante soy y
qué elegantemente hablo!». Un lector dirá que quien escribe así es pedante,
antinatural, pretencioso.
La segunda es clara: no le sobra ni le falta nada. Resulta fácil leerla.
Así que ambas quieren decir lo mismo, pero no lo hacen. Cada palabra es más que su
significado: llega cargada de balines que apuntan a una diana.

Cada palabra habla de ti: cuida que hable bien y no te deje tirado a la primera de
cambio. Cuida que no le dé al lector en la nariz.

4. En narrativa, en lugar de mostrar, contar

Hay un gran lío con esto del mostrar cuando hablamos de narrativa.
Mostrar es permitirle al lector que sea él quien descubra.
Mostrar no es decir demasiado ni volver a decir de otros modos lo que ya se ha dicho.
Al lector le gusta hacer sus apuestas, conjeturar. Si le arrebatas esa experiencia de los
momentos ¡ohhh! y wow!, te leerá con una ceja levantada.
Di lo justo para que el recorrido resulte apetecible. ¿Qué habrá detrás de esa curva?, ¿y
dentro de ese edificio en ruinas?, ¿y por qué no termina de decidirse, qué lo retiene?,
¿será capaz de salir de esta… y con qué coste? Evita los porque. Permite que sea él
quien descubra. Es ahí donde puedes sorprenderle. Lo llevas por un camino que
parece desembocar en una pradera… y termina en un muro. O en un abismo.
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«Se supone que la buena escritura evoca sensaciones en el lector. No se trata tanto de
que esté lloviendo como de la sensación de la lluvia cayéndote encima». E.L.
Doctorow.

Mostrar es provocar: impresiones, emociones.


Es cederle al lector el privilegio de descubrir, de que se le revelen significados
hasta los que tú, en calidad de guía eficaz, le has conducido.

5. Dejar de ser quien se es

Cada autor tiene sus palabras como tiene sus andares y su forma de dormir. Como
tiene su forma de ser ingenioso, parco, atrevido. O todo lo contrario.
El caso es que hay quienes buscan una mayor calidad literaria entre fórmulas
rebuscadas, cuando en su vida diaria jamás lo harían. Son palabra sin gancho porque
no les surgen de forma espontánea.
Benjamín Prado, en su libro de aforismos Lógica pura, dice: «Desconfía de alguien
cuyas palabras no se le parezcan».
• Nada de frases rimbombantes (volveremos sobre este punto).
• Huye de palabras domingueras y adjetivos festivaleros (ya lo vas viendo).
• No te inmiscuyas en el texto: pertenece a tus personajes y a la voz narradora,
que es otro personaje más.
Objetarás que el escritor eres tú y, por tanto, quien maneja el guiñol. Es cierto, pero
justo por eso mismo: ¡desaparece!
La excelencia de quien está entre bambalinas es hacer creer que son los muñecos
quienes cobran vida. Que no hay una persona real manejando los hilos.

Si nunca empleas avenirse, prolífico o inverecundo, no te esfuerces en ponerlas.


Es fácil que equivoques la oportunidad de utilizarlas y las coloques en el lugar
menos adecuado. Opta por otras mucho más comunes como convenir,
productivo o sinvergüenza.

6. Descuidar el orden de las palabras en las frases

En español, la frase se ordena destacando a quien hace algo o de quien se dice algo: el
sujeto; y por lo mismo, suele ir en primer lugar. Le sigue el verbo y, a continuación,
siguen los complementos. Como aquí:
Las palabras se comportan de formas distintas según los contextos.
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Las oscuras golondrinas volverán a colgar sus nidos de tu balcón.


Suena forzado y antinatural decir:
*Se comportan según los contextos de formas distintas las palabras.
Algo que, sin embargo, hace la poesía con gran acierto y belleza:
Volverán las oscuras golondrinas / de tu balcón sus nidos a colgar.
Fuera de la poesía, por favor, abstente.

A veces, tendrás razones de foco para alterar ese orden. En ese caso, la
porción que adelantas, debe ir entre comas, como aquí:
Según los contextos, las palabras se comportan de forma distinta.
(En lugar de: Las palabras se comportan de forma distinta según los
contextos).

7. Volcar palabras de forma aleatoria

Como si las palabras no valieran su peso cualitativo en oro, hay a quien le da por
repetir palabras en su texto. ¿Para qué? Hay que tener razones.
Nada de repeticiones insidiosas por las que supones ingenuamente que el discurso se
engrandece o se vuelve más literario.
Dicho de otro modo: pretender que a través de las repeticiones el texto ganará en
dramatismo o en intensidad es errar de pleno. Incluso las repeticiones enfáticas o las
anafóricas tienen efecto cuando se dosifican.
Y se utilizan, sobre todo, en poesía; en prosa, crean un efecto machacón:

Temprano levantó la muerte el vuelo,


temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

Miguel Hernández, «Elegía (A Ramón Sijé)», El rayo que no cesa.

Familiarízate con esa figura literaria que es la repetición antes de ponerte a repetir y
errar el tiro. Échale un vistazo a este artículo para profundizar en esto que digo:
https://marianruiz.com/la-repeticion-es-una-figura-literaria-a-veces/
¡Ah! Y no pongas coma si se trata de una reduplicación enfática, que así se llaman esas
que aparecen en los ejemplos:
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Catalina era muy muy inteligente.


Elena es tan tan divertida...
Marcos es guapo guapo.

Sopesa cada palabra que escribes y ten presente que si una parece innecesaria,
lo más probable es que lo sea.

8. Privilegiar las frases largas

Ni palabras largas ni frases largas que no se hayan meditado de manera concienzuda.


Si escoges una palabra más larga que otra sinónima, hazlo porque es más clara. O
sea, que si te vale horrible, no digas horripilante y si puedes decir aplicar, no digas
implementar. Vale del mismo modo está o hay, en lugar de se encuentra. Y también
vale es en lugar de constituye. Escoge según el tipo de escrito y en función de quién
hable.
No hay como saber qué hacer para aplicar las medidas oportunas [en lugar de
implementar].
En el costado de la casa está la clínica veterinaria [en vez de se encuentra].
Este tipo de cosas son auténticos problemas [en lugar de constituyen].
¿Cuál es la largura preferible? Para una palabra, como tope, las de cuatro sílabas. Es
decir, que en tu texto haya mayoría de trisílabas, bisílabas y monosílabas. Para las
frases que nacen con vocación de largas, emplea entre veinte y veinticinco
palabras; como mucho, treinta.
A veces, necesitarás alargarte: sírvete del punto y coma para separar fragmentos que
tienen relación estrecha entre sí; frases independientes pero vinculadas por su
significado, como en este caso (¿te habías fijado en el punto y coma que precede a
frases?).
Otras, necesitarás una palabra larga: que se quede. Lo que importa es que sea esa y no
otra la que cumple el cometido que se le encomendó, que expreses lo que quisiste
expresar y se ajuste a tu sentir.
Entre frases cortas, de longitud media y largas, busca el ritmo. Nada tiene que ver
con la respiración. En absoluto. Tiene que ver con la sintaxis y la música. Si quieres
profundizar, visita estos enlaces:
https://marianruiz.com/para-que-sirve-una-coma/
https://marianruiz.com/la-coma-optativa/
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Una palabra larga no es ni más literaria ni más seria ni tiene más armónicos.
Una frase larga, a menudo, contiene palabras innecesarias.

9. Confiar solo en las frases cortas

En efecto: solo frases cortas, tampoco, o parecerá que estás dando hachazos. A veces
interesan los hachazos. Ir al grano. Concretar. Pueden interesar en una secuencia de
acción.
Si utilizas frases cortas para hablar de los movimientos de un personaje viejo y torpe,
la narración decaerá con el abuelo. Más valdrá que te dejes al abuelo y te vayas a dar
una vuelta.
Hay escenas, y más en una novela, que piden recrearse, que exigen un cierto juego
literario para exhibir su lado noble y cautivar. No te cortes, pero sé prudente.
Siempre habrá alguien atento del otro lado. Que no se le quede una ceja levantada.

Afina tu sensibilidad y aplícala a la búsqueda del equilibrio. Indaga en la cáscara


del texto y escucha su música. Léeselo a alguien no muy versado; si se aburre o
no lo entiende o se pierde, mejor haz algo.

10. Ir a ciegas con los sinónimos

Los sinónimos los carga el diablo. Hay que buscarlos porque son necesarios, pero hay
que precaverse.
Por ejemplo, ha cundido la idea de que escuchar y oír son sinónimos. Escuchar implica
una intención, un ponerse a ello.
Oír, en cambio, es percibir con el oído. Si tienes los oídos en condiciones, oirás aunque
no quieras. Suenan trinos ahí afuera. Los oigo sin prestar atención.
Y te pongo más ejemplos:
Hispano y latino tampoco significan lo mismo. Hispano es alguien que habla español y
latino es cualquier ciudadano de Latinoamérica, incluido Brasil. De manera que un
brasileño es latino, pero no es hispano. Y un español es hispano, pero no es latino.
Y no es igual ver que mirar.
A menudo me pasa que miro la tele, pero no la veo: ni me entero de lo que están
poniendo.
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Las vacas miran el tren, pero tampoco lo ven: no son capaces de identificarlo.
Alias y pseudónimo (o seudónimo) no son equivalentes. Alias es sinónimo de apodo.
Es el modo en que un colectivo identifica a alguien por un atributo físico, por un
defecto o por alguna otra peculiaridad. Seudónimo es un nombre que un escritor o un
artista utiliza para darse a conocer, en lugar del suyo verdadero.
Decir, contar, comentar son verbos primos hermanos, pero ni gemelos ni trillizos.
Decir es manifestar un pensamiento o, lo que es igual, ponerlo en palabras.
Juan dijo que estaba dispuesto a aceptar el desafío.
Comentar es entrar en detalles y añadir explicaciones.
El profe comentó un texto que nadie había entendido. ¡Y le llevó un rato!
Si alguien dice una frase, no la está comentando porque no explica ni añade nada.
Contar es adentrarse aún más en pormenores y vericuetos.
Y entonces, Ana le contó a Pablo toda la película de pe a pa.
Te contaré cosas que no sabes y que nunca antes te contó nadie.

Desconfía de aquellas palabras que parecen sinónimas y consulta el diccionario.


Consulta también en Google que ofrece frases para verlas en contexto.

11. Abusar del verbo realizar

Hoy día ya nadie hace nada. Somos gente importante que realiza cosas: realizamos
proyectos, paseos, meditaciones, reuniones, reformas, evacuaciones, atracos, nudos
gordianos, estudios, lecturas, naves espaciales y todo tipo de viajes y visitas a la
familia.
Hace mucho que ya nadie celebra una reunión de excompañeros.
Ni me acuerdo de la última vez que hice una visita a la cripta de la basílica.
Se detuvo ante la dificultad de llevar a cabo un propósito tan ambicioso.
En menos que canta un gallo, se efectuará la salida de la meta.
Tenemos un idioma riquísimo en giros y matices y es un error imperdonable
incurrir en impropiedades e intercambios aleatorios.
No siempre guiarse por lo que uno ve escrito en los medios de comunicación es la
mejor forma de ladear errores. Si dudas, pregunta; pregúntame.
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Cada expresión exige su matiz en función del contexto y cada una de estas
palabras comparte similitudes, pero tiene especificaciones que le son propias.
No las metas todas en el saco de realizar.

12. Preferir la pasiva

La voz pasiva no es natural en nuestro idioma, salvo en casos muy concretos.


El crío cayó de lo alto y fue recogido por los bomberos.
De lo alto cayó el crío y fue recogido por los bomberos.
El crío cayó de lo alto y lo recogieron los bomberos.
Las tres oraciones son correctas, luego no hablaríamos de error propiamente dicho,
sino de cuál de las tres está más próxima a nuestra psicología lingüística. Sin duda,
es la tercera.
Un caso concreto de buen uso de la voz pasiva es aquel en que quieres resaltar cierto
aspecto.
En este primer ejemplo, resaltas a la autora frente a la obra:
Rosa Montero escribió La ridícula idea de no volver a verte.
Ahora bien, si lo dices de este otro modo, das más importancia a la obra:
Perdona, La ridícula idea de no volver a verte fue escrita por Rosa Montero.

Utiliza la voz pasiva cuando desconozcas el sujeto de la oración y, en todo caso,


recuerda que existe la pasiva refleja:
Se hizo lo que tenía que hacerse (mejor que Fue hecho lo que tenía que hacerse).

13. Anteponer términos rimbombantes, cultos o rebuscados

Armarse de palabros es la forma más corta de engañarse. Los textos no mejoran a


base de alharacas (alharacas, sí) lingüísticas. Digamos que sería como hacerse selfies
con filtros y pretender que se es un experto fotógrafo.
Te habrás dado cuenta de que estamos yendo de vuelta al punto 2.
No cometas el error de escribir con ánimo de impresionar. Conseguirás todo lo
contrario. Escribir para lucirte te convierte en un exhibicionista y, como mucho, en un
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escritor mediocre. Hay millones de novelas en el mundo; la tuya será una más. Suelta
la ambición de ser original. Original fue Homero. Nadie antes que él hizo algo a la
altura de La Ilíada y La Odisea. Punto.
No digas que sentiste alipori en lugar de vergüenza ajena ni digas de tu protagonista
que es una nefelibata porque está siempre en las nubes. Tampoco digas egresado si
puedes decir licenciado, salvo que seas hispanoamericano y ese uso te resulte natural.

Lo más difícil de todo es adentrarse en los entresijos narrativos, hilar fino lo que
se tiene entre manos; y es más difícil todavía cuando se escribe.
En ningún caso se trata de ser pretencioso.

14. Escribir párrafos largos, subordinadas, concatenaciones sin


fin

Una cosa es alternar frases cortas y medianas y colar de forma puntual una larga; y
otra muy distinta es plagar el texto de párrafos sin fin. Estamos conectando los puntos
8 y 9 y ampliándolos:
De pronto, empiezas un párrafo con el que te engolosinas y se te pegan como chicles
los términos que te van surgiendo uno tras otro en una suerte de escritura torrencial,
fluida, automática, y te subes a una de esas nubes literarias que encuentras
esponjosas, enrolladas sobre sí mismas, y que esta tarde invitan a perderse de manera
indefinida, y te dices que te encantaría que un alma caritativa te lanzase una liana para
encaramarte a una de ellas y desde allí escribir frases, encadenar palabras, soñar
quimeras, otorgarte a ti mismo el mismísimo Nobel de Literatura mientras tu madre
aplaude con los ojos llenos de lágrimas desde una pradera cercana y tu padre invita a
todo el vecindario para mejor gloria de su hijo, el escritor laureado.

No pongas en un diálogo:
—Escúchame bien, haz la tarea que acordamos ayer que harías en cuanto llegaras del
colegio que te dije no habría tele que ya está bien de tanta tele cada tarde en cuanto
entras por la puerta que te deja catatónico por el resto del día y que luego ni deberes
ni niño muerto porque cada tanto la que tiene que aguantar las charlas de la maestra
soy yo.

No te atornilles ahí. Existen los puntos, los punto y coma. Y si se trata de montar la
bronca y de una madre verborrágica o verborreica o sacamuelas, mejor di:
—Como te vea poner la tele sin haber hecho los deberes, te mato. Y no me hagas
hablar, que me conozco.
Unos eventuales testigos habrían jurado que la mujer cobraba por cada palabra que
salía de su boca. El chico no decía ni mu. Todas las tardes la misma cantinela.
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Mucho mejor. No repites, vas al grano, la voz narradora asume lo que no sería propio
que dijera la madre petarda; y lo hace en dos o tres breves frases.

Las subordinadas sin fin hacen un efecto descuidado. La madeja del


pensamiento es otra cosa: uno piensa trastabillado, sin orden ni freno. Escribir
es escribir, reescribir, borrar, afinar en lo escrito. Escribir y darlo como salió, sin
freno, es un permiso que se otorga solo a los enamorados.

15. «Comillitis» y «mayusculitis»: dos inflamaciones

Abandona la pasión de entrecomillar cada palabra que quieras destacar en un


texto.
*Había un limón dentro de la copa que provocaba “burbujas” como pequeños
globos transparentes. Marina dijo “gracias” y repitió “gracias” cuando el
camarero le trajo la segunda ponchera depositándola en la mesa como si fuera
un “ramo de flores”.
Si necesitas enfatizar un término, o porque tiene un sentido irónico o porque está
fuera del acervo lingüístico común (y no es el caso de los términos entrecomillados en
el ejemplo), utiliza la cursiva (fíjate en papa y rey ahí abajo; incluso aquí, que hago
especial hincapié); igual, si se trata de un neologismo, extranjerismo o de un nombre
científico.
Dijo que en adelante iría más despacio. Su terapeuta le había insistido en que
amordazase al depredador kronos y abriera las puertas al kairós. O terminaría
mal.
Pregúntate si estás reproduciendo una cita literal; si es así enciérrala entre
comillas. Si estás parafraseando, no.
El inspector dijo que los hallazgos efectuados por la brigada especial
supondrían un gran avance en la investigación. «Es prematuro aventurar nada
puesto que el proceso se encuentra bajo secreto sumarial, pero confiamos en
poder decirles algo pronto», dijo. «Nuestros colegas de la científica siguen un
proceso muy minucioso de detección de pruebas». [Parafraseo:] Ahora bien,
como dijo la inspectora encargada del caso, no seamos optimistas sin
fundamento.

Nunca sumes comillas más cursiva: o una opción o la otra, aunque el texto
pertenezca a una lengua extranjera.
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Con las mayúsculas tenemos otra cuestión parecida: hay quien piensa que llama
más la atención sobre determinada palabra o frase si utiliza la mayúscula. Y no. El
efecto es de estar gritando. Te aseguro que A QUIEN LEE UN TEXTO ASÍ, FIJO QUE
LE ACOMETEN TODO TIPO DE MALES, DESDE DOLORES DE CABEZA HASTA
PINCHAZOS EN EL HÍGADO.
Aunque escribas papa (el de Roma), aunque digas rey (de cualquier monarquía);
aunque tengas en alta estima al juez que te salvará de la ruina o a tu mismísimo
abogado, no los pongas en mayúscula fuera de la primera letra de sus nombres
propios:
Mi abogado Felipe es un crac: ha logrado convencer al eminentísimo juez Pinto.
El papa Francisco sale en un libro de fantasía juvenil; ¿puedes creértelo?
Fue a ver al rey Felipe por comprobar si era tan alto como parece.
Otra cosa es la mayúscula diacrítica, que sirve para diferenciar el estado lamentable
del rellano de la escalera o el estado de buena esperanza de tu prima del Estado que
ampara a la embarazada y promulga leyes.
O la iglesia (minúscula) de San Francisco, el edificio sacro donde pretende bautizar al
bebé, con los preceptos de la Iglesia (la institución) que la criaturita deberá asumir.

Córtate con las mayúsculas: siempre es mejor de menos que de más.


Y ante la duda, sírvete de la minúscula.

16. Dilapidar palabras a sabiendas de que la ecología manda

¿Recuerdas la paja de los exámenes cuando desconocías a fondo el tema (o no tenías


la más remota idea)?
Derrochar palabras se opone a «utilizar las palabras necesarias, sean muchas o pocas».
El derroche es un defecto típico del escritor novel. ¡Ah! Quizá es momento de volver
sobre el punto 7.
Aquí entroncamos con un término también necesario: la concisión. Y concisión no es
decir de menos ni renunciar a la magia de las palabras, la fantasía, la imaginación,
el vuelo. Pero una cosa es la majestuosidad del águila, y otra, el aleteo torpe de la
gallina.
18

Quitas una palabra y compruebas si mengua el sentido: así te cercioras de si


debes mandarla al cesto del reciclaje o si su uso es necesario.
Evitas este error repasando, puliendo, ajustando.

17. Separar el sujeto de su amante indiscutible y al verbo, del


suyo

Separar amantes que nacieron con vocación de eternidad está perseguido y penado
con prisión sin fianza.
a) Primera pareja indiscutible: sujeto y verbo.

*Lo que la ortografía ha unido, no lo separe un escritor descuidado.


Quien vuelca una coma ahí (entre unido y no lo separe) comete un delito de lesa
ortografía.
Tomemos la frase correcta:
Lo que la ortografía ha unido no lo separe un escritor descuidado.
Puedes tener la tentación de poner una coma entre [ha] unido y [no lo] separe1 porque
cuando lees la frase, quizá haces una pausa ahí. ¡Detente! ¡Respira! Que una coma no
te lo impida. Las comas no son pausas respiratorias.
Las comas sirven para delimitar elementos de una oración. Y para más cosas, pero
quédate con eso.
La del ejemplo es una frase compleja porque hay dos verbos: ha unido y separe.
Significa que hay dos frases: una principal y otra que depende de ella (subordinada).
Aplicamos el procedimiento clásico de preguntar al verbo quién es su sujeto.
Preguntamos:
«¿Separe-no separe? ¿No separe… quién?».
«Un escritor descuidado».
He ahí el sujeto de separe. Bajo ningún concepto pongas una coma después de separe.
Es crimen de lesa ortografía.
Preguntamos ahora al otro verbo:
«¿Ha unido… quién?».
«La ortografía». Por tanto, es el sujeto de ha unido.

1
El verbo es separe. En este caso está en forma negativa y la reduplicación del objeto directo (lo)
necesariamente ha de situarse entre la partícula negativa y el verbo. Ver más sobre clíticos en el punto
37.
19

Este sujeto incluso podría estar formado por más palabras:


Lo que la santa madre y vigilante ortografía ha unido no lo separe el escritor
descuidado.
b) Segunda pareja indiscutible: verbo y predicado.
Ahora la pregunta es qué.
«¿Qué [cosa]… no separe?».
Preguntemos en forma más inteligible…
«¿Qué cosa no [debe] separar [ese escritor descuidado]?».
«Lo que la santa madre y vigilante ortografía ha unido».
«¿Todo eso es un predicado?».
«En efecto. Es lo que responderíamos naturalmente».
En la versión corta: «Lo que la ortografía ha unido».

Nunca pierdas la pista del verbo: es quien responde a quién y qué. Y a muchas
otras preguntas que no analizaremos aquí porque estas son las necesarias para
evitar incurrir en el delito de la coma criminal.

Solo hay dos excepciones:


1. Si intercalas un inciso entre sujeto y verbo:
Lo que la ortografía ha unido, por los siglos de los siglos, no lo separe una
coma criminal ni un escritor desaprensivo.

2. Si el sujeto termina con un etcétera o etc.


Lo que la ortografía, junto con la Academia, las instituciones lingüísticas, etc.,
ha unido no lo separe una coma criminal ni un escritor desaprensivo.

18. Abusar de ciertos verbos

Hay verbos (y perífrasis verbales) a los que convendría rezar varios padrenuestros ante
cada tentación de volcarlos en un texto.
Son los verbos creer, pensar, decidir, realizar (que ya hemos comentado), poder,
intentar, sentir, parecer, empezar, comenzar.
Tomemos este texto, así, con sus comillas y todo:
«No está bien que le dé vueltas. Se terminó. Ya está: se terminó».
20

En narrativa, un texto entrecomillado sugiere que se trata del pensamiento


de un personaje. No es preciso apostillarlo con un pensó.
Solo si el lector tiene riesgo de equivocarse (o de perderse) porque la acción
involucra a varios personajes, conviene hacerlo; o no, pero es una de esas ocasiones en
que no sobraría. Y también es una ocasión propicia si lo que sigue está relacionado con
dicho pensamiento:
«No está bien que le dé vueltas. Se terminó. Ya está: se terminó», pensaba sin
admitir que aún seguía enamorado.
¿Qué diferencia sustancial hay entre estas dos frases?:
a) Comenzó a sentir que algo le subía por el gaznate.
b) Sintió que algo le subía por el gaznate.
No hay grandes diferencias, pero podemos admitir que en la frase a) se utiliza
con propiedad: comenzar es dar principio a algo.
c) Es tiempo ya de que el juego comience de nuevo.
d) Comenzó a hacer la tortilla en cuanto sonó la campana de la torre.
e) El viento comenzó a mecer la hierba.
f) El concierto comenzará de un momento a otro.

El verbo parecer es otro de esos verbos favoritos. Es fácil encontrarse con frases como
la a). Obsérvese el ramillete de verbos en hilera. ¿Qué diferencia de sentido hay entre
ambas frases, a) y b)?
¿Y cuál es más literaria?
a) El hechizo se había roto. Parecía haber dejado de percibir a los pajarillos en
el árbol.
b) El hechizo se había roto. Los pajarillos enmudecieron en el árbol.

Cierto: en la segunda no se alude al sujeto, esto es, a quien está detrás de lo que
ocurre. Pero es que no es preciso aludir al sujeto a cada instante. Siempre hay un
punto de vista que prevalece sobre otro y el lector es inteligente. O conviene tratarlo
como si lo fuera.

También decidir es otro de los que completa el ranking y que se suma a ir a. Observa
de nuevo las parejas de frases que siguen y decide cuál cuenta mejor y es más literaria;
cuál de las dos, en cada caso, es más evocadora.

a) Juan decidió que iba a olvidarse de aquel amante.


b) En un instante lo tuvo claro: era hora ya de olvidarse de aquel amante.

c) Decidió seguirlos hasta que doblaran la esquina.


d) Seguiría sus pasos como quien sigue a un par de ladrones, hasta que
doblaran la esquina.
21

Si quieres saber más sobre verbos abusados en narrativa, puedes visitar este enlace:
https://marianruiz.com/verbos-prescindibles-en-narrativa/

Todo lo que escribas en narrativa debes someterlo a crítica. Sé riguroso y deja la


autocomplacencia para los momentos en que la autocrítica te paraliza.
La literatura agradecerá lo uno y lo otro.

19. Abusar de las figuras literarias

Las figuras literarias son las castañuelas de la narrativa. Sus resonadores. Ofrecen la
posibilidad de ampliar un significado, de añadirle una evocación y volverlo más visual y
cercano. A fin de cuentas, buscas seducir al lector con las imágenes que le ofreces a
partir de la capacidad alusiva de las palabras, además de con la historia, por supuesto.
Es así como le harás sentir eso que quieres que sienta.
A fin de cuentas, se trata de bordear. Cuando escribes, no desnudas del todo, sino
que dejas entrever partes para que el lector juegue con su imaginación.
¡Ah!, pero cuando abusas… y a una comparación le sigue otra y otra y otra; o cuando
repites palabras o grupos de palabras todo el tiempo; o cuando yerras en la
construcción y la metáfora no tiene la eficacia que debería. En esos casos, espera que
surja esa idea que pone luz o… abandónala y no te empecines. Sé sutil. No te
acomodes.
Abusar de las figuras literarias es como abusar de la sal. O del azúcar. O del vinagre.
La creatividad se disparará cuando te atrevas a hacer asociaciones insólitas, a
interrelacionar palabras que pertenecen a ámbitos distintos. Deja volar la cometa,
pero sin olvidar que eres tú quien tiene sujeta la cuerda.
Una advertencia: ten cuidado con las figuras retóricas (o literarias) cuando escribas
literatura fantástica. En literatura contemporánea, si dices que hace un calor que funde
el asfalto todo el mundo sabe que calienta de lo lindo, pero en un mundo fantástico
podría ser literal.

Abusar de las figuras literarias en la prosa es como abusar de la sal en un guiso o


del azúcar en un postre. Ve probando, catando. No seas indulgente contigo
mismo: estás queriendo ofrecer el mejor menú, el más equilibrado.
22

20. Incurrir en redundancias

Una redundancia no es una repetición de palabras, sino de conceptos. Si has dicho


subir necesariamente ha de ser arriba. ¿O acaso podría alguien subir abajo?
Cuando dices «salió de dentro de la casa» estás redundando: ¿de qué otro modo
podría salir alguien de una casa, si no es de su dentro?
También redundas cuando dices «lo vio con sus propios ojos».
Ahora bien, ¿significa que no puede reforzarse un enunciado para añadir expresividad?
En absoluto. Significa que debes saber por qué lo haces; no por desconocimiento
del material con el que trabajas (la lengua) o por un capricho bobalicón.
Otras redundancias:
El mueble del salón exhibía una gran capa de polvo acumulada por el paso del
tiempo.
Hace veinte años atrás todos éramos más guapos y más bobos.
Una excepción a esta regla es la redundancia que otorga fuerza a la expresión.
En este último ejemplo traigo aposta la expresión «una excepción a esta regla». Es
obvio que si se trata de una excepción es porque hay una regla, luego no hay por qué
insistir en ello (y de sobra sabes que es una expresión acuñada que nadie cuestiona).

Redundas cuando no aportas información nueva.


Evita incurrir en explicar de más y en sobrecargar lo que de por sí es evidente.

21. Suponer que la «mismitis» es necesaria

Cada vez que te asalte la necesidad de decir la misma, el mismo, los mismos,
desconfía. No lo dices cuando hablas y lo cierto es que resulta antinatural. A menudo
existen otras opciones.
*Miss Amelia, ante tal artimaña, no pudo sino quedarse desamparada ya que
nadie había inventado nada contra la misma.
Hay alternativas que evitan esa forma rebuscada de decir:
✓ Miss Amelia, ante tal artimaña, no pudo sino quedarse desamparada ya que
nadie había inventado nada en contra.
✓ Miss Amelia, ante tal artimaña, no pudo sino quedarse desamparada ya que
nadie había inventado nada capaz de oponérsele.
23

✓ Miss Amelia no pudo sino quedarse desamparada, ya que nadie había inventado
nada contra tal artimaña.

Personalmente, si tengo que elegir una, me quedo con esta tercera.


*Desconozco si los rumores son ciertos y el grado de veracidad de los mismos.
✓ Desconozco si los rumores son ciertos y su grado de veracidad.

Pon mismo y sus variantes cuando hayas agotado el resto de recursos. Estos
casos abundarán más en la escritura académica y profesional.
En narrativa, pocas veces habrá en que no puedas darle una vuelta a la frase o al
párrafo en cuestión.

22. Errar en el uso de la voz pasiva

La voz pasiva es poco frecuente en español, como veíamos en el punto 12. Es


preferible decir:
El profesor imparte la clase.
Y no:
La clase es impartida por el profesor.
Pero hay quien encuentra que su texto luce más con las formas pasivas. Y no. Incluso
Stephen King desaconseja su uso, aun cuando el inglés tira más de este tipo de
construcciones. King dice que es un recurso propio de escritores tímidos.
«Escribe el tímido: “La reunión ha sido programada para las siete”. Es como si le dijera
una vocecita: “Dilo así y la gente se creerá que sabes algo”. ¡Abajo con la vocecita
traidora! ¡Levanta los hombros, yergue la cabeza y toma las riendas de la reunión! “La
reunión es a las siete”. Y punto. ¡Ya está! ¿A que sienta mejor?».
Stephen King, Mientras escribo

¿Cuándo no resulta extraña? A veces, cuando se desconoce el sujeto o se pretende


intrigar:

La carta fue enviada a una dirección equivocada.

Aunque también aquí podrías decir con toda naturalidad:

Alguien envió la carta a una dirección equivocada.

O en forma de pasiva refleja:


24

Se envió la carta a una dirección equivocada.

Antes de decidirte por una forma pasiva, asegúrate de que no puedes decirlo en
forma activa o que la pasiva refleja no cumple la misma función.

23. No releerse

… permanentemente, no releerse permanentemente, no releerse…; no volver sobre lo


que se acaba de escribir; no tomar distancia y ni regresar sobre los propios pasos para
ver si se atinó.
Tienes que asegurarte de que dijiste lo que querías decir. Si sobró algo, quítalo; si
faltó, añádelo (esto será más improbable). Intuye si sería mejor reformularlo. En
definitiva: mira a ver si con menos, puedes decir más. Léete en alto (ojalá hayas
aprendido a leer bien, entonando como se debe; ojalá atendieras muchos dictados en
el tiempo de escuela).

Revisa, relee, haz tuya la liturgia del después. No te engolosines con tus propias
palabras ni temas cargarte las que sobran.

24. Iniciar párrafos con infinitivos

¡Aggg…, esa costumbre que se extiende cual manchurrón de aceite! ¿Quién se


inventó eso de empezar un discurso —hablado o escrito— con un infinitivo!
*En primer lugar, decirles que estas medidas se toman en beneficio de la
comunidad.
En lugar de:
Es mi deseo decirles, en primer lugar, que estas medidas se toman en beneficio de
la comunidad.
Nada de esto:
*Destacar que la gestión de residuos ha resultado sumamente eficaz.
Hay quien lo hace como si su discurso fuera así más culto, pero justo destaca por todo
lo contrario.
En cambio…
25

El presidente de la comunidad y todos y cada uno de los vecinos queremos


destacar que la gestión de residuos ha resultado sumamente eficaz.
Caso aparte es que ese infinitivo cumpla una función sustantiva:
Abanicarse en verano es una buena práctica para combatir el calor. Protegerse
de los mosquitos utilizando repelentes no sirve, pero evita la suma de fatigas.

Hasta para aplicar economía es preciso tener criterio. En casos como estos en los
que se inicia un discurso con un infinitivo, no se economiza.
Al contrario: solo se logra empobrecer el lenguaje.

25. Prescindir de los signos ortográficos

Prescindir de los signos ortográficos, como si escribieras en un chat. La puntuación es


clave para que otro sepa qué estás diciendo. A veces, una coma impone una
diferencia absoluta entre dos significados. Además, se trata de facilitarle la tarea al
lector.
Si crees que no importa, lee:
Llegó antes que nadie consultando su teléfono móvil vio que dos habían dicho que
a lo mejor no venían antes de que pudiera pasar nada tenían que decidirse por una
opción u otra en lugar de quedarse allí parado como un pasmarote los mandaría a
la mierda pensó en cortar con semejante panda de blandengues y largarse solo a
fin de cuentas quien había propuesto el plan era él tan raro era que adoptase esa
actitud.
Y ahora, lee esto otro:
Llegó antes que nadie consultando su teléfono móvil. Vio que dos habían dicho
que a lo mejor no venían antes de que pudiera pasar nada. Tenían que decidirse
por una opción u otra en lugar de quedarse allí. Parado como un pasmarote, los
mandaría a la ¡a la mierda!, pensó en cortar con semejante panda de blandengues
y largarse. Solo, a fin de cuentas, quien había propuesto el plan era él tan raro,
era que adoptase esa actitud?
Está un pelín raro, ¿verdad? A ver ahora…
Llegó antes que nadie. Consultando su teléfono móvil, vio que dos habían dicho
que a lo mejor no venían; antes de que pudiera pasar nada, tenían que decidirse
por una opción u otra. En lugar de quedarse allí, parado como un pasmarote, ¡los
mandaría a la mierda! Pensó en cortar con semejante panda de blandengues y
largarse solo; a fin de cuentas, quien había propuesto el plan era él. ¿Tan raro era
que adoptase esa actitud?
26

Punto, coma, punto y coma, signos de apertura de interrogación y exclamación


sirven para que el texto tenga pleno sentido y el lector no tenga riesgo de
perderse por el camino.
Atiende la ortografía que necesita el texto y no abuses de ningún signo.

26. Exagerar las emociones

El dolor justo es mucho más sugerente que el dolor exagerado. Nadie muere por
amor…, y aunque lo hiciera, por favor: contente; siente la desesperación, pero no
cargues las tintas.
Los silencios dicen más que lágrimas a borbotones y clamorosos desgarros que
buscan provocar al lector a base de hileras de exclamaciones [¡!!!!], de puntos
suspensivos [………] y de lágrimas. Desconfía de tu propio texto si todos los
personajes, ante una emoción de intenso pesar, lloran.
Créeme: ante una pérdida, hay personas que se quedan en blanco, frías, aleladas;
otras reaccionan gritando, rompiendo cosas; a otras les falta el aire y suspiran con una
intensidad acusada. Otras se hacen un ovillo y se recuestan sobre sí mismas. Otras se
muerden las uñas mientras tragan saliva y miran sin ver. Otras bufan. Mi padre decía:
«Ay, Dios mío». Y no porque creyera que Dios podría venir a resolverle el pesar.
No todo el mundo se deshace en lágrimas, ni mucho menos. Incluso hay quienes
lloran a destiempo. Piensa en alguien de tu familia, en amigos. ¿A que no reaccionan
igual?
Verás que este apartado tiene relación con el 39.

Da a cada personaje formas de reaccionar que tengan que ver con su


personalidad; que sus reacciones sean también genuinas y no intercambiables.

27. Enredarse en preámbulos o en detalles pasados

Marear la perdiz, decir varias veces lo mismo cuando sin añadir nada significativo ni
ayudar a hacerse una mejor representación al lector es un delito que se paga con el
abandono de la lectura.
El punto 14 hablaba de volcar palabras sin ton ni son, de poner paja. Aquí quiero hacer
hincapié en el hecho de dar vueltas sin meter al lector en la historia.
27

No lo indigestes con preliminares. Solo logras que acabe empantanado y no sabiendo


a qué venía. Describir, describir y describir sin adentrarse en el meollo, puede tumbar
el texto. Por descontado, tumbará al lector. Si fuera una cinta de casete, a buen
seguro que le daría al botón de avanzar rápido.

Se llaman «territorios vacíos» y son aquellos en que la intensidad se resiente.


Empezar una historia hablando del pasado de un personaje o explicando qué le
pasa es matar al lector. ¡Huye de él!

28. Renunciar a las reglas

En rigor, no puede decirse que hay reglas a la hora de ponerse a escribir narrativa,
pero de facto las hay.
Hay dos grandes reglas que debes tener en cuenta: las que dicta la gramática y las
que dictan los gurús de la novelística; a saber: estructura, tramas, construcción de
personajes, catálisis y núcleos; maneras de empezar y maneras de terminar; formas de
generar tensión y de distribuir descripciones y reflexiones.
Las reglas están para romperlas, pero antes… aprende las unas y las otras. No puede
hablarse de deconstrucción de una tortilla de patatas sin antes haber aprendido a
hacerla como es debido. De otro modo, a eso que resulta se le llamará revoltillo,
batiburrillo o lío. Deconstruir es algo que se hace después de saber construir sin que la
creación peligre.

Renuncia a las reglas una vez que las domines. Antes, sigue lo que dicen quienes
anduvieron por delante, lee mucho y destripa. Luego, rómpelo todo y reinventa.
Luego. Solo después.

29. Engolosinarse con ciertas palabras

Hay palabras con una sonoridad más alta que otras. Por ejemplo, perogrullada es más
sonora que tópico. También axioma es más llamativa que verdad o evidencia.
Postrimerías es otra palabra sonora, más que finales. Hay muchísimas: mamotreto,
deslizamiento, onanismo, circunvalación, sarcasmo, onomástica, energúmeno…
Pero a lo que voy: en cada texto hay una o dos palabras que son centrales. Puede
que una de ellas acabes de descubrirla, decidas que es justo la que necesitas y… se te
28

pega como un chicle. La pones en las primeras líneas y la repites diez o doce líneas
después… y un poco más abajo.
Cuando llega ahí el efecto de llamada ha desaparecido.
Es momento de echar mano de sinónimos o de metáforas, incluso de comparaciones.
Vuelve a releer el punto 8 y asegúrate de que si son sinónimos lo que buscas, que se
ajustan a ese contexto que te ocupa.

Engolosinarse es como enamorarse: un estado de apasionamiento transitorio.


En cuanto descubras que repetir un término no hace ni más bello ni más eficaz tu
texto y veas que hay otras formas de decir eso mismo, estarás yendo al amor
más allá de la pasión.

30. Creer que la voz narradora es la del propio autor

Una verdad como un templo y difícil de asimilar al empezar a escribir es que autor y
voz narradora no son una y la misma cosa. Y no; no lo son. Por un lado está quien
escribe —tú, sin ir más lejos, que estás en tu escritorio, te pones un café o maquinas
una trama— y, por otro, quien narra la historia… que no eres propiamente tú.
Borges lo decía así en Borges y yo:
«Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, me dejo vivir, para
que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica».
Supón que das voz a un psicópata que cuenta una historia. O a un ama de casa
decimonónica. O a una replicante del siglo XXII. Le prestarás tu voz para que pueda
decir con una manera de hablar que le es propia según su caracterización.

Tú, como narrador, no eres el mismo tú que da consejos a su hijo o a su amigo.


Respeta la voz narradora y no te entrometas.
No te pongas a dar lecciones desde ese púlpito. No te pertenece.

31. Escribir ficción y colar la Wikipedia en la narración

Quédate con el pareado como regla nemotécnica de esto que es un asalto en toda
regla.
29

Imagina que escribes la secuela de Juan Salvador Gaviota y que uno de tus personajes
es, necesariamente, piloto de aeroplano. Supón ahora que te gustaría que dijera algo
acerca de la nave, para que el cliente confíe en que sabe de lo que habla:
El cliente está mordiéndose hasta los cordones de las zapatillas, nerviosito
perdido, y el doble de Juan Salvador se acerca y le dice:
—Tranquilo, hombre. Verás, vas a montar en un «aerodino propulsado por motor,
que debe su sustentación en vuelo principalmente a reacciones aerodinámicas
ejercidas sobre superficies que permanecen fijas en determinadas condiciones de
vuelo. El sueño de volar se remonta a la prehistoria. Muchas leyendas y mitos de
la antigüedad cuentan historias de vuelos como el caso griego del vuelo de Ícaro.
Los aviones más conocidos y usados por el gran público son los aviones de
transporte de pasajeros, aunque la aviación general y la aviación deportiva se
encuentran muy desarrolladas sobre todo en los Estados Unidos».

¡No! Y da igual que se trate de cualquier otro tema: enfermedad, alimentación, yoga,
historia… No cueles la Wikipedia, por lo que más quieras.
Es como ir a la playa en traje de boda.
—¿Irías?
—No.
—Pues eso.

Por mucho que quieras demostrar pericia en un tema y te hayas documentado,


no olvides que escribes narrativa. Cambiar el discurso es la mejor forma de
mostrar que no sabes de qué estamos hablando.

32. Confiarse al talento

Tener talento es como nacer en una familia rica: una gracia que te vino sin comerlo ni
beberlo ni tener que deslomarte. Lo que importa es qué haces con ello. Si te dedicas
a pasearte por ahí alardeando de tu ventaja y despilfarrando tu plus, si no cuidas, te
servirá para estar entretenido; para poco más.
Confía más en la pasión que en el talento. La pasión te llevará a invertir el tiempo
necesario en aprender, afinarte, refinar tu estilo.
Y si tienes talento y lo pones a trabajar, trabaja doble.
30

Confía más en tu pasión y en tu esfuerzo que en tu talento. El talento solo te


presenta una dirección. Qué haces con él es cosa de trabajar día a día y sin
desmayo en perseguir una meta.

33. Olvidarse del lector

Cuando escribes un texto académico, sabes que lo leerá tu profesor: piensas en él.
Escribes para demostrar que sabes de qué hablas, de que has integrado la materia
lectiva, concreta. Diriges tu esfuerzo tomándolo a él como destinatario.
Cuando escribes narrativa, dejas volar la imaginación (se recomienda), pero es bueno
que tengas presente que escribes para lectores de carne y hueso. No son lectores de
pega.
Has sacado conclusiones de ciertas cosas que te han pasado (las recrees en un
escenario ficticio o no; las retuerzas más o menos) y es de lo que quieres hablar.
Tenlos presentes.
Ese lector que se sienta con tu libro entre las manos espera saber algo más de sí
mismo cuando llegue a la última línea.

Escribir es asomarse al interior del alma humana.


El lector se dispone a asistir a un espectáculo.

34. Empecinarse en mantener lo que sobra

Es fácil (pasa casi siempre) que en un texto sobren palabras. Cuando no estás muy
seguro de lo que quieres decir, das vueltas, cargas tintas, se te cuelan muletillas.
No hablo de describir ni de recrearse en detalles que dan jugo y juego. Hablo de volcar
palabras que no tienen peso ni pulso; de las que no dicen nada y, en cambio, añaden
ruido e impiden bucear en la narración.
Cada palabra encierra secretos; Esto quiere decir que es más que su significado.
Cuídalas; observa qué puentes tienden al lector. Elimina alguna y detecta si llegas
antes a lo que quieres decir al meollo. Entonces, no tengas dudas dudes: deshazte de
ella. Limpiamente.
31

No se trata de contarlo todo, sino de sugerir. Narrar no es examinarse. Por


supuesto que sabes más de lo que dices, pero recuerda: no hagas que las
palabras se peleen por estar ahí. Prueba a eliminar algunas y… observa.

35. Adjetivar por sobre todas las cosas

Pon en cuarentena tanto adjetivos como adverbios. Añádelos solo si cumplen una
función imprescindible. Hay adjetivos florero como elegante, bonita, guapo; o valiente
si vas a referirte a un soldado. Elegante, bonita o guapo o hermosa remiten a conceptos
distintos: a una persona puede parecerle bonita una representación artística mientras
que para otra es un tostón.
O elegante, que referido a una señora…
• Para ciertas personas será alguien muy emperifollada.
• Para otras, quien viste con sobriedad.
• Para otras, será cuestión de mera actitud corporal.

En el caso del soldado informaría decir que es cobarde, pero la valentía se le supone,
luego valiente no informa. Ni lo hace decir que de una piedra, así, en general, que es
dura.
Y si quieres saber más: https://marianruiz.com/donde-pones-el-adjetivo/
Con los adverbios pasa más de lo mismo: en una narración, casi siempre están de más
los terminados en -mente.
https://marianruiz.com/cuando-utilizar-los-adverbios-terminados-en-mente/
Suelen sobrar también las locuciones adverbiales (adverbios de más de una palabra)
como de pronto, de repente. Algo puede coger fuego (= prenderse) de forma súbita y
que en tal caso sea necesario un de repente, pero a menudo es síntoma de pereza o de
pretender que así el lector se impresionará más:
*Entonces se dio la vuelta y, de repente, lo vio.
✓ Entonces se dio la vuelta y lo vio.

En cambio, aquí sí se requiere enfatizar el instante:

*Llevaba horas dándole vueltas al asunto y cayó en ello.


✓ Llevaba horas dándole vueltas al asunto y, de pronto, cayó en ello. ¡Cómo
no lo vio antes!

Nunca y siempre son también dos adverbios muy del gusto de ciertos noveles intensos.
No siempre son necesarios:
*Se ofendió, se dio la vuelta y le dijo que no quería verlo nunca más.
32

✓ Se ofendió, se dio la vuelta: no necesitaba añadir más.

*Siempre le dice que lo suyo es amor del bueno.


✓ A pesar de las evidencias, insiste en que lo suyo es amor del bueno.

Ciertos adjetivos y adverbios pueden devaluar las frases en las que van insertos
así como las demás palabras a las que acompañan. Evita los que sean de mala
calidad o no puedas sustituir por fórmulas más precisas, evocadoras y literarias.

36. Alargar la narración de forma innecesaria

Cada obra tiene una extensión que conduce a ese todo homogéneo, con sus
elementos centrales y sus detalles. Y, por si eso no bastara, hoy todo el mundo tiene
prisa. ¿Qué te hace pensar que alguien escogería una obra tuya de —pongamos— mil
páginas, habiendo muchísimas otras de escritores conocidos y sensiblemente más
cortas?
Piensa también en cuestiones de orden práctico: ¿cuánto te ha de costar la corrección
de tantos miles (o algún millón) de matrices?, ¿a cuánto tendrás que vender tu libro?,
¿estará dispuesto a pagar tanto un lector desconocido?
Una recomendación de orden mercadotécnico (marketiniano, que dirían algunos): si tu
historia es buena, conviértela en una bilogía, una trilogía, una tetralogía, una
saga. Después de leer la primera, tu público demandará más. Incluso una editorial
convencional (si no descartas esa vía de publicación) acogerá con mayor interés un
proyecto antes que un único volumen de lo que sea. Si es bueno, su apoyo será
decidido.

Si alargas la narración, ten en cuenta razones de necesidad estricta y aplica la


mentalidad de escritor emprendedor. Siempre será mejor una saga (una trilogía,
una tetralogía) si tienes tanto que ofrecer.
Un texto largo no es necesariamente más eficaz.

37. Omitir los clíticos incurriendo en repeticiones baldías

Un clítico es un pronombre personal: lo, la, los, las, les, me, te, se; y un pronombre
personal es una partícula que se coloca para no repetir un nombre y en un contexto en
el que no hay riesgo de perderse.
33

—Ponte la camiseta azul…


—Prefiero la verde.
—Pues ponte la verde, anda, pero póntela ya y vamos. [Se omite la camiseta
verde].
—Pero es que está sucia…
—Entonces no te la pongas y deja de enredar. [Se omite la camiseta verde].
—Es que he saludado a Rafa. Me lo he encontrado en la puerta. Lo he saludado y
no le he dicho nada, pero llevaba la azul. [Se omite ‘Rafa’: Me he encontrado a
Rafa. He saludado a Rafa y no he dicho nada a Rafa].
—Anda, que la roja me la pongo yo. [Se omite la camiseta roja, que, a buen
seguro, ha estado ya en el centro de la conversación].

No queda agotado aquí todo lo que puede decirse de los clíticos (enclíticos y
proclíticos), pero sirva esta nota para alertar sobre esas torpes repeticiones.

Los clíticos suelen ir ligados al verbo y evitan la profusión de repeticiones


inútiles. Tenlos presentes cuando escribas.
El lector es adulto.

38. Obviar los sobreentendidos

En el ejemplo anterior los nombres que se omiten están muy próximos a sus
antecedentes, pero hay escritos en los que se reproducen nombres de personajes de
forma abusiva; incluso cuando el lector no tiene riesgo de perderse.

¿Sabía Laura de qué hablaba Leo? Laura había visto a Leo salir temprano en
dirección al camino cuando el día apenas clareaba. Leo vio a Laura pero hizo
como que no. Si Laura quería fisgar, era cosa suya. Laura apenas había
descorrido discretamente el visillo, pero a él no se le escapaba ni uno solo de
aquellos gestos de Laura.

Utilizando los clíticos adecuados… y los sobreentendidos:

¿Sabía Laura de qué le hablaba? Lo había visto salir temprano en dirección al


camino cuando el día apenas clareaba. Él la vio, pero hizo como que no. Si [ella]
quería fisgar, era cosa suya; apenas había descorrido discretamente el visillo, pero
a él no se le escapaba una.
34

Los sobreentendidos dan mucho juego. No tomarlos en cuenta es incurrir en


sobrecargas; además, se le lanza al lector un metamensaje: tengo que dártelo
todo bien mascado porque, si no, no lo entiendes.

39. Dramatizar

Ponte a escribir después de haber llorado; algo así recomendaba Chéjov. Si una
escena te cala tan hondo que las lágrimas te brotan, hazlo, pero que el lector no lo
advierta. Con decir que Fulano llora a borbotones, con decir que a Fulana se le saltan
las lágrimas en cuanto ve tal o cual cosa le estás diciendo al lector: «Hey, aquí debes
emocionarte».
No funciona.
Además: ¿dónde has visto que la gente se ponga a llorar a la mínima de cambio, a
rompérsele el alma a la menor contrariedad o a darse golpes de pecho? Hay a quien,
ante un disgusto, le da por ponerse a fregar el suelo con una entrega inusitada.
Y veo que lees con atención: te lo agradezco. En efecto, este punto tiene relación
estrecha con el apartado 26.

Decirle al lector dónde debe emocionarse porque un personaje lo esté es como


decirle que en el momento en que digas «ya» deberá caer rendido a tus pies.
Describe las escenas con la mayor objetividad posible.
Es lo que impresiona.

40. Escapar de uno mismo

No eres ideal. Tus personajes no son ideales. O no lo eres y no lo son si por ideal
entiendes sin mácula ni contradicciones. Ni lo son ellos ni lo somos tú y yo ni lo es
nadie.
Y es fantástico que sea así.
Ahí tienes el material con el que componer textos narrativos. Si no terminas exhausto,
es porque no estás poniéndote a la altura de ti mismo. Tienes un compromiso con tus
lectores: contar la miseria y la inmoralidad de que está hecho el mundo.
35

Implica conocerse, abrir la caja de Pandora y dejarse atufar por lo que sale de ella. Si
escapas, eres uno más. Adentrarse en la magia de la escritura supone adentrarse ahí.
Y ahora, vuelve al punto 5, que está emparentado con este.

No escapes. Atrévete a mirar. Nada tiene que ver con ganar premios ni con
perseguir fama y glamur. Tiene que ver con el compromiso que exige la
literatura. Con toda esa honestidad.

41. Sermonear aprovechando la novela como púlpito

Vuelvo a citar a Chéjov: «El arte no debe resolver los problemas».


Para mí, arte equivale (y que me perdonen los expertos) a psicoanálisis. Escribir, que
es lo que nos ocupa, no busca tu bienestar; al contrario: busca que sigas planteándote
cosas y que mires donde te resistes.
Y si has descubierto algo que, a tu juicio, le vendría muy bien conocer a tu lector,
abstente: ni se te ocurra llevarle de la mano hasta donde está el cofre del tesoro. O
sea: no le expliques que el personaje hizo así o asá, que todo fue una cuestión de
actitud, de cambio en su perspectiva.
Haz que pase por lo que pasó, dónde cayó, dónde se vio perdido, por dónde se filtró
ese rayo de luz.
Chéjov, en una carta a Alekséi Suvorin, invita a no confundir dos conceptos: la solución
al problema y su planteamiento justo.
«Para el artista —dice Chéjov— solo esto último es obligatorio».
Me repito: si escribes sobre algo que has superado, no des lecciones de cómo otras
personas deberían actuar. Cuenta cómo fue el proceso. Y ya.

Deja las soluciones, los juicios y los decretos para los especialistas.
Ese no es tu territorio. Tu territorio es revelar cómo tiene lugar lo que pasa. Lo
que pasó. Lo que pasará.
36

42. No atreverse

Escribir temiendo la crítica o buscando el elogio es el peor modo de escribir. Decir lo


que otros seres humanos callan implica adentrarse en las propias miserias, sea que
uno las ponga en boca de personajes o se tome a sí mismo como a tal. Es asomarse al
cuarto oscuro y batallar con los lestrigones. Hay que echarle valor.
Es probable que una escritura así te deje molido. Será la cosa más potente que hayas
hecho jamás. Y verás que ahí se prende una luz.
Conmover es conmoverse. A menudo, la peor censura no está fuera sino dentro. Y
ser cobarde arrojará siempre textos sin garra.

Con más frecuencia de la que crees, amor y horror están entrelazados.


Atrévete a entrar ahí y despáchate con toda la abrumadora sinceridad de que
seas capaz.

43. Añadir acotaciones con información que el diálogo ya revela

Los textos literarios noveles están plagados de acotaciones innecesarias. Es cierto que
el lector obvia los «dijo», «le dijo» o «le respondió» y que no le distraen de la lectura,
pero no hay que sobrecargar el texto con tanta injerencia de la voz narrativa:
—¿No comes? —preguntó el padre.
—No tengo mucha gana —respondió ella.
—¿Me pasas la mayonesa? —preguntó la madre mecánicamente.
—Toma, mamá —dijo la niña alcanzándole el bote.
—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó de nuevo la madre.
—A Marisa le han suspendido… en Lengua —añadió la niña.

La voz narrativa (la que lleva el hilo de la historia y, por tanto, las acotaciones)
sirve para dar información extra, no para repetir lo que salta a la vista del propio
diálogo entre personajes.

Mira a ver si encuentras diferencias entre ese diálogo y este otro:

—¿No comes? —preguntó el padre metiéndose en la boca otro pedazo de pastel.


—No tengo mucha gana...
—Pásame la mayonesa —La madre la miró calculando la razón de su desgana.
—Toma, mamá.
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—¿Se puede saber qué te pasa?


—A Marisa le han suspendido. —Hizo una pausa—. En Lengua —añadió
mordiéndose los labios y mirándolos de hito en hito. Después clavó la mirada en el
plato.
(A partir de aquí, conjeturas que la muchacha tuvo alguna participación en el hecho de
que Marisa suspendiera; que tal vez le dio clases; que quizá sostenía que era la mejor
en Lengua; que acaso había defendido su talento de forma apasionada y le había
servido de coartada para pasar noches fuera de casa; que sus vacaciones dependían de
ese hecho porque, de haber aprobado todo, se hubieran ido a Londres…).

Si tú como lectora, como lector, es eso lo que quieres, ¿qué te hace pensar que no
quieren lo mismo tus lectores?

Métete en la escena. Mira qué está pasando ahí y qué papel cumple cada
personaje. Dale a cada uno una voz diferenciada, una personalidad única.
Cuida que la voz narradora solo añada lo que está en el aire y se omite.

44. Sostener la idea de que hay una única forma de hacer las
cosas

Hay mantras que se repiten y que de tanto hacerlo se vuelven dogmas, verdades
canónicas del mundillo literario. Que si hay que estar solo, concentrado, sin
distracciones; que si es mejor escribir a mano que en ordenador; que si se debe dejar
correr lo que surja; que si ciertos rituales ayudan.
Y el caso es que todo ello es cierto. Y es cierto lo contrario.
Puede que tú necesites jaleo, que la presión de tener que estar concentrado te
desconcentre, que prefieras escribir en servilletas de bar o llevarte allí el portátil. Tal
vez el zumbido de las cigarras te atormenta y, muy al contrario, son las sirenas de las
ambulancias lo que te hace sentir en casa. ¡Adelante!

No te empecines en calzar un zapato que no es el tuyo. Hay muchas formas de


hacer las cosas y solo tú puedes determinar cuál es la tuya. Solo puedo hacerte
una recomendación: prueba. Y relájate: hoy puede servirte así, y mañana, asá.
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45. Preferir mucho antes que mejor

Parafraseando a Colum McCann, que es un señor que sabe mucho de esto: no te


compares, no persigas escribir un libro porque otro lo haya escrito ni persigas hacerlo
a la velocidad de otro; aunque el otro te rete y se queje de que no estás a la altura.
Dice textualmente: «No hay necesidad de vengarse. Una buena frase es una venganza
más que suficiente».
Tampoco seas autocomplaciente. Escribe, di eso de un modo más certero, corrige,
sigue escribiendo y borrando y reformulando. Y no lo dejes para mañana.
El mañana es un trozo de pastel atado a la cola de un galgo.

Escoge mejor antes que mucho. Escribir es una carrera de fondo y esto no ha
hecho más que empezar. Los primeros demonios que te toca enfrentar son tus
propios límites.

46. Empeñarse en hacer poesía cuando se escribe prosa

El efecto que produce la repetición de sonidos próximos en un texto es entre


machacón y risible. Eso que es bello en poesía, resulta empalagoso (a veces, ridículo)
cuando se escribe en prosa:
*Debía vagar perdido por algún lugar cercano al lupanar.
Es mucho más recomendable…
Debía vagar perdido por los alrededores del burdel.
Y no exige un esfuerzo descomunal. Te manejas con palabras. Conócelas. Utilízalas.
Parafraseando una cita que leí por ahí, «no pongas garbanzos dentro del surtido de
frutos secos».

Por poética que sea tu prosa y exaltados los sentimientos que plasmes, huye de
las rimas internas. Menos aún trates de forzar su presencia:
el resultado es de todo menos bello.
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47. No poner una correctora en tu vida

Mira, esto es así: hay más correctoras que correctores y es la razón de que diga
correctora. Puedes añadir por delante persona y… ya tienes un saco en el que entramos
todas y todos.
Este error tiene una solución tan fácil como poner esa correctora profesional, es
decir, incluir la mirada extrañada de quien sabe no solo mirar sino ver.
El corrector de Word no sirve. No es lo mismo canto que cantó ni es igual infectar que
infestar o rima que grima. Ni es igual Lucía que lucía. Y, sin embargo, esto Word lo
encuentra correcto.
Si Word no es capaz de detectar algo tan simple, imagina qué hará si se encuentra
con oxímoros, ambigüedades, muletillas, repeticiones, sintaxis erradas,
pleonasmos, incoherencias, incongruencias y todo tipo de cuestiones relacionadas
con el tono, la idoneidad del lenguaje… Imagina qué hará incluso la propia música
que debe emanar de una construcción armónica.
No hablemos ya de puntuar: prueba a poner frases encadenadas, una detrás de otra.
Word ni chistará.

Pon tu texto en manos de una profesional de la corrección de textos: no solo


evitarás sonrojos, sino que aprenderás a detectar errores comunes en los que
incurres (y que no ves porque son tan tuyos como tu ADN). Aprenderás, de paso,
a amar, más aún, la lengua.

48. Desdoblar género pese a todo

Esto que acabo de hacer en el apartado anterior —decir correctoras en lugar de


correctores— no siempre es aconsejable. No siempre es aconsejable forzar ciertas
palabras en aras de la inclusión. Esa, en todo caso, ha sido mi apuesta personal en esta
guía que tienes contigo.
Sobre si el lenguaje es sexista o si lo somos las personas, dije lo que tenía que decir en
este artículo para Moon Magazine:
https://www.moonmagazine.info/sobre-el-sexismo-en-el-lenguaje/

Aparte, siempre que el lenguaje me otorga facilidades, escojo fórmulas inclusivas


que no pasan por el desdoblamiento al que tenemos adscritos a la clase política y los
medios.
Salvo que tenga que ver con la trama, no pongas en una novela o en un trabajo
académico «todos y todas»; menos aún, @, que ya me contarás tú que hacemos con
una lectura en voz alta en estos casos tan singulares.
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Hay una cosa que se llama sentido de la oportunidad. Tiene que ver con la
sensibilidad para detectar en qué lugares es adecuado decir qué cosas y qué
otras conviene callar. Afínate también ahí.

49. Suponer que viajar es el único modo de obtener materia


prima

La materia prima de la escritura está en los viajes, en efecto, pero en los que uno hace
sin salir de casa; «en el rancho», como decía Tolstoi.
Viajar, en este sentido, es estar en contacto con lo que pasa por dentro. Ahí es
donde se encuentran agazapadas cosas que deberían salir a la luz. Donde puedes
ver lo bello y lo monstruoso.
No necesitas conocer Nueva York ni Tailandia ni Roma. Si las conoces, bien; si no,
también. Puedes viajar mucho y no escribir una línea en tu vida.
La familia, el clan, el barrio, el trabajo, las personas con quienes te vas encontrando…
Ese micromundo en el que vives y te construyes como puedes es fuente inagotable de
conflictos. ¡Imagina todo lo que puedes decir de todo ello y sin levantarte del sofá!
Los propios vínculos tienen la «virtud» de provocar problemas de comunicación, de
pérdidas, de oposiciones, falta de libertad, duelos, fracasos ,favoritismos, abusos,
tratos desiguales, crisis propias de los ciclos vitales, falta de recursos para
autogestionarse… ¿De veras necesitas viajar para mirar ahí?
Alejandra Pizarnik decía: «No quiero ir más que hasta el fondo».
El tamaño de esa persona que eres hoy depende de lo que has vivido, de cómo lo
has vivido y de las conclusiones que has sacado hasta la fecha.
Imagina que eres un amanuense: solo tienes que desempolvar tu memoria y pasarla a
limpio.
Sin necesidad de salir del rancho.

No necesitas salir del rancho.


Juan Rulfo nunca salió de él y, en cambio, dio cuenta precisa de los conflictos
humanos. En lo que has vivido están ocultos los hilos que entretejieron quien
eres y lo que, en definitiva, es la materia prima de tu vida.
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50. Aspirar a escribir obras maestras

Solo escribe. Dedícate a sacar eso que te empuja. Pon todo tu empeño en hacerlo
cada vez mejor, más conciso, más armónico y literario. Trabaja los sobreentendidos y
no te obceques en querer contarlo todo (además de que es imposible).
Que la resultante sea o no una obra maestra no está en tu mano: ni decidirlo ni
trazar la ruta que te conduzca. De ser así, todo el que ha escrito obras maestras
repetiría la jugada una y otra vez. Y esto es algo que no suele pasar.

Ocúpate de ser honesto contigo mismo y con tu escritura (no digas nada que no
podrías volcar como propio en una conversación).
Atrévete a ponerle palabras a lo difícil; a todo eso que el lector siente igual que
tú y no sabe cómo decir.

51. Abrazar a pies juntillas lo dicho hasta aquí

Bien es verdad, que una cosa es la escritura profesional y académica —rigurosa,


normativista, maniatada— y otra, la narrativa, mucho más flexible, más laxa, más
libre. Pero tienes que saber cuáles son límites.
Conócelos. A partir de ahí, haz lo que quieras.
Todo lo que te he contado son cosas que llamo errores. He incurrido en muchos de
ellos y he visto a otras personas incurrir en los mismos y en algunos de los que me he
librado.
Pero ni tengo la verdad ni la tiene nadie, así que abrazar a pies juntillas lo dicho hasta
aquí es otro (posible) error en el que incurrirías tú.
Tu aprendizaje puede ser otro y tus conclusiones otras. Eso sí: ojala que, cuando
menos, te haya servido para reflexionar.
Si fuera el caso que solo te reconoces en uno de los puntos descritos, para mí, ya habrá
valido la pena.

Ahora, ve y descubre qué significa todo esto para ti y, a partir de tu experiencia,


anímate a elaborar tu propia lista.
42

Antes de irme…

Esto que para mí son errores lo he escrito a partir de mi experiencia como


correctora.
No nací correctora, por descontado. Nací con un especial gusto por la lectura y la
escritura y con cierta sensibilidad para detectar la música de los textos. Esto fui
aplicándolo a mis propios escritos y a los escritos de otros.
Vinieron los estudios de Filología Hispánica y, mucho después, entre avatares de la
vida, la corrección como oficio. Tuve la suerte de trabajar en una editorial, que fue
donde afiné mi modo de redactar y donde aprendí a ver en qué tipo de patinazos
incurría, así como a detectar deslices ajenos y el modo (técnico) de enmendarlos.
Lo confieso: respecto a lo primero, cada vez que un artículo mío venía de vuelta del ojo
crítico de la compañera correctora, me echaba las manos a la cabeza; respecto a lo
segundo: me tranquilizaba ver que no era yo la que escribía mal, sino que unas y otras
incurríamos en meteduras similares: todo eso que tan fácilmente se advierte en un
texto ajeno y que tanto cuesta ver en uno propio.
Pero los argumentos del Libro de estilo de El País, nuestro manual de cabecera en la
editorial (que conservo), eran inapelables. Y los diccionarios, igual.
Años después, me formé con Valentín Fernández Tubau y aprendí en qué consistía la
magia de los diálogos. Más tarde, en Globo Media, me encontré con biblias, escaletas
y guiones. Y más adelante aún (me represento todo esto como una especie de
pasadizos que se fueron entrelazando sin yo saber en qué desembocarían), pude
familiarizarme con los entresijos de la novela de la mano de Cristina Cerrada.

Ahora leo de todo, aunque se me va la mano a los libros (novelados o no) de carácter
reflexivo y, fuera de la narrativa, a los manuales que versan sobre el hecho de escribir y
que dan consejos para escritores. Sigo afinándome y sospecho que esto no termina
nunca.
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Así que entre consultas de aquí y de allá de los tesoros de mi biblioteca particular, aquí
te dejo algunos de los que me han ayudado a redondear este modesto catálogo:

El arte de la ficción, David Lodge.


Describir el escribir, Daniel Cassany.
Dilo bien y dilo claro, Antonio Martín-Víctor J. Sanz.
Palabras mayores. 199 recetas infalibles para expresarse bien, Gómez Font, Xosé
Castro, Antonio Martín, Jorge de Buen.
Cómo escribir bien en español, Graciela Reyes.
50 c0nsejos para ser escritor, Colum McCann.
Escribir bien, Isaac Belmar.
70 trucos para sacarle brillo a tu novela, Gabriella Campbell.
Cómo aprender a escribir, Nigel Warburton.
El sentido del estilo, Steven Pinker.
Estilo rico, estilo pobre, Luis Magrinyà.
44

Marian Ruiz© - 2020

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