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Factores sociales
En general, los adultos jóvenes aún no han alcanzado algunas facetas propias
de la adultez. Algunos ejemplos es que a menudo en esta etapa de sus vidas
siguen viviendo con los padres, no tienen un trabajo estable ni una vida en
pareja.
Oposición y conflicto
En este marco, la aspiración de los padres es ser obedecidos por los hijos por
amor, no por miedo a las sanciones que, además, podrían, de alguna manera,
romper el vínculo afectivo. Esto conduce a un menor nivel de conflictos
familiares (aunque una parte de la conflictividad es fisiológica) y a una menor
oposición hacia los adultos de referencia.
Hoy en día, los niños suelen criarse siendo el centro de atención de los padres
(y algunos acaban siendo de tal forma centro del núcleo familiar que acaban
con el síndrome del emperador), en un clima de baja conflictividad y, por lo
tanto, pueden tener más dificultades para realizar las tareas de separación-
individuación (en algunos casos se desarrolla un vínculo que puede generar
cierto miedo a dejar la casa de los padres). Como consecuencia, la identidad
personal se desarrolla con dificultad y surge la inseguridad sobre uno mismo
(no necesariamente es una inseguridad patológica), lo que conduce a prolongar
la adolescencia y a la incapacidad de asumir responsabilidades de adulto.
Además, el modelo educativo actual se centra a menudo en la promoción de
ideales excesivamente elevados, lo que lleva a los adolescentes a crearse
identidades inauténticas a costa de intentar complacer las expectativas de los
demás. Esta delicada fase de transición del ciclo de la vida corre el riesgo de
convertirse en un reto implacable para los jóvenes, en una eterna competición
por aspiraciones inalcanzables.