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FEMENINO.
Resumen
En el campo del deseo y del lenguaje, la cría humana devenida sujeto por
mediación de otro/s entre los que la madre juega un papel central, queda desde
este fundamento constitutivo, existiendo en un cuerpo biológico simbolizado.
Lo cultural habita los cuerpos construyendo desde su discurso a esos cuerpos que
significa junto a sus funciones, potenciales, carencias, destinos, valoraciones,
configurando una "invención del cuerpo" en el decir de J.P Barrán (1995).
En todas las culturas primitivas señala Mircea Eliade (1974) existe la creencia en
un ser superior: intangible, infinito, autocreado, ubicado en el cielo con más
frecuencia que en mares o tierra, y que según la organización social es referido
como masculino o femenino. En su "Tratado de historia de las religiones" (1974)
refiere: “...sin duda, bajo la influencia del matriarcado - la divinidad celeste superior
es femenina.
Rastreables desde el paleolítico superior los cultos a la gran diosa madre según
dichos autores, tienen su máximo predominio en el período neolítico, posterior al
mesolítico ubicado desde el 12.000 al 2000 en Egipto, Mesopotamia y Creta
donde tumbas y megalitos muestran sus huellas.
Los hombres dotados en general de mayor potencia física, son necesarios como
protectores del grupo, aumentando su poder y agresividad cuánto más adversas
son las condiciones ambientales; al tiempo que son prescindibles desde el punto
de vista numérico para la función reproductora, puesto que un solo hombre puede
fecundar a varias mujeres. Las mujeres dotadas como únicas capaces de
embarazo y crianza, más necesarias cuantitativamente a efectos de producir vida
y subsistencia, son entonces recurso grupal a ser asegurado mediante
mecanismos de control y propiedad. La idealización y subordinación femenina
serían entonces, efecto de su valor.
Sobre el final del siglo XX, el antropólogo Maurice Godelier (1986) sostiene que la
división del trabajo y las relaciones de propiedad no explican la
dominación masculina, que propone articulada al narcisismo y a especificidades
de la constitución del poder según órdenes jerárquicos a los que la sexualidad
queda subordinada. Centra sus hipótesis en el estudio de una tribu de Nueva
Guinea, los baruya, organizados sin estado y sin estratificación social definida por
posesión de riqueza. Propone que la dominación masculina se configura por
expropiación y apropiación de los poderes de las mujeres originarias, que perviven
en esta tribu en la creencia de la creación universal como femenina. Las prácticas
sociales reservadas con exclusividad a los hombres legalizan el dominio
masculino, imprescindible para garantir su organización y los significados que
produce. Desde esta visión, llama al uso de la sexualidad desde sus prácticas y
significaciones: "máquina ventrílocua" que sirve en su decir al "decir oficial" del
poder masculino sometedor.
Coincide así con R.Graves quien atribuye a los mitos funciones encubridoras de
violencia. R. Graves en 1961 realiza una historia del mito poético en "La Diosa
Blanca"(1970), sosteniendo que el lenguaje mítico de la antigüedad en la Europa
mediterránea y septentrional era referido a ceremonias religiosas en honor a la
diosa Luna o Musa.
Dice: "Ese lenguaje fue corrompido al final del período minoico cuando invasores
del Asia Central comenzaron a sustituir las instituciones matrilineales por
patrilineales y remodelaron o falsificaron los mitos para justificar los cambios
sociales(negrita es mía, R.V.) Luego vinieron los filósofos griegos, que se oponían
firmemente a la poesía mágica porque amenazaba su nueva religión de la lógica, y
bajo su influencia se elaboró un lenguaje poético racional (ahora llamado clásico)
en honor de su patrono Apolo, y lo impusieron al mundo como la última palabra
…" (negrita es mía, R.V.)
Más adelante agrega: "Sócrates, al volver la espalda a los mitos poéticos, la volvía
en realidad a la diosa Luna que los inspiraba y que exigía que el hombre rindiese a
la mujer su homenaje espiritual y sexual: el llamado amor platónico, la evasión del
filósofo del poder de la diosa para entregarse a la homosexualidad era realmente
el amor socrático".
El predominio masculino tanto religioso como mítico se impone en
occidente desde Grecia y el Imperio romano politeístas en una jerarquía de dioses
en la que el supremo es masculino (Zeus, Apolo) hasta la religión monoteísta
judeocristiana que aumenta el poder del hombre ahora como dios único y
omnímodo.
Primer considerando
M, Langer (1950) hipotetiza que la hostilidad contra la mujer que recorre los siglos,
tiene como base el odio y el temor que niñas y varones han tenido frente a la
madre, debido a la intensa dependencia y gran ambivalencia que la misma
conlleva. La dependencia del infans, primera fuente del odio de las hijas hacia la
madre, se modifica cuando las niñas en su mayoría se transforman en madres,
conquistando desde la identificación reforzada, lo otrora envidiado.
Segundo considerando
Desde un orden androcéntrico que da por natural, evidente y obligatorio el
predominio del varón, el dominio masculino y la sumisión femenina ¿cómo podría
un sujeto y en especial un sujeto mujer, rebelarse frente a su indiscutible verdad y
pagar entonces con un sin lugar en el "contrato narcisista", como lo denomina P,
Aulagnier (1977) que otorga pertenencia a la especie y al conjunto social como
entrelazado significante, en tanto se le reproduzca?
El fantasma del padre castrado poco atendido por el psicoanálisis como fantasma
en las mujeres, convocó sin embargo el interés de psicoanalistas mujeres que han
escrito sobre la sexualidad femenina, pero sin considerar el tema del género.
Joyce Mac Dougal (1985) ha mostrado la angustia femenina frente al fantasma del
padre castrado por la madre, en la mujer llamada por ella "mujer viril", que
diferencia con finura de la mujer homosexual. Señala: "la imago fálica paterna
cede su sitio a una imagen del padre que se esboza como una figura impotente y
mutilable" y en correlación, una imagen materna que lleva a vivir a sus madres
como: "más poderosas que el padre y además como castradoras para él".
Género y subjetividad
A partir de 1955 John Money (1956) y Robert Stoller (1952), incorporan el término
género en la medicina y desde ella ingresa en el campo de la psiquiatría y la
psicología. Money distingue varios sexos (genético, gonadal, morfológico interno y
externo) ampliando la noción biológica de identidad sexual, al tiempo que
reformula sus alcances al destacar el papel determinante de las creencias y
expectativas de los padres en relación con el cuerpo sexuado del hijo, como un
conjunto de atributos y conductas atribuidas a los sexos a las que denomina
"gender role" (papel del género). La identidad de varón o de niña emerge como
resultante de la interacción biología- intersubjetividad, y adquiere así una
dimensión constructiva, de proceso de significación, de ligadura al mundo afectivo
y simbólico, alejándose de un dado biológico ajeno a la experiencia interhumana.
La identificación como "...la forma más originaria de ligazón afectiva con un objeto"
así descripta por Freud en 1921, corresponde a la nominada identificación primaria
en 1923. En "El yo y el ello" esta identificación primera es referida de entrada al
"padre de la prehistoria personal ", y en agregado al pie de página amplía su
alcance a: "con los progenitores, pues padre y madre no se valoran como
diferentes antes de tener noticia sobre la diferencia de los sexos...“. La
identificación primaria, primera, es para Freud, anterior al complejo edípico que se
apoya en el reconocimiento de esa diferencia.
Si desde el Edipo el varón debe tomar al padre como figura de identificación que le
permita distinguirse de la simbiosis primera con la madre e instalarse en rivalidad
con él, la niña para separarse de su madre, tendrá además que idealizar al padre,
amarlo para instalarse como deseante del varón.
¿Cómo estructurará una niña identificada siempre en un cierto nivel con su madre
y su padre, su propia identidad, si la experiencia en la intersubjetividad familiar
entra en colisión con el discurso patriarcal que al prescribir la dominación
masculina, sostiene el fracaso del hombre que no cumpla con esa prescripción?
Así niñas y varones percibirán a su padre como "debe ser" o emergerá un padre
ubicado en el reverso del discurso: débil, impotente, devaluado, castrado. La
representación del padre castrado, supone una secuencia castrador - castrado,
guión en el que la que la acción castradora requiere del ejercicio de un poder. La
madre, siempre poderosa por su valor real -fantasmático desde la huella del
desamparo originario, oferta soporte transferencial como figura de poder. Y a ese
poder materno que desde el amparo sostuvo la vida biológica del infante desvalido
cuyo ser erotizó, narcisizó, subjetivizó, ¿qué lo hace suficientemente bueno,
parafraseando a Winnicott y qué no? ¿Qué operación significante puede mudar
ese poder experimentado como sostenedor de vida, en poder destructivo?
La idea de los tres espacios: intra, inter y transubjetivo, resulta operativa para
entender la dificultad en distinguir la palabra (que incluye fantasma) como una
distinta de otra, en el entretejido de sus discursos. R. Kaës (1967) denomina
"isomorfismo" a la búsqueda de coincidencia del psiquismo individual con el
conjunto de pertenencia y "homomorfismo" a la búsqueda de la propia identidad
con respecto al conjunto y concibe en pugna estas tendencias.
La eficacia del discurso patriarcal tiene entre sus múltiples soportes la capacidad
de censurar los significantes que se le oponen que tenderán a retornar como
síntomas y/o buscar otras modalidades expresivas.
"El trastorno hacia lo contrario" (1915), señalado por Freud como un destino
pulsional, puede operar en los tres espacios y sus efectos en la subjetividad
determinar destinos singulares y sociales.
No hay región en el mundo cristiano sin virgen protectora, sin una: su virgen
madre amparante, que habita iglesias, paredes domésticas, estampitas en los
espejos de las casas, en dijes de pulseras y cadenas, en los nombres propios de
mujeres y varones. El cristianismo al tiempo que afirma el poder de dios padre
universal, se centra en la figura de Jesucristo, hijo y varón desvalido, atormentado
y crucificado por poderes que lo exceden.
El misterio de la Santísima Trinidad del hijo, padre y espíritu santo implica entre
sus oscuridades una peculiar articulación de omnipotencia e impotencia en la que
el hijo, único encarnado, facilita al creyente sustento identificatorio en la figura del
sufrimiento. La virgen María excluida de la trinidad santa, beatificada madre y
ocultada en tanto mujer sexuada; borrada su vida como madre - mujer de todo
relato, diríamos hoy ubicada como vientre aloja embriones, es sin embargo, la
figura más múltiple dentro y fuera de iglesias.
Son cotidianas en el mundo cristiano las procesiones hacia grutas o iglesias donde
se espera de la virgen - madre, por lo menos un "enternecerse con sus súplicas".
Cuando de amparo se trata, la esperanza de compasión empuja a los fieles en
occidente, más que hacia dios padre universal, hacia una virgen milagrosa, un
santo experto de la pena por haber sido antes humano doliente, y hacia Jesús el
hijo.
Dice Freud en 1930: "Después de que el hombre primordial hubo descubierto que
estaba en su mano- entiéndaselo literalmente- mejorar su suerte sobre la Tierra
mediante el trabajo, no pudo serle indiferente que otro trabajara con él o contra
él (la negrita es mía, R.V.). Y más adelante: "Eso dio al macho un motivo para
retener junto a sí a la mujer o, más en general, a los objetos sexuales; las
hembras, que no querían separarse de sus desvalidos vástagos (la negrita es
mía, R.V), se vieron obligadas a quedarse junto al macho más fuerte, justamente
en interés de aquellos.
¿Cómo conciliar esta descripción freudiana de la mujer - madre que se mueve "en
interés de sus desvalidos vástagos", que sitúa al amor como punto central
y sabemos que "el odio es más antiguo que el amor"(1915) con otras
descripciones suyas sobre la mujer como narcisista, de débil superyó,
configurando una suerte de esencia de lo femenino?
Una propuesta
Mi visión ubica una fuente importante del origen de la culpa en la fantasía del
padre dañado. La falta fantaseada de la que emerge culpa, la transgresión a
castigar, el sufrimiento ligado a un potente lazo con otro, pone el sello del
masoquismo y se distingue del narcisismo moral como lo denomina A. Green
(1983) y del masoquismo narcisista que describe H. Bleichmar (1983) en los que
sufrimiento y satisfacción se circunscriben al ser - valer del sujeto que no sólo no
siente culpa, sino que tiende a hacer del otro un objeto para sí.
Intentaré tras una mínima descripción de tres de estas pacientes, mostrar desde
sus sueños, la angustia como consecuencia del fantasma del padre castrado y sus
efectos en la elección de pareja. En estas mujeres conviven identificaciones
paternas y maternas que implican representaciones del padre como castrado y de
la madre como castradora junto a contraidentificaciones, configurando dinámicas
psíquicas y vinculares organizadas a predominio de la identificación y
contraidentificación materna retenidas junto a la identificación paterna,
desplazando la contraidentificación paterna al hombre con quien tienden a
constituir pareja.
La identificación con la madre castradora del padre las lleva a sentirse culpables,
en falta; y la contraidentificación a dar testimonio de inocencia, de su "no ser"
como la madre, sirviéndose paradojalmente de los emblemas maternos de la
denominada por D, Stern (1995) "constelación maternal". La misma incluye una
configuración vincular que exige al polo materno: éxito en garantir vida y
crecimiento, generación de intercambio de amor madre - bebé, reformulación de
identidad que implica identificaciones maternas y al vínculo madre - hija y/o sus
inscripciones.
En esos hombres "síntomas" persiste sin resolver el fantasma del padre débil,
castrado, junto a la ilusión de su reparación en la imagen de potencia y fuerza que
aparentan desde la violencia.
Verónica
Sus padres figuran como excelentes en los primeros tiempos del análisis, hasta
que lentamente va apareciendo una pareja parental extremadamente violenta
(golpes, cuchillos, sangre, terror), violencia de la que participó obligada desde la
infancia temprana. Ambos aparecen como una suerte de boxeadores en un ring,
en una lucha en la que cualquiera podría derribar al otro.
Dice haber temido por ambos, pero en los sueños el miedo está centrado en el
padre. Referiré de los varios, uno.
Mariela
Aludiré brevemente a dos sueños que muestran el fantasma del padre castrado y
de los vaivenes identificatorios de Mariela.
1) "Mi madre y mi hermano están haciendo un cocido en una gran olla, en el fondo
de mi casa de infancia. Con espanto, me doy cuenta que van a meter en la olla a
mi padre, al que veo venir, y trato desesperadamente de avisarle del peligro que
corre. Papá llega a casa, y ante mi sorpresa y alivio, me entero que en realidad
ellos están cocinando un pato"
Lía
1) "Era la sala de mi casa de cuando era chica, mi padre está muerto, en un cajón
sin tapa. Nadie se percata, yo lo veo y me desespero".
Mito y fantasma
Caplan, P. (1984) sostiene que la acción del mito, los mitos patriarcales actuando
sobre la condición femenina, es suficiente para explicar la presencia de fantasmas
masoquistas en las mujeres.
En los tres casos que refiero, la madre parecía realmente tener un fuerte poder
doméstico, pero de ello exclusivamente ¿proviene la fantasía de padre castrado?
¿Por qué sería castrado un padre si fuera más débil que la madre?
¿Es posible imaginar, ver, representar aún aquello que no está, desde un
imaginario colectivo que dicta tanto representaciones como modos de representar
y significar? ¿Por qué a esas mujeres les preocupa tanto la integridad del padre?
¿Por qué no pueden decirse que si en tal caso, así fue, eso no les compete?
¿Cómo explicar esas vidas atormentadas por hombres que les castigan de
dispares maneras, a quienes cuidan, sostienen, protegen, se someten?
En Edipo en Colono (406 a.C.) este brevísimo diálogo muestra el corazón del
vínculo hija padre
En Electra (417a.C.) el vínculo hija padre, o fantaseado como tal por la hija,
queda a la luz desde el decir de Electra:
“Pero no admito abandonar esto, ¡no, no lo quiera dios!, dejar de llorar a mi padre
infeliz."
Antígona y Electra no tuvieron vida erótica ni hijos, ¿por qué renunciaron a todo
don femenino?
Las actuales Antígona y Electra parecen sin saberlo querer reparar en su padre
"castrado", no sólo el poder del propio padre, sino el que mitología,
teorías, literatura: productos del poder patriarcal indican como obligación y
derecho masculino, quedándose ellas mismas fuera de todo abrigo, abrigando a
otros.
Las mismas podrían pensarse como destinos sublimados de conflictos entre mitos,
correspondientes a distintas etapas históricas.
R. Graves (1985) destaca que la diosa Hestia, la única entre todas que no
participa en guerras "Era la diosa del Hogar y en todas las casas particulares y
ayuntamientos protegía a los suplicantes que corrían a pedirle protección. A Hestia
se le rendía una reverencia universal, no sólo por ser la más apacible, la más
recta, la más caritativa de todas las deidades olímpicas, sino también por haber
inventado el arte de construir casas; y su fuego era tan sagrado que si alguna vez
se apagaba en un hogar, tanto si sucedía por accidente o como señal de luto, se
reavivaban las llamas con la ayuda de una rueda de encender".
¿Cuánto pone a la luz este mito menor y perdido una verdad que lo mítico
predominante ha disfrazado?
Mujeres y el otro/s
Para finalizar aludiré apenas a algunas rebeliones en relación con el valor superior
del padre patriarcal, desde la clínica psicoanalítica y la literatura universal, como
muestra de una larga siembra en las fisuras del discurso hegemónico.
Desde la clínica elijo destacar dos casos "clásicos", en los que el narcisismo
patológico del padre, no de la madre, colaboró decisivamente en la psicosis del
hijo: tales los casos Schreber de S. Freud (1911) y Philippe de P. Aulagnier (1977),
elocuentes y ampliamente descriptos.
Desde la narrativa recuerdo voces que intentan denunciar el abuso del poder
masculino. La voz lejana de Desdémona en el "Otelo" de Shakespeare (1604), la
más cercana de Kafka en su "Carta al padre" (1919), y próximas las de cientos de
voces de mujeres que hoy cuentan de sus vidas, o de las de otras mujeres a la
manera de "Historias de mujeres" como llama Rosa Montero a uno de sus libros.
Bibliografía
--- (1921) Psicología de las masas y análisis del yo. Buenos Aires: Amorrortu
editores, tomo XVIII, página 101.
--- (1923) El yo y el ello. Buenos Aires: Amorrortu editores, tomo XIX, página 33.
--- (1914) Introducción del narcisismo. Buenos Aires: Amorrortu editores, tomo XIV,
página 97.
--- (1915) La represión. Buenos Aires: Amorrortu editores, tomo XIV, página 144.
--- (1915) Pulsiones y destinos de pulsión. Buenos Aires: Amorrortu editores, tomo
XIV, páginas 133 y 122
Graves, R. (1970) La Diosa Blanca. Buenos Aires: Editorial Losada, página 10.