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La nueva división sexual del trabajo: los “cuidados” De acuerdo con la tesis de Federici, a partir de la

nueva división sexual del trabajo las mujeres son reclutadas para cumplir el trabajo doméstico y
reproductivo – como hemos visto, el conjunto de actividades que son necesarias para reproducir y
mantener la vida, no para producir en el circuito de valorización de capital- bajo el supuesto de su
predisposición natural al cuidado. Con el concepto de cuidados se hace referencia a aquellas actividades
que cubren los espacios que los mercados dejan vacíos por ser no rentables, y que se rigen “por la ética
conservadora”, y por desarrollarse de manera invisible y oculta. Por ello, desde algunas perspectivas
críticas se considera que “cumplir adecuadamente la labor de cuidadora es un elemento fundamental en
la construcción del género” (Pérez Orozco, 2014, p. 92). Ya que se trata de una tarea constitutiva de la
matriz heterosexual del capitalismo heteropatriarcal121, que se acompaña de una división étnica y de
clase. Sin embargo, la preocupación por el bienestar de los otros no es lo único en juego en los cuidados:
hay grandes dosis de culpa, de sentimiento, de responsabilidad, de imposición normativa. Para Pérez
Orozco, bajo esta “ética del cuidado” - constitutiva de la matriz heterosexual- hay una coerción que
obliga a las mujeres a cuidar de los otros “por amor”122. De allí que

Pérez Orozco proponga pensarla más bien como una “ética reaccionaria” puesto que los cuidados: 1)
implican un sacrificio que termina generando (auto)daño; 2) son fundamentales para el bienestar de la
familia; 3) deben resolver y acallar los conflictos generados por la lógica de acumulación capitalista.
Atendiendo a esta conflictividad capital/vida, la autora advierte el peligro que supone idealizar los
cuidados123, al contraponerlos a las actividades reguladas por el mercado (“mientras que el capital
destruye la vida, los cuidados la garantizan”); ya que tiene como efecto que éstos sean esencializados
como naturalmente inherentes a la femineidad (Ibíd., pp. 171- 173). Así las cosas, la nueva división
sexual del trabajo diferenció no sólo las tareas que las mujeres debían realizar, sino también sus
experiencias, sus proyectos de vida, sus posibilidades, sus deseos. Mediante un discurso ideológico que
las interpelaba para ocupar su rol de madres, de esposas, de hacedoras domésticas, de “sostén” de la
familia -el aparato ideológico de Estado fundamental-, éstas quedan reclutadas al trabajo doméstico y
reproductivo. El discurso ideológico y el mandato de género durante este período fueron efectivos en la
medida que pudo sujetar a las mujeres a las actividades domésticas que el sistema requería por parte de
ellas- al mismo tiempo que las constituía como reproductoras, por un lado; y no trabajadoras, por otro.
No sorprende que, por entonces, el matrimonio se presentara como “la verdadera carrera para una
mujer” (Federici, 2010, p. 167) y que la maternidad se haya calificado como una experiencia femenina
ineludible, valorada por encima de cualquier otra, fundamentada en las cualidades naturales de la mujer
para la reproducción y la crianza de lxs hijxs. De qué manera la nueva división sexual del trabajo
reconfiguró las relaciones entre hombres y mujeres es algo que puede verse a partir del amplio debate
que tuvo lugar en la literatura culta y popular de la época acerca de una supuesta naturaleza femenina.
Se estableció que las mujeres eran inherentemente inferiores a los hombres, excesivamente
emocionales, poco razonables, vanidosas, salvajes, despilfarradoras y lujuriosas, incapaces de manejarse
por sí mismas y que, por lo tanto, debían estar bajo control masculino. Estos discursos naturalistas en
torno a las mujeres legitimaron una serie de prácticas de apropiación y violencia contra éstas, similar a la
que recibían “los salvajes indios” (Ibíd., p. 182)124. Lo cual se ha logrado gracias a la complicidad del
Estado con la introducción de leyes y nuevas formas de tortura dirigidas a controlar el comportamiento
de las mujeres dentro y fue ra del ámbito doméstico. En este sentido, Federici destaca que durante los
siglos XVI y XVII, en un contexto de creciente misoginia, al tiempo que se criminalizaba la prostitución se
legalizaba la violación (Federici, 2010, p. 169) así como se radicalizó el proceso condenatorio por
infanticio y por delitos reproductivos (Ibíd., p. 159) para controlar la natalidad. Lo que resulta
sintomático es que una vez que se instaura el sistema capitalista (y patriarcal), el discurso en torno a las
mujeres cambia rotundamente. A partir de entonces, éstas son representadas como “pasivas”, “dulces”,
capaces de “apaciguar a los hombres” y de “ejercer una influencia positiva sobre ellas”. En el cambio de
discurso ideológico sobre las mujeres, se manifiesta que el capitalismo debe justificar y mistificar las
contradicciones incrustadas en sus relaciones sociales (como “la promesa de libertad frente a la realidad
de la coacción generalizada y la promesa de prosperidad, frente a la realidad de penuria generalizada”)
denigrando la “naturaleza” de aquellos a quienes explota: “mujeres, súbditos coloniales, descendientes
de esclavos africanos, inmigrantes desplazados por la globalización125” (Federici, 2010, p. 31). Lo que
manifiesta que la ideología naturalista (Delphy, 1985, p. 15) juega un rol central como instrumento de
dominación, ya que, a partir de una supuesta inferioridad natural, se legitima la dominación y la
hostilidad contra estas alteridades126. En el caso de las identidades feminizadas, la homologación de
éstas con la naturaleza es fundamental para justificar la lógica extractivista del sistema capitalista, que
objetiva sus cuerpos, expropia sus decisiones y sus proyectos

EL SESGO PATRIARCAL Y ANDROCÉNTRICO DE MARX AL ANALIZAR LA FAMILIA Según Edward Reiss


(2000: 142-143), a pesar de que para los criterios de su tiempo Marx podía ser considerado como «un
progresista en materia de igualdad de géneros», sus opiniones sobre el sexo femenino y los
comportamientos demostrados en su vida cotidiana permiten catalogarlo de «machista»: prefería tener
hijos que hijas y menospreció los primeros pasos del movimiento de liberación femenina y de las
mujeres en general. Así, mientras Engels se solidarizó con las demandas de las feministas sufragistas
(Harris y Young, 1979: 17), Marx les mostró «el mismo menosprecio y la misma incomprensión que a
cualquier otro movimiento reivindicativo que no fuera el movimiento obrero» (Fernández Enguita, 1996:
38). La primera referencia a la cuestión femenina que merece atención aparece en los Manuscritos de
Economía y Filosofía, redactados en 1844. En ellos se esboza un posicionamiento favorable, aunque aún
impreciso, al «salario familiar» y a la especialización masculina en el trabajo de mercado que mantendrá
en escritos posteriores

EL SESGO PATRIARCAL Y ANDROCÉNTRICO DE MARX AL ANALIZAR LA FAMILIA Según Edward Reiss


(2000: 142-143), a pesar de que para los criterios de su tiempo Marx podía ser considerado como «un
progresista en materia de igualdad de géneros», sus opiniones sobre el sexo femenino y los
comportamientos demostrados en su vida cotidiana permiten catalogarlo de «machista»: prefería tener
hijos que hijas y menospreció los primeros pasos del movimiento de liberación femenina y de las
mujeres en general. Así, mientras Engels se solidarizó con las demandas de las feministas sufragistas
(Harris y Young, 1979: 17), Marx les mostró «el mismo menosprecio y la misma incomprensión que a
cualquier otro movimiento reivindicativo que no fuera el movimiento obrero» (Fernández Enguita, 1996:
38). La primera referencia a la cuestión femenina que merece atención aparece en los Manuscritos de
Economía y Filosofía, redactados en 1844. En ellos se esboza un posicionamiento favorable, aunque aún
impreciso, al «salario familiar» y a la especialización masculina en el trabajo de mercado que mantendrá
en escritos posteriores: «El nivel mínimo del salario, y el único necesario, es lo requerido para mantener
al obrero durante el trabajo y para que él pueda alimentar a una familia y no se extinga la raza de los
obreros» (Marx, 2001: 52). Al mismo tiempo identifica a la mujer dentro del matrimonio con «una forma
de la propiedad privada exclusiva» (Marx, 2001: 136). La ambigüedad de sus palabras en este punto,
comprensible dado el carácter de reflexión inacabada de esta obra, ha dado lugar a las mismas
interpretaciones contradictorias que genera el largo pasaje en el que parece sugerir que el tipo de
relaciones entre los sexos constituye un indicador del grado de progreso humano de una sociedad
(Marx, 2001: 137-138)5 . En La ideología alemana, redactada entre 1845 y 1846, Marx y Engels (1974)
analizan de forma esquemática el efecto de las condiciones materiales en la situación de la mujer,
aunque, como señala Zillah R. Eisenstein, sin mostrarse excesivamente críticos con su opresión (1980:
23)6 . Aquí aparecen ideas que reaparecerán de forma recurrente en trabajos posteriores. Primero,
presentan la DST en la familia como algo «natural» (Marx y Engels, 1974: 21), negando así su condición
de constructo social y cultural (Amorós, 1979: 95-96; 1985: 53). Segundo, destacan el papel de la
propiedad privada en el desarrollo de la división del trabajo (Marx y Engels, 1974: 20-33). Tercero,
denuncian el régimen de esclavitud familiar al que se ven condenadas las mujeres y sus hijas/os,
asimilándolo a la explota5 Una interpretación también seguida por Engels (véase más adelante) y Trotski
(1977: 53), pero que, si se hace caso a Manieri (1978: 108), se trataría de una idea que Marx recoge de
Fourier. Beechey (1977: 51) y Domínguez Martín (2001: 149), en cambio, aprecian aquí una primera
evidencia de la tendencia de Marx (y del primer Engels) a explicar la subordinación femenina a partir de
argumentos naturalistas. Para una valoración más amplia del alcance y limitaciones de esta tesis de
Marx véase Grant (2005). 6 En esta misma época, concretamente en 1845, Marx publica en solitario un
breve artículo –«Peuchet: sobre el suicidio» (Marx, 2012)– que incluye un crítica de la moral en la familia
y la sociedad burguesas. En la línea de Löwy (2002), en el estudio preliminar, el editor y traductor de
dicho texto, Nicolás González Varela, lo presenta como «la primera y última vez en que [Marx] tratará el
tema de la opresión de género y la tiranía del pater y mater en la familia burguesa», incluyendo para ello
«importantes iluminaciones sobre el problema de género» (Marx, 2012: 35). Sin embargo, la lectura del
artículo del joven Marx muestra claramente que su aportación es realmente nula, pues este se limita a
hacer una breve introducción biográfica y un amplio resumen de un texto de Jacques Peuchet –un
antiguo funcionario francés– sobre las causas del suicidio. De hecho, el propio editor admite que «[n]o
puede hablarse de un artículo de Marx, sino de una presentación y traducción selectiva» (Marx, 2012:
36). 7 En realidad esta tesis ya aparece esbozada en Principios del comunismo, opúsculo redactado un
año antes por Engels (1976 [1847]). 8 Edward Reiss discrepa de esta interpretación, pues cree que el
problema es que sus palabras han sido mal traducidas, ya que Marx y Engels proponen «su
reconstrucción a un nivel superior» (2000: 146). ción que padece el hombre (y algunas mujeres) en las
relaciones de producción capitalista. Ideas todas ellas que se reflejan en este pasaje: Con la división del
trabajo, que lleva implícitas todas estas contradicciones y que descansa, a su vez, sobre la división
natural del trabajo en el seno de la familia y en la división de la sociedad en diversas familias
contrapuestas, se da, al mismo tiempo, la distribución y, concretamente, la distribución desigual, tanto
cuantitativa como cualitativamente, del trabajo y de sus productos; es decir, la propiedad, cuyo primer
germen, cuya forma inicial se contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos del
marido. La esclavitud, todavía muy rudimentaria, ciertamente, latente en la familia, es la primera forma
de propiedad, que, por lo demás, ya aquí corresponde perfectamente a la definición de los modernos
economistas, según la cual es el derecho a disponer de la fuerza de trabajo de otros (Marx y Engels,
1974: 33-34). A partir de aquí, el interés de Marx se centra en problemáticas más propiamente sociales,
económicas y políticas, alejándose progresivamente de las cuestiones filosóficas. En el tema que nos
ocupa, este cambio se produce definitivamente en el Manifiesto Comunista, donde mantendrán que el
capitalismo ha contaminado totalmente a la familia, reduciéndola a relaciones económicas7 . Así, Marx y
Engels anunciarán que la llegada del comunismo supondrá la «supresión de la familia»8 ,

TAREAS DE REPRODUCCIÓN DIVISION SEXUAL DEL TRABAJO


Para contextualizar el trabajo de Federici desde sus inicios, es preciso tener en cuenta que la autora se
inscribe dentro de las denominadas teorías feministas sobre la reproducción. Estas adquieren su
nombre, precisamente, porque se centran en el trabajo llamado “reproductivo”, diferente al
“productivo”, según las distinciones conceptuales de Marx y de Engels. Recordemos que, en la
perspectiva marxista clásica, mientras el trabajo productivo es aquel que tiene por finalidad producir
mercancías o valores de cambio, el trabajo reproductivo es aquel destinado a satisfacer las necesidades
de la vida cotidiana y la "reproducción" de la fuerza de trabajo. El primero se realiza eminentemente en
la fábrica o en el espacio público y el segundo, en el espacio privado del hogar. El primero es pago y se
realiza a cambio un salario, mientras que el segundo se realiza sin remuneración alguna, de manera
gratuita.

En 1846, Marx y Engels escribieron el La ideología alemana que "la primera división del trabajo es la que
se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos", una división natural causada por
diferencias de edad y sexo, una división que está en consecuencia basada en fundamentos puramente
fisiológicos ( cfr. Brightman 1996: 689). Años después, Engels (1884: 15 8) describió "el estado inferior
de la barbarie", en la tradición de Rousseau y Smith: como una etapa en la que la división del trabajo
"sólo existe entre los dos sexos. El hombre va a la guerra, se dedica a la caza y a la pesca, procura las
materias primas para el alimento y produce los objetos necesarios para dicho propósito. La mujer cuida
de la casa, prepara la comida y hace los vestidos; guisa, hila y cose". Ahora sabemos que Marx al
reproducir la diferenciación entre trabajo productivo e improductivo completó el programa de
devaluación del trabajo femenino y de legitimación del salario familiar de los clásicos. En sus
planteamientos iniciales Marx criticó el sistema de fábrica por minar la capacidad de los hombres de
proveer al sustento de sus familias, al hacer su trabajo, gracias a las nuevas máquinas, asequible a
cualquiera, esto es, "al sustituir los obreros diestros por obreros inexpertos, los hombres por mujeres,
los adultos por niños" (Marx 1849: 38-40). Todos los razonamientos de Marx en El capital acerca de la
maquinaria parten del

Ahora bien, dado que en las últimas décadas las mujeres occidentales han accedido de forma masiva al
mercado laboral, ¿cómo afecta esta nueva situación a la división sexual del trabajo? ¿Cómo se ve
modificada la vida doméstica una vez que los hogares de doble provisión se volvieron más frecuentes? Si
bien, hoy en día, hay una gran cantidad de mujeres que trabajan fuera del hogar o estudian una carrera,
esta situación –a primera vista favorable– no está exenta de limitaciones (Jelin 50). En 103 | P a g e
primer lugar, como muestra un informe del CONICET que recopila los resultados de varios estudios
empíricos13 sobre el trabajo femenino en Argentina “la participación femenina en el mercado de
trabajo se ha concentrado tradicionalmente en el sector servicios y en actividades no reguladas,
caracterizadas por su precariedad e informalidad” (Muñiz Terra 59-60). Así, los ideales de género que
afilian a la mujer con las tareas de cuidado y servicio parecen influir también en su participación laboral

Federici presenta su análisis como una desviación crítica de Marx, como una
corrección de algunas de sus omisiones más graves. Ella acusa a Marx de ignorar el
surgimiento de un orden patriarcal que excluía a las mujeres del trabajo asalariado y
las subordinaba a los hombres. Ella afirma que el marxismo no consideró el papel de
la mujer en la reproducción de la fuerza de trabajo y descuidó la transformación del
cuerpo femenino en «una máquina para la producción de nuevos trabajadores”[1].
Según este enfoque, el sistema capitalista necesitó mano de obra no remunerada no
solo para (re)producir futuros trabajadores sino también para restaurar el bienestar del
trabajador masculino. El ama de casa brindó el soporte físico, emocional y sexual que
el trabajador requería “para no volverse loco después de pasar el día en una línea de
montaje o en una oficina” (Federici 38). La esfera doméstica, a pesar de ser
representada como un ámbito separado del mercado, es lo que permite que siga
funcionando el modelo productivo

Y, ella argumenta, que si Marx hubiera tomado la perspectiva de las mujeres, nunca
habría asociado el capitalismo como un paso hacia la liberación porque hubiera visto
que las mujeres nunca lograron los avances en libertad que lograron los hombres.

Ya en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels presenta el


factor determinante de la historia como la “producción y reproducción de la vida
inmediata”

Conclusiones Está claro que el rechazo de las mujeres a continuar como trabajadoras
no asalariadas dentro del hogar ha provocado grandes cambios en la organización de
la reproducción social y en las condiciones laborales de las mujeres. Lo que estamos
presenciando es la crisis de la división tradicional del trabajo que confi naba a las
mujeres a las labores reproductivas (no asalariadas) y a los hombres a la producción
de mercancías (asalariadas). Todas las relaciones de poder entre hombres y mujeres
han sido construidas alrededor de esta «diferencia» ya que la mayor parte de las
mujeres no tenían otra alternativa que depender de los hombres para su supervivencia
económica y someterse a la disciplina que conlleva esta dependencia. Tal y como se
ha señalado anteriormente, el cambio principal a este respecto se ha producido
mediante el aumento de la migración de las mujeres al sector de la mano de obra
asalariada que durante los años setenta ha supuesto la principal contribución al
crecimiento socioeconómico de las mujeres. De todas maneras esta estrategia tiene
muchos límites. Mientras que el trabajo masculino ha disminuido durante la última
década, las mujeres hoy en día trabajan más duramente que en el pasado. Esto es
especialmente cierto en el caso de la mujeres cabeza de familia y de las mujeres con
bajos salarios que a menudo se ven forzadas a pluriemplearse para poder llegar a fi nal
de mes.26 El peso con el que aún cargan las mujeres se refl eja claramente en sus
historias clínicas. Se habla mucho acerca de que las mujeres viven más tiempo que los
hombres pero sus dosieres médicos cuentan una historia diferente. Las mujeres,
especialmente las que están en la treintena, lideran las tasas de suicidio en la
población joven, lo que también se puede decir de los índices de consumo 26 El
volumen de mujeres pluriempleadas casi se duplicó durante los años 1969-1979,
aunque puede que las cifras sean en realidad incluso mayores si incluimos los empleos
de la economía sumergida. Para 1969, las mujeres suponían el 19 % de las personas
pluriempleadas, mientras que para 1979 alcanzaban el 30 %. Se calcula que las
mujeres pluriempleadas trabajaban una media de cincuenta y dos horas a la semana.
Monthly Labor Report, vol. 103, núm. 5, mayo de 1980. Revolución en punto cero se
permite la copia © 88 de drogas, crisis emocionales y tratamientos mentales (ya sea
con ingreso o ambulatorios) y presentan muchas más posibilidades de sufrir estrés y
malestar que los hombres.27 Estas estadísticas son síntomas del precio que las
mujeres están pagando, ya sea por dedicar su vida a tiempo completo a ser amas de
casa, ya sea por la pesada carga de la doble jornada laboral, es decir, en cualquier
caso, por el peso de una vida dedicada exclusivamente al trabajo. Claramente, no se
puede producir cambio positivo alguno en las vidas de las mujeres a no ser que se dé
una profunda transformación en las políticas económicas y en las prioridades sociales.
De todas maneras, si se hacen realidad las promesas del recién elegido presidente
Reagan las mujeres tendrán que pelear en una dura batalla si quieren conservar los
logros obtenidos durante los años sesenta y setenta. Se nos dice que las ayudas
sociales se recortarán mientras se incrementan los gastos militares, que los nuevos
recortes en los impuestos estarán diseñados para benefi ciar realmente a las empresas
mientras que proporcionarán poca ayuda a la población con bajos ingresos y ninguna
a los que no reciban ingreso alguno. Es más, el tipo de crecimiento económico que los
«economistas de la oferta»28 del entorno de Reagan están promocionando amenaza
seriamente a las mujeres con una contaminación en aumento, debido a la acumulación
de residuos nucleares y a la desregulación industrial. Esto quiere decir que se repetirán
accidentes como el de la Isla de las Tres Millas o de Canal Love,29 más enfermedades
en las familias, más preocupaciones cotidianas sobre la salud de los hij os y de los
familiares así como sobre la nuestra propia, más trabajo que abarcar.

Anna Jónasdóttir: trabajo y amor. Es significativa la irradiación de La dialéctica del


sexo. En defensa de la revolución feminista de Shulamith Firestone al interior del
feminismo. A pesar de su alejamiento precoz del movimiento radical (Amorós, 2014)
y que el libro “[…] ha sido despachado con demasiada premura por los marxistas
[…]” (Hartmann, 1981, p. 10), su difusión es notoria. En su influyente artículo Un
matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva entre marxismo y
feminismo, Hartmann (1981, p. 10) sostiene acerca del libro de Firestone: Su capítulo
sobre el amor era y sigue siendo fundamental para comprender esto. No es sólo una
‘ideología machista’ que los marxistas pueden afrontar (una mera cuestión de
actitudes), sino una exposición de las consecuencias subjetivas del poder del hombre
sobre la mujer, de lo que se siente al vivir en un patriarcado2 . Si nos centramos en la
crítica de Firestone al amor, su influjo puede observarse en textos inmediatamente
posteriores, siendo un ejemplo las teóricas del llamado “trabajo emocional” (Molina,
2014, p. 2478)3 . Según Amorós (2014, p. 1298), también “[…] en la tradición de la
concepción firestoniana del amor se sitúa la sugerente elaboración teórica de la
feminista nórdica Jónasdóttir.” De origen más reciente, se trata de un análisis sobre
“el poder del amor” para explicar la persistencia de la dominación masculina en las
sociedades formalmente igualitarias (Jónasdóttir, 2011, p. 247). Para Molina (2014, p.
2462), quien reconstruye los debates del feminismo socialista y sus dificultades para
analizar la opresión sexual con herramientas teóricas marxistas: “Desde la perspectiva
socialista europea, Anna Jónasdóttir forzó el paso definitivo para tratar la sexualidad
en estos términos.” Jónasdóttir explicita su diálogo con el marxismo. Es “[…] a través
de una aplicación crítica y reconstructiva del método de Marx […]”, que Jónasdóttir
(2011, p. 248) arriba al amor “[…] como una 588 R. Katál., Florianópolis, v. 21, n. 3,
p. 584-593, set./dez. 2018 ISSN 1982-0259 María Cecilia Espasandín capacidad
humana creativa-productiva – y explotable – de importancia comparable a la del
trabajo.” Específicamente, identifica el amor sexual como “[…] un elemento
fundamental en el proceso de producción de personas.” (Jónasdóttir, 2011, p. 257). En
otras palabras, las relaciones sociosexuales (alias relaciones de género), las prácticas
amorosas, así como la lucha y el control sobre los usos del poder del amor en el
proceso de producción-reproducción de personas comprenden una dimensión social
particular, identificable como tal para el estudio de las sociedades y del cambio social.
(Jónasdóttir, 2011, p. 248). Tomando distancia de la teoría feminista posestructuralista
dominante durante los años 1980 y 1990, Jónasdóttir (2011, p. 252) retoma el
“proyecto teórico” de articulación entre el feminismo y el marxismo de los años 1970,
que suponía problematizar “el sexo” sin subsumirlo bajo “la clase” y analizar la
desigualdad de sexo mediante el método de Marx. No obstante la diversidad de teorías
feministas inspiradas en el materialismo histórico, la mayor parte “[…] cayó en un
estancamiento durante los años ochenta bajo la presión del posestructuralismo y la
multifacética ‘guerra’ contra el marxismo.” (Jónasdóttir, 2011, p. 255). Citando un
conjunto de obras contemporáneas, Jónasdóttir (2011, p. 255) concluye que, “[…] un
renovado y considerablemente fuerte interés en la obra de Marx puede observarse en
todo el mundo, tanto entre las teóricas feministas como en otros autores.” A partir de
su reinterpretación del materialismo histórico, propone una reconstrucción feminista
de la perspectiva marxiana de la producción, centrada, ya no en el trabajo, sino en el
amor. Con este “giro”, Jónasdóttir (2011, p. 249) apuesta ir “[…] más allá de las
nociones tajantes o excluyentes que aún son un gran obstáculo para los debates del
materialismo versus la teoría de la cultura.” Desde su perspectiva – centrada en la
sexualidad política – considera que las recientes investigaciones inspiradas en el
materialismo histórico no se dirigen al estudio de las causas de la dominación
masculina sobre las mujeres. Ella entiende que es el poder de los hombres el que
requiere ser explicado – y no la opresión o subordinación de las mujeres. En las
sociedades capitalistas contemporáneas (formalmente igualitarias), no es la
dependencia económica de las mujeres respecto a los hombres, ni es la división
sexual desigual del trabajo entre los sexos, lo que explica la continuidad del
patriarcado (aunque reconoce su importancia). Lo que es crucial es la
posesividad de los hombres con respecto a las mujeres; es decir, el derecho que
los hombres reclaman para tener acceso a las mujeres. En la práctica, los
“derechos” de los hombres para apropiarse de los recursos sociosexuales de las
mujeres, especialmente de su capacidad para el amor, continúa siendo un patrón
predominante. (Jónasdóttir, 2011, p. 255). La autora establece una analogía entre
algunos componentes de la teoría marxiana (la producción de los medios de
subsistencia, las clases sociales y la organización del trabajo) y los componentes
de su propia teoría (la producción de la vida, las relaciones de género y la
organización del amor). La explotación del amor brindado libremente bajo el
“[…] patriarcado formalmente igualitario […]” (Jónasdóttir, 2011, p. 260) es lo
que en Marx, la explotación del trabajo asalariado vendido libremente bajo el
capitalismo. Retirando del término explotación cualquier dimensión moral,
reivindica el estudio de las formas normales de uso-disfrute del amor – y no solo
las formas abusivas de explotación sexual. El patriarcado hoy se sostiene,
fundamentalmente, por las relaciones sexuales libres que se establecen entre
hombres y mujeres, en las cuales éstas son explotadas por aquellos, sobre todo en
su capacidad para el amor. Como afirma: “[…] decir que las capacidades
humanas para el amor y para el trabajo pueden explotarse es como afirmar que
éstas son fuentes vivientes de energía que pueden ser liberadas.” (Jónasdóttir,
2011, p. 259). Amor y trabajo son prácticas humanas creativas – práctica
humano-sensorial, en los términos de Marx – y como tales, portan “capacidades
creadoras de mundos”, es decir, capacidades para cambiar las circunstancias y a
uno mismo (Jónasdóttir, 2011, p. 249). Pero difieren entre sí en un aspecto. El ser
humano realiza la práctica del trabajo bajo la conciencia de un propósito, bajo la
previa ideación del resultado de su actividad – como ilustra Marx (2002, p. 216)
en su famoso ejemplo donde distingue el “peor maestro albañil de la mejor
abeja.” En cambio, la práctica humana del amor, dice Jónasdóttir (2011, p. 264),
no se orienta por una previa ideación del resultado. El paradigma del arquitecto
y la abeja no sirve para captar lo que distingue al amor como una actividad
humana opuesta al comportamiento biológicamente determinado. Para que el
amor sea una actividad genuinamente humana su practicante actúa no para
hacer que el objeto del amor coincida con una ‘idea ya existente’ sino más bien
para permitir que el ‘objeto’ del amor confirme su propia capacidad para
‘crearse’ o ‘moldearse’ a sí mismo(a) y para sus propias metas. 589 R. Katál.,
Florianópolis, v. 21, n. 3, p. 584-593, set./dez. 2018 ISSN 1982-0259
Articulaciones entre marxismo y feminismo: ayer y hoy Se podría polemizar con
esta lectura de Jónasdóttir, a la luz de la interpretación lukácsiana de Marx. Se
trata esto en el último apartado. No obstante trabajo y amor se distingan en un
aspecto, considera que están íntimamente relacionados. El proceso específico de
crear personas-vidas y existencia sociosexual se encuentra entrecruzado con la
producción de medios de subsistencia (la dimensión económica de la sociedad).
Jónasdóttir (2011, p. 264) concluye, entonces, que: “[…] debería esperarse que
los cambios en las condiciones del amor y del trabajo respectivamente tuvieran
un efecto recíproco.” Jónasdóttir examina la explotación de la capacidad de
amor al exponer las contradicciones internas del amor en la sociedad
contemporánea. Los componentes principales del amor son el cuidado y el éxtasis
erótico. Ambos están en una continua contradicción debido a la manera en que las
relaciones amorosas heterosexuales se institucionalizan. “Cuando mujeres y hombres
(legalmente libres e iguales) se conocen como sexos, las condiciones sistémicas en
que suceden esos encuentros no son igualitarias.” (Jónasdóttir, 2011, p. 265). Bajo el
modo de producción de personas en la sociedad contemporánea, juega un papel
central la autoafirmación sexual-erótica. El acceso a experiencias de éxtasis erótico
aparece como una condición previa para la dignidad de la persona. Esta clase de poder
sexual requiere del cuidado amoroso, para que sea creado y cargado de valor.
Típicamente, en la forma predominante de dichos encuentros ‘hombre-mujer’, la
‘mujer’ es ‘forzada’ a comprometerse al cuidado amoroso para que el ‘hombre’ pueda
ser capaz de vivir-experimentar el éxtasis. No es igualmente legítimo que la ‘mujer’
practique el éxtasis como una persona sexual con dirección y seguridad propias,
quien, al hacerlo, necesita del cuidado del hombre (¡y éste es un punto de vital
importancia!). (Jónasdóttir, 2011, p. 265). La “[…] posición sistémica de los hombres
los presiona hacia un ilimitado deseo de éxtasis […]” como medio para reafirmar su
poder sexual; mientras que “[…] práctica del cuidado amoroso en sus relaciones con
las mujeres tiende a ser concebida como una serie de cargas y limitaciones […]”
(Jónasdóttir, 2011, p. 266). Suceden entonces, que bajo las condiciones sistémicas del
patriarcado, los hombres acceden al empoderamiento que les otorga explotar la
capacidad de amor de las mujeres. Molina (2014, p. 2482) reconstruye el análisis de
Jónasdóttir en los siguientes términos: La organización de la sexualidad en nuestras
sociedades en la que los hombres ejercen la autoridad que les da el ‘poder del amor’
(explotando la necesidad que la mujer tiene de amar ser amada) es el vector de
opresión más importante en las mujeres de hoy, desplazando el trabajo y las
determinaciones económicas de su protagonismo inicial. Valerie Bryson: producción
y reproducción. Una de las autoras que Jónasdóttir identifica en la senda actual de
investigaciones feministas inspiradas en la obra de Marx es la feminista británica
Valerie Bryson, junto a la cual ha trabajado (Jónasdóttir, Bryson, & Jones, 2011). En
su artículo Marxism and feminism: can the ‘unhappy marriage’ be save? Bryson
(2006) se propone extender el diálogo entre marxismo y feminismo4 . La feminista
británica construye su análisis en base a la concepción materialista de la historia. No
secunda las interpretaciones que asignan un determinismo económico al materialismo
histórico – y que aún hoy debaten al respecto. Se asienta en la famosa formulación de
Marx (1973, p. 408) de que los seres humanos hacen su propia historia pero en
condiciones que no eligen, sino que heredan del pasado. No obstante, acuerda con la
crítica feminista que atribuye una base y un sesgo masculinos a la teoría marxista,
pues esta “[…] ha estado basada en una perspectiva limitada que en gran parte ignora
importantes áreas de la experiencia humana.” (Bryson, 2006, p. 10). Alude, en
términos generales, a la esfera reproductiva. Propone una articulación teórica entre
marxismo y feminismo, a favor de una noción ampliada de (re)producción, que
incluya el trabajo socialmente necesario realizado desproporcionadamente por las
mujeres. Entiende por (re)producción: “Aquellas actividades humanas (físicas y
emocionales) que están más o menos directamente vinculadas con la reproducción
generacional y el mantenimiento de la población y el cuidado de aquellos
imposibilitados de cuidarse a sí mismo.” (Bryson, 2006, p. 13). Distingue su concepto
(re)producción de la concepción clásica de la reproducción. El término reproducción
ha tenido un uso indiscriminado con distintos significados atribuibles, como: proceso
biológico de procreación; reproducción de la fuerza de trabajo; reproducción del
circuito de la economía misma; o reproducción 590 R. Katál., Florianópolis, v. 21, n.
3, p. 584-593, set./dez. 2018 ISSN 1982-0259 María Cecilia Espasandín de las
relaciones sociales. Las actividades reproductivas comprendidas bajo su concepto
incluyen, no solo la procreación biológica, sino además cocinar, limpiar, el cuidado de
los niños, personas mayores y personas con discapacidad o enfermos, y la satisfacción
de necesidades emocionales y sexuales. Pueden ser desarrolladas individualmente en
el hogar, o vistas como responsabilidades comunales o estatales, o remuneradas como
parte de la economía del dinero (y por lo tanto también productivas en el sentido
estricto). En todos los casos están mayoritariamente asociadas a las mujeres. La
reflexión de Bryson acerca de la producción y la (re)producción se inspira en un
acervo de debates producidos al interior del feminismo socialista alrededor de los años
sesenta y setenta. Al igual que el feminismo anterior, Bryson (2005) retoma las
contribuciones de Marx y Engels – sobre todo de El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado de Engels (1892) – para el estudio de la esfera reproductiva.
Reconoce las elaboraciones de la socialdemócrata alemana Clara Zetkin y su
destacado liderazgo al frente del movimiento de mujeres durante la Segunda
Internacional Socialista. Y en particular, revisita las propuestas familiares
revolucionarias de Alexandra Kollontai en el marco de la revolución bolchevique –
vale recordar que, para Kollontai, la colectivización del trabajo doméstico y del
cuidado y la liberación de la sexualidad respecto a las ideas de propiedad facilitaban el
desarrollo del tipo de moral colectiva necesaria para que floreciese la economía
socialista. Bryson recorre las obras clásicas del marxismo respecto a la situación de la
mujer (que merecen una atención aparte y que por razones de espacio no podemos
reproducir) y concluye que generalmente han oscurecido la subordinación femenina,
pues “[…] asumieron que la opresión culminaría en una sociedad socialista, sin
explorar la posibilidad de que esta podría tener su propia dinámica, basada en
condiciones de la vida reproductiva.” (Bryson, 2010, p. 4). La conclusión de Bryson
se basa en las críticas que el feminismo socialista dirigió al marxismo en los años
sesenta y setenta – y que pueden encontrarse de manera sintética en el artículo ya
citado de Heidi Hartmann (1981). En particular, se funda en las críticas feministas
originadas en el marco del debate sobre el trabajo doméstico (naciente en los años
sesenta) y del debate sobre el trabajo productivo e improductivo (de los años setenta),
cuya exponente destacada es Maria Rosa Dalla Costa (Galcerán, 2006). Desde estas
fuentes, Bryson cuestiona que la teoría del valor de Marx no tomó en consideración el
trabajo de producción de la propia fuerza de trabajo, o trabajo de reproducción y de
cuidados. Entiende que la perspectiva materialista marxista recentrada en la mujer
implica una reconceptualización del término producción. Si bien en la teoría marxista
este término es utilizado, a veces, para referirse al trabajo dirigido a la satisfacción de
las necesidades humanas, normalmente no ha sido interpretado para incluir el trabajo
de reproducción de la especie, el cual ha sido tratado como natural y sin lugar en la
historia. Según Bryson (2006, p. 12) la teoría marxista asocia el trabajo productivo
con el trabajo asalariado que produce plusvalor porque está “afectado por los valores
capitalistas hegemónicos”. Voy a sugerir que el sesgo masculino de muchos teóricos
marxistas dominantes ha sido reforzado por una ecuación subconsciente de
‘productivo’ con ‘importante’, y esto ayuda a explicar por qué han mostrado poco
interés en analizar la cambiante naturaleza del trabajo no remunerado que es en gran
parte hecho por mujeres y su compleja relación con la economía del dinero. (Bryson,
2006, p. 12). La reflexión sobre producción y reproducción que hoy vuelve a
recolocar Bryson corre de la mano de diversas exponentes. Con una tonalidad menos
radical – pero conviviendo con un horizonte socialista – la reflexión de Bryson apunta
a identificar las mediaciones entre producción y reproducción. Se distancia de
Shulamith Firestone y su tentativa – “simplista” (Bryson, 2010, p. 9) – de reconstruir
la concepción materialista de Marx sustituyendo producción por reproducción e
identificando la organización sexualreproductiva como la clave de la opresión social.
Para Bryson, el desafío del análisis de la producción y (re)producción está en explorar
los límites cambiantes y las formas en que cada uno media y se ve afectado por los
cambios en el otro. En este sentido, la feminista británica propone reexplorar los
modos en que las fuerzas del mercado se extienden a áreas de la vida que el
capitalismo había tratado usualmente como privadas – es el caso de las nuevas
tecnologías reproductivas que facilitan la explotación de las capacidades
reproductivas de las mujeres. Invita a estudiar los cambios en las condiciones de
(re)producción y sus efectos en la producción; y hasta dónde la reducción del tiempo
necesario para las actividades reproductivas habría permitido combinar más
fácilmente trabajo remunerado y no remunerado para las mujeres y haberles facilitado
el acceso a puestos de jerarquía. Bryson relativiza estos efectos, dada la persistente
inequidad entre mujeres y hombres en el trabajo o en el hogar. La economía
capitalista y la maximización del lucro limitan prerrequisitos fundamentales para la
equidad sexual. “Esto significa que sería extraordinariamente dificultoso terminar con
la opresión patriarcal sin cambios económicos radicales, incluyendo un salto hacia
mayores responsabilidades colectivas y hacia una producción para el uso o las
necesidades más que para el lucro.” (Bryson, 2006, p. 16)

Como se ha intentado plantear el romanticismo, la norma de la domesticidad y los


mitos del amor romántico están estrechamente vinculados con las relaciones
económicas, puesto que permiten disponer, por amor, del trabajo gratuito de las
mujeres para el funcionamiento del mercado. Lo que se traduce en una serie de
desigualdades que afectan la calidad de vida y las oportunidades de las mujeres. Este
fenómeno se pueden observar, de mejor manera, si se analizan algunos indicadores
económicos y datos macrosociales. Con este fin, a continuación se expone un breve
panorama sobre las brechas de género en el mundo y en algunos países de la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Y,
posteriormente, se analizan los datos sobre usos del tiempo en uno de los países
miembro de esta organización

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