Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
nueva división sexual del trabajo las mujeres son reclutadas para cumplir el trabajo doméstico y
reproductivo – como hemos visto, el conjunto de actividades que son necesarias para reproducir y
mantener la vida, no para producir en el circuito de valorización de capital- bajo el supuesto de su
predisposición natural al cuidado. Con el concepto de cuidados se hace referencia a aquellas actividades
que cubren los espacios que los mercados dejan vacíos por ser no rentables, y que se rigen “por la ética
conservadora”, y por desarrollarse de manera invisible y oculta. Por ello, desde algunas perspectivas
críticas se considera que “cumplir adecuadamente la labor de cuidadora es un elemento fundamental en
la construcción del género” (Pérez Orozco, 2014, p. 92). Ya que se trata de una tarea constitutiva de la
matriz heterosexual del capitalismo heteropatriarcal121, que se acompaña de una división étnica y de
clase. Sin embargo, la preocupación por el bienestar de los otros no es lo único en juego en los cuidados:
hay grandes dosis de culpa, de sentimiento, de responsabilidad, de imposición normativa. Para Pérez
Orozco, bajo esta “ética del cuidado” - constitutiva de la matriz heterosexual- hay una coerción que
obliga a las mujeres a cuidar de los otros “por amor”122. De allí que
Pérez Orozco proponga pensarla más bien como una “ética reaccionaria” puesto que los cuidados: 1)
implican un sacrificio que termina generando (auto)daño; 2) son fundamentales para el bienestar de la
familia; 3) deben resolver y acallar los conflictos generados por la lógica de acumulación capitalista.
Atendiendo a esta conflictividad capital/vida, la autora advierte el peligro que supone idealizar los
cuidados123, al contraponerlos a las actividades reguladas por el mercado (“mientras que el capital
destruye la vida, los cuidados la garantizan”); ya que tiene como efecto que éstos sean esencializados
como naturalmente inherentes a la femineidad (Ibíd., pp. 171- 173). Así las cosas, la nueva división
sexual del trabajo diferenció no sólo las tareas que las mujeres debían realizar, sino también sus
experiencias, sus proyectos de vida, sus posibilidades, sus deseos. Mediante un discurso ideológico que
las interpelaba para ocupar su rol de madres, de esposas, de hacedoras domésticas, de “sostén” de la
familia -el aparato ideológico de Estado fundamental-, éstas quedan reclutadas al trabajo doméstico y
reproductivo. El discurso ideológico y el mandato de género durante este período fueron efectivos en la
medida que pudo sujetar a las mujeres a las actividades domésticas que el sistema requería por parte de
ellas- al mismo tiempo que las constituía como reproductoras, por un lado; y no trabajadoras, por otro.
No sorprende que, por entonces, el matrimonio se presentara como “la verdadera carrera para una
mujer” (Federici, 2010, p. 167) y que la maternidad se haya calificado como una experiencia femenina
ineludible, valorada por encima de cualquier otra, fundamentada en las cualidades naturales de la mujer
para la reproducción y la crianza de lxs hijxs. De qué manera la nueva división sexual del trabajo
reconfiguró las relaciones entre hombres y mujeres es algo que puede verse a partir del amplio debate
que tuvo lugar en la literatura culta y popular de la época acerca de una supuesta naturaleza femenina.
Se estableció que las mujeres eran inherentemente inferiores a los hombres, excesivamente
emocionales, poco razonables, vanidosas, salvajes, despilfarradoras y lujuriosas, incapaces de manejarse
por sí mismas y que, por lo tanto, debían estar bajo control masculino. Estos discursos naturalistas en
torno a las mujeres legitimaron una serie de prácticas de apropiación y violencia contra éstas, similar a la
que recibían “los salvajes indios” (Ibíd., p. 182)124. Lo cual se ha logrado gracias a la complicidad del
Estado con la introducción de leyes y nuevas formas de tortura dirigidas a controlar el comportamiento
de las mujeres dentro y fue ra del ámbito doméstico. En este sentido, Federici destaca que durante los
siglos XVI y XVII, en un contexto de creciente misoginia, al tiempo que se criminalizaba la prostitución se
legalizaba la violación (Federici, 2010, p. 169) así como se radicalizó el proceso condenatorio por
infanticio y por delitos reproductivos (Ibíd., p. 159) para controlar la natalidad. Lo que resulta
sintomático es que una vez que se instaura el sistema capitalista (y patriarcal), el discurso en torno a las
mujeres cambia rotundamente. A partir de entonces, éstas son representadas como “pasivas”, “dulces”,
capaces de “apaciguar a los hombres” y de “ejercer una influencia positiva sobre ellas”. En el cambio de
discurso ideológico sobre las mujeres, se manifiesta que el capitalismo debe justificar y mistificar las
contradicciones incrustadas en sus relaciones sociales (como “la promesa de libertad frente a la realidad
de la coacción generalizada y la promesa de prosperidad, frente a la realidad de penuria generalizada”)
denigrando la “naturaleza” de aquellos a quienes explota: “mujeres, súbditos coloniales, descendientes
de esclavos africanos, inmigrantes desplazados por la globalización125” (Federici, 2010, p. 31). Lo que
manifiesta que la ideología naturalista (Delphy, 1985, p. 15) juega un rol central como instrumento de
dominación, ya que, a partir de una supuesta inferioridad natural, se legitima la dominación y la
hostilidad contra estas alteridades126. En el caso de las identidades feminizadas, la homologación de
éstas con la naturaleza es fundamental para justificar la lógica extractivista del sistema capitalista, que
objetiva sus cuerpos, expropia sus decisiones y sus proyectos
En 1846, Marx y Engels escribieron el La ideología alemana que "la primera división del trabajo es la que
se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos", una división natural causada por
diferencias de edad y sexo, una división que está en consecuencia basada en fundamentos puramente
fisiológicos ( cfr. Brightman 1996: 689). Años después, Engels (1884: 15 8) describió "el estado inferior
de la barbarie", en la tradición de Rousseau y Smith: como una etapa en la que la división del trabajo
"sólo existe entre los dos sexos. El hombre va a la guerra, se dedica a la caza y a la pesca, procura las
materias primas para el alimento y produce los objetos necesarios para dicho propósito. La mujer cuida
de la casa, prepara la comida y hace los vestidos; guisa, hila y cose". Ahora sabemos que Marx al
reproducir la diferenciación entre trabajo productivo e improductivo completó el programa de
devaluación del trabajo femenino y de legitimación del salario familiar de los clásicos. En sus
planteamientos iniciales Marx criticó el sistema de fábrica por minar la capacidad de los hombres de
proveer al sustento de sus familias, al hacer su trabajo, gracias a las nuevas máquinas, asequible a
cualquiera, esto es, "al sustituir los obreros diestros por obreros inexpertos, los hombres por mujeres,
los adultos por niños" (Marx 1849: 38-40). Todos los razonamientos de Marx en El capital acerca de la
maquinaria parten del
Ahora bien, dado que en las últimas décadas las mujeres occidentales han accedido de forma masiva al
mercado laboral, ¿cómo afecta esta nueva situación a la división sexual del trabajo? ¿Cómo se ve
modificada la vida doméstica una vez que los hogares de doble provisión se volvieron más frecuentes? Si
bien, hoy en día, hay una gran cantidad de mujeres que trabajan fuera del hogar o estudian una carrera,
esta situación –a primera vista favorable– no está exenta de limitaciones (Jelin 50). En 103 | P a g e
primer lugar, como muestra un informe del CONICET que recopila los resultados de varios estudios
empíricos13 sobre el trabajo femenino en Argentina “la participación femenina en el mercado de
trabajo se ha concentrado tradicionalmente en el sector servicios y en actividades no reguladas,
caracterizadas por su precariedad e informalidad” (Muñiz Terra 59-60). Así, los ideales de género que
afilian a la mujer con las tareas de cuidado y servicio parecen influir también en su participación laboral
Federici presenta su análisis como una desviación crítica de Marx, como una
corrección de algunas de sus omisiones más graves. Ella acusa a Marx de ignorar el
surgimiento de un orden patriarcal que excluía a las mujeres del trabajo asalariado y
las subordinaba a los hombres. Ella afirma que el marxismo no consideró el papel de
la mujer en la reproducción de la fuerza de trabajo y descuidó la transformación del
cuerpo femenino en «una máquina para la producción de nuevos trabajadores”[1].
Según este enfoque, el sistema capitalista necesitó mano de obra no remunerada no
solo para (re)producir futuros trabajadores sino también para restaurar el bienestar del
trabajador masculino. El ama de casa brindó el soporte físico, emocional y sexual que
el trabajador requería “para no volverse loco después de pasar el día en una línea de
montaje o en una oficina” (Federici 38). La esfera doméstica, a pesar de ser
representada como un ámbito separado del mercado, es lo que permite que siga
funcionando el modelo productivo
Y, ella argumenta, que si Marx hubiera tomado la perspectiva de las mujeres, nunca
habría asociado el capitalismo como un paso hacia la liberación porque hubiera visto
que las mujeres nunca lograron los avances en libertad que lograron los hombres.
Conclusiones Está claro que el rechazo de las mujeres a continuar como trabajadoras
no asalariadas dentro del hogar ha provocado grandes cambios en la organización de
la reproducción social y en las condiciones laborales de las mujeres. Lo que estamos
presenciando es la crisis de la división tradicional del trabajo que confi naba a las
mujeres a las labores reproductivas (no asalariadas) y a los hombres a la producción
de mercancías (asalariadas). Todas las relaciones de poder entre hombres y mujeres
han sido construidas alrededor de esta «diferencia» ya que la mayor parte de las
mujeres no tenían otra alternativa que depender de los hombres para su supervivencia
económica y someterse a la disciplina que conlleva esta dependencia. Tal y como se
ha señalado anteriormente, el cambio principal a este respecto se ha producido
mediante el aumento de la migración de las mujeres al sector de la mano de obra
asalariada que durante los años setenta ha supuesto la principal contribución al
crecimiento socioeconómico de las mujeres. De todas maneras esta estrategia tiene
muchos límites. Mientras que el trabajo masculino ha disminuido durante la última
década, las mujeres hoy en día trabajan más duramente que en el pasado. Esto es
especialmente cierto en el caso de la mujeres cabeza de familia y de las mujeres con
bajos salarios que a menudo se ven forzadas a pluriemplearse para poder llegar a fi nal
de mes.26 El peso con el que aún cargan las mujeres se refl eja claramente en sus
historias clínicas. Se habla mucho acerca de que las mujeres viven más tiempo que los
hombres pero sus dosieres médicos cuentan una historia diferente. Las mujeres,
especialmente las que están en la treintena, lideran las tasas de suicidio en la
población joven, lo que también se puede decir de los índices de consumo 26 El
volumen de mujeres pluriempleadas casi se duplicó durante los años 1969-1979,
aunque puede que las cifras sean en realidad incluso mayores si incluimos los empleos
de la economía sumergida. Para 1969, las mujeres suponían el 19 % de las personas
pluriempleadas, mientras que para 1979 alcanzaban el 30 %. Se calcula que las
mujeres pluriempleadas trabajaban una media de cincuenta y dos horas a la semana.
Monthly Labor Report, vol. 103, núm. 5, mayo de 1980. Revolución en punto cero se
permite la copia © 88 de drogas, crisis emocionales y tratamientos mentales (ya sea
con ingreso o ambulatorios) y presentan muchas más posibilidades de sufrir estrés y
malestar que los hombres.27 Estas estadísticas son síntomas del precio que las
mujeres están pagando, ya sea por dedicar su vida a tiempo completo a ser amas de
casa, ya sea por la pesada carga de la doble jornada laboral, es decir, en cualquier
caso, por el peso de una vida dedicada exclusivamente al trabajo. Claramente, no se
puede producir cambio positivo alguno en las vidas de las mujeres a no ser que se dé
una profunda transformación en las políticas económicas y en las prioridades sociales.
De todas maneras, si se hacen realidad las promesas del recién elegido presidente
Reagan las mujeres tendrán que pelear en una dura batalla si quieren conservar los
logros obtenidos durante los años sesenta y setenta. Se nos dice que las ayudas
sociales se recortarán mientras se incrementan los gastos militares, que los nuevos
recortes en los impuestos estarán diseñados para benefi ciar realmente a las empresas
mientras que proporcionarán poca ayuda a la población con bajos ingresos y ninguna
a los que no reciban ingreso alguno. Es más, el tipo de crecimiento económico que los
«economistas de la oferta»28 del entorno de Reagan están promocionando amenaza
seriamente a las mujeres con una contaminación en aumento, debido a la acumulación
de residuos nucleares y a la desregulación industrial. Esto quiere decir que se repetirán
accidentes como el de la Isla de las Tres Millas o de Canal Love,29 más enfermedades
en las familias, más preocupaciones cotidianas sobre la salud de los hij os y de los
familiares así como sobre la nuestra propia, más trabajo que abarcar.