Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Introducción
A veces, encontramos formas de decir más recovecosas que son bellas. Ahora bien,
hay que ser un gran mago de la escritura para hacer algo hermoso con enredos y
circunloquios. Hay que ser, por ejemplo, Eduardo Mendoza:
Eduardo Mendoza echa mano aquí de la complicidad del lector para entresacar esa
ironía sutil que subyace en el texto: un hombre que no tiene éxito en la vida lo atribuye
a su flojera y la propia voz narradora corrobora que es así. Para esto mismo, que puede
decirse en un par de líneas, Mendoza emplea todo ese párrafo, pero lo hace como
producto de una gran conciencia literaria.
Un escritor menos hábil se habría embarrancado en giros y retóricas y solo habría
exhibido una gran torpeza. Pero no importa: a pulir el estilo se aprende.
Te diré algo que suena lapidario pero es, a la vez, una verdad de Perogrullo: di sí a la
ortografía porque de lo contrario no te leerán. Te leerá, si acaso, tu círculo de amigos,
tu familia, pero tampoco disfrutarán.
No creas que esto de ponerse de acuerdo en cómo escribir conforme a ciertas normas
y criterios fue fácil, que las Academias llevan siglos bregando con ello. Por si fuera
poco, las lenguas se mueven, se mezclan, se influyen. O sea: cambian.
A ningún lector que se disponga a pasar un buen rato con un libro (y por el que además
ha pagado) le hará ninguna gracia tener que descodificar lo que lee. Si se lo regalas,
tampoco.
«Las palabras hablan de ti. Haz que hablen bien» es el eslogan que preside la portada
de mi web. Y no hay ni buenas ni malas palabras, sino adecuadas o no.
Y dicho esto y para no enredarme yo misma en disquisiciones, voy al grano.
7
1. Desconfiar de la ortografía
3. No ser claro
Cada palabra habla de ti: cuida que hable bien y no te deje tirado a la primera de
cambio. Cuida que no le dé al lector en la nariz.
Hay un gran lío con esto del mostrar cuando hablamos de narrativa.
Mostrar es permitirle al lector que sea él quien descubra.
Mostrar no es decir demasiado ni volver a decir de otros modos lo que ya se ha dicho.
Al lector le gusta hacer sus apuestas, conjeturar. Si le arrebatas esa experiencia de los
momentos ¡ohhh! y wow!, te leerá con una ceja levantada.
Di lo justo para que el recorrido resulte apetecible. ¿Qué habrá detrás de esa curva?, ¿y
dentro de ese edificio en ruinas?, ¿y por qué no termina de decidirse, qué lo retiene?,
¿será capaz de salir de esta… y con qué coste? Evita los porque. Permite que sea él
quien descubra. Es ahí donde puedes sorprenderle. Lo llevas por un camino que
parece desembocar en una pradera… y termina en un muro. O en un abismo.
9
«Se supone que la buena escritura evoca sensaciones en el lector. No se trata tanto de
que esté lloviendo como de la sensación de la lluvia cayéndote encima». E.L.
Doctorow.
Cada autor tiene sus palabras como tiene sus andares y su forma de dormir. Como
tiene su forma de ser ingenioso, parco, atrevido. O todo lo contrario.
El caso es que hay quienes buscan una mayor calidad literaria entre fórmulas
rebuscadas, cuando en su vida diaria jamás lo harían. Son palabra sin gancho porque
no les surgen de forma espontánea.
Benjamín Prado, en su libro de aforismos Lógica pura, dice: «Desconfía de alguien
cuyas palabras no se le parezcan».
• Nada de frases rimbombantes (volveremos sobre este punto).
• Huye de palabras domingueras y adjetivos festivaleros (ya lo vas viendo).
• No te inmiscuyas en el texto: pertenece a tus personajes y a la voz narradora,
que es otro personaje más.
Objetarás que el escritor eres tú y, por tanto, quien maneja el guiñol. Es cierto, pero
justo por eso mismo: ¡desaparece!
La excelencia de quien está entre bambalinas es hacer creer que son los muñecos
quienes cobran vida. Que no hay una persona real manejando los hilos.
En español, la frase se ordena destacando a quien hace algo o de quien se dice algo: el
sujeto; y por lo mismo, suele ir en primer lugar. Le sigue el verbo y, a continuación,
siguen los complementos. Como aquí:
Las palabras se comportan de formas distintas según los contextos.
10
A veces, tendrás razones de foco para alterar ese orden. En ese caso, la
porción que adelantas, debe ir entre comas, como aquí:
Según los contextos, las palabras se comportan de forma distinta.
(En lugar de: Las palabras se comportan de forma distinta según los
contextos).
Como si las palabras no valieran su peso cualitativo en oro, hay a quien le da por
repetir palabras en su texto. ¿Para qué? Hay que tener razones.
Nada de repeticiones insidiosas por las que supones ingenuamente que el discurso se
engrandece o se vuelve más literario.
Dicho de otro modo: pretender que a través de las repeticiones el texto ganará en
dramatismo o en intensidad es errar de pleno. Incluso las repeticiones enfáticas o las
anafóricas tienen efecto cuando se dosifican.
Y se utilizan, sobre todo, en poesía; en prosa, crean un efecto machacón:
Familiarízate con esa figura literaria que es la repetición antes de ponerte a repetir y
errar el tiro. Échale un vistazo a este artículo para profundizar en esto que digo:
https://marianruiz.com/la-repeticion-es-una-figura-literaria-a-veces/
¡Ah! Y no pongas coma si se trata de una reduplicación enfática, que así se llaman esas
que aparecen en los ejemplos:
11
Sopesa cada palabra que escribes y ten presente que si una parece innecesaria,
lo más probable es que lo sea.
Una palabra larga no es ni más literaria ni más seria ni tiene más armónicos.
Una frase larga, a menudo, contiene palabras innecesarias.
En efecto: solo frases cortas, tampoco, o parecerá que estás dando hachazos. A veces
interesan los hachazos. Ir al grano. Concretar. Pueden interesar en una secuencia de
acción.
Si utilizas frases cortas para hablar de los movimientos de un personaje viejo y torpe,
la narración decaerá con el abuelo. Más valdrá que te dejes al abuelo y te vayas a dar
una vuelta.
Hay escenas, y más en una novela, que piden recrearse, que exigen un cierto juego
literario para exhibir su lado noble y cautivar. No te cortes, pero sé prudente.
Siempre habrá alguien atento del otro lado. Que no se le quede una ceja levantada.
Los sinónimos los carga el diablo. Hay que buscarlos porque son necesarios, pero hay
que precaverse.
Por ejemplo, ha cundido la idea de que escuchar y oír son sinónimos. Escuchar implica
una intención, un ponerse a ello.
Oír, en cambio, es percibir con el oído. Si tienes los oídos en condiciones, oirás aunque
no quieras. Suenan trinos ahí afuera. Los oigo sin prestar atención.
Y te pongo más ejemplos:
Hispano y latino tampoco significan lo mismo. Hispano es alguien que habla español y
latino es cualquier ciudadano de Latinoamérica, incluido Brasil. De manera que un
brasileño es latino, pero no es hispano. Y un español es hispano, pero no es latino.
Y no es igual ver que mirar.
A menudo me pasa que miro la tele, pero no la veo: ni me entero de lo que están
poniendo.
13
Las vacas miran el tren, pero tampoco lo ven: no son capaces de identificarlo.
Alias y pseudónimo (o seudónimo) no son equivalentes. Alias es sinónimo de apodo.
Es el modo en que un colectivo identifica a alguien por un atributo físico, por un
defecto o por alguna otra peculiaridad. Seudónimo es un nombre que un escritor o un
artista utiliza para darse a conocer, en lugar del suyo verdadero.
Decir, contar, comentar son verbos primos hermanos, pero ni gemelos ni trillizos.
Decir es manifestar un pensamiento o, lo que es igual, ponerlo en palabras.
Juan dijo que estaba dispuesto a aceptar el desafío.
Comentar es entrar en detalles y añadir explicaciones.
El profe comentó un texto que nadie había entendido. ¡Y le llevó un rato!
Si alguien dice una frase, no la está comentando porque no explica ni añade nada.
Contar es adentrarse aún más en pormenores y vericuetos.
Y entonces, Ana le contó a Pablo toda la película de pe a pa.
Te contaré cosas que no sabes y que nunca antes te contó nadie.
Hoy día ya nadie hace nada. Somos gente importante que realiza cosas: realizamos
proyectos, paseos, meditaciones, reuniones, reformas, evacuaciones, atracos, nudos
gordianos, estudios, lecturas, naves espaciales y todo tipo de viajes y visitas a la
familia.
Hace mucho que ya nadie celebra una reunión de excompañeros.
Ni me acuerdo de la última vez que hice una visita a la cripta de la basílica.
Se detuvo ante la dificultad de llevar a cabo un propósito tan ambicioso.
En menos que canta un gallo, se efectuará la salida de la meta.
Tenemos un idioma riquísimo en giros y matices y es un error imperdonable
incurrir en impropiedades e intercambios aleatorios.
No siempre guiarse por lo que uno ve escrito en los medios de comunicación es la
mejor forma de ladear errores. Si dudas, pregunta; pregúntame.
14
Cada expresión exige su matiz en función del contexto y cada una de estas
palabras comparte similitudes, pero tiene especificaciones que le son propias.
No las metas todas en el saco de realizar.
escritor mediocre. Hay millones de novelas en el mundo; la tuya será una más. Suelta
la ambición de ser original. Original fue Homero. Nadie antes que él hizo algo a la
altura de La Ilíada y La Odisea. Punto.
No digas que sentiste alipori en lugar de vergüenza ajena ni digas de tu protagonista
que es una nefelibata porque está siempre en las nubes. Tampoco digas egresado si
puedes decir licenciado, salvo que seas hispanoamericano y ese uso te resulte natural.
Lo más difícil de todo es adentrarse en los entresijos narrativos, hilar fino lo que
se tiene entre manos; y es más difícil todavía cuando se escribe.
En ningún caso se trata de ser pretencioso.
Una cosa es alternar frases cortas y medianas y colar de forma puntual una larga; y
otra muy distinta es plagar el texto de párrafos sin fin. Estamos conectando los puntos
8 y 9 y ampliándolos:
De pronto, empiezas un párrafo con el que te engolosinas y se te pegan como chicles
los términos que te van surgiendo uno tras otro en una suerte de escritura torrencial,
fluida, automática, y te subes a una de esas nubes literarias que encuentras
esponjosas, enrolladas sobre sí mismas, y que esta tarde invitan a perderse de manera
indefinida, y te dices que te encantaría que un alma caritativa te lanzase una liana para
encaramarte a una de ellas y desde allí escribir frases, encadenar palabras, soñar
quimeras, otorgarte a ti mismo el mismísimo Nobel de Literatura mientras tu madre
aplaude con los ojos llenos de lágrimas desde una pradera cercana y tu padre invita a
todo el vecindario para mejor gloria de su hijo, el escritor laureado.
No pongas en un diálogo:
—Escúchame bien, haz la tarea que acordamos ayer que harías en cuanto llegaras del
colegio que te dije no habría tele que ya está bien de tanta tele cada tarde en cuanto
entras por la puerta que te deja catatónico por el resto del día y que luego ni deberes
ni niño muerto porque cada tanto la que tiene que aguantar las charlas de la maestra
soy yo.
No te atornilles ahí. Existen los puntos, los punto y coma. Y si se trata de montar la
bronca y de una madre verborrágica o verborreica o sacamuelas, mejor di:
—Como te vea poner la tele sin haber hecho los deberes, te mato. Y no me hagas
hablar, que me conozco.
Unos eventuales testigos habrían jurado que la mujer cobraba por cada palabra que
salía de su boca. El chico no decía ni mu. Todas las tardes la misma cantinela.
16
Mucho mejor. No repites, vas al grano, la voz narradora asume lo que no sería propio
que dijera la madre petarda; y lo hace en dos o tres breves frases.
Nunca sumes comillas más cursiva: o una opción o la otra, aunque el texto
pertenezca a una lengua extranjera.
17
Con las mayúsculas tenemos otra cuestión parecida: hay quien piensa que llama
más la atención sobre determinada palabra o frase si utiliza la mayúscula. Y no. El
efecto es de estar gritando. Te aseguro que A QUIEN LEE UN TEXTO ASÍ, FIJO QUE
LE ACOMETEN TODO TIPO DE MALES, DESDE DOLORES DE CABEZA HASTA
PINCHAZOS EN EL HÍGADO.
Aunque escribas papa (el de Roma), aunque digas rey (de cualquier monarquía);
aunque tengas en alta estima al juez que te salvará de la ruina o a tu mismísimo
abogado, no los pongas en mayúscula fuera de la primera letra de sus nombres
propios:
Mi abogado Felipe es un crac: ha logrado convencer al eminentísimo juez Pinto.
El papa Francisco sale en un libro de fantasía juvenil; ¿puedes creértelo?
Fue a ver al rey Felipe por comprobar si era tan alto como parece.
Otra cosa es la mayúscula diacrítica, que sirve para diferenciar el estado lamentable
del rellano de la escalera o el estado de buena esperanza de tu prima del Estado que
ampara a la embarazada y promulga leyes.
O la iglesia (minúscula) de San Francisco, el edificio sacro donde pretende bautizar al
bebé, con los preceptos de la Iglesia (la institución) que la criaturita deberá asumir.
Separar amantes que nacieron con vocación de eternidad está perseguido y penado
con prisión sin fianza.
a) Primera pareja indiscutible: sujeto y verbo.
1
El verbo es separe. En este caso está en forma negativa y la reduplicación del objeto directo (lo)
necesariamente ha de situarse entre la partícula negativa y el verbo. Ver más sobre clíticos en el punto
37.
19
Nunca pierdas la pista del verbo: es quien responde a quién y qué. Y a muchas
otras preguntas que no analizaremos aquí porque estas son las necesarias para
evitar incurrir en el delito de la coma criminal.
Hay verbos (y perífrasis verbales) a los que convendría rezar varios padrenuestros ante
cada tentación de volcarlos en un texto.
Son los verbos creer, pensar, decidir, realizar (que ya hemos comentado), poder,
intentar, sentir, parecer, empezar, comenzar.
Tomemos este texto, así, con sus comillas y todo:
«No está bien que le dé vueltas. Se terminó. Ya está: se terminó».
20
El verbo parecer es otro de esos verbos favoritos. Es fácil encontrarse con frases como
la a). Obsérvese el ramillete de verbos en hilera. ¿Qué diferencia de sentido hay entre
ambas frases, a) y b)?
¿Y cuál es más literaria?
a) El hechizo se había roto. Parecía haber dejado de percibir a los pajarillos en
el árbol.
b) El hechizo se había roto. Los pajarillos enmudecieron en el árbol.
Cierto: en la segunda no se alude al sujeto, esto es, a quien está detrás de lo que
ocurre. Pero es que no es preciso aludir al sujeto a cada instante. Siempre hay un
punto de vista que prevalece sobre otro y el lector es inteligente. O conviene tratarlo
como si lo fuera.
También decidir es otro de los que completa el ranking y que se suma a ir a. Observa
de nuevo las parejas de frases que siguen y decide cuál cuenta mejor y es más literaria;
cuál de las dos, en cada caso, es más evocadora.
Si quieres saber más sobre verbos abusados en narrativa, puedes visitar este enlace:
https://marianruiz.com/verbos-prescindibles-en-narrativa/
Las figuras literarias son las castañuelas de la narrativa. Sus resonadores. Ofrecen la
posibilidad de ampliar un significado, de añadirle una evocación y volverlo más visual y
cercano. A fin de cuentas, buscas seducir al lector con las imágenes que le ofreces a
partir de la capacidad alusiva de las palabras, además de con la historia, por supuesto.
Es así como le harás sentir eso que quieres que sienta.
A fin de cuentas, se trata de bordear. Cuando escribes, no desnudas del todo, sino
que dejas entrever partes para que el lector juegue con su imaginación.
¡Ah!, pero cuando abusas… y a una comparación le sigue otra y otra y otra; o cuando
repites palabras o grupos de palabras todo el tiempo; o cuando yerras en la
construcción y la metáfora no tiene la eficacia que debería. En esos casos, espera que
surja esa idea que pone luz o… abandónala y no te empecines. Sé sutil. No te
acomodes.
Abusar de las figuras literarias es como abusar de la sal. O del azúcar. O del vinagre.
La creatividad se disparará cuando te atrevas a hacer asociaciones insólitas, a
interrelacionar palabras que pertenecen a ámbitos distintos. Deja volar la cometa,
pero sin olvidar que eres tú quien tiene sujeta la cuerda.
Una advertencia: ten cuidado con las figuras retóricas (o literarias) cuando escribas
literatura fantástica. En literatura contemporánea, si dices que hace un calor que funde
el asfalto todo el mundo sabe que calienta de lo lindo, pero en un mundo fantástico
podría ser literal.
Cada vez que te asalte la necesidad de decir la misma, el mismo, los mismos,
desconfía. No lo dices cuando hablas y lo cierto es que resulta antinatural. A menudo
existen otras opciones.
*Miss Amelia, ante tal artimaña, no pudo sino quedarse desamparada ya que
nadie había inventado nada contra la misma.
Hay alternativas que evitan esa forma rebuscada de decir:
✓ Miss Amelia, ante tal artimaña, no pudo sino quedarse desamparada ya que
nadie había inventado nada en contra.
✓ Miss Amelia, ante tal artimaña, no pudo sino quedarse desamparada ya que
nadie había inventado nada capaz de oponérsele.
23
✓ Miss Amelia no pudo sino quedarse desamparada, ya que nadie había inventado
nada contra tal artimaña.
Pon mismo y sus variantes cuando hayas agotado el resto de recursos. Estos
casos abundarán más en la escritura académica y profesional.
En narrativa, pocas veces habrá en que no puedas darle una vuelta a la frase o al
párrafo en cuestión.
Antes de decidirte por una forma pasiva, asegúrate de que no puedes decirlo en
forma activa o que la pasiva refleja no cumple la misma función.
23. No releerse
Revisa, relee, haz tuya la liturgia del después. No te engolosines con tus propias
palabras ni temas cargarte las que sobran.
Hasta para aplicar economía es preciso tener criterio. En casos como estos en los
que se inicia un discurso con un infinitivo, no se economiza.
Al contrario: solo se logra empobrecer el lenguaje.
El dolor justo es mucho más sugerente que el dolor exagerado. Nadie muere por
amor…, y aunque lo hiciera, por favor: contente; siente la desesperación, pero no
cargues las tintas.
Los silencios dicen más que lágrimas a borbotones y clamorosos desgarros que
buscan provocar al lector a base de hileras de exclamaciones [¡!!!!], de puntos
suspensivos [………] y de lágrimas. Desconfía de tu propio texto si todos los
personajes, ante una emoción de intenso pesar, lloran.
Créeme: ante una pérdida, hay personas que se quedan en blanco, frías, aleladas;
otras reaccionan gritando, rompiendo cosas; a otras les falta el aire y suspiran con una
intensidad acusada. Otras se hacen un ovillo y se recuestan sobre sí mismas. Otras se
muerden las uñas mientras tragan saliva y miran sin ver. Otras bufan. Mi padre decía:
«Ay, Dios mío». Y no porque creyera que Dios podría venir a resolverle el pesar.
No todo el mundo se deshace en lágrimas, ni mucho menos. Incluso hay quienes
lloran a destiempo. Piensa en alguien de tu familia, en amigos. ¿A que no reaccionan
igual?
Verás que este apartado tiene relación con el 39.
Marear la perdiz, decir varias veces lo mismo cuando sin añadir nada significativo ni
ayudar a hacerse una mejor representación al lector es un delito que se paga con el
abandono de la lectura.
El punto 14 hablaba de volcar palabras sin ton ni son, de poner paja. Aquí quiero hacer
hincapié en el hecho de dar vueltas sin meter al lector en la historia.
27
En rigor, no puede decirse que hay reglas a la hora de ponerse a escribir narrativa,
pero de facto las hay.
Hay dos grandes reglas que debes tener en cuenta: las que dicta la gramática y las
que dictan los gurús de la novelística; a saber: estructura, tramas, construcción de
personajes, catálisis y núcleos; maneras de empezar y maneras de terminar; formas de
generar tensión y de distribuir descripciones y reflexiones.
Las reglas están para romperlas, pero antes… aprende las unas y las otras. No puede
hablarse de deconstrucción de una tortilla de patatas sin antes haber aprendido a
hacerla como es debido. De otro modo, a eso que resulta se le llamará revoltillo,
batiburrillo o lío. Deconstruir es algo que se hace después de saber construir sin que la
creación peligre.
Renuncia a las reglas una vez que las domines. Antes, sigue lo que dicen quienes
anduvieron por delante, lee mucho y destripa. Luego, rómpelo todo y reinventa.
Luego. Solo después.
Hay palabras con una sonoridad más alta que otras. Por ejemplo, perogrullada es más
sonora que tópico. También axioma es más llamativa que verdad o evidencia.
Postrimerías es otra palabra sonora, más que finales. Hay muchísimas: mamotreto,
deslizamiento, onanismo, circunvalación, sarcasmo, onomástica, energúmeno…
Pero a lo que voy: en cada texto hay una o dos palabras que son centrales. Puede
que una de ellas acabes de descubrirla, decidas que es justo la que necesitas y… se te
28
pega como un chicle. La pones en las primeras líneas y la repites diez o doce líneas
después… y un poco más abajo.
Cuando llega ahí el efecto de llamada ha desaparecido.
Es momento de echar mano de sinónimos o de metáforas, incluso de comparaciones.
Vuelve a releer el punto 8 y asegúrate de que si son sinónimos lo que buscas, que se
ajustan a ese contexto que te ocupa.
Una verdad como un templo y difícil de asimilar al empezar a escribir es que autor y
voz narradora no son una y la misma cosa. Y no; no lo son. Por un lado está quien
escribe —tú, sin ir más lejos, que estás en tu escritorio, te pones un café o maquinas
una trama— y, por otro, quien narra la historia… que no eres propiamente tú.
Borges lo decía así en Borges y yo:
«Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, me dejo vivir, para
que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica».
Supón que das voz a un psicópata que cuenta una historia. O a un ama de casa
decimonónica. O a una replicante del siglo XXII. Le prestarás tu voz para que pueda
decir con una manera de hablar que le es propia según su caracterización.
Quédate con el pareado como regla nemotécnica de esto que es un asalto en toda
regla.
29
Imagina que escribes la secuela de Juan Salvador Gaviota y que uno de tus personajes
es, necesariamente, piloto de aeroplano. Supón ahora que te gustaría que dijera algo
acerca de la nave, para que el cliente confíe en que sabe de lo que habla:
El cliente está mordiéndose hasta los cordones de las zapatillas, nerviosito
perdido, y el doble de Juan Salvador se acerca y le dice:
—Tranquilo, hombre. Verás, vas a montar en un «aerodino propulsado por motor,
que debe su sustentación en vuelo principalmente a reacciones aerodinámicas
ejercidas sobre superficies que permanecen fijas en determinadas condiciones de
vuelo. El sueño de volar se remonta a la prehistoria. Muchas leyendas y mitos de
la antigüedad cuentan historias de vuelos como el caso griego del vuelo de Ícaro.
Los aviones más conocidos y usados por el gran público son los aviones de
transporte de pasajeros, aunque la aviación general y la aviación deportiva se
encuentran muy desarrolladas sobre todo en los Estados Unidos».
¡No! Y da igual que se trate de cualquier otro tema: enfermedad, alimentación, yoga,
historia… No cueles la Wikipedia, por lo que más quieras.
Es como ir a la playa en traje de boda.
—¿Irías?
—No.
—Pues eso.
Tener talento es como nacer en una familia rica: una gracia que te vino sin comerlo ni
beberlo ni tener que deslomarte. Lo que importa es qué haces con ello. Si te dedicas
a pasearte por ahí alardeando de tu ventaja y despilfarrando tu plus, si no cuidas, te
servirá para estar entretenido; para poco más.
Confía más en la pasión que en el talento. La pasión te llevará a invertir el tiempo
necesario en aprender, afinarte, refinar tu estilo.
Y si tienes talento y lo pones a trabajar, trabaja doble.
30
Cuando escribes un texto académico, sabes que lo leerá tu profesor: piensas en él.
Escribes para demostrar que sabes de qué hablas, de que has integrado la materia
lectiva, concreta. Diriges tu esfuerzo tomándolo a él como destinatario.
Cuando escribes narrativa, dejas volar la imaginación (se recomienda), pero es bueno
que tengas presente que escribes para lectores de carne y hueso. No son lectores de
pega.
Has sacado conclusiones de ciertas cosas que te han pasado (las recrees en un
escenario ficticio o no; las retuerzas más o menos) y es de lo que quieres hablar.
Tenlos presentes.
Ese lector que se sienta con tu libro entre las manos espera saber algo más de sí
mismo cuando llegue a la última línea.
Es fácil (pasa casi siempre) que en un texto sobren palabras. Cuando no estás muy
seguro de lo que quieres decir, das vueltas, cargas tintas, se te cuelan muletillas.
No hablo de describir ni de recrearse en detalles que dan jugo y juego. Hablo de volcar
palabras que no tienen peso ni pulso; de las que no dicen nada y, en cambio, añaden
ruido e impiden bucear en la narración.
Cada palabra encierra secretos; Esto quiere decir que es más que su significado.
Cuídalas; observa qué puentes tienden al lector. Elimina alguna y detecta si llegas
antes a lo que quieres decir al meollo. Entonces, no tengas dudas dudes: deshazte de
ella. Limpiamente.
31
Pon en cuarentena tanto adjetivos como adverbios. Añádelos solo si cumplen una
función imprescindible. Hay adjetivos florero como elegante, bonita, guapo; o valiente
si vas a referirte a un soldado. Elegante, bonita o guapo o hermosa remiten a conceptos
distintos: a una persona puede parecerle bonita una representación artística mientras
que para otra es un tostón.
O elegante, que referido a una señora…
• Para ciertas personas será alguien muy emperifollada.
• Para otras, quien viste con sobriedad.
• Para otras, será cuestión de mera actitud corporal.
En el caso del soldado informaría decir que es cobarde, pero la valentía se le supone,
luego valiente no informa. Ni lo hace decir que de una piedra, así, en general, que es
dura.
Y si quieres saber más: https://marianruiz.com/donde-pones-el-adjetivo/
Con los adverbios pasa más de lo mismo: en una narración, casi siempre están de más
los terminados en -mente.
https://marianruiz.com/cuando-utilizar-los-adverbios-terminados-en-mente/
Suelen sobrar también las locuciones adverbiales (adverbios de más de una palabra)
como de pronto, de repente. Algo puede coger fuego (= prenderse) de forma súbita y
que en tal caso sea necesario un de repente, pero a menudo es síntoma de pereza o de
pretender que así el lector se impresionará más:
*Entonces se dio la vuelta y, de repente, lo vio.
✓ Entonces se dio la vuelta y lo vio.
Nunca y siempre son también dos adverbios muy del gusto de ciertos noveles intensos.
No siempre son necesarios:
*Se ofendió, se dio la vuelta y le dijo que no quería verlo nunca más.
32
Ciertos adjetivos y adverbios pueden devaluar las frases en las que van insertos
así como las demás palabras a las que acompañan. Evita los que sean de mala
calidad o no puedas sustituir por fórmulas más precisas, evocadoras y literarias.
Cada obra tiene una extensión que conduce a ese todo homogéneo, con sus
elementos centrales y sus detalles. Y, por si eso no bastara, hoy todo el mundo tiene
prisa. ¿Qué te hace pensar que alguien escogería una obra tuya de —pongamos— mil
páginas, habiendo muchísimas otras de escritores conocidos y sensiblemente más
cortas?
Piensa también en cuestiones de orden práctico: ¿cuánto te ha de costar la corrección
de tantos miles (o algún millón) de matrices?, ¿a cuánto tendrás que vender tu libro?,
¿estará dispuesto a pagar tanto un lector desconocido?
Una recomendación de orden mercadotécnico (marketiniano, que dirían algunos): si tu
historia es buena, conviértela en una bilogía, una trilogía, una tetralogía, una
saga. Después de leer la primera, tu público demandará más. Incluso una editorial
convencional (si no descartas esa vía de publicación) acogerá con mayor interés un
proyecto antes que un único volumen de lo que sea. Si es bueno, su apoyo será
decidido.
Un clítico es un pronombre personal: lo, la, los, las, les, me, te, se; y un pronombre
personal es una partícula que se coloca para no repetir un nombre y en un contexto en
el que no hay riesgo de perderse.
33
No queda agotado aquí todo lo que puede decirse de los clíticos (enclíticos y
proclíticos), pero sirva esta nota para alertar sobre esas torpes repeticiones.
En el ejemplo anterior los nombres que se omiten están muy próximos a sus
antecedentes, pero hay escritos en los que se reproducen nombres de personajes de
forma abusiva; incluso cuando el lector no tiene riesgo de perderse.
¿Sabía Laura de qué hablaba Leo? Laura había visto a Leo salir temprano en
dirección al camino cuando el día apenas clareaba. Leo vio a Laura pero hizo
como que no. Si Laura quería fisgar, era cosa suya. Laura apenas había
descorrido discretamente el visillo, pero a él no se le escapaba ni uno solo de
aquellos gestos de Laura.
39. Dramatizar
Ponte a escribir después de haber llorado; algo así recomendaba Chéjov. Si una
escena te cala tan hondo que las lágrimas te brotan, hazlo, pero que el lector no lo
advierta. Con decir que Fulano llora a borbotones, con decir que a Fulana se le saltan
las lágrimas en cuanto ve tal o cual cosa le estás diciendo al lector: «Hey, aquí debes
emocionarte».
No funciona.
Además: ¿dónde has visto que la gente se ponga a llorar a la mínima de cambio, a
rompérsele el alma a la menor contrariedad o a darse golpes de pecho? Hay a quien,
ante un disgusto, le da por ponerse a fregar el suelo con una entrega inusitada.
Y veo que lees con atención: te lo agradezco. En efecto, este punto tiene relación
estrecha con el apartado 26.
No eres ideal. Tus personajes no son ideales. O no lo eres y no lo son si por ideal
entiendes sin mácula ni contradicciones. Ni lo son ellos ni lo somos tú y yo ni lo es
nadie.
Y es fantástico que sea así.
Ahí tienes el material con el que componer textos narrativos. Si no terminas exhausto,
es porque no estás poniéndote a la altura de ti mismo. Tienes un compromiso con tus
lectores: contar la miseria y la inmoralidad de que está hecho el mundo.
35
Implica conocerse, abrir la caja de Pandora y dejarse atufar por lo que sale de ella. Si
escapas, eres uno más. Adentrarse en la magia de la escritura supone adentrarse ahí.
Y ahora, vuelve al punto 5, que está emparentado con este.
No escapes. Atrévete a mirar. Nada tiene que ver con ganar premios ni con
perseguir fama y glamur. Tiene que ver con el compromiso que exige la
literatura. Con toda esa honestidad.
Deja las soluciones, los juicios y los decretos para los especialistas.
Ese no es tu territorio. Tu territorio es revelar cómo tiene lugar lo que pasa. Lo
que pasó. Lo que pasará.
36
42. No atreverse
Los textos literarios noveles están plagados de acotaciones innecesarias. Es cierto que
el lector obvia los «dijo», «le dijo» o «le respondió» y que no le distraen de la lectura,
pero no hay que sobrecargar el texto con tanta injerencia de la voz narrativa:
—¿No comes? —preguntó el padre.
—No tengo mucha gana —respondió ella.
—¿Me pasas la mayonesa? —preguntó la madre mecánicamente.
—Toma, mamá —dijo la niña alcanzándole el bote.
—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó de nuevo la madre.
—A Marisa le han suspendido… en Lengua —añadió la niña.
La voz narrativa (la que lleva el hilo de la historia y, por tanto, las acotaciones)
sirve para dar información extra, no para repetir lo que salta a la vista del propio
diálogo entre personajes.
Si tú como lectora, como lector, es eso lo que quieres, ¿qué te hace pensar que no
quieren lo mismo tus lectores?
Métete en la escena. Mira qué está pasando ahí y qué papel cumple cada
personaje. Dale a cada uno una voz diferenciada, una personalidad única.
Cuida que la voz narradora solo añada lo que está en el aire y se omite.
44. Sostener la idea de que hay una única forma de hacer las
cosas
Hay mantras que se repiten y que de tanto hacerlo se vuelven dogmas, verdades
canónicas del mundillo literario. Que si hay que estar solo, concentrado, sin
distracciones; que si es mejor escribir a mano que en ordenador; que si se debe dejar
correr lo que surja; que si ciertos rituales ayudan.
Y el caso es que todo ello es cierto. Y es cierto lo contrario.
Puede que tú necesites jaleo, que la presión de tener que estar concentrado te
desconcentre, que prefieras escribir en servilletas de bar o llevarte allí el portátil. Tal
vez el zumbido de las cigarras te atormenta y, muy al contrario, son las sirenas de las
ambulancias lo que te hace sentir en casa. ¡Adelante!
Escoge mejor antes que mucho. Escribir es una carrera de fondo y esto no ha
hecho más que empezar. Los primeros demonios que te toca enfrentar son tus
propios límites.
Por poética que sea tu prosa y exaltados los sentimientos que plasmes, huye de
las rimas internas. Menos aún trates de forzar su presencia:
el resultado es de todo menos bello.
39
Mira, esto es así: hay más correctoras que correctores y es la razón de que diga
correctora. Puedes añadir por delante persona y… ya tienes un saco en el que entramos
todas y todos.
Este error tiene una solución tan fácil como poner esa correctora profesional, es
decir, incluir la mirada extrañada de quien sabe no solo mirar sino ver.
El corrector de Word no sirve. No es lo mismo canto que cantó ni es igual infectar que
infestar o rima que grima. Ni es igual Lucía que lucía. Y, sin embargo, esto Word lo
encuentra correcto.
Si Word no es capaz de detectar algo tan simple, imagina qué hará si se encuentra
con oxímoros, ambigüedades, muletillas, repeticiones, sintaxis erradas,
pleonasmos, incoherencias, incongruencias y todo tipo de cuestiones relacionadas
con el tono, la idoneidad del lenguaje… Imagina qué hará incluso la propia música
que debe emanar de una construcción armónica.
No hablemos ya de puntuar: prueba a poner frases encadenadas, una detrás de otra.
Word ni chistará.
Hay una cosa que se llama sentido de la oportunidad. Tiene que ver con la
sensibilidad para detectar en qué lugares es adecuado decir qué cosas y qué
otras conviene callar. Afínate también ahí.
La materia prima de la escritura está en los viajes, en efecto, pero en los que uno hace
sin salir de casa; «en el rancho», como decía Tolstoi.
Viajar, en este sentido, es estar en contacto con lo que pasa por dentro. Ahí es
donde se encuentran agazapadas cosas que deberían salir a la luz. Donde puedes
ver lo bello y lo monstruoso.
No necesitas conocer Nueva York ni Tailandia ni Roma. Si las conoces, bien; si no,
también. Puedes viajar mucho y no escribir una línea en tu vida.
La familia, el clan, el barrio, el trabajo, las personas con quienes te vas encontrando…
Ese micromundo en el que vives y te construyes como puedes es fuente inagotable de
conflictos. ¡Imagina todo lo que puedes decir de todo ello y sin levantarte del sofá!
Los propios vínculos tienen la «virtud» de provocar problemas de comunicación, de
pérdidas, de oposiciones, falta de libertad, duelos, fracasos ,favoritismos, abusos,
tratos desiguales, crisis propias de los ciclos vitales, falta de recursos para
autogestionarse… ¿De veras necesitas viajar para mirar ahí?
Alejandra Pizarnik decía: «No quiero ir más que hasta el fondo».
El tamaño de esa persona que eres hoy depende de lo que has vivido, de cómo lo
has vivido y de las conclusiones que has sacado hasta la fecha.
Imagina que eres un amanuense: solo tienes que desempolvar tu memoria y pasarla a
limpio.
Sin necesidad de salir del rancho.
Solo escribe. Dedícate a sacar eso que te empuja. Pon todo tu empeño en hacerlo
cada vez mejor, más conciso, más armónico y literario. Trabaja los sobreentendidos y
no te obceques en querer contarlo todo (además de que es imposible).
Que la resultante sea o no una obra maestra no está en tu mano: ni decidirlo ni
trazar la ruta que te conduzca. De ser así, todo el que ha escrito obras maestras
repetiría la jugada una y otra vez. Y esto es algo que no suele pasar.
Ocúpate de ser honesto contigo mismo y con tu escritura (no digas nada que no
podrías volcar como propio en una conversación).
Atrévete a ponerle palabras a lo difícil; a todo eso que el lector siente igual que
tú y no sabe cómo decir.
Antes de irme…
Ahora leo de todo, aunque se me va la mano a los libros (novelados o no) de carácter
reflexivo y, fuera de la narrativa, a los manuales que versan sobre el hecho de escribir y
que dan consejos para escritores. Sigo afinándome y sospecho que esto no termina
nunca.
43
Así que entre consultas de aquí y de allá de los tesoros de mi biblioteca particular, aquí
te dejo algunos de los que me han ayudado a redondear este modesto catálogo: