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FRANCISCO MARTÍNEZ GARCÍA

VIVIR EL AÑ O LITÚRGICO

LA REPRODUCCIÓN, A LO VIVO,
DE CRISTO EN LA COM UNID AD

La santidad y el magisterio estructurantes


de la Iglesia

D O C U M EN T O BASE
DEL CATECUMENADO «RE-VI-BE»

Herder
© 2002, Empresa Editorial Herder, S.A., Barcelona

ISBN: 84-254-2291-4________________ Herder_____________ Código catálogo: REL2291


PRÓLOGO

Desde hace años, D. Francisco Martínez se siente vinculado al Monas­


terio de Montserrat. Este es el motivo de haber recibido la invitación de
redactar el prólogo de este libro, que viene a sumarse a los ya publicados
por el autor en la editorial Herder. Lo escribo con mucho gusto, desde la
sinceridad y el aprecio.
Pro-logo significa lo que va delante de la palabra, algo que se antepone
al texto elaborado por quien se hace responsable del contenido del libro. Por
supuesto, el objetivo es animar al lector a seguir adelante, a perseverar en la
lectura hasta llegar al final del camino que se inicia con estas páginas.
Pues sí. Ya de entrada afirmo que merece la pena confiarse a la lectura
de esta obra de D. Francisco Martínez. Y esto por diversas razones, que se
podrían agrupar en dos: las que se refieren al contenido de la obra y las rela­
tivas a la persona del autor.
Vivir el año litúrgico se nos presenta como un método para la renova­
ción de la vida cristiana, combinando el trabajo de profundización perso­
nal con la dinámica de grupos. Esto no es nuevo, y se inscribe en la serie de
intentos —unos más y otros menos acertados—, que han ido surgiendo en los
últimos decenios, por dar un nuevo empuje y vitalidad al «ser» y al «vivir»
de los fieles y de las comunidades. Lo que me parece digno de mención
en esta obra, y lo que le confiere además un sello especial, es el papel cen­
tral que concede al misterio de Cristo, tal y como se despliega a lo largo del
año litúrgico. En este punto, Vivir el año litúrgico recoge las grandes intui­
ciones del Vaticano II, por lo menos en un doble aspecto.
En primer lugar por su cristocentrismo, que incluye y recoge todos
los momentos, los ritmos y las grandes líneas de fuerza de la vida cristia­
na, tanto a nivel personal como colectivo. La renovación que necesitamos
todos pasa por redescubrir, o mejor reencontrar, por obra del Espíritu San­
to, la persona viva de Cristo. Por Él, con Él y en Él, recibimos el don inme­
recido de la salvación, del perdón y de la vida, y recobramos la posibilidad
de conocer y glorificar al Padre.
En segundo lugar, el libro destaca por el papel concedido a la liturgia,
entendida en su sentido más amplio. El año litúrgico es presentado y con­
cebido como el medio en el cual, y por el cual, la Iglesia nos pone en con­
tacto con Cristo resucitado, en estos «últimos tiempos» -según el dicho del
Apóstol-, que son los que nos toca vivir. Es significativo que el elemento
fundamental que nos ofrece el autor, para llevar a cabo un trabajo de reno­
vación cristiana tan necesario como ineludible, sea la celebración de los mis­
terios de Cristo a lo largo del año litúrgico. La experiencia de vida cristia­
na que se va fraguando por medio de la celebración asidua de la liturgia,
asegura un anclaje firme en el dato objetivo de la revelación, en el realis­
mo de la encarnación, de la cruz y de la resurrección, y al mismo tiempo
incorpora todos los resortes de nuestra personalidad, desde la inteligencia a
la sensibilidad. Este despliegue harmónico de la experiencia cristiana res­
ponde a uno de los deseos más vivos expresados por el Concilio Vaticano
II, y se puede considerar como uno de los retos más importantes de la refor­
ma litúrgica postconciliar. Pero todavía estamos muy lejos de haber alcan­
zado los niveles deseados en el Pueblo cristiano. De ahí que este libro sea
muy bienvenido.
Tengo la impresión de que todo esto no es ajeno a la biografía de D.
Francisco Martínez. Como dice el adagio: Ex abundantia cordis os loqui-
tur. Deseo señalar aquí tan sólo tres puntos de la personalidad del autor
que, a mi entender, ayudan a comprender mejor el contenido y el objeti­
vo de este libro.
En primer lugar su celo pastoral. Basta un breve contacto con D. Fran­
cisco para percibir esta característica de su vocación. Estoy seguro de que el
ingente trabajo que hay detrás de las páginas que siguen, no ha sido moti­
vado por otra cosa que por el deseo de dar a conocer el tesoro de una vida
cristiana, y sacerdotal, vivida con gozo, con entrega y con decisión. No hay
afán de protagonismo personal, ni tan sólo de «orgullo institucional», esa
forma tan sutil de la autoafirmación. Como prueba me remito al texto titu­
lado «El Método» n. 9: ...«es un método, no un fin. Se desvanece y termi­
na cuando haya acompañado suficientemente al sujeto, o al grupo, para que
hayan tenido una ocasión de obtener una madurez hum ana y espiritual
tal que se sientan en sintonía connatural con la liturgia y el evangelio cono­
cidos y vividos en gozosa profundidad».
Este amor por su vocación presbiteral, ha llevado al autor a una sensi­
bilidad especial por las cuestiones de actualidad. El mundo de hoy, el hom­
bre y la mujer de hoy, la Iglesia de hoy, es lo que preocupa y mueve al autor
en su intento por mostrar un camino de renovación cristiana, con una visión
lo más amplia y global posible de la persona humana, de sus capacidades
y de sus anhelos más vivos. De ahí el interés por las ciencias humanas, por
el trabajo y la dinámica de grupos, por todo aquello que configura la vida
del hom bre de la calle, del cristiano de hoy. Esto lleva al autor a realizar
algunos análisis críticos de la situación actual, tanto dentro como fuera de
la Iglesia, abarcando así desde Ta problemática de las celebraciones litúrgi­
cas o de la vivencia cristiana del domingo, hasta la noción de fiesta o las difi­
cultades para vivir «en comunidad» en una sociedad cada vez más indivi­
dualista.
Finalmente, quisiera subrayar un tercer aspecto de la personalidad de
D. Francisco, y es su amor por la vida monástica. Es un aprecio tejido por
la amistad con monjes y monjas y por la frecuentación de los monaste­
rios, sobre la base de la sólida convicción de que en la tradición monástica
uno se pone en contacto con la fuente de la espiritualidad de la Iglesia indi­
visa, que es la espiritualidad litúrgica. Un amor quizás salpicado de cierta
nostalgia y probablemente de una excesiva admiración, pero que refleja el
palpitar de aquel monje que todos llevamos dentro y que no cesa de empu­
jarnos a proclamar, en medio de la plaza del mercado, al Unico necesario,
al Señor de nuestras vidas, al Salvador del mundo: Jesucristo, Dios y H om ­
bre verdadero, el Esposo que viene a rescatarnos del pecado y de la muerte,
con quien entramos en comunión en las celebraciones litúrgicas y a quien
esperamos y deseamos, con las lámparas encendidas, en su plena manifes­
tación al final de los tiempos.

+ Josep M. Soler
Abad de Montserrat
SUMARIO

Prólogo del Abad de Montserrat ........................................................ 5

Primera parte
El método RE-VI-BE

El método: hacia una organización evangélica del corazón


por la amistad y la fe de la Iglesia................................................... 15
Guía para las reuniones del grupo ...................................................... 25
Advertencias sobre el uso de los m ateriales........................................ 29
¿Por qué un proceso de renovación de la vida cristiana basado
en el Año Litúrgico? ........................................................................ 31
«Entrar dentro»... del M iste rio ............................................................. 33

Segunda parte
En los fundamentos del Año Litúrgico

1. Hacia el encuentro y la experiencia de D io s ............................... 43

2. Centralidad de la palabra en la vida cristiana............................. 53


In troducción..................................................................................... 53
I. El lenguaje como mediación del s e r..................................... 54
II. La vida cristiana es la respuesta a la p ala b ra ....................... 60
III. La palabra de Dios en la Ig lesia............................................. 62
IV. La encarnación de la palabra en los diversos niveles de fe
o de increencia ........................................................................ 74
V. Hacia una nueva conciencia ................................................. 78

3. El domingo, «el día del Señor»...................................................... 81


I. El domingo actual, un nudo de contradicciones .............. 81
II. El domingo en la tradición bíblica y eclesial ...................... 85
III. Significado teológico y litúrgico del d o m in g o .................... 88
IV. Los grandes signos del domingo .......................................... 96
V. Vivir según el d o m in g o .......................................................... 105

4. El Año Litúrgico: la imagen de Cristo, a lo vivo,


en la comunidad.............................................................................. 109

5- ¿Por qué y cómo orar con la palabra de Dios ai ritmo


del Año Litúrgico?.......................................................................... 121
Ejercido práctico de oración profunda. Orar la palabra
de Dios: dejarme mirar, hablar y amar por é l......................... 129

Tercera parte
Los tiempos del Año Litúrgico

I. Ciclo Adviento-Navidad

1. El Adviento, la gran espera............................................................. 135


I. Las tres venidas de Cristo ...................................................... 135
II. Cristo está viniendo: el misterio de la litu r g ia .................... 138
III. Los grandes testigos del Adviento ........................................ 139
IV. La celebración del Adviento ................................................. 142
V. Actitudes fundamentales en el A d v ie n to ............................. 145
VI. La espiritualidad del A dviento............................................... 148

2. Adviento: Las grandes plegarias de la Biblia, del misal y


de la tradición espiritual........................................................,. . . ■ 149
1. Ejercicio práctico de oración profunda: ¡ven, SeñorJesús! .. 165
2. Ejercicio práctico de oración profunda: el Adviento,
tiempo de salvación............................................................. 169

3. Vivencia de la Navidad-Epifanía ................................................. 179


I. Historia de la celebración de la N a v id a d ............................ 179
II. Significación y contenido de la Navidad-Epifanía............. 183
III. La celebración de la N avidad................................................. 189
IV. El mensaje espiritual de la Navidad-Epifanía....................... 192

4. Navidad-Epifanía: Las grandes plegarias de la Biblia,


del misal y de la tradición espiritual............................................. 197
Ejercicio práctico de oración profunda: Navidad, Dios
se hace hombre para que el hombre se haga D ios.................... 211
1. La Cuaresma, camino de la Pascua ............................................. 215
I. Sentido general de la C uaresm a............................................. 215
II. Historia de la Cuaresma ....................................................... 219
III. Los elementos específicos de la C u are sm a ........................... 222
IV. La gran didascalia de la Iglesia: enseñanza e iniciación . . . . 232
V. Las diferentes fases de la C u are sm a ...................................... 236
VI. Mensaje y mística de la C uaresm a....................................... 236

2. La Cuaresma, la salvación por la C r u z ........................................ 241


I. La Cruz, fuerza de Dios y clave de la vida c ristia n a ........... 241
II. Orientaciones para dar marco adecuado a la o ra c ió n ......... 245

3. Cuaresma: las grandes plegarias de la Biblia, del misal y


de la tradición espiritual................................................................. 251
1. Ejercicio práctico de meditación profunda: La dicha de la
Cruz: el amor gozoso y específico de Cristo y los cristianos.. 269
2. Ejercicio práctico de meditación profunda: Cuaresma:
Convertios a m í de todo corazón........................................ 274
3. Ejercicio práctico de meditación profunda: «El Padre
le vio cuando estaba lejos y se conmovieron sus entrañas» . 280
4. Ejercicio práctico de meditación profunda: Cristo vencedor
haciéndose víctim a............................................................... 285

4. La Pascua cristian a.......................................................................... 295


I. Un punto absoluto de p a rtid a ............................................... 295
II. Historia de la celebración de la Pascua ............................... 295
III. El núcleo de la Pascua: Un idéntico misterio
en tres aspectos fundamentales ............................................. 307
IV. El contenido espiritual de la Pascua...................................... 308

5. La vivencia espiritual de la Pascua cristiana: el triduo


por dentro ....................................................................................... 311

E l jueves sa n to ................................................................................... 312


I. Historia, celebración y valores............................................... 312
II. Oraciones de la Biblia, del misal y de la tradición espiritual. 314
Ejercicio práctico de meditación profunda: en la Eucaristía
somos lo que recibimos ............................................................ 321
E l viernes sa n to ................................................................................. 325
I. Historia, celebración y valores............................................... 325
II. Oraciones de la Biblia, de la misa y de la tradición
espiritual................................................................................... 326
Ejercicio práctico de meditación profunda: La muerte de Cristo
como entrega de amor ............................................................... 330

E l sábado sa n to ................................................................................. 333


Historia y significado ............................................................. 333
Ejercicio práctico de oración profunda: abandonarnos en Dios 334

La vigilia p a sc u a l............................................................................ 338


I. Preparación: la Pascua, el día que hace el S eñor.................. 338
II. Celebración............................................................................... 342

6. Pascua: las grandes plegarias de la Biblia, del misal y de la


tradición espiritual.......................................................................... 345

7. Tiempo Pascual y de Pentecostés.................................................. 365


I. Pascua y Pentecostés..................................... 365
II. Historia de la celebraciónde Pentecostés............................... 367
III. Significado y contenido del tiempo pascual......................... 369
IV. La palabra de Dios durante el tiempo p asc u al.................... 371
V. Pentecostés y la acción p asto ra l............. •.............................. 372
VI. Valores y actitudes pascuales............................................ 373
VII. Plegarias de Pentecostés..................................................... 374
1. Ejercicio práctico de oración profunda: Pentecostés,
«lafuerza de lo alto»............................................................. 381
2. Ejercicio práctico de oración profunda: «La Trinidad:
fuente, modelo y destino»............................................... 386

III. María en el año litúrgico

I. La inserción de María en el año litúrgico: H is to r ia .......... 391


II. El fundamento teológico del culto a María y con María . . 401
III. La Virgen, modelo de la Iglesia en el ejercicio del culto . . . 408
IV. Implicaciones espirituales y pastorales del culto a María
y con M aría......................................................................... 410
Ejercicio práctico de meditación profunda: Decir «sí» a Dios
en el «sí» de M a ría ............................................................... 418
Primera parte

EL M É T O D O «REVIBE»
(Renovación-vida-Berit)

LA RENOVACIÓN DE LA VIDA CRISTIANA


POR LA ORACIÓN Y LA AMISTAD
EL MÉTODO
HACIA UNA ORGANIZACIÓN DEL CORAZÓN
PO R LA AMISTAD Y LA FE DE LA IGLESIA

1. DEN O M IN A CIÓ N

El Método «RE-VI-BE» (Renovación Vida Berit) es un proceso de reno­


vación de la vida cristiana (a la manera de un catecumenado de adultos),
propuesto y alentado por el Centro de Espiritualidad «Berit» (Zaragoza).

2. OBJETIVO FUNDAMENTAL

Es un proyecto de organización evangélica del corazón centrado en la


vivencia sólida del Misterio de Cristo tal como la Iglesia lo celebra en el año
litúrgico y en referencia con los contenidos y experiencias centrales de la Reve­
lación, de la liturgia y de la espiritualidad. Este proyecto está, además, apo­
yado en la fuerza transformadora de la oración evangélica, personal y comu­
nitaria, y en la ayuda fraterna del pequeño grupo de amistad en la fe.

3. PROCESO M ETO D O LÓ G IC O

El Método conduce a quienes lo experimentan por un camino con dos


sendas paralelas mutuamente implicadas y trabadas:

a) El seguimiento vivencial del año litúrgico, como proceso que actua­


liza y revive sacramentalmente en la comunidad creyente la persona y los
misterios de la vida del Señor.
b) La iniciación y maduración en los aspectos-clave del misterio cris­
tiano y que aquí se describen mediante:
— los temas fundamentales de la vida cristiana,
— los exámenes de conciencia, o escrutinios,
— y los ejercicios prácticos de meditación profunda, personal y comu­
nitaria, con los textos más apropiados de la Biblia y de la liturgia,
de Cristo y de la Iglesia.
Dando siempre prioridad, en el tiempo correspondiente, a los temas
y plegarias del año litúrgico, los temas de iniciación y maduración en los
aspectos claves comunes, con sus oraciones y exámenes, son seguidos y asi­
milados, bien en los mismos tiempos fuertes del año litúrgico (Adviento-
Navidad, Cuaresma-Pascua), bien en el tiempo «ordinario» durante el año.

4. LOS PUNTOS FUERTES DE APOYO DEL M ÉTO D O

El Método «RE-VI-BE» se apoya fundamentalmente en:

1. El Misterio de Cristo, es decir, la persona y mensaje de Jesús, su


muerte y resurrección, su Espíritu animando y vivificando a la hum ani­
dad nueva, tal como se revela en los evangelios, en San Pablo y demás escri­
tos del Nuevo Testamento, y tal como ha sido vivido en la celebración secu­
lar de la liturgia y en la experiencia original de una espiritualidad
medularmente cristocéntrica.

2. La Liturgia, «fuente y cima de la vida cristiana», como aconteci­


miento de la presencia entre nosotros del Cristo celeste haciendo vivas y
actuales su palabra y los misterios de su vida, para animar y vivificar en ellos
a la comunidad que los celebra.

3. La Biblia, como revelación de Dios y de su designio salvador. La


palabra de Dios no es un acontecimiento del pasado que hoy se conserva
como documento. Es siempre acontecimiento vivo y actual. La relectura,
hecha en las celebraciones de la fe, es un elemento constitutivo del texto.
La palabra de Dios nació para ser proclamada continuamente, en todos los
tiempos y lugares. La vida cristiana sólo puede ser concebida como respuesta
a la palabra de Dios.

4. La Oración, como convivencia progresiva con Dios, vivida en sin­


cera amistad y comunicación transformante con él. Oración, unas veces
personal y otras comunitaria; practicada, en ocasiones, en asamblea litúr­
gica, y en otras, como grupo libre y de amistad. Oración normalmente
íntim a y secreta ante el Padre de los Cielos; pero también, en algunos
momentos, como espacio fuerte y denso en el que la palabra de Dios pone
al grupo de amistad en fuerte trance de nuevas disponibilidades, de cam­
bio, de renovación, de opciones evangélicas, de reconciliación, de solida­
ridad y compromiso, implicándonos en el proceso de salir de nosotros,
de caminar hacia él, de centram os del todo en él, de salir nuevos por
él y en él.

5. El grupo de amistad en la fe, ya que está prometida una presencia


especial del Señor allí donde varios se reúnen en su nombre. El proceso fun­
damental se realiza en un grupo de amistad fraterna comprometido en un
estilo de comunicación que intercambia, enriquece y desarrolla la persona­
lidad, el espíritu y los valores personalistas y cristianos de la convivencia.

6. La historia y la sociedad, como lugares imprescindibles donde lee­


mos la voluntad de Dios y en los que nos hacemos responsablemente pre­
sentes y solidarios mediante una fe y una caridad evangélicas y activas.

5. M ED IO S

Los contenidos del método «RE-VI-BE» se entregan impresos en cua­


tro clases de documentos:

1. Los temas referidos al Año Litúrgico. Contienen tres partes. En


primer lugar unas declaraciones sobre la naturaleza y desarrollo del méto­
do Re-vi-be. En segundo lugar, los presupuestos necesarios para seguir ade­
cuadamente el año litúrgico: la experiencia de Dios, la centralidad de la
palabra divina, la importancia del domingo cristiano, el contenido y natu­
raleza del año litúrgico. En tercer lugar se hace una descripción del curso
del año litúrgico explicando la historia de los ciclos y de las fiestas, su sig­
nificado, su celebración, la espiritualidad de cada tiempo, ofreciendo en
cada ciclo las grandes plegarias de la más pura tradición de la Iglesia de
todos los tiempos. Se ofrecen también unos ejercicios prácticos de medi­
tación profunda con el objetivo de hacer posible la maduración y trans­
formación. La finalidad es ayudar al seguimiento del año litúrgico tal como
lo ha vivido la fe de la Iglesia Apostólica, la de los Padres y la de los siglos
posteriores.

2. Temas fundamentales de la vida cristiana y católica. Contienen


síntesis de los temas clave del Misterio de Cristo o de la vida cristiana, tal
como están esbozados en los estudios bíblicos, teológicos, espirituales, actua­
les y sólidqs. Su finalidad es la iluminación de la conciencia y el ensancha­
miento gozoso de la afectividad. Sirven para la lectura y reflexión personal
y la puesta en común del grupo. Ayudan considerablemente a intercambiar
la experiencia que se tiene de cada tema antes y después de haber sido asi­
milado. Al final de cada tema se ofrecen unas preguntas que tienen como
objeto animar el diálogo en el grupo.

3. Ejercicios prácticos de meditación profunda. Están contenidos o


bien dentro del proceso del año litúrgico, o bien en el libro «Dejarnos hablar
por Dios». Son preferentemente textos bíblicos y litúrgicos, enmarcados en
un comentario más bien parco y lacónico, y que se refieren a los aspectos
fundamentales de la vida cristiana. Lo que en los temas fundamentales es
luz, aquí es plegaria y comunión. Sirven para acompañar la oración pro­
funda, personal o comunitaria, bien diariamente, bien en momentos espe­
ciales de retiro y de silencio o de reunión. Cada uno de estos temas de
oración puede tener una duración ilimitada. Depende del ritmo de asimi­
lación de su contenido.

4. Exámenes de conciencia. Tienen como objetivo dilatar y sensibi­


lizar la conciencia en relación con el plan de Dios. Son fundamentalmen­
te cuatro: el inconsciente histórico, o las confusiones de la verdad con la
costumbre; el amor propio; las bienaventuranzas; y el sentido comunita­
rio de la fe. La finalidad última es la realización de una organización evan­
gélica del corazón.

6. DURACIÓN DE LA EXPERIENCIA

El tiempo de esta experiencia es indefinido. Como quiera que lo pre­


tendido es alcanzar una vivencia madura, el tiempo de duración varía según
el ánimo de las personas y de los grupos. Difícilmente puede alcanzarse
una maduración positiva en un tiempo inferior a los tres años. El ritmo
adecuado lo determina cada equipo, pues lo importante no es correr, sino
aprovechar. Es fundamental que sea experimentado de una forma con­
tinua.
Una vez concluida la experiencia, se propone un estudio indefinido de
los libros bíblicos, en especial a aquellos que constituyen la trama del año
litúrgico, mediante una formación permanente realizada en tiempos opor­
tunos en cada año o curso.
a) Personal. Lectura y reflexión sobre el documento base del Año litúr­
gico, sobre los temas fundamentales del misterio cristiano y sobre los exá­
menes.
Oración personal preferentemente centrada en textos bíblicos o litúr­
gicos. Pueden ayudar considerablemente a ello tanto las meditaciones con­
signadas en esta obra «Dejarnos hablar por Dios». Un tiempo mínimo
indicado sería el de media hora diaria. Recomendamos vivamente practi­
car un tiempo más largo de oración, cada semana o mes, en un lugar reti­
rado.

b) Comunitaria. Reunión semanal de un equipo pequeño, de amis­


tad, ni menos de cinco ni más de ocho, aproximadamente, para hacer un
breve momento de oración en común, para comunicar la experiencia per­
sonal sobre los temas y exámenes previamente elegidos y estudiados, para
profundizar en el evangelio del domingo siguiente a la reunión, para la viven­
cia fuerte y compartida de nueva conciencia, de nuevas experiencias y de
cambio de actitudes, y para un adiestramiento progresivo en la revisión de
vida y en el discernimiento espiritual comunitario.
Es fundamental comprender que el método intenta no sólo ayudar a
saber, sino sobre todo a sentir, a hacer y ser. Para ello es preciso que apren­
damos a escucharnos, a expresarnos con confianza, a comunicarnos con sin­
ceridad para poner al descubierto nuestra experiencia de fe.

c) Las reuniones intergrupales. Es muy recomendable realizar, du­


rante el curso, algunas reuniones intergrupales, con tres o cuatro grupos,
bajo la moderación de un responsable autorizado, para verificar si la pues­
ta en común de experiencias, el análisis de los puntos nucleares de los
temas, y la práctica de la oración, son correctas, y para animarse mutua­
mente.

8. M ONITORES PARA EL SEGUIM IENTO

Todo grupo que comienza, ha de contar al menos inicialmente con un


monitor, sacerdote o seglar, experto en el Método «RE-VI-BE», en la ini­
ciación a la oración y en dinámica de grupos, para acompañar al grupo en
las reuniones y en cuanto se le pueda solicitar.
El Método «RE-VI-BE» está elaborado con un estudiado sentido de lo
fundamental. Intenta renovar la vida en la experiencia profunda de la pala­
bra y de la acción de Dios: Biblia y liturgia. Es un medio, no un fin. Se des­
vanece y termina cuando haya acompañado suficientemente al sujeto, o al
grupo, para que hayan tenido una ocasión de obtener una madurez huma­
na y espiritual tal que se sientan en sintonía connatural con la liturgia y el
evangelio conocidos y vividos en gozosa profundidad.
El Método no conduce, a quienes lo hacen, a un grupo, comunidad o
asociación determinados. Pretende hacer Iglesia, sólo Iglesia y totalm en­
te Iglesia. Cada uno podrá insertarse, o permanecer inserto, de forma más
consciente y eficiente, en su comunidad de opción libre y personal.

10. M OM ENTOS FUERTES DE EXPERIENCIA EVANGÉLICA

La fe no sólo hay que aprenderla. Hay que vivirla. El creyente «vive


de la fe». Pero también hay que conviviría. No hay cristianismo sin comu­
nidad. La fe se testifica, se comparte, se irradia.
Nada más insuficiente, en un catecumenado, que limitarse a «conocer»
verdades mentalmente. Sólo sirven aquéllas que son asumidas, vividas, com­
partidas. Dios y la fe son irreductibles al puro concepto. El concepto sólo
puede inducir a cierta idolatría, cuando sustituye a Dios y la experiencia de
Dios.
Dentro del conjunto del catecumenado Re-Vi-Be hay unos momen­
tos fuertes de experiencia y compromiso de los valores fundamentales
del evangelio. Son de tres clases: encuentros fuertes, entregas y compro­
misos, según se explica a continuación. Son realizados ante Dios y ante la
comunidad.
Son una intensificación de aspectos fundamentales de la fe evangéli­
ca, que pretenden afectar más profundamente a la afectividad. Son:

1. Encuentros fuertes:
a) La fe como encuentro con la Asamblea-Comunidad.
b) La fe como encuentro con el Domingo cristiano.
c) La fe como encuentro vivo y permanente con el Dios personal: la
oración.
d) La fe como encuentro con Dios nuestro Padre.
e) La fe como encuentro con el Misterio de Cristo.
f) La fe como experiencia del Espíritu Santo.
2. Las Entregas
a) El Credo.
b) El Padrenuestro.
c) Las bienaventuranzas.
d) La Cruz.

3. Los compromisos
a) La fe como presencia responsable en la Historia de la Salvación.
b) La fe como salida de sí y entrega radical a Dios y su Plan.
c) La fe como purificación profunda del corazón: hacia una desvela­
ción de nuestro inconsciente histórico.
d) La fe como conversión personal integral: ética, social, evangéli­
ca.
e) La fe como comunión eclesial: saber relacionarse y comunicarse en
gratuidad.
f) La fe como presencia responsable en la comunidad social, cultu­
ral y política.
g) La fe como realización humanizadora y liberadora del trabajo.
f ) La fe como comunicación de bienes: organización solidaria de la
economía personal y familiar.

11. Y DESPUÉS DEL CATECUMENADO...

El núcleo del catecumenado Re-Vi-Be intenta reproducir lo medular


del evangelio y de la tradición de fe transmitida por los Padres de la Igle­
sia. Este mensaje se presenta encarnado en los logros más recientes de
los estudios bíblicos, teológicos, catequéticos, antropológicos. La buena
asimilación de este camino conduce a una familiarización gozosa y alegre
con la Biblia, especialmente con la proclamación de la palabra de Dios tal
como acontece en las celebraciones del año litúrgico. Es en ellas donde
la palabra de Dios se hace viva y actual y nos hace contemporáneos de la
vida y de los misterios de Cristo para que puedan ser participados y asi­
milados.
El estudio de los libros del Antiguo y Nuevo Testamento es una tarea
de duración indefinida que es preciso ir realizando durante toda la vida,
pacientemente, con programaciones bien estudiadas, destinadas a los gru­
pos y comunidades que ya han seguido el proceso del catecumenado. Éste
concluye y se centra en la palabra de Dios de la que hay que alimentarse
permanentemente. Al hacerlo, es necesario tener en cuenta cómo lee la Igle­
sia actualmente la Biblia, la unidad profunda existente en el conjunto de la
historia de la salvación, los diversos planos de la única revelación de Dios
en sus sentidos original (Antiguo y NuevoTestamento ), pleno (Cristo y
la Iglesia) y plenísimo (la vida eterna).

12. EL SENTIDO DEL C O N JU N TO Y EL SENTIDO DE LO


MEDULAR

En cada momento o parte del proceso es preciso tener siempre en cuen­


ta lo que podríamos llamar los acentos del mensaje, dentro de un sentido
de conjunto. De manera breve podríamos expresarlo en los siguientes enun­
ciados:

a) Hacia una organización evangélica del corazón


1. El Año Litúrgico es el espacio privilegiado del encuentro del hom­
bre con Dios.
2. Es preciso alcanzar la experiencia gozosa de Dios, dejarnos hablar,
iluminar por él, para conocerle en su propia luz, implicando en ello
nuestra afectividad profunda.
3. Debemos intentar un conocimiento profundo y sincero de nos­
otros mismos, liberado de las falsas identificaciones de nuestro ego
personal y de las presiones de una mente social errada.
4. Hay que insertarse en el Misterio de Cristo, no limitándonos a la
imitación moral del personaje de la historia, sino abriéndonos a su
presencia actual como Espíritu vivificante en el corazón de la comu­
nidad, para incorporarnos e identificarnos con él.
5. La conversión cristiana es personal, social y espiritual. Consiste no
sólo en no tener manchas, sino en madurar en el amor haciéndo­
nos responsablemente presentes en la historia.
6. No hay cristianismo sin comunidad.

b) Hacia una presencia cristiana en el mundo


1. Hacia un orden social nuevo: principios y actitudes fundamenta­
les para la animación de un humanismo personalista y cristiano.
2. La persona y la libertad: la imagen de Dios en el hombre.
3. La relación y la comunicación humana: el cultivo del espíritu de
gratuidad.
4. El matrimonio y la familia: el reflejo humano de la unidad trini­
taria.
5. La cultura humana: la «creación» del hombre.
6. El trabajo: humanización y redención de la vida humana y social.
7. La empresa: en el horizonte personalista de la civilización del amor.
8. La vida económica: promoción humana y solidaridad universal.
9. La comunidad política: el compromiso por el bien común y el de
los más pobres.
10. El mundo rural y agrícola: la inmediatez original con la vida y el
cosmos.
11. El orden internacional: la paz y el progreso de los pueblos.
GUÍA PARA LAS REUNIONES DEL GRUPO

1. Primeramente, es preciso que vayamos a la reunión tom ando con­


ciencia de que nos reunimos en el nombre del Señor. No le elegiríamos a
él si antes él no nos hubiera elegido. Él es quien nos reúne y él tiene siem­
pre la iniciativa aun cuando se sirva de nosotros. «Donde hay dos o tres reu­
nidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). Es pre­
ciso ver al Señor, y su gracia, en los hermanos, en sus intervenciones. Dios
viene por medio de su palabra comunicada por mediaciones. Su comuni­
cación es banquete y manjar para el hombre. Cada hombre es el resultado
de las comunicaciones dadas y recibidas en la vida. La vida es comunica­
ción. La incomunicación es soledad y muerte. La presencia de Dios entre
nosotros ha de estimular la experiencia de una familiaridad o connaturali­
dad grande que debe facilitar más y más la comunicación de la fe perso­
nal, la confianza, la oración y la madurez.

2. Es necesario tener un concepto claro de qué es y en qué consiste la


reunión del grupo. Para ello hay que tener en cuenta lo siguiente:

a) Antes de la reunión
— Haber leído y estudiado el tema que se va a tratar, elegido bien del
tiempo litúrgico, bien de los temas fundamentales de la vida cris­
tiana, con las preguntas respectivas para la animación del diálogo,
bien de alguno de los exámenes.
— Tener bien precisado el objetivo que se intenta mediante la asi­
milación del tema.
— El orden detallado de los otros puntos que van a ser tratados.
— Tener presentes los materiales, leerlos, meditarlos, orar con ellos.
— Conocer perfectamente el día, hora, lugar de la reunión.
— Certeza de que todos están convocados y de que todos van a par­
ticipar activamente.
b) Durante la reunión
— Para comenzar la reunión será bueno haber intuido y determina­
do previamente lo que va mejor al grupo. Puede ser un miembro
del grupo, distinto cada día, quien prepare la ambientación median­
te un salmo, una oración, un texto, una invocación, un silencio...
— Uno, por turno, presenta el tema, precisando de qué se trata y cuál
es su objetivo.
— Cada uno va exponiendo cómo es su experiencia personal en rela­
ción con el tema. Describe cómo lo entiende, por qué es así, en qué
sentido le afecta, cómo vive esa realidad y por qué la vive así, en
qué aspectos el estudio del tema ha hecho progresar sus conoci­
mientos y vivencias anteriores y también, qué es lo que no com­
prende o le tiene bloqueado y por qué. Naturalmente, todos deben
orientar su comunicación a esbozar una nueva conciencia y las nue­
vas vivencias a las que debe conducir la nueva luz.
— Es preciso que se llegue a tomar decisiones: qué, por qué y para
qué, dónde, cómo y cuándo.
— Al tener claras las decisiones, o ante la experiencia de gozo com­
partido por la comunicación de experiencias profundas, o también
de posibles oscuridades y bloqueos, es preciso tener unos minutos
de oración comunitaria. En ella cada uno da gracias, pide, o se
expresa según el Espíritu le indica. Si el clima es de fe, la oración
nacerá con naturalidad.
— Otros temas de la reunión.
— Lectura del evangelio del próximo domingo o día festivo, hacien­
do al final de la misma un brevísimo y respetuoso silencio. Si el
grupo lo prefiere, puede hacer la oración después de la lectura del
evangelio, en lugar de hacerla después de haber tratado el tema.
— Es preciso que todos asimilen pronto y en profundidad un gran
objetivo del m étodo que pretende no sólo ayudar a saber, sino
impulsar a ser y hacer; poner al descubierto nuestra experiencia
cristiana, tal como la estamos viviendo, para situarla tal como la
debemos vivir.
Todo esto requiere una autodisciplina seria para saber escuchar,
saber expresamos con confianza, intentar comunicarnos con sen­
cillez.

c) Después de la reunión
— Al finalizar es muy útil hacer una evaluación de la reunión: si fue
bien, o mal, por qué.
— Qué habrá que tener en cuenta para las próximas reuniones.
3. Resultará muy provechoso para todos que sepamos describir nues­
tra forma de hacer oración, analizarla con sinceridad en su desarrollo y en
sus consecuencias, ver hasta qué punto la oración nos puede y nos trans­
forma. Es muy recomendable tener en cuenta los métodos de oración evan­
gélica que se describen en el tema de este volumen, «¿Por qué y cómo
orar con la palabra de Dios al ritm o del año litúrgico?», para familiari­
zarnos con ellos, especialmente los que enseñan, como se dice en cada
uno de ellos, a
— acoger el texto, comulgar con él, irradiarlo,
— o, salir de mí, ir a ti, todo en ti, nuevo por ti.
Es necesario poner el acento no sólo en lo que cada uno hace, sino en
lo que Dios hace en cada uno cuando nos abrimos a su luz y su fuerza.

4 . La experiencia dice que la rutina en la oración es frecuente y horri­


ble. M uchos hacen oración pero la oración no les hace a ellos. Utilizan
la palabra, pero no se dejan tomar por la palabra. Por eso, será muy pro­
vechoso en ocasiones especiales bien del año litúrgico, bien de la situación
concreta de grupo, utilizar los métodos 11 y 12 del mencionado tema sobre
la oración con los textos bíblicos del año litúrgico, de este mismo volu­
men, haciendo de la convivencia un espacio fuerte de oración profunda,
orando la vida real, comulgando con el evangelio directo, sin glosa, hacien­
do reconciliación, comunicación, solución, progreso, crecimiento, en el
momento en que la palabra de Dios se hace luminosa y clara. Se trata de
dejarnos interpelar por la palabra de Dios, bien cuando ella es proclamada,
en las fiestas litúrgicas, bien mediante un texto elegido en función de los
problemas, necesidades o situaciones del grupo. Estos espacios fuertes de
oración profunda requieren una gran disponibilidad de ánimo, un estar
abiertos en lo más hondo a la llamada de Dios, una actitud de sintonía y de
connaturalidad espiritual capaz de superar estancamientos, bloqueos, indis­
posiciones, rechazos, rutinas e inconsciencias cómodas y hasta culpables.
Esto supone no sólo gran esfuerzo, sino sobre todo, abundante gracia de
Dios quien suele hacerse presente él mismo, directa e inmediatamente, ilu­
minando e impulsando.

5. Hay que tener un gran respeto a los otros. Es necesario que todos
participen por igual.
Nadie debe im poner nada a nadie. Las correcciones o aclaraciones
hay que ofrecerlas al contrastar la aportación de cada uno, con sencillez y
alegría, o cuando uno pide expresamente la aclaración.
ADVERTENCIAS
SOBRE EL USO DE LOS MATERIALES

1. Durante los tiempos fuertes de adviento-navidad y de cuaresma-


pascua es preciso utilizar preferentemente los materiales propios del tiem­
po litúrgico, aparcando de momento los temas comunes de la vida cristia­
na. Es esencial para el correcto seguimiento del método «Re-Vi-Be» vivir con
intensidad los tiempos litúrgicos, no sólo en el primer afio, sino también en
los sucesivos. Es decir, siempre. Estos tiempos representan una concreta y
máxima gracia de Dios, nuestra incorporación a Cristo e identificación con
él. Es preciso saber acogerla, comprenderla, asimilarla. La vida cristiana sólo
tiene sentido como respuesta precisa al ofrecimiento del don de Dios expre­
sado en su palabra (lecturas litúrgicas) y en las celebraciones sacramentales
de las fiestas en el contexto del año litúrgico. En el supuesto de haber logra­
do un conocimiento y experiencia vivos de estos tiempos litúrgicos, no hay
inconveniente en ir siguiendo, además, y conjuntamente, el contenido de
los temas de vida cristiana y los exámenes o escrutinios.

2. Los TEMAS D E VIDA CRISTIANA sirven para la reflexión per­


sonal y comunitaria, para la puesta en común de las experiencias, para ir
madurando en el núcleo de la fe. No se debe pasar a uno nuevo sin haber asi­
milado el anterior. Su estudio ha de hacerse durante el tiempo ordinario del
afio litúrgico, fuera de los tiempos de adviento-navidad y cuaresma-pascua.

3. Los EJERCICIO S PR Á C TIC O S D E M E D IT A C IÓ N P R O ­


FUNDA, tanto utilizando aquéllas meditaciones que se contienen en esta
obra como las del libro «Dejarnos hablar por Dios», sirven para la oración
personal y comunitaria. Tienen fuerte conexión con los temas y es conve­
niente simultanearlas con los mismos. Están tomadas de la Biblia y de la
liturgia. Son el corazón de los temas. Cada meditación puede servir para un
tiempo ilimitado si la oración se hace teniendo en cuenta lo que explicamos
en el tema «¿Por qué y cómo orar con la palabra de Dios, al ritmo del año
litúrgico?». Estas oraciones suelen contener aquellos textos bíblicos que fue­
ron inspirados por Dios para preparar, en su pueblo, la venida del Mesías.
Y hoy la Iglesia los asume para preparar la venida de Cristo a nuestras vidas.
Constituyen ahora el núcleo de la oración de Cristo y de la Iglesia. Si se
siguen todos los años en sus tiempos litúrgicos correspondientes, ayudarán
a profundizar gozosamente la vivencia del Misterio de Cristo. Lo verdade­
ramente positivo de esta vivencia progresiva no ha de ser tanto el amonto­
namiento de ideas, como la profundización del amor y de la alegría de la fe.
Llegaremos de este modo a una oración más simplificada e ilusionante.

4. LOS ESCRUTINIOS O EXÁMENES DE CONCIENCIA. En


el tiempo litúrgico no se hace alusión a ninguno de los cuatro exámenes
fundamentales de conciencia de que consta el método Re-vi-be. Pero, según
las necesidades de las personas y de los grupos, se podrá utilizar alguno de
estos exámenes. Tanto el adviento como la cuaresma son tiempos muy pro­
picios para la revisión y renovación de vida. Los exámenes pueden repre­
sentar, entonces, una ayuda inestimable. Es necesario que cada persona, al
confrontarse con los exámenes, vaya realizando un historial de sus ten­
dencias psicológicas y de su comportamiento moral, anotándolo cuidado­
samente. Esto representará un material de valor incalculable al plantearse
una conversión personal y personalizada, sabiendo poner ante los ojos sus
propias posibilidades y los fallos y lagunas personales. Los textos bíblicos
oportunos podrán nutrir entonces de manera muy eficaz el proceso de nues­
tra maduración al centrarnos en una actividad no abstracta sino concreta.
Pues no es lo mismo limitarse a hacer cosas buenas que hacer lo preciso y
concreto que debemos hacer, cercenando nuestros fallos y potenciando nues­
tras posibilidades.
¿POR QUÉ UN PROCESO DE RENOVACIÓN
DE LA VIDA CRISTIANA
BASADO EN EL AÑO LITÚRGICO?

1. Porque la renovación de la vida cristiana sólo puede hacerse ade­


cuadamente en el espacio donde Dios mismo habla y actúa.

2. Porque Dios, y su iniciativa histórica, es siempre lo prim ero y


esencial de cualquier proceso formativo. Es legítimo, en la formación, escu­
char las preferencias de la base, y es útil tener en cuenta a catequetas, teó­
logos y pastores cuando hablan sobre Dios. Pero es siempre prioritario saber
escuchar a Dios cuando es él mismo quien habla.

3. Porque la renovación verdadera no es otra cosa, ni podría dejar de ser­


lo, que la formación de Cristo en nosotros. Y es precisamente el año litúrgico,
que celebra como actuales y presentes los misterios de la vida del Señor, el espa­
cio privilegiado donde Cristo se forma, a lo vivo, en la comunidad creyente.

4. Porque el Antiguo Testamento y su culminación en el Nuevo cons­


tituyen la gran didascalia, o pedagogía, con la que Dios mismo preparó
la venida de su Hijo al mundo, y con la que la Iglesia apostólica, la de los
Padres, y siglos posteriores, sigue preparando la venida de Cristo a los cre­
yentes de todos los tiempos y lugares. El Antiguo Testamento, y poste­
riormente los dichos y hechos de Jesús, tienen «hoy» una significación y
un contenido más rico y pleno, porque nosotros vivimos «en la plenitud
de los tiempos», en la etapa del «cumplimiento».

5. Porque lo que siempre y en todo lugar ha sido la norm a de la ora­


ción, es tam bién la norm a de la fe. La liturgia es la oración fundamental
de Cristo y de la Iglesia. Por ello, «la liturgia es el órgano más importante
del magisterio ordinario de la Iglesia» (Pío XI).
6. Porque la pascua es el origen, el contenido y la meta de la vida cris­
tiana, la fiesta total, la única fiesta, el núcleo insustituible de la predicación
apostólica, la esencia de la fe y el fundamento de la moral, lo que autenti­
fica o descalifica los planteamientos pastorales, los procesos formativos
y la autenticidad de la vida y del crecimiento o madurez cristianos.

7. Porque si la vida cristiana no es sino la «respuesta» adecuada a la


palabra de Dios, —el creyente sólo puede existir como respuesta—, la viven­
cia del año litúrgico es la respuesta y acogida del misterio de Cristo, en su
unidad infrangibie y en sus misterios parciales, precisamente en el espa­
cio y momento en el que es proclamado y celebrado por Cristo y por la
Iglesia.

8. Porque la Iglesia actual necesita la humildad de reconocer, más y


más, el protagonismo salvador, directo e inmediato de Cristo. Los evan-
gelizadores, necesarios e imprescindibles por voluntad de Cristo, han de
esforzarse gravemente por enmarcar tantas y tantas «historietas» particula­
res e intranscendentes —necesidades y devociones privadas—en el cuadro de
la gran historia, una y única, de salvación. Deben predisponer más y más
a los fieles a entrar en la zona de influencia directa del Espíritu Santo. La
correcta relativización de las preferencias de las bases, y de las aportacio­
nes de catequetas, teólogos y pastores, en relación con la gran iniciación
hecha por Dios, por Cristo y por la Iglesia, resulta, con frecuencia, un inalie­
nable derecho de Dios y una insoslayable exigencia del pueblo. Los res­
ponsables de la evangelización harán muy bien si se esfuerzan mucho más
en educar en los fieles una actitud de adoración y escucha, de «activísima
pasividad» ante Dios, para que sepan ponerse, con reverencia y disponibi­
lidad, ante él, dejándose elegir, mirar, hablar, amar, transformar, cara a cara,
por él y por Cristo, su Hijo, en la fuerza del Espíritu Santo.
«ENTRAR DENTRO»... DEL MISTERIO

1. ADVERTIR LA PRESENCIA
Y HACERLA EXPERIENCIA

Con esta expresión «entrar dentro» invita Teresa de Jesús en su «Cas­


tillo Interior», el libro que ha descrito de la forma más impresionante la
experiencia de Dios en el hombre, a penetrar en la morada más profunda
del castillo, el alma, donde Dios está presente amando y obrando. Con esta
misma expresión te invito a penetrar en la zona maravillosa del Misterio
en la vida cristiana. Advertir la Presencia y hacerla experiencia equivale
a encontrar el sentido profundo de la existencia y a realizar en plenitud la
madurez.
En la vida pastoral práctica actual no cuenta suficientemente la reali­
dad de la Iglesia como misterio. Prevalece más la idea de una institución
organizada. Está también seriamente minusvalorada la dimensión mística
experimental de la vida cristiana. La evangelización aparece preferentemente
como un hablar sobre Dios, más que la iniciación vivencial a la escucha
inmediata y expresa de un Dios que no sólo habló, sino que sigue hablan­
do hoy.
Al hombre le arrastra vivir en la superficialidad de la existencia. Tien­
de también en exceso a la superficialidad de la fe. Fácilmente reduce la litur­
gia a los signos externos; la oración a los rezos; la vida real a la ceremonia;
el evangelio y la Buena Nueva a la simple disciplina y comportamiento.
Ordinariamente el mismo creyente, y no pocos evangelizadores, hablan y
piensan de forma más eclesiocéntrica que cristocéntrica. En lo hondo, nues­
tra mentalidad revela que nos domina la idea de una iglesia que «tiene» a
Cristo, más bien que la de un Cristo que anima y vivifica la Iglesia.
Son también pocos los evangelizadores que son capaces de entrar y per­
manecer en la zona del misterio. No trabajan en espacios y planteamien­
tos explícitos y audaces, capaces de provocar en los fieles la experiencia de
la fe, una experiencia mística.
¿Misterio? ¿Mística? ¿Puede uno, acaso, atreverse hoy a hablar, sin com­
plejos, en estos términos? ¿No equivale esto, en la mentalidad del ambien­
te, a evadirnos de la realidad, a vivir en las nubes? ¿No significa dejar de ser
comprometidos y realistas, no pisar la tierra con los pies, e incluso drogar
la conciencia de los fieles para retraerlos de los problemas reales de la calle?
Pero ¿qué es el misterio? Lejos de ser, como muchos piensan, lo extra­
ño y enigmático, es, por el contrario, el espacio más noble de la misma
existencia del hombre. Misterio es la vida misma, el amor, la amistad, el
sexo, el arte ... Y misterio es, ante todo, la presencia de Cristo resucitado,
Espíritu vivificante, en el hombre y en la historia, una presencia salvado­
ra que es el manantial de la fe y de la gracia, el origen y la meta de la vida
de los creyentes. Es la presencia salvadora, perceptible y velada a la vez, de
un Dios personal, y de su obra, en cada lugar y en cada momento de la his­
toria, que pide hacerse en nosotros vida y experiencia.
Y ¿qué es la mística? Sencillamente, la acción preponderante de Dios
en el hombre. El reconocimiento práctico y experimental de la primacía de
su ser y de su obrar. Hay cosas que Dios hace en el hombre con el hombre.
Y hay muchas cosas, las más maravillosas, que Dios hace en el hombre sin
el hombre: iluminarlo, impulsarlo, introducirlo en una experiencia inefa­
ble de gozo y de alegría, de amor y de fortaleza.
Misterio es la zona más alta y gozosa de la existencia humana. Y mís­
tica es la experiencia vértice de toda la vida cristiana. Es una situación de
madurez, de gozosa connaturalidad con Dios; una sintonía afectiva y efec­
tiva que ayuda a superar barreras y bloqueos, mediaciones y dificultades;
que hace que el creyente oiga, escuche, entienda, acoja, entre en una situa­
ción gozosa de activa pasividad, en la que, más que pensar él, es más bien
iluminado; más que actuar él, es más bien movido. El hombre místico
actúa y fructifica más intensamente, y hasta se compromete más que nadie,
pero experimenta que es actuado, iluminado, movido, impulsado por Dios.
Es, evidentemente, el capítulo más gozoso de la Iglesia y de la vida cris­
tiana.

2. EL AÑO LITÚRGICO; LA REPRODUCCIÓN,


A LO VIVO, DE LA VIDA DEL SEÑOR
EN LA COM UNID AD CELEBRANTE

Los cristianos nos reunimos en asamblea frecuente para celebrar la euca­


ristía. Si bien ésta es siempre idéntica, las lecturas proclamadas no son siem­
pre las mismas: reproducen, de Navidad a Pentecostés, el proceso de la vida
de Cristo en Palestina. El año litúrgico es la realización, a lo vivo, de la
vida de C risto en nosotros. N o se trata de una simple pedagogía. Las
lecturas proclaman una realidad presente. La salvación es un proceso de
incorporación a Cristo, de progresiva identificación con él. Las fiestas con­
tienen no sólo el recuerdo psicológico de lo que pasó ayer, sino la realidad
misma que conmemoran. Son fiestas aquí y hoy, en nosotros y para nos­
otros: nuestra Navidad en Cristo, nuestra Pascua y Pentecostés. La Iglesia,
nosotros, somos el Cuerpo de Cristo que revive ahora sus misterios actua­
lizando en nuestra vida el proceso de la suya. Lo que ayer fue suceso e his­
toria en la vida terrena del Señor, hoy es acontecimiento de gracia, de Espí­
ritu Santo, en nosotros. Al comulgar con las escrituras y con el pan, y al
asimilarlos, vivimos en Cristo, somos concrucificados, conmuertos, cose­
pultados, corresucitados, coascendidos a los cielos para sentarnos y reinar
con él en la gloria del Padre. No se trata de un proceso meramente psico­
lógico o moral, sino real, sacramental, con contenidos de gracia y de Espí­
ritu Santo, que nos renuevan y transforman anticipando en nosotros la sal­
vación.

3. UN GIRO COPERNICANO:
DE LAS DEVOCIONES POPULARES
A UNA ESPIRITUALIDAD CRISTOCÉNTRICA

Cristo es el centro y el contenido de la vida cristiana. El cristianismo


es, ante todo, no la fidelidad a unas verdades, sino a una Persona, Cristo.
El no reconocimiento práctico de Cristo como eje de toda la vida cristia­
na fue ya un hecho en los mismos orígenes del evangelio. «¿Qué sabidu­
ría es esa que le han enseñado?... ¿No es éste el carpintero, el hijo de María...?
Y desconfiaban de él» (Me 6,1-3). Algo parecido ocurrió a los discípulos
de Emaús. Buscaban a Cristo en la forma en que ya no podía ser encon­
trado: la de la razón y la evidencia humana. Querían palpar, tocar, com­
probar físicamente. De esta presencia corporal terrena ya había dicho Jesús:
«Conviene que yo me vaya, de lo contrario el Espíritu no vendrá a vos­
otros» (Jn 16,7). Ahora Cristo ha decidido ser encontrado por nosotros
por medio de la fe, en las Escrituras y en el pan, interiorizados por el
Espíritu en el corazón de cada creyente. Es organizando evangélicamen­
te el corazón y sintiéndonos cuerpo de Cristo como ahora vivimos y expre­
samos la fe.
M uchos fieles tienen hoy serias dificultades para encontrarse con el
Señor porque lo buscan donde él no ha instituido ser encontrado. Le bus­
can en sus propios esfuerzos personales, en devociones populares, muchas
de ellas sin referencia expresa a la Escritura y el pan. En muchas de esas
devociones Cristo no cuenta, o cuenta poco, como mediador viviente siem­
pre en acto. La piedad de grandes sectores del pueblo no tiene una estruc­
tura fundamental y elementalmente doxológica, es decir, no tiene el dina­
mismo de estar caminando por Cristo, en un mismo Espíritu, hacia el
Padre (Ef 2,18). La fiesta de los pueblos es el Patrón del pueblo. N o es Cris­
to y su Pascua. Basta ver la poca gente que participa de la Vigilia Pascual y,
por contraste, la Iglesia llena en la fiesta del Patrón, y llena precisamente
ese día.

4. MINISTERIO JERÁRQUICO
Y NUEVA EVANGELIZACIÓN

Esta desviación en el modo de orar, que implica no raramente cierta


desviación en los propios contenidos de la fe, es un hecho preocupante,
hoy, en el mismo ministerio de los pastores. Tampoco en él, frecuentemente,
Cristo es prácticamente reconocido como centro. Quien conozca y reco­
nozca el «sin mí nada» de Cristo en el evangelio (Jn 15,5), quien haya adver­
tido el cristocentrismo firme, medular y estructurante de Pablo en sus catc­
quesis a las comunidades apostólicas, quien haya leído las homilías y catcquesis
prácticamente de todos los Padres de la Iglesia, ya desde los primeros siglos,
y quien haya asimilado las claves teológicas y pastorales del Vaticano II,
comprobará cuán lejos están los planteamientos y predicaciones de los mis­
mos evangelizadores de hoy de un cristocentrismo fundamental y elemen­
tal. En ocasiones, delatan una pobreza de fe verdaderamente inquietante.
También a ellos alcanza la preocupación de Jesús: «Le extrañaba de su fal­
ta de fe» (Me 6,6). Una mayor insistencia en la estructura cristocéntrica
en la vida cristiana del pueblo obedece a la voluntad de C risto, a la fe
medular de la Iglesia desde sus mismos arranques apostólicos, y a los más
vehementes imperativos del Vaticano II. Es obediencia a la fe. Es también
un derecho inalienable del pueblo de Dios que ha de ser iniciado y educa­
do en la misma oración de Cristo y de la Iglesia. No se trata de menospre­
ciar las devociones populares, sino más bien de encuadrarlas, dándoles sen­
tido y fundamento.
El Papa reclama a gritos, y el pueblo anhela con vehemencia, una nueva
evangelización. Pero quizás no todos los pastores podríamos decir, referido
a nuestras predicaciones, tan distantes del Vaticano II y del Catecismo Uni­
versal de la Iglesia, que «la palabra de Dios no está encadenada» (2 Tim 2,9).
Es claro que los pastores «personalizan a Cristo» (Sto. Tomás). Por tan­
to, su palabra «es palabra del Señor» (Act 8,25). Su misión «es enseñar siem­
pre no su propia sabiduría, sino la de la palabra de Dios» (PO 4). Sin embar­
go, la identificación sacramental con Cristo y con su palabra no es una rea­
lidad mecánica y mágica: está en dependencia de un cúmulo de fidelidades.
Aun así, la identidad se realiza siempre en la distancia. Es palabra de Cris­
to y tiene la posibilidad de ser «una palabra adulterada» (2 Cor 2,17). Es
palabra divina y fácilmente se la degrada a palabra propia. Siendo «oficio
principal de los obispos» (LG 25) o «deber primero de los presbíteros» (PO
4), se le dedica con frecuencia una atención precaria. Puede encastillarse en
la propia conciencia en conflicto con la conciencia de fe de los demás cre­
yentes. O quedar rebajada a una palabra más bien eclesiástica que evangé­
lica, que hace «buenos», pero no tanto «cristianos». O puede ser una pala­
bra más bien condenatoria que anunciadora de buenas noticias, de la Buena
Nueva. O que predica venciendo, imponiendo y exigiendo, más que per­
suadiendo y convenciendo. No es fácil desprenderse siempre de sí, y del
todo, y revestirse enteramente de Cristo.
¡La palabra viva de Dios! En ella está la gran especificidad del pueblo
de Dios, de la Iglesia, su tesoro verdadero que ella guarda celosamente para
los hombres y en función de los hombres. ¡Dios sigue hablando hoy! Habla
él mismo a los hombres de hoy. Todo evangelizador ha de ser respetuosa­
mente consciente de este hecho. Y de tal manera ha de ser «servidor de la
palabra» (Act 6,4) que, hablando, ha de intentar situar a los oyentes ante
Cristo, no tanto ante su propia persona. El ministro es pura referencia al
Señor. Su personalidad ha de quedar siempre visiblemente cancelada ante
Cristo. Lo suyo es «preparar el camino del Señor» (Le 1,76). Toda palabra
eclesiástica o catequética ha de estar en referencia a la Biblia, y la misma
Biblia debe concluir en la liturgia porque es el lugar privilegiado donde el
documento se convierte en el acontecimiento de la palabra viva, eterna,
de Dios que sigue amando a cada creyente y quiere hablarle él mismo, de
corazón a corazón.
Cristo mismo está presente y habla, en la proclamación y en el comen­
tario de las escrituras (SC 10). Es preciso que los fieles acojan y entiendan
la palabra de Dios en el marco de la historia de la salvación, en el «hoy»
misterioso en el que las Escrituras acontecen de forma más plena que el
suceso histórico pasado original. La recepción siempre viva y actual de la
palabra, pertenece a la esencialidad de la revelación, porque la verdad no es
sólo que Dios habló ayer, sino que sigue hablando hoy a todos los hombres.
La gracia del sacramento, de cada eucaristía, acontece en la forma que las
lecturas proclaman. Por lo cual, no es lo mismo predicar en la misa que pre­
dicar la misa, es decir, el misterio concreto que Cristo y la comunidad cele­
bran y actualizan.
5. DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN SE SIGUE
NECESARIAMENTE UNA NUEVA FORMA
DE SER CREYENTE

Una nueva evangelización implica necesariamente una nueva forma de


ser creyente. La fe es radicalmente respuesta a la palabra de Dios, y ésta
no es algo, sino Alguien. La fe se relaciona originalmente no con un depó­
sito de verdades, sino con una Persona viviente, Cristo. La palabra de Dios
no es originalmente documento, sino el suceso mismo de Dios hablando.
Es necesario que nos dejemos hablar, amar, cambiar. Hablar es la forma en
la que Dios expresa su amor. Dios ama hablando. Hablando se nos da él
mismo. Y es acogiendo su palabra como nos identificamos con él. La comu­
nidad, cada creyente, ha de llegar a ser como la biografía encarnada de
la palabra, su manifestación y expresividad social.
La proclamación de las lecturas en el curso del año litúrgico implica la
realización de la vida de Cristo en la comunidad. Es Cristo mismo diciendo
su persona, su obra, para grabarla en la comunidad. Hablando se dice él mis­
mo, nos dice su ser. Lo comunica tal cual es. Hablar es expresarse, darse.
El evangelio se escribe en la comunidad que celebra. Por la proclamación de
la palabra y la celebración, los misterios de la vida del Señor «en cierto modo
se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en con­
tacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación» (SC 102).
Este hecho, tan real e impresionante, reclama una nueva actitud de aco­
gida, de fe, en los creyentes. O ír es recibirlo a él mismo. No es acoger ide­
as, conceptos, verdades. Es su persona, sus sentimientos, su vida concreta lo
que nosotros recibimos, lo que debe cambiarnos, transformarnos. Si nos
dejamos hablar, amar, tocar, necesariamente cambiaremos. Y éste es preci­
samente el meollo del misterio: nuestra vida es Cristo (Flp 1,21). Debe­
mos dejarnos vivificar por él (Ef 2,5), para reproducir su imagen (Rom 8,29),
para ser no ya nosotros, sino él en nosotros (Gál 2,20). El drama mayor de
los cristianos es que hacen oración y la oración no le hace a ellos. En el fon­
do no hacemos oración: sólo hacemos rezos.
Cada vez que nos situamos ante la palabra viva ha de surgir en nosotros
un infinito respeto y amor, una acogida existencial, una apertura de cora­
zón ilimitada. Debemos dejarnos conducir, debemos «oír», «acoger», «reci­
bir», «aceptar», en el pleno sentido bíblico de los términos. Nuestro ser ente­
ro, ¡el corazón!, ha de ponerse en movimiento total, en actitud de salida y
de éxodo radical. Debemos salir de nosotros, del todo; ir del todo a él;
estar totalm ente en él; dejarnos hacer nuevos por él y en él. Se trata, ni
más ni menos, de un nuevo modo de ser evangelizados, de un nuevo modo
de creer, de ser y existir. No se trata de un proceso de cantidad, sino cuali-
tativo: de profundización, de intensificación, de radicalización y plenitud,
«hasta ver a Cristo formado en vosotros» (Gál 4,19), de modo que «Cristo
es todo y en todos» (Col 3,11).

6. RE-VI-BE: UN SÓLIDO PROCESO DE INICIACIÓN


Y MADURACIÓN

Querido amigo: tienes en tus manos el método de renovación de la vida


cristiana RE-VI-BE, un proceso serio de maduración de la fe. Sus caracte­
rísticas fundamentales le distinguen y distancian en gran medida de muchos
procesos catequéticos hoy existentes. Las razones son evidentes:

— Se asienta en el cauce medular de la vivencia eclesial de la Pascua,


del año litúrgico, en el mismo proceso de iniciación a la fe que uti­
lizó la Iglesia apostólica, la de los Padres y comunidades de los siglos
posteriores. En este proceso, todo está resituado en la prioridad
absoluta de la iniciativa y obra de Dios, en la que Dios mismo
habla y actúa por la palabra y el sacramento, para que la vida cris­
tiana no sea nunca un producto subjetivo de tu iniciativa, cosa tuya,
sino respuesta precisa y concreta a la acción de Dios.
— Se enmarca en el cuadro grandioso de la historia de la salvación, en
la que el sentido original de los hechos bíblicos, de los salmos y ora­
ciones, son presentados en su sentido pleno y actual de nuestro
«hoy» en el que la Presencia divina, y la salvación, acontecen y se
realizan.
— Paralelamente a la vivencia del misterio pascual, tal como se ofre­
ce en el año litúrgico, se exponen temas principales de la fe cató­
lica, según las últimas aportaciones de los estudios bíblicos, teoló­
gicos, pastorales, antropológicos.
— Inicia a la oración centrando la atención en el texto sagrado, como
palabra viva de Dios, y en una actitud personal y comunitaria de
acogida y transformación permanente, de éxodo y marcha ascen­
dente. La oración es presentada a cada paso como un proceso de
unificación interior, de ser del todo, de realización de la existen­
cia como sentido y horizonte. Esta oración, personal y comunita­
ria, es una confrontación entre la llamada concreta de Dios, y la
respuesta precisa que tenemos que dar, para que en lugar de limi­
tarnos a hacer cosas buenas, sepamos hacer lo que es preciso hacer.
— Este proceso centra a la persona y al grupo en la vida real, en la
historia humana, con la convicción progresiva de que el cristiano
prolonga la presencia dinámica del Señor y de su sacrificio en el
contexto de la convivencia y de los problemas actuales.

Querido amigo:
Bienvenido al RE-VI-BE.
¡Entra dentro!
Muchos están haciendo este camino
y se sienten inmensamente gozosos y alegres.
Y tú ¿por qué no?
Segunda parte

E N LOS F U N D A M E N T O S
DEL A Ñ O L ITÚ R G IC O
1. HACIA EL ENCUENTRO Y
LA EXPERIENCIA DE DIOS

No quieras sólo ser bueno; sé cristiano.

OBJETIVOS

1. Saber situarnos y realizarnos ante el manantial de la alegría pro­


funda de la fe cristiana.
2. Dejarnos abrir los ojos para ser capaces de contemplar el Miste­
rio: la Presencia invisible del Cristo hoy viviente y vivificante en el «hoy y
aquí» concretos de su acción salvadora.
3. Trabajar por conseguir un talante abierto, no cerrado. Aprender
a no detenernos en los signos externos o aquello que se ve. Saber pasar,
en la vida y en la fe, a las realidades «más reales» que aquéllas que simple­
mente se ven.
4. Conseguir orar no rezos o ideas, sino la vida real. Hacer oración
y hacer que la oración nos haga a nosotros.

La gran desgracia para un cristiano es que no haya sabido pasar más allá
de las verdades y las normas, del ambiente y de la costumbre, y que no haya
realizado nunca la experiencia personal de Dios. Que Dios sólo haya entra­
do en él como concepto e imagen, como simple reflejo cultural de la fe. Pero
no como es en sí.
Se trata de una percepción profunda capaz de ponernos en un estado
gozoso de mayor unión y comunión con Dios y con los hombres. Aconte­
ce cuando hemos llegado a tomar conciencia de la Presencia activa de Dios
dentro de nuestra vida y hemos llegado a sentirla como vocación y llama­
da. No es lo mismo comer alimentos que verlos en un escaparate. No es
igual beber agua que conocer la existencia del agua. La diferencia es muy
grande. Al comer y beber, los alimentos no existen en sí mismos, sino en
nosotros y para nosotros. Hacer la experiencia de Dios es percibirlo dentro
de nosotros como Ser Absoluto y Universal, como Verdad, Bondad, Amor,
como Unidad y Com unión suprema en el ser. La experiencia es fruto de
madurez. Indica que la presencia y acción de Dios han tomado relieve en
nosotros y las hemos personalizado, entrando a formar parte de nuestra vida,
de forma que hemos llegado a responder desde nuestra afectividad perso­
nal profunda, no simplemente por mera observancia exterior.
La experiencia no se explica: se vive. Como el amor: sólo lo conoce bien
quien ama.
La experiencia no es sólo saber, sino sentir internamente. N o es tener
fuera, sino dentro. Es ser no dos, el otro y yo, sino uno, el otro en mí y yo
en él. No es yuxtaposición, sino fusión y comunión.

2. REGLAS DE O R O PARA ALCANZAR


LA EXPERIENCIA DE DIOS

a) Querer «ser» del todo


«El ser» es el camino hacia Dios. Camino hacia él cuando soy mejor y
soy más en la línea profunda de mi propia identidad. Acercarme a él no es
un asunto topográfico, cuantitativo, puramente sentimental, sino cualitati­
vo. Es siendo más, y no precisamente teniendo más, como me acerco a Dios.
Quien ha cambiado la ilusión de ser por la de tener, no sólo no se acerca a
Dios: está alejándose de sí mismo, está perdiendo su propia identidad, está
dejando de ser lo que es, se está identificando con lo que no es. Quien deja
de cultivar los valores de la persona, y se dedica preferentemente al acopio
de las cosas, está anticipando su propia muerte. Para Dios, valgo por lo
que soy, no por lo que tengo. Acercarme a Dios significa ser más yo mismo,
superar la fragmentación interior, el sinsentido, la desfundamentación de la
existencia y de la actividad. Es sentirme en camino, tener horizonte.
Si quiero tener la experiencia de Dios, debo matar la ambición, el ego­
ísmo, la envidia. Debo renunciar a la erótica del poder, a la pretensión de
creerme superior a los demás y al deseo de serlo. Debo crecer en un pro­
fundo sentido de gratuidad, haciendo, en cuanto de mí dependa, que todo
sea hecho por todos, que todos sean plenamente responsables, que no exis­
tan dependencias o esclavitudes sociales y morales. Digo «esclavitudes», no
relaciones. El camino hacia Dios es la libertad. Sólo camino hacia Dios si
tengo libertad interior.
Para ser más, no tengo que alejarme demasiado de mí mismo, ni de mi
vida ordinaria. No tengo por qué hacer cosas diferentes. He de hacer mejor
lo que hago, lo que tengo que hacer. Aquello que es precisamente mi vida
en sentido positivo. He de hacer todo el bien que puedo y sé.
La mejor prueba de que crezco y maduro en los valores personales
es la alegría. Dios no sólo es alegre, es la Alegría. Acercarse a Dios es estar
alegre, pues es participar de él. La alegría es la música del ser cuando
está maduro y unificado. Las máximas alegrías son las que proceden del
espíritu. Hay recreaciones exteriores que pueden provocar carcajadas exte­
riores. Pero no suelen brotar del corazón. Sólo Dios es la Alegría y sólo él
puede provocar la alegría profunda del ser. Ser cristiano es, ante todo,
ser y estar alegre. La alegría profunda, como Dios, está en lo hondo del
corazón. Pero a cada uno le corresponde saber extraerla a la vivencia y al
comportamiento. Lo más grande que puede tener un ser humano es estar
alegre y hacer alegres a los demás. La alegría es el buen tiempo del cora­
zón. Es el sol bajo el cual todo prospera. Todo en el m undo es locura
menos la alegría. Alegría y amor son las alas para las grandes empresas.
Somos tan ciegos que no sabemos cuándo debemos afligirnos, o cuándo
tenemos que alegrarnos; por lo general no tenemos mas que falsas triste­
zas o falsas alegrías. Sólo siendo más y mejores, tendremos las alegrías más
profundas y verdaderas.

b) Aprender a orar del todo


Es preciso que sepa orar no rezos, sino mi vida real. Al orar, no puedo
detenerme en las ideas y emociones, he de implicar más y más el corazón.
La oración es algo muy ligado a mi vida íntima. No es asunto de tiem­
po, sino de amor. En ella no se debe utilizar sólo la mente, la cual suele
ser más bien memoria y repetición de lo ya conocido, sino el espíritu, la
inteligencia superior, que es apertura del ser a lo nuevo y transcendente. La
nada es la no-respuesta. Existir es responder. Si existo, es porque Dios me
ha llamado por mi nombre. Existir es ser respóndeme y responsable. No
existe aquello que en mí todavía no es respuesta.
La oración, si es verdadera, es un proceso fuerte de intercambio y de
cambio. Es uno mismo transfiriéndose en lo que dice, siendo y no sólo rezan­
do, diciendo el propio ser y no sólo palabras.
Orar es ponerme ante la palabra de Dios no como contenido, sino como
ante una Persona que me habla, me ama y me llama. Es dejarme mirar,
hablar, amar, transformar por el texto sagrado, saliendo de mí, caminan­
do hacia él, estando del todo en él, saliendo nuevo por él.
Cuando la oración es auténtica, no sólo comulgo la palabra, sino que
es la palabra sagrada la que me comulga a mí.

c) Aprender a comunicarse del todo, en verdadera gratuidad


Muchos no conocen el gozo de la relación gratuita. Viven dominados
por el interés. Su sueño es poseer más. Su profesión es el mercadeo. Tienen
talante de propietarios y dueños. Carecen de riqueza interior. Por eso nece­
sitan vivir siempre fuera de sí mismos, en sus cosas y posesiones. Están cosi­
dos a la calle, al ambiente, al negocio, a los lugares donde comen y hacen
juerga. No se sienten gracia y gratuidad para nadie. Si hacen el bien es pre­
ferentemente para sentirse halagados por la sensación de tenerse por bue­
nos. Cuentan poco para ellos los valores transcendentes, los sentimientos,
las experiencias personales y profundas de fe, de solidaridad social, de
pura gratuidad.
El hombre es constitutivamente relación. No hay un yo sino donde hay
un tú. El tú es el reverso del yo. Nacer, ser, crecer, la vida misma, son el
resultado de las comunicaciones que hemos tenido y tenemos.
Dios es esencialmente comunicación. Un Ser infinito e infinitamente
comunicado. Es Padre en referencia al Hijo. Es Hijo por ser la generación
del Padre. El Espíritu es «suspiro» de amor y unión intradivina. La encar­
nación es la comunicación del ser personal del Verbo a la naturaleza huma­
na de Cristo y a la com unidad cristiana, su cuerpo. La eucaristía no es
sólo «la materia sagrada» del pan y del vino, es la acción dinámica de entre­
garse, el don y la entrega en el amor para establecer relación y alianza en
comunión. En todo, la relación hace el ser y el ser es siempre relación.
La vida cristiana es esencialmente relación: ser hijo y hermano. Ser cris­
tiano es vivir en comunión. Quien entra en comunión con Dios, entra nece­
sariamente en unión con los hermanos, con los que también Dios está comu­
nicado. Sólo quien ama está en Dios y en los demás. No hay cristianismo sin
comunidad. Ser Iglesia es vivir en fraternidad. Es ser y llamar «hermanos» a
los otros. La riqueza de valores en la vida cristiana y humana es siempre el
resultado de los encuentros que hemos tenido en la vida. La relación en el
amor es el banquete y el manjar por excelencia en la vida de todo hombre.
El ideal es estar integrado en un grupo de amistad y de fe, en la línea
de las amistades profundas, sabiendo revisar la vida y discernir evangélica­
mente las situaciones, los problemas, el crecimiento.
Para estar bien integrado en un grupo es necesario negar sinceramen­
te el egoísmo y estar dispuestos a sacrificar las razones y verdades perso­
nales, en aras de las verdades de la comunidad. Querer tener siempre la
razón, imponerse, equivale a odiar la comunidad y hacer inviable la con­
vivencia. La comunidad no es una suma de individuos. Un m ontón de
piedras no hacen el edificio. Para que lo hagan, cada una debe ser parte
ordenada de un conjunto. En la comunidad cada persona debe vivir en
función del provecho común. El servicio a los demás es un principio evan­
gélico fundamental e inalienable. Ser cristiano es vivir consagrado obla-
cionalmente a la alegría y felicidad de los demás. La vida cristiana es hacer­
se comida, es decir, eucaristía, para los otros. La vida comunitaria sólo
tiene sentido cuando es vivida en complementariedad y corresponsabili­
dad. Se anula la identidad cuando se pierde la gratuidad. La imposición,
la fuerza, el dominio, la desconsideración, no son evangélicos ni eclesia-
les. La gratuidad es la fuerza de Dios y de la Iglesia. Sólo convence aquél
que ama.
Tengo que esforzarme por saber integrarme en la comunidad. No debo
preguntarme ¿qué es lo que me dan?, sino ¿qué es lo que yo estoy dando y
puedo dar? He de servir a los otros, no servirme de ellos.
Evadirme de la comunidad, pretextando fallos y males, puede perver­
tir mi vida cristiana y hasta puede llegar a ser negación de fe. Apelar a Dios,
o a la propia conciencia, para evadirse sistemáticamente de los fallos de
los otros, es una táctica errada, una perversión espiritual y hasta error de fe.
Lo más hondo de la identidad mesiánica de Cristo estuvo precisamente
en asumir nuestros males, haciéndose por nosotros «pecado» (2Cor 5,21),
«maldición» (Gál 3,13), «ofrenda y víctima» (Ef 5,2). Quien ama a Cris­
to, prolonga su humanidad y su redención.

d) Aprender a vivir el «hoy» cósmico, humano, espiritual


El camino de la experiencia de Dios pasa necesariamente por el pro­
ceso de unificación interior de la persona y de su integración positiva con
el cosmos, los hombres y el espíritu.
Vivo en el «hoy» y «aquí» por voluntad de Dios. El tiempo tiene cate­
goría moral y evangélica.
Estoy vinculado al cosmos, a la materia, a la humanidad, a mi entorno
humano y social, a la vida del espíritu, a la Iglesia actual. Son parte de mi
vida. No puedo vivir en soledad total. Vivo en estado de dependencia. Todo
es don y gracia de Dios para mí. Y es también para mí responsabilidad. Debo
vivir plenamente integrado en

— el hoy cósmico, viviendo consciente y plenamente el universo, la


naturaleza, la belleza, la luz, la bondad, la armonía, implicándome
en ellos, amándolos, cuidando responsablemente de los mismos.
Son efluvios de Dios para mí. He de aceptar en ellos la bondad
de Dios. Tengo que integrarlos en mi vida como don y gracia de
Dios, como parte de mi propio ser, situarlos dentro de mí. He de
dar gracias, captar la armonía de la creación y la melodía de la gra-
tuidad que de Dios va a mí y de mí debe irradiar a todo y a todos.
Tengo que cultivar el sentido de la estética, de la belleza, de la gran­
diosidad, de la delicadeza.
— el hoy humano, viendo los valores positivos de los otros, la verdad,
la bondad, el amor, la cultura, el arte, el genio, la solidaridad, la
tendencia a compartir, la alegría, la capacidad de hacer reír, la paz,
las intercomunicaciones positivas, la universalidad... Cada uno,
todos, somos el resultado de las comunicaciones recibidas de unos
padres, catequistas, profesores, amigos. La capacidad de comuni­
carnos, por lo general, está fuertemente bloqueada. Abrirnos a la
comunicación, intensificarla, equivale a un enriquecimiento con­
siderable en los valores de la persona y de la sociabilidad. H e de
abrir los ojos ante las incontables comunicaciones que hay en tor­
no a mí, y a las que se pueden establecer. Debo abrirme a ellas,
aceptarlas, asimilarlas, implicarme en ellas. He de saber percibir
el aspecto de don y gratuidad, y reflejarlas en mi propia vida.
— el hoy espiritual, viendo el espíritu de fe de muchos que están a mi
lado, las luces e impulsos del Espíritu en las grandes reformas legí­
timas, en el carisma profético de no pocos, en los signos de los tiem­
pos, en la maduración creyente de muchos, en la superación de las
divisiones internas y externas, en el desarrollo del sentido comu­
nitario y del espíritu apostólico, en el creciente sentido de res­
ponsabilidad y complementariedad y de servicio, en la nueva con­
ciencia de la seglaridad cristiana, en la visión de la existencia como
superación del fragmento, de la desfundamentación, de la indife­
rencia y del pasotismo, en la exigencia creciente de gratuidad, de
solidaridad incondicionada, de perdón y de misericordia como for­
mas excelentes de identidad cristiana. He de aprender a ver los suce­
sos y personas gracia, abrirme a su mensaje, integrar en mi ser lo
positivo y bueno que descubro. Tengo que transm itirlo e irra­
diarlo.
Tengo que aprender a ver más allá de lo que ven los ojos. No estoy en
el fin del progreso y del desarrollo. Todo crece. Detener la vida en un pre­
tendido orden es suicidio u homicidio. La zona del misterio domina en la
naturaleza, en el micro y macrocosmos; en el hombre, en la bioquímica y
su inserción en la mente y en el espíritu; en el plan de salvación en Cristo.
No debo ser cerrado, excesivamente dogmático y moralizante, rígido,
negativo, condenador. No puedo bloquear la vida. He de ser abierto. Dios
es abierto. La vida está abierta. La historia es abierta. La persona es un ser
abierto. La gran gracia es llegar a descubrir la Presencia.
Tengo que ir aprendiendo a penetrar en el porqué de las cosas y suce­
sos, y en el corazón de las personas, de sus actitudes y comportamientos.
He de esforzarme en penetrar la zona del misterio de Cristo, ahondando
en el lenguaje sacramental. Tengo que procurar saber captar el lenguaje sim­
bólico llegando a las realidades transcendentales más reales que la pura rea­
lidad material de los signos y símbolos. Debo suplicar que, como a los
discípulos de Emaús, también a mí se me abran los ojos para ver la pre­
sencia viva de Cristo en las Escrituras y en la fracción del pan.
He de ir madurando en sentido actual de la historia, viendo a Cristo
y su sacrificio, no como realidades pasadas, sino en «el Hoy» pleno en el
que están aconteciendo, como floración de un pasado y como germen de
un futuro que será todavía más pleno. No debo quedarme en el Jesús de
Nazaret... sino contemplar al Cristo celeste, hoy en los cielos, en su litur­
gia de alabanza, y como Mediador siempre en acto. E incorporarme a él.
No puedo reducirme a ser «mirón» de la historia, sino sujeto activo y res­
ponsable.
H e de aprender a discernir lo esencial de lo accesorio, lo eterno y lo
temporal, lo estructural y lo coyuntural, lo fuertemente evangélico y lo
meramente disciplinar, la identidad evangélica y sus inculturaciones his­
tóricas.
Debo tener sentido integral de la verdadera santidad cristiana, aban­
donar una visión vieja: un ideal moral alcanzado por los sacramentos
y la oración reducidos a la condición de simples «medios». He de llegar
a entender que no es lo mismo ser «bueno» que ser cristiano. Esto im­
plica, ante todo, un proceso de divinización, de cristificación. La ver­
dad más exacta es: vivir plenamente la existencia sacramental, la santidad
«en» los y «desde» los sacramentos, es decir, incorporado a Cristo y con­
ducido por el Espíritu. Dios, por propia iniciativa, nos ha divinizado. En
consecuencia, tenemos que portarnos bien. No se hace, primero, santo a
un sacerdote para que «después» ejerza el ministerio: sólo puede ser san-
to «desde» el ministerio y «en» él. No hacemos, primero, santo, al seglar,
para que viva después los sacramentos y en el mundo. La santidad cris­
tiana es vivir desde lo que está implicado en los sacramentos y en la segla­
ridad misma.
He de saber afrontar el inconsciente histórico: las situaciones erradas,
tenidas por buenas, pero de honestidad incierta, debido a la rutina y a la
costumbre.
Tengo que mirar a las personas, los sucesos, no en sí mismos, sino en
su encuadramiento e implicaciones en la historia de la salvación.

PREGUNTAS PARA A N IM A R EL D IÁ L O G O EN GRUPO

Para el apartado a)
¿Tengo alguna experiencia de Dios? ¿Cómo es?
En mi mentalidad ordinaria, acercarme a Dios ¿es crecer, ser más yo
mismo, o por el contrario, equivale a perder libertad y autonomía?
¿Conozco la alegría fundamental, la que procede de un ser unificado
y maduro, o más bien aquélla que viene solamente del exterior, de las diver­
siones, de los gustos y satisfacciones materiales?

Para el apartado b)
¿Oro sólo rezos, o más bien he llegado a orar mi vida real?
¿Me dejo afectar por el evangelio y me siento inserto en la oración
de Cristo y de la Iglesia?
O rar, para mí, ¿es caminar, cambiar, madurar, ser otro, identificarme
progresivamente con Cristo?

Para el apartado c)
¿Vivo siempre fuera de mí, en las cosas, o tengo una alta estima de las
relaciones personales, de los valores humanos y del espíritu?
¿Tengo amistades, comunicaciones profundas, referentes a los valores
personales, sociales, espirituales?
¿Tengo talante de líder o señor, o de autónomo e independiente, o
sé más bien compartir todo en igualdad y complementariedad, de forma
que todo sea hecho por todos?
¿Procuro que todos sean más, y lo hago como expresión de mi amor
sincero a Dios y a los otros?
¿Huyo de la amistad, de los grupos, simplemente porque tienen fallos,
o, más bien me siento llamado a corregirlos y superarlos?
Para el apartado d)
¿Me integro en el «hoy» y «aquí» de mi tiempo y lugar, y vivo mi fe
haciéndome responsablemente presente en ellos?
¿Vivo integrado en la creación, la siento como don y gracia, y estoy
comprometido en la bondad y armonía de la naturaleza?
¿Vivo integrado en la convivencia humana, social y cultural, la vivo como
don y gracia, y estoy seriamente comprometido con el bien común?
¿Vivo integrado en la comunidad creyente, la siento como don y gra­
cia, y estoy comprometido en la misión apostólica y en la comunión uni­
versal?

Para el apartado e)
¿Soy persona abierta o cerrada, intolerante o comprensiva?
¿Estoy detenido en los signos externos, en lo que se ve, o más bien
sé interpretar el lenguaje de los símbolos, llegando a los significados últi­
mos, a las realidades transcendentes, que son mucho más reales que las
realidades que se ven?
¿Me relaciono preferentem ente con el Cristo histórico de Nazaret,
acercándome a él con el recuerdo, o me siento m ejor unido al C risto
hoy viviente en los cielos, dejándole ser en mí para reproducir su vida,
sus misterios, su muerte y resurrección?
2. CENTRALIDAD DE LA PALABRA
EN LA VIDA CRISTIANA

«Y la Palabra se hizo carne...»

OBJETIVOS

V er la Escritura santa, cuando es proclamada en la asamblea, no como


documento del pasado, sino como el acontecimiento de Dios hablando él
mismo aquí y ahora.
V er en la unidad profunda del pan consagrado y de las lecturas procla­
madas, la presencia viva de Cristo. La consagración del pan y la consagración
de la asamblea como cuerpo místico de Cristo, acontecen en la forma que
las Escrituras proclaman.
Ver, en unidad profunda, formando «una sola carne», la asamblea y las
lecturas. La Escritura toma cuerpo en la comunidad que proclama la pala­
bra y la celebra, con la eucaristía, como memorial del Señor. La asamblea
es el espacio donde el libro santo se escribe no con tinta sino con Espíri­
tu santo. La proclamación de los misterios del Señor, durante el año litúr­
gico, tiene como resultado form ar a Cristo, su vida, en nosotros.

IN T R O D U C C IÓ N

Nuestra vida es cristiana en la medida en que realiza una relación per­


sonal con Dios. Esto implica que nuestra vivencia religiosa está construi­
da sobre la palabra de Dios y la fe: la palabra por la que Dios llama al hom­
bre y la fe por la que el hombre acoge y secunda esta llamada. Esta misma
vida será católica en la medida en que nuestra relación personal con Dios
se desarrolle inmersos en la Iglesia. Pues la palabra de Dios nos ha sido comu­
nicada en la Iglesia, y es de tal manera inseparable de la misma que no pode­
mos aceptarla sino en la forma que nos es transmitida por ella. Es en la mis­
ma Iglesia donde esta palabra nos es dada no como letra muerta, sino como
Espíritu que vivifica. Es en la liturgia donde la palabra de Dios alcanza su
máxima intensidad de Espíritu y de vida, pues, como dice Pío XI «la litur­
gia es el órgano más importante del magisterio de la Iglesia».
La fe cristiana es encuentro y diálogo con Dios. Será preciso que comen­
cemos preguntándonos qué y para qué es el lenguaje en la vida del hombre
para redescubrirlo no como mera transmisión de saberes, sino como media­
ción de ser (Parte 1). Los símbolos son el lenguaje de la transcendencia. Es
el lenguaje utilizado en la historia de la salvación y en las celebraciones del
pueblo para expresar las realidades más trascendentales.
La vida cristiana es fundamentalmente una respuesta. Todo el cosmos,
y particularmente el hombre, tienen una dinámica dialogal, pues, desde sus
mismas profundidades, proceden de Dios, le reflejan y a él retornan (Parte II).
La palabra de Dios ha sido dicha al pueblo de Israel y a la Iglesia. Tiene
una trayectoria histórica desde el Antiguo Testamento hasta la comunidad
apostólica. La Biblia ha nacido dentro de las asambleas litúrgicas del pue­
blo hebreo y de las comunidades apostólicas. Las asambleas son el espacio
vivo donde el libro santo se escribe. El pueblo de Dios, y después la Iglesia,
son como la epifanía de la palabra. Son un cuerpo en la forma de la palabra.
La eclesialidad, por tanto, es parte constitutiva de la Biblia. Y la palabra de
Dios tiene, además, naturaleza sacramental, pues sólo es comprensible den­
tro del sacramento, como desvelación y anuncio. El sacramento hace lo que
la palabra anuncia. La palabra revela lo que el sacramento oculta (Parte III).
La palabra de Dios tiene diversas intensidades en su manifestación ecle-
sial, para adaptarse a los diversos grupos humanos según su situación de fe
o increencia (Parte IV).
Es necesario caminar hacia una nueva conciencia en la veneración de
la palabra de Dios y en el reconocimiento de la centralidad de la misma
en nuestra vida cristiana (Parte V).

I. EL LENGUAJE C O M O M E D IA C IÓ N D E L SER

1. EL LENGUAJE, INTERCAMBIO DEL SER

Existimos en y por el lenguaje. El lenguaje es decirse, decir el ser. Hablan­


do nos realizamos a nosotros mismos y nos alojamos en la entraña del otro,
para construirle. Sujeto y lenguaje se entrañan mutuamente y se elaboran
simultáneamente. Es en el lenguaje donde existimos como sujetos. El hom­
bre no preexiste al lenguaje: éste se elabora en su seno. No lo posee como
un atributo sino que es poseído por él. Nuestras palabras crean el ser, no se
contentan simplemente con expresar unas sensaciones. El lenguaje es una
mediación del ser, de la vida. Afecta al sentido, al desarrollo y al horizonte
de la existencia. La esencia del hombre es ser relación.
Nunca encontramos al hombre separado del lenguaje. El lenguaje no
se inventa en cada uno. Todo hombre habla una costumbre, unos hábi­
tos, una cultura, unas significaciones socialmente aceptadas.
No hay nada allí donde no existe la palabra. La palabra confiere el ser. El
lenguaje es creador. Es en el lenguaje donde el mundo se nos hace dialogan­
te, donde hablamos y se nos habla, donde damos y recibimos el ser. Hablar
es expresarse. Es una intimidad que se exterioriza. Pone en común mi mun­
do y el de los otros. Es oferta del ser. Expresarse es hacerse presente. Es hacer
exterior lo íntimo para entrañarlo en la intimidad en el otro. Es una gestión
permanente para hacer del egoísmo gratuidad, para transformar los objetos
en sujetos colaborando a concebir la existencia no en términos de amos y escla­
vos, no de causa y efecto, de producción y posesión, sino de comunicación y
comunión. Cuando el amor inventa la expresión, la expresión crea el amor.
Efectivamente el hombre debería hablar siempre en pronombre, como un yo
que se dirige a un tú. Como persona, no como señor. Siempre debería sen­
tirse sujeto de un verbo, autor de un discurso, como persona que se dirige a
personas: no a algo sino a alguien. El yo no es concebible sin un tú. El tú es
el reverso del yo. La persona realiza su máxima categoría en la reversibilidad
de la relación. En la comunión del yo y del tú. El yo sólo es posible en cuan­
to sujeto abierto. Cuando se comunica él mismo como sujeto y persona.

2. EL LENGUAJE C O M O EXPRESIÓN DE GRATUIDAD


Y DE MADURACIÓN

Este diálogo del ser, este poner en comunión lo íntimo que se es, pre­
supone un inmenso respeto al otro en su radical diferencia. Es la diferencia
lo que posibilita que la comunión sea enriquecedora. Lo que tenemos de
más diferente, un yo y un tú que se oponen como totalmente distintos, es
también lo que tenemos de más semejante, pues el tú es el reverso del yo.
La cercanía supone alejamiento. La comunión supone alteridad. Sin embar­
go, la diferencia no es un obstáculo, sino la posibilidad de toda realización
personal. Vivimos un universo excesivamente cerrado, de vidas y verdades
impuestas o yuxtapuestas. Pero sólo en el respeto y en la libre apertura pue­
de existir comunión.
Accedemos a nuestra condición de sujetos cuando los otros son ver­
daderamente otros. Cuando no los absorbemos o anulamos. Para llegar a
ser alguien hay que renunciar a serlo todo, a tenerlo todo de un modo inme­
diato. Rechazar esta muerte es perder la vida. Vale aquí la indicación evan­
gélica «quien quiera ganar su vida la perderá, pero quien consienta en per­
derla la ganará» (Jn 12,25). Una vez más decimos: no se puede anular al
hombre, ser excesivamente rígidos, dogmáticos, cerrados. No se le puede
dar todo hecho. El néctar del evangelio es un profundo respeto para no tra­
tarle como objeto, como un eterno menor. Dios, la vida, el hombre, la his­
toria, son abiertos. Es muriendo a sí mismo, al egoísmo, como uno encuen­
tra la vida. Es una ley escrita en la entraña del ser humano. La conquista de
la condición humana, de la libertad, no se hace de golpe y expoliando, de
una vez por todas. La verdad del sujeto nunca es poseer a nadie, ejercer
un poder totalitario, intentar poner a los otros, por la fuerza o la obligación,
en un pretendido estadio final, de perfección y de orden. La verdad del suje­
to es estar en camino, respetando la alteridad, la falta, la diferencia. Es irre­
al un mundo cerrado, acabado, ordenado. No puedo imponer por la fuer­
za que el otro lo tenga todo. El deseo excesivo, ambicioso, de dominarlo
todo, es profundamente falso y engañador. Es mentiroso el hombre lleno
de sí mismo, ambicioso, ebrio de poder. El mundo real no es el que existe
en su mente, engañada y engañosa. La verdad de la vida, del hombre, es el
otro, respetado siempre en la falta, en la diferencia. La relación no es correc­
ta mientras que uno no consiente en la falta como lo más inherente al ser
personal. La verdadera comunicación presupone respetar al otro como ver­
daderamente otro. Como un ser abierto y siempre distinto.
Entramos en el mundo de Dios saliendo del orden del poder y del inte­
rés y entrando en el la gracia o gratuidad. Vivir en clave de poder, y no de
respeto o de igualdad fundamental, es negar la característica más distinti­
va de la vida cristiana. El imperialismo del poder, o del valor, o de lo útil,
es negación de fe. Ser y expresarse como cristianos es ser gratuitos. Es un
darse, hacerse presente al otro, sin absorberle, reconociéndole verdadera­
mente distinto y otro.
Todo en nosotros ha sido y está siendo recibido. Es puro don. Y uno
beneficia al otro no ya cuando lo llena de cosas, de objetos gratuitos, sino
cuando despierta su capacidad libre y personal de ser contradón, de ser res­
puesta en el reconocimiento y gratuidad. La gracia no es sólo el don que
se da, sino la capacidad de convertir al donado en un tú pleno y respón­
deme. Es la respuesta de amor. La gracia es gracia cuando el otro es más «el
otro», cuando es un «tú» inalienable. El intercambio más valioso es el sim­
bólico, el que va más allá del interés y entra en el m undo de lo personal
abriéndole a un intercambio profundo y progresivo.
3. EL LENGUAJE DE LO TRANSCENDENTE:
LOS SIGNOS Y SÍMBOLOS

Si el hombre se realiza mediante el lenguaje, es preciso analizar aquella


excelente forma de lenguaje mediante la cual el hombre se realiza en ple­
nitud y se transciende. Estamos situados en el corazón del principio sacra­
mental del encuentro con Dios. Este encuentro sólo puede acontecer por
mediaciones: mediante el lenguaje simbólico. El hombre necesita expresar
lo inexpresable. Necesita salir de sí y transcenderse. Lo hace mediante las
acciones sacramentales. Son expresiones, actos de lenguaje, maneras y modos
fuertes de comprensión que superviven allí donde las palabras y los con­
ceptos terminan. Expresan lo indecible, lo inefable. Un hombre que no
conoce el lenguaje simbolizante, es un ser cerrado, con parálisis de espíri­
tu. Las estructuras y acontecimientos sacramentales caracterizan, ya desde
los comienzos, la historia del encuentro de Dios con los hombres.
Digámoslo ya desde el principio. La estructura sacramental pertenece
al orden original fundante de Dios, del hombre, de la historia. Es anterior
e irreductible al orden de las normas y de las mismas verdades dogmáti­
cas. Es algo cuya esencia es abrir, dilatar, trascender. No es un orden aca­
bado, cerrado. Es una brecha que no sólo no se puede cerrar: su esencia es
abrir, comunicar, dar. Se sitúa en lo inexpresable. Es lógico que se explique
en verdades y se regule mediante normas, para salvaguardar el lenguaje sim­
bólico de la arbitrariedad y chabacanería. Pero es irreducible a ellas. Quien
reduce o se reduce a ellas, abusa y mata el orden sacramental.
El simple signo no es más que la huella de algo lejano y ausente. Se refie­
re a los objetos y tiene valor de objeto. Es «algo» que dice «algo». Es una
cosa. Remite siempre a algo distinto de sí.
El símbolo sólo acontece en el orden de los sujetos, no en el de los obje­
tos. Significa revivir, juntarse. Es contacto, relación y encuentro. Los sím­
bolos son signos de conocimiento y de reconocimiento. Mientras que el sig­
no remite siempre a algo distinto de sí, el símbolo introduce en un orden del
que él mismo forma parte. Es un sobrepasamiento de sí. No es algo que dice
algo, sino alguien que dice a alguien. Existe como realidad no cerrada, sino
siempre abierta. Pertenece a un universo intencional. Lleva a un conoci­
miento de la realidad que está orientada a procesos de relación y conoci­
miento, desde un hecho simple y anecdótico a otro más complejo y supe­
rior. Transmite siempre a una realidad superior que sobrepasa con mucho
a la realidad visible, ordinaria. Articula lo temporal con lo trascendente. Nun­
ca se agota en el presente. Prenuncia el futuro y hace presente el pasado.
Los símbolos, al expresar lo trascendente, lo hacen presente. No ter­
minan en una cosa, sino en el sentido. El símbolo, cuando acontece, pro­
duce al sujeto, lo sitúa en escena. El símbolo nos mantiene en el orden del
reconocimiento, no del conocimiento; de la interpelación y no de la infor­
mación; es mediador de nuestra identidad de sujetos en el seno de un uni­
verso cultural lleno de significaciones.

4. EL SENTIDO SIMBÓLICO DE LA HISTORIA


Y DE LAS CELEBRACIONES

Por todo ello, el símbolo es la expresión mediante la cual Dios ha que­


rido revelar su designio en la historia de la salvación. Las progresivas inter­
venciones de Dios en la historia son sucesos que no acaban en ellos mis­
mos, que se sobrepasan en unas realidades futuras más plenas. Son mucho
más lo que significan que lo que aparentan en el momento en que se pro­
ducen. Por ello, el lenguaje simbólico es también el lenguaje más adecua­
do de las celebraciones. Algo importante y acontecido, se manifiesta en una
representación dramática. Esa representación se compone de materiales de
nuestro mundo experimental, de sucesos y cosas. Es decir, no surge inme­
diatamente de su realidad interna, aun cuando se define como referencia
a ella.
Los símbolos son la frontera en la que coinciden los dos mundos del
hombre: el de su historia temporal y el de su entronque con la trascen­
dencia. No son invención de la mente ni simple proyección de sus sue­
ños. Afectan a la tendencia del hombre a lo absoluto y responden a la nece­
sidad de salir de sí y de transcenderse.
La dramatización simbolizante de las celebraciones parte de un mun­
do real, todavía no hecho, al que se va arrancando de su estado bruto. Lo
interpela. Provoca una presencia superior. Hace que haya una comunica­
ción de sujetos con sujetos.

5. LA FUERZA EXPRESIVA DE LOS SÍMBOLOS:


HACIA UNA REALIDAD MÁS REAL QUE
NUESTRA REALIDAD TEMPORAL

Si se desnuda el símbolo, ya no queda sino la cosa. Tampoco se le pue­


de reducir a verdades o ideas. Es la gran tentación de occidente, en la que
el pensamiento suele ser más importante que su expresión... y hasta puede
separarse de la misma. Tampoco cabe una reducción dogmática: la cele­
bración simbólica es siempre acontecimiento que pone en primer plano ori­
ginal a Dios y el hombre.
El símbolo no es un medio para un fin: es un fin en sí. No remite a
una idea que le sería exterior y preexistente. Es el sujeto que se está cre­
ando a sí mismo en su maduración. Los símbolos rituales se refieren a los
valores estructurales de una cultura y a la orientación del hombre a su sen­
tido último. Ponen en práctica una verdad fundamental del ser. Se refie­
ren a valores, creencias, normas, papeles sociales de la comunidad. Son un
poder unificador que reúne el significado de objetos, actividades, relacio­
nes, sucesos. En la acción simbólica el hombre se identifica él mismo en
una historia común con sus congéneres. El símbolo es un advenimiento de
sentido y plenitud. Lleva a una realidad más plena que la misma realidad
concreta.
El símbolo no es una coyuntura ornamental. N i una evasión de la
realidad, o una degeneración del lenguaje. Dinamiza el lenguaje en su
estado original, desplegando la vocación esencial del hombre. M edian­
te el símbolo, el hombre no percibe las cosas, por ejemplo el agua, en
su estado «real» puro. Le remite a otro significado, a otro m undo dife­
rente. Su realidad es ser inmediatamente metafórica de toda la existencia
humana.
Lejos de oponerse a lo real, el símbolo afecta a lo más real de nosotros
mismos y de nuestro mundo. Nos afecta en la carne viva. Lo simbolizado
es más real que la realidad material. Hay momentos que nos cortan la pala­
bra, que crean una situación de angustia que nos ahoga la garganta. Y es
entonces cuando entramos en contacto con las fuentes de la palabra. Hay
circunstancias, un duelo, un suceso feliz, en las que las palabras, im po­
tentes o desplazadas, no pueden sino ceder su lugar al lenguaje del cuerpo.
La rosa ofrecida, el beso intercambiado, o simplemente el silencio lleno de
una presencia, expresan mejor que cualquier otro discurso la implacable
distancia que nos separa del amigo afectado. Es querer expresar la presen­
cia en la misma alteridad. Es decir «estoy contigo». Nunca la presencia se
hace tan real. La presencia es plenitud de lenguaje: efectúa la comunica­
ción, la alianza, el reconocimiento de cada uno dentro del otro. Es tan fuer­
te la expresión simbólica que hasta la muerte se hace más humana, más
soportable. La fuerza expresiva del símbolo habita en lo más vital de nues­
tra vida.
El símbolo nos abre a una comunicación superior. Pero precisa de los
signos para poder expresar. Necesita un cuerpo. Un cuadro modernista nos
conducirá a todo un amplio mundo de significaciones culturales. Pero todo
este aspecto de significaciones artísticas tiene que partir necesariamente de
la materialidad borrosa de la pintura. La experiencia simbólica no se basta
a sí misma. Un símbolo basado en la significación pura, sin signos signifi­
cantes, se disolvería en lo imaginario.
El símbolo, al simbolizar, es efectivo. Cuando el signo y el símbolo se
unen, no sólo hay una idea, una verdad: hay un acto, un «hacer» en el terre­
no de lo real. Signo y símbolo son distintos: pero relacionados. Sólo tienen
valor en su relación con el otro. El símbolo revela algo por encima del puro
valor. Lo importante no es la utilidad del objeto, sino el intercambio que
permite entre los sujetos. Este acto simbolizador revela y actúa a la vez. Crea
relación, alianza, comunión. Dice algo y, a la par, lo hace. Cuando se pone
el símbolo no sólo se dice algo: hay una acción y, además, los resultados de
esa acción. Se crea una situación nueva. No se trata de una ley física, ni nos
ayuda gran cosa el esquema causa-efecto. El simbolismo es de otro orden.
Se da un proceso de identificación en el contexto de una historia y de una
cultura. Se resitúa a alguien en un contexto nuevo y mejor.
El símbolo sacramental no funciona según el esquema metafísico de
causa-efecto, sino según el esquema simbólico de la comunicación verbal.
Es una nueva relación filial y fraterna. La gracia sacramental no designa una
cosa que hay que recibir, sino una nueva situación personal dada y recibi­
da, ofrecida y consentida. Como hijos. O hermanos. O esposa. Siempre
es relación personal.

II. LA V ID A C R IST IA N A ES LA R E SP U E ST A A LA PALABRA

1. La vida cristiana es una existencia dialogal. Todo el cosmos está


animado dialógicamente. La Revelación enseña que Dios crea por comu­
nicación de su bondad. El universo la refleja según la perfección ontológi-
ca de cada uno de los seres. El cosmos es huella de Dios. El hombre es «Ima­
gen y semejanza de Dios». Lo reverbera y refleja.

2. Esto significa que la estructura del universo y del hombre posee


una dinámica dialogal. Al dar sigue el responder y reflejar. La Verdad, el
Bien, la Unidad están en la profundidad medular de todas las cosas que son
reflejo de Dios. El hombre es constitutivamente relación. Los dos elemen­
tos fundamentales que constituyen su espíritu, la palabra y el amor, signi­
fican que la razón de su vida es existir en el otro. Es un existir «para» o «con».
La palabra y el amor no existen nunca en sí ni para sí. El «yo» sólo tiene
consistencia en referencia a un «tú».

3. La Tradición y la teología han visto en la estructura metafísica


del hombre las «huellas» de la Trinidad, en un triple grado o nivel, natural:
unidad, verdad, bondad; antropológico: memoria, entendimiento y volun­
tad; histórico salvífico: fe, esperanza y caridad. El tema de la amorización
del universo, de Teilhard, y el tema bíblico del Espíritu, como atracción,
unión y comunión, confluyen en idéntica realidad: el diálogo y encuentro
definitivo del hombre con Dios.

4. El destino histórico del hombre es su incorporación a Cristo. Cono­


cido, elegido, predestinado en él, el hombre está destinado a transformar­
se en la misma imagen, naciendo en Cristo, conmuriendo, siendo cose­
pultado, corresucitando, correinando con él. Hay un «oír», «escuchar»,
«acoger» profundo, existencial y progresivo que hace del hombre un ser res­
póndeme, responsable, desde su primera conversión hasta su transforma­
ción en Cristo. En este hecho incide todo cuanto se enseña sobre la gra­
cia como nueva naturaleza y principio radical de actos nuevos y divinos;
sobre las virtudes como principios operativos proporcionados a la vida divi­
na; y sobre los dones del Espíritu Santo como disposiciones receptivas,
como disponibilidades para secundar la voluntad de Dios con una con­
naturalidad y prontitud que superan todos los impedimentos internos o
ambientales. La plena actuación de los dones del Espíritu Santo origina
la mística, la suma y gozosa amorización del hombre obrada por Dios, aque­
lla etapa de la vida espiritual en la que el creyente, más que moverse él, es
movido directa e inmediatamente por el Espíritu, y en la que predomina
no la iniciativa o el esfuerzo del hombre, sino el impulso e influencia de
Dios.

5. El hombre es su respuesta a Dios y a su Palabra. Responder es


existir. El problema central de la vida cristiana es cómo acoger progresi­
vamente la palabra y responder a ella con plenitud. El tema de la pala­
bra de Dios y el de la oración (no sólo como actos sino como estado y
situación) es tema fundamental de la vida espiritual. Orar es convivir pro­
gresivamente con Dios, ascender. Es la unificación interior, hacerse total.
Cuando lo que oramos no son rezos sólo, sino la vida misma, en la con­
creta diferencia entre lo que somos y lo que deberíamos ser, la oración
es hacer amistad con él, acercarnos y crecer en él, profundizar nuestra pro­
pia identidad definitiva. La oración es ser más, ser del todo. La oración, o
respuesta a Dios, se entiende no como respuesta verbal o sentimental, sino
existencial total.
f f l . LA PALABRA D E D IO S E N LA IGLESIA

1. LA PALABRA C O M O TRANSMISIÓN DE VIDA

Israel es la religión del Libro. Cristo es la palabra total del Padre, la


suma revelación. La Iglesia es la convocación de un pueblo por la pala­
bra, el resultado eficaz de la palabra de Dios que llama. Responder, entre­
garse en la fe, presupone una revelación, una llamada. La religión es, en
el fondo, un diálogo de vida, de existencia, del ser, entre Dios y el hom­
bre. Pero como dos seres no pueden dialogar si no poseen la misma natu­
raleza, este encuentro de Dios y el hombre se realiza mediante un admi­
rable descendimiento de Dios a lo humano (encarnación y santificación
por el Espíritu) y una elevación del hombre a lo divino (conversión, gra­
cia y glorificación).
La gracia no es «algo» que Dios me da, sino él mismo dándose. No es
«algo» que yo tengo, sino que él me tiene. Es él mismo, su amor inmereci­
do y gratuito. Es esencialmente relación nueva y transformante. La gracia
santificante, las virtudes, los dones del Espíritu Santo son la elevación del
hombre a la participación de la divina naturaleza, para correalizar con Dios
su propia vida. Cristo es la posibilidad y la realización eficaz de este encuen­
tro. Pues él es el gran don de Dios a los hombres, la suma revelación y comu­
nicación del Padre. Y es también, a la vez, nuestra respuesta, nuestro acce­
so y devolución al Padre, ya que él se constituye en nuestro mediador siempre
en acto.
La manifestación progresiva de la palabra de Dios constituye las dis­
tintas etapas de la historia de la salvación. La palabra de Dios dicha a tra­
vés de los profetas, se va personalizando hasta culminar en Cristo. Éste, por
ser la Palabra sustancial del Padre, su interioridad total, representa la suma
comunicación de la intimidad de Dios a los hombres. En Cristo la Reve­
lación-Don de Dios llega a su punto culminante.

2. LA PALABRA DE DIOS EN EL ANTIG U O TESTAMENTO

En el Antiguo Testamento la revelación se manifiesta ya como palabra


divina, por su origen, pues procede realmente de Dios; por su contenido,
pues trata de él y de su relación con el hombre; por su naturaleza, pues no
es transmisión de ideas, simple información, sino algo creador. Efectiva­
mente, la palabra de Dios crea el mundo (Gén 1); constituye al pueblo como
porción elegida (Ex 19); Dios pone la palabra profética en boca del profe­
ta (Jer 1,9) y esta palabra determina la historia de Israel (1 Sam 9,27). Dios
da la palabra-Ley (Dt 30, 11 -14) que genera la rectitud y la salvación. Toda
la historia de Israel, en los grandes y pequeños rasgos, está m otivada y
centrada en la palabra de Dios.

3. LA PALABRA DE DIOS EN LOS EVANGELIOS


(LA PERSONA DE JESÚS)

Esta palabra se va personalizando progresivamente, y culmina, en el


Nuevo Testamento, en el Verbo o Palabra del Padre. El va a ser la plenitud
de la Revelación. Y, consiguientemente, va a determinar la plenitud de los
tiempos, la máxima realización del plan del Padre, la Iglesia, Cuerpo Mís­
tico de Cristo. Es Jesús mismo prolongado en los hombres.
El Nuevo Testamento es la presentación del Verbo en el mundo como
Palabra y Revelación personal del Padre. «Antiguamente nos habló Dios
por los profetas, últimamente nos habló por medio del Hijo» (Heb 1,1 ss.).
Cristo en Palestina no habla como los demás profetas, sino «con autoridad»
(Mt 7, 29), porque él mismo es la Palabra. Por eso, en Jesús palabras y accio­
nes son inseparables. El proceso de iluminación es proceso de vivificación
y salvación. Tal es el sentido de los milagros, singularmente la curación de
los ciegos. En los sinópticos «la palabra del Reino», «el evangelio del Rei­
no», coinciden con la realidad misma del Reino: recibir la palabra es entrar
ya en el Reino (Cfr M t 13,19; 4,23; 9,35). San Juan establece un nexo muy
fuerte entre la Palabra y la Vida. «La Palabra estaba en Dios» (Jn 1,1) y se
hace luz y vida para los hombres (Jn 1,4), de forma que a cuantos la reci­
ben se les da «el poder de ser hechos hijos de Dios» (Jn 1,12). «Oír» y «reci­
bir al Verbo» equivale a «tener la Vida» (Jn 10,27-28; 3,11-16).

4. LA PALABRA D E DIOS EN LA IGLESIA APOSTÓLICA

a) La Palabra que crea, engendra y vivifica


En los Hechos vemos que la palabra de Dios hace la Iglesia: «La pala­
bra de Dios fructificaba, y se multiplicaba considerablemente el número de
los discípulos...» (Act 6,7). San Pablo dice que la fe (que es la entrada a la
Iglesia) es suscitada por la palabra. La fe viene por la predicación, y la pre­
dicación por la palabra (Rom 10,14 ss).
Para San Pablo, la predicación no es información sólo, sino «virtud»,
«poder», «sabiduría», «salvación», «verdad», «reconciliación», «gloria» (Act
13,26; E f 1,13; Flp 2,16; 2Cor 3,19; 2Cor 4,4). Pedro dice que por la pala­
bra viva de Dios somos engendrados como semilla incorruptible (IPe 1,23)
y Santiago afirma «que la palabra inserta en nosotros es capaz de salvar nues­
tras almas» (Sant 1,21).

b) La Encarnación del Verbo, como Luz que ilumina las tinieblas


En la revelación el paso de la muerte a la vida coincide con el paso de
las tinieblas a la luz. La salvación es un proceso de iluminación de la mis­
ma forma que la luz equivale a un proceso de salvación. La luz adquiere
ya en el Antiguo Testamento perspectivas escatológicas. El pueblo que cami­
na en las tinieblas verá una luz grande (Is 9,1; 42,7; 49,9). El Servidor de
Yahveh será la luz de las naciones (Is 42,6; 49,6). Cristo mismo se mani­
fiesta como luz (Le 2,29-32; Jn 1,9; 9,5; 3,19). Y es luz porque es la Pala­
bra. El drama de su vida es el drama de la luz y las tinieblas (Jn 1,4-5). El
poder de las tinieblas es la eliminación de Cristo (Le 22,53). Cristo es luz
que salva. «La fuerza de salvación» (Le 1,69) que «da al pueblo la fuerza
de salvación» (Le 1,77). Viene «para iluminar a los que están sentados en
las tinieblas y sombras de muerte» (Le 1,79). Para Simeón, Cristo es «... la
salvación... luz para iluminación de las gentes» (Le 2,29-32).
Pablo define el cristianismo: «Erais tinieblas pero ahora sois luz en el
Señor» (Ef 5,8). La luz que Cristo comunica es su vida. Es él mismo. La luz
estaba oculta en su humanidad encarnada. En la transfiguración se dejó ver.
Él es «el Resplandor de la Gloria del Padre» (Hbr 1,3). «La Gloria del Uni­
génito» (Jn 1,14). Cristo-Luz será la Gloria: «La ciudad no había menes­
ter de sol ni de luna que la iluminase, porque la gloria de Dios la ilumina­
ba y su lumbrera era el cordero» (Ap 21,23). No es, pues, de extrañar la
relación que ya los mismos Padres establecieron entre el Verbo encarnado
que vivifica y las Escrituras que iluminan. El Espíritu Santo nos da la cla­
ve. El mismo Espíritu que inspiró las Escrituras es el que revistió de carne
al Verbo de Dios en el seno de la Virgen.

5. LA PALABRA DE DIOS
DESDE LA ASCENSIÓN-PENTECOSTÉS
HASTA LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO

Para comprender la centralidad de la palabra de Dios en la vida de la


Iglesia y de cada uno de los creyentes, es preciso ver, como en un panora­
ma, el plan de Dios en la progresiva manifestación de su palabra en la his­
toria de la salvación y en su repercusión salvadora en el pueblo elegido y
en la Iglesia. La pregunta es ¿cómo podemos hoy encontrarnos con Cris­
to vivo? ¿Cuál es la importancia de la palabra de Dios en este encuentro?

a) ¿Cómo podremos encontrarnos hoy con el Cristo viviente?


¿Cómo encontrar hoy a Cristo los que no hemos vivido con él en Pales­
tina? La tentación de muchos creyentes hoy es encontrarse con la imagen
humana del Señor. Les gustaría ver, palpar, comprobar. Pero Cristo ya no
existe para nosotros en aquella forma corporal. Buscarle así supondría redu­
cirlo a objeto, pues nos relacionaríamos con una imagen, un contenido, no
con la realidad. Sería evadirse al pasado huyendo del Cristo Viviente en el
presente. Sería vana la pretensión de buscarle fuera de la fe. También los
discípulos de Emaús quisieron encontrarse con el Cristo de antes de la resu­
rrección. Tenían los ojos imposibilitados para reconocerlo (Le 24,16). Jesús
se les hizo presente en el ocultam iento de la Escritura y del pan: «¿No
estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en
el camino y nos explicaba las escrituras?» (Le 24,32). «Cuando se puso a
la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba
dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron» (Le 24,30-31).
Nadie puede encontrar ahora a Cristo en la imagen de su cuerpo terreno.
Ahora él ha querido hacerse presente en el ocultamiento de las Escrituras,
del sacramento, de la comunidad del amor fraterno. Cristo es ahora una
presencia ausente, pues no existe para nosotros en la forma corporal tem­
poral de Palestina, sino en forma sacramental. Ser creyente conlleva este
vacío aparente. Ir a la imagen física, o a otras clases de imágenes, es hacer
inviable la misma fe, y el encuentro viviente con el Señor.
La com unidad de la Iglesia apostólica vive con la fuerte experiencia
de la presencia de Cristo viviente en ella. Cuando se proclama testigo de
la resurrección del Señor, está hablando de la vida de Cristo reflejada fuer­
temente en la comunidad. Ella es el cuerpo mismo de Cristo que está reno­
vando su misterio redentor, sintiéndose vivificada (Col 2,13), crucificada
(Gál 2,19), muerta (2Cor 4,10), sepultada (Col 3,3), resucitada (Col 3,1),
sentada con Cristo en los cielos (Ef 2,5-6).

b) La Biblia nace de la liturgia


La Biblia, ya en sus textos más antiguos, nace de la liturgia de las asam­
bleas en los centros o lugares de culto. Se ha conservado hasta nuestros días
gracias a su utilización en la liturgia. Su condición de escritos, su selección y
agrupamiento, provienen del uso litúrgico. De no haber tenido una utiliza­
ción litúrgica no habrían entrado en el canon de las Escrituras. Es decir: el cuer­
po bíblico se constituyó en función de una proclamación y de una audición
comunitaria. Es canónico lo que recibe autoridad de una lectura pública. Así
pues, la comunidad, la eclesialidad es algo esencial al libro, no marginal.
Los grandes acontecimientos fundacionales de Israel nos han sido pre­
sentados en la Biblia a través de los relatos de carácter litúrgico. Las fiestas
judías de Pascua, Pentecostés, Tabernáculos, han sido conservadas en la
Biblia en razón de la reconversión histórica de que fueron objeto gracias
al memorial litúrgico. Una experiencia viva, siempre progresiva y nueva, en
las generaciones sucesivas, hizo que unas narraciones primitivas, arcaicas,
más elementales, abocasen a un sobrepasamiento de los hechos primitivos
desnudos, en unas situaciones diferentes, llenas de sentido.
N o queremos decir con esto que la Biblia haya nacido de la liturgia
como de su lugar exclusivo. El culto no crea la tradición: la recuerda. Pero
la marca con su huella y desempeña un papel decisivo en la conservación
de la misma como palabra de Dios. Es en la liturgia donde Israel, confe­
sando su fe, encuentra su propia identidad histórica.
Los evangelios nacieron en las celebraciones litúrgicas. Las asambleas
cristianas desempeñaron la función del crisol decisivo de la elaboración de
la Biblia cristiana. El evangelio nació en la celebración del memorial de
las comunidades apostólicas. Los relatos de los evangelios funcionan como
discursos del mismo Señor, como evangelio proclamado. La celebración
convierte el recuerdo en memorial. La narración es proclamación evangéli­
ca o kerigma. Los evangelios no habrían visto nunca la luz si hubiesen naci­
do sólo como recuerdos de un difunto. Nacieron de la fe como suceso siem­
pre vivo, como confesión de fe siempre actual. Los relatos cristológicos
nacieron como salvación perenne. Fue repitiendo una y mil veces estos rela­
tos, en las asambleas, como la Iglesia llegó a descubrir y proclamar que Cris­
to había redimido a todos los hombres.

c) La asamblea, el espacio vivo en el que el libro se escribe


Los escritos han sido elaborados en función de una constante relectu­
ra de los mismos. Cada generación, en un acto memorial, recordando el
pasado y celebrándolo plenamente en el presente, se enfrenta con la tarea
siempre idéntica de confesar la fe, de reconocerse pueblo de Dios en situa­
ciones históricas siempre inéditas.
En la relectura, realizada en las asambleas, los hechos originales encuen­
tran un despliegue de ellos mismos más allá de lo que fue su realidad inicial.
Dejan de ser simple crónica del pasado, meros hechos antiguos, para ser pro­
movidos a arquetipos, o modelos perennes, universales, de la identidad de
Israel, de Cristo, de la Iglesia. La protohistoria original se convierte en meta-
historia originaria, es decir, siempre contemporánea. Vivir hoy, para la Igle­
sia, es sumergirse, ella misma, en un memorial, de generación en generación.
La asamblea litúrgica es el lugar elegido por Dios para celebrar el memo­
rial. Ella es el crisol donde se forja la identidad del pueblo creyente.
La verdad escrita transciende, de manera universal y eterna, la contin­
gencia histórica en que fue escrita. Leer, entonces, no es reflejar un suceso
neutro, un punto aislado de la historia. Es ver un horizonte universal que
se cristaliza en cada momento como un «hoy» pleno donde adviene la pre­
sencia de Dios y de su gracia.
El reconocimiento de la Escritura por parte de la asamblea es algo inhe­
rente a lo constitutivo del texto, a su propia esencia. Sólo es palabra viva de
Dios cuando es proclamada, aceptada, comulgada, vivida por la asamblea,
no ya como un suceso pasado, sino como historia actual y viva.

d) La eclesialidad de la palabra: la Iglesia, epifanía de la palabra


Nuestra costumbre, y privilegio, de leer individualmente la Biblia, y de
reflexionar por nuestra cuenta sobre su significado, ha desdibujado el sen­
tido esencialmente eclesial de la misma. Hemos llegado a creer que la pro­
clamación de la Escritura en las asambleas es un modo, entre otros, de abor­
darla y presentarla. N o es así como los antiguos entendían el acceso a la
Escritura. Mientras nosotros abundamos en ejemplares de la Biblia, ellos
carecían personalmente de ella. La proclamación pública en la asamblea,
vinculando la interioridad del texto a la exterioridad de la voz, ponía al des­
cubierto la esencia irreductiblemente comunitaria del texto. Esto nos lleva
a subrayar la eclesialidad esencial de la Biblia.
Hay una opinión corriente que piensa que el autor, al escribir, deter­
mina y fija todo el sentido del texto, tal como está en su mente. Entonces,
la tarea del lector actual es saber descifrar «aquel» sentido del autor para
poder reproducirlo hoy con exactitud.
En ese supuesto, lo escrito quedaría como cristalizado y recluido en una
validez perenne, de forma que el tiempo, la historia, las comunidades del futu­
ro, no serían sino meras contingencias exteriores del texto. Frente a esta opi­
nión hay otro modo de pensar que subraya el hecho de que toda relectura pos­
terior, es esencial al mismo texto, no para cambiarlo, sino para darle historia.
Un autor escribe y después muere. El escritor se aleja, entonces, de su
obra. El libro se desprende de él y después ya no le pertenece. Es entrega­
do al lector, el cual se convierte en operante. La operación de leer, no sólo
no es ajena al libro, sino que resulta esencial a su propia constitución.
Lo mismo ocurre con las palabras pronunciadas. La recepción de un
discurso oral es determinante y constitutiva para el mismo discurso. Cuan­
do un libro es escrito para una comunidad, la recepción por parte de la
comunidad es constitutiva del texto. El cuerpo social acepta el texto y se
reconoce en él. En ello consiste la canonicidad. Es la aceptación del tex­
to como expresión colectiva codificada de la identidad del pueblo que cree
en él.
En este supuesto, la comunidad se escribe a sí misma en el libro que
ella lee. Libro y comunidad se reconocen como inseparables. El libro no
es nada sin la comunidad y ésta encuentra en él su propia identidad. He ahí
el sentido de la Iglesia Católica frente a los protestantes. La norma no es
la sola Escritura, sino la Escritura en la Iglesia.
La fidelidad a la Biblia consiste en repetir, en situaciones siempre cam­
biantes, el proceso que la hizo posible. La relectura forma parte de la mis­
ma Escritura. La recepción forma parte de la revelación. La verdad bíblica
es una realidad siempre viva en su autor y en los destinatarios, Ni en el solo
texto, ni en el solo lector está todo lo que Dios quiere decir y hacer.
La Biblia es el resultado de una lectura y de una selección canónica que
ha eliminado múltiples tradiciones orales y escritas. La liturgia ha hecho
esta lectura selectiva. Por ello, la Biblia no existe constitutivamente más que
en manos de la Iglesia.
La proclamación litúrgica de la Biblia, en la asamblea, es como la epi­
fanía sacramental de la esencia del texto escrito. En la asamblea celebrante
se unen: el texto escrito, la voz que le da vida y que convierte el documen­
to en acontecimiento, la comunidad que se identifica con la palabra pro­
clamada, la tradición apostólica garantizada por el ministro ordenado que
certifica la autenticidad de la palabra proclamada.
En esta perspectiva, jamás la Biblia alcanza mayor grado de su verdad
de Biblia que cuando es proclamada en la Iglesia celebrante. Es la misma
asamblea la que, en cierto sentido, da lugar a la propia Biblia.

e) Sacramentalidad de la Escritura: un cuerpo en la forma de la palabra


La sacramentalidad es una dimensión constitutiva de las Escrituras, al
igual que la eclesialidad. Los Padres tratan las Escrituras con la misma vene­
ración que otorgan al cuerpo eucarístico del Señor. «Vosotros... sabéis con
qué respetuosa precaución tratáis el cuerpo del Señor cuando se os entrega,
por miedo a que no caigan algunas migajitas y se pierda una parte del teso­
ro consagrado... ¿Por qué consentiríais que la negligencia con respecto a la
palabra de Dios mereciera menor condena que la de su cuerpo?» (Orígenes,
Hom.13 sobre el Ex). «El pan es la palabra del Dios vivo bajado del cielo»
(Tertuliano, Jn 6). Se trata de una de las más firmes tradiciones de la Igle­
sia. El pan partido es tanto la Escritura como la eucaristía.
El Vaticano II dice hermosamente: «La Iglesia ha venerado siempre las
sagradas Escrituras al igual que el mismo cuerpo del Señor, no dejando de
tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida tanto de la palabra
de Dios como del cuerpo de Cristo, sobre todo en la sagrada liturgia» (DV
21). «Los cristianos se nutren de la palabra de Dios en las dos mesas de la
sagrada Escritura y de la eucaristía» (PO 18). Como vemos, la expresión «pan
de vida» se aplica tanto a la sagrada Escritura como a la eucaristía, y la expre­
sión «palabra de Dios», tanto a la eucaristía como a la sagrada Escritura, has­
ta el punto que la veneración de la Escritura se sitúa casi a la misma altura
que la veneración por el cuerpo eucarístico del Señor. Los ricos adornos de
los leccionarios, las procesiones solemnes con luces, incienso y cantos, las
aclamaciones del evangelio son expresiones tradicionales de esta veneración.
La Escritura es el tabernáculo de la palabra de Dios. La letra, y la letra
precisamente cerrada, ya escrita, es como el soporte del espíritu. La revela­
ción de Dios requiere ese depósito en un cuerpo escriturario determinado
y preciso. Ningún sentido pretendidamente espiritual puede vaciar la con­
tingencia histórica del origen concreto de la palabra inspirada bajo el pre­
texto del idealismo de una verdad intemporal. No hay desvanecimiento
de lo sensible en lo inteligible, de las sombras en la luz, de las apariencias
en la realidad. La letra permanece siempre como letra.
Sin embargo, la reducción de la Escritura a la letra, al mero sentido lite­
ral, puede equivaler a la fosilización de la palabra de Dios, al falseamiento
de lo que pretende decir, al cierre de la historia viva. Puede incluso supo­
ner una peligrosa práctica idolátrica: la idolatría conceptual del discurso
cerrado sobre Dios; la idolatría ética, farisaica de la pretensión a tener dere­
chos sobre Dios en nombre de una buena conducta; la idolatría psíquica de
la reducción de Dios a las experiencias que se cree uno haber tenido de él...
Hay muchas maneras más o menos veladas, de no reconocer a Dios, de uti­
lizarlo como pretexto, de apropiarse de lo divino, de dominarlo. Idólatra es
aquél que quiere colocarse en el puesto de Dios borrando su radical alteri-
dad; aquél que pretende borrar la diferencia entre Dios y el hombre o la
misma Iglesia.
Se manipula la palabra de Dios cuando la letra aparece como un escri­
to petrificado, en lugar de representar un presente, el testimonio de un pasa­
do y la figura de un futuro. Concebida así la letra, Dios mismo queda suje­
to y encerrado en apriorismos ideológicos, morales y sociales.
La letra de la Escritura es como un icono que revela y encubre, a la vez,
lo divino. Es una mediación. Sólo dice la verdad en cuanto que también
es figura. Es testimonio de algo que ya ha sido, y de algo que está sucediendo
y que tiene que suceder. Es un entredós, paso y tránsito a algo distinto de
ella misma.
Aquí radica la idenddad, y la diferencia, entre los dos testamentos: anti­
guo y nuevo. La letra es expresión, y a la vez, distanciamiento. Es palabra
en el presente sólo como letra tendida entre el pasado que relata y el futu­
ro que anuncia. Por eso, la literalidad, en sí misma, no es una presencia ple­
na. Da a entender algo y vela y oculta otras realidades. Es don para el pre­
sente, pero memorial para el futuro. Es identidad, pero siempre en la alteridad.
Exactamente como Cristo encarnado: es carne, pero no se reduce a la car­
ne. El Cristo histórico hace esencial referencia a la realidad gloriosa y ple­
na del misterio del cuerpo místico, cabeza y cuerpo. Detenerse en «aquella»
figura temporal de Cristo puede equivaler a hacer inviable el encuentro con
el Cristo viviente hoy, en la fe.

f) Palabra y sacramento existen en unidad: sólo hay comunión


sacramental del pan donde hay manducación espiritual de la palabra
Se suele hablar corrientemente de la liturgia de la palabra y de la litur­
gia del sacramento, yuxtaponiendo. Esto encierra una equívoca y excesiva
separación entre palabra y sacramento. Es una lamentable consecuencia de
la disputa contra los protestantes. Contra la inflación sacramentalista de
la Edad Media, la vuelta a la palabra fue un movimiento positivo, siempre
que el mismo no hubiera derivado a la oposición entre palabra y sacramento.
La palabra y el sacramento van unidos e identificados. Ya la antigua
teología medieval explicaba que «sobreviene la palabra a los elementos mate­
riales y acontece el sacramento». La palabra es la forma sacramental pro­
nunciada por el ministro que personaliza a Cristo. Son también las Escri­
turas leídas en la celebración. Y es Cristo mismo, Palabra viviente y eterna.
Si en la celebración Cristo mismo habla a través de la lectura de las Escri­
turas (SC 7), esto significa que nosotros debemos respetar la modalidad
sacramental concreta a través de la cual Cristo mismo habla. Esa palabra
concreta, y no otra, es la que nos acerca no a un Cristo abstracto e intem­
poral. El mismo Cristo que toma cuerpo en la eucaristía, lo hace según las
diversas formas en las que ha hablado antes en las Escrituras. Lamentable­
mente se desconoce en exceso este principio. La consagración del pan y de
la comunidad acontece en la forma que las Escrituras proclaman. La fór­
mula «esto es mi cuerpo» queda pronunciada sobre el fondo de las Escri­
turas proclamadas en la celebración de esta fiesta o de este domingo con­
cretos. Escritura y sacramento forman en unidad la presencia misteriosa
—presencia en la ausencia—de Cristo hoy entre nosotros y para nosotros.
Escritura y sacramento se identifican. El sacramento hace lo que la pala­
bra anuncia. La palabra revela lo que el sacramento oculta. No hay man­
ducación sacramental del pan si no hay manducación espiritual de la pala-
bra. La Escritura es el molde que configura la identidad de la comunidad.
Es proclamada para ser comulgada. Con la eucaristía sola, tendríamos una
presencia muda. Con la escritura sola, tendríamos las palabras de un ausen­
te. La eucaristía vivifica la palabra y la palabra ilumina la eucaristía. Por la
proclamación de la palabra, acogida y comulgada, Cristo, su vida y los mis­
terios de su vida, se convierte en el molde y arquetipo de las asambleas reu­
nidas en todos los tiempos y lugares. En ellas Cristo cobra talla, se forma,
en nosotros (Gál 4,19). Las asambleas, acogiendo la palabra e identificán­
dose con ella, hacen el seguimiento de Cristo, recorren y reproducen mís­
ticamente el itinerario de la vida del Señor y se convierten, ellas mismas, en
Escritura santa, letra viviente del texto escrito redactado ahora no en el papel,
sino en el corazón, no con tinta, sino con el Espíritu Santo (2 Cor 3,3). De
esta manera, la comunidad es la encarnación de la palabra, su expresión
hum ana social, testimonial y evangelizadora. La realidad profunda de la
palabra es el cuerpo místico de Cristo. El cuerpo escriturístico y el cuerpo
eucarístico forman el cuerpo místico de Cristo, el cual no es otra cosa que
la biografía encarnada de la palabra y del pan, la palabra y el pan con ros­
tro humano actual, personal y social. La comunidad expresa a Cristo. Lo
revela. Es la comunidad del amor fraterno. La que en el amor hace pre­
sente al Señor «porque Dios es amor» (ljn 4,8). Cristianos son los que se
aman, unos a otros, «como el Señor nos amó» (Jn 13,34). Los que «per­
manecen en su amor» (Jn 15,9).

g) Comer: acoger en la fe la palabra que brota de la boca de Dios


Dios dio a los hebreos el maná. Nuestro maná hoy es el Cuerpo de Cris­
to. Expresa, ante todo, la infinita grandeza de Dios. El maná es signo de
desprendimiento y desapropiación: viene de lo alto y se recibe del cielo cada
día, sin poder conservarlo como provisión. Tiene una especial referencia a
la palabra de Dios: «Te dio a comer el maná... para que aprendieras que no
sólo de pan vive el hombre, sino también de la palabra que sale de la boca
de Yahveh» (Dt 8,3). Este texto es asumido por Jesús en el monte de las ten­
taciones (Mt 4,4). Un caso especial de manducación de la palabra nos lo
ofrecen los profetas: la palabra que Yahveh les dice, se hace a veces difícil
de tragar (Jer 1; Ez 2-3). El Señor manda a Ezequiel comer el libro de los
oráculos de la desdicha. La palabra o es dulce como la miel (Ez 3,3) o amar­
ga como la hiel (Cf Ap 10,8-10).
También la palabra que Jesús da a comer es amarga, como se ve en el
discurso del pan de vida (Jn 6,22-71). Palabra tan dura que muchos discí­
pulos no pueden digerirla y lo abandonan (6,60-66), Escandaliza, primero,
que Jesús sea el Verbo de Dios, y después, su destino a la muerte. ¿Cómo
es posible que este Jesús cuyos padres nos son sobradamente conocidos (v.
42) pueda pretender ser verbo-pan-maná «bajado del cielo»? Y si es hijo de
Dios ¿cómo podrá Dios dejarlo pasar por la muerte cuando afirma «el pan
que yo os daré es mi cuerpo entregado por la vida del mundo»? (v. 51). Si
resultaba difícil entender la identidad de Jesús, era también imposible com­
prender el modo de realización de su misión, el fracaso de la muerte. Esto
era indigerible: ¡Dios dejaría de ser Dios! Era un escándalo insoportable...
Este escándalo aparece claro en la segunda parte del discurso de Jesús
sobre el pan de vida. La pregunta de los judíos era: «¿Cómo puede éste dar­
nos a comer su carne?» (v. 52). No se trata de una manducación cualquie­
ra. Se trataba del problema de la fe o de la incredulidad. Es la fe lo que está
en el centro del relato. El discurso del pan de vida no es un discurso sobre
la eucaristía como tal, sino una catcquesis sobre la fe en Jesús como Verbo
de Dios sometido a la muerte por la vida del mundo. Esta catcquesis está
expresada en lenguaje eucarístico, por estar impregnada, de comienzo al fin,
por el tema de la manducación. La manducación de la eucaristía nos lleva
de la mano a lo que es la fe: una manducación lenta, que rumia, que mas­
tica con cuidado el alimento, hasta digerirlo en la entraña, en el corazón,
ese amargo escándalo de la fe de un Cristo-Dios entregado a la muerte.
Lo cual nos lleva a la afirmación fundamental: no es posible la manduca­
ción sacramental del pan si no es a través de la manducación espiritual de
la palabra. El pan sólo es comido cuando se come el libro, palabra dulce y
amarga a la vez. Es la letra, la palabra, la que da expresividad al pan comi­
do por el pueblo. La palabra configura, de esta forma, también el cuerpo
social del pueblo. El libro pasa al pueblo, le da forma. Lo configura al ser
vivido. Y de este modo, el pueblo es la letra viva en la que Cristo resucita­
do toma cuerpo y se da a leer a todos los hombres. El lugar de la revelación
de Dios es la comunidad, la existencia misma del creyente: «Nuestra carta
sois vosotros: escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los
hombres. Es evidente que sois una carta de Cristo, redactada por nos­
otros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas
de piedra, sino en tablas de carne en los corazones» (2 Cor 3,2-3).

h) La proclamación de la palabra de Dios


en el proceso del año litúrgico
Hemos señalado aquella corriente de opinión que afirma que un autor
sagrado, cuando escribe, fija y ultima el significado del texto de forma que
éste queda definitivamente precisado y concluso. La tarea de los exegetas
y de las asambleas es retornar al pasado para redescubrir «aquel» sentido del
autor con el fin de reproducirlo con precisión exacta y fiel. Este modo de
pensar encierra inconvenientes graves y hasta errores serios. Reduce la Escri­
tura a la letra, rebaja a Dios viviente a objeto, detiene la historia de la sal­
vación fosilizándola en el pasado, vacía de contenido mistérico el «hoy» san­
to que proclama la liturgia en las fiestas del Señor, manipula idolátricamente
la presencia viviente de Dios rebajándola a concepto, o norma, o experien­
cias subjetivas, se apodera de lo divino dominándolo y sustituyéndolo por
las meras representaciones ministeriales que pervierten y manipulan la pala­
bra como intervención viva de Dios.
Los libros santos, los mismos evangelios, no nacieron como documen­
tos cerrados, sino como salvación perenne. No evocan a un escritor que
escribió, sino al mismo Dios que habla y redime siempre. La relectura se
hace como memorial. Dios es siempre viviente y su palabra es siempre actual.
Es suceso contemporáneo de todas las generaciones. La Escritura se escri­
be, a lo vivo, en cada asamblea como palabra viva del Señor. Toma cuer­
po en la comunidad que proclama y celebra. La Escritura está esencialmente
implicada en el sacramento como reveladora de Cristo y configuradora de
la comunidad. Escritura y asamblea forman «una sola carne» y están estruc­
turadas para existir unidas.
Es precisamente proclamando la palabra de Dios como sucede la sal­
vación, la formación de Cristo en la comunidad, la reproducción de los mis­
terios de la vida de Cristo en la vida de los creyentes que los celebran. Hoy
la palabra se hace carne y habita en nosotros, dentro de nosotros. Porque
encarnarse significa entrañarse en nuestros corazones. Es palabra viva en
Dios y palabra viva en los hombres. No sería dicha si no tuviera la inten­
ción de ser acogida y recibida.
En la acogida, la palabra crea lo que ella misma es: presencia viva del
Señor. Al hablar, él mismo se dice. Dice su ser y lo comunica. La palabra
hace lo que dice. Dios ama y crea hablando. La identificación con Cristo
acontece en la forma que la Escritura proclama. El cuerpo eucarístico, y el
cuerpo místico, que es su fruto último, se actualizan y representan de acuer­
do con lo que la palabra expresa. Cuando se proclama «esto es mi cuerpo»
o se afirma que «formamos un solo cuerpo los que nos alimentamos con un
mismo pan» (IC or 10,17), el misterio es revelado en aquello que la palabra
dice. La Escritura es el molde de la comunidad. La comünidad no es sino
la palabra acogida y comulgada. La palabra es Cristo, su persona y los mis­
terios de su redención. Y su vida es desplegada y proclamada en el curso del
año litúrgico, desde la Navidad a la Pascua, porque el año litúrgico no es
sólo recuerdo, sino troquel que modela y configura. La palabra no sólo ense­
ña, sino que nos configura con el Señor. La comunidad vive en situación
de identificación con Cristo.
IV. LA ENCARNACIÓN DE LA PALABRA EN LOS DIVERSOS
NIVELES DE FE O DE INCREENCIA
(La palabra como formación, iniciación o vivificación)

La eucaristía es todo lo que Dios ha hecho por el hombre. Es pre­


sencia de Cristo y actualidad de su sacrificio de amor. Es el vértice del
amor de Dios al hombre. Como lo sugiere el simbolismo del pan, es la
oferta de gracia de Dios para hacer al hombre comensal suyo y concor­
póreo de Cristo. Es amor entregado, comida de vida, rescate y redención,
prenda y arras de vida eterna. Pero para asimilar fructuosamente la euca­
ristía hay que recorrer el camino largo y difícil de la fe. Comer es tener fe.
Quien no cree no come. La fe es la medida de la comunión con Cristo.
«El que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida» (Jn 6,47-48). La
eucaristía es la meta de los hombres. Es «la vida eterna». Pero los hombres
se acercan a la eucaristía en la medida de su fe. Acercarse es creer. Sin fe
la eucaristía no aprovecha para nada. Dice San Ignacio de Antioquía: «Adhi­
riéndome al evangelio, como la carne de Jesús» (A los cristianos de Esmir-
na, 5). «Vosotros, revistiéndoos de mansedumbre, regeneraos por la fe,
que es la carne del Señor, y por la caridad, que es la sangre de Jesucris­
to» (Id. 8). Los hombres se clasifican por su cercanía o alejamiento de la
eucaristía. Por eso, cada clase de hombres, tiene en la Iglesia la palabra
apropiada. Hay diversas intensidades de la palabra de Dios. Estas intensi­
dades miran fundamentalmente a las diferentes situaciones de fe de los
hombres.
La eucaristía es de por sí un gran misterio. Es «el misterio» por exce­
lencia. Su contenido profundo es Cristo y su misterio pascual. La euca­
ristía es una presencia silenciosa, muda. No habla. Por eso precisa de la
palabra. Y esta palabra será diferente, según la lejanía o cercanía de los
hombres con respecto a la inteligencia y comprensión de la eucaristía. La
marcha hacia la eucaristía representa el camino y el proceso mismo de la
salvación. Es un pasar del paganismo al catecumenado, del catecumenado
a la iniciación y de la iniciación a la madurez. Cada situación diferencia­
da necesita de una palabra apropiada, adaptada, que hace luz y com­
prensión el misterio de la vida y de la salvación que se halla presente en
la eucaristía.
Analicemos estos tres gráficos:

1. En el primero vemos las diferentes situaciones de los hombres en


su caminar desde el paganismo hasta la plenitud o madurez que reside en
la eucaristía:
2. En este segundo gráfico vemos como todo en el cristianismo no es
sino un despliegue y progresiva explicación de la eucaristía. Como el sol
pierde vida e intensidad en la medida en que se expande, así el alejam ien­
to del punto central que representa la eucaristía pierde vida aunque gana
difusión, explicación, palabras. Detener al creyente siempre en planos «for-
mativos» o teológicos, sin abrirle el sentido a la mistagogia, al realismo de
la palabra viva de Cristo, y al silencio sonoro de la eucaristía, no hacerle
pasar progresivamente del catecismo a la Biblia, y de la Biblia a la liturgia,
es una perversión pastoral y grave falta de fe en el protagonismo directo
de Cristo, Mediador siempre en acto, de Dios iluminando e impulsando
a todos, a cada uno, por medio del Espíritu Santo.

3. En el tercer gráfico vemos como toda palabra y explicación tiene


por fin orientar hacia la eucaristía que es el centro absoluto. El progresivo
acercamiento a la eucaristía será un progresivo disminuir en expresiones, en
palabras y un progresivo aumentar en la participación de la vida.

Así pues, el cristianismo aparece como un gran sistema solar del que
la eucaristía es el centro. Observemos:

1. En el círculo donde está la suma vida (la eucaristía, el autor de la


vida), existe un mínimo de expresión. Toda formación catequética o teo­
lógica cumple su verdadero sentido cuando el fiel ha llegado existencial-
mente al silencio sonoro, a vivir consciente y gozosamente en el corazón del
misterio de la eucaristía. Una precaria sensibilidad pastoral puede bloquear
el acceso de los fieles a la vivencia directa de la palabra viva de Dios y del
misterio pascual de Cristo.

2. En el círculo donde existe suma expresión (la catcquesis cuando se


la presenta al margen de la liturgia, los procesos de formación que no son
mistagogia: los estudios teológicos, la palabra piadosa de los libros, confe­
rencias, etc.) hay un mínimo de vida (oír o leer suele ser «ocasión» de gra­
cia). Toda su razón de ser es subir, progresar hacia formas más plenas de
la palabra.

3. A más vida, menos expresión.


— La eucaristía es palabra silenciosa y muda.
— Los sacramentos son signos muy precisos, más bien lacónicos y sim­
ples.
— La catcquesis litúrgica habla ya bastante más, pero sólo se refiere al
misterio.
— La palabra piadosa, los procesos de formación tal como son con­
cebidos hoy, hablan de todo.

4. A más expresión, menos vida.


— La palabra piadosa, la formación catequética y teológica, hablando
de todo, representan una ocasión de gracias actuales.
— La catcquesis litúrgica, refiriéndose a los misterios, sensibiliza al
hombre en los sentimientos de la Iglesia.
— Los sacramentos, signos muy simples, confieren la gracia de Cris­
to.
— La eucaristía, presencia muda, posee de forma excelente al autor de
la gracia.

5. La vida, al ser un gran misterio, necesita siempre ser explicada y


comprendida en la luz de la palabra.

6. La luz de toda palabra, en la Iglesia, tiene siempre como fin orien­


tar al hombre, que sólo se mueve por la luz, hacia el misterio de vida que se
concentra en la eucaristía.

Si hemos entendido esto, estaremos ahora en situación de comprender


la necesidad del evangelio como palabra viva de Cristo. El proceso de la sal­
vación o vivificación divina del hom bre es un proceso de iluminación.
Los tiempos mesiánicos son los tiempos de la luz (Is 9,1; 42,7; Miq 7,8 ss);
Cristo es la luz verdadera que ilumina a todo hombre (Mt 4,16; Le 1,78 ss;
2,32; Jn 9,5; ljn 1,5); la redención es el triunfo de la luz sobre las tinieblas
(IPe 2,9; Col 1,12 ss; E f 5,8); la vida cristiana es vivir como hijos de la luz
(Ef 5,8; ITes 5,5).
Ahora comprenderemos mejor cómo la eucaristía y el evangelio, uni­
dos, prolongan la encarnación, la presencia viva de Jesús entre nosotros y
para nosotros. La eucaristía es, ciertamente, todo cuanto el Padre ha «dicho»
y «hecho» por nosotros, Es todo cuanto tenemos que «oír» o «recibir» para
que, hechos «un solo cuerpo con él», él «sea todo en todos» (IC or 15,28).
No se puede encontrar la intimidad de Dios, la salvación, si no es en la fruc­
tuosa asimilación progresiva de la palabra divina.

V. HACIA UNA NUEVA CONCIENCIA

Del análisis de cuanto hemos dicho se deduce la grave necesidad de


madurar una nueva conciencia de la centralidad de la palabra de Dios en la
vida de la Iglesia. Esta nueva conciencia debe alcanzar tanto a quien pro­
clama la palabra de Dios como a quien la acoge.

1. LA PROCLAMACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS

Seguimos siendo la religión del libro santo. Cristo, Verbo del Padre,
permanece siempre con nosotros como Alfa y Omega, Principio y Fin.
Él nos dijo que sin él nada podríamos hacer (Jn 15,4-5). La Iglesia es
esencialmente cristocéntrica. En todos, principalm ente en los agentes
ministeriales de la palabra, ha de nacer con fuerza una nueva conciencia:
Dios nos habla aquí y hoy. El Espíritu que inspiró las Escrituras, inspi­
ra ahora la misma palabra para insertarla «dentro», en el corazón de cada
uno. La escucha y acogida de la palabra es la máxima realización de la
misma palabra. La recepción de la palabra pertenece a la esencialidad mis­
ma de la revelación. El gran mensaje no es que Dios habla, sino que Dios
habla a los hombres. Esto implica, en los ministros de la palabra, la exi­
gencia de personalizar a Cristo despersonalizándose ellos mismos, con­
gelando su propio yo individual. Lo que a los hombres interesa en el sacer­
dote es Cristo que dijo que permanecería con los apóstoles hasta el fin de
los tiempos. No es que el sacerdote deba despojarse de sí mismo en sen­
tido humano. La vocación asume al hombre concreto e integral, con su
tiempo y sus circunstancias concretas. Pero el sacerdote no sucede ni
suplanta a Cristo. Es signo de su presencia. Su razón de ser es ser pura
referencia.
Es preciso que el sacerdote respete siempre las lecturas sagradas y haga
respetar los salmos responsoriales. Sólo Dios habla bien de Dios y sólo Dios
habla bien a Dios. La palabra no es sólo una función eclesiástica, sino evan­
gélica y divina. No es lo mismo predicar en la misa que predicar la misa.
Según pide el directorio del misal, no se puede confundir la homilía con
textos de concilios, de encíclicas, de exhortaciones pastorales. Mucho menos,
con textos de autores profanos.
El sacerdote, el catequista, han de tener un buen sentido de los diferentes
niveles de intensidad de la palabra de Dios. La formación catequética y teo­
lógica ha de estar claramente orientada a ayudar a participar de la palabra
litúrgica. La formación debe llevar a la iniciación. Y la iniciación debe cul­
minar en la introducción plena en el misterio eucarístico. La catcquesis ha
de conducir a la Biblia y la formación bíblica debe concluir en la liturgia que
es el lugar donde el documento se convierte en el acontecimiento de la pala­
bra viva y eterna de Dios que ama a cada hombre, que quiere hablar a todos
y a cada uno de ellos. Los procesos formativos que se quedan en las encues­
tas sociológicas, en satisfacer los simples deseos de las bases, pueden tener el
peligro de bloquear el acceso directo a la palabra de Dios, abandonando a
los fieles en el pórtico exterior del misterio. Dios ya ha hablado. La esencia
de la palabra de Dios es la iniciativa divina. Y la esencia de la vida cristiana
es responder. El hombre sólo existe en la respuesta.

2. LA ACOGIDA DE LA PALABRA DE DIOS

Es necesario que la nueva conciencia en torno a la palabra de Dios lle­


gue también a todos los fieles ya en las primeras catcquesis. Dios no habla
sólo a la cabeza, sino a la persona entera, al corazón. Es preciso educar a los
creyentes a saber situarse en aquella activísima pasividad, o plena receptivi­
dad existencial, en la zona de influencia de la palabra de Dios que es palabra
eficaz, que hace lo que dice, que no vuelve a Dios vacía (Is 55,11). Es nece­
sario que nos dejemos hablar, amar, cambiar por Dios. Que veamos en la
palabra no algo, sino a Alguien que nos ama. No un documento, sino el suce­
so mismo de Dios amándonos. Hablar es la forma de amar de Dios. Dios
ama hablando. Hablando se nos da. La persona, la comunidad, han de lle­
gar a ser no sólo acogida y comunión, sino la biografía encarnada de la pala­
bra, su expresividad personal y social. Para ello, nada mejor que aplicarnos
toda la palabra y aplicarnos del todo a la palabra, saliendo de nosotros, cami­
nando hacia ella, estando del todo en ella, y saliendo nuevos con ella.
PREGUNTAS PARA LA A N IM A C IÓ N DEL D IÁ L O G O EN G RUPO

Cuando escucho la palabra de Dios proclamada en las asambleas, ¿la


acojo como palabra viva y actual, o me limito a contemplarla más bien como
documento del pasado?
¿Cómo es mi relación profunda con la Escritura santa, en su procla­
mación en las asambleas litúrgicas, la miro como «algo», o más bien como
«Alguien»? ¿La poseo a ella o más bien es ella, -e s decir, «él»-, la que me
posee a mí?
La palabra de Dios ¿me cambia, me transforma, me identifica progre­
sivamente con él? ¿Comulgo con la palabra y me dejo comulgar por ella?
Mi vida cristiana ¿está organizada fundamentalmente como «respues­
ta» a la palabra de Dios, o se apoya más bien en sentimientos subjetivos de
devociones populares?
¿Veo la Escritura y la eucaristía, unidas, como los lugares privilegiados
de la presencia viva de Cristo hoy, para mí?
¿Sé ver la asamblea como el espacio privilegiado donde el libro santo
se escribe, como la realidad última del libro y del pan comunicados y aco­
gidos?
¿Veo las lecturas que proclaman los misterios de la vida del Señor,
durante el año litúrgico, como el molde que forma a Cristo, a lo vivo, en
la asamblea y comunidad cristianas?
3. EL DOMINGO, «EL DÍA DEL SEÑOR»

OBJETIVOS

Trascender el simple domingo social, como mero tiempo cíclico, natu­


ral, de descanso y evasión, y llegar a vivir el domingo de la fe como día
del encuentro con Cristo resucitado.
Vivir el domingo como gozosa anticipación de la alegría pascual plena
y como maduración de nuestro entorno en la novedad gloriosa de la vida
de Cristo resucitado.
Mayor integración y radicación en la asamblea cristiana que celebra,
vive e irradia la fe, y que se hace, en Cristo, palabra inteligible y pan com­
partido en la vida familiar, social, laboral, cultural.
Llevar a la semana el espíritu del domingo, fermentando la convivencia
en los valores evangélicos de la alegría, la paz, la solidaridad, la redención
de los egoísmos sociales y personales.

I. EL D O M IN G O A C T U A L ,
U N N U D O D E C O N T R A D IC C IO N E S

Quien, a la luz de la revelación y de la tradición, esté preocupado por


la pastoral del domingo, verá enseguida que se encuentra ante un grave
nudo de contradicciones no sólo en el plano pastoral, sino también social,
cultural, político y económico. Las radicales transformaciones realizadas
en estos últimos años hacen aflorar múltiples interrogantes y perplejida­
des cuando se intenta inútilmente conciliar la vivencia de la fe y el des­
canso del trabajo con las actividades del tiempo libre y con las exigencias
fundamentales de la vida de relación y de interdependencia entre las per­
sonas.
Partiendo del propósito de una correcta celebración del día del Señor,
dos hechos surgen en conflicto con la concepción cristiana del domingo
hasta el punto de hacerlo cambiar de imagen y de suscitar serios problemas
pastorales. Estos hechos son:

1. EL PASO DE UNA SOCIEDAD RURAL


A UNA SOCIEDAD INDUSTRIALIZADA

A nadie se le oculta que hemos pasado de una sociedad estática y cerra­


da a una sociedad caracterizada por la movilidad y el pluralismo. La primera
se centraba en las realidades sacrales del tiempo y del espacio. En ella el domin­
go rompía la monotonía de las pequeñas cosas para evocar valores espiritua­
les e ideales más altos, y fomentaba el sentido de pertenencia al grupo étnico
y religioso en el que las personas estaban profundamente arraigadas. La segun­
da, en cambio, ha perdido estas dimensiones naturales, comunitarias y cós­
micas: en ella dominan la ley de la productividad, con los ritmos frenéticos
que ésta lleva consigo; la tendencia al individualismo, que conduce a ence­
rrarse en lo privado con actitud de desconfianza y de recelo hacia el otro, o a
abrirse sólo a los grupos afines. Se experimenta todavía la necesidad de la fies­
ta, pero como exigencia de evasión y de ruptura. No raramente, la fiesta se
convierte en cansancio, aburrimiento y frustración. Los efectos aparecen el
lunes a la hora del retorno al trabajo. Bien por los desplazamientos continuos,
bien por la droga, el alcohol o las vigilias salvajes del viernes al domingo, en
lugar de descanso se pone de relieve un cierto fenómeno de deshumanización.

2. EL FENÓM ENO DE LA SECULARIZACIÓN

La secularización creciente, que deriva frecuentemente en el secularis-


mo, es el fenómeno social que más negativamente influye en la práctica reli­
giosa y en la forma de celebrar el domingo. El hombre actual obra sin refe­
rencias a la transcendencia. Se considera autosuficiente y vive la convicción
de que el propio destino tiene una realización dentro de este mundo tem­
poral. Excluye la religión de las estructuras públicas para confinarla en el
ámbito de la vida privada. La considera insignificante, y aun, en casos, alie­
nante. El hombre de la ciudad secular ya no tiene contacto con las cele­
braciones litúrgicas fuertes con las que, en su entorno primitivo familiar y
rural, conectaba con el designio de Dios en la historia. Las considera meras
fórmulas de una práctica sociocultural rural o expresiones de una vaga reli­
giosidad que ya no tienen cabida en el mundo secularizado actual.
El día que la tradición cristiana nos ha transm itido como «el día del
Señor», la gran fiesta en la que la comunidad celebraba la pascua de Cristo
resucitado, va perdiendo su identidad y ha desaparecido ya para muchos. Para
una minoría sigue, pero con un acento marcado de simple cumplimiento de
un precepto. La vivencia pascual festiva está desaparecida. Es cierto que se ha
desarrollado una óptima doctrina bíblica, teológica y pastoral sobre el domin­
go. Pero los pastores encuentran una dificultad cada vez más seria para tra­
ducir en clave operativa el dato teológico. Cada vez se abre una sima más pro­
funda entre lo que es la idea del domingo a la luz de la fe, y lo que el domingo
es, de hecho, en la sociedad actual, debido a las profundas y radicales trans­
formaciones históricas, culturales y sociales de nuestro tiempo. El persisten­
te modo de vivir la experiencia cristiana, en no pocas costumbres que pro­
vienen del medioevo, y que no prometen cambiar a pesar de las instancias
conciliares de renovación, y las imparables presiones cada vez más radicales
de una sociedad secularizada, ofrecen la impresión de que la identidad cris­
tiana del domingo está gravemente amenazada y comprometida.

a) Lo que reflejan las estadísticas


Las recientes encuestas sobre la práctica religiosa en España ofrecen una
conclusión triste sobre la asistencia a la misa dominical. No hablemos ya de
una participación de la eucaristía conforme a su esencia original. En ellas se
constata el hecho de que el domingo ya no está centrado en la fe o en un
descanso espiritualmente recreador. Es un espacio de evasión en unas for­
mas de diversión que terminan alienando más al hombre en la superficiali­
dad y en la pérdida de horizonte transcendente. Los ritmos de un trabajo
rígidamente programado en fábricas, hospitales, etc., hacen que el tiempo
libre ya no sea, para muchos, el domingo cristiano. La semana corta y el
mejor nivel económico de vida, llevan a muchas familias, y sobre todo a
muchos jóvenes, a pasar el fin de semana fuera del propio ambiente natu­
ral, a veces en verdaderos éxodos, y fuera de la com unidad en que habi­
tualmente viven, distanciándolos de costumbres que apenas tenían raíces.
Las referidas encuestas ponen de manifiesto la progresiva disociación
entre el culto y la fe, entre la liturgia y la vida. Se advierte una cierta evo­
lución en varios sentidos:

1. Se afianza una concepción del tiempo de tipo naturalista. El domin­


go ya no es el día nacido de la pascua y para celebrar la pascua. Se da un
retorno a la idea de los tiempos sagrados de las religiones naturales.
2. Se evidencia cierto encapsulamiento en un legalismo rígido que olvi­
dando el gran acontecimiento pascual, raíz y fundamento del domingo, se apo­
ya en solitario sobre el precepto eclesial obligatorio «bajo pecado grave», de oír
misa y de abstenerse de obras serviles. Este precepto, particularmente en los
jóvenes, es considerado como carente de importancia y fácilmente se le eli­
mina en nombre de la espontaneidad de la fe y de los actos que la expresan.
3. Ha desaparecido prácticamente del horizonte de la fe la referencia al
estar fraternamente reunidos como pueblo de Dios, al sentido comunitario, al
sentirse Iglesia y hacer Iglesia para celebrar la fe, a la fraternidad, la solidaridad,
la reconciliación y la puesta en común de los bienes. Se piensa que la asistencia
a misa o el descanso dominical afectan a un compromiso más bien individual.
Atañe, en todo caso, al cristiano en su relación con la autoridad jerárquica, la
única competente para regular toda esta materia y para dispensar en la misma.

b) El panorama actual de la asamblea dominical


En estos últimos años se está prestando más atención al significado,
fisonomía y estructura de la asamblea dominical, a las exigencias que ella
manifiesta, a los cometidos que se le exigen no sólo en relación con la
celebración, sino también con la misión de los creyentes en el mundo. De
aquí surgen muchos problemas y dificultades.

* El domingo en cuanto tal se desvanece y la asistencia a misa que­


da referida a otras ocasiones. Se distancian los plazos y se asiste con
motivo de algunas grandes solemnidades del año litúrgico (Navi­
dad, Pascua, etc.), u otros días más vinculados con la devoción y
tradición religiosa popular (Todos los Santos, conmemoración de
difuntos, Inmaculada, etc.).
* El ir a misa ya no forma parte, en grandes mayorías, del nuevo esti­
lo de vida. Es sólo una costumbre ambiental del lugar de origen y
que se cumple, y no siempre, cuando se vuelve al mismo con oca­
sión de las fiestas populares.
* Entre los asistentes a la asamblea se dan muchas situaciones. Unos
asisten ocasionalmente por motivos contingentes, rutinarios. Son
personas con un cierto sentimiento religioso vago, que obedecen a
una difusa vivencia religiosa. Otros asisten pero no participan en la
acción litúrgica. Viven una actitud pasiva con ánimo de despachar la
misa. Otros tienen algún sentimiento piadoso, pero sus actos reli­
giosos están lejos de representar la fe. Algunos saben insertarse sacra­
mentalmente en el misterio. Y no faltan los que incluso se ponen al
servicio de los hermanos en los diversos ministerios previstos por la
celebración. Para la mayoría, la misa del domingo es el único acto
religioso; para pocos, el momento fuerte de un más amplio y global
compromiso de fe y de apostolado.

4. PISTAS PARA LA SUPERACIÓN DE ESTA SITUACIÓN

Para establecer un proceso de superación de esta situación,


a) es preciso y urgente un compromiso educativo global y personali­
zado, orientado a restituir al domingo su pleno significado tal como se
encuentra en la tradición bíblica y patrística, en la reflexión teológica y en
el magisterio conciliar y posterior reciente.
b) Hay que realizar un estudio de las contradicciones y dificultades
creadas por la nueva situación sociocultural, por el éxodo masivo de los días
festivos, a fin de encontrar un planteamiento pastoral que las tenga en cuen­
ta y procure superarlas sin traicionar las instancias más genuinas e impres­
cindibles del dato teológico.
c) Es necesario llevar a la práctica en las asambleas dominicales las ins­
tancias de renovación litúrgica reciente, de forma que la asamblea sea el momen­
to fuerte en el que la comunidad celebra la pascua de Cristo, siendo fiel a la
institución original, y celebrándola, según la voluntad de Cristo, en referen­
cia a las situaciones y circunstancias de nuestro momento histórico y social.

II. EL D O M IN G O E N LA T R A D IC IÓ N B ÍB L IC A Y ECLESIAL

U n punto de referencia autorizado para la recta comprensión del sig­


nificado original del domingo está en el punto 106 de la constitución Sacro-
sanctum Concilium, del Vaticano II: «La Iglesia, por una tradición apos­
tólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra
el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón día
del Señor o domingo».

1. LOS DATOS DEL NUEVO TESTAMENTO

En el año 112, Plinio el Joven, Gobernador de Bitinia, escribe al


emperador Trajano sobre lo que él llama «una perniciosa y extravagante
superstición»: que los cristianos tienen la costumbre de reunirse antes del
alba en un día establecido para cantar himnos a Cristo como si fuera un
Dios.
Esta reunión es considerada por los cristianos como un hecho origi­
nal y típico de su fe. San Justino, en su conocida Apología 1, dice que «en
el día llamado del sol», los cristianos «que habitan en la ciudad y en los cam­
pos se reúnen en un mismo lugar», y describe luego el desarrollo de la cele­
bración, el más antiguo que poseemos.
La Constitución sobre la Liturgia recuerda que desde Pentecostés, «en
que la Iglesia se manifestó al mundo», la comunidad de los creyentes «nun­
ca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual» (SC 6). Desde el
principio hasta nosotros hay una ininterrumpida continuidad, que tiene
origen y fundamento en los escritos del Nuevo Testamento. Los Hechos de
los Apóstoles presentan la reunión dominical como un hecho habitual en
Tróade (20,7). Pensando en esta reunión, el autor el Apocalipsis escribe el
primer capítulo de su libro como «revelación» que le fue concedida «en el
día del Señor» (Ap 1,10). Esto explica, finalmente, la insistencia y la pre­
cisión con que Juan data las apariciones del Resucitado a los discípulos reu­
nidos, con intervalos de una semana (Jn 20,19.26), precisamente el primer
día después del sábado. La reunión dominical queda así vinculada a un
hecho primordial y original: el encuentro de los primeros creyentes con el
Señor Resucitado, encuentro en que se realiza plenamente la palabra de
Jesús: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos» (Mt 18,20).
Esta tradición ininterrumpida es tan fuerte que constituye el ser de la
misma Iglesia, d e forma que, cuando en el siglo IV los cristianos compare­
cen en el tribunal de Cartago, afirman con fuerza: «Hemos celebrado la
asamblea dominical porque no está permitido suspenderla». Y por esto mue­
ren mártires.

2. EL D O M IN G O , DÍA DEL SEÑOR,


EN EL TESTIM ONIO DE LOS PADRES

La originalidad del domingo y el sentido profundo que adquiere en la


experiencia de la fe de la primitiva comunidad cristiana están encerrados en
la misma denominación «día del Señor» o «domingo». Es «el día del Señor
victorioso» o «día memorial de la resurrección». La Didajé, con una tauto­
logía expresiva lo llama «Día señorial del Señor». El nexo entre la pascua de
Cristo y el domingo cristiano es un dato de fondo y constante en toda la
tradición. Tertuliano le llama «Día de la resurrección del Señor». Eusebio de
Cesárea dice: «el domingo es el día de la resurrección salvífica de Cristo...
Cada semana, en el domingo del Salvador, nosotros celebramos la fiesta de
nuestra pascua». San Basilio habla de «el santo domingo honrado con la resu­
rrección del Señor, primicia de todos los otros días». Y San Jerónimo: «El
domingo es el día de la resurrección, el día de los cristianos; es nuestro día».
Fundándose precisamente en estos testimonios, la Constitución litúr­
gica Sacrosanctum Concilium afirma que «el domingo es la fiesta primor­
dial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de todos los fieles» (106),
y por tanto ha de considerarse como fundamento y núcleo de todo el año
litúrgico. La celebración anual de la pascua en el gran domingo de la resu­
rrección vino, de hecho, posteriormente. Y en torno a este doble quicio se
organizó todo el año litúrgico. Del nexo pascua-domingo surge la nota de
la alegría, de la fiesta, como dominante de la celebración. Tertuliano habla
de la alegría como exigencia de espíritu. Tanto en oriente como en occi­
dente se prohibió constantemente, ya desde los orígenes, orar de rodillas y
ayunar. La Didascalia de los Apóstoles llegará incluso a declarar que el
que ayuna o está triste en domingo comete pecado.

3. RELACIÓN ENTRE EL SÁBADO HEBREO


Y EL D O M IN G O CRISTIANO

La relación entre el sábado judío y el domingo cristiano es, a la vez,


de ruptura y de continuidad.
La teología del sábado hebreo tiene su fundamento en el libro del Géne­
sis, donde Dios descansa después de la obra de la creación. Lo que más carac­
teriza al sábado hebreo es el descanso absoluto (C f Ex 16,29-30; 23,12;
34,21). Lo indica la misma etimología del «shabbat», que quiere decir cesar,
reposar. La tradición sacerdotal lo ve como una imitación del descanso divi­
no después de la creación (Gén 2,2). En la actualidad parece incluso cier­
to que la narración ha sido concebida y escrita precisamente para inculcar
y motivar entre los hebreos la necesidad del descanso semanal. Si el hom­
bre imita el trabajo de Dios, tiene que imitar también su descanso, pues
es hijo de Dios. El legalismo imperante hará pesada esta observancia duran­
te la época del exilio babilónico.
El sábado no es sólo imitación del descanso de Dios, sino también día
de culto, de acción de gracias y de oración. Con su descanso, Dios santifi­
có el sábado, lo hizo sagrado, estableciendo que fuese consagrado a él. De
aquí la expresión «santificar el sábado» tan frecuente en la Biblia (Ex 20,8;
D t 5,12).
El sábado es la institución central del judaismo, hasta el punto de que
es el único día que tiene nombre propio. Mientras los romanos designaban
cada día con los nombres de los planetas, los judíos llaman a cada día pri­
mero, segundo, etc., después del sábado. Lo propio hace la Iglesia. Sólo
conoce el domingo. El resto son los llamados días feriales: primero, segun­
do, etc. El domingo comenzó a ser celebrado por la comunidad cristiana
desde el primer momento. Al tener los apóstoles y los primeros discípulos
el esquema judío, comenzaron a coexistir la celebración del domingo y la
observancia del sábado. La polémica antisabática tiene ya su origen en
San Pablo y en las comunidades de procedencia helenística. De esta tensión
se deducen algunos hechos que es interesante resaltar.
Los cristianos comenzaron a celebrar el domingo con modalidades ver­
daderamente propias. Pero no fue nada fácil desembarazarse de la obser­
vancia sabática. En torno al descanso se elaboró una teología espiritualizan­
te que entendía el reposo en clave a veces escatológica, otras veces alegórica,
y otras moral. Por ejemplo, San Agustín habla de «la paz del descanso, la paz
del sábado, la paz sin anochecer». A partir del siglo iv se asiste a una vuelta
a las antiguas costumbres sabáticas. En el 321 Constantino impone la obli­
gación del descanso dominical también en el ámbito de la sociedad civil. Por
una especie de instinto equilibrador, se produce una vuelta, en diversos sec­
tores de la cristiandad, a la observancia pura y simple del antiguo sábado al
lado de la del domingo, como de «dos días que son hermanos», según afir­
mó San Gregorio de Nisa. De este modo se va operando un fenómeno de
sabatización del domingo que se polariza en el precepto de abstenerse de los
trabajos serviles, a diferencia de los liberales, ya en el siglo VI, y en el precepto
dominical cuyo primer testimonio es el concilio de Elvira en 305-306. De
este modo se va introduciendo una concepción y una praxis del domingo
inspiradas en una visión naturalista tanto del culto como del domingo
mismo (día que hay que dedicar a Dios), con talante legalista e individua­
lista. Estos acentos perduran todavía hoy. El soporte ya no es tanto la resu­
rrección del Señor y su participación por parte de la asamblea celebrante.

f f l . SIG N IF IC A D O T E O L Ó G IC O Y U T Ü R G IC O
D E L D O M IN G O

El domingo es fundamentalmente la pascua semanal del cristiano, el


día del Señor resucitado. Celebrar el domingo es entrar en contacto con la
resurrección del Señor. Los demás aspectos adquieren significado y valor a
partir de aquí. De este misterio pascual nace la Iglesia, y quien altera este
dato atenta contra el fundamento de la misma.
El domingo tiene todas las dimensiones de los signos sacramentales,
que son simultánea e inseparablemente memoria del pasado, actualiza­
ción en el presente de un acontecimiento salvífico y anuncio y profecía
del futuro. No son un signo vacío, un simple recuerdo, sino un misterio, es
decir, la realidad de un porvenir que se verifica en el presente sobre la base
del pasado. Entra a formar parte de la verdadera realización del proyecto
divino que se cumple en la historia humana. Es un signo misterio que rea­
liza una presencia viva y operante del Señor, y que, acogido con fe, permi­
te a los cristianos entrar en comunión con Cristo resucitado. En este mis­
terio, los cristianos se hacen como contemporáneos de Cristo, concorpóreos
suyos, y aun cuando son todavía peregrinos en el tiempo, se van insertan­
do en el orden de la vida eterna, de la resurrección del Señor.
El domingo es una porción de tiempo elevada a la dignidad de sacra­
mento. Al celebrar en él los santos misterios de la vida del Señor, la Iglesia se
los apropia, los revive misteriosamente, y así, mediante la celebración de las
acciones sagradas, entra en la salvación. Estas acciones sagradas contienen la
presencia viva y operante de Cristo y son esencialmente tres: reunión de asam­
blea en el nombre del Señor, proclamación de la palabra del Señor, y acción
de gracias memorial. Así, la pascua celebrada no es un acontecimiento pre­
sente cerrado en sí mismo, sino radicalmente abierto al pasado y al futuro.

a) El domingo, memorial del pasado


Es el día en que Cristo resucitó. La muerte-resurrección de Cristo acon­
teció en un tiempo y lugar determinados. Pero en este mismo suceso, «Dios
hizo Señor y Cristo a este Jesús que fue crucificado» (Hch 2,36). Si por
un lado este acontecimiento tenía una realidad histórica, eventual, de tran­
sición y paso, Cristo resucitado, al ser constituido Señor, domina el tiem­
po y la caducidad. La resurrección de Cristo introduce en el tiempo la inco­
rrupción, la vida eterna. Su resurrección es una realidad indestructible,
perenne. Y para dotar de perennidad terrena al mismo acontecimiento de
la muerte y resurrección, Cristo lo ritualizó en la institución de la cena. De
este modo podría ser celebrado, mediante la eucaristía, en el futuro. Una
tradición «que procede del Señor» (lC or 11,23) hace posible que la comu­
nidad de Corinto, y todas las del mundo, «cada vez que comen este pan y
beben este cáliz, proclaman la muerte del Señor hasta que él venga» (1 Cor
11,26). De este modo, el domingo contiene una realidad constituyente. Es
el día del Señor. El día de su resurrección. El domingo «trae su origen del
mismo día de la resurrección de Cristo» (SC 106). Ese día quedó profún-
damente marcado por aquel suceso y por aquella experiencia singular de los
primeros discípulos de Jesús.

b) El domingo, presencia viviente, hoy, del Resucitado


El domingo se debe a una iniciativa personal del Resucitado. Es el autor
del domingo: «el día que hizo el Señor para nuestra alegría y nuestro gozo»
(Sal 118,24). Es el día que el Señor dedica a los suyos. En el domingo el
Resucitado se hace presente a su Iglesia a través de signos diversos, en espe­
cial, de la asamblea, de la proclamación de la palabra, de la partición del pan.
De esta forma, la eucaristía ya no es sólo memoria de un pasado, sino actua­
lización en un presente vivo y pleno. Es la misma realidad del suceso origi­
nal, representada ahora no como suceso temporal y visible, sino como sacra­
mento. Cristo mismo resucitado, en el acto de su donación sin límites «hasta
el extremo» (Jn 13,1), es el núcleo y contenido de la celebración eucarísti-
ca del domingo. Si un día tomó la visibilidad de su humanidad biológica,
hoy se vincula a los símbolos sacramentales para visibilizar su presencia glo­
riosa invisible. El misterio pascual es perenne para que pueda ser celebrado,
participado por la Iglesia de todos los tiempos y lugares. De este modo, la
comunidad cristiana de todos los tiempos y lugares se convierte en la visi­
bilidad histórica del Cristo celeste. La Iglesia no es sólo una institución fun­
cional. Es un misterio. Es «una misma cosa en Cristo» (1 Cor 10,16-17; Col
3,11). Es «la plenitud de Cristo» (Ef 1,23; 2,22). «Su cuerpo» (Ef 1,23). Las
asambleas eucarísticas, acogiendo la palabra e identificándose con ella, comul­
gando el pan y dejándose entrañar en él, reviven el itinerario de la vida de
Cristo y «se van transformando en la misma imagen del Señor» (2 Cor 3,18).
Ellas reviven el suceso original, pero ahora vivido por la comunidad que lo
celebra, la cual implica en él las circunstancias cambiantes de su propio
momento histórico y social, las tensiones, problemas y dificultades de la exis­
tencia, vividas ahora con Cristo y en él. De esta manera el memorial es como
un molde en el que se forja la humanidad nueva. El suceso original de Cris­
to, su muerte y resurrección, es el contenido y modelo, el molde que for­
ma las comunidades de todos los tiempos y lugares.
La realidad profunda del memorial, de la palabra y del pan en él con­
tenidos, es el cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. En la teología de
la Iglesia apostólica y en la de los Padres se destaca en primer plano, y con
un protagonismo indudable, a la comunidad como cuerpo místico de Cris­
to que revive su persona y su misterio pascual. Es el pueblo sacerdotal y el
sacrificio espiritual de la vida, unido al sacrificio de Cristo redentor, lo que
está en el trasfondo último de la teología de San Pablo. El nuevo sacerdo­
cio ya no es una casta, sino todo el pueblo. El nuevo sacrificio ya no es un
sacrificio, sino la vida santa de los creyentes vivida en fe y caridad. Y ésta es
la realidad profunda del domingo: la asamblea entera viviendo la fiesta, resu­
citando de la misma resurrección de Cristo, dando testimonio de Cristo
ante el mundo y anticipando los cielos nuevos y la tierra nueva.

c) El domingo, anticipación del futuro pleno


El domingo, en su conjunto, resulta como signo de un m undo nuevo,
como una prefiguración de la vida en la gloria, como un símbolo de la eter­
nidad. Anuncia y anticipa la vuelta gloriosa de Cristo para insertarla en sus
discípulos. Es una esperanza fundada firmemente sobre el don que los sig­
nos litúrgicos sacramentales manifiestan y comunican. «En la liturgia terre­
na pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial que se celebra
en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos
y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santua­
rio y del tabernáculo verdadero; cantamos al Señor el himno de gloria con
todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos, esperamos
tener parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, nues­
tro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste él, nuestra vida, y nosotros
nos manifestemos también gloriosos con él» (SC 8). En la medida, pues, en
que la comunidad cristiana participa en la celebración litúrgica dominical
tiene ya vida eterna, aunque en misterio; vive la vida filial y bienaventura­
da, aunque escondida, y espera su plena manifestación. Por ello los Padres
vinculan también la celebración del domingo con la venida última de Cris­
to al final de los tiempos. Si la resurrección de Cristo marca el primer día,
ahora la venida última constituye el octavo día, el día del cumplimiento final
del mundo futuro. «Este séptimo día será nuestro sábado, cuyo fin no será
una tarde, sino un domingo como octavo día que está consagrado por la
resurrección de Cristo; que prefigura el descanso no sólo del espíritu, sino
también del cuerpo. Allí nosotros seremos libres y veremos; veremos y ama­
remos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que habrá al final sin final» (San
Agustín). «El día octavo significa el estado que sigue al tiempo presente, el
día sin fin, el otro mundo, que no tiene tarde, ni sucesión, ni interrupción,
ni ocaso» (San Basilio). Por ello, la vida cristiana es como un nuevo éxodo,
un camino pascual, un itinerario que de domingo a domingo va hacia el des­
canso de Dios, es decir, hacia la plena y definitiva comunión con él. Por ello
el domingo es día de alegría y de liberación del trabajo, día de fiesta.
Los gestos que la comunidad cristiana va realizando a lo largo de la jor­
nada del domingo evocan y prefiguran el reino futuro hacia el cual va enca­
minando sus pasos. La reunión de los hermanos, los cantos de fiesta y vic­
toria, el banquete eucarístico y la comida festiva familiar, el hacer de las
relaciones gratuitas manjar y convite, el descanso, quieren ser un prea­
nuncio de la fraternidad sin fisuras, la fiesta sin fin, la luz de la gloria, el fes­
tín escatológico, el reposo eterno, que nos esperan más allá de las fronte­
ras del tiempo. El domingo es ya como un comienzo de la eternidad, simbiosis
con el mundo que viene, una especie de ensayo de la vida futura.
La celebración consciente del domingo es la inmersión en un espacio
de fuerte esperanza. Para un mundo que ha renunciado a hacerse las pre­
guntas sobre el sentido último de la existencia, que ha suprimido el hori­
zonte de la vida, que se ha concentrado en el placer de lo inmediato, y que,
en consecuencia, ha incurrido en la desfundamentación de la existencia, en
el tedio existencial, en el pasotismo indiferente, el domingo es un fuerte
impulso de esperanza.

2. EL D O M IN G O , DÍA DE LA IGLESIA

La resurrección es el acontecimiento fundante de la Iglesia. La congre­


gación o asamblea, y la unidad eclesial son fruto de la gracia pascual. En los
relatos de las apariciones del Resucitado, que están en el origen del domin­
go y son su paradigma, se ve cómo la Iglesia comienza a agruparse y a cons­
tituirse como nuevo pueblo de Dios, en torno a su persona. Hoy es a tra­
vés de la celebración del memorial de la resurrección como sigue reuniéndose
la Iglesia. Si la Iglesia hace el domingo, el domingo hace la Iglesia. En la
celebración del domingo, y por ella, la Iglesia crece como comunidad de
salvación.
El domingo no es concebible sin la reunión cultual de la asamblea.
Nació de la pascua de Cristo y celebrar ahora la pascua requiere necesaria­
mente ser asamblea. Es absurdo celebrar la fiesta de la redención solos,
aislados de la comunidad. La pascua es esencialmente un acontecimiento
universal que exige proclamación pública, solemne. Por eso, el día del Señor
es también el día de la asamblea cristiana. Si el domingo fuera sólo recuer­
do psicológico, podría comprenderse su celebración en el plano individual.
Pero la pascua es la actualidad de la salvación, la salvación misma. Por eso
debe ser una celebración solemne y comunitaria. Es esencialmente un hacer
fiesta juntos.
Al ser la asamblea una manifestación de la Iglesia, la celebración debe­
ría destacar todas sus características: la unidad, incluso en la diversidad de
los que la componen; la condición jerárquica y ministerial, con una ade­
cuada distribución de cometidos y oficios; la unanimidad en la participa­
ción; la participación activa, y aun protagonista, de todo el pueblo reunido
como cuerpo de Cristo que actualiza el mismo sacrificio de Cristo, estando
cabeza y cuerpo muy unidos; una actitud de acogida y de apertura hacia
todos; una atención a las posibilidades y exigencias de cada uno. Estas cosas
son bastante difíciles de conseguir si uno no conoce la verdadera estructu­
ra de la Iglesia como pueblo de Dios y cuerpo de Cristo, y de la celebración
como actualización de la pascua del Señor.
La reunión o asamblea del pueblo tiene una significación profunda. Es
el paso de la dispersión y división causada por el egoísmo y el pecado, a la
comunión con Dios y con los hermanos. Por eso tienen gran importancia
los gestos concretos de perdón y de reconciliación. Es en la reconciliación
y en el amor fraterno como estamos viviendo la pascua. «Nosotros sabemos
que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos»
(1 Jn 3,14).
Este amor del domingo está llamado a ser sacramentalizado, a hacerse
visible y operante en palabras y gestos de amistad y de fraternidad, de tes­
timonio y de servicio, de participación y de corresponsabilidad, sobre todo
con los que tienen menos, fuera y dentro de la asamblea. Sólo así la asam­
blea se convierte en acontecimiento pascual. No son compatibles con la
celebración del domingo las divisiones sociales, económicas, raciales, ni
las crispaciones partidistas, tribales o regionales.
La celebración del domingo hace visible a la Iglesia ante los ojos del mun­
do. En el domingo la misma Iglesia se hace especialmente presente en el mun­
do y para el mundo. Es asombrosa la capacidad evangelizadora de la comu­
nidad reunida cuando celebra, de verdad, los significados y contenidos
pascuales de la vida cristiana. La redención y liberación universal, la unión
y comunión con Dios y con todos los hombres, la liberación de las condi­
ciones penosas del trabajo y de la existencia, la alegría de la fiesta, la frater­
nidad más exigente, la anticipación de un futuro más pleno: he ahí las gran­
des necesidades del mundo y la gran riqueza de la comunidad cristiana reunida.

3. EL D O M IN G O , DÍA DEL CRISTIANO

El domingo no es sólo día del Señor. Es también día del cristiano y día
del hombre. No es sólo tiempo para Dios. Es también tiempo para el hom­
bre. El domingo, en su naturaleza profunda, está en función del hombre,
al servicio de su liberación y de su dignidad. En ese día el cristiano vive,
densa e intensamente, los grandes valores que configuran su vida y le dan
sentido y consistencia.

— Al celebrar con toda la Iglesia el misterio pascual, revive y ahonda


la realidad profunda de su bautismo en el que murió y resucitó con
Cristo y quedó configurado para siempre con él, con su muerte y
resurrección. De aquel enterramiento del hombre viejo y nacimiento
del nuevo arrancó su vida de cristiano, que no puede ser sino pas­
cual. Cada domingo el cristiano peregrina a sus fuentes y toma con­
tacto con sus orígenes.
— La celebración del domingo, con su profunda carga escatológica,
aviva en el cristiano la conciencia de la apertura a la vida que el bau­
tismo introdujo en su más profundo ser. Le hace contemplar la uto­
pía hecha realidad en Cristo resucitado, el Hom bre nuevo. Cada
domingo vuelve a sentirse peregrino que camina hacia la Jerusalén
celestial en cuyo padrón fue registrado su nombre como ciudada­
no del cielo ya en el acto de su bautismo. Y al contemplar el futuro
que le aguarda, lo anticipa y lo saborea. Ello reaviva la esperanza.
— Cuando el cristiano se reúne el domingo con sus hermanos, se sien­
te cuerpo de Cristo que renueva su misterio, su redención a todos
los hombres. Se siente Iglesia y se abre a su misión apostólica de
la salvación de todo y de todos.

En la sociedad secularizada que vivimos, el cristiano, en la celebración


del domingo, redescubre su propio rostro y toma conciencia de sus señas
de identidad al identificarse con los valores que celebra. Es el hombre del
domingo, el hombre portador de las riquezas que el domingo comporta. Al
celebrar el domingo a la vista de todos, se convierte en agente de una de las
formas más vigorosas que reviste el testimonio cristiano ante el mundo, por
su carácter festivo, masivo y reiterado.
El domingo es, pues, día del hombre. Gracias a los elementos huma-
nizadores que el domingo comporta, tales como el descanso, la fiesta, la ale­
gría, la convivencia, la cultura, el arte, el deporte, el disfrute de la natura­
leza, etc., el domingo es una institución en función y al servicio del hombre,
de su dignidad, de su promoción, de su libertad, de su equilibrio físico y
psíquico, de su realización como sujeto individual y social. El domingo es
el día de la afirmación del hombre. Un domingo concebido como pura eva­
sión, ya no sería el domingo cristiano.

4. EL GRAN D O M IN G O DE UN AÑO:
EL NACIM IENTO DEL AÑO LITÚRGICO

El misterio de Cristo es el misterio de la Iglesia. Ésta no es una mera


administradora de la gracia y del amor de Cristo. No le sucede. N o le sus­
tituye. Es su esposa, su cuerpo que ejerce su sacerdocio. Y es precisamente
la Iglesia la que, partiendo de la eucaristía, ha organizado el domingo que
tiene algo así como un año de duración: el año litúrgico.
El domingo fue la forma primera y original de celebrar la pascua en la
comunidad cristiana. Ya insinuamos que el domingo se debe a una inicia­
tiva personal de Cristo Resucitado. El es el autor del domingo, «del día que
hizo el Señor». Es el día que Cristo dedica a los suyos para hacerles parti­
cipar de su resurrección. Pero enseguida la Iglesia se percató de la imposi­
bilidad de encerrar en la celebración del domingo toda la riqueza del mis­
terio de Cristo. Necesitaba para ello un domingo como de un año de
duración. Así nació y se afianzó la idea del año litúrgico para rememorar
la vida del Señor desde su nacimiento hasta Pentecostés. En la Iglesia apos­
tólica no hay una mención expresa de la pascua anual cristiana. Pero de los
escritos apostólicos se deducen, como ya vimos, indicios razonables que pre­
suponen la pascua anual en la mentalidad de la comunidad. Facilitó esto
extraordinariamente, por una parte, la celebración anual de la pascua judía.
Los discípulos y primeros conversos pasaron de la pascua judía a la cristia­
na con toda connaturalidad. Y por otro lado, lo hizo expresamente posi­
ble la comunidad cristiana de Jerusalén que comenzó a conmemorar los
hechos de la vida de Cristo en el preciso lugar y en el tiempo del año en los
que acontecieron originalmente.
Ya la Iglesia apostólica, y después la de los Padres, se percataron ense­
guida de un hecho trascendental: la pascua de Cristo goza de perennidad
indestructible. Permanece siempre en un «Hoy» eterno. Esto significaba que
las conmemoraciones de los misterios de la vida del Señor durante el año
no iban a ser meros recuerdos o aniversarios, sino verdaderas representa­
ciones y actualizaciones. Más todavía, la misma Iglesia apostólica, al pro­
clamar el evangelio de Cristo, su vida y su obra, ya no lo hacía en el plano
de la historia, evocando minuciosamente los sucesos históricos originales.
Hablaba de la vida nueva, de la muerte y resurrección del Señor, como de
un suceso actual, en la experiencia viva de la comunidad creyente. Cele­
braba el misterio en lo que tenía de actual y presente, como gracia de Dios
a la comunidad, como proceso espiritual de la reproducción de Cristo, a lo
vivo, en la comunidad creyente. Eran fiestas en la comunidad y de la comu­
nidad. En ellas Cristo existía no como una idea para ser aprendida, sino
como una fuerza viva que marcaba en los creyentes la imagen del Hijo. La
conmemoración de las fiestas del Señor no era sólo una expresión del mis­
terio, sino la realidad misma del misterio. La liturgia lo celebraba en el con­
texto de un «Hoy» misterioso que centraba la fe y la plegaria de los cristia­
nos. «Hoy nos ha nacido un Niño» (Navidad). «Hoy la Iglesia se une a su
celestial esposo» (Epifanía). «Éste es el día que ha hecho el Señor» (Pascua).
Por ello, ya de las homilías de los Padres se deduce con claridad meridiana
que las fiestas contienen la realidad misma que conmemoran. Los Padres,
en sus homilías, comentan siempre los textos proclamados. Su experiencia
personal nunca es algo desligado del misterio que celebran. No predican
nunca en la misa, sino la misa.

IV . LO S G R A N D E S SIG N O S D E L D O M IN G O

El cristiano celebra todo el domingo completo. No celebra sólo la euca­


ristía en el domingo. Y más que el domingo, lo que el cristiano celebra pro­
piamente es el misterio de Cristo en domingo, a través de unos signos cele-
brativos. Estos signos son la asamblea, la eucaristía, la palabra de Dios, la
caridad en fraternidad, el descanso, la fiesta y la alegría. Los llamamos sig­
nos del domingo porque nos revelan aspectos diferentes de la totalidad
del misterio que celebramos en el domingo, y, a la vez, contribuyen efi­
cazmente a su actuación de índole sacramental.

1. LA ASAMBLEA

El domingo es el día en que los cristianos se reúnen. Es el día de la asam­


blea. Desde que el Resucitado empezó congregando a los discípulos que la
torm enta de la pasión había dispersado, la asamblea es el elemento pri­
mordial de la celebración cristiana del domingo. Los evangelistas ponen cui­
dado en señalar que se apareció «a los discípulos reunidos» (Jn 20,19).
San Pablo, para referirse a las celebraciones eucarísticas, dice «cuando os
reunís en asamblea» (IC o r 11,18). Desde aquellos orígenes remotos, el
encuentro gozoso de los hermanos alrededor del resucitado ha marcado pro­
fundamente el domingo. A la luz de la historia no se concibe el domingo
sin asamblea. Desde los mismos orígenes, la máxima preocupación pasto­
ral del domingo ha sido la de reunir a todos los creyentes en el recuerdo del
Señor resucitado. «No desertéis de las asambleas, como algunos tienen
por costumbre, sino animaos tanto más cuanto más cerca veis el Día» dice
la carta a los Hebreos (10,25). La Iglesia sin asamblea sería una contradic­
ción. Las Actas de los Mártires nos ofrecen un testimonio emocionante de
la respuesta que en el año 305 dieron unos cristianos perseguidos, llamados
con razón «mártires del domingo»: «Somos cristianos, por eso nos hemos
reunido... He celebrado el día del Señor con los hermanos, porque soy cris­
tiana... Hemos celebrado en paz el día del Señor porque la celebración del
día del Señor no se puede omitir... No podemos vivir sin celebrar el día del
Señor».
La asamblea es el signo eminente de lo que la Iglesia es y celebra. La
Iglesia se hace visible en y por la asamblea. En ella se revela la naturaleza, la
estructura, el origen, la fe y la vocación o destino de la Iglesia. La princi­
pal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación plena y activa
de todo el pueblo santo de Dios, en torno a la mesa-altar, para ofrecer la
eucaristía. La forma celebrativa de hoy tendría que dar pasos muy serios en
la dirección de las exigencias marcadas, no sólo por las normas disciplina­
res, sino también por los escritos neotestamentarios y de los Padres. Todo
el pueblo representa el cuerpo místico de Cristo que ofrece hoy, en unión
con el Señor Resucitado, su mismo sacrificio. Unido a su cabeza, debe hacer
lo que él hizo y como él lo hizo. Es pueblo sacerdotal que ofrece el sacrifi­
cio de su vida santa, de su presencia responsable, en justicia y caridad, ante
la amenaza del príncipe del mal en el mundo. Y ésta es la alabanza y glori­
ficación a Dios, no abstracta, sino concreta. En Cristo, alabar al Padre y
redimir el mal, liberando a los hombres, fue una misma cosa. La celebra­
ción actual está reclamando gravemente a la jerarquía y al pueblo la capa­
cidad profética de saber expresar los valores evangélicos del memorial del
Señor en el contexto de nuestra convivencia psicológica y social. Es nece­
saria la fidelidad a los ritos. Y lo es más la fidelidad a la sustancia de la cele­
bración memorial, conectándola estrechamente a la institución original
de Cristo, primero, y a la vida real, después, redimiendo, sanando, salvan­
do, reconciliando y amando con él y en él. La estructura jerárquica ha de
quedar clara en la misma función del presidente, y en la significación de
la eucaristía como comunión universal con toda la Iglesia. Pero el minis­
terio jerárquico ha de quedar también clarificado como servicio a la comu­
nidad para la máxima afirmación del pueblo de Dios como Cuerpo de Cris­
to, como sacerdocio real y sacrificio espiritual. La mayor honra del ministerio
jerárquico será siempre la máxima afirmación y participación activa del pue­
blo de Dios, según la tan repetida recomendación del Vaticano II.
La asamblea debe ser, cada vez de forma más clara, lugar de encuentro,
de reconciliación, de acercamiento, de superación de diferencias, de reco­
nocimiento mutuo, de gestos de solidaridad, de prestación de servicios, de
comunión fraterna. Cada domingo ha de representar la experiencia reno­
vada de un mayor vínculo comunitario y fraternal.
Por lo mismo, la asamblea del domingo ha de ser también un gran sig­
no para los hombres y la sociedad, aun los más alejados. El servicio interno
en la comunidad ha de traducirse en un servicio hacia todo el mundo. Todos
los hombres han de poder comprobar la fuerza evangelizadora de las euca­
ristías dominicales. Sería un suicidio espiritual vivir la eucaristía en virtud
del precepto eclesial y no desarrollar todo su dinamismo interno de pre­
sencia del Señor resucitado animando en su propio sacrificio el de la comu­
nidad creyente y celebrante. El gran fallo actual de los cristianos, señalado
en numerosas ocasiones por todos los últimos pontífices, y por el Vaticano
II es la desconexión entre la fe y la vida real. Una eucaristía que no celebra
el sacrificio del Señor en el contexto de los males, de los problemas y ten­
siones de nuestro entorno, en las discordias y diferencias de nuestra socie­
dad «ya no es comer la cena del Señor» (IC or 11,20).

2. LA PALABRA DE DIOS

No se concibe el domingo sin la palabra de Dios. Israel y la Iglesia son


la religión del libro. Somos una perenne convocación de la palabra. La pala­
bra de Dios crea el mundo y hace al pueblo. Toda la historia de Israel y la
de la Iglesia es una respuesta a la palabra de Dios. «La palabra de Dios fruc­
tificaba y se multiplicaba considerablemente el número de los discípulos...»
(Act 6,7). Los encuentros de los discípulos con el Resucitado tenían como
contenido la palabra. En el suceso de Emaús, antes de la fracción del pan,
«comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se
refería a él en toda la Escritura» (Le 24,27).
En una sociedad fuertemente configurada por los medios de comuni­
cación y la publicidad, no es fácil mantenerse lúcido y libre frente a tanta
presión que trata de imponernos las ideas, los valores, el estilo de vida y la
conducta que hemos de tener. En este contexto, el cristiano tiene el riesgo
de no saber escuchar las voces de su propia interioridad ni las exigencias de
su fe. En la asamblea dominical encuentra viva y actual la misma palabra
de Dios eterna. El Concilio Vaticano II, repitiendo una de las más cons­
tantes e insistentes tradiciones de fe, enseña que «Cristo está presente en su
palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la sagrada Escritura, es él quien
habla» (SC 7). Una de las más firmes tradiciones de la Iglesia está en la mis­
ma e idéntica veneración que siempre ha atribuido tanto al cuerpo euca-
rístico del Señor como a las santas Escrituras. El pan partido es tanto la
Escritura como la eucaristía.
Es necesario conocer que la misma Biblia, en sus libros más antiguos,
nació de la liturgia de las asambleas de los lugares de culto y se ha conser­
vado hasta nuestros días gracias a su utilización en la liturgia. De no haber
tenido un uso litúrgico no habrían entrado en el canon de las escrituras. La
comunidad es algo esencial al libro. Y era en las reuniones donde el pueblo,
leyendo el libro, iba encontrando su propia identidad histórica. Los mis­
mos evangelios nacieron en las celebraciones litúrgicas, como evangelio pro-
clamado. Nacieron de la fe como suceso siempre vivo, como confesión de
fe siempre actual. En las relecturas realizadas en las asambleas, los hechos
originales del evangelio, son arrancados de su simple condición de hechos
antiguos para ser promovidos a modelos de la configuración espiritual de
la asamblea. La asamblea es el espacio vivo en el que el libro se sigue escri­
biendo «no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo, no en tablas de pie­
dra, sino en el corazón» (2Cor 3,3). En este sentido la asamblea es como
una epifanía del libro. Libro y comunidad son inseparables.
Durante el año litúrgico se lee toda la historia de la salvación, centra­
da en Cristo desde Navidad hasta la Pascua. Cada domingo tiene sus lec­
turas propias, su rostro propio y presenta una faceta o momento particu­
lar del misterio de Cristo. Equivale a un «hoy» misterioso que sobre la base
del pasado configura el presente anticipando el futuro. Las fiestas no son
recuerdos psicológicos del pasado, sino que contienen la realidad viva que
conmemoran. Lo que ayer fue historia, hoy es realidad de gracia y de Espí­
ritu Santo en la asamblea reunida. La asamblea se va transformando en un
evangelio viviente, o más en concreto, en el cuerpo del Señor, en la visibi­
lidad terrena del Cristo celeste invisible. Las lecturas del año litúrgico van
iniciando a los cristianos en su proceso de identificación con Cristo. La
asamblea, comulgando con la palabra y el pan se va realizando como cuer­
po místico del Señor. Palabra y sacramento son indisociables. Se identifi­
can. Cristo, al tomar cuerpo en el pan, lo hace en la forma que las escritu­
ras proclaman. El sacramento hace lo que la palabra anuncia. La palabra
revela lo que el sacramento oculta. Sólo asimila el pan aquél que asimila
espiritualmente la palabra. La palabra y el cuerpo eucarístico hacen el cuer­
po místico, la biografía encarnada.de Jesús en la comunidad y en el m un­
do. Por eso, en la eucaristía dominical es conveniente no cambiar las lec­
turas, ni introducir celebraciones extrañas que distraen la idea fundamental
que ofrecen las lecturas propias del domingo.
Para mejor conocer el sentido apropiado de las lecturas, el papel de la
homilía es irreemplazable. La homilía «es parte de la misma liturgia» (SC
52). «Prolonga la proclamación de la palabra» (Catecismo Universal 1153).
A partir de los textos sagrados que han sido proclamados, la función de
la homilía es, en primer lugar, descifrar el sentido de las Escrituras. Cada
evangelio se realiza en un «hoy» misterioso que es cumplimiento de un pasa­
do atestiguado por los profetas. Jesús, después de leer el rollo, dijo en la sina­
goga de Nazaret «Hoy se cumplen las escrituras» (Le 4,21). El momento
actual de la celebración es historia santa, tiempo de salvación. En él la pala­
bra es actual y actual es también la redención. Cada «Hoy» es historia san­
ta. En él Dios habla y actúa, Cristo se inmola y se entrega. Por ello, la homi­
lía debe hacer referencia a lo que las palabras proclaman como presente y
actual. La referencia a los textos es esencial. La homilía debe descubrir la
relación fuerte de la palabra con el momento espiritual, de salvación y reden­
ción, y también debe señalar la relación de la palabra con la vida real. «No
puede limitarse a exponer la palabra de Dios en términos generales y abs­
tractos, sino debe aplicar la verdad perenne del evangelio a las circunstan­
cias concretas de la vida» (Presbyterorum Ordinis 4).

3. LA EUCARISTÍA

En las narraciones de los encuentros del Resucitado con los suyos casi
nunca falta una referencia a la comida. En cualquier caso, la experiencia
pascual de los primeros discípulos marcó profundamente su comprensión
de la eucaristía y la vinculó decisivamente a la celebración del domingo. La
conexión del domingo con la eucaristía se mantuvo desde los orígenes mis­
mos en todas partes. Y desde entonces, «el domingo, día del Señor, es el día
principal de la celebración de la eucaristía» (Cat. Univer. 1193).
El hecho contaba con una fuerte tradición. En aquella asamblea del
Sinaí, el pueblo que vivió el trance de la pascua histórica original, conclu­
yó con el rito sacrificial de la sangre, que luego se convirtió en banquete de
comunión de los salvados. La comunidad de Israel lo conmemora en la cena
pascual anual. El rito era figura y profecía de la nueva pascua de Cristo, cor­
dero de Dios, establecida en su propia sangre. Él nos dio su cuerpo y su san­
gre como comida y bebida y mandó hacer aquello en memoria suya. Así
la pascua de Jesús se convirtió en la pascua de la Iglesia, mediante la cual
también nosotros «pasamos de la muerte a la vida» (Cf Jn 5,24; 1 Jn 3,14).
La eucaristía es la cruz hecha posible gracias a la institución de la cena.
Es el memorial del Señor, que él mismo representa y actualiza para incor­
porar nuestro sacrificio al suyo. Lo que ayer fue historia pasa al memorial y
hoy se actualiza en misterio. El sacrificio de Cristo, su muerte y resurrec­
ción, gozan de un elemento de perennidad por el cual hoy se hacen pre­
sentes, reales, no como recuerdo, sino como acontecimiento. Se da verda­
dera comunión. La eucaristía es el sacramento de la comunión por excelencia.
No sólo nos pone en contacto con Cristo, pan y vida, sino con los miste­
rios de su vida, con su acto redentor. Ayer vivió él su sacrificio. Hoy lo vive
con nosotros. La perenne actualidad del sacrificio es uno de los datos de
fe más asombrosos de la transmisión de la fe. Hoy es pascua del Señor. Hoy
Cristo muere y resucita en nosotros. Se da una verdadera hodiernidad del
acontecimiento pascual. La Iglesia debe apropiarse el sacrificio de Cristo.
Debe incorporarse plenamente a él, haciendo lo que él mismo hizo. Si Cris­
to es sacerdote, todo el pueblo es sacerdote con él. Si Cristo es la víctima,
todo el pueblo ha de inmolarse con él y en él. Ahora es la Iglesia, cuerpo
místico de Cristo, el sujeto de esta participación activa. Un sano discerni­
miento profético debería ayudarnos a sacar la eucaristía dominical de la ruti­
na del mero cumplimiento legal, para vivirla como oblación real por la sal­
vación efectiva del mundo en el mismo contexto de sus problemas reales.
La eucaristía, así vivida, manifiesta como nada la identidad misma de la Igle­
sia. «La principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación
activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgi­
cas, particularmente en la misma eucaristía, en una misma oración, junto
al único altar, donde preside el obispo rodeado de su presbiterio y minis­
tros» (SC 41). La liturgia, que es la expresión principal de la fe, nos dice,
y lo repite el concilio, que mediante ella «se ejerce la obra de nuestra reden­
ción» (Secreta, dom. 9, SC 2). El mismo concilio, en palabras de San León
Magno nos recuerda que «la participación del cuerpo y de la sangre de Cris­
to hace que pasemos a ser aquello que recibimos» (LG 26).
La eucaristía está fuertemente vinculada al domingo. Y el domingo, por
lo mismo, es día de reconciliación, de fraternidad, de renovación del m un­
do en la justicia y caridad, según el proyecto de Dios. San Pablo nos recuer­
da que una eucaristía con discordias y desigualdades «ya no es celebrar la
cena del Señor» (lC or 11,20). Santiago amonesta sobre el trato preferen-
cial a los pobres en las asambleas litúrgicas (2,1-4). La Didascalia de los
Apóstoles, del siglo III, comentando a Santiago, dice que si entra un rico en
la asamblea, el obispo no debe moverse, pues ya lo atenderán los demás
miembros de la comunidad, mientras que si entra un pobre y no tiene asien­
to, que el obispo le ceda el suyo y él se siente en el suelo si es necesario. Nada
tiene esto de extraño. El Concilio da la clave de interpretación cuando
nos recuerda que la Iglesia «reconoce en los pobres y en los que sufren la
imagen de su íúndador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus nece­
sidades y procura servir en ellos a Cristo» (LG 8).
La eucaristía del domingo irradia la vida nueva de la resurrección al
mundo entero. Para ello la eucaristía hace referencia esencial a la vida real,
como salvación y redención universal. No deja de ser una sospecha de cobar­
día, de espiritualidad falsa y desencarnada, relegar el significado espiritual,
real, del sacrificio de Cristo a lo privado y oculto, y resaltar únicamente la
fidelidad a los pequeños ritos. La eucaristía dominical de la comunidad cris­
tiana es la presencia de Cristo hoy, en nuestro mundo, y la actualidad ple­
na de su sacrificio en nuestro contexto social. Y es precisamente la asamblea
la que debe encarnar, visibilizar, testificar personal y socialmente el conte­
nido y significado sagrado, intangible, del sacrificio de Jesús.
Es preciso saber pasar de la misa entendida como acto religioso indivi­
dual hacia una eucaristía verdaderamente comunitaria. De un asunto que
concierne fundamentalmente al clero que «dice» la misa mientras los demás
«la oyen», a una celebración vivida por todos de manera activa e inteligen­
te. De un esmero ritual puntilloso, al compromiso de encarnar el sacrificio
de Cristo, y de toda la asamblea, en el núcleo del mal y del egoísmo indivi­
dual y colectivo. En la línea de la reconciliación, de la adoración, de la vic­
timación de amor por los demás, de un amor sacrificado hasta el extremo,
toda la comunidad es, con Cristo y en él, sacerdocio y sacrificio a la vez.

4. EL AM OR FRATERNO

La celebración del domingo significa y contiene la máxima expresión


posible del amor fraterno. Hasta el punto que decir domingo equivale a
decir comunidad y comunión. Desde los mismos orígenes el amor de la
Iglesia se ha manifestado especialmente en ese día. Es el día de la caridad
fraterna.
En la Iglesia apostólica junto a «la fracción del pan» se menciona la
comunicación de bienes: «Lo tenían todo en común, vendían posesiones
y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno» (Act
2,44-46). San Pablo ordena a los cristianos de Corinto, igual que lo había
hecho a los de Galacia, que «cada primer día de la semana pongan aparte lo
que han podido ahorrar» (IC or 16,1-2), con destino a las colectas en favor
de los hermanos de Jerusalén. Y en la más antigua descripción de la misa
dominical leemos: «el día que se llama del sol... los que tienen y quieren,
cada uno según su libre determinación, da lo que bien le parece y lo reco­
gido se entrega al presidente y él socorre de ello a huérfanos y viudas, a los
que por enfermedad o por otra causa están necesitados, a los que están en
las cárceles, a los forasteros de paso...» (San Justino, año 150).
La caridad máxima es la expresión más exacta del memorial del Señor.
Es un amor «hasta el extremo» (Jn 13,1). Es «la entrega» sin reservas, un
amor de oblación hasta la libre y gozosa victimación (Ef 5,2). Jesús mismo,
en el acto de la institución de la cena, después de señalar «esto es mi cuer­
po entregado», «ésta es mi sangre derramada por vosotros...», añade: «haced
esto en memorial mío». Desde entonces, la eucaristía es hacer lo que el Señor
hizo, con él y en él. La asamblea reunida, al recibir el cuerpo eucarístico y
transformarse en cuerpo místico del Señor, ha de ser la encarnación y visi­
bilidad de esta misma entrega vivida en lo más vivo de la realidad. La euca­
ristía del domingo es la visibilización social y testimonial de la misma entre­
ga de Cristo.
La asamblea cristiana, en el domingo, vive un trance extremo de comu­
nión y fraternidad. La asamblea es el lugar y foco de la restauración del mun-
do nuevo. El domingo es el día de fraternidad hecho a la medida de Cris­
to. Caridad vivida, en primer lugar, dentro de la comunidad: superando
toda enemistad, impartiendo el perdón generosamente, prestándose al diá­
logo, multiplicando los gestos de amistad. La atención preferente debe ir
a los hermanos que más lo necesitan. La costumbre antiquísima, ya desde
los mismos orígenes de la eucaristía, de repartir el pan consagrado a los enfer­
mos y pobres, al salir de la asamblea, explica abiertamente la misma natu­
raleza profunda de la eucaristía como solidaridad y amor compartidos. Cada
eucaristía celebrada debería suponer un espasmo social de amor, de comu­
nicación sincera, en favor de los más necesitados. Una eucaristía dominical
sólo puede ser celebrada con autenticidad cuando repercute en los margi­
nados, en las personas en paro, en los transeúntes, en los enfermos, en todos
aquellos que sufren.

5. EL DESCANSO

En los primeros siglos el domingo era día laboral. La legislación civil


introdujo progresivamente la ley del descanso obligatorio del domingo. Para
el cristiano, este descanso es un signo de lo que celebra en el misterio del
domingo.
El descanso dominical es un signo pascual que remite a la liberación de
la humanidad por la pascua de Cristo. Lo era también el descanso sabáti­
co para los judíos. El precepto se dio a Israel como memorial de su libera­
ción de la esclavitud de Egipto. El descanso dominical es signo de la pascua
liberadora de Cristo. El pueblo cristiano, gracias a Cristo, es un pueblo libe­
rado de la esclavitud del pecado y de las servidumbre dolorosas y alienan­
tes que tienen su origen en el pecado. Proclama la dignidad del cristiano y
la libertad de los hijos de Dios.
El descanso es en sí mismo una liberación del esfuerzo del trabajo, exo­
neración de cargas y obligaciones. Es signo del hombre libre. El ocio huma­
nizado es signo y experiencia de libertad.
En nuestros días, el descanso dominical es el medio de afirmar la dig­
nidad del hombre contra ciertas deformaciones de la vida de trabajo, y como
liberación de la esclavitud de la máquina, de la producción, del sistema labo­
ral alienante. El que toma tiempo libre para descansar demuestra que para
él el ser está por encima del obrar, la persona por encima del trabajo, la cali­
dad de la vida por encima de la posesión de los bienes.
Para el cristiano, el descanso evoca la eternidad, el descanso de Dios.
Recuerda proféticamente y anticipa sacramentalmente el reposo gratificante
que nos espera después de los trabajos de esta vida. La iglesia celebra aquí
el domingo «mientras espera el domingo sin ocaso en el que la hum ani­
dad entera entrará en su descanso» (Prefacio X dominical).
En el fondo de la conciencia moderna existe la convicción de que lo
decisivo en la vida es trabajar y sacar a la vida el máximo rendimiento. Escla­
vos de organizaciones y planes productivos, olvidamos con facilidad que
la vida está impregnada de gracia, y que su máxima expresión es la gratui-
dad dada y recibida. El domingo nos recuerda que no todo se reduce al tra­
bajo. La vida es regalo y don. El hombre no es sólo un trabajador, sino tam­
bién disfrutador agradecido de la existencia. Hemos nacido, en últim a
instancia, para gozar de la vida. Llegará un día en que siempre será domin­
go: descanso gozoso en la vida insondable de Dios.
La Biblia dice que el Dios que descansó el séptimo día contempló com­
placido la obra de sus manos. El descanso dominical hace posible dispo­
ner de espacios de silencio y calma, propicios a la contemplación Una con­
templación que abre al hombre sobre todo al Absoluto, a la relación personal
con Dios, a la oración.
El descanso semanal presenta también una dimensión social y comu­
nitaria muy positiva al permitir el cultivo de relaciones humanas enrique-
cedoras. En primer lugar en la familia, dedicando el tiempo y cuidados difí­
ciles de prestar otros días de la semana. También puede representar una
pausa creadora para el individuo, que le permita encontrarse consigo mis­
mo y alcanzar una liberación psicológica, la serenidad, el equilibrio interior.

6. FIESTA Y ALEGRÍA

La dimensión festiva y lúdica del domingo es un obrar simbólico que


nos traslada a facetas importantes del misterio que celebramos ese día. «El
domingo es la fiesta primordial de los cristianos» (SC 106). Es fiesta porque
celebramos la victoria pascual de Cristo y la pascua es siempre «fiesta del uni­
verso». Lo es también porque en él evocamos la fiesta eterna de los bien­
aventurados y tomamos parte en ella anticipadamente. El domingo de la
Iglesia es el día de un pueblo en fiesta. Celebra su propio nacimiento, la resu­
rrección de Cristo, y se goza en las luces del m undo futuro que le espera.
La fiesta alcanza su apoteosis en la eucaristía. Es el corazón de toda fies­
ta cristiana. Y ésta no se celebra en solitario, sino en reunión. En esa fies­
ta todos son actores y protagonistas. Lo propio del hombre en fiesta es par­
ticipar, compartir. La fiesta enriquece la relación y comunicación en el
grupo.
La celebración de la fiesta requiere un clima festivo, lúdico. Demanda
en los participantes un talante de exultación. La fiesta es afirmación de la
vida. Es un sí a la creación, un consentimiento al cosmos y a su Creador:
«Y vio que era bueno» (Gén 1,10). Y la fiesta cristiana es, sobre todo, aco­
gida gozosa de la vida nueva que está en otra parte, pero que se manifestó
y comunicó en la resurrección del Señor. Le es connatural una cierta exu­
berancia en las expresiones, que marcan la ruptura y el contraste con lo coti­
diano.
Este talante festivo se echa de menos en muchas de nuestras celebra­
ciones. Pero, sobre todo, es una carencia inquietante de nuestra sociedad.
A partir de la industrialización del siglo XIX, el hombre occidental ha sido
el hombre del trabajo, del interés, que casi ha olvidado que al hombre le
es vitalmente necesaria la fiesta. El hombre actual necesita redescubrir la
cultura de la fiesta, aprender a abrir en su vida espacios para la gratuidad,
para lo no útil y funcional, para la imaginación creativa. Necesita liberarse
del espíritu de rentabilidad y productividad, del tecnicismo utilitarista y del
consumismo, y creer, en cambio, en el valor humanizador de la fiesta.
Nuestra alegría cristiana es la fiesta de Jesús, su resurrección. Cada domin­
go exulta de gozo «y el mundo entero se desborda de alegría» (Misal). En la
medida en que se pierden la fe y la práctica religiosa, se corre el peligro del
empobrecimiento que llega a perder el sentido profundo de la alegría. De
hecho, la fiesta está siendo sustituida, en gran parte, por el espectáculo, las
competiciones deportivas, el cine, la televisión o el vídeo. La fiesta religiosa
del domingo nos invita a despertar nuestra alegría interior elevando nues­
tro corazón hasta Dios, captando de nuevo la bondad originaria de la crea­
ción y celebrando con esperanza nuestra resurrección. Para recuperar el domin­
go no basta divertirse o relajarse. Necesitamos recuperar la actitud religiosa,
abrirnos al creador de la vida, y celebrar con esperanza la resurrección.

V. V IV IR S E G Ú N EL D O M IN G O

La celebración del domingo ha de ser para los cristianos una fuerte expe­
riencia de salvación en Cristo, en todas sus dimensiones. Lejos de repre­
sentar una evasión de la vida y del mundo, ha de estar perfectamente ensam­
blada con los demás días de la semana, con toda la existencia del cristiano,
y ha de encontrar una positiva traducción social en consonancia con su con­
dición de «ser-en-el-mundo».
Es cierto que el domingo cristiano supone ruptura con lo cotidiano:
el descanso, la fiesta, las diversiones, el vestido, la comida... Pero esto no
significa que el domingo aísle a los cristianos en un recinto sacro. Una cele­
bración extraña a la vida real sería alienante y deshumanizante. El domin­
go lleva en su propia entraña un nuevo modo de ser en el m undo y en la
historia. Celebrar la pascua es impregnar de salvación la historia humana.
Por ello, la misma celebración ha de hacerse eco solidariamente de los com­
bates, anhelos, tristezas, alegrías, problemas y necesidades, tanto de la pro­
pia comunidad y pueblo o ciudad en que radica, como de la humanidad
entera. A ello debe servir la homilía, que es esencialmente un puente entre
el misterio que se celebra, y que las lecturas proclaman, y la comunidad con­
creta celebrante. Las oraciones de los fieles, las colectas especiales, etc., deben
reflejar también esta inserción de la comunidad en la vida real.
En consecuencia, el domingo no se circunscribe al tiempo que dura su
celebración. Debe transfigurar la semana y la vida entera. Celebrar la vida
es vivirla en plenitud. Celebrar la pascua es sanar y salvar la vida real del mal
y de la corrupción, encarnando la gracia y el amor en el lenguaje y en los
hechos reales de cada día y de cada ocupación. La pascua es esencialmente
un nuevo estilo de vida en conformidad con el modelo, Cristo, el hombre
libre, solidario, entregado, festivo, esperanzado... Vivir según el domingo
es un verdadero programa de vida.
La eucaristía dominical concluye con el gesto del envío. La comunidad
es enviada a la sociedad como fermento de valores evangélicos y pascuales.
H a de ser testigo de lo que vive. La vida cristiana, en su fondo último, es
«dar testimonio de la resurrección de Jesús con gran energía» (Act 4,33).
Todo el pueblo es enviado y misionero. «La fe se fortalece dándose» (Red.
Mis. Juan Pablo II, 2). «La Iglesia camina con toda la humanidad y com­
parte la suerte terrena del mundo» (GS 40). El mundo del domingo cris­
tiano está dominado por la paz, la justicia, la solidaridad, la fraternidad sin­
cera. En él se comparte el pan y la esperanza. La transformación que comporta
la eucaristía, en los elementos eucarísticos, y en la comunidad celebrante,
anticipa «los cielos nuevos y la tierra nueva en que habita la justicia» (2 Pe
3,13). Por ello la vida del cristiano ha de ser radicalmente redención de la
insolidaridad, de la corrupción, del egoísmo, de los estrechos particularis­
mos personales, grupales, nacionales y sociales. El domingo celebra, en su
esencia más profunda, la cruz de Cristo, es decir, su entrega, su gratuidad
más incondicionada, su amor más solidario. La eucaristía, que actualiza la
cruz en los cristianos, es la participación de la comunidad en el sacerdocio
y sacrificio de Cristo, la plena encarnación histórica del misterio pascual.
La identidad cristiana, y la de las celebraciones de la fe, está en saber testi­
ficar la eucaristía como el amor más incondicionado de una comunidad que
llega a hacer de todos los hombres, incluidos los alejados y enemigos, comen­
sales y concorpóreos de su propia historia, de su pan y de su vida.
PREGUNTAS PARA LA A N IM A C IÓ N DEL D IÁ L O G O EN GRUPO

En mi mentalidad y comportamiento, el domingo ¿es simple tiempo


cósmico, cíclico, descanso sin más, o tiempo de especial vivencia de fe, de
experiencia personalizada de la resurrección de Cristo?
¿Cómo es mi sentido de pertenencia a la asamblea dominical y cómo
realizo mi integración en ella con hechos concretos?
¿Es para mí el domingo un verdadero encuentro vivificante con la pala­
bra de Dios y ésta es, de hecho, pan que nutre mi vida?
La eucaristía dominical ¿representa para mí una mayor plenitud de vida
y de sentido, y sé irradiarla en la convivencia familiar, profesional y social?
El domingo ¿me impulsa especialmente a tener signos más salientes de
amor fraterno y de gratuidad pascual? ¿Cuáles son en concreto?
¿Me preocupo sólo del descanso físico y mental, en el domingo, o éste
es también recreación integral de energías humanas y espirituales?
¿Conozco no sólo las alegrías de superficie, las que provienen de la
recreación, sino también las alegrías profundas del ser, las que dimanan
de la fiesta pascual?
¿Vivo la semana según el domingo? ¿Sé irradiar el significado del domin­
go en la vida cotidiana?
4. EL AÑO LITÚRGICO:
LA IMAGEN DE CRISTO, A LO VIVO,
EN LA COMUNIDAD

OBJETIVOS

Buscar el encuentro con Cristo principalmente no en devociones pri­


vadas o subjetivas, sino donde él ha decidido ser encontrado: en la litur­
gia como espacio privilegiado donde él habla y actúa, aquí y hoy.
Saber ver las fiestas del Señor no como recuerdos del pasado, sino
como acontecimientos sagrados que contienen para nosotros la realidad
misma que conmemoran: el año litúrgico es la reproducción, a lo vivo, de
los misterios de la vida del Señor en nosotros.
Conocer mejor la eucaristía a través de las lecturas proclamadas, como
la persona y vida del Señor. La consagración del pan como cuerpo de Cris­
to, y la de la asamblea como cuerpo místico del Señor, se realizan en la for­
ma que las Escrituras proclaman. Es comulgando con las Escrituras como
asimilamos fructuosamente la eucaristía, cuerpo del Señor.

1. LA RECUPERACIÓN DEL MISTERIO

El año litúrgico es el molde que graba en la comunidad cristiana, en


las asambleas reunidas los días festivos para celebrar el memorial del Señor,
y en cada uno de los fieles que celebran la fe, la imagen misma del Señor. La
formación de Cristo, de los misterios redentores de su vida, de sus actitudes
y sentimientos, en nosotros: he ahí toda la maravillosa realidad del año litúr­
gico. Es Cristo mismo, y los misterios de su vida, grabado a lo vivo en la vida
de los creyentes. El sello metálico presionando en la materia fluida y blanda
del lacre graba su imagen de tal manera que ésta queda reproducida y pue­
de ser percibida claramente. En el año litúrgico la Iglesia se celebra ella mis­
ma como presencia viva e imagen misteriosa del Señor. Las fiestas del Señor
no son meras recordaciones, simple aniversario en el calendario anual:
contienen la realidad misma que conmemoran. Pero ahora no como suceso
histórico y social, sino como realidad de Espíritu Santo y de gracia que renue­
va en nosotros, los fieles, la persona y la vida del Señor.
Este gran acontecimiento no puede ser percibido y comprendido por
quienes, en la comunidad cristiana, todavía no han logrado penetrar en la
admirable zona del misterio. Aveces, al ver nuestras celebraciones, al oír las
homilías, al leer la literatura que se produce en torno a la pastoral litúrgica,
se ofrece la triste impresión de que la organización eclesial no se desenvuelve
dentro de la zona del misterio. Es una realidad mucho más eclesiocéntrica
que cristocéntrica. En la mentalidad imperante se piensa que el presidente
es «el celebrante» en exclusiva. La asamblea de fieles permanece pasiva en
exceso y, más allá de su presencia física, le entretiene en gran parte la cos­
tumbre y la rutina. Su máxima sintonía no suele ir más allá de la recitación
de oraciones y la participación en cantos y gestos. La realidad fundamental
de las celebraciones, la más gozosa, es la presencia del Espíritu Santo en la
asamblea y en cada uno de sus componentes. Y la razón de esta presencia
del Espíritu es nuestra configuración con Cristo. «El que no tiene el Espí­
ritu de Cristo este tal no le pertenece» (Rom 8,9).
Es lamentable comprobar cuántas celebraciones de la fe poco o nada
tienen que ver con Cristo, con nuestra identificación con él. A veces damos
la impresión de que las mismas verdades y normas, en lugar de derivarse de
la presencia y acción misteriosa de lo que celebramos, vienen siempre des­
de fuera, no desde dentro. Aquí no se hace realidad la repetida afirmación
de la más pura tradición de que lo que oramos es precisamente aquello mis­
mo que creemos. Quien no ha llegado a percibir la Iglesia como misterio,
no puede percibir tampoco el contenido profundo de la liturgia y del año
litúrgico. Es como si sólo se estuvieran contemplando desde fuera las vidrie­
ras sorprendentes de una catedral gótica. Sólo percibiríamos cristales oscu­
ros, junturas de plomo inarmónicas. Es desde dentro como podremos con­
templar una increíble sinfonía de vida, de colores, de misterios de la fe,
transidos por la luminosidad radiante del sol.
La liturgia es la fuente y cima de la vida cristiana. La Iglesia apostólica
y de los Padres fue desplegando el misterio pascual durante el año litúrgi­
co en una especie de gran misa que dura todo el año no sólo como peda­
gogía, sino como mistagogia, es decir, como iniciación vivencial a los mis­
terios de la vida del Señor. De este modo la liturgia, como dijo Pío XI, se
transforma en el órgano más importante del magisterio ordinario de la Igle­
sia porque no sólo enseña como luz, sino que configura profundamente la
vida. La primera tarea de la pastoral es sintonizar el corazón con la fe, con
el misterio del amor y gracia de Dios manifestado en Cristo. Se pueden ala­
bar las devociones populares. Pero cuando éstas suplantan y bloquean la
vivencia de Cristo y de su misterio, es preciso confesar que allí mismo se
está operando una reducción ruinosa de la misma fe.
A través de la liturgia es Cristo mismo quien se hace presente en la
comunidad, su cuerpo místico, con el fin de que sea ella misma la que le
represente, le actualice, le visibilice. Quien construye una pastoral, una evan-
gelización, al margen de este rasgo transcendental margina el hecho mismo
de la actualidad y contemporaneidad de Cristo presente hoy en el mundo
y en la historia, prolongando la redención a través de nosotros. Hoy Cris­
to vive, redime, salva, con nosotros y a través de nosotros, su cuerpo. Quien
rebaja la comunidad, quien la desconsidera, quien la hace pasiva o margi­
nal en las celebraciones, margina y anula la misma fe en su núcleo esencial.

2. POR QU É SON DIFERENTES LAS MISAS


DEL CALENDARIO ANUAL

El misterio de Cristo en su unidad total y absoluta es «el paso desde este


mundo al Padre», o de la muerte a la vida, o de las tinieblas a la luz. Este
paso ocurrió en la Cabeza, Cristo, y ahora está ocurriendo en nosotros,
sus miembros. San Pablo lo afirma refiriéndose al bautismo del cristiano:
«Hemos sido sepultados con él por el bautismo en la muerte, a fin de que
así como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también
nosotros vivamos una vida nueva» (Rom 6,4). Refiriéndose a la eucaristía
dice: «Cuantas veces comáis este pan y bebáis de este cáliz anunciaréis la
muerte del Señor hasta que venga» (1 Cor 11,26). Toda la realidad pro­
funda de la Iglesia es que ahora, en el tiempo, se está revistiendo de eter­
nidad, porque ella misma, incorporada a Cristo, está muriendo de su muer­
te y resucitando de su misma resurrección. Ahora, unidos a Cristo, estamos
pasando de la muerte a la vida. He ahí el núcleo fundamental y constitu­
yente del misterio cristiano.
Ahora bien, parece surgir un problema: si la misa es siempre y en cada
caso la presencia del misterio de Cristo en su totalidad ¿por qué tenemos
tantas celebraciones diferentes en el calendario anual? ¿Por qué conme­
moramos las diferentes etapas, y hechos, de la vida histórica y terrena del
Señor? ¿Qué es lo que en verdad contienen estas celebraciones aquí y aho­
ra? ¿Representan de verdad la vida y misterios del Señor? ¿En qué sentido?
Y si la representan, ello ¿se ajusta al desarrollo del año litúrgico?
La importancia de estos interrogantes se acrecienta si con el Concilio
afirmamos que «En la liturgia se realiza la obra de nuestra redención» (SC
2); y que las fiestas del año litúrgico no son mero recuerdo, pues, como dice
el Concilio Vaticano II, «conmemorando así los misterios de la redención...
en cierto modo se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fie­
les ponerse en contacto con ellos...» (SC 102).

3. EL DINAMISMO DEL MISTERIO PASCUAL


EN EL DESPLIEGUE DEL AÑO LITÚRGICO

La dinámica profunda de la historia de la salvación tal como está


escrita en el nuevo testamento apunta a lo que es el meollo de la vida cris­
tiana y que se refleja como en un doble movimiento que va desde el Padre,
por el Hijo, en el Espíritu, a nosotros, y desde nosotros, por Cristo, en
un mismo Espíritu, hasta el Padre. Es, gracias a nuestra incorporación a
Cristo, una correalización de la vida íntima, trinitaria, de Dios. Jesús dice
«vine del Padre» y «vuelvo al Padre». Este doble movimiento se proyec­
ta, como una imagen en la pantalla, en los hombres de nuestro tiempo y
los envuelve en ese dinamismo siguiendo los ritmos del año litúrgico. En
la encarnación, Cristo asumió nuestra carne, nuestra humanidad. Nos
asumió a nosotros. Haciéndose él hombre, nos hizo a nosotros partícipes
de Dios. El descenso de Cristo a la tierra es nuestro ascenso a los cielos.
Y ahora, en la liturgia, Cristo prolonga su encarnación en nosotros. Lo
que un día hizo en el mundo, en Palestina, hoy lo está haciendo dentro
de los hombres, en la liturgia. El año litúrgico es la encarnación, a lo vivo,
de la vida del Señor, de sus misterios, en las asambleas celebrantes. Y al
penetrar en nosotros, al grabar sus vidas en nuestras vidas, nos hace a nos­
otros penetrar «por Cristo, en un mismo Espíritu, junto al Padre»
(Ef 2,18).
Estudiemos este hecho en las siguientes tres afirmaciones:

1. El misterio pascual es perennemente actual


El misterio pascual es un acontecimiento siempre actual. Esta actuali­
dad no se basa en una reiteración de su realidad histórica: hecho «de una
vez para siempre» (Heb 10,14), ya no se repite. Tampoco se trata de una
rememoración puramente mental o intencional. Se trata de una presencia
real de Cristo y de una verdadera actualización de su obra de redención. El
Concilio nos recuerda: «Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre
todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa... está
presente con su fuerza en los sacramentos... está presente en su palabra...
está presente cuando la Iglesia suplica y canta salmos...» (SC 7).
La predicación de los Padres, la misma teología de nuestros tiempos,
han puesto su insistencia en la actualidad siempre viva de la muerte-resu­
rrección del Señor en cuanto acción y acontecimiento. O bien lo dan por
supuesto o en ocasiones lo explican de diferentes maneras. Como acción
temporal la muerte-resurrección de Cristo fue una acción irreversible. Pero
hay algo verdaderamente perenne, transhistórico, que se sacramentaliza
en un acto visible de la Iglesia, a la vez que se sitúa en un tiempo determi­
nado cuando celebramos el memorial. Esto es así porque el Hijo de Dios
eterno está personalmente presente en los propios actos del hombre Jesús.
Se trata de una persona, una presencia personal que se manifiesta precisa­
mente en un acto, en una celebración concreta. En este sentido, el sacrifi­
cio de la cruz y todos los misterios de la vida de Cristo son realidades eter­
namente actuales, indestructibles. Y lo son porque Cristo, en su humanidad
glorificada es «el mismo ayer, hoy y siempre» (Heb 13,8). Por ello, es pre­
ciso tener en cuenta que los sacramentos son concebidos más bien como un
vínculo entre el Cristo celeste hoy viviente en los cielos y nuestra celebra­
ción aquí y ahora en la tierra. No como un puente entre la acción que cele­
bramos y el pasado histórico de la muerte de Cristo en la cruz, en Jerusalén.

2. El misterio pascual es perenne para que pueda ser participado


por la Iglesia de cada tiempo y lugar
Si el misterio pascual de Cristo se hace actual y presente es para que sea
participado, apropiado, por la comunidad cristiana, la Iglesia. De esta for­
ma, la comunidad cristiana se convierte ahora en la visibilidad histórica del
Cristo celeste. La Iglesia no es sólo una institución funcional y social: es un
misterio, una comunidad que está siendo continuamente vivificada por el
Espíritu Santo. Es «una misma cosa en Cristo» (1 Cor 10,16-17; Col 3,11;
Gál 3,28); es «la plenitud de Cristo»(Ef 1,23; 2,22; 4,12-13), así como Cris­
to es llamado «la Plenitud de la Divinidad» (Col 2,9).
Así, pues, la Iglesia terrena visibiliza al Cristo hoy celeste, del mismo
modo que el Cristo terreno de Palestina visibilizaba al Padre. Por ello la
Iglesia es llamada Cuerpo Místico de Cristo. Esto es ciertamente una metá­
fora si se relaciona analógicamente con el cuerpo humano. Pero la reali­
dad contenida en la metáfora desborda a la misma realidad física. El Cris­
to hoy viviente y glorioso en los cielos y nosotros formamos una misma
realidad homogénea de gracia por la comunicación mutua del culto y de
la vida divina. La razón de dicha unidad es que hemos sido incorpora­
dos a Cristo y a su muerte y resurrección por el bautismo, y que alimen­
tados por idéntico pan, tenemos un mismo Espíritu, para formar un mis­
mo Cuerpo.
Así, la Iglesia del tiempo aparece como sacramento terrestre del Cristo
celeste. Es cuerpo de Cristo. Y por tanto, no sólo instrumento de salvación,
sino la salvación misma. Es la forma corporal y social de esta salvación, o la
salvación de Cristo manifestada en forma histórica. Entrar en contacto con
la Iglesia es entrar en contacto con la salvación misma. De ahí que la Iglesia
haya sido llamada «sacramento radical», «protosacramento», o «sacramento
primordial», que significa que así como sin Cristo no tenemos al Padre, así
sin la Iglesia no podemos tener a Cristo. En resumen: cada cristiano, y el con­
junto de todos ellos, es sacramento de la presencia dinámica de Cristo en el
mundo. Le hace visible por la fe y las buenas obras. Su testimonio es verda­
deramente evangelio o evangelización. Organizar la evangelización al mar­
gen de este hecho transcendental, sería anular la misma evangelización.
En la Iglesia existen los siete sacramentos diversos. En realidad no hay
sino un solo sacramento: Cristo comunicándose a la Iglesia. La Iglesia tie­
ne una naturaleza y estructura sacramental. Los sacramentos son Cristo for­
mando a la Iglesia, o la Iglesia formando a Cristo en la comunidad. Los
sacramentos hacen a la Iglesia para que la Iglesia haga los sacramentos. Éstos
son la manifestación primordial de la constitutiva sacramentalidad de la
Iglesia. Son acciones visibles que verifican la presencia de la gracia de Cris­
to en las personas para la progresiva realización del Reino de Dios en cada
uno de los hombres. No son algo distinto de la Iglesia. Son la Iglesia mis­
ma en el proceso de su existencia y su desarrollo. Son actos salvadores per­
sonales de Cristo, que adquieren la forma de actos funcionales de la Iglesia.
Y son actos de Cristo, siendo a la vez acciones de la Iglesia, porque la Igle­
sia es Cuerpo de Cristo. Cuando una mano coge un objeto, éste es toma­
do por los dedos. Así, cuando Dios diviniza al hombre, en su brazo (Cris­
to) le tiende su mano (Iglesia) para ser tomado con los dedos (sacramentos).
En los sacramentos siempre es Cristo el que hace la salvación; pero Cristo,
a través de su presencia en la Iglesia, en los sacramentos.
Los sacramentos no son realidades independientes. Significan y realizan
nuestra progresiva incorporación al Cristo glorioso. La diversificación de sacra­
mentos no representa otra cosa que las diversas etapas o aspectos de un mismo
proceso incorporativo a Cristo y a la Iglesia, o la santificación de las diferen­
tes situaciones o estados fundamentales del hombre, en el matrimonio o en
el ministerio del orden. Todos forman una unidad indestructible: Cristo y
su formación en nosotros. «No existe otro sacramento de Dios que Cristo: lo
que era visible en Cristo, pasó a los sacramentos de la Iglesia» (San Agustín).
El creyente, acogiendo constantemente la palabra de Dios, y entregán­
dose, todo él, a la palabra, dejándose conducir por el Espíritu, va asimi­
lando los sentimientos, criterios, valores de Cristo, se va revistiendo de él,
le imita no sólo por fuera, moralmente, sino por dentro, mística y sacra­
mentalmente, se identifica con todos los movimientos del alma de Cristo,
se deja sustituir por él, de forma que el cristiano, prolongando la encarna­
ción de Cristo, es como una irradiación de su propia vida. De esta forma el
creyente reproduce la vida de Cristo y sus misterios, desde el nacimiento
hasta la glorificación. El bautismo es el nacimiento a la nueva vida, el pri­
mer contacto con la muerte y resurrección de Cristo. La confirmación es el
don de la madurez del Espíritu, la edad adulta en Cristo. Por la eucaristía
el cristiano vive en progresiva comunión con Cristo irradiando su misma
gratuidad. La penitencia es reconciliación con Dios por la recuperación
de la vida en Cristo. El m atrimonio hace presente entre los cónyuges la
entrega total de Cristo a la Iglesia. Por el orden, los sacerdotes personalizan
a Cristo Pastor. En la unción los enfermos recuperan la salud mesiánica.
San Pablo describe la vida cristiana como un estar injertados en Cris­
to Jesús, reproduciendo su vida. Estamos vivificados con Cristo (Col 2,13),
padecemos con él (Rom 8,17), vivimos concrucificados con Cristo (Gál
2,19), se reproduce en nosotros su pasión (Col 1,24), conmorimos con él
(2 Cor 7,3), somos sepultados con él (Rom 6,4), resucitamos con él (Col
2,12), nos ha hecho ya estar sentados con él en los cielos (Ef 2,6), reinamos
ya juntamente con él (2 Tim 2,12). Cada cristiano reproduce unos rasgos
de Cristo, y toda la Iglesia constituye su Cuerpo. Los santos representan
el misterio pascual ya cumplido en ellos (SC 104).
Las asambleas dominicales constituyen un momento importante en el
proceso de nuestra identificación con Cristo. El pueblo se reúne para escu­
char y acoger la palabra de Dios. Somos el pueblo de la revelación, de la
Escritura. Es ella propiamente la que configura nuestra identidad creyente.
La palabra de Dios hizo el mundo y originó la identidad del pueblo elegi­
do haciendo de una masa caótica una unidad espiritual, el pueblo de Dios.
Ahora la palabra de Dios nos hace salir de las tinieblas y nos engendra a la
luz, Cristo. La vida cristiana es la respuesta a la palabra de Dios que llama.
Lo que la palabra proclama, el sacramento, unido a ella, lo realiza y consa­
gra. La asamblea dominical es el crisol donde la comunidad creyente, nos­
otros, «nos vamos transformando en la imagen del Señor, cada vez más glo­
riosos, conforme obra en nosotros el Espíritu del Señor» (2 Cor 3,18).

3. El misterio pascual es participado por la Iglesia


con los ritmos del año litúrgico
Llegados al núcleo del tema, lo desarrollamos en los siguientes tres apar­
tados:
a) el cristiano vive inmerso en el tiempo natural, o de evolución, y en
el tiempo eclesial o de recapitulación en Cristo.
b) El tiempo eclesial lo funda la Pascua de Cristo.
c) El misterio pascual, desplegado por la Iglesia, para su mejor asi­
milación, en el curso de un año, constituye el año litúrgico.

a) Tiempo natural, o de evolución, y tiempo eclesial,


o de recapitulación en Cristo
Nuestra noción del tiempo está tomada del helenismo. Es algo esen­
cialmente cuantitativo. Se representa por una línea recta, uniforme, en la
que el presente se proyecta, bien hacia atrás (pasado), bien hacia delante
(futuro). En la Biblia, en cambio, predomina el concepto cualitativo del
tiempo. Se expresa en la intensidad de la luz.
Cuando Cristo se encarnó en nuestra historia, introdujo en el tiempo
una dimensión nueva. El Señor reconoce en el tiempo una dimensión his­
tórica y natural, de pasado y futuro. Habla de la primera creación como un
punto inicial. Y habla de «la última hora»: «vigilad, porque no sabéis el tiem­
po ni la hora» (Me 13,33). Entre el principio (creación) y el fin (parusía) se
sitúa la encarnación, llamada «la plenitud de los tiempos» (Gál 4,4). «Se ha
cumplido el tiempo» (Me 1,13). Más todavía: en la vida de Cristo hay un
tiempo que es «mi tiempo», «mi hora» por excelencia (Jn 13,1). Es su paso
al Padre, por la muerte y resurrección. Ese momento quedaría cristalizado
en él como cabeza, y nos lo ofrece por medio de los sacramentos a nosotros,
sus miembros, para que pudiésemos participar también de «su paso». Es el
momento privilegiado en que participamos de la vida eterna.
Tal es la paradoja que ha establecido en el mundo la resurrección de
Cristo. Mientras que por una parte la duración del tiempo continúa su cur­
so incambiable en la indefinida sucesión lineal de los años, Cristo resucita­
do ha introducido ya, por el bautismo y la eucaristía, en «el Reino de los
cielos», «en la vida eterna», a la humanidad a él incorporada. Cristo ha que­
rido divinizar ya en este mundo la naturaleza humana. Pero la naturaleza
humana está tan ligada al tiempo que es inseparable de él. Al trasvasar lo
humano a lo divino, Dios ha creado en el tiempo un nuevo movimiento de
involución hacia un centro que es Cristo «Principio y Fin», «Alfa y Ome­
ga». Él hace pasar a los hombres de la corrupción a la incorrupción. El cris­
tiano, estando inmerso en una dimensión histórica que conoce el fluir de
los años, está también sumergido en una dimensión escatológica porque
está ya participando de las últimas realidades.
La Pascua es la vida eterna de Cristo que se va comunicando a la Igle­
sia. Él es la Cabeza y nosotros somos su cuerpo. La Pascua es la introduc­
ción de los creyentes, que viven inmersos en el tiempo, en la vida eterna. Al
celebrar los cristianos la eucaristía cada día en la misa cotidiana, o cada sema­
na en el domingo, o en la vigilia pascual anual, se van incorporando al Cris­
to celeste y glorioso. De esta manera, la pascua es la redención del tiempo
que pasa, que fluye y se desvanece. El día, la semana o el año son puestos
en contacto vivo con el «Hoy» eterno de Dios y de este modo, permane­
cemos insertos no sólo en la historia de los hombres, sino en la entraña mis­
ma de Dios. Cristo es el Viviente, el Eterno, el principio y fin, el alfa y la
omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. El mismo es la eternidad. Por lo
cual, y gracias a él, el día ya no es sólo el paso de las tinieblas nocturnas a la
luz solar: es el tránsito de la pura temporalidad a la claridad divina, el paso
de las tinieblas del egoísmo y del pecado a la luz de la gracia de Cristo. Y
la semana ya no es sólo un ciclo de la naturaleza pura, sino imagen real
del tiempo de la creación nueva, la gloria, el descanso del Señor en el sép­
timo día, el día de su resurrección gloriosa, pues en ese día Dios, en Cris­
to, descansó de su obra, y en ese día nos introduce a nosotros en su des­
canso. Y en la pascua anual, el año solar se transforma en el año litúrgico
o eclesial, cuando su centro no es el sol natural sino Jesucristo, sol impere­
cedero. De esta manera, los hombres del tiempo, al celebrar los misterios
cristianos, vamos pasando, por la incorporación a Cristo, del tiempo natu­
ral de evolución al tiempo eclesial de recapitulación en Cristo y su Gloria.

b) E l tiempo eclesial lo funda la Pascua de Cristo


La más íntima esencia del misterio cristiano, donde se realiza el sentido
de la vida de los hombres, es «el paso» o «Pascua» de la muerte a la vida. En
Cristo es paso de su condición humana y sufriente, «hecho pecado» por nos­
otros (2 Cor 5,21), a la vida gloriosa. En nosotros es paso del estado de peca­
do al estado de hijos de Dios, y paso de la gracia a la gloria. Dentro de la gran
unidad universal del misterio, podemos distinguir dos momentos:

— El primero en la Cabeza: Cristo muerto y resucitado. Sucedido una


vez, ya no se repite.
— El segundo en los miembros: se está realizando desde Pentecostés
hasta la última manifestación.

Estos dos m om entos no forman sino una sola realidad: el tránsito


o paso de los miembros de la muerte a la vida, sólo se hace actual en la actua­
lidad y presencia sacramental del tránsito o paso de la Cabeza. Así, el mis­
terio de Cristo se hace el misterio de todos porque nos hace morir de su
muerte y resucitar de su propia resurrección. Cristo es nuestra pascua.
c) E l misterio pascual, desplegado por la Iglesia en el curso de un año,
para su mejor asimilación, constituye el año litúrgico

La Iglesia no es una administradora, sin más, de la gracia de Cristo.


No sucede a Cristo. No lo sustituye. Ella es su propio cuerpo, que ejerce
su sacerdocio. Y es precisamente la Iglesia la que, partiendo de la eucaris­
tía, ha organizado el año litúrgico. En él Cristo existe no como una idea para
ser aprendida, sino como una fuerza viva que se graba en los hombres y
que forma en ellos la imagen del Hijo. El despliegue de las fiestas durante el
año no es sólo una expresión del misterio. Es, además, la realidad misma del
misterio. No es una estudiada pedagogía práctica para mejor ayudarnos al
conocimiento de la vida histórica de Cristo o para mejor lograr en nos­
otros los sentimientos correlativos a los diferentes acontecimientos de su vida
humana. La Iglesia ha enseñado, ya desde los comienzos, que las fiestas con­
tienen la realidad misma que conmemoran. La liturgia adopta un lenguaje
que hace referencia a un acontecimiento que posee una actualidad presen­
te: «Hoy nos ha nacido un niño» (Navidad), «Hoy la Iglesia se une a su celes­
tial esposo» (Epifanía), «Este es el día que ha hecho el Señor» (Pascua). El
hecho más grandioso de la liturgia cristiana es que ella nos hace contempo­
ráneos de Cristo y de los misterios de su vida. Los Padres, en sus homilías se
preguntan ante cada fiesta del Señor: «¿memoria o misterio?», «¿aniversa­
rio o actualización en sacramento?». Y afirman que las fiestas poseen de hecho
la realidad viva que celebran. Recordemos el Concilio: «Conmemorando así
los misterios de la redención... en cierto modo se hacen presentes en todo
tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos...» (SC 102).
Los actos históricos de la vida terrena del Señor participan inevitable­
mente de la irreversibilidad de las cosas temporales. Ya no volverán a rea­
lizarse históricamente. Por lo tanto, en el año litúrgico los misterios del
Señor no se reproducen ni siquiera sacramentalmente como fases separadas
unas de otras. Objetivamente, los misterios del Señor se actualizan en la
unidad infrangibie de la Misa. Pero, subjetivamente, la fuerza salvadora del
misterio de Cristo se aplica con los ritmos del año litúrgico. La Navidad, la
Pascua, Pentecostés, a través de la palabra concreta, de las lecturas sagradas,
proclamadas y comulgadas, irán depositando en el cristiano toda la rique­
za del alma de Cristo, sus sentimientos, sus actitudes, su modo de pensar
y de amar, su Espíritu. Lo que en Cristo fue historia, en la liturgia se hace,
para el hombre, sacramento, realidad de gracia y de salvación. El cristiano
nace, muere y resucita en Cristo. Cada año comenzará en una nueva Navi­
dad y culminará en un nuevo Pentecostés. Pero no será un perenne comen­
zar de nuevo. Como los anillos de una espiral que en su progresión ascen­
dente no coinciden, sino que cada vuelta realiza una nueva ascensión, así
cada año litúrgico irá grabando en el alma del cristiano el alma de Cristo,
sus sentimientos y disposiciones, de forma que el año siguiente la irá pro­
fundizando más «hasta que Cristo cobre talla en vosotros» (Gál 4,19). Y esta
progresión subjetiva en el misterio de Cristo no será sólo de carácter psico­
lógico, sentimental, ni sólo moral por la renovación de nuestro comporta­
miento. Será real, efectiva, espiritual, por la apropiación del contenido de
cada fiesta. Será un contenido de gracia y de Espíritu Santo, en el que el
futuro, el mismo Cristo glorioso, se hará presente, en comunión viva con
el cristiano, bajo la base del pasado: la vida histórica del Señor.
En esta identificación con Cristo, la Escritura santa juega un papel trans­
cendental. Es, junto con el pan consagrado, el molde de Cristo que forma
la comunidad. La consagración del pan no es una realidad mecánica, siem­
pre idéntica para los fieles. Acontece en la forma que la palabra proclama
en las lecturas de cada fiesta.
Ya en los primeros momentos de la Iglesia apostólica la misma Escritu­
ra nació de la actividad litúrgica de las comunidades. En ellas la palabra se
hacía proclamación y comunión. La relectura de la Escritura en las asamble­
as reunidas en la celebración del memorial del Señor, en el correr de los siglos,
era como un molde que configuraba a los creyentes en Cristo. Por la pro­
clamación de la palabra, acogida y comulgada, la misma vida, y los misterios
de Cristo se prolongan en la comunidad creyente. La asamblea, acogiendo la
palabra e identificándose con ella, revive en su entraña el itinerario de la vida
de Cristo y se convierte ella misma, en la página viva donde se escribe la Escri­
tura santa, en la letra viviente del texto escrito ahora no en papel, sino en el
corazón, no con tinta, sino con el Espíritu Santo.
La palabra proclamada de este modo en las diferentes fiestas de Señor,
graba la imagen del Señor en la comunidad y en cada uno de los fieles. De este
modo son hechos testigos y evangelización viviente, pues el Señor vive y está con
ellos, en sus corazones, por la comunión con el sacramento y con la palabra.
De este modo el año litúrgico, por la asimilación espiritual del pan y
de las lecturas sagradas que proclaman la vida y sentimientos del Señor, no
es otra cosa que la misma persona y vida del Señor grabadas a lo vivo en la
comunidad creyente de la Iglesia.

PREGUNTAS PARA LA A N IM A C IÓ N
DEL D IÁ L O G O EN G RUPO

¿En qué está basada mi fe y espiritualidad, en devociones populares, o


más bien en la vivencia del misterio pascual: evangelio, eucaristía, año litúr­
gico, como proceso de incorporación e identificación con Cristo?
¿Mi observancia y cumplimiento de los mandamientos están funda­
mentados en la vivencia prioritaria de la iniciativa constante de Dios, de su
absoluta bondad y gratuidad?
¿Vivo la Pascua como el centro de mi fe, como una participación de
la muerte-resurrección de Cristo, como un morir, en verdad, de su misma
muerte y un resucitar de su misma resurrección?
¿He llegado a comprender que mi Pascua, o paso al Padre, sólo es posi­
ble en la pascua o paso de Cristo al Padre? ¿Su pascua es mi pascua, mi sal­
vación y gloria?
¿Sé prolongar mi vivencia litúrgica de la Pascua en una irradiación huma­
na, psicológica, social, siendo siempre positivo y constructivo en la fami­
lia, en el grupo, en la sociedad, en la comunidad cristiana?
Al celebrar las fiestas del Señor, en el año litúrgico, ¿qué sentimiento
prevalece en mí: el recuerdo o aniversario de unos sucesos pasados, del
Jesús de Nazaret, o la vivencia espiritual y actual del significado y conteni­
do de los grandes acontecimientos de la vida del Señor, que misteriosa­
mente se hacen presentes y contemporáneos para que pueda participarlos
y llenarme de la gracia de la salvación?
¿Las fiestas del Señor contienen para mí la realidad viva que conme­
moran? En las mismas, ¿siento a lo vivo la presencia de Cristo, la actualidad
de los misterios de su vida, que se representan y actualizan para que pue­
da yo revivir su persona, sus sentimientos y valores, para revestirme y trans­
formarme en él?
¿Están vivencialmente unidas en mí las Escrituras y el pan consagrado,
el evangelio y la eucaristía, formando los dos, en unidad, la presencia de
Cristo como Espíritu vivificante de la Iglesia? ¿Me habitúo a contemplar la
consagración del pan, de la eucaristía, no como una presencia abstracta del
Cristo histórico, sino como la presencia del Cristo hoy viviente en los cie­
los, de su misterio y mensaje, que en la eucaristía se hace presente en la
forma que las Escrituras proclaman?
¿Veo las Escrituras como la revelación de lo que el pan contiene, y veo
el pan consagrado como la realización de lo que las Escrituras anuncian?
¿Comulgo con las lecturas aplicándome yo todo al texto y todo el tex­
to a mí? ¿Comulgo y me identifico con la palabra, y me dejo yo mismo comul­
gar por la palabra?
¿Es mi vida de fe una organización evangélica del corazón?
Al vivir el año litúrgico ¿me considero a mí mismo como una repro­
ducción progresiva, a lo vivo, de la imagen del Señor?
5. ¿POR QUÉ Y CÓMO ORAR
CON LA PALABRA DE DIOS,
AL RITMO DEL AÑO LITÚRGICO?

1. LA ORACIÓN C O M O REALIZACIÓN
FUNDAMENTAL DEL SER

En el libro «Dejarnos hablar por Dios», destinado a la oración, damos


orientaciones fundamentales para hacer de ella un espacio posible y gozo­
so. Aquí pretendemos señalar la liturgia como fuente inestimable e inago­
table para la oración personal.
La oración coincide con el tema del sentido últim o de la existencia
humana, de la identidad profunda del ser. Quien se decide a orar empren­
de el camino de la plena realización y transformación de la vida. La vida
es dispersión, egoísmo, inmadurez, a veces pérdida de sentido y de hori­
zonte. Orar es cambiar. Es crecer. Es ser del todo, vivir en plenitud, no como
fragmento. Es vivir desde el centro de la persona, no fuera y desde fuera. Es
emprender el camino de la verdadera libertad y de la propia identidad. Orar
es tomar conciencia de la inmensa riqueza del ser personal, llegar a percibir
la irrepetible singularidad de la persona. Es experimentar la capacidad de
apertura de sentido. Es vencer la independencia, el aislamiento, la no-recep-
tividad, la impermeabilidad, ante la penetración de la luz, del sentido, de
la nueva conciencia. Orar es comulgar con el ser, crecer, ser más.

2. LA ORACIÓN ES FUNDAMENTALMENTE RESPUESTA


A LA PALABRA D E DIOS

Sin la palabra de Dios no se concibe la oración. Orar es responder. Lo


cual presupone haber escuchado la palabra. Es ésta una realidad estructu­
ral, Porque no sólo la oración, la misma vida cristiana es radicalmente res­
puesta. Responder es tener fe, una fe que corresponde a la iniciativa de un
Dios que se revela y se da.
Dios crea hablando, ama hablando. Su palabra es él mismo. En su pala­
bra Dios se dice él mismo. En él, hablar es decirse, decir su ser. La palabra
de Dios hace exterior lo íntimo de su ser y lo comunica. Nos crea y nos con­
figura. Nuestro «yo» ha sido posible por el «tú» divino. El yo no es sino el
reverso del tú. Dios nos crea a su imagen.
La existencia e historia de Israel es hechura de la palabra de Dios. La
palabra hace congregación, asamblea. Crea identidad de existencia y de des­
tino. No se habla por hablar. La palabra alcanza su sentido en la receptivi­
dad de la misma. La receptividad de la palabra pertenece a lo constitutivo
de la revelación permanente de Dios: es palabra viva cuando es acogida,
comulgada, vivida por la asamblea. La asamblea es el espacio donde la pala­
bra se escribe. Libro y comunidad son inseparables. El libro hace la comu­
nidad y ésta se escribe a sí misma en el libro que ella lee. El libro santo no
es nada sin la com unidad y ésta encuentra en él su propia identidad. La
comunidad no es sino la biografía del libro.
Orar no es hacer rezos. Es comer la palabra. Identificarse con el texto.
La palabra es dicha para ser comulgada. La Iglesia ha venerado siempre la
palabra al igual que la eucaristía. «El pan es la palabra de Dios vivo bajada
del cielo» (Tertuliano). «Pan de vida» se aplica tanto a la eucaristía como a
la palabra. La palabra y el sacramento van tan implicados que se identifican
y constituyen una misma realidad: Cristo comunicado. Sólo comulga bien
con el pan, aquél que asimila espiritualmente la palabra. La consagración
del pan y de la comunidad, como cuerpo de Cristo, acontece en la forma
que las Escrituras proclaman. Acoger el texto, ser el texto, irradiar el tex­
to, éste es el proceso de la fe, de la identidad cristiana, de la salvación.
Ésta es la historia de Israel y de la Iglesia. Su identidad.

3. ORAR EL AÑO LITÚRGICO ES REPRODUCIR, A LO VIVO,


EN NOSOTROS LA IMAGEN DEL SEÑOR

Orar es intercambiar el ser, ser más, ser del todo. Al orar, el creyente se
hace más él mismo respondiendo, haciéndose respuesta. Si Cristo es la pala­
bra que Dios nos dice, y el pan que se nos entrega, es evidente que hay que
saber acoger a Cristo en el momento y forma que él se dice y se da. Ésta es
la peculiaridad singular del año litúrgico. En él Cristo nos dice su vida, des­
de el nacimiento hasta Pentecostés. Las fiestas contienen la realidad misma
que conmemoran: la vida de Cristo, los misterios de su vida. Cristo no
oró rezos, oró su vida. Su oración fue la oblación de sí mismo.
Cuando el evangelio proclama los misterios de la vida de Cristo, esos
misterios se nos comunican en la forma que la palabra dice. La consagra­
ción del pan, cuerpo eucarístico, y la consagración de la asamblea como
cuerpo místico del Señor, se hace en la forma que las lecturas proclaman.
La palabra del Señor es eficaz, hace lo que dice. En este sentido, el año litúr­
gico no es pura pedagogía: es la reproducción a lo vivo, de la vida del Señor
en nosotros. No es sólo recuerdo y memoria. «Conmemorando así los mis­
terios de la redención,... en cierto modo se hacen presentes en todo tiempo
para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos» (SC 102). El
año litúrgico es Cristo mismo acuñando a su comunidad, configurándola
a su imagen. Las fiestas de la vida de Cristo son fiestas de la comunidad y
en la comunidad. Son nuestra Navidad en Cristo, nuestra pascua y Pente­
costés en él.
Por ello es de importancia trascendental oír la palabra, acogerla, comul­
garla, en el momento sagrado en el que es pronunciada, en el instante pri­
vilegiado en el que está haciendo lo que dice, cuando proclama presente y
actual la persona y la pascua del Señor precisamente para que sean partici­
pados.
Entonces, orar es acoger, comulgar, identificarse con él. Es un sinsen-
tido profundo no valorar este proceso a la hora de plantear la iniciación o
maduración de la vida cristiana en la comunidad. Organizar la formación
a la carta, siguiendo la iniciativa caprichosa de personas o grupos, y omi­
tiendo la formación de Cristo en la comunidad, tal como la ofrece la Igle­
sia en el cauce del año litúrgico, es un grave despropósito pastoral. Es evi­
dente que tiene im portancia la búsqueda creyente de cada uno. Pero el
camino hacia Cristo sólo lo hace él y la iglesia. Y ya está hecho. La Iglesia
apostólica, la de los Padres, «la de siempre y la de todos los lugares», lo han
configurado. No tiene sentido la arbitrariedad. Las sendas van donde van,
no donde nosotros queremos. Y esto tiene una enorme importancia pas­
toral. Sería una contradicción injustificable expresar grave indignación ante
el incumplimiento de normas disciplinares «de segundo rango» (Juan Pablo
I), y mostrar despreocupación cuando se trata de perfilar o establecer el
camino hacia Cristo, el de una verdadera iniciación cristiana.
No es lo mismo orar según métodos y enseñanzas de testigos particu­
lares de la oración que orar con la palabra del Señor cuando ésta se pro­
duce como viniendo de él. Es como «hablar cara a cara». Hay vidas cris­
tianas que caminan por sendas privadas. Hay otras que hacen el camino de
Cristo, el de su vida y misterios, el de su evangelio y el de su sacrificio,
hechos memorial plenamente actual. Hay aquí un problema de identidad.
Nada hay superior al hecho de responder a Dios cuando él mismo habla.
Nada hay tan sublime como asentir, acoger, identificarse, comulgar cuan­
do él mismo está obrando, formando su imagen en nosotros. Cristo nos
dice su vida, se nos dice él mismo. Entonces, orar es ser él. Transformar­
nos en él. «Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como
en un espejo la imagen del Señor, nos vamos transformando en esa misma
imagen cada vez más gloriosos, conforme a la acción del Señor, que es Espí­
ritu» (2 Cor 3,18). «A los que de antemano conoció, también los predes­
tinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito
de muchos hermanos» (Rom 8,29). «Del mismo modo que hemos reves­
tido la imagen del hombre terreno, revestiremos también la imagen del
celeste» (1 Cor 15,49).

4. ALGUNAS FORMAS PRÁCTICAS


DE ORACIÓN EVANGÉLICA

La oración es auténtica en la medida en que uno ora la vida real, las


actitudes profundas, el corazón. Orar es un proceso de transformación en
el que confesamos que Dios es el Señor de nuestra vida, que nosotros somos
como el barro en manos del alfarero y nos dejamos moldear por él. Orar es
dejarnos decir la palabra divina, dejarnos transformar en Cristo, dejarnos
amar por el Padre en el mismo amor en el que él ama a su Hijo. O rar es
dejarnos amar, tocar, cambiar por el texto sagrado que no es una idea, sino
una persona. Como el sello de hierro marcando la imagen en la materia flui­
da, así el texto quiere marcarnos y configurarnos. Una oración auténtica es
un proceso en el que acogemos el texto, lo respiramos con el corazón, lo
comulgamos, nos dejamos transformar en él, llegamos a ser el texto mismo,
y lo irradiamos. Es el proceso de salir de nosotros mismos, de caminar hacia
él, de estar del todo en él, de resultar nuevos por él. Orar, de este modo,
reproduce la vida de Abraham: «Sal de tu tierra , y de tu patria, y de la
casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré» (Gn 12,1). Es entrar uno,
en la oración, y salir otro. Es triste la imagen de personas que hacen oración
durante toda su vida y la oración no les hace a ellas. Hacen rezos, pero no
oración. Por ello es de importancia vital que aprendamos a arriesgarnos, a
implicarnos y comprometernos, más y más, cuando oramos.
Expresamos aquí algunos de los métodos de orar con la palabra divi­
na que se se describen más ampliamente en el libro mencionado «Dejarnos
hablar por Dios».

1. Oración basada en la liturgia. Tom a las lecturas de la eucaristía del


domingo o del día. Lee muy lentamente. Piensa que más que un texto es
palabra de Dios, o él mismo hablándote. Escucha. Acoge. Comulga. Iden­
tifícate con el texto. Déjate empapar, tomar por la palabra. Sigue recitan­
do muy despacio el salmo responsorial, en especial el responsorio o estribi­
llo que es la síntesis de la lectura y del salmo. Intenta decirlo varias veces
poniendo el corazón en lo que dices.

2. Oración basada en la liturgia. Es el mismo método anterior. Repa­


sa lentamente las lecturas y recita muy despacio el salmo responsorial. Deten­
te en aquel punto de las lecturas ó del salmo que te dice algo especial, o del
que ves que estás particularmente necesitado. Emprende un proceso de ini­
ciación, de identificación, de comunión con el texto concreto, o con una
palabra muy significativa para ti. Déjate tomar, transformar por el texto.
Siéntete el texto. Vívelo e irrádialo.

3. Oración basada en la lectura divina. Elige un salmo, un himno, una


invocación, de la Biblia de acuerdo con tu estado de ánimo y necesidad per­
sonal. Ora muy despacio diciendo el texto con los sentimientos, la mente y
el corazón. Detente en aquello que te mueve más. Repítelo lentamente muchas
veces. Pide la gracia de la identificación, de la comunión con el texto.

4. Oración basada en la lectura divina. Toma una expresión breve de


Cristo, de San Pablo, de cualquier texto del antiguo o nuevo testamento,
buscado en función de tu necesidad espiritual o de la de tu ambiente. Pue­
de expresar un rasgo personal de Dios, del Padre, de Cristo. Acógelo. Comul­
ga con él. Hazlo tuyo. Pide a Cristo muchas veces que viva en ti. Si se tra­
ta de un texto de relación con los otros, exprésalo como si te estuvieses
relacionando con los demás desde la vivencia, ya adquirida, de ese texto.
Pide la conversión, la transformación, una nueva situación: obrar con alma
y sentimientos de Cristo. Dejarle a él vivir y obrar desde ti.

5. La oración de Jesús. Se llama así porque es una invocación ince­


sante del nombre de Jesús. El nombre es la persona misma. Se trata de atraer
a Jesús al corazón por medio de una invocación lenta, repetida sin cesar,
bien de la fórmula evangélica del ciego de Jericó: «Jesús, Hijo de Dios, ten
piedad de mí pecador», o bien de la del publicano: «Señor Jesús, Hijo de
Dios, compadécete de mí que soy pecador», o bien sencillamente: «Señor,
ten piedad». Se puede hacer la misma oración excelente empleando otras
súplicas o invocaciones bíblicas.
La invocación puede hacerse con el ritmo de la respiración: respirar está
vinculado al ritmo del corazón, a la circulación y renovación de la sangre, a
la vida misma. Respirar el nombre de Jesús, respirar el Espíritu Santo, es una
renovación de la vida en él. Hay que aspirar aire nuevo como atrayendo a Jesús
al corazón, a lo profundo del ser. Y hay que espirar el aire viciado como expul­
sando los malos pensamientos y sentimientos, el hombre viejo.
Esta oración es llamada también «del corazón». Pretende no entrete­
nerse con la mente, y utilizar de lleno el corazón, abandonar las simples ¡de­
as y expresar el afecto. Sólo el amor toca a Dios. Si el corazón respira a Jesús,
poco a poco él se hará nuestra vida.

6. Oración de San Sulpicio. Practicada en el Oratorio francés:


a) Jesús en los ojos: lectura. Lee despacio el texto evangélico. Es el
mismo Cristo quien te habla. Te revela su intimidad personal.
b) Jesús en el corazón: comunión. Acoge el texto. Comulga con él.
Identifícate con él. Aplícate todo el texto y aplícate tú, todo ente­
ro, al texto.
c) Jesús en las manos: testimonio. Déjate cambiar por el texto. Irra­
díalo. Pide ser el texto, o la persona misma de Jesús, en unas oca­
siones determinadas en las que necesitas dejarte tomar por el evan­
gelio.

7. Movimiento de comunión. Toma un texto bíblico, una palabra, un


valor o virtud. Míralo como un rasgo personal de Cristo. Haz un movi­
miento de salir de ti y de caminar hacia él.
— Salir de mí: expulsar los malos movimientos o sentimientos.
— Ir hacia ti: asimilación de los sentimientos de Cristo.
— Todo en ti: identificación con él.
— Nuevo por ti: experimentar la novedad e irradiarla.

5. ORACIÓN FUERTE U ORACIÓN «TORNILLO»

Oramos rezos. Implicamos en ellos ideas y conceptos, e incluso senti­


mientos, pero no todo el corazón. Frecuentemente, al orar, nos quedamos
en las fórmulas.
De cualquier modo, hacemos oración, pero la oración no nos hace a
nosotros, no nos transforma.
Hay una oración del corazón en la que nos implicamos del todo, en
nuestra afectividad profunda. Nos oramos a nosotros mismos. Oramos la
vida real, realidades concretas. Lo hacemos no limitándonos a conocer ide­
as, o a contemplar el objeto exterior, sino implicando el afecto, dejándonos
afectar, motivar, impactar por él.
Al meditar un rasgo de Cristo, una actitud evangélica, nos concentra­
mos en él, no en lo que tiene de concepto, sino de realidad viva. Y nos pone­
mos en trance de comunión, de identificación, de transformación, deján­
donos cambiar.
Como el tornillo no se mueve de su sitio, pero profundiza cada vez más
en él, así, en la oración del corazón, el am or se hace dom inante, total,
para profundizar más y más en el alma de Cristo, en sus sentimientos, en la
actitud que meditamos.
Esta oración se dirige a la formación intensa de una nueva conciencia,
la que procede de la fe, del amor, cuando la nueva situación es vista con los
ojos del corazón. Es un cambio profundo de actitudes. Es el afianzamien­
to progresivo en un nuevo comportamiento activo.
Es como un dejarnos mirar, tocar, transformar por Cristo, entrando de
lleno en la zona de su influencia directa y personal. Jesús ora su propia vida.
En él, orar y hacer es lo mismo. Su oración fue oblación y su oblación fue
oración. Nosotros oramos rezos y celebramos celebraciones. Siendo fieles
cumplidores de los ritos, no tenemos unidos la fe y la vida real.
La oración es fundamentalmente dejarnos mirar profundamente por
Cristo. Su mirada es como una luz de sol penetrando en una habitación
cerrada y oscura, eliminando tinieblas y telarañas (Santa Teresa). Nosotros
debemos también aprender a mirar con profundidad, entrando en su inti­
midad, donde todavía no hemos entrado. De esta forma nos familiarizare­
mos más con su mirada que llegará a ser cada vez más eficaz en nosotros.
Esta mirada nos irá abriendo más y más a la luz de su palabra, la cual lle­
gará fácilmente al corazón hasta alcanzar el torrente circulatorio, para ir
tomando poco a poco nuestros sentimientos, valores y comportamientos.
Esta oración nos hace vivir en continuo trance de comunión e iden­
tificación, optando, eligiendo, suplicando, moviendo y conmoviendo la
voluntad.
Vivimos anegados en la rutina, en la costumbre de lo cotidiano. Hemos
perdido la capacidad de ser personas abiertas, de tener el corazón disponi­
ble, de vivir momentos originales, situaciones de natalicio puro y verda­
dero, sorpresas de novedad gozosa. La sociedad, o la misma comunidad don­
de vivimos, tiene sus niveles, sus techos de comportamiento, termómetros
fijos que señalan el límite donde está fijada, clavada, nuestra fidelidad, la
sinceridad de nuestro amor, la posibilidad y el nivel de crecimiento. Lo mis­
mo nos ocurre a nosotros. Estamos en un grado fijo, incambiable, de tem­
peratura de amor, en un nivel concreto de estancamiento o de desarrollo.
Se trata, en estos casos, de emprender el movimiento del tornillo no
deteniéndonos en los conceptos, costumbres, hábitos, implicándonos de
todo corazón, saliendo de nosotros mismos, caminando del todo hacia él,
atornillándonos del todo en él, saliendo nuevos en él, poniéndonos en tran­
ce de crecimiento en el amor.
Cuando un grupo se pone de acuerdo para vivir una oración fuerte, de
tornillo, en puntos concretos de la convivencia, dejando que Cristo se haga
intensamente presente, dejándonos iluminar e impulsar por él, la caridad
crece, rompiendo las resistencias personales y ambientales.
Es de desear que en los tiempos fuertes de la liturgia, Adviento-Navi­
dad, y Cuaresma-Pascua, nos dejemos congregar por la palabra para res­
ponder a ella individual y comunitariamente en puntos concretos de nues­
tras necesidades espirituales.
Sería también muy positivo que al detectar los bloqueos de la convi­
vencia, del desarrollo de la fe y del amor, al repasar la lista de nuestras debi­
lidades, de nuestras defecciones, fuésemos capaces, en el momento de poner­
nos a orar, de elegir lo concreto y preciso de nuestra necesidad, para vivir
el trance del cambio, de la conversión, de amar con todas las fuerzas, aban­
donando nuestros egoísmos, nuestros inconscientes interesados, realizando
una verdadera organización evangélica del corazón.
Ejercicio práctico de oración profunda

ORAR LA PALABRA DE DIOS:


DEJARME MIRAR, HABLAR Y AMAR POR ÉL...

I. O R A R ES EXISTIR EN SU A M O R

C u a n d o D io s nos h a b la nos e s tá a m a n d o ... D io s a m a h a b la n ­


do, p u es é l h a c e lo q u e d ice... Él siempre tiene la iniciativa. Cuando ora­
mos, no podemos reducirnos a decir fórmulas. O r a r es d e ja m o s m ira r,
e le g ir y e n g e n d ra r p o r él, d e ja m o s lla m a r p o r n u estro n o m b re . O r a r,
p a r a n o so tro s, es re s p o n d e r. N uestra existencia no es sino una res­
puesta a su llamada. Sólo existimos en la respuesta. E x is tir es responder.
O ra r no es sólo hacer rezos, expresar ideas y sentimientos... Es estar
con é l d e já n d o n o s a m a r y a m á n d o le a él. Es descubrir su presencia en
nosotros, dentro de nosotros, dejándonos impactar por ella. Es entrar pro­
gresivamente en un estado de relación fundamental: n u e s tra v id a n o es
sino su m ira d a im presa en nosotros. Dios es la verdad humana más gran­
de del corazón del hombre. Está más dentro de nosotros que nosotros
mismos. Existimos porque nos mira y nos habla. C re c e m o s c u a n d o nos
vam o s d e ja n d o m ir a r y h a b la r p o r él. Somos su mirada plasmada, aco­
gida, sentida, consentida...
Al orar es preciso que sepamos acoger la palabra, comprenderla, para
no detenernos en conceptos o imágenes. Acogerla es dar carne a la pala­
bra de Dios, ser lo que dice, aceptarnos como realización de lo que expre­
sa. Responder es existir siendo reflejo de su ser, siendo palabra de Dios
dicha y realizada. Es s e r to ta le s , i r h a c ié n d o n o s d e l to d o . Sólo existe
en nosotros lo que él elige, ama y habla.
Creándonos se ha expresado él mismo. Som os la in tim id a d d e D io s
e x te rio riz a d a , e n c a m a d a . C re á n d o n o s , é l h a p u e s to e n c o m ú n con
n osotros su ser. Nuestro «yo» profundo sólo existe en el «yo» de Dios.
N o hay un «yo» sin un «tú». N uestra vida es un «yo» suscitado por el
«Yo» de Dios. Si en la vida somos tenidos como una identidad personal,
como un «yo», es porque somos como el reverso del «Yo» de Dios. Exis­
timos en él. Somos referencia a Dios, pura relación, maravillosa rela­
ción.
2. SÓLO EXISTIMOS A C O G IE N D O
SU M IR A D A Y SU A M O R

O r a r es, fundamentalmente, aceptar el ser. Hem os venido a la luz


por medio de su mirada, siendo mirada suya, porque él, siendo nosotros
nada, él nos ha mirado. Su mirada nos ha elegido y ha dado a luz nuestra
vida: «¿ Q u ié n nos h a r á v e r la dicha? L a L u z d e tu ro s tro es tá im p re s a
en n o so tro s» (Sal 4,7).
Hemos nacido de la misma exuberancia infinita de vida, de luz, de amor
de Dios: «E n e l to rr e n te d e tus delicias los abrevas; en t i es tá la fu e n ­
te de la vid a , y en tu L u z vem os la lu z» (Sal 3 5 ,10).
El Padre está engendrando al Hijo, el cual es Luz y «Resplandor de su
gloria» (Heb 1,3). Nosotros estamos elegidos en la generación del Hijo, en
el amor que el Padre tiene al Hijo: « E l nos e lig ió e n la p e rs o n a d e C ris­
to , a n te s d e c r e a r e l m u n d o , p a r a q u e fuésem os san to s e irre p ro c h a ­
bles a n te é l p o r e l a m o r. É l nos h a d e s tin a d o en la p e rs o n a d e C risto ,
p o r p u r a in ic ia tiv a suya, a s e r sus hijos, p a r a q u e la g lo ria d e su g ra ­
c ia , q u e t a n g e n e r o s a m e n te nos h a c o n c e d id o e n su q u e r id o H ijo ,
re d u n d e en a la b a n z a su y a » (Ef 1,4-6).
Cristo es la Luz, toda la Luz. Seguir a Cristo es ser hijos de la Luz. «Sois
L u z e n e l S eñ o r: vivid c o m o hijos d e la lu z » (Ef 5,8).
« Y o soy la Luz d e l m u n d o ; e l q u e m e siga n o c a m in a rá e n la oscu­
rid a d , sino q u e te n d rá la lu z d e la v id a » (jn 8 ,12).
Lo más grande que nos puede ocurrir es que Dios nos mire. Dios
nos bendice con su mirada. Él nos llama para contemplar su rostro: « E l
S e ñ o r te n g a p ie d a d y nos b en d ig a , ilu m in e su ro s tro so bre n o so tro s»
(Sal 66,2).
« O ig o en m i corazón: «buscad m i rostro». T u rostro buscaré, Señor,
n o m e escondas tu ro s tro » (Sal 26,8).

3. ORAR EL A Ñ O LITÚRG ICO:


REPRODUCIR EN N O S O TR O S LA IM AG EN DEL SEÑOR

Es preciso saber acoger a Cristo en nosotros en e l m o m e n to y fo r­


m a en q u e é l se d ice y se d a. Las celebraciones del año litúrgico procla­
man la vida del Señor, sus misterios. Los actualizan y celebran. Cristo nos
dice su vida, se nos dice él mismo. O ra r es ser él, dejarnos transformar
en él, aceptarlo, acogerlo, comulgarlo. Los textos sagrados que proclama
cada fiesta, cada uno de los misterios de su vida, desde Navidad hasta Pen­
tecostés, deben repercutir en nosotros, han de grabarse dentro de nos­
otros, en nuestra identidad. Son él mismo viniendo a nuestra vida, calcan­
do su vida en nuestra persona. Existir es transformarnos en él.
O ra r es trasladar los textos a nuestra vida. Ser el texto vivo. Dejar que
el Espíritu de C risto lo escriba en nuestro corazón, en nuestros senti­
mientos. En cada texto debemos pensar: es él hablándonos, queriéndose
comunicar. Al salir de la oración, el texto debemos ser nosotros. La ora­
ción es el horno de donde sale el pan cocido: Cristo en nuestra vida. Cris­
to en nosotros. Los momentos de oración, o son procesos transforman­
tes o no son oración, ni amistad, ni intercambio.

4. LA O R A C IÓ N : U N FUERTE TR A N C E
DE T R A N S F O R M A C IÓ N

Hacemos oración y la oración no nos hace a nosotros. Y eso es porque


no vamos a ella a cambiar. Tenemos que implicarnos del todo en la oración.
Debemos orar nuestra propia vida. O r a r es e n tr a r de Heno en la z o n a de
in flu e n c ia de C risto p a r a d eja rn o s s u s titu ir p o r él. En Cristo la oración
fue oblación y su oblación fue oración. N o dijo palabras ni sentimientos sólo:
se implicó él mismo y de lleno. La oración es un momento fuerte en el que
asumimos nuestros problemas, situaciones, bloqueos, límites, condiciona­
mientos, debilidades, para implicarlos en el texto sagrado, que es Cristo.
Ante el texto , nos confrontamos, discernimos, elegimos, optamos, vivi­
mos un fuerte proceso de cambio saliendo de nosotros, caminando hacia
él, estando del todo en él, en el texto , y saliendo nuevos por él. En cada
momento de oración debemos pensar ¿cómo podemos pasar de nuestra
situación concreta tal como somos, a ser el texto vivo?
Para hacer la oración, tom a uno de los textos anteriores. Acógelo.
Déjate amar, impregnar. Cree el texto. Métete dentro de él. Comulga. Cam­
bia de actitudes: qué, cuándo, cómo, con quién...

O R A C IÓ N :
U N A EXPERIENCIA FUERTE

Haz un ejercicio práctico ayudándote de alguna de las siguientes expre­


siones:
— Soy m ira d a d e D ios. En la oración voy a permanecer un tiempo
dejándome mirar por él... Soy su mirada de amor. Mi ser es su mira­
da plasmada en mí... La acepto. La acojo. La siento y experimento,
al sentirme y experimentarme a mí mismo.
Soy elecció n de D ios. En la oración voy a permanecer un espa­
cio de tiempo dejándome elegir por él y en él... Acepto. Le acojo.
Mi ser es la elección que él hace de mí. Soy pura gracia, puro don.
Soy a m o r d e D io s d a d o y c o m u n ic a d o . El manantial de mi ser
es su amor. Existo porque Dios se ama y es amor. Me ama en el
amor con que ama al Hijo. Voy a permanecer en la oración aco­
giendo su amor. M e dejo amar... Siento en mí mismo su propio
amor...
A li d ic h a es v e r su ro s tro . Venir a la luz es tener su Luz. Es estar
bajo su mirada. Mi luz es su Luz en mí. Existir es estar iluminado
por él...
En la oración, conforme me voy dejando mirar, hablar y amar por
Dios, se v a d ila ta n d o e n m í e l s en tid o y el horizonte. Voy cre­
ciendo, haciéndome total. O ra r no es una ocupación marginal. Es
crecer y madurar.
Parte tercera

LOS TIEMPOS DEL AÑO LITÚRGICO


I. CICLO ADVIENTO-NAVIDAD

1. EL ADVIENTO, LA GRAN ESPERA

I. LAS TR E S V E N ID A S D E C R IST O

Adviento significa venida. Es el tiempo en que los cristianos nos pre­


paramos para la venida del Señor. La venida de Cristo al mundo se realiza
bajo un triple plan:

— pasado: Cristo vino ayer al mundo (es su venida histórica narrada


en los evangelios);
— presente: Cristo viene hoy a la Iglesia (venida misteriosa, real, a tra­
vés de la liturgia);
— futuro: Cristo vendrá en el juicio final (venida visible y gloriosa).
Es el mismo acontecimiento hecho
ayer historia visible,
hoy sacramento o realidad oculta,
mañana manifestación gloriosa.

1. CRISTO VINO: LA VENIDA HISTÓRICA D E CRISTO


A PALESTINA

El Antiguo Testamento es el gran tiempo de espera. Después de un lar­


go adviento de siglos, Cristo vino al mundo, en Belén, para salvar a la huma­
nidad. Aquella venida fue una verdadera historia. Y lo que tuvo de historia,
de suceso temporal, ahora solemos actualizarlo como recuerdo.
2. CRISTO ESTÁ VIN IENDO: EL MISTERIO DE LA LITURGIA

a) Cristo, nuestra Navidad


Cristo está viniendo hoy a la comunidad cristiana. Nuestro Adviento-
Navidad ya no es sólo el recuerdo de «aquella» Navidad histórica en Belén.
Nuestra fiesta actual de Navidad contiene la realidad misma que conme­
mora. Cristo viene ahora y no ya para estar junto a los hombres, con los
hombres, de forma histórica y visible, como ayer en Palestina. Hoy viene
como realidad misteriosa para establecerse en el interior del hombre, de cada
hombre.
Todas las cosas caminan hacia su fin como a la propia plenitud. Pero
en el cristianismo el fin y la plenitud se han desplazado del térm ino al
centro de la historia, al aquí y ahora de cada hombre, de cada generación.
Ya estamos «en la plenitud de los tiempos» (Gál 4,4); ya vivimos «en la últi­
ma hora» (1 Jn 2,18). Ayer la plenitud de Dios vino a un hombre concre­
to, Cristo, nuestra cabeza. El es el hombre tipo, modelo, el Alfa y Omega,
el Principio y el Fin (Ap 21,6), «mi Hijo muy amado en el que tengo toda
complacencia» (Mt 3,17). Ahora es el tiempo del Cuerpo Místico de Cris­
to, nosotros, que nos vamos configurando y transformando en él, por medio
de la comunión de la palabra y del sacramento.
Cristo, ausente ahora de este mundo en su forma biológica, corporal
visible, está misteriosamente presente, de modo real, por medio de la pala­
bra y de los sacramentos. Ésta es la verdad fundamental del cristianismo:
Cristo vive con nosotros, en nosotros, dentro de nosotros. Nos está hacien­
do concorpóreos suyos, solidarios de su persona y de su destino. No es un
maestro que nos dejó sólo lecciones y normas. Cristo, que es nuestra cabe­
za, nos está infundiendo su vida, su filiación, su Espíritu. De tal manera exis­
timos «en Cristo Jesús» que su vida, los misterios de su vida, sus sentimien­
tos, se reproducen y actualizan en los fieles que repiten en sus vidas la misma
vida del Señor. Son vivificados en Cristo (Col 2,13), crucificados con él (Gál
2,19), muertos en él (2Cor 4,10), sepultados con él en el bautismo (Col
2,12), resucitados con él (Col 3,1), sentados en los cielos con él (Ef 2,3-6).
Ahora todo hombre ha de encontrar a Cristo. Y no lo hallará en su ima­
gen terrena. El camino del encuentro pasa necesariamente por la fe. Y la
fe nos lo ofrece, presente y vivo, en las Escrituras, en los gestos sacramen­
tales, en la comunidad creyente.
Cristo está presente en la Escritura y en el sacramento. Los dos van uni­
dos. Se asimila el pan asimilando la palabra. Cristo, que es siempre el mismo,
que es indivisible, que ya no cambia su condición gloriosa, se nos aplica a nos­
otros en el molde del año litúrgico actuando como fermento de la nueva masa,
la nueva humanidad. La vida original de Cristo tiene alcances universales
pues está destinada a transformar a todos los hombres. La persona y la vida
de Cristo es el molde donde se configuran la comunidad y los creyentes.

b) Los cristianos hacemos visible la perenne Navidad


de Dios en el mundo
Dios se hace Navidad en los cristianos a fin de que nosotros nos haga­
mos Navidad de Dios para el hombre. Somos su cuerpo, su presencia, su
visibilidad histórica. La Iglesia es sacramento del mundo. Ella ha de expre­
sar, en su comportamiento humano y temporal, que ya está con nosotros
la salvación de Dios.
La Navidad, que es verdadera venida de Dios a nosotros, coincide
con la misión, que es la prolongación de la encarnación, de la Verdad y del
Bien, desde la Iglesia y los cristianos, al mundo y a los hombres. Una Igle­
sia sin misión, sin difundir a Dios en el amor, ya no es Iglesia de Cristo.
Quien se siente Iglesia, ha de expresar en su comportamiento una como
constante Navidad de Dios para los otros.

3. CRISTO VENDRÁ: LA VENIDA DE CRISTO


AL FIN DE LOS TIEMPOS

El motivo central de las lecturas bíblicas del Adviento es, también, la


venida final de Cristo al fin del mundo.
Siendo Cristo nuestra vida, la venida de Cristo es el alma, el sentido
último de la vida cristiana. El Adviento nos pone en actitud de esperanza.
La esperanza no es una virtud, sin más: es el modo concreto de existir del
cristiano. El hombre sólo progresa, sólo camina, cuando la esperanza le posee
el corazón. Quien espera, ya está poseído por aquello que espera. La espe­
ra anticipa la posesión. Lo que en el hom bre no es tensión, orientación,
nunca llega a ser posesión.
El deseo más definido que el Adviento litúrgico pone en nuestros labios
es: «Ven, Señor, Jesús» (Ap 22,20). O también: «A ti alzo mi alma, Dios
mío. No quede yo defraudado» (Salmo 24).
Pero, ¿por qué concede la Iglesia tanta importancia a la preparación de
un acontecimiento final? ¿No basta que nos preparemos en el momento de
la muerte? Aquella venida de Cristo no será una repentización. Será la reve­
lación de su venida ahora, en el tiempo de la Iglesia, de la liturgia, de la fide­
lidad al Espíritu. Entonces sólo vendrá, glorioso, en la medida en que hoy
está viniendo, en la amistad personal, en la comunión sincera de la pala­
bra y del pan. De una venida a la otra, hay continuidad real. Exactamente
igual como la semilla se prolonga en el fruto. Quien ahora recibe a Cristo
en la fe, anticipa y garantiza la venida de Cristo en la gloria.

II. C R IST O ESTÁ V IN IE N D O :


EL M IST E R IO D E LA L IT U R G IA

1. EL MISTERIO DE LA LITURGIA

No podremos comprender el meollo de la liturgia si todavía no nos


hemos percatado de que la Biblia y los sacramentos, hondamente trabados,
son los signos por excelencia de la presencia viviente de Cristo entre nos­
otros. Ya no vive aquí con su corporalidad temporal, la que tenía en Pales­
tina. Así como su cuerpo físico era el signo de su presencia entre los judíos,
ahora su corporalización visible está en la Escritura, en el pan, en los signos
sacramentales. Quien quiera encontrarse con el Cristo viviente hoy, debe
penetrar en el misterio de la liturgia para poder percibir su presencia.
No somos Iglesia hablando a todas horas de ella, sino viviendo el Mis­
terio de Cristo, desde dentro de cada uno de nosotros mismos, como lo
vivió y sintió en su propia entraña María después de la encarnación. María
miraba a su propia intimidad. Abrazándose ella misma abrazaba a Dios,
su Hijo. Hay que adquirir mirada interior. Quien no vive el año litúrgico,
atento a la asimilación de la palabra de Dios, viva y actual, y a la celebra­
ción de los misterios de Cristo como acontecimientos presentes y reales, no
pasa de ser un principiante, un aprendiz de cristiano. Por muchas verdades
que conozca, no ha penetrado en el recinto sagrado del misterio. La ver­
dadera iniciación cristiana es un encuentro con Cristo viviente por medio
de la Biblia y la liturgia.
Representa una inmadurez grave leer la Biblia pensando que se trata
únicamente de un documento, aun el más venerable, del pasado. Y es tam­
bién una deformación lamentable limitarse a creer que cuando celebra­
mos los misterios de Cristo en el año litúrgico, sólo hacemos recordar suce­
sos pretéritos que únicamente pueden ser actualizados mediante el recuerdo.
La palabra de Dios y las celebraciones de estos misterios son la persona y
obra de Jesús, su pascua, como acontecimientos contemporáneos, actuales,
vivos, en todas las épocas y lugares, en cada creyente.
La esperanza es tan antigua como el hombre. Los orígenes bíblicos de la
humanidad están marcados por el pecado y la esperanza de la salvación. Todo
el Antiguo Testamento es un clamor de súplica y espera. Cristo es el cum­
plimiento de las promesas y la plenitud de los tiempos. La Iglesia sigue toman­
do el Antiguo Testamento como marco pedagógico y vivencial de la espera
a la hora de preparar a los creyentes al encuentro vivo con el Señor.
Nos es desconocido el origen romano del Adviento. El Concilio de
Zaragoza del 380 al 381 manda que se vaya a la iglesia diariamente del die­
cisiete de diciembre al seis de enero. Esta costumbre era común en el nor­
te de España y en el sur de Francia. La preparación consistía en prácticas
ascéticas y una oración más asidua, A lo largo del tiempo, se extendió y pro­
fundizó, en el Adviento, el sentimiento de espera y el aspecto penitencial.

3. EL ADVIENTO, CERCANÍA Y PRESENCIA

Adviento significa venida. La Navidad es nacimiento. Epifanía signifi­


ca manifestación. La piedad de los primeros cristianos estaba impregnada
de la idea del retorno glorioso del Señor.
Los textos litúrgicos revelan una gradación sublime y significativa:
«Adoremos el Rey que vendrá» (primeros días);
«Cerca está ya el Señor: venid y adoremos» (días próximos);
«Hoy sabréis que va a venir el Señor y mañana contemplaréis su gloria»
(Vigilia);
«Cristo nos ha nacido: venid y adoremos» (Navidad).
Cristo vino según la carne; ahora viene espiritualmente al cristiano;
finalmente vendrá para el juicio. «En el primer advenimiento Cristo viene
en la carne y con debilidad; en el segundo, viene en el espíritu y con poder;
y en el tercero viene con gloria y majestad; el segundo advenimiento es el
medio por el que se pasa del primero al tercero» (San Bernardo).

III. LO S G R A N D E S T E ST IG O S D E L A D V IE N T O

La venida de Cristo fue anunciada por Isaías, señalada por Juan el Bau­
tista, acogida con fidelidad ejemplar por María. Estos tres personajes domi­
nan el tiempo del Adviento.
San Jerónimo llama a Isaías «el evangelista del Antiguo Testamento».
Habló con claridad de la venida del Mesías y de los momentos importan­
tes de su vida: su origen humano y divino, su nacimiento de una virgen, sus
sufrimientos, su muerte, su glorificación y la difusión de su reino en la
tierra. Sacudió enérgicamente la conciencia de su pueblo que se había olvi­
dado de Dios, exigió pureza de corazón, fue el maestro espiritual del Advien­
to judío. Como muestra, transcribimos este texto bellísimo referente al futu­
ro reino mesiánico:
«¡Levántate y resplandece, pues ha llegado tu luz, y la gloria de Yahveh
ha amanecido sobre ti! Pues mira cómo la oscuridad cubre la tierra y espe­
sa nube a los pueblos. Mas sobre ti amanece Yahveh y su gloria aparece sobre
ti. Caminarán las naciones a tu luz y los reyes al resplandor de tu albo­
rada.
Alza los ojos en torno y mira: todos se reúnen y vienen a ti. Tus hijos
vienen de lejos, y tus hijas son llevadas en brazos. Tú, entonces, al verlo,
te pondrás radiante, se estremecerá y ensanchará tu corazón, porque ven­
drán a ti los tesoros del mar, las riquezas de las naciones vendrán a ti...
Hijos de extranjeros construirán tus muros y sus reyes se pondrán a
tu servicio, porque en mi cólera te herí, pero en mi benevolencia he teni­
do compasión de ti...
En vez de estar tú abandonada, aborrecida y desamparada, yo te con­
vertiré en lozanía eterna, gozo de siglos y siglos.
Te nutrirás con la leche de las naciones, con las riquezas de los reyes
serás amamantada, y sabrás que yo soy Yahveh tu Salvador, el que rescata,
el Fuerte de Jacob.
En vez de bronce traeré oro, en vez de hierro traeré plata, en vez de
madera bronce, y en vez de piedras hierro. Te pondré como gobernante la
paz, y por gobierno la justicia.
No se oirá más hablar de violencia en tu tierra ni de despojo o que­
branto en tus fronteras, antes llamarás a tus murallas «Salvación» y a tus
puertas «Alabanza».
No será para ti ya nunca más el sol luz del día ni el resplandor de la luna
te alumbrará de noche, sino que tendrás a Yahveh por luz eterna, y a tu
Dios por tu hermosura. No se pondrá jamás tu sol, ni tu luna menguará, pues
Yahveh será para ti luz eterna, y se habrán acabado los días de tu luto» (Is 60).
«Abrid camino a Yahveh en el desierto; trazad en la estepa una calza­
da recta a nuestro Dios. Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro
rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie. Porque se va a
mostrar la gloria de Yahveh y toda criatura a una la verá» (ls 40,3-5).
Isaías es el vidente de la majestad divina, el defensor de la independencia
de Israel frente a los poderes extranjeros, el heraldo del mesianismo glo­
rioso, el que anuncia al Príncipe de la Justicia y de la Paz (capítulos del 7 al
11), el triunfo universal de Jerusalén capital de todas las naciones (capítu­
los 2 y 60-62). Isaías nos presenta el resplandor del Reino, la magnificen­
cia de los dones divinos sobre el niño misterioso.
Para impregnarse del espíritu del Adviento es conveniente leer deteni­
damente desde el capítulo 40 al 45 de Isaías. Así como rezar con los salmos
23 y del 71 al 79. Las antífonas llamadas de la «O», en las vísperas del 17 al
23 de diciembre, tienen reminiscencias del profeta.

2. JUAN EL BAUTISTA

«Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino
como testigo para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él.
No era él la luz, sino que vino a dar testimonio de la luz» (Jn 1,6-8). «Y
tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues tú ¡ras delante del Señor
para preparar sus caminos... para iluminar a los que están sentados en tinie­
blas y en sombras de muerte, para enderezar nuestros pasos por el camino
de la paz» (Le 1,76-79).
Juan el Bautista es el último de los profetas que resume en su persona
y en su palabra toda la historia anterior. (Cf Mateo 3, Lucas 3, y Marcos 1).
Juan aparece en el evangelio del segundo, tercero y cuarto domingo del
Adviento. Si los profetas nos dicen cómo será el Mesías, Juan el Bautista
nos dice quién es el Mesías. Isaías habla de aquél que vendrá. El Bautista
señala a aquél que ya ha venido. La predicación del Bautista está llena de
reminiscencias de Isaías. El «Benedictus» es el himno de la luz, el cántico
sublime que toma los grandes temas de la espera mesiánica de Israel, y de
su segura realización, gracias a la misericordia divina (Le 1,68-79). Por ello
se recita todos los días en laudes, por la mañana, cuando amanece el sol,
símbolo de la venida y resurrección de Cristo. En una sola venida, el Bau­
tista nos anuncia la triple venida,
la histórica: «Detrás de mí viene el que es mayor que yo» (Me 1,7);
la misteriosa o de gracia: «Convertios, porque ha llegado el reino de
los cielos» (Mt 3,2);
la gloriosa y final: «Ya el hacha esta en la raíz del árbol» (Mt 3,10).
Juan es modelo de austeridad y de sentimientos de ardiente es­
pera.
María es la gran figura del Adviento. Ella vivió el mejor Adviento des­
de la anunciación al nacimiento de Jesús. En María culmina la espera de
Israel. El Espíritu Santo le abrió a la acción de Dios. María fue llena de gra­
cia para vivir intensamente la intimidad divina: «El Señor está contigo» (Le
1,28). Esta presencia es su identidad. Es la fiel acogedora de la Palabra hecha
carne. Su propia sangre fue la de Cristo. María es Jesús comenzado. Ella
hizo posible la primera Navidad y es modelo y cauce para todas las veni­
das de Dios a los hombres. Es tipo y madre de la Iglesia. Ella es el cumpli­
miento de las profecías, resumidas en aquellas sublimes palabras: «Conce­
birás y darás a luz un hijo... El será grande... y le dará el Señor Dios el trono
de David, su padre, y reinará sobre la Casa de Jacob por los siglos, y su
reino no tendrá fin» (Le 1,31-33).
La Virgen María es ejemplo de espera mesiánica por su sencillez, recti­
tud, humildad, reconocimiento agradecido. Fue total en el amor a Dios. Su
cántico del Magníficat, que se recita todas las tardes en las vísperas, es la
acción de gracias por la gran intervención de Dios en la historia de Israel
y de la humanidad. El «Adviento» es el tiempo mañano por excelencia. Ella
es la mejor preparación y consumación del Misterio cristiano. Por su fide­
lidad, ella es el modelo y tipo de la Iglesia.

IV . LA C EL EBR A C IÓ N D E L A D V IE N T O

1. EL LECCIONARIO DE LOS DÍAS N O FESTIVOS

En la primera parte del Adviento, hasta el día 16 de diciembre, se lee


de manera progresiva, pero discontinua, el profeta Isaías, casi exclusiva­
mente, con pasajes mesiánicos y escatológicos. Los textos evangélicos que
siguen quieren señalar el cumplimiento de las profecías que están de algún
modo relacionadas con la primera venida de Cristo y anuncian su venida al
final de los tiempos. A partir del jueves de la segunda semana se leen los
pasajes evangélicos referentes a Juan el Bautista, el Precursor, personaje típi­
co del Adviento, que indica la presencia del Mesías.
En la segunda parte del Adviento, a partir del 17 de diciembre, se leen
progresivamente en la primera lectura oráculos mesiánicos del Andguo Tes­
tamento y se proclaman textos evangélicos de la infancia, según Mateo y
Lucas, evangelistas que narran el nacimiento del Señor. Es importante la
lectura continuada del primer capítulo de Lucas con el anuncio a Zacarías,
a María, con la narración de la Visitación y el nacimiento del Bautista, con
la preparación al nacimiento de Cristo.

2. EL LECCIONARIO DE LOS DOM INGOS

Se leen tres lecturas. La primera es profética. La segunda es de San Pablo,


con exhortaciones a la vigilancia y a la vida digna. También se lee a San­
tiago y Hebreos. El evangelio del prim er domingo se refiere a la venida
del Señor en los últimos tiempos. En el segundo y tercero se hace referen­
cia al Precursor. En el cuarto se proclaman los acontecimientos que han pre­
parado la venida del Señor. He aquí el esquema:

Domigo 1, «de la espera»:


Ciclo A: lectura profética: Is 2,1-5: Todos los pueblos serán
reunidos en la paz.
lectura apostólica: Rom 13,11-14: La salvación está cerca.
evangelio: Mt 24,37-44: ¡Estad en vela y preparados!
Ciclo B: lectura profética: Is 63,16b-17;64,2b-7:: ¡Rasga los cielos y baja!
lectura apostólica: 1 Cor 1,3-9: Esperamos la manifestación del
Señor.
evangelio: Me 13,33-37: Velad, pues no sabéis la hora.
Ciclo C: lectura profética: Jer 33,14-16: Suscitaré a David un vástago
legítimo.
lectura apostólica: ITes 3,12-4,2: El Señor os fortalezca hasta que
vuelva.
evangelio: Le 21,25-28.34-36: Se acerca vuestra liberación.
Domingo 2, «de la conversión»:
Ciclo A: lectura profética: Is 11,1-10 Con equidad dará sentencia al
pobre.
lectura apostólica: Rom 15,4-9 Cristo salvó a todos los
hombres.
evangelio: Mt 3,1-12 Haced penitencia, se acerca el
reino.
Ciclo B: lectura profética: Is 40,1-5.9-11: Preparadle un camino al Señor.
lectura apostólica: 2Pe 3,8-14 Esperamos cielo nuevo y tierra
nueva.
evangelio: Me 1,1-8 Preparadle el camino al Señor.
Ciclo C: lectura profética: (Bar) 5,1-9 Dios mostrará su esplendor
sobre ti.
lectura apostólica: Flp 1,4-6.8-11 Limpios e irreprochables ante
su venida.
evangelio: Le 3,1-6 Todos verán la salvación de
Dios.

Domingo 3, «de la acogida»:


Ciclo A: lectura profética: Is 35,1-6.10 Dios vendrá y nos salvará.
lectura apostólica: Sant 5,7-10 Manteneos firmes, el Señor está
cerca.
evangelio: Mt 11,2-11 Los signos del Mesías.
Ciclo B: lectura profética: Is 61,1-2.10-11 Desbordo de gozo con el
Señor.
lectura apostólica: ITes 5,16-24 Esperad sin reproche al Señor.
Evangelio: Jn 1,6-8.19-28 Está en medio de vosotros y no
le conocéis.
Ciclo C: lectura profética: Sof 3,14-18 ¡Alégrate, hija de Sión!
lectura apostólica: Flp 4,4-7: Alegraos, el Señor está cerca.
evangelio: Le 3,10-18: ¿Qué tenemos que hacer?

Domingo 4, «del anuncio»:


Ciclo A: lectura profética: Is 7,10-14 La Virgen concebirá y dará a
luz.
lectura apostólica: Rom 1,1-7 Cristo, de la estirpe de David,
Hijo de Dios.
evangelio: Mt 1,18-24: Anuncio a José: Jesús nacerá de
María.
Ciclo B: lectura profética: 2 Sam 7,1-5.8b-11 .16 El reino de David durará
siempre.
lectura apostólica: Rom 16,25-27 Revelación del misterio
escondido.
evangelio: Le 1,26-38: Concebirás y darás a luz un
Hijo.
Ciclo C: lectura profética: Miq 5,2-5 Belén: de ti saldrá ei Jefe de
Israel.
lectura apostólica: Heb 10,5-10 Aquí estoy para hacer tu
voluntad.
evangelio: Le 1,39-45 María visita a Isabel.
1. A CTITU D DE ESPERA

Cristo, que vino a Palestina en la humildad de la carne, vendrá al fin


del tiempo para juzgar al hombre. El Adviento es una anticipación del ulti­
mo día. Es el tiempo de la gracia y de la salvación. Por eso, la consideración
de la última venida nos estimula a valorar la venida actual y a prepararnos
debidamente. No debemos ser como los siervos dormidos al marcharse su
señor (Mt 25,14-30), ni como las vírgenes necias (Mt 25,1-13).
La última venida es anunciada por Mateo (24), Marcos (13) y Lucas (21).
San Pedro repite este pensamiento en su segunda carta y también San Pablo
en su segunda carta a los Tesalonicenses. La última manifestación del Señor
va acompañada del fin del mundo y de la historia: la ruina de Jerusalén y del
templo para los judíos y el derrumbamiento del cosmos para los gentiles. Apa­
recerá Cristo como Señor y Rey del universo y de la historia acompañado de
sus ángeles y santos (Mt 24,31), en medio de gran resplandor (Mt 24,30). Los
muertos resucitarán (1 Tes 4,13-18-, 1 Cor 15,12-23), irán al encuentro de
Cristo (1 Tes 4,17), el cual dará a cada uno su merecido (Rom 2,6). No sabe­
mos el día que esto sucederá (Mt 24,36). Lo importante es vivir vigilantes prac­
ticando las obras de la luz. Es necesario estar en actitud de espera. El Advien­
to nos hace darnos cuenta de la necesidad de Dios en el mundo; debe volver
la esperanza a una humanidad desencantada y desamparada. Las aspiraciones
modernas de unidad, de comunidad, de dicha y de paz, son puntos magnífi­
cos de inserción de la Buena Nueva. Los textos proféticos de este tiempo pue­
den aplicarse hoy directamente a la búsqueda espiritual de los cristianos y res­
ponder a la angustia de los hombres. Navidad es la fiesta popular del mundo.

2. EL RETORNO A JERUSALÉN: SED DE DIOS

La liturgia del Adviento se nutre de la experiencia de la cautividad del


pueblo, de anhelos de libertad, de expresiones que revelan la sed de Dios,
del espíritu de los salmos de «las subidas» al templo de Jerusalén. Dios ha
elegido a Jerusalén como ciudad de su morada. Ha de ser una ciudad san­
ta. La ley y el culto deben moderar los sentimientos del pueblo que ha de
vivir una fuerte conciencia de su elección hecha por Dios.
Jerusalén es infiel a Dios. Por ello, Babilonia la arrasará primero, y des­
pués, Roma, la nueva Babilonia del mal, la volverá a destruir. La infideli­
dad destruye al pueblo y a la ciudad santa. Pero, al fin, la nueva Jerusalén
es la humanidad de Cristo, según la carne, primero, y después, la Iglesia, su
Cuerpo en el Espíritu. Para el creyente, celebrar la Pascua es subir a «nue­
va Jerusalén que baja de lo alto» (Ap 21,2) para participar en el banquete
mesiánico. La vida del cristiano es vida de peregrino (1 Pe 2,11-12), como
la de Cristo, hacia la Jerusalén de los cielos.

3. DE LAS TINIEBLAS A LA LUZ: CONVERSIÓN

Lo primero que hizo Dios fue la luz, signo de su presencia (Gén 1,3-5).
Dios aparece a los hombres en forma de luz, en la zarza ardiendo (Ex 3,1-7),
como relámpago (Ex 19,16-18), como una claridad (Ex 40,34,38), o como
una columna luminosa (Ex 14,19-31). Las tinieblas representan al pecado (Is
59,9-20; Job 3,4-9). Toda la moral cristiana consiste en pasar de las sombras
de la muerte, que es el pecado, a la luz, que es la gracia. La conversión es la gran
exigencia del Adviento (Act 26,17-18; M t 5,13-16). Isaías aporta con fuerza
los temas de la luz en el Adviento. La renovación de Jerusalén, 62,1-12; tema
del despertar, 52,1-6; preparación a la Epifanía, 60,1-6; lectura de la misa de
noche de Navidad, 9,2-7. El Bautista es prototipo de austeridad y profeta de la
conversión: «Convertios porque está cerca el Reino de los cielos... Preparad el
camino al Señor, allanad sus senderos... Dad el fruto que pide la conversión...
(Mt 3,1-12). «Vino la palabra de Dios sobre Juan... y recorrió toda la comar­
ca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los
pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Una
voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elé­
vense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece,
lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios» (Le 3,1-6).
Jesucristo es la verdadera luz (Mt 4,13-16; Jn 1,4-10; 3,19-21) que ilu­
mina a los que están en tinieblas (Le 1,78-79; 2,29-32), porque ha venci­
do al príncipe de la muerte (ljn 2,8-11). Vivir iluminado por Cristo es cre­
er en él y permanecer en la caridad.
Navidad y Epifanía son fiestas de la luz. Cristo volverá para iluminar
definitivamente a los hombres; entonces brillará totalmente Jerusalén (Ap
21,23-24; 22,4-5).

4. JESÚS ES EL MESÍAS: ENCUENTRO Y ACOGIDA

Dios hizo una alianza con todos los pueblos representados por la fami­
lia de Noé (Gén 9,15-19). Fracasada por culpa de la infidelidad del pueblo,
Dios enviará un libertador que rendirá a las naciones enemigas y hasta las
convertirá (Is 19, 20-22). Es elegido Israel como pueblo singular para una
estrecha alianza (Ex 4,22). De la descendencia de este pueblo nacerá el Mesí­
as. Éste no será rey como los demás reyes. El concepto de reino experimenta
un proceso de interiorización y se vaticina un rey espiritual (Is 9,1-6; 11,1-
9). Será un liberador del hombre entero, luchara contra todo el mal y lo
vencerá. Será humilde (Zac 9,9-10), varón de dolores (Is 53,3).
Jesús afirma que la acción del Bautista inaugura la era mesiánica (Le 4,17-
21; Is 61,1-2; 58,6). Jesús vence al demonio en las tentaciones del desierto.
Donde el pueblo fue vencido, el Mesías vence toda tentación (M t 4,1-11).
Jesús sana a los enfermos (Mt 4,23). Rechaza la interpretación de un mesia-
nismo social y político (Jn 6,15; 8,23) y se sitúa en la línea de un mesianis-
mo religioso y paciente (Mt 16,16; 8,29; Le 9,20). Será sacerdote y vícti­
ma, pues él mismo se ofrecerá. Vencerá por la fortaleza de un amor llevado
a la victimación. Vencerá victimándose de amor. Será el éxito total del fra­
caso social aparente, porque vencerá no por la fuerza, sino mediante un amor
sacrificado, sin límites (Jn 13,1-2). Su muerte será coronada por la resu­
rrección (Mt 17,23). Su Reino es el del reconocimiento filial del Padre (Mt
13,43; 16,27-28; 25,31), y a él conducirá a todos los suyos (1 C o rl5 ,2 4 ).
En el Adviento-Navidad esperamos la venida del Mesías con poder para
vencer nuestras enfermedades, nuestra debilidad, nuestro mal. Debemos
acogerlo. Él anticipa con su venida nuestra redención.

5. G O ZO Y ALEGRÍA EN EL SEÑOR

El Adviento no se reduce a un simple sentimiento de penitencia. Es tiem­


po de gozo y alegría. Es la hora del despertar del sueño, porque es la entra­
da en un mundo infinitamente mejor. El que sea un reino interior no quie­
re decir que sea escondido o privado. Significa que no es algo exclusivamente
social y temporal, sino íntimo y profundo porque lo renovará todo. La veni­
da del Mesías es un gran gozo: «Os anuncio un gran gozo... que lo será
para todo el pueblo: os ha nacido hoy un salvador» (Le 2,10-11). San Pablo
nos dirá: «Alegraos en el Señor, otra vez os lo digo: alegraos» (Flp 4,4). La
conversión produce una alegría que conmueve los mismos cielos: «Habrá
más alegría en los cielos por un solo pecador que se convierta que por noven­
ta y nueve justos que no tengan necesidad de penitencia» (Le 15,7). Toda la
misión de Jesús es introducir a los hombres en su gozo personal: «Os he dicho
estas cosas para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado»
(Jn 15,11).
Una vivencia realista del Adviento-Navidad implica, entre otras cosas:

* C onocer más a fondo a Dios Padre que, por am or a los hom­


bres, nos envía al Hijo para bautizar a la nueva humanidad en el
Espíritu Santo.
* Conocimiento interno de Cristo que, siendo rico, por nosotros
se hace pobre.
* Conocer más el corazón del hombre como tendencia insaciable, y
motivarlo en la necesidad de Dios.
* Hacerse positiva y responsablemente presente en la historia de
la salvación del mundo ambiente, instituciones, comunidades, sec­
tores, personas.
* Entender y vivir el amor como salida de nosotros mismos y entre­
ga a los otros, especialmente en las necesidades de fe, de amor,
culturales, sociales, económicas.
* Solidaridad con los necesitados compartiendo su situación y apor­
tando soluciones.
* Experiencia de la pobreza evangélica, como confianza en Dios, en
sus diferentes formas, por amor solidario.
* Asumir fallos, situaciones negativas, distancias, lagunas, para redi­
mirlos, en la libre experiencia de lo que cuesta amar.
2. ADVIENTO: LAS GRANDES PLEGARIAS
DE LA BIBLIA, DEL MISAL
Y DE LA TRADICIÓN ESPIRITUAL

I. LOS GRANDES TEMAS ESPIRITUALES DEL MISAL

Las plegarías bíblicas, en especial los salmos e himnos, son una res­
puesta a la palabra de Dios. Por eso, antes de consignar los salmos, seña­
lamos los temas espirituales fuertes de los grandes testigos del adviento a
los que responden los plegarías.

I. LOS TEMAS ESPIRITUALES DE ISAÍAS

* Dios castiga la infidelidad del pueblo.


* Y o soy el Señor y no otro: la salvación, fruto de la confianza en
Dios, no en los poderes de este mundo.
* N o temas: yo soy tu auxilio. El Señor congregará a los desterra­
dos y oprimidos.
* Para Dios nada hay imposible: él saca vida de la esterilidad.
* Trascendencia de Dios e indignidad del hombre.
* Sinceridad de corazón en el culto a Dios.
* El Señor consolará a su pueblo afligido.
* El Señor enviará a su Mensajero que, lleno del Espíritu, establece­
rá la abundancia, la justicia y la paz.
* Anuncio de la vida y muerte redentora del Siervo de Yahveh.
* La perseverancia en la prueba: el Mesías será nuestro Rey e te r­
no.
* La justicia social como expresión de fidelidad a Dios.
* La reconciliación nupcial: el Señor te tomará como esposa.
2. LOS TEMAS ESPIRITUALES DE JUAN BAUTISTA

* Preparad los caminos al Señor.


* Arrepentimiento y conversión.
* La austeridad como expresión de confianza.
* El desierto, como lugar de encuentro con Dios.
* O ra r a solas con Dios.
* La justicia social como expresión de conversión y de fe.
* La entrada en el reino exige violencia.

3. LOS TEMAS ESPIRITUALES DE MARÍA

* La iniciativa de Dios: él se hace presente en la historia y la con­


duce a su término.
* Primacía y seguridad del amor de Dios.
* La alegría en Dios Salvador.
* Fidelidad radical a la voluntad de Dios.
* María, rumiante de la palabra divina: la oración continua.
* Dios salva a los pobres que confían y desbarata a los soberbios.
* Llena de gracia y de gratuidad.
* El amor responsable y solidario.
* Engendrar vida desde la propia vida.

4. O TR O S TEMAS FUERTES DEL MISAL

* Encarnación, la gran solidaridad: redimir asumiendo los males de


los otros.
* La voluntad del Padre: H em e aquí que vengo a cumplir tu vo­
luntad.
* La misericordia de Dios y la búsqueda de la oveja perdida.
* Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados.
* Dios llama insistentemente a la conversión y reconciliación.
* Los signos mesiánicos: curar enfermos y liberar cautivos.
* El Señor presente en la ausencia: en medio está y no le conocéis.
II. ORACIONES DE LA LITURGIA EUCARÍSTICA

Señor y Dios nuestro, acoge favorablemente nuestras súplicas y ayú­


danos con tu am or en nuestro desvalimiento, que la presencia de tu Hijo,
ya cercano, nos renueve y nos libre de volver a caer en la antigua servi­
dumbre del pecado (Colecta martes I a semana).

Que los ruegos y ofrendas de nuestra pobreza te conmuevan, Señor,


y, al vernos desvalidos y sin méritos propios, acude, compasivo, en nues­
tra ayuda (Oración sobre las ofrendas, martes I a semana).

Despierta, Señor, nuestros corazones y muévelos a preparar los cami­


nos de tu Hijo; que tu amor y tu perdón apresuren la salvación que retar­
dan nuestros pecados (Colecta jueves I 1 semana).

Señor todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos


al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mun­
do; guíanos hasta él con sabiduría divina, para que podamos participar
plenamente del esplendor de su gloria (Colecta 2o domingo).

Señor, suban a tu presencia nuestras súplicas y colma en tus siervos los


deseos de llegar a conocer en plenitud el misterio admirable de la encar­
nación de tu Hijo (Colecta lunes 2a semana).

Dios Todopoderoso: que amanezca en nuestros corazones tu Unigé­


nito, resplandor de tu gloria, para que su venida ahuyente las tinieblas del
pecado y nos transform e en hijos de la luz (Colecta sábado 2a semana).

Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que hemos conocido por


el anuncio del ángel la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su
pasión y su cruz a la gloria de la resurrección (Colecta 4o domingo).

Dios, creador y restaurador del hombre, que has querido que tu hijo,
Palabra eterna, se encarnase en el seno de María siempre virgen, escucha
nuestras súplicas y que Cristo, tu Unigénito, hecho hombre por nosotros,
se digne a imagen suya, transformarnos plenamente en hijos tuyos (Colec­
ta 17 de diciembre).

Dios y Señor nuestro, que en el parto de la Virgen María has querido


revelar al mundo entero el esplendor de tu gloria: asístenos con tu gracia,
para que proclamemos con fe íntegra y celebremos con piedad sincera el
misterio admirable de la encarnación de tu Hijo (Colecta 19 de diciembre).

Señor y Dios nuestro, a cuyo designio se sometió la Virgen Inmacula­


da aceptando, al anunciárselo el ángel, encarnar en su seno a tu Hijo; tú que
la has transformado, por obra del Espíritu santo, en templo de tu divinidad,
concédenos, siguiendo su ejemplo, la gracia de aceptar tus designios con
humildad de corazón (Colecta. 20 de diciembre).

Ven, Señor Jesús, y no tardes, para que tu venida consuele y fortalez­


ca a los que esperan todo de tu amor (Colecta. 24 de diciembre).

III. LOS RESPONSORIOS Y SALMOS RESPONSORIALES

I. LOS RESPONSORIOS BREVES

Quien quiera asimilar a fondo la espiritualidad de la Iglesia, ha de cono­


cer muy bien el misal. La oración es una respuesta. Y no se puede respon­
der debidamente si antes no se conoce la palabra que llama. Tiene una gran
importancia meditar despacio las lecturas de las eucaristías y, en la misma
línea, los salmos responsoriales. Sólo Dios habla bien de Dios y sólo Dios
habla bien a Dios. Si Dios mismo habla en las lecturas, en los salmos nos
dirigimos a Dios con su misma palabra. Todo salmo responsorial en las
eucaristías tiene un estribillo o responsorio breve. Es como la condensación
de toda la riqueza del salmo en una breve expresión que tiene un profundo
valor contemplativo. Estos responsorios condensan el meollo de la histo­
ria de la salvación y tienen un valor inestimable para la oración profunda
personal. En ella lo esencial no es la cantidad de ideas, sino la profiindiza-
ción del sentimiento, la intensidad del amor. Conocido el significado de las
lecturas y fiestas, los responsorios breves y los salmos responsoriales tienen
una utilidad máxima para adentrarnos en las experiencias medulares de la
oración y de la vida cristiana.

Domingo I A Q ué alegría cuando me dijeron:


vamos a la casa del Señor. Sal 121
B Señor Dios nuestro, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve. Sal 79
C A ti, Señor, levanto mi alma. Sal 24
Domingo 2 A Q ue en sus días florezca la justicia
y la paz abunde eternamente. Sal 71
B Muéstranos, Señor, tu misericordia
y danos tu salvación. Sal 84
C El Señor ha estado grande con nosotros
y estamos alegres. Sal 125

Domingo 3 A Ven, Señor, a salvarnos. Sal 145


B Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador. Magníficat
C Gritad jubilosos: qué grande es en medio de ti
el Santo de Israel. Is 12,2-6

Domingo 4 A Va a entrar el Señor, es el Rey de la gloria. Sal 23


B Cantaré eternamente las misericordias Sal 88
del Señor.
C O h Dios, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve. Sal 79

17 y 18 Que en sus días florezca la justicia


Diciembre y la paz abunde eternamente. Sal 71

19 Diciembre Llena estaba mi boca de tu alabanza


y de tu gloria todo el día. Sal 70

20 Diciembre Ya llega el Señor, es el Rey de la gloria. Sal 23

21 Diciembre Aclamad, justos, al Señor,


cantadle un cántico nuevo. Sal 32

22 Diciembre Mi corazón se regocija


por el Señor, mi Salvador. 1 Sam 2,1 -8

23 Diciembre Mirad y levantad vuestras cabezas,


se acerca vuestra liberación. Sal 24

24 Diciembre Cantaré eternamente


las misericordias del Señor. Sal 88
SALM O 71: Súplica por el rey, quizá el día de la coronación. Profecía y expec­
tación de Cristo, rey universal.

Dios mío, confía tu juicio al rey,


tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.
Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.
Porque él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres.
Que su nombre sea eterno
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

SALM O 102: Himno a la misericordia paternal de Dios. En Cristo se revela


el amor del Padre y su misericordia perpetua.

Bendice, alma mía, al Señor,


y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
N o nos trata como merecen nuestros pecados,
ni nos paga según nuestras culpas.

SALM O 144: Alabanza a la bondad de Dios: Cristo viene a establecer el rei­


no y a someterlo a su Padre: un reino eterno y universal, reino de verdady de
vida, de santidad y de gracia, dejusticia, amor y paz.
T e ensalzaré, Dios mío, mi rey,
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
El Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.
Q ue todas tus criaturas te den gracias, Señor.
Q ue te bendigan tus fíeles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.
Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.

SALM O 79: Lamentación en la desgracia, una invasión militar. En las per­


secuciones de la Iglesia y del creyente el rostro de Dios brilla con poder y cle­
mencia en el rostro de Cristo.

Pastor de Israel,
tú que guías a José como a un rebaño,
resplandece ante Efraín, Benjamín y Manasés.
Dios de los ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña,
la cepa que tu diestra plantó
y que tú hiciste vigorosa.
Q ue tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
N o nos alejaremos de ti;
danos vida, para que invoquemos tu nombre.

SALM O 24: Oración de súplica. Cristo es el camino que nos lleva al Padre.

Enséñame tus caminos,


instrúyeme en tus sendas,
haz que camine con lealtad,
porque tú eres mi Dios y mi salvador.
Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor.
El Señor es bueno y recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.

SALMO 66: Elpueblo pide a Dios su bendición. La recibey alaba a Dios. Cris­
to es la bendición de Dios a los hombres.

El Señor tenga piedad y nos bendiga,


ilumine su rostro sobre nosotros
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud,
y gobiernas las naciones de la tierra.
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga;
que le teman hasta los confines del orbe.

SALM O 88: Lamentación colectiva en la derrota. En la alianza con David,


tipo de Cristo, se revelarán la misericordia y la fidelidad.

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,


anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad».
Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David mi siervo:
«te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades».
El me invocará: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora».
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable.
SALMO 41: SED D E DIOS. E l israelita, desterrado en tierra extranjera, anhe­
la estar en el templo. Recitado por el cristiano, este salmo expresa el deseo de
superar las dificultades y de convivir eternamente con Dios.

Com o busca la cierva corrientes de agua,


así mi alma te busca a ti, Dios mío,
tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
Las lágrimas son mi pan, noche y día,
mientras todo el día me repiten:
«¿Dónde está tu Dios?»
Recuerdo otros tiempos,
y desahogo mi alma conmigo:
cómo marchaba a la cabeza del grupo
hacia la casa de Dios,
entre cantos de júbilo y alabanza,
en el bullicio de la fiesta.
¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«salud de mi rostro, Dios mío».
Cuando mi alma se acongoja te recuerdo,
desde el Jordán y el Hermón y el Monte Menor.
Una sima grita a otra sima
con voz de cascadas:
tus torrentes y tus olas
me han arrollado.
De día el Señor me hará misericordia,
de noche cantaré la alabanza del Dios de mi vida.
D iré a Dios: «Roca mía, ¿por qué me olvidas?
¿Por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo?».
Se me rompen los huesos,
por las burlas del adversario,
todo el día me preguntan:
«¿Dónde está tu Dios?».
¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío».
SALM O 50: Arrepentimiento y súplica. Reconocimiento de la culpa y apela­
ción confiada a la misericordia que siempre perdona.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,


por tu inmensa compasión borra mi culpa.
Lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
(Véase página 256)

SALM O 129: Súplica en la experiencia de la culpa y confianza en la miseri­


cordia y redención divinas

Desde lo hondo a ti grito, Señor,


Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. ;
(Véase página 261)

SALM O 62: Súplica y confianza en el Señor expresadas en un tono de in ti­


midad y alegría fundadas en una fe total

O h Dios, tú eres mi Dios,


por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.
En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo,
mi alma está unida a ti
y tu diestra me sostiene.
SALMO 121: Alegría en la subida a l templo. La Iglesia peregrina hacia el
Tabernáculo definitivo en los cielos.

¡Qué alegría cuando me dijeron:


«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.
Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor.
En ella están los tribunales de justicia
en el palacio de David.
Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
ha/a paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios
Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir «la paz contigo»
Por la casa del Señor nuestro Dios,
te deseo todo bien.

IV. HIMNOS

1. BENEDLCTUS: Canto a la redención ya presente (Le 1,68-79).

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,


porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.
Para concedernos que, libres de tem or,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

2. M AGNIFICAT: Alegría del creyente en el Señor (Le 1,46-55).

Proclama mi alma la grandeza del Señor,


se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí,
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
-c o m o lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.
3. ¡MARAÑA THA! Deseo y esperanza de la venida del Señor.

¡Maraña tha!
¡Ven, Señor Jesús!
Yo soy la Raíz y el Hijo de David,
La Estrella radiante de la mañana.
El Espíritu y la Esposa dicen: «Ven, Señor».
Quien lo oiga diga: «Ven, Señor»
Quien tenga sed, que venga;
quien lo desee,
que tom e el don del agua de la vida.
Sí, yo vengo pronto. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!

4. ¡CIELOS, LLOVED VUESTRA JU STICIA!

¡Cielos, lloved vuestra justicia!


¡Ábrete, tierra! ¡Haz germinar al Salvador!
Oh Señor, Pastor de la casa de Israel,
que conduces a tu pueblo,
ven a rescatamos por el poder de tu brazo.
Ven pronto, Señor.
Ven, Salvador.
Oh Sabiduría, salida de la boca del Padre,
anunciada por profetas,
ven a enseñamos el camino de la salvación.
Ven pronto, Señor.
Ven, Salvador.
Hijo de David, estandarte de los pueblos y los reyes,
a quien clama el mundo entero,
ven a libertamos, Señor, no tardes ya.
Ven pronto, Señor.
Ven, Salvador.
Llave de David y cetro de la casa de Israel,
tú que reinas sobre el mundo,
ven a libertar a los que en tinieblas te esperan.
Ven pronto, Señor.
Ven, Salvador.
Oh Sol naciente, esplendor de la luz eterna
y sol de justicia,
ven a iluminar a los que yacen en sombras de muerte.
Ven pronto, Señor.
Ven, Salvador.
Rey de las naciones y piedra angular de la Iglesia,
tú que unes a los pueblos,
ven a libertar a los hombres que has creado.
Ven pronto, Señor.
Ven, Salvador.
Oh Emmanuel, nuestro rey, salvador de las naciones,
esperanza de los pueblos,
ven a libertarnos, Señor, no tardes ya.
Ven pronto, Señor.
Ven, Salvador.

V. ANTÍFONAS

Son muy importantes las llamadas «antífonas de la O», que se rezan en las
vísperas desde el 17 hasta el 2 4 de diciembre. Son un eco de las profecías de
Isaías. Algunas están contenidas en el himno «Cielos, lloved vuestra justicia».
Pueden ser un texto muy apto para la oración personalprofunda.

17 Diciembre:
Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del
uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ¡ven y mués­
tranos el camino de la salvación!

18 Diciembre:
O h Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en
la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley, ¡ven a librarnos con el poder
de tu brazo!

19 Diciembre:
Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los
pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las nacio­
nes, ¡ven a librarnos, no tardes más!

20 Diciembre:
O h Llave de David y C etro de la casa de Israel, que abres y nadie pue­
de cerrar, cierras y nadie puede abrir, ¡ven y libra los cautivos que viven en
tinieblas y en sombra de muerte!
21 Diciembre:
O h Sol que naces de lo alto, Resplandor de la Luz Eterna, Sol de
justicia, ¡ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de
muerte!

22 Diciembre:
Oh Rey de las naciones y Deseado de los pueblos, Piedra angular de la
Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo, ¡ven y salva al hombre que
formaste del barro de la tierra!

23 Diciembre:
Oh Emmanuel, Rey y Legislador nuestro, esperanza de las naciones y
salvador de los pueblos, ¡ven a salvamos, Señor Dios nuestro!

VI. OTRAS ORACIONES DE CONFIANZA

ORACIÓ N D E CARLOS D E FOUCAULD

Padre,
me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras.
Sea lo que sea
te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo.
Lo acepto todo
con tal que tu voluntad se cumpla en mí
y en todas tus criaturas.
N o deseo nada más, Padre.
T e confío mi alma,
te la doy
con todo el am or de que soy capaz,
porque te amo
y necesito darme,
ponerme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza,
porque tú eres mi Padre.
ORA C IÓ N D E SA N IG N AC IO D E LOYOLA

Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad,


mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad,
todo mi haber y poseer.
Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno,
todo es vuestro: disponed a toda vuestra voluntad.
Dadme vuestro amor y gracia, que esto me basta.
¡VEN, SEÑOR JESÚS!
ABRIRNOS AL ADVIENTO

I. EL C O N T E N ID O REAL DEL A D V IE N T O

El adviento está referido al acontecimiento más grandioso de la fe: Cris­


to no sólo vino: vien e hoy, y es tá vin ien d o . A y e r vino al mundo en Pales­
tina. Ahora viene al hombre en la liturgia.
La liturgia es el cauce elegido por Dios para su encuentro vivo con el
hombre. Las fiestas de los misterios del Señor, en el año litúrgico, no con­
tienen sólo el recuerdo psicológico de lo que sucedió ayer. C o n tie n e n la
m ism a re a lid a d q u e c o n m e m o ra n . Lo que ayer fue historia, hoy es rea­
lidad de gracia y de Espíritu Santo en nosotros. D e nada nos serviría que
Cristo haya venido al mundo si no viene a nuestra intimidad personal. Los
misterios de la vida del Señor, en el año litúrgico, c e le b ra n n u e s tra vid a
e n C ris to , n u e s tra in c o rp o ra c ió n r e a l a él, p a r a re p ro d u c ir su p erso ­
n a y su vid a , sus s e n tim ie n to s y a c titu d e s , su p re s e n c ia e n e l m u n d o a
tra v é s d e nosotros; p a r a ser vivificados, co n crucificado s, co n m u erto s,
corresucitados, sentados con é l en e l cielo y, así, re in a r con él. La comu­
nidad, reviviendo los misterios de la vida del Señor, es el signo protagonista
de la presencia de Cristo hoy ante el mundo y ante los hombres.
La liturgia, como don y gracia por excelencia, es un proceso de confi­
guración con Cristo. Esta conversión no se reduce sólo a aceptar verda­
des, ni sólo a aceptar normas. L a v e rd a d y la n o rm a to ta le s son la p e r­
so na d e Jesús a c e p ta d a y vivid a. Ser él, revestirnos de él, identificarnos
con él hasta poder decir:« P a ra m í, e l v iv ir es C ris to » (Flp 1,2 1). « Y a no
soy yo q u ie n vive, es C ris to q u ie n vive e n m í» (Gál 2,20).
Un cristiano que espere que se lo enseñen todo y todo se lo manden,
margina el capítulo más transcendental de la Iglesia, la presencia del Espíri­
tu Santo y de su acción en los creyentes. Se estancaría en el exterio r del
plan de Dios. Cuando uno se hace insensible e impermeable a una escucha
directa de Cristo, deja ya de ser su seguidor. Nadie puede pretender decir-
lo «todo» sin suplantar peligrosamente la presencia y acción del Espíritu con
sus iluminaciones e impulsos, obrados directa e inmediatamente.
Una comunidad, o una persona, que no va más allá de las verdades y
normas, o de las «devociones populares», aun positivas y necesarias, des­
conoce el capitulo más hermoso e importante de la vida cristiana: e l encuen­
tr o en vivo, en d ire c to , con el Espíritu del Señor.

2. CELEBRAR EL A D V IE N T O EN EL F O N D O MISMO
DE NUESTRO MAL

El Señor viene a transformamos. Pero el mal está en nosotros más pro­


fundo de lo que pensamos normalmente.
Todos tenemos una zona de egoísmo conocido y reconocido. Sabe­
mos cuando obramos el mal. Al menos podemos llegar a ser conscientes
de ello.
A veces nos incomoda la verdad, nos domina la pereza o la idea de
un falso orden. Además de todo eso, en nosotros, en nuestra sociedad y
ambiente, h a y z o n as d e u n m a l p ro fu n d o , e n un e s ta d o m ás o m en o s
inconsciente, y aun cuando solemos pensar que juzgamos y obramos bien,
lo cierto es que nuestros comportamientos perjudican a los demás, no
hacen historia de salvación, tienen consecuencias evangélicamente deplo­
rables. En o casio n es, e s ta m o s c o m o a tr a p a d o s en u n as e s tru c tu ra s
sociales, culturales, religiosas, personales, q u e dam os p o r buenas, p e ro
q u e d istan m u c h o d e ser evan g élicas. F re c u e n te m e n te co n fu n d im o s
lo re a l con lo h a b itu a l que está fijado, petrificado, en unos niveles imper­
fectos, superables, que precisan de la revisión, del discernimiento, de la
corrección, y en definitiva, de la humildad.
El mal está en que estas estructuras permanentes han maleado pro­
fundamente nuestra mentalidad, nuestra forma de concebir la verdad y el
bien, nuestros valores y juicios, nuestra moral y hasta nuestro mismo len­
guaje. Medimos bien, pero con un metro fragmentado y roto. El egoísmo,
la ambición, el deseo de ser considerados, la concupiscencia del poder, el
deseo de satisfacer nuestras necesidades, justifican subjetivamente lo que
objetivamente es injustificable. La situación ambiental, la costumbre, nos
pueden más que el evangelio. Y a s í se lle g a a p e rd e r e l c a m in o , la ver­
dad, la lib e rta d in terio r. C u a n d o h ablam o s, somos m ás bien unos seres
h a b lad o s. C u a n d o p en sam o s, som os m á s b ie n unos seres p ensad o s.
C u a n d o a c tu a m o s , som os m á s b ie n unos seres conducidos y p ro g ra ­
m ados. N o somos libres, sino esclavos. Entonces ocurre un grave mal: nos­
otros no somos del todo nosotros mismos...
3. EL HOM BRE Q U E Y O N O SOY

Yo tengo un nombre, pero no soy mi nombre. Yo tengo un cargo, pero


no soy mi cargo.Yo tengo una cultura, pero no soy mi cultura. Y o tengo
una historia, pero no soy mi historia. Yo tengo una imagen exterior, pero
no soy mi imagen exterior. Soy el registro de mis experiencias pasadas.
Vivo seleccionando, filtrando lo que me gusta y agrada. Pero yo no soy eso.
Vivo en mi entorno, pero no me vivo del todo a mí mismo.
D io s q u ie re q u e re c u p e re m i id e n tid a d . P a ra e llo d e b o ir a l fo n d o
d e l ser, d o n d e n o suelo e n tr a r casi n u n c a , p a r a e m p re n d e r desde a llí
m i conversión. P o rq u e es po sib le lle v a r u n a vid a « c ristian a» , y n o con­
t a r d e l to d o con C risto . Es p o sib le h a c e r rezos y no c o n o c e r u n a o ra ­
ción tra n s fo rm a n te . Es p osible h a c e r p a s to ra l y n o ser apóstol. Es posi­
ble h a c e r o bras de c a rid a d y n o te n e r c arid ad . Es posib le ser crey e n te ,
p e r o d e p a c o t illa , n o a u té n tic o , n i s in c e ro , n i le a l, co n D io s y co n
los hom bres.

4. EL HOMBRE Q U E Y O SOY Y DEBO SER

Cristo debe vivir, e irradiar, en mí. D e b o d e ja rm e m ira r, a m a r, c a m ­


b ia r p o r él. D e b o p o n e rm e en c o m u n ió n le a l con C ris to -P a la b ra y h a
d e ser é l, la P a la b ra , q u ien d e b e tra n s fo rm a rm e a m í. Debo revestirme
de él, identificarme con él, desvanecerme en él. Su luz y su fuerza deben
tomarm e por entero. Para ello debo ponerme en la zona de influencia del
Espíritu para que él me ilumine, me impulse y me mueva. La acción del Espí­
ritu de Cristo es insustituible. Nada más lamentable en la vida que no hacer
la experiencia de Dios por una oración transformante. Debo orar. Pero orar
no es repetir fórmulas o ideas. Dios las conoce todas. O ra r es un asunto
de amor. N o es la cantidad de ideas; sino la intensidad del amor lo que hace
buena la oración. Debo repetir las fórmulas del adviento, pero pidiendo al
Señor que yo las ore desde el fondo del alma, desde la zona oscura de mis
egoísmos y la de mis pasiones inconscientes, no reconocidas habitualmente.

5. LA D IN Á M IC A P R O FU N D A DE MI O R A C IÓ N

Tomando una fórmula litúrgica, una palabra, debo rehacer el camino de


— s a lir d e m í, ir h a c ia ti, to d o en ti, y n u ev o p o r ti.
— o: Jesús en los ojos (le c tu ra ), Jesús en e l c o ra z ó n (c o m u n ió n ),
Jesús e n las m a n o s (a c c ió n ).
6. TEX TO S PARA LA O R A C IÓ N : EL C LA M O R DEL A D V IE N T O

((Señ o r, D io s n u es tro , restaúranos: q u e b rille t u ro s tro y nos sal­


v e » (Sal 78,8).

((M u é s tra n o s , S e ñ o r, t u m is e ric o rd ia , y d a n o s tu s a lv a c ió n » (Sal


84,8).

((¡M a r a ñ a th a ! ¡Ven, S e ñ o r Jesús!» (Ap 22,20).

a E n tu lu z verem o s la lu z » (Sal 35,10).

((C risto , H ijo d e D io s vivo, te n p ie d a d d e n o so tro s» (Resp. Laudes


Sda. Familia).

((Señor, q u e se a b ra n nuestro s o jo s» (M t 20,33).

((P o r la e n tr a ñ a b le m is e ric o rd ia d e n u e s tro D io s , nos v is ita rá e l


S ol q u e n a c e d e lo a lto p a r a ilu m in a r a los q u e viven e n tin ie b la s y en
so m b ra s d e m u e rte , p a r a g u ia r n u es tro s p aso s p o r e l c a m in o d e la
p a z » (Le 1,78-79).

((T u ro s tro b u scaré, S e ñ o r, n o m e escondas tu ro s tro » (Sal 26,8).

((P ro c la m a m i a lm a la g ra n d e z a d e l S eño r. Se a le g ra m i e s p íritu


en D io s m i S a lv a d o r, p o rq u e h a m ira d o la h u m illa c ió n d e su escla v a »
(Le 1,46-48).
EL ADVIENTO,
TIEMPO DE SALVACIÓN

I . EL A D V IE N T O ES «TIEMPO DE SALVAC IÓ N».

En él Dios viene, por medio de Cristo, a nosotros. Es preciso que en


este tiempo sagrado sepamos p e rc ib ir (o q u e D io s h a c e y c ó m o lo h ace.
La salvación no sólo ha acontecido en la historia: es h is to ria . El tiem­
po no es un simple escenario inerte donde la historia acontece. Es también
voz de Dios, obra de Dios. La revelación y la obra de Dios fu n d a n la
h is to ria . Dios obra en y por el tiempo. Salvarse no es ya ajustarse a unas
normas formuladas: es h a c em o s re s p o n s a b le m e n te p resen tes a la his­
to r ia d e D io s ((a m a n d o co n to d a s las fu erzas» . Debemos saber «inter­
pretar los tiempos» (M t 16,3), abrirnos «al tiempo favorable» (2 C o r 6,2),
entrar «en la plenitud de los tiempos» (Gál 4,4). A so ciam o s a lo q u e D io s
q u ie re y c o m o D io s lo q u ie re .

2. EL TIEM PO C R IS T IA N O C O M O N O V E D A D PASCUAL

Nosotros conocemos e l tie m p o cósm ico o n a tu ra l. Es esencialmen­


te evolución, envejecimiento y caducidad. En él todo nace y muere. Todo
ocurre siempre en circuito cerrado. Los ciclos se suceden unos a otros,
siempre idénticos, en indefinida repetición. Conocemos el tiempo huma­
no. Es la historia de la cultura. Contiene un crecimiento cuantitativo, pro­
gresivo. Existe también el tiempo cristiano originado en la encarnación y
resurrección de Cristo. Representa, para el hombre, un salto cualitativo,
divino. Es la p re s e n c ia d e la v id a e te r n a en e l tie m p o . El paso progre­
sivo del creyente al «hoy eterno» de Dios, la pascua, o paso a la vida divi­
na, por los sacramentos y la caridad. Aquí muere el tiempo y nace la eter­
nidad. Muere la caducidad y nace la incorrupción.
3. LA HISTO RIA PROGRESIVA DE LA REVELACIÓN DE DIOS

Dios se ha hecho, se está haciendo, presente en la historia por fases


progresivas de un mismo proyecto: antiguo y nuevo testamento. Realiza
primero un esbozo, un anticipo o prefiguración que culmina después en una
obra perfecta y consumada. En la revelación de Dios podemos ver, pues,
u n a m is m a h is to ria en diversas e ta p a s o p ro fu n d id ad es:
1. Los hechos en su sen tid o o rig inal: son sucesos, dichos, del anti­
guo testamento, tal como fueron percibidos por los contemporáneos en
el tiempo en que acontecieron: la pascua, el éxodo, la tierra nueva, el tem ­
plo, el memorial... Es algo que ya aconteció...
2. Los hechos en su s en tid o p len o : al llegar la plenitud de los tiem­
pos, se ve con claridad que Dios, cuando decía o hacía algo ya en el anti­
guo testamento, estaba diciendo o haciendo algo más grande y sublime que
aquello que podían percibir los contemporáneos de los sucesos originales.
Aquellos hechos no eran crónica cerrada. Se sobrepasaban ellos mismos
refiriéndose a Cristo y a la Iglesia. Culminaron primero en Cristo, cabeza
de la nueva humanidad, y después en la Iglesia, su cuerpo. Ahora la pascua,
el éxodo, la tierra nueva, etc., ya no se realizan en un plano geográfico, his-
tórico-temporal. Suceden en una nueva dimensión superior, en nosotros.
Son tiempo y, a la vez, vida eterna.
3. Los hechos en su re a lid a d p len ísim a: son ya las últimas realida­
des, esbozadas en el antiguo testamento, realizadas en el nuevo, y que des­
pués culminan en la gloria.

4. CRISTO: C O R A Z Ó N DEL MISTERIO

C risto es el centro de to d o este nuevo universo. «Todo fue creado


por él y para él... y todo tiene en él su consistencia» (Col 1, 16 - 17). Es ori­
gen, modelo y meta de todo. «Él es Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia» (Col
1, 18) y «la Plenitud del que lo llena todo en todos» (Ef 1,23). Es «Camino
Verdad y Vida» Jn 14,6). Es «la Imagen de Dios» (C ol 1,15). «El Hijo del
H om bre» (M t 16 ,13). Es el sentido pleno, el horizonte absoluto, «el Alfa
y la Omega, el Principio y el Fin» (Ap 2 1,6), «suyo es el tiempo y la eter­
nidad» (Liturgia del Sábado Santo).
Se encamó. Asumió nuestra carne. Tomó sobre sí todos nuestros peca­
dos. Se hizo solidario de nuestros males. Rehizo una historia de ininte­
rrumpida infidelidad de los hombres en el acontecimiento de la más inau­
dita fidelidad: la cruz. Su amor fue superior al delito. Su vida superior a la
m uerte. Venció el mal victimándose. Su persona y su vida son el nuevo
Génesis, el nuevo Hombre, el universo nuevo. Su v id a es m o ld e y m o d e ­
lo, la p ro to h is to ria q u e fu n d a la m e ta h is to ria universal. To do s te n e ­
m os q u e h a c e r lo q u e é l h izo y c o m o é l lo h izo , id e n tific á n d o n o s con
él, m u rie n d o d e su m u e rte y re s u c ita n d o d e su m is m a re s u rre c c ió n .
N o h a y o tro c a m in o . N a d ie p u e d e salvarse b a jo o tro n o m b re . La Igle­
sia vive dejándole vivir a él en ella, como esposo, como cabeza, como fun­
damento de la casa, como cepa de la vid. T o do acontece «p or C risto,
con él y en él». Él es nuestro Mediador siempre vivo, siempre en acto de
mediación.

5. E N C A R N A C IÓ N DE DIOS:
HACER NUEVAS T O D A S LAS COSAS

l . Abrimos a la gracia del Adviento


Estamos en un nuevo Adviento. Deberíamos abrirnos a la gracia de
este tiempo santo para que realice en nosotros todo lo que contiene y sig­
nifica: nuestra divinización en Cristo. La Iglesia, en el despliegue del año
litúrgico, realiza la formación de Cristo a lo vivo en nosotros. Nuestra acti­
tud ha de ser de receptividad, de abandono en las manos de Dios, de esta­
blecer salidas y articulaciones desde nuestro egoísmo hacia su acción reden­
tora.
Para dejamos renovar, es preciso que antes tomemos conciencia de
nuestra situación y la de nuestro mundo. Vivimos una etapa de fuerte deca­
dencia espiritual. El pueblo de Dios vive nuevamente hoy en situación de
exilio y de cautividad. Y necesitamos la intervención de Dios que nos abra
el camino del éxodo. N o somos capaces de reconocer el mal que tenemos
y que nos circunda porque hemos nacido en él y en él vivimos inmersos. Si
tenemos esperanza, él nos librará.

2. Crisis del hombre y carencia de remedios ante la mayor


crisis de la historia
Vivimos grandes mentiras ambientales y estructurales y parece que
nadie quiere reconocerlas. Existe un cierto pacto implícito y secreto para
no discernir la situación y para dispensarnos de la conversión profunda que
exigiría el afrontamiento evangélico del cambio. El mal, la pérdida del sen­
tido de Dios, es de una evidencia histórica. Y lo peor es que, según pare­
ce, no estamos desasosegados por el remedio. Dejamos co rrer el tiem ­
po. Nos resignamos pensando que vendrán tiempos mejores.
Lo grave de este drama histórico es que, en lugar de tocar a rebato y
convocar a todas las fuerzas, hay quienes desaprovechan enormes energí­
as en personas y medios, e imponen su visión parcial, absolutizando y unl­
versalizando su condición de fragmento. N o entran en la gran historia de
la salvación. Parecen no afrontarla, preocupados más bien por intereses de
otro orden.
Partimos de un fenómeno sorprendente. El paisaje del pensamiento
moderno sobre el hombre está compuesto de innumerables estratos de
sedimentación de ideologías diferentes, en ocasiones frontalmente opues­
tas, suscitando situaciones ambiguas, pluralistas, contradictorias. Estamos
en una especie de feria de ideas en la que todo se oferta y todo parece posi­
ble. Com o consecuencia se dan a la vez innumerables estados de incons­
ciencia, de falsa conciencia y de contraconciencia. En cada individuo coe­
xisten fragmentos de ideologías entre sí inconciliables, de ambigüedad y de
certeza a la vez. Es posible pertenecer a la Iglesia y mantener concepcio­
nes incompatibles con la fe. Es un hecho hacer profesión de agnóstico y
participar en celebraciones por imperativos sociales o de mimetismo social.
Se vive hoy un sincretismo lleno de incoherencias que se parece a una máqui­
na loca cuyas piezas pertenecen cada una a instrumentos diferentes e incom­
patibles. El hombre, de este modo, aparece como un ser extraviado.

3. Mimetismo social e inconsciente colectivo


La sedimentación de esta compleja situación, en el correr de los años
y de los siglos, ha formado una especie de mente social, que, debido a la
fuerza del contagio, ejerce un poderoso mimetismo en las sucesivas gene­
raciones. Proliferan situaciones de inconsciente colectivo. Se transmiten
pautas de comportamiento social heredadas que uniforman los grupos al
obedecer a legados de conducta colectiva que escapan a la conciencia refle­
ja. Se originan procesos ciegos de imitación, moldes rígidos que configuran
y troquelan las mentes y las conciencias. La consecuencia es un desvane­
cimiento de la persona consciente en la personalidad inconsciente. La per­
sona se deja fagocitar por la masa y se hacen inviables la verdad, la con­
ciencia y la misma transmisión de la fe. Salirse de este ambiente requiere
un heroísmo casi imposible.

4. Una Iglesia en situación de cautividad


Todo ello afecta profundamente a la Iglesia. Hay una escalofriante mer­
ma de identidad, de verdad, de libertad y corresponsabilidad. Un verda­
dero «pecado de mundo» o «pecado de la Casa de Israel». Y este proble­
ma está en el origen de tantas deserciones de la fe. ¿No vemos cómo se
van? ¿Todavía no hemos tomado conciencia de cómo desciende la creen­
cia y la práctica religiosa? ¿Quién se preocupa por los alejados? ¿Qué pla­
neamos para ellos? ¿Conocemos lo que le pasa al hombre moderno y post­
moderno? ¿Nos encarnamos en la nueva cultura? ¿Adaptamos nuestra
evangelización, o superponemos nuestros esquemas clericales, desconsi­
derando su condición y situación?
La Iglesia tiene que reflexionar sobre tres fenómenos importantes que
constituyen tres aspectos de una misma realidad histórica.
1. Fenómeno de descentramiento: N o dejamos a C risto ocupar
el centro. Hablamos de él como si su condición actual de viviente y de resu­
citado entre nosotros nada o poco importara para la vida cristiana. Redu­
cimos el Cristo eterno y glorioso al Cristo histórico temporal. Aminora­
mos la eternidad en favor del tiempo. Ya no aparece hoy él en medio de la
comunidad vivificándola, cristificándola, como cabeza que está irrigando en
el cuerpo su vida gloriosa. Parece que en la Iglesia actual no necesitamos
tanto la concepción cristocéntrica peculiar de Juan y de Pablo. La visión del
misterio pascual, Cristo asociando a la Iglesia al misterio de su muerte y
resurrección, es sustituida por el simple recuerdo psicológico del Cristo
terreno a quien se le imita moralmente desde fuera, pero no se le partici­
pa místicamente, desde dentro.
2. F enó m en o de dispersión. Desvanecida la presencia del Cristo hoy
celeste, entre nosotros, vivificándonos en su pascua o resurrección, que es
la fiesta única y total de la Iglesia apostólica y de los Padres, surge una
piedad popular, inventada por el pueblo, y expresada en un sinfin de prác­
ticas piadosas a la carta, en las que, frecuentemente, la figura de Cristo
no es tan esencial y tan medular.
3. F e n ó m e n o d e d e s p la z a m ie n to y sustitución. Olvidada la pre­
sencia dominante de Cristo hoy viviente, en medio de la comunidad, su figu­
ra queda representada, y en ocasiones sustituida, por un ministerio exce­
sivamente distanciado de la Iglesia «de abajo», la comunidad. Ministerio que
debería reproducir el anonadamiento victimal de Cristo, con él y en él, y
la igualdad fraterna con todos. Se vive la falsa impresión de que «arriba»
todo se hace bien, que el desacierto está siempre «abajo», en el pueblo.
Hoy es impensable que de nuevo Pablo eche en cara a Pedro «que no cami­
na en la verdad del evangelio» y que «es reprensible» (Gál 2,12). Todos
necesitamos la humildad.
La Iglesia, y el ministerio, es, y no puede dejar de ser siempre servi­
cio de mediación y misión. Y la mediación ha de realizarse partiendo de la
situación concreta de los hombres, encarnándose en ella, sanando y libe­
rando el mal que en ella hay. Y hoy la humanidad vive una profunda crisis:
— Crisis de desam or, nunca ha conocido el mundo una crisis de amor
tan profunda y tan universal. Y precisamente todo lo que se le ha
confiado y se le pide a la Iglesia es que enseñe a amar. Y que lo
haga siguiendo el ejemplo de C risto que se «anonadó a sí mis­
mo» muriendo él en favor del pueblo. También la Iglesia, en lugar
de defenderse, y defender sus privilegios, ha de aprender a morir,
a dar la vida en favor de todos.
— Crisis d e in co n scien cia: El mal del mundo es que ignora el ver­
dadero rostro de Dios. Q ue nosotros damos imágenes de Dios,
pero no a Dios. Velamos más que revelamos. Y, como dice Jesús,
«Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdade­
ro, y al que enviaste, Jesucristo» ()n 17,3).
— Crisis d e tris te za : nunca el hombre se ha sentido tan solo, sin hori­
zonte ni sentido. La mayor tragedia es la infelicidad, vivir para nada
y m orir para nada, sin saber por qué ni para qué.

5. Lo que el nuevo Adviento pide a los cristianos


Necesitamos introducir cambios edesiales estructurales:
* Conducir a la experiencia directa con Dios no limitándonos a dar
una imagen conceptual de él. Hay que hablar sobre Dios. Pero hay
que insistir más en que Dios mismo habla hoy. El concepto, la sim­
ple idea, son incapaces de producir a Dios. Incurriríamos en la ido­
latría del concepto.
* Debemos reconocer el protagonismo de Cristo como Mediador
siempre en acto en medio de la comunidad, vivificándola en él,
sin que nadie le sustituya ni suplante.
* La cruz ha de recuperar en la predicación su condición de amor
supremo, el más grande y hermoso, el que no tiene limitación ni
siquiera frente a los que nos hacen mal. N o se la puede reducir a
tormento y suplicio. Es el amor supremo, libremente asumido. Dios
ama por medio de la cruz, que no es mero símbolo o adorno. Sino
la vida vivida como gratuidad incondicional.
* Tenemos que saber tratar al hombre por dentro, persuadiendo,
convenciendo, fascinando, atrayendo y amando. N o por fuera, impo­
niendo y obligando, sobre todo cuando los hombres ya no son cre­
yentes. Debemos estar convencidos de la fuerza divina, im pre­
sionante, de la Buena Nueva de Cristo.
* Hay que poner más fe en el am or y gracia de Dios que en nues­
tros propios medios.
* Tenemos que poner más interés en la originalidad evangélica que
en mantener una religiosidad que en muchas ocasiones no es sino
simple reflejo cultural del pasado. Debemos dar la impresión de
que necesitamos cambiar y convertirnos continuamente.
* Es preciso poner en el primer plano de la evangelización el lenguaje
simbólico expresivo de Cristo y de la Iglesia primitiva, el de la litur­
gia, sin reducirnos a las formulaciones doctrinales que, aunque ver­
daderas y necesarias, no tienen tanta fuerza expresiva y persuasi­
va para los hombres.
* Debemos abundar en el concepto evangélico de «la comunión»
mucho más que en la idea jurídica de «jurisdicción», de acuña­
ción pagana, y que no posee tanta fuerza evangélica y eclesial.
* Hay que iniciar y educar en el protagonismo celebrativo y evan-
gelizador de la comunidad. Tenemos que creer en la capacidad tes­
timonial de la comunidad, como fuerza de fermento, y no sólo en
la capacidad de los documentos.
* Hay que instalarse y vivir dentro del misterio pascual, en la unión
y comunión con Cristo, sin refugiarnos en una moral o ética basa­
da en sí misma.
* La vida cristiana es fundamentalmente don de Dios, no una reli­
giosidad a la carta, ni simple esfuerzo del hombre. Es conduc­
ción del Espíritu más que organización humana. El dinamismo
estructural de la historia de la salvación consiste, primero, en el
hecho de que Dios se revela. Después es el hombre quien res­
ponde, y no de cualquier forma, a lo preciso y concreto de su pala­
bra.
* Necesitamos dejarnos iluminar y conducir por las razones del Espí­
ritu, que son muy distintas de las razones de la pura mente psi­
cológica y humana.
* Hay que entender el bautismo como enterramiento del hombre
pagano y salida del sepulcro del nuevo hombre renovado en Cris­
to. Y la confirmación como el sellado del bautismo obrado por el
Espíritu para que seamos hombres iluminados y guiados siempre
por él. Y la eucaristía no simple ceremonia, o mera referencia al
pasado de la institución de Cristo en el cenáculo. N o sólo como
presencia estática y adorable de Cristo en el sacramento; sino
como la acción dinámica, de Cristo y de la Iglesia, de sacrificarse
por amor, de entregarse, de derramar la vida hoy por todos, inclui­
dos los enemigos, de construir la comunidad, la paz, la fraterni­
dad.
* Tenemos que sustituir la crítica negativa por nuestra conversión
personal.
* Es preciso concebir el ministerio como servicio y oblación en favor
de los hombres, no como cualquier forma social o psicológica de
poder y dignidad.

6. PARA LA O R A C IÓ N P R O FU N D A

Piensa en tus situaciones concretas, personales y comunitarias, de pér­


dida de sentido filial y fraterno, de carencia de horizonte, de pereza y frial­
dad, de irresponsabilidad apostólica y social, de discordia, desconsidera­
ción, individualismo, y distancia psicológica y evangélica.
Lee, comulga, con los siguientes textos, sintiéndote pasar de la muerte
a la vida, entrando en el «Hoy» de Dios, en el misterio pascual de Cristo, en
la vida eterna. Déjate iluminar y vivificar por el texto. Sé el texto. Irradia el
texto. Son palabras «de vida eterna». Puesto que la Palabra de Dios es gracia,
y hace lo que dice, realiza vivencialmente el movimiento de transformación:

salgo de m í, voy a ti, to d o en ti, n u evo p o r ti.

TEXTOS:

O h S eñor, P a s to r d e la casa d e Is ra e l
que conduces a tu p u e b lo ,
ven a re scatarn o s p o r e l p o d e r d e tu b ra z o .
Ven p ro n to , Señor.
Ven, S alvad o r.
O h S a b id u ría , s a lid a d e la b o c a d e l P a d re ,
a n u n c ia d a p o r p ro fe ta s ,
ven a enseñarnos e l c a m in o d e la salvació n.
Ven p ro n to , S eñor.
Ven, S alvad o r.
O h E m m a n u e l, n u es tro re y , s a lv a d o r d e las n acio n es,
e s p e ra n za d e los pu eb los,
ven a lib e rta rn o s , S eñ o r, n o ta rd e s ya.
Ven p ro n to , Señor.
Ven, S a lv a d o r.
O h S a b id u ría , q u e b ro ta s te d e los lab io s d e l A ltís im o ,
a b a rc a n d o d e l u n o a l o tr o c o n fín
y o rd e n á n d o lo to d o con firm e z a y s u avid ad ,
¡ven y muéstranos e l c a m in o d e la salvació n !
(Liturgia de Adviento).
{(Señor, D io s n u estro , restá u ra n o s : q u e b rille tu ro s tro y nos s a i-
ve» (Sal 78,8).

« S e ñ o r, q u e se a b ra n nuestros o jo s» (M t 20,33).

«T u rostro buscaré, Señor, no m e escondas tu ro s tro » (Sal 23,8).


3. VIVENCIA DE LA NAVIDAD-EPIFANÍA

I. H IS T O R IA D E LA C EL EBR A C IÓ N D E LA N A V ID A D

1. EL AMBIENTE SOCIAL EN QU E NACE


LA FIESTA DE LA NAVIDAD

La Iglesia primitiva sólo conoció una fiesta, el Día del Señor, la Pas­
cua dominical y anual. Fue en el siglo IV cuando apareció la solemnidad
de la venida del Señor entre los hombres. No les preocupó tanto conme­
morar un aniversario, como combatir las fiestas paganas del solsticio de
invierno, celebradas en Roma el venticinco de diciembre, y en Egipto el
seis de enero. La fiesta del nacimiento de Cristo, y su manifestación en la
Epifanía, fue acogida con gran entusiasmo por las Iglesias debido a que,
frente a la herejía arriana, constituía una proclamación solemne del dog­
ma de Nicea.

2. LOS ORÍGENES DE LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA

Parece que los orígenes de la celebración litúrgica debieron tener lugar


en la misma gruta donde nació Jesús en Belén. Aquella gruta, que recibió
una veneración ya en la primera comunidad cristiana, fue profanada, pero
no destruida, por los romanos. El emperador Adriano, en el año 135, man­
dó que fuera recubierta por un bosquecillo sagrado e implantó el culto de
Adón. Los primeros escritores, Justino, Orígenes, señalan que la gruta en
que nació Jesús es conocida por todos los hombres del país.
En el siglo III la gruta de Belén es restituida a los cristianos. Santa Ele­
na construyó sobre la gruta la basílica de la Natividad en el 326 como
fiesta de la Epifanía o manifestación del Señor. Ya entonces la fiesta se pro­
longa durante ocho días. Cuarenta días más tarde se celebra en Jerusalén la
fiesta de la Presentación del Señor en el templo. Estas fiestas, vividas y con­
tadas por los peregrinos de Jerusalén, se extienden a otras Iglesias de orien­
te y occidente.

3. LA FIESTA ROMANA DE LA NAVIDAD

En Oriente, y en parte de Occidente, se celebraba en el siglo IV la Epi­


fanía del Señor el día 6 de enero. En Roma, en cambio, aparece por primera
vez la fiesta de la Navidad el 23 de diciembre entre los años 325 y 326. El
emperador Aureliano, hacia los años 270-275, impuso en Roma la fiesta
del sol evocando su victoria sobre las tinieblas al inicio del solsticio del invier­
no, en el día en que la luz del astro crece y las tinieblas decrecen. Constru­
yó un templo a la divinidad del sol en los alrededores del campo Marzio.
Esta fiesta entró fuertemente en el pueblo. Los cristianos de Roma tuvie­
ron la audacia de cristianizar la fiesta pagana aplicando al nacimiento de
Jesús el sentido simbólico del nacimiento del sol en el solsticio de invierno,
ya que él es el verdadero sol de justicia, que nace de lo alto y vence a las
tinieblas. Este tema del sol es típico en la exposición de los misterios de la
primitiva iconografía cristiana y en la predicación de los Padres.
El contenido de la Navidad y Epifanía queda precisado en el significa­
do de los mismos términos. El «Natale», o «nacimiento», era de uso corrien­
te ya en el siglo IV. El mismo término era utilizado en la sociedad pagana
para expresar la parafernalia del emperador en el día de su acceso a la púr­
pura y en sus apariciones apoteósicas al entrar triunfalmente en las ciuda­
des. También era ésta la significación plenaria del «Natalis Invicti», fiesta del
renacimiento del sol invicto y de su divinidad. Es así como el nacimiento
latino se aproxima a la idea oriental de manifestación y epifanía. La Navi­
dad es denominada, ya en los inicios, manifestación, aparición, advenimiento.
Las dos fiestas, Navidad y Epifanía, quedan profundamente trabadas. Bajo
el aspecto de manifestación, pronto quedaron vinculados a la liturgia otros
acontecimientos importantes de la vida del Señor. Junto a la manifesta­
ción de Cristo en Belén se conmemoran también la adoración de los magos
como manifestación de Cristo a los paganos, el bautismo de Jesús en el
Jordán como manifestación de Cristo al pueblo de Israel y las bodas de Caná
como la manifestación de Jesús a sus primeros discípulos. Todos estos aspec­
tos están recogidos hoy en nuestra liturgia de Navidad y de Epifanía.
¿Por qué surgió la fecha del 25 de diciembre? Parece difícil contestar esta
pregunta. Pero lo más probable está en el simbolismo de Cristo Luz como
oposición al simbolismo pagano. San Jerónimo escribe: «También la crea­
ción está de acuerdo con nuestro ordenamiento porque hasta aquel día cre­
cen las tinieblas y desde aquel día, en cambio, decrecen las tinieblas y crece el
día, disminuye el error y entra la verdad: hoy nace nuestro sol de justicia».
De Roma esta fiesta se extiende a occidente y a África. Por una carta
del Papa Siricio a Imerio, obispo de Tarragona, consta que esta fiesta se cele­
braba en España ya en el año 385. La autoridad de la Iglesia romana y la
necesidad de afirmar el dogma de Cristo, Dios y hombre, extendieron la
fiesta a oriente.

4. LA NAVIDAD EN EL DESARROLLO DE LA LITURGIA


Y DE LOS DOGMAS CRISTOLÓGICOS

Fe y oración, mutuamente implicadas, en defensa contra las herejías,


contribuyeron a una intensa divulgación de la fiesta de la Navidad. La pro­
fesión de fe de los concilios de Nicea, Constantinopla, Efeso y Calcedonia,
afirmando la divinidad y humanidad de Cristo y la maternidad divina de
María, dieron a la Navidad un desarrollo doctrinal y litúrgico considerable.
Al negar unos la divinidad de Cristo, y otros su humanidad, la fiesta de la
Navidad era una gran confesión de fe. Y la celebración del nacimiento, según
la carne, del mismo Hijo de Dios, el suceso más grande de la historia del
mundo. San León Magno contribuye al desarrollo de una doctrina que entra
a formar parte de las fórmulas de la liturgia.
En el siglo VI la fiesta se enriquece en Roma con la celebración de varias
misas. La primera es la misa estacional en San Pedro, quizás porque es el
lugar que recordaba la transformación de la fiesta pagana en fiesta cristiana.
Posteriormente se introduce una misa a media noche en Santa María la
Mayor, como deseo de imitar la celebración nocturna que se hacía en Belén,
descrita por Egeria, y que más tarde tendría gran arraigo hasta nuestros días.
Primitivamente esta basílica se denominaba «Santa María del pesebre del
Señor», pues fue construida como una réplica de la basílica de la Natividad
en Belén, a donde San Jerónimo trasladó algunas reliquias del primitivo pese­
bre. Sixto III en el 432, un año después del concilio de Éfeso, mandó recons­
truirla con gran esplendor, como homenaje a la maternidad divina de María.

5. LA NAVIDAD EN LA PECULIAR APORTACIÓN


DE LA EDAD MEDIA

La Edad Media ha dado a la Navidad una gozosa grandiosidad. Con­


servó intacta la celebración nocturna, incluso cuando en occidente había
desaparecido la misma vigilia Pascual. En esta vigilia, que unía los maitines
con la eucaristía, en las catedrales y monasterios se cantaban con solemni­
dad las profecías de Isaías y los comentarios de León Magno, con el prólo­
go de San Juan. En los responsorios se repite con pleno sentido de actua­
lización el «Hoy» nos ha nacido... como afirmación gozosa de la presencia
actual del misterio.
En muchas Iglesias se leía en el martirologio el anuncio solemne de la
fiesta, comenzando con la genealogía de Cristo y concluyendo con «el naci­
miento de Nuestro Señor Jesucristo según la carne... consagrando el m un­
do con su piadosa venida».
Una aportación muy específica de la edad media a la Navidad es la dra-
matización de la fiesta. Francisco de Asís, en 1223, representa con perso­
najes la escena de Belén. Esto tendría enormes consecuencias para el naci­
miento de los belenes y la efervescencia de la piedad popular. La corriente
doctrinal y celebrativa se ve enriquecida, como en ningún otro supuesto,
de una piedad popular llena de ternura, de exuberancia dramática y poéti­
ca. El misterio es visualizado, expresado, representado con personas vivas.
La fiesta religiosa marca profundamente la cultura popular, más allá de las
fronteras católicas, y se hacen de uso común los cantos, villancicos, regalos,
nacimientos, el árbol de Navidad, etc. La Navidad ha llegado a nosotros
con este profundo sello medieval.

6. LA NAVIDAD HOY

La Navidad es una fiesta eminentemente popular. La fiesta litúrgica ha


penetrado hondamente en la cultura, de tal forma que ha llegado a ser, para­
dójicamente, una fiesta de consumo desorbitado. En el siglo IV los cristia­
nos cristianizaron la fiesta pagana. En el siglo XXI una fiesta cristiana ha sido
en gran parte paganizada o secularizada.
Hoy la liturgia conserva la forma romana primitiva. Pablo VI institu­
ye el día de la paz que actualmente está teniendo una resonancia no sólo
religiosa sino civil. Sin duda es una derivación del contenido bíblico y
teológico de la Navidad que es fundamentalmente «Paz a los hombres» (Glo­
ria). San León Magno escribe: «El nacimiento de Cristo es el nacimiento
de la paz» (PL 54,215).
II. S IG N IF IC A C IÓ N Y C O N T E N ID O
D E LA N A V ID A D -E P IF A N ÍA

1. LA HUM ANIZACIÓN DE DIOS

La Iglesia concentra su contemplación en la asunción, por parte del


Verbo eterno, de una naturaleza humana: «Y el Verbo se hizo carne y acam­
pó entre nosotros y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del
Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). San Pablo habla de la encar­
nación como del cumplimiento de una larga espera de siglos que colma la
medida de lo inimaginable: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios
a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se
hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Gál 4,4).
Es el inaudito descenso de Dios en el que él se hace esclavo para que los
esclavos lleguen a ser libres e hijos de Dios. El Hombre-Dios es la obra cum­
bre y perfecta, un sueño ideal cumplido, la realidad vértice de la historia del
universo. Dos naturalezas, divina y humana, en unidad de persona. Nues­
tra actitud es la adoración del misterio: un Dios hace humana su presencia,
su cercanía, su amor, su revelación e intimidad. Y un Hombre tiene los sen­
timientos y las actitudes de Dios, hechos visibles y cercanos. La antífona de
laudes del día uno de enero, fiesta de Santa María Madre de Dios, expresa
todo el contenido de la Encarnación-Navidad: «Hoy se nos ha manifesta­
do un misterio admirable: en Cristo se han unido dos naturalezas: Dios se
ha hecho hombre, y sin dejar de ser lo que era, ha asumido lo que no era,
sin sufrir mezcla ni división».
Toda la liturgia es la confesión de la gloria del Verbo Encarnado que
es la manifestación del Rey Mesías, como lo expresan los salmos 2 y 109,
en su doble nacimiento, eterno y temporal:
— nacimiento eterno: en la vida de la Trinidad, la Palabra es eterna­
mente engendrada por el Padre en un movimiento de amor.
— nacimiento temporal: es la generación temporal e histórica del Ver­
bo Encarnado, dado a luz por María, y que, como Verbo Eterno,
sigue siendo engendrado por el Padre.
El mismo Hombre Jesús sigue siendo ahora también Hijo de Dios. San
Agustín comenta: «Cristo ha nacido, como Dios, de su Padre; como hom­
bre, de su madre. H a nacido de un Padre que desconoce la muerte, de
una mujer que ha conservado intacta su virginidad. Nacido de un Padre sin
madre, de una madre sin padre; de su Padre, fuera del tiempo; de su madre,
fuera de todo concurso humano. Naciendo de su Padre es principio de vida;
naciendo de su madre, es el término de la muerte. Engendrado por su Padre,
gobierna armoniosamente la disposición de los días; naciendo de su madre,
consagra el día actual» (Sermón de la Navidad, PL 38,1015).

2. LA NAVIDAD-EPIFANÍA, C O M O MANIFESTACIÓN
DE LA LUZ

a) Navidad, el misterio de la luz


La Navidad-Epifanía es manifestación, aparición, advenimiento. En el
clima de las manifestaciones apoteósicas de los emperadores, en sus entra­
das triunfales, el nacimiento de Cristo es descrito como la revelación de
Dios y de su amor a los hombres. En Cristo nos viene la Palabra de Dios,
el conocimiento, la luz.
El tema de la luz es la idea central de la liturgia de la Navidad ya en
los primeros momentos. Belén es llamada gruta de la luz. La sustitución de
la fiesta pagana del sol invicto por la del nacimiento de Cristo, sol de jus­
ticia, contribuye considerablemente a ver la Navidad como misterio de luz.
Las comunidades cristianas celebraban en medio de la noche el memorial
litúrgico de la Navidad. La idea popular es que la Navidad es el día de la
luz que ahuyenta las tinieblas, el día del sol nuevo e invicto. La circuns­
tancia cosmológica del solsticio de invierno, celebrada por los romanos
como el triunfo de la luz sobre las tinieblas, evocaba espontáneamente para
los cristianos el Sol que nace de lo alto, la presencia entre nosotros de Cris­
to, luz del mundo. El ambiente de la celebración de medianoche es pro­
picio para evocar este misterio. En el corazón de la noche, la comunidad
cristiana se reúne en un espacio de luz que es símbolo de la fe que nace
de la palabra, del anuncio. Y la luz es Cristo, palabra y eucaristía. En el
ambiente litúrgico resuenan las palabras de Isaías: «El pueblo que camina­
ba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en tierras de sombra y una
luz les brilló» (Is 9,2). La colecta reza: «¡Oh Dios que has iluminado esta
noche santa con el nacimiento de Cristo, luz verdadera!, concédenos gozar
en el cielo del esplendor de su gloria a los que hemos experimentado la cla­
ridad de su presencia en la tierra». En esta luz se manifiesta la gracia (2a
lectura) y la gloria (antífona de la poscomunión). El credo señala «Dios de
Dios, Luz de Luz».
El prefacio primero dice: «Porque gracias a la Palabra hecha carne, la
luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor, para que
conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible». Una
de las bendiciones finales afirma: «El Dios de bondad infinita que disipó las
tinieblas del mundo con la encarnación de su Hijo y con su nacimiento glo­
rioso iluminó esta noche, aleje de vosotros las tinieblas del pecado y alum­
bre vuestros corazones con la luz de su gracia». La colecta de la misa de la
aurora repite el tema: «Concede, Señor todopoderoso, a los que vivimos
inmersos en la luz de tu Palabra hecha carne, que resplandezca en nues­
tras obras la fe que haces brillar en nuestro espíritu».
Navidad es el misterio de la luz. En el fulgor de esta noche se adivi­
nan ya las luces de la noche pascual. Navidad es el comienzo del misterio
pascual. San León Magno recuerda en el oficio de las lecturas de la noche,
evocando la iniciación bautismal: «Reconoce, cristiano tu dignidad... N o
olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz del
reino de Dios...» (PL 152,153).
En este contexto queda justificada la fuerte conexión entre Navidad y
Epifanía, y la inclusión en esta misma fiesta de la manifestación de Jesús en
el Jordán y en las bodas de Caná.

b) La manifestación a los Magos


A través de este hecho la liturgia nos anuncia todo el misterio de la huma­
nidad salvada. Hacen referencia a ello los textos de la festividad: Isaías 60 y
el salmo 79. En la Epifanía el misterio de la Navidad se manifiesta al uni­
verso como en claroscuro; más tarde, en la Pascua, se iluminará el fuego lumi­
noso de Pentecostés.
Epifanía es una fiesta idílica y poética que nos entrega un mensaje
importante: nuestra estancia en la tierra es una peregrinación hacia la Belén
definitiva del cielo. Los Magos simbolizan el m undo pagano y vienen de
lejos. Son la vanguardia del inmenso cortejo de la Iglesia. La estrella es
la luz de la fe, visible y escondida. Hay que m irar al cielo para verla.
Sólo la ven los que peregrinan. Los instalados en la ciudad hum ana no
la contemplan. Los pueblos paganos afluyen hacia la región del Sol. Es
la fiesta de la Luz y de los dones: los tiempos mesiánicos han llegado. El
camino es la búsqueda de Dios. Y al volver por otro camino nos conver­
timos en la señal de la conversión necesaria. Cristo no está en Jerusalén,
sino en un pueblo. En realidad, la Jerusalén celestial no es la de la tierra:
ahora es la humanidad de Cristo. Los dones ofrecidos representan la ado­
ración de Dios invisible bajo el aspecto de niño, de «Rey Pacífico», en la
pobreza de su cuna. Dentro de tanta poesía, que se presta a fantasías, es
necesario fijarse en lo esencial del misterio: a él debe ser conducida tam­
bién la devoción popular del pueblo cristiano, tan sensibilizada con la fies­
ta de los magos.
La voz del cielo manifiesta: «Éste es mi Hijo muy amado en quien ten­
go todas mis complacencias» (Mt 3,17). Jesús es exaltado en el momento
en que él se humilla con un gesto necesario a todo pecador. Jesús se señala
como perteneciente a la raza de Adán y responsable voluntario de los peca­
dores. Desciende al Jordán: las aguas son para los Padres el reino del Dra­
gón y del Diablo. En la cosmogonía judía el mar equivale al infierno: las
aguas del abismo son las potencias del mal, el reino de la muerte, del caos
y de las tinieblas. Jesús recibe su consagración mesiánica y anticipa su des­
cendimiento a los infiernos y su victoria redentora. El gesto de su hum i­
llación es la condición de su exaltación por parte del Padre. Así es como
es revelado al pueblo. Además, se hace patente el simbolismo del bautismo.
Cristo desciende y asciende de las aguas. El bautismo es un misterio de puri­
ficación. Es el baño nupcial donde la esposa recibe su última preparación
antes de recibir al Esposo. Es el misterio de la unión Dios-Hombre, de la
Navidad.

d) La manifestación de Jesús a sus discípulos en Caná


A través de un milagro, Jesús realiza un misterio. «Aún no ha llega­
do mi hora» (Jn 2,4), la de ir de este m undo al Padre. Entonces será la
hora de las nupcias eternas. «El vino nuevo» es signo de la sangre de Cris­
to. «No tienen vino»: vino es el símbolo de la alegría. Según Isaías, la
falta de vino es imagen de la desolación de Israel. Yahveh prepara a los
pueblos «un festín de vino añejo». La presencia de María provoca el cam­
bio de la Ley antigua por la Ley nueva. San Juan señala la fecha y el lugar
de la boda: «el tercer día», que evoca la muerte y resurrección; y en Caná,
no en Judea o Jerusalén, sino en Galilea de los gentiles: el Esposo, recha­
zado por la Sinagoga, será acogido por los gentiles. El verdadero Esposo
es Cristo. El último vino será la sangre de Cristo. El signo por excelen­
cia es el cambio, el milagro. Las jarras son las que se utilizaban para las
abluciones judías: es el paso de la realidad judía a la cristiana. La trans­
formación la operan las aguas del bautismo: de catecúmeno a hijo de Dios.
Y la opera también el vino de la eucaristía. La conversión del agua en vino
anuncia la copa eucarística. Entre vino y sangre hay afinidad natural. El
vino es símbolo de la vida como lo es la sangre. En la cena Cristo cambió
el vino en su sangre. En Caná aún no había llegado su hora. En el ce­
náculo, sí.
La comunidad primitiva de los tiempos apostólicos no celebra tanto los
hechos históricos de la vida de Cristo como los misterios o realidades sacra­
mentales que tales acontecimientos representan. En los comienzos, la úni­
ca fiesta es la Pascua. Por ello, al aparecer la fiesta de la Navidad, el miste­
rio del Verbo encarnado es visto a la luz del misterio pascual. Navidad aparece
así como el inicio de la redención salvadora, porque el Verbo ha salvado
aquello que él mismo ha asumido. Para morir y resucitar era preciso nacer.
En la liturgia romana y en los escritos de León Magno la Navidad es parte
integrante del «sacramento pascual».
La Pascua tiene un origen claro ya en la primera predicación apostóli­
ca. La resurrección que proclaman los apóstoles no es tanto un suceso his­
tórico del pasado como una realidad espiritual de la comunidad creyente.
La Pascua es un misterio actual y presente. La Navidad era un suceso del
pasado. San Agustín afirma que «el día del nacimiento del Señor no se cele­
bra como un sacramento, sino que se recuerda como una memoria» (Ep 55,1;
PL 33,205). En cambio un siglo más tarde San León Magno, fiel a su teo­
logía de los misterios cristianos, afirma con claridad que también Navidad
es un misterio o sacramento, no independiente de la pascua, sino como su
comienzo. Con gran maestría habla de la perennidad del misterio del naci­
m iento del Señor vinculado a un «hoy» que no sólo recuerda, sino que
hace presente el misterio celebrado. En su sermón sexto sobre la Navidad
dice: «En cada día y en cada tiempo se presenta a la mente de los fieles... el
nacimiento de nuestro Señor... Sin embargo ningún día como el de hoy pro­
pone a la adoración en el cielo y en la tierra este nacimiento... Vuelve a la
memoria, más aún, se presenta ante nuestra mirada el coloquio del ángel
Gabriel con María, llena de estupor; y parece que se hace presente la con­
cepción por obra del Espíritu Santo, admirablemente prometida y creída.
Hoy el Hacedor del mundo ha nacido del seno virginal... Hoy el Verbo de
Dios se ha manifestado revestido de carne... Hoy los pastores han sabido por
las palabras de los ángeles que el Salvador ha sido engendrado en la natura­
leza humana con su carne y con su alma. Hoy a los pastores de la grey del
Señor ha sido dado el modelo de la evangelización, de manera que tam ­
bién nosotros, unidos a la multitud del celestial ejército, aclamemos dicien­
do: «¡Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en la tierra a los hombres que él
ama!» (PL 54,213).
En esta perspectiva, Navidad es el inicio del sacramento pascual que
comprende indisolublemente, en las confesiones de fe, la encarnación del
Hijo de Dios.
Navidad es ya el comienzo de la redención en la asunción, por parte del
Verbo, de la naturaleza humana, en la cual podrá consumar su pasión y se
hará eficaz y perpetua su resurrección según la carne.
En el Cristo celeste está siempre presente el misterio salvífico de su naci­
miento, la realidad de la carne asumida de la Virgen María, el misterio de
la condescendencia divina y el aspecto divino-humano de la salvación.
Por todo ello, el «Hoy ha nacido Cristo» puede resonar en la liturgia,
porque ese «hoy» se ha hecho presencia eterna en el Verbo Encarnado. Aquí
misterio es el acontecimiento de la unión del Hijo de Dios a una carne,
en unicidad de persona, y, como consecuencia, el hecho de la unidad del
Hijo de Dios a todos los hombres en un solo Cuerpo Místico: es la divini­
zación del hombre por medio de la humanización de Dios.

4. EL N ACIM IENTO DE CRISTO


C O M O NACIM IENTO DE LA IGLESIA

Una de las ideas geniales de San León Magno es la unidad indisoluble


entre el nacimiento de Cristo y el de la Iglesia. Dice: «Mientras adoramos
el nacimiento de nuestro Salvador, resulta que estamos celebrando nuestro
propio comienzo. Efectivamente, la generación de Cristo es el comienzo del
pueblo cristiano, y el nacimiento de la Cabeza lo es al mismo tiempo del
Cuerpo» (PL 54,213).

5. LA NAVIDAD, FUENTE DE PAZ,


DE ALEGRÍA, DE GLORIA

Ya en el anuncio a los pastores encontramos estos tres términos que


entrarán en las corrientes más hondas de la liturgia, de la teología y de la
espiritualidad cristianas: la paz, la alegría y la gloria.
Es anuncio de paz en aquél que es «Príncipe de la paz» según la profe­
cía de Isaías. Es el anuncio a los pastores: «Paz en la tierra a los hombres que
Dios ama». «Él es nuestra paz», nos dirá San Pablo. La Jornada de la Paz, el
uno de enero, tiene una vinculación profunda con el tema de Navidad.
El nacimiento de Cristo es el evangelio de la alegría. Es una extensión
a la tierra del gozo que el Verbo tiene en el seno del Padre y una anticipa­
ción del gozo de los cielos.
Navidad es glorificación de Dios y de la humanidad. La gloria de Dios
se establece en la tierra. La gloria del Señor es el signo de su presencia
definitiva en medio del mundo (Jn 1,14).
1. EL TIEM PO DE NAVIDAD-EPIFANÍA

a) Las tres misas de Navidad

Ya San Gregorio Magno, a finales del siglo VI, dice en una homilía:
«La generosidad del Señor nos permite celebrar hoy la misa tres veces» (PL
76,1103). Es el testimonio más antiguo que tenemos sobre las tres misas
de Navidad. Inicialmente la Navidad sólo tenía una misa. Al edificar, des­
pués del concilio de Éfeso, la basílica romana de Santa María Madre de Dios,
se quiso celebrar en ella una réplica de la liturgia celebrada en Belén. Éste es
el origen de la misa de medianoche que más bien es llamada misa de la noche.
El 25 de diciembre se celebraba en Roma el aniversario de Santa Anastasia
en su basílica al pie del Palatino. Era fiesta para las autoridades bizantinas
que residían cerca de la basílica en los palacios imperiales. El Papa, antes
de ir a celebrar a San Pedro, iba a celebrar la misa a Santa Anastasia y pos­
teriormente usó formularios sobre la Navidad limitándose a hacer memoria
de la santa titular. Así nació la misa de la aurora. La tercera misa, en el día,
la celebraba el Papa en San Pedro. Cuando los libros de la liturgia papal se
propagaron por Italia y más allá de los Alpes, y sobre todo cuando Carlo-
magno impuso su utilización en su imperio, las tres misas de Navidad fue­
ron aceptadas por todo el occidente. Pero hay que observar que tenían que
celebrarse según el horario previsto. Fue un abuso introducir, en la época
moderna, la celebración seguida de las tres misas. Esta celebración conti­
nuada presenta hoy serios reparos no sólo de orden ritual sino teológico.
El simbolismo litúrgico de las tres misas, en la liturgia y teología, es evi­
dente: desde las profundidades de la noche y del mal, hasta la claridad del
día, se ilumina progresivamente el mundo por la llegada de Dios. Es una
única venida que abarca el nacimiento eterno del Verbo, el nacimiento his­
tórico en Belén, el nacimiento místico en los fieles. Es el único nacimien­
to de la Luz que celebramos, primero en medio de la noche en el pesebre
oscuro (medianoche), después la manifestación a los pastores invitados por
los ángeles (aurora), y al fin, el anuncio solemne al mundo (misa del día)

b) El tiempo de la Navidad
Un cortejo de grandes santos comienza a acompañar al Salvador: Este­
ban, el primer mártir; Juan, el discípulo muy amado; los santos Inocentes,
hermanos de raza y ya hermanos en el sacrificio de la futura víctima. La
Sagrada Familia, la veneración de Santa María como Madre de Dios, son
derivaciones profundas del acontecimiento de la Navidad, como verdades
de fondo. De las lecturas y oraciones destacan las afirmaciones: somos hijos
de Dios, hermanos del Niño pobre nacido en el establo, pertenecemos con
él a la familia divina.

c) Epifanía
Celebra el misterio de la Navidad en su significación salvadora: es ilu­
minación, manifestación, aparición, desvelamiento. El misterio de la Navi­
dad se manifiesta al mundo, pero en sus inicios. Más tarde, la Pascua esta­
llará en la luz con el fuego de Pentecostés.

d) La vida oculta
La vida en familia y la dedicación al trabajo, santificando las si­
tuaciones fundamentales de la existencia: esto es todo lo que llena el
gran silencio fecundo del ocultam iento de Cristo en Nazaret. En este
tiempo ocurrirá el suceso misterioso de la subida del Señor a Jerusalén
cuando tenía doce años, y el anuncio de los sufrimientos de una madre
que deberá dejar a su Hijo cum pliendo la voluntad de su Padre. Así
se va precisando poco a poco la preparación al difícil ministerio del Re­
dentor.

2. LA PALABRA DE DIOS
EN LA LITURGIA DE LA NAVIDAD

El núcleo principal de la riqueza del mensaje de Navidad está sobre todo


en las lecturas de las tres misas tradicionales. Las presentamos en el siguien­
te esquema:

Misa de la noche:
Lectura profética: Is 9,1-3.5-6 Un hijo se nos ha dado.
Salmo 95: Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el
Señor.
Lectura apostólica: Tlt 2,11-14: Ha aparecido la gracia de Dios para todos los
hombres.
Aleluya: Os traigo una buena noticia: os ha nacido un
Salvador.
Evangelio: Le 2,1-14: Os ha nacido un Salvador.
Misa de la aurora:
Lectura profética: Is 62,11-12 Mira a tu Salvador que llega.
Salmo 96: Hoy brillará una luz sobre nosotros.
Lectura apostólica: Tit 3,4-7 Según su misericordia nos ha salvado.
Aleluya: Gloria a Dios en los cielos y paz a los
hombres.
Evangelio: Le 2,15-20 Los pastores encontraron a María... y al niño.

Misa del día:


Lectura profética: Is 52,7-10 Los confines de la tierra verán la victoria de
Dios.
Salmo 97: Los confines de la tierra han contemplado la
victoria de nuestro Dios.
Lectura apostólica: Heb 1,1-6 Dios nos ha hablado por su Hijo.
Aleluya: Nos ha amanecido un día sagrado.
Evangelio: Jn 1,1-18: La Palabra se hizo carne y habitó entre
nosotros.
Estas lecturas dan la palabra a los testigos y evangelistas del misterio.
Isaías y David como videntes del Antiguo Testamento. El primero profeti­
za la alegría de la venida del Mesías. El segundo canta en sus salmos las mara­
villas de Dios en su Mesías. Pablo y Hebreos son los teólogos del misterio.
El Apóstol habla de la revelación de la gracia de Dios y de su amor a los
hombres. Hebreos muestra la Palabra eterna del Padre que nos habla en el
Hijo. Lucas, evangelista de la Navidad, ofrece la proclamación del relato
del nacimiento del Mesías, la adoración de los pastores, y lo hace con fechas,
lugares y nombres. Juan nos ofrece la contemplación del Verbo descen­
diendo del seno del Padre hasta su encarnación.

3. LAS ORACIONES DE LA LITURGIA

El eje teológico está constituido por los tres prefacios natalicios. Las
colectas describen los diferentes aspectos espirituales del misterio de la
Navidad. En el oficio divino, los himnos, las antífonas, los responsorios,
reflejan la riqueza de la época de oro de la liturgia romana. En la antífo­
na del Magníficat resuena el «Hoy» que señala la actualidad del misterio
celebrado.
La eucaristía es el centro de la Navidad. No «porque nace el niño sobre
el altar», según alguna expresión ingenua popular, sino porque la eucaristía
es la representación de todo el misterio pascual, de Cristo muerto y resu­
citado. El pan de vida, del evangelio de Juan, es el Verbo Encarnado, el Hijo
de la Virgen María. La Navidad es la presencia salvífica de aquél que ha asu­
mido nuestra humanidad para hacemos partícipes de su divinidad. Así se
evidencia el nexo existente entre la Navidad y la Pasión-Resurrección del
Señor.

IV . EL M EN SA JE E SP IR IT U A L D E LA N A V ID A D -E P IF A N ÍA

1. ENCARNACIÓN DE DIOS
Y DIVINIZACIÓN DEL HOM BRE

El Verbo se une a una naturaleza humana y surge Cristo. Se une a toda


la humanidad creyente y nace el Cuerpo Místico de Cristo. La unión de
Cristo con la Iglesia es la prolongación de su propia encarnación. Cristo y
la humanidad forman como «una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo
respecto a Cristo y a la Iglesia» (Ef 5,31-32). La Humanidad de Cristo es
fuente de su misma vida extendida y comunicada a nosotros. Nuestra vida
divina viene de Cristo. «Dios se ha hecho hombre para que el hombre lle­
gue a ser Dios» (S. Ireneo, S. Atanasio, S. Agustín). Todos los Padres can­
tan «el intercambio admirable» entre la carne y el Verbo. La liturgia de la
Navidad habla de la divinización del hombre. Isaías narra la restauración
de Israel y la unión íntima entre Yahveh y Jerusalén (56-66). Allí se prevé
ya la Nueva Alianza. Oseas habló de ella en términos incandescentes, debi­
do al amor y unión que sella. La antífona de las vísperas del uno de enero
dice: «¡Qué admirable intercambio! El Creador del género humano, toman­
do cuerpo y alma, se ha dignado nacer de una virgen, y hecho hombre,
sin concurso de varón, da parte en su divinidad». La divinización del hom­
bre es su adopción filial: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios
a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para redimir a los que esta­
ban bajo la ley, para que recibiésemos la adopción» (Gal 4,4-5). Así, el naci­
miento de la Cabeza (Cristo) es también el nacimiento del Cuerpo, nos­
otros» (S. León Magno). Los términos renovación, novedad, nuevo, aparecen
sin cesar en la liturgia de la Navidad.
La Encarnación es la consagración del cosmos. El Verbo, al penetrar en
una carne, alcanza las profundidades de la creación entera e inaugura un
nuevo universo. Cristo es el nuevo Adán que da origen al nuevo paraíso,
la primera célula de la creación final. Hay liturgias orientales que durante
la Navidad leen los primeros capítulos del Génesis. «He aquí que hago nue­
vas todas las cosas» (Ap 21,5). Isaías trata el tema en 9,1-6 y el 11. «La
creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino
por aquél que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidum­
bre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de
Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre
dolores de parto» (Rom 8,20-22). «Pacificando por la sangre de la cruz todas
las cosas, así las de la tierra como las del cielo» (Col 1,20). «Dándonos a
conocer el misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se
propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos, hacer
que todas las cosas tengan a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo
que está en la tierra» (Ef 1,9-10). La manifestación final de Cristo será no
sólo la aparición del nuevo Adán, el último y definitivo Hombre, en el nue­
vo día sexto, del novísimo Génesis, el día en que Dios descansará de su obra
perfecta: será la etapa final de la restauración del cosmos. La obra de Dios
comenzó con la luz primera, y ahora todo termina con la luz de la Jerusa-
lén de lo alto realizada en la encarnación, resurrección y definitiva mani­
festación de Cristo al final de los tiempos y en el comienzo de los nuevos
cielos y nueva tierra.

3. LA MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR.

Un detenimiento en los aspectos folclóricos y sociales de la Navidad


puede delatar una grave inmadurez de fe. Navidad-Epifanía significan reve­
lación, manifestación. Es la fiesta de la iluminación. Para el Verbo Encar­
nado fue la singular experiencia de conocer la carne, de sentir con un cora­
zón humano, expresar el amor de Dios amando humanamente. Al encarnarse,
él nos entrañó en su intimidad. Ahora el misterio nos interpela. Debemos
contemplar a Cristo cara a cara, llamarle por su nombre, entrar en su inti­
midad personal, comprender cómo nos ama, cómo se nos da. Tenemos que
abrirnos a su amor, tenemos que dejamos amar, saber sumergimos en él
para que se realice en nosotros una como encarnación de su persona, de
su Espíritu Santo, hasta el punto que, revestidos de él, sustituidos por él,
sea ya él quien viva en nosotros.
Dentro del misterio de la Navidad, la Iglesia contempla y celebra la
maternidad virginal, divina, de María. En un mismo diseño de la salvación,
Dios estableció la encarnación del Verbo y la maternidad de María. La voca­
ción, destino y culto de María quedan esencialmente vinculados a la per­
sona y obra de Cristo. Por ello, PauLo VI afirma que el culto a María está
estructuralmente vinculado a la liturgia de la Iglesia. La piedad mañana es
un elemento intrínseco del culto cristiano. Esto refleja la misma fe de la
Iglesia que siempre contempló a María plenamente asociada a la persona
y obra de Cristo.
En el tiempo de la Navidad, al conmemorar el nacimiento de Cristo,
lo hacemos sumergiéndonos en la maternidad de María. Pero no lo hace­
mos deteniéndonos en una función más bien pasiva. El mismo Lucas, al
hablar de María, pone en primer plano su actitud de fe, de obediencia, de
total apertura y disponibilidad, de escucha y de interiorización de la pala­
bra de Dios. Así la Virgen aparece como la respuesta ideal, como aquello
que la humanidad entera debió ser, pero que no llegó a alcanzar, como la
representante de la humanidad nueva que acoge la palabra de Dios y hace
de su vida una perfecta respuesta a la misma. M aría mantiene una rela­
ción viva con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es llena de gracia, es decir,
de relación consciente y decidida. N o vive una relación meramente ins­
trumental y pasiva. Es siempre Virgen oyente, orante, oferente. Su prodi­
giosa maternidad divina se desborda en una maternidad espiritual en favor
de los hombres. María es cauce de la venida de Dios al mundo y es también
el modelo de respuesta. De una respuesta asentada en aquella aceptación
salvadora de Cristo que está en la raíz del misterio de la redención. Por­
que María no presta a Cristo sólo su carne, sino su voluntad, en la radical
oblación de su vida. El «Sí» de María a la voluntad de Dios, es la transpa­
rencia del «Heme aquí» (Heb 10,7) de Cristo al Padre. Esta disponibilidad
absoluta, que está en el fundamento de la salvación, es obra del Espíritu que
es quien opera una sintonía y connaturalidad total con la voluntad de Dios.
El culto a María, llevado a una imitación plena de quien es tipo y modelo
de Iglesia, implica saber entrañar la propia fidelidad en la aceptación gozo­
sa de María, de igual modo que en María se transparentó de forma ideal
la aceptación filial y obediente de Cristo, sacerdote y víctima.
Cristo es el «Sí» del universo. El «Amén» eficaz al plan de Dios. Decir
«sí» a Dios, con María y en María, equivale a hacer de la propia existen­
cia, la transparencia de la aceptación eterna del Verbo en el seno del Padre,
de la obediencia filial de Cristo en el momento de la encarnación y de la
redención, y de la fidelidad de María ante el anuncio del ángel. Asumir
como propio el «Sí» de María, es el intento más serio de hacer de nuestra
vida confesión de fe, un acto de amor que, hecho en el tiempo, se realiza y
perdura en la eternidad.
La Virgen del Adviento y de la Navidad es un modelo ideal para enrai­
zar nuestra vida en el misterio de Dios. Entrar en su espíritu es la mejor
garantía de autenticidad y de madurez de nuestra fe.
En el capítulo especial dedicado a la Virgen María en el año litúrgico,
se expone con más extensión el puesto de María en el Misterio de Cristo,
como elemento estructural del culto cristiano.
4. NAVIDAD-EPIFANÍA:
LAS GRANDES PLEGARIAS DE LA BIBLIA,
DEL MISAL Y DE LA TRADICIÓN ESPIRITUAL

Las oraciones que siguen van orientadas a la oración personal pro­


funda. Para ello es imprescindible el correcto manejo del misal. En unas
ocasiones podrá utilizarse un salmo entero. A veces será suficiente el res-
ponsorio. A muchos les será suficiente una sola palabra para hacer una
buena oración. En cualquier caso, al utilizar estas fórmulas, pueden ser
útiles algunos de los métodos indicados para la oración profunda, por
ejemplo:

Jesús en los ojos: lectura;


Jesús en el corazón, comunión,
Jesús en las manos, compromiso.

O también: Salir de mí, ir hacia ti, todo en ti, nuevo por ti.

I. LOS TEMAS ESPIRITUALES DE LA LITURGIA

La oración ha de ser siempre realista. Por eso, antes de presentar las


fórmulas de la oración, señalamos los grandes temas espirituales que com­
porta la liturgia de la Navidad y los valores humanos y evangélicos que el
creyente ha de ir encarnando en la oración y en la vida.
EL MENSAJE EVANG ÉLICO

* Dios se hace misericordiosamente presente en la historia.


* Dios se hace carne por nosotros y con nosotros.
* Dios, en Cristo, ama y se entrega hasta el extremo.
* Dios nos revela su intimidad profunda.
* Dios, en C risto, se hace solidario de nuestro mal y nos redime
haciéndose víctima.
* Dios, en Cristo, ha consagrado la vida humana.
* Dios nuestra Luz: en su Luz veremos la Luz.
* Cristo es nuestra paz y reconciliación universal.
* Cristo anuncia la alegría radical.
* Todo hombre tiene dignidad divina.
* Se han ro to las fronteras: hermanos de todos, aun de los aleja­
dos y enemigos.
* N o es lícito considerarnos superiores a los demás.
* Vivir no en provecho propio, sino de los demás.
* Caminar en la novedad de vida.
* Trabajar siempre por la paz.
* El compromiso preferencial por los pobres.
* Irradiar la Luz: todos somos evangelizadores.
* Glorificar y dar gracias a Dios.

LOS VALORES H U M A N O S Y EVANGÉLICOS Q U E C O M P O R T A


LA N A V ID A D

a) Humildad. Modestia. Sencillez. Pobreza. Sobriedad. Sentido de


dependencia. Disposición a la subordinación.
b) Misericordia. Solidaridad. Sentido de la dignidad de todo hom­
bre. Sociabilidad. Sensibilidad. Delicadeza. Disposición a colaborar. Lealtad
y fidelidad. Sentido de iniciativa. Conciencia del deber y de la responsabi­
lidad.
c) Alegría. Paz. Bondad. Am or. Naturalidad. Franqueza. Conciencia
moral. Disposición a la confianza. Optimismo. Conciencia de misión.
II. RESPONSORIOS BREVES

Misa Vigilia Navidad Cantaré eternamente las misericordias del Señor. Salmo 88
Misa de noche Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Salmo 95
Misa de aurora Hoy brillará una Luz sobre nosotros porque nos
ha nacido el Señor. Salmo 96
Misa del día Los confines de la tierra han contemplado la victoria
de nuestro Dios. Salmo 97
Sagrado Familia Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Salmo 127
29,30, 31Diciembre Alégrese el cielo y goce la tierra Salmo 95
I de enero El Señor tenga piedad y nos bendiga. Salmo 66
Domingo 2o Navidad La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Salmo 147
2,3,4 enero Los confines de la tierra han contemplado la victoria
de nuestro Dios. Salmo 97
S enero Aclama al Señor tierra entera. Salmo 99
Epifanía Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes
de la tierra. Salmo 71
Bautismo del Señor El Señor bendice a su pueblo con la paz. Salmo 28

III. SALMOS RESPONSORIALES

SALM O 88: En la experiencia trágica de la derrota se revela la misericordia


y la fidelidad de Dios.

Cantaré eternamente las misericordias del Señor.


Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David mi siervo:
«Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades».
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará ¡oh Señor!, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo.
Él me invocará: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora».
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable.
SALMO 95: Himno a l Señory Rey que entra en la historia humana para esta­
blecer el reino del Padre

H o y nos h a n a c id o un S a lv a d o r.
E l M e s ía s , e l S eñor.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre.
Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.
Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena:
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque.
Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra.

SALM O 96: Himno al Señor y Rey que viene y se revela triunfal para esta­
blecer el reino final.

Hoy brillará una luz sobre nosotros,


porque nos ha nacido el Señor.
El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las Islas innumerables.
Los cielos pregonan su justicia
y todos los pueblos contemplan su gloria.
Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su nombre.

SALM O 97: Himno al Señor y Rey que establece su reinado definitivo.

Los confin es de la tie r r a h a n c o n te m p la d o


la v ic to ria de n u estro D ios.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.
El Señor da conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia;
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera,
gritad, vitoread, tocad.
Tocad la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas
aclamad al Rey y Señor.

SALM O 66: Dios bendice a su pueblo y éste exulta en gozo y alegría.

E l S e ñ o r ten g a p ie d a d y nos b en d ig a.
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros:
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
Q ue canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud,
y gobiernas las naciones de la tierra.
¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Q ue Dios nos bendiga;
que le teman hasta los confines del orbe.

SALM O 147: Dios creó el mundo por la palabra. A l fin de los tiempos envió a
su Hijo para libramos del destierro y damos la ciudad santa del cielo.

L a P a la b ra se h izo carn e,
y a c a m p ó e n tre nosotros.
Glorifica al Señor Jerusalén,
alaba a tu Dios Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.
Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina;
él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

SALM O 99: Himno procesional. Cristo nos introduce en la casa del Padrepara
darle gracias eternamente.

Aclama al Señor, tierra entera.


Servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores.
Sabed que el Señor es Dios.
Q ue él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre.
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades».

SALM O 71: Súplica por el rey en el día de su coronación. É l hará un reino


de abundancia y de paz.

Se p o s tra rá n a n te ti, S eño r,


to d o s los reyes d e la tie rra .
Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes:
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.
Q ue en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.
Q ue los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributos
que los reyes de Sabá y de Arabia
le ofrezcan sus dones,
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.
Porque él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector,
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres.

IV. LOS PREFACIOS DE NAVIDAD

Los prefacios de Navidad constituyen unas oraciones bellísimas que


exponen perfectam ente la teología de la Navidad y de la manifestación
del Señor al mundo.

En verdad es justo y necesario,


es nuestro deber y salvación,
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre Santo,
Dios todopoderoso y eterno.

PREFACIO I o
Porque, gracias al misterio de la Palabra hecha carne,
la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos
con el nuevo resplandor,
para que, conociendo a Dios visiblemente,
él nos lleve al amor de lo invisible.

PREFACIO 2o
Porque en el misterio santo que hoy celebramos,
Cristo, el Señor,
sin dejar la gloria del Padre,
se hace presente entre nosotros
de un modo nuevo:
el que era invisible en su naturaleza,
se hace visible al adoptar la nuestra;
el eterno, engendrado antes del tiempo,
comparte nuestra vida temporal
para asumir en sí todo lo creado,
para reconstruir lo que estaba caído
y restaurar de este modo el universo,
para llamar de nuevo al reino de los cielos
al hombre sumergido en el pecado.
PREFACIO 3o
Por él hoy resplandece ante el mundo
el maravilloso intercambio que nos salva:
pues, al revestirse tu Hijo de nuestra débil condición,
no sólo confiere dignidad eterna
a la naturaleza humana,
sino que por esta unión admirable
nos hace a nosotros eternos.

V. LECTURAS BREVES, RESPONSORIOS,


ANTÍFONAS, ORACIONES

Pensando en la oración personal y comunitaria, y recomendando tam­


bién los métodos de oración anteriorm ente citados, ponemos a conti­
nuación algunas lecturas breves de este tiempo, responsorios, antífonas y
algunas oraciones propias de estos días. Para mayor Facilidad se ordenan
temáticamente:

I. N A C E EL HIJO DE D IO S

«El Señor me ha dicho: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy»


(Antif. Maitines Navidad).

«Hoy sabréis que viene el Señor y mañana veréis su gloria» (Respon-


sorio Vísperas Navidad)

«Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de' nosotros» (Responsorio de


Laudes Sda. Familia).

2. DIOS SE HACE HOMBRE

«Y el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros» (|n 1, 14).

«Hoy se nos ha manifestado un misterio admirable: En Cristo se han


unido dos naturalezas. Dios se ha hecho hombre, y sin dejar de ser lo
que era, ha asumido lo que no era, sin sufrir mezcla ni división» (Antífona
Laudes I enero).
«¿Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca co­
mo lo está el Señor Dios con nosotros siempre que lo invocamos?»
(D t 4,7).

3. D IO S N O S A M A

«Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único» (Jn 3,16).

«En esto se manifestó el am or que Dios nos tiene, en que Dios envió
a su Hijo al mundo para que vivamos por medio de él» ( I Jn 4,9).

4. IN F IN IT A G R A T U ID A D DE DIOS

«Estábamos destinados a la reprobación como los demás. Pero Dios,


rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros
muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo. Por pura gracia
estáis salvados» (Ef 2,3-5).

«Se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres»


(T it 2,11).

«Y de su Plenitud todos hemos recibido, gracia sobre gracia» (|n 1, 16).

5. A M O R S O LID AR IO

«Ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico
se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 C or 8,9).

«Tenía que parecerse en todo a sus hermanos para ser compasivo»


(Heb 2,17).

«Dios envió a su Hijo en una carne pecadora como la nuestra hacién­


dolo víctima por el pecado, y en su carne condenó al pecado. Así la justi­
cia que proponía la ley puede realizarse en nosotros que ya no procede­
mos dirigidos por la carne, sino por el Espíritu» (Rom 8,3-4).
«El pueblo que habitaba en tinieblas vio una Luz grande; a los que habi­
taban en tiniebla y sombras de muerte, una Luz les brillo» (M t 4,16).

«Y la Palabra era la Luz verdadera» (Jn 1,9).

«Yo soy la Luz del mundo» (jn 8 ,12).

«Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el Sol que


nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de
muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz» (Le 1,78-79).

«Señor Dios nuestro, restáuranos; que brille tu rostro y nos salve» (Sal
79,8. Respons. sábado 2a semana Adviento).

«En tu Luz veremos la Luz» (Sal. 35,10).

«Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro» (Sal. 26,8-9).

«Dad gracias al Padre que os ha hecho capaces de participar en la heren­


cia de los santos en la luz. Él nos libro del poder de las tinieblas y nos
trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el
perdón de los pecados» (Col 1,12-13).

Oración: «Concede, Señor Todopoderoso, a los que vivimos inmer­


sos en la Luz de tu Palabra hecha carne, que resplandezca en nuestras obras
la fe que haces brillar en nuestro espíritu» (Navidad del Señor).

Oración: «Dios Todopoderoso y Eterno, luz de los que en ti creen:


que la tierra se llene de tu gloria y que te reconozcan los pueblos por el
esplendor de tu Luz» (Domingo 2° de Navidad).

7. SU FILIA C IÓ N ES NUESTRA FILIA C IÓ N

«Nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo para ser san­
tos e inmaculados en su presencia, en el amor, eligiéndonos de antemano
para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito
de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agra­
ció en el Amado» (Ef 1,4-5).
«Al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de
mujer, nacido bajo la le /, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y
para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es
que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama
¡Abba, Padre! D e modo que ya no eres esclavo sino hijo, y si hijo, tam ­
bién heredero por voluntad de Dios» (Gál 4,4-7).

8. PARTÍCIPES DE LA D IV IN A N A T U R A LE ZA

Oración: «Oh Dios que de modo admirable has creado al hombre a tu


imagen y semejanza, y de modo más admirable todavía, estableciste su dig­
nidad por Jesucristo, concédenos compartir la vida divina de aquél que hoy
se ha dignado compartir con el hombre la condición humana» (Oración del
día de Navidad).

«¡Qué admirable intercambio! El C reador del genero humano, toman­


do cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de
varón, nos da parte de su divinidad» (Antífona día I enero).

9. N O S TRAE LA PAZ

«Él es nuestra paz» (Ef 2,14).

«Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabri­


to, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea.
La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá
paja con el buey. El niño jugará con la hura del áspid, la criatura m eterá la
mano en el escondrijo de la serpiente. N o harán daño ni estrago por todo
mi Monte Santo: porque está lleno el país de conocimiento del Señor, como
las aguas colman el mar» (Is 11,6-9).

«Dios os ha llamado a vivir en paz» ( I C o r 7 ,15).

«Por encima de todo esto, el amor que es el ceñidor de la unidad con­


sumada. Q ue la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón, a ella
habéis sido convocados en un solo cuerpo» (Col 3,14-15).

«Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el


Señora (O rdinario Misa).
«Os traigo una buena noticia, una gran alegría que lo será para todo el
pueblo: hoy... os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Le 2, 10-11).

«Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de


todo corazón, Jerusalén.... El Señor será el Rey de Israel, en medio de ti»
(Sof 3,14-15).

I I . PER DO NA O S M U TU A M E N TE

«Com o elegidos de Dios, santos y amados, vestios de la misericordia


entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutua­
mente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra el otro. El Señor os
ha perdonado: haced vosotros lo mismo» (Col 3,12-13).

12. CRISTO N O S IMPELE A LA H U M IL D A D

«Tened entre vosotros los sentimientos de Cristo Jesús. Él, a pesar de


su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se
despojó de su rango y tom ó la condición de esclavo, haciéndose uno de
tantos» (Flp 2,5-7).

VI. A MARÍA

«Dios te salve, María, llena eres de gracia...» (Le 1,28).

«Te glorificamos, Santa Madre de Dios, porque de ti ha nacido Cristo.


O h María, salva a todos los que te enaltecen» (Antífona 30 Diciem bre)

«Bienaventurada eres, Virgen María, por haber llevado al Señor, Crea­


dor del mundo. Engendraste al que te hizo y permaneces virgen para siem­
pre» (Responsorio I enero).
Vil. OTRAS ORACIONES

Padre nuestro....

Benedictus: Canto a Dios que viene, cumpliendo su palabra (véase pági­


na 159).

Magníficat: Alabanza a la intervención misericordiosa de Dios (véase


página 160).

O R A C IÓ N DE CARLOS DE F O U C A U L D

Padre, me pongo en tus manos.


(Véase página 163 )

O R A C IÓ N DE SAN FR A NC ISC O DE ASÍS

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.


Donde haya odio, que yo ponga amor,
donde haya ofensa, que ponga perdón,
donde haya discordia, que ponga unión,
donde haya e rro r que ponga verdad;
donde haya duda, que ponga fe;
donde haya desesperación, que ponga esperanza;
donde haya tinieblas, que ponga luz;
donde haya tristeza, que ponga alegría.
Q ue no busque tanto ser consolado como consolar,
ser comprendido, como comprender,
ser amado, como amar.
Porque dando es como recibimos;
y olvidándonos de nosotros es como nos volvemos a encontrar,
y perdonando es como obtenemos el perdón,
y muriendo es como resucitamos a la vida eterna.
Ejercicio práctico de meditación profunda

NAVIDAD, DIOS SE HACE HOMBRE


PARA QUE EL HOMBRE SE HAGA DIOS

La oración nos introduce en el fondo más profundo del m isterio


cristiano. Es Dios quien ha querido abrirse y revelarse. Es iniciativa y gra­
cia suya. Pero él desea que entres dentro de ese misterio inefable, más
adentro de donde te encuentras, hasta donde nunca has llegado a pe­
netrar.
Dios ha llegado a hacerse hombre real con el fin de que el hombre lle­
gue a ser Dios por participación. Entra en el corazón de Cristo. Es un Dios
hecho hombre que quiere hacerse más cercano, y que nada anhela tanto
como que tú le conozcas mejor. Y entra dentro de ti, en tu propio cora­
zón, donde él ha querido realizar su presencia, para que te dejes divinizar
por él... Una de las antífonas del día uno de enero, fiesta de María Madre
de Dios, dice: « ¡Q u é a d m ir a b le in te r c a m b io ! E l C r e a d o r d e l g é n e ro
h u m a n o , to m a n d o c u e rp o y a lm a , n a c e d e u n a virg en y, h e c h o h o m ­
b re sin concurso de v a ró n , nos d a p a r te en su d iv in id a d ».

I. D IO S SE H ACE HOMBRE

Lo dice con realismo San Juan: «E l Verbo se hizo c a rn e » (Jn 1,14). San
Pablo dice, asombrado, de Cristo: « A p e s a r d e su c o n d ic ió n d iv in a , n o
se a fe r r ó a su c a te g o ría d e D io s ; a l c o n tra rio , se d e s p o jó d e su ra n ­
go y to m ó la condición d e esclavo, haciéndose uno d e tantos» (Flp 2,5-
7). « T u v o q u e a s e m e ja rs e e n to d o a sus h e rm a n o s p a r a s e r m is e ri­
co rd io s o » (Heb 2 ,17).
El Verbo encarnado es el vértice de las maravillas de Dios. Manantial
del ser, de la historia y del hombre. Fuente de espíritu y de vida. U n h o m ­
b re a lo d ivin o y un D io s a lo h u m a n o . Proximidad, cercanía, amor, gozo,
alabanza y gloria. Él tiene palabras de vida eterna. Todo lo hizo bien. Pola­
rizó su existencia hacia los enfermos, los pobres, los pecadores. Sus encuen­
tros con los apóstoles, los pecadores, con todas las personas, son momen­
tos inefables, llenos de una humanidad sin límites. Se hizo máxima «entre­
ga», máxima afirmación de los otros en el más absoluto anonadamiento
propio. San Juan condensó así la experiencia del encuentro de los apósto­
les con Cristo: « L o q u e hem o s o íd o , lo q u e h em o s visto con nuestros
ojos, lo q u e c o n te m p la m o s y p a lp a r o n n u estras m a n o s a c e rc a d e la
P a la b ra d e V id a ...» (I Jn 1,1).
Hazte presente a Cristo. Encuéntrate con él. Mírale cara a cara. Acó­
gelo. Siente su amor, su entrega. Déjate asombrar. Cree. Gózate. Adora.
Ama.

2. EL HOMBRE SE HACE DIOS

La divinización del hombre es una consecuencia lógica de la seriedad


de la encarnación. Es lo directamente intentado por Dios, por medio de
Cristo. Él no se quedó en Palestina. Apostó por el hombre. El hombre es
el objetivo y la intención expresa de Dios, la cima de su misión. Está dise­
ñado únicamente en Cristo, como prolongación de su misma encarnación.
La revelación da testimonio, con términos sorprendentes, del resultado de
la encarnación de Cristo: « A los q u e le re c ib ie ro n les d io la p o te s ta d d e
ser hijos de D io s » (Jn 1, 12). « M i r a d q u é a m o r nos h a te n id o e l P a d re
p a r a lla m a m o s h ijos d e D io s ¡p u es lo som os!» ( I Jn 3 ,1). El simbolismo
de la comida lo dice todo. La comida llega a ser nuestra persona e identi­
dad. C risto se hace nuestra verdadera comida y bebida: « E l q u e c o m e
m i c a rn e y b e b e m i san gre vive en m í y yo en é l» (Jn 6,56). San Pedro
escribe con inaudita audacia: « N o s h a n sido co nced idas las p recio sas y
sublimes prom esas p a ra q u e p o r ellas os hicierais p a rtíc ip e s d e la n a tu ­
ra le z a d iv in a » (2 Pe 1,4). Com o «dos llamas se hacen una sola llama» (San­
ta Teresa), así « E l E s p íritu m ism o se u n e a n u e s tro e s p íritu p a r a d a r
te s tim o n io de q u e som os hijos d e D io s » (Rom 8 ,16). El mismo impacto
y penetración que el Verbo eterno hizo en el Hombre Jesús, es el que hace
en nosotros también. Somos su Cuerpo. Si él, incluso como hombre, es
hijo natural de Dios, nosotros lo somos por participación, por gracia. É l
nos e x tie n d e su p e rs o n a l filia c ió n d ivin a. D e t a l m a n e ra q u e e l Padre,
en nosotros, ve a su H ijo , a m a a su p ro p io H ijo , p u es estam o s a lc a n ­
za d o s p o r C ris to en n u e s tra p r o p ia id e n tid a d . P or medio del Espíritu
Santo, el Padre y el Hijo están presentes en nosotros con una presencia
dinámica, engendradora, configuradora, transformante. E l g ra n p ro b le m a
d e n u e s tra v id a es d e s c u b rir la p re s e n c ia d e D io s e n n u e s tra v id a y
h a c e r d e e lla u n a e x p e rie n c ia p ro fu n d a .
Quien acepta a Cristo en su vida, quien acoge su encarnación y se deja
conducir y animar por su Espíritu, adquiere, en su comportamiento, una
modalidad divina, unos sentimientos superiores, característicos del Padre
de los Cielos. N o se trata de un simple talante o esfuerzo moral, de la pues­
ta en práctica de unos ideales humanos. Es un don de Dios, una corrien­
te divina, que crea en nosotros una connaturalidad gozosa, mística, con
él, porque es expresión de un influjo que procede directa e inmediatamente
de él y que él está sustentando en nosotros. Son los mismos sentimientos
de Cristo trasladados a nuestra vida: « T e n e d e n tre vosotros los mismos
sen tim ien to s d e C risto Jesús» (Flp 2,5). Todas las recomendaciones mora­
les de San Pablo a los cristianos de las comunidades por él evangelizadas
son una consecuencia de esa inserción vital en Cristo. Estamos unidos a
él y él nos transfiere su mismo Espíritu, sus sentimientos, sus actitudes. El
cristiano ha de reproducirle, revestirse de él, dejarse sustituir por él, ente­
rrar al hombre viejo y revestirse del nuevo, que es él.

3. PARA LA M E D IT A C IO N P R O FU N D A

Siente a Cristo en tu vida. Déjate amar por él. Acógelo. Haz fidelidad
donde hay distancia y frialdad. Suplícale que entre en el fondo de tus pro­
blemas, tensiones, dificultades. Piensa con su pensamiento. Ama con su mis­
mo amor.
Lee los textos. Déjate impregnar por ellos como la esponja en el agua.
Elige un texto, el que más te impresione. Elige un sentimiento, o mejor, una
sola palabra. Es Cristo hablándote, amándote. Déjate hablar, amar. El tex­
to es él mismo, su intimidad personal... Ante él intenta

SALIR DE T I, IR H A C IA ÉL, T O D O EN ÉL, N U E V O POR ÉL.


II. CICLO CUARESMA-PASCUA

1. LA CUARESMA,
CAMINO DE LA PASCUA

Cada año vuelve la primavera y, con ella, la Pascua. Es Alguien que vie­
ne, como don y gracia. La Pascua es la venida de Cristo resucitado para
renovar a la comunidad cristiana en su propia resurrección. Es el tiempo
fuerte en el que él nos concede la gracia de morir al pecado y de resucitar
a la vida de hijos de Dios y de hermanos de todos los hombres. La Cua­
resma-Pascua es a la manera de un gran sacramento de la llegada de Dios
como perdón y renovación. En este tiempo la Iglesia hace retiro, ejerci­
cios espirituales, se adentra voluntariamente en el desierto, lugar donde nace
el pueblo de Dios, lugar de paso, para ayunar, mortificar el hombre viejo,
y para orar y acercarse a Dios. Hace también limosna, es decir, vive en soli­
daridad y fraternidad.
Lo primero que celebró la Iglesia fue la resurrección del Señor en la
noche del sábado al domingo de Pascua.

L S E N T ID O G EN ER A L D E LA C U A R ESM A

La cuaresma es la participación de la Iglesia en el misterio pascual o la


preparación a la eucaristía pascual. La Pascua es el fin de la cuaresma. El
núcleo del símbolo o «credo», y de la predicación kerigmática, se concen­
tra en los misterios pascuales. Fundamentalmente estos misterios son la
pasión, muerte, sepultura, resurrección y ascensión de Jesucristo. Si nos­
otros los consideramos separados es porque somos incapaces de abarcar al
mismo tiempo la profunda unidad que une a todos ellos. El misterio de la
pasión es el camino hacia el gozo. La muerte real nos lleva a la vida total.
La resurrección de Cristo es la vida en toda su abundancia; pero es una vida
salida de la muerte. La liturgia de la pasión y de la Pascua une siempre el
aspecto glorioso al doloroso. De todos los misterios pascuales, el principal
es la resurrección. Por eso, el día que celebra la resurrección es el día más
importante del año. La resurrección de Jesucristo es el fundamento de toda
la liturgia y de toda la vida cristiana.

1. LA PASCUA, CENTRO DE LA HISTORIA


Y DEL AÑO LITÚRGICO

La cuaresma no es sólo un tiempo de penitencia. Es el tiempo en que


la Iglesia se prepara para participar más intensamente en el misterio pascual.
El cristianismo no es sólo una moral, o una doctrina; es, ante todo, un mis­
terio, es decir, la presencia divina, una realidad escondida que opera en nos­
otros la salvación bajo el velo de símbolos y signos. Comprende, pues, ele­
mentos exteriores y un elemento invisible. Ellos obran en nosotros la
salvación.
Cuando Jesús vino al mundo, vivió por nosotros unos acontecimien­
tos visibles; su muerte y resurrección. En la raíz y en el corazón de los mis­
mos, Jesús vivió unos sentimientos que daban a los actos externos todo su
sentido. Jesús nos salvó no sólo porque materialmente murió, sino porque
aceptó la muerte con amor, como adoración al Padre y como reparación de
nuestra condición enferma y pecadora. Lo que aconteció una vez en la
historia de la humanidad, se renueva ahora en el desarrollo de la liturgia.
No se trata de hechos históricos repetidos, sino de hechos rituales que repre­
sentan y actualizan la obra de Jesús. Como ayer los acontecimientos histó­
ricos, ahora son los ritos sacramentales los que contienen el corazón del mis­
terio, las acciones salvadoras de Cristo, su persona viviente, sus sentimientos
y su gracia. Lo que ocurrió una vez, se renueva así todos los días. El miste­
rio pervive siempre: he aquí por qué la participación en los ritos es un con­
tacto con la realidad misteriosa y eficaz.
Nosotros llamamos a este hecho «Misterio Pascual» porque tiene como
núcleo el acontecimiento mismo de la Pascua, la muerte y resurrección
del Señor, o más exactamente, la resurrección que procede de la muerte, «el
paso de la muerte a la vida». La palabra «Pascua» significa «paso». Evoca la
noche memorable en que Yahveh pasó por Egipto, castigando a los egip­
cios y liberando a los hebreos. O el momento en que Yahveh «pasó» a su
pueblo por el Mar Rojo camino de la tierra de promisión. Pero el suceso
culminante de la Pascua fue «el paso» de Cristo de este mundo al Padre por
su muerte y resurrección. La palabra «Pascua» tiene así un sentido lleno
de riqueza y de misterio.
Este gran misterio no es una simple doctrina o una realidad estricta­
mente invisible. La Pascua del Señor se revela y se comunica en el conjun­
to de los sacramentos, encontrando su máxima y total expresión en la euca­
ristía. Ella renueva el misterio pascual en todos los tiempos y lugares. La
Iglesia ha organizado cuarenta días como preparación a este gran sacra­
mento. Los catecúmenos, en la vigilia pascual, recibían el bautismo que los
iniciaba en la vida de la fe y les abría el acceso a la familia santa. Con ella
participaban en la cena pascual que los injertaba en el Cristo viviente.

3. LA PASCUA, C EN TR O DE LA IGLESIA

La Pascua, como la misa, es una reunión de familia. «Alégrate, Jerusa-


lén: reunid a la comunidad los que la amáis» (Introito Dom. 4 de Cuares­
ma). La cuaresma es una preparación al gran congreso pascual. En unión
con todas las comunidades esparcidas por todo el mundo, en unión con la
comunidad diocesana y las comunidades particulares, en la vigilia pascual
todos partimos y comemos el mismo pan, nos configuramos con Cristo y
nos dejamos conducir por un mismo Espíritu. La muerte de todos, y de
cada uno, al hombre viejo, y la resurrección al nuevo, hace que toda la fami­
lia eclesial, que tantas razones tiene para estar dividida en el plano natural,
madure y progrese en el plano de la fraternidad divina, de esa armonía mis­
teriosa que rompe las barreras, reúne a los miembros enfrentados, unifica a
los contrarios, reúne a las partes dispersas del mismo cuerpo distanciadas
por el virus disgregador de la discordia, y ahora son devueltas a la comu­
nión por la gracia de Cristo. Así, cada pascua es una fecha feliz, un acon­
tecimiento actual, el nuevo «paso» entre nosotros de aquél que vino y no
cesa de venir, «esperando que por fin venga» para introducimos en la pas­
cua definitiva.

4. EL SIGNIFICADO SIMBÓLICO DE LA CUARENTENA

La cuaresma responde a un misterio particular del Señor: el de su reti­


ro en el desierto durante cuarenta días para orar y ayunar. Recurriendo a la
Escritura, vemos que existen unos modelos o tipos de cuarentena:
— La cuarentena del castigo: el diluvio. Dura cuarenta días. Ofrece
la idea de castigo y de salvación. Hay una nueva creación que vie­
ne de la madera: el arca. Cristo es también tentado cuarenta días
y vence. Nosotros observamos cuarenta días de lucha para obte­
ner la salvación.
— La cuarentena de la gracia: Moisés, Elias, los ninivitas. «Voy a con­
ducir a Israel al desierto y allí le hablaré al corazón» (Os 2,16). La
cuaresma es el retiro de los cristianos, recordando:
— el retiro de Moisés: «Moisés estuvo en el Sinaí cuarenta días y cua­
renta noches sin comer pan ni beber vino» (Ex 24,18). Es un reti­
ro de ayuno.
— el retiro de Elias: fue al monte Horeb atravesando el desierto con
la fuerza de una comida que le proporcionó el ángel. Recuerda el
éxodo judío. Elias va a la montaña donde Dios se le va a revelar.
Esta revelación cambia su vida. Es el retiro de la renovación de la
vida.
— el retiro de los ninivitas: «Dentro de cuarenta días Nínive será des­
truida», dice Jonás (3,4). Los ninivitas creyeron, hicieron peniten­
cia y se salvaron. Es el retiro de la conversión.
— La cuarentena de la prueba: el éxodo. «Si hoy escucháis su voz no
endurezcáis vuestros corazones como en el lugar de la rebelión,
en el desierto, cuando vuestros padres fueron tentados y exigie­
ron pruebas aunque habían visto mis obras» (Sal 94,7-9). A Dios
se le encuentra en el desierto (Os 2,16). El desierto es también el
lugar de la tentación. La cuaresma es ahora el retiro de la prueba.

5. DEFIN ICIÓ N DE LA CUARESMA

No es simplemente un período de penitencia y oración. No es sólo el


esfuerzo del hombre. Es la iniciativa del Padre convocando a la humanidad
en el cuerpo de Cristo para participar de su muerte y resurrección. Es el
gran retiro del pueblo cristiano para recibir la salvación. Es la renovación
anual de la Iglesia en el misterio pascual por medio de los sacramentos.
Es, primero, una renovación, una cura de aire y de sol, de evangelio,
que nos hace tomar conciencia de lo fundamental del cristianismo. Es un
retiro donde confrontamos nuestra manera de vivir con el ideal de Cristo y
no sólo con los deberes particulares o la consideración de un elemento doc­
trinal o moral.
Es una renovación de toda la Iglesia, un retiro de todos juntos como
gran familia, en el contexto de la vida real y cotidiana. No es el retiro indi­
vidual de quien se sale de las realidades diarias, como ocurre en unos ejer­
cicios privados. Vamos a la mesa familiar practicando el ayuno y la absti­
nencia; nos presentamos a la vida social suprimiendo algunas actividades
o caprichos. La Iglesia nos propone un trabajo de conjunto, un esfuerzo de
comunidad fraterna que se eleva a un nivel superior, que crece y se cons­
truye. Cada cuaresma trae un suplemento de cuerpo y de alma a esta Igle­
sia en movimiento.
La Iglesia es renovada en el misterio pascual. N o es sólo una renova­
ción de ideas por medio de instrucciones. Ni un esfuerzo personal en la ora­
ción y la virtud. Es un ofrecimiento de gracia hecho por Cristo que nos
incorpora al acontecimiento misteriosamente actual de su sacrificio. Es Jesús
dominando los siglos y el m undo con su paso de la muerte a la resurrec­
ción, haciendo nuevas las cosas, recreándolas, y ofreciéndonos la participa­
ción efectiva en su filiación y en su redención. Él es lo esencial «porque
sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). «Cuando sea levantado de la tierra,
atraeré todo hacia mí» (Jn 12,32). El discurso de la cena (Jn 13-17) es el
programa de la cuaresma y de toda la vida cristiana.
La renovación de la Iglesia en el misterio pascual se realiza a través de
los sacramentos. Jesús mismo se comunica, ayer por su hum anidad visi­
ble, hoy por medio de los signos visibles que el instituyó. En primer lugar
por «la comunión pascual». También por el bautismo, que es la iniciación
al misterio de Cristo. Tuvo siempre gran importancia en la cuaresma la peni­
tencia o reconciliación de los pecadores.

II. H IS T O R IA D E LA C U A R ESM A

Un desarrollo histórico más detallado sobre la cuaresma lo encontra­


remos al hablar de la pascua. Celebrar la resurrección de Cristo, y partici­
par en ella, es lo primero y fundamental que celebró la Iglesia en la noche
de la vigilia pascual. La comunidad cristiana vivió intensamente la presen­
cia vivificante de Cristo resucitado.

1. EL GRAN AYUNO Y EL NACIM IENTO


DEL TR ID U O SAGRADO

A fines del siglo III aparece en Egipto un ayuno de cuarenta días para
recordar el ayuno de Cristo en el desierto. Muy pronto se manifiesta en for­
ma de preparación penitencial a la celebración de la muerte y resurrección
del Señor. Enseguida la festividad se convirtió en triduo que constaba de
viernes santo, sábado santo y domingo de Pascua. El ayuno riguroso comen­
zaba el viernes por la tarde y duraba hasta la madrugada del domingo. Cuan­
do las ceremonias de la vigilia pascual se celebraron el sábado por la maña­
na, el triduo se quedó en dos días, viernes y sábado. Para que fuese triduo
se le agregó el jueves santo. Pronto se inició una corriente que tendía a dila­
tar la pascua en la semana anterior y en la posterior. Desde el mismo siglo
III se comenzó la preparación del triduo con el domingo de ramos. El ayu­
no que se celebraba todos los miércoles y viernes del año, se extendió al
lunes, martes y jueves. Más tarde Roma añadiría el sábado. Cuando en el
siglo IV el catecumenado alcanzó una organización estable, la cuaresma ofre­
ció un marco apropiado para la última preparación de los catecúmenos al
bautismo en la noche santa de la vigilia pascual. Al haber Dios reconcilia­
do a los hombres consigo por medio de la muerte y resurrección de su Hijo,
la noche pascual parecía también imponerse para admitir a la comunión a
los pecadores que habían cumplido su tiempo de penitencia. La cuaresma
los preparaba para su reconciliación. Así aparecen ya en el siglo IV los ras­
gos principales de la cuaresma: tiempo de ayuno, de caridad y de oración
para todo el pueblo cristiano; tiempo de preparación al bautismo para los
catecúmenos, y tiempo de preparación a la reconciliación para los peni­
tentes.

2. HACIA LA CUARENTENA

En Roma el tiempo de preparación para la Pascua consistió primero en


la observancia del ayuno de toda la semana anterior a la noche santa de la
vigilia pascual. La semana se abría el domingo con la lectura de la pasión.
Había reunión los miércoles y viernes, pero sin eucaristía. A lo largo del
siglo IV aparece un período de tres semanas de preparación a la Pascua. El
domingo intermedio estaba reservado a las ordenaciones. El ayuno de cua­
renta días aparece en Roma entre el 354 y el 384. El domingo de la inau­
guración del ayuno caía exactamente en el cuadragésimo día antes del tri­
duo sagrado. Las reuniones oficiales se hacían los lunes, miércoles y viernes,
y en ellos no se celebraba la Eucaristía. A principios del siglo VI se quiso ase­
gurar los cuarenta días de ayuno efectivo. Como los domingos excluían el
ayuno, se estableció ayuno el miércoles y viernes anteriores al domingo inau­
gural de la cuaresma. El primer lunes de cuaresma era el día en que se sepa­
raban de la comunidad los penitentes. El evangelio habla del juicio últi­
mo en el que el juez separa los buenos y malos (Mt 25,31-46).
Cincuenta años después de San León Magno, aparece muy configura­
do el catecumenado, con tres escrutinios que se celebraban los domingos
tercero, cuarto y quinto. En ellos se leían ya los evangelios de la samaritana
(el misterio del agua), del ciego de nacimiento (el misterio de la luz) y de
Lázaro (el misterio de la vida nueva), según lo hacían las Iglesias de Occi­
dente. En la segunda mitad del siglo VI los escrutinios, exámenes para com­
probar el estado de los catecúmenos, fueron trasladados a los días entre sema­
na y elevados al número de siete. La sustitución del bautismo de adultos
por el de niños en la noche pascual fue ciertamente la razón de este tras­
lado.
En el siglo X, en los países renanos, se quiso dar una expresión sensi­
ble al texto «Cambiemos nuestro vestido por la ceniza y el cilicio» (Antí­
fona del miércoles de ceniza) y se estableció el rito de la ceniza. Este rito
lo atestigua el antiguo testamento y los cristianos de los primeros siglos lo
hacían a menudo en privado. El rito en cuestión se convirtió para los peca­
dores en manifestación pública de penitencia, pero la práctica no tenía con­
notación litúrgica alguna. En los siglos X-XI el uso renano penetró en Italia.
El ritual romano lo adoptó en el siglo XII. En el XIII el papa se sometió a esta
ceremonia penitencial.

3. EL D O M IN G O DE RAMOS

Dice Egeria: «El domingo en que empieza la semana pascual, que aquí
llaman semana mayor», en ese día se celebraba en Jerusalén, ya a fines del siglo
IV, la entrada triunfal de Cristo en la ciudad santa, rehaciendo el camino segui­
do por el Señor y sus discípulos. Todo el pueblo se reunía a media tarde alre­
dedor de su obispo en el monte de los Olivos, en la basílica de Eleona, lue­
go se subían a Inbomón. Se leía el relato evangélico y se bajaba de la colina
para entrar en la ciudad. La procesión terminaba en Anastasis donde tenía
lugar la celebración del lucernario. De Jerusalén, la procesión se propagó por
todo el Oriente quedando establecido el domingo de ramos.
En Hispania y Galia ese mismo domingo era el día de la entrega del
símbolo a los bautizados, acompañada de la unción de los oídos, en cuyo
rito el presidente gritaba, como Jesús ante el sordomudo: «Effeta», «abrios».
Se leía el evangelio de San Juan que refiere la unción en Betania y la entra­
da de Jesús en Jerusalén (Jn 12,1-23). En los siglos Vil y VIII se comprueba
que la piedad popular está más apegada a la procesión que a la unción. Se
va a la Iglesia con palmas y ramos. Sin embargo, hay que esperar a comien­
zos del siglo IX para hallar testimonios seguros de la procesión de ramos
en occidente con el himno «Gloria, alabanza y honor» compuesto por Teo-
dulfo, obispo de Orleans, en 821. La procesión de ramos adquirió un carác­
ter triunfal. Era una verdadera fiesta de Cristo Rey. A partir de los siglos X
y XI, los obispos y pueblo se reunían fuera del m uro de la ciudad para la
bendición de ramos. Se leía el evangelio y se partía en procesión hacia el
lugar de la cruz de término. Los niños extienden sus manos ante la cruz,
echan palmas o ramos; otros grupos se prosternan. La procesión se pone en
marcha hacia la puerta de la ciudad. A menudo se lleva triunfalmente el
libro de los evangelios o incluso el Santísimo Sacramento. Se canta el «Glo­
ria, alabanza y honor» y el responsorio que comienza «Al entrar el Señor en
la Ciudad Santa». En la Iglesia comienza la misa de pasión.

4. JUEVES SANTO

a) La reconciliación de penitentes
La reconciliación de penitentes tenía ya lugar en Roma a finales del siglo
IV. El rito de reconciliación del jueves santo se perpetuó mucho después de
la desaparición de la penitencia antigua y perduró en ciertas regiones has­
ta el siglo XIX en forma de absolución dada después del rezo de los salmos
penitenciales.

b) La confección del crisma y bendición de los santos óleos


Aunque el concilio de Toledo (400) permitía confeccionar el crisma en
cualquier tiempo, se estableció enseguida el uso de hacerlo el jueves santo.
En el 660 dice el obispo Noyón que «en este día (jueves santo) en el m un­
do entero se consagra el crisma». En Roma el papa lo hacía durante la
única misa celebrada en Letrán en memoria de la cena. Más tarde surge la
misa crismal (s.vm). Roma no la adoptó hasta 1955.

III. LO S E L EM EN TO S E SP E C ÍF IC O S D E LA C U A R ESM A

1. LA PREPARACIÓN AL BAUTISMO
DE LOS CATECÚMENOS

Según Tertuliano y San Hipólito, la vigilia pascual fue desde los comien­
zos del siglo III el momento ideal para el bautismo. Pronto fue añadido este
rito a la vigilia de Pentecostés. En los comienzos de la Iglesia se celebraba
el bautismo en cualquier tiempo y lugar. Pero cuando las conversiones fue­
ron numerosas y los que deseaban recibir el bautismo procedían del paga­
nismo, hubo necesidad de organizar el catecumenado cuyas últimas eta­
pas se desarrollaban precisamente durante la cuaresma.

a) La prim era organización del catecumenado.


La Tradición Apostólica de San Hipólito es el documento más antiguo
que poseemos de la iniciación cristiana tal como se hacía a comienzos del
siglo III. La iniciación se realizaba mediante el catecumenado.

1) La entrada en el catecumenado
El ingreso consistía en un examen de moralidad hecho al candidato por
un clérigo o laico.
El lunes de la tercera semana de cuaresma, y mediante un primer exa­
men o escrutinio, se hacía la apertura del catecumenado. Eran registrados
los nombres de los bautizados. Los padrinos deberían recordarlo siempre
en el «memento» de la misa. A cada cristiano se le elegía un nombre bajo el
patrocinio de un santo. Escritos los nombres, el sacerdote soplaba en el ros­
tro de los bautizados para indicar que el demonio debía salir de su posesión
para dejar lugar al Espíritu Santo. Tam bién equivalía el soplo a un des­
precio a los dioses falsos. Se bendecía la sal y se les daba a gustar como sím­
bolo de la sabiduría celestial y de la preservación de la corrupción. La sal
fue el primer alimento cristiano anterior a la eucaristía. En cuanto tal, sim­
boliza la palabra de Dios.
La catequesis solía durar tres años. La primera parte de la instrucción
era moral y se refería a la práctica de la vida cristiana. La segunda consistía
en la explicación del credo y la tercera era mistagógica, es decir, de inicia­
ción a los misterios, y trataba sobre los distintos elementos del orden sacra­
mental. Al final de cada reunión, en la que se tenía una celebración de la
palabra, el catequista imponía las manos a los catecúmenos, después de una
oración, como súplica de la fuerza divina para la protección del candidato
y con el fin de prepararlo a ser testigo en las persecuciones y, si era necesa­
rio, en el martirio.

2) E l gran retiro de Cuaresma


La catequesis solía terminar en el comienzo de una cuaresma. Al comen­
zar ésta, se elegía a los catecúmenos, los cuales se transformaban así en «elec­
tos», «competentes» o «iluminados» Se llamaba a los catecúmenos por sus
nombres propios y se les invitaba a orar. Los padrinos y acólitos signaban a
los candidatos en la frente. Se les invitaba a renunciar a las costumbres paga­
nas. Renunciaban a Satanás y a las pompas», que eran los espectáculos paga­
nos y sus formas de culto. En oriente y en España renunciaban vueltos a
occidente, lugar de las tinieblas, moviendo las manos y escupiendo como si
delante estuviese el demonio. A la renuncia seguía la unción con el óleo
de los catecúmenos en el pecho y espalda del catecúmeno, significando que
el bautizando recibía la virtud del Cristo Ungido para vencer al demonio
como un verdadero atleta cristiano.
Por el papa Siricio (384-399) sabemos que el bautismo ya se celebra­
ba en dos días distintos, Pascua y Pentecostés, y que se requería una pre­
paración inmediata de cuarenta días, a base de exorcismos y de oración dia­
ria. Había unos días especiales para las abjuraciones y exorcismos, en los
que tenían lugar los escrutinios. En ellos el catecúmeno daba cuenta de sus
disposiciones íntimas y de su voluntad de compromiso. En el siglo V eran
tres, en el tercer, cuarto y quinto domingo de cuaresma. Lo esencial de ese
momento eran los exorcismos. El cuarto domingo se leía el evangelio del
ciego de nacimiento. El quinto domingo versaba sobre la resurrección de
Lázaro. En el tercer escrutinio recibían los catecúmenos el credo o símbo­
lo de la fe. Más adelante, en tiempos de San Gregorio Magno, en el primer
escrutinio se tenía la inscripción del nombre, el soplo en la cara, un exor­
cismo, la signación con la cruz, la bendición e imposición de la sal, y el exor­
cismo sobre los elegidos». En el segundo escrutinio se repetían los exorcis­
mos sobre los elegidos. En el tercero había un nuevo exorcismo y «la entrega»
del símbolo nicenoconstantinopolitano. El Gelasiano habla de la entrega
de los evangelios y del padrenuestro.
Las lecturas de los domingos de escrutinios, eran verdaderas catcquesis
fundamentales. Tenían un sentido claramente bautismal. Al hacerse más
intensa la preparación al bautismo, ciertas celebraciones, gestos y lecturas
que en un principio tenían lugar los domingos, posteriormente fueron tras­
ladadas a diferentes días de la semana. En los comienzos no eran reuniones
litúrgicas. Pero terminaron dando lugar a la eucaristía de cada día en el espa­
cio de la cuaresma integral.

3) E l bautismo en la noche de la pascua


San Justino ya conoció el bautismo en el día de la Pascua hacia el año
150. La unidad del bautismo con el misterio de la Pascua es algo evidente
ya en los comienzos de la Iglesia primitiva. El bautismo solemne pascual ha
sido siempre el gran acontecimiento religioso de la comunidad cristiana.
Los bautizados y confirmados en el día de la Pascua pertenecen a la comu­
nidad cristiana con el beso del obispo, la oración común de los fieles, el
mutuo beso de paz de la comunidad y el convite familiar.
La vigilia comenzaba con la bendición del fuego y del cirio pascual. Las
lecturas eran la última catcquesis litúrgica que recibían los catecúmenos.
Terminadas las lecturas el obispo bendecía la fuente del agua. Esto se cono­
ce ya en el siglo II. Era como la bendición del seno maternal de la Iglesia
madre de donde iban a nacer los hijos de Dios. Consta de un exorcismo,
para expulsar la virtud diabólica del agua, y de una invocación al Espíritu
Santo pidiéndole que la santifique. Estando ya los candidatos junto a la
fuente bautismal, hacían la profesión de fe. Ante el cuadro imponente de
toda la comunidad que rezaba, velaba y vivía la presencia de Cristo resuci­
tado, los elegidos recibían el bautismo. Unos eran bautizados con una sola
inmersión, otros repetían la inmersión y la profesión de fe tres veces mien­
tras un presbítero imponía las manos. De la inmersión se pasó a derramar
el agua sólo sobre la cabeza, lo cual se hizo general en los siglos XIV y XV.
Desde comienzos del siglo II, seguía al bautismo la unción con el cris­
ma, como símbolo de la gracia santificante. El bautizado se hace cristiano,
ungido, miembro de Cristo Rey y Sacerdote, ungido por el Padre con el
Espíritu Santo.
La imposición de la vestidura blanca simboliza la pureza interior del
bautizado. El rito nació en oriente y en el siglo rv pasó a occidente. Después
del bautismo, a los bautizados se les vestía de blanco. Llevaban esta vestidura
blanca durante toda la octava pascual hasta el domingo siguiente llamado
«in albis» o dominica de la deposición de las vestiduras blancas.
Finalmente se realizaba la entrega de la vela encendida. Es consecuen­
cia del rito de la luz o lucernario de la Vigilia Pascual. El bautizado es ver­
daderamente un iluminado por Cristo.
Después del bautismo el obispo administraba la confirmación que se
componía de estos elementos: la imposición de manos, la unción de la fren­
te con el crisma, una oración y el abrazo de paz del obispo. Finalmente todos
recibían la eucaristía como símbolo del festín de toda la comunidad resu­
citada. Después de la comunión se Ies daba a los bautizados leche y miel,
símbolo de la infancia espiritual y del alimento de la tierra prometida.

b) El declive del catecumenado


Al llegar la época en la que los niños eran bautizados recién nacidos, se
impuso un cierto cambio en las ceremonias del bautismo. La organización
del catecumenado de adultos desapareció y la iniciación cristiana sufrió una
profunda evolución. Como el bautismo de niños se comenzó a administrar
en cualquier día, al no haber obispo presente, se separó de la confirmación.
Idéntica separación sufrió, por razones obvias la primera comunión. En el
actual ritual romano existe el del bautismo de niños y el de la iniciación cris­
tiana de adultos. Éste ha sido restablecido por la Iglesia como prescrip­
ción del mismo Concilio Vaticano II. La existencia de un ritual especial
habla de la importancia y necesidad de reimplantar el proceso de la inicia-
ción cristiana como una de las actividades más graves de los pastores y de
las comunidades. Es extenso y contiene los principales elementos bautis­
males de la tradición, mientras que el de los niños es una contracción fuer­
te del de los adultos. Uno y otro son un compendio del proceso de inicia­
ción de los primeros siglos.

c) La restauración de la Iniciación cristiana, del Vaticano II


Una idea fuerte de la renovación litúrgica del Vaticano II, consistía
en inculcar que no hay que centrar la atención sólo en bautizar, sino en ini­
ciar en la fe. Esto sólo es posible en comunidades vivas con fuerte sentido
misionero en las que iniciar a la fe es parte estructural de su forma de ser y
actuar. Una comunidad que no está permanentemente iniciando en la fe,
deja de ser ella misma comunidad viva. Si existía un ritual para el bautis­
mo, debería existir también el ritual de la iniciación a la fe. La voluntad del
Vaticano II es terminante. M anda restablecerlo en SC 64-66, AG 14 y C D
14. La importancia de un ritual es evidente. La Iglesia cree lo que celebra.
El proceso de iniciación tiene sus raíces en el origen mismo de la Iglesia
apostólica, y ha sido una constante pastoral a lo largo de muchos siglos.
Destacamos a continuación algunos puntos esenciales del Ritual de la
Iniciación Cristiana de Adultos, decretado por Pablo VI el día 6 de enero
de 1972. «La iniciación cristiana se hace gradualmente en conexión con la
comunidad de los fieles» (4). A la iniciación le falta el marco estructural allí
donde no hay verdadera comunidad.

1. Los grados o etapas de la iniciación


a) Elprimero es «elprecatecumenado», en el que tiene lugar la prime­
ra evangelización. «El simpatizante» o candidato se enfrenta al pro­
blema de la fe y quiere ser recibido en la Iglesia como catecúme­
no (6). «Este precatecumenado tiene gran importancia y no se debe
omitir ordinariamente» (9). «En este período se hace la evangeli­
zación, se anuncia abiertamente y con decisión al Dios vivo y a Jesu­
cristo... a fin de que crean, se conviertan al Señor y se unan con
sinceridad a él, como camino, verdad y vida...» (9). En este tiem­
po los catequistas, diáconos y sacerdotes hacen una explanación del
evangelio adecuada a los candidatos (11).
b) El segundo es «el catecumenado». El simpatizante quiere ser admitido
en la Iglesia como catecúmeno. Se hace el rito de entrada en el cate­
cumenado. Se presenta a la Iglesia por primera vez y manifiesta su
deseo explícito de entrar en ella. La Iglesia le acoge. Se hace la ins­
cripción del nombre en el libro de catecúmenos. Se le da un padrino.
Se requiere en el candidato una fe inicial y los conocimientos
fundamentales de la doctrina cristiana: la primera fe, la conversión
inicial, y la voluntad de cambiar de vida y empezar el trato con Dios
en Cristo. Tienen lugar los primeros sentimientos de penitencia y
las primeras oraciones, así como los primeros contactos con los cris­
tianos maduros (14-17).
El catecúmeno recibe una catcquesis integral, dispuesta por
grados, acomodada al año litúrgico y basada en las celebraciones
de la palabra. Va adquiriendo el conocimiento de los dogmas, pre­
ceptos y misterio de la salvación (19).
El catecúmeno, ayudado por el catequista, padrino y comuni­
dad, se ejercita en la práctica de la vida cristiana. Ora a Dios. Da tes­
timonio de la fe. Confía y espera en Cristo. Sigue las inspiraciones
de lo alto. Vive la caridad fraterna. Va cambiando progresivamen­
te de sentimientos y costumbres. Y todo ello tiene sus repercusiones
sociales (19). Eje de su nueva vida son las celebraciones de la pala­
bra de Dios. El tiempo del catecumenado puede durar años. Depen­
de de la intensidad de la gracia y de la fidelidad del catecúmeno,
c) Tiempo de «la elección» del catecúmeno por parte de la Iglesia (7),
como candidato inmediato al bautismo. Con lo cual comienza el
segundo grado de la iniciación. Es el tiempo de purificación e ilu­
minación. Coincide con el tiempo de cuaresma: es la preparación
intensa a la pascua y a los sacramentos pascuales. El catecúmeno es
introducido en el seno de la comunidad que se renueva por la litur­
gia y la catcquesis litúrgica, rememorando el bautismo y practi­
cando la penitencia. (21).
La elección del catecúmeno implica la selección y admisión del
mismo por parte del responsable de la comunidad. Se funda en la
elección de Dios en cuyo nombre actúa la Iglesia. Se llama tam ­
bién «inscripción del nombre», porque los candidatos, en prenda
de fidelidad, escriben su nombre en el libro de los elegidos (22). Se
requiere en el catecúmeno la conversión de la mente y de las cos­
tumbres, suficiente conocimiento de la doctrina cristiana y senti­
mientos de fe y de caridad. Se requiere, además, una deliberación
sobre su idoneidad.
La elección tiene lugar en un rito en el que el catecúmeno mani­
fiesta su voluntad y el obispo, o su delegado, expresa la decisión de
elegirlo para el bautismo. Esta elección, rodeada de tanta solemni­
dad, es el eje de todo el catecumenado (23). A los elegidos se les
llama también «competentes» e «iluminados». Hoy se pueden uti­
lizar otras denominaciones (24).
Este tiempo se ordena más a la formación espiritual que a la
doctrinal. Se dirige a la mente y al corazón para purificarlos por
medio de los exámenes, o escrutinios, y la penitencia. En esta eta­
pa tienen lugar:
— Los escrutinios, o exámenes de conciencia, dirigidos a descu­
brir en los corazones de «los elegidos» lo que es débil, morbo­
so y perverso, para sanearlo, y lo que es bueno, positivo y san­
to, para asegurarlo (25). Tienen lugar en los domingos III, IV
y V de cuaresma. Son tres. El obispo puede dispensar de uno,
y en circunstancias graves, de dos (52). En nuestro método Re-
Vi-Be ofrecemos cuatro exámenes fuertes: sobre el amor pro­
pio, las bienaventuranzas, sobre el inconsciente histórico, es
decir, costumbres y mentalidades erróneas falsamente tenidas
por buenas y sobre el sentido comunitario.
— Las «entregas», por las que la Iglesia «entrega» a los elegidos
antiquísimos documentos de la fe y de la oración: el símbolo o
credo, y el padrenuestro u oración dominical. Estas entregas
tienen lugar después de los escrutinios. El credo en la semana
que sigue a\ primer escrutinio. La oración dominical, después
del tercero (53).
El sábado santo es para el catecúmeno día de oración y ayuno.
Pueden hacerse en él los ritos preparatorios de la recitación del cre­
do, el rito «Effetá» o de apertura de los oídos, la elección del nom­
bre cristiano y la unción con el óleo de los catecúmenos (54).
d) E l bautismo, confirmación y eucaristía son el último grado o etapa
de la iniciación cristiana. Por estos sacramentos, los elegidos comien­
zan a ser cristianos. Esto acontece en la Vigilia pascual. Los ritos
esenciales son: la bendición del agua y la profesión de fe. La con­
fesión de la Trinidad y la ablución del agua por el rito de inmer­
sión (baño) o de infusión (derrame del agua sobre la cabeza). Con­
firmación. Primera eucaristía.
e) El tiempo de la mistagogia. Se trata de una percepción más pro­
funda del misterio pascual. Es la última etapa de la iniciación. Es
el tiempo de una experiencia espiritual más intensa para gustar
los frutos del Espíritu, por la recepción continuada de los sacra­
mentos. Esta mistagogia está constituida por las llamadas «misas
de los neófitos», o recién nacidos. Son las misas de los domingos
del tiempo pascual, especialmente las del leccionario del ciclo A,
adecuadas para ellos. A esas misas son invitados todos, comunidad,
padrinos y neófitos (37-40).
2. Consecuencias y urgencias
La iniciación afecta al ser y actuar de la comunidad entera. Una comu­
nidad sin vigor pascual, sin espacios de iniciación, no puede ser madre ni
puede ser misionera. N o tiene futuro. Iniciar en la experiencia de la fe: he
allí la gravísima necesidad de los cristianos españoles, tantos estadística­
mente y tan pocos de práctica integral sincera, muchos de los cuales han
sido catequizados, pero no evangelizados. Han aprendido verdades, pero
no han hecho la vivencia del misterio pascual. N o han sido emplazados
en el espacio donde Dios mismo habla y actúa. Cuando no se inicia a la lec­
tura directa de la Biblia, cuando el domingo es preferentemente mero cum­
plimiento del precepto eclesiástico y simple relajo y evasión, más bien que
celebrar la pascua del Señor, cuando no parece que se hace gran esfuerzo
para trascender las devociones populares e iniciar a la vivencia del miste­
rio pascual en el cauce estructural del año litúrgico, cuando se hace tan poco
para iniciar a los bautizados en la experiencia gozosa de Dios, nada puede
extrañar el fenómeno de esa ingente mayoría de creyentes, cristianos de tem­
plo, pero paganos de calle, que viven a espaldas de los grandes temas mora­
les y sociales a pesar de las graves recomendaciones del magisterio con­
temporáneo. Casi ninguno ha sido «iniciado». Los pastores exigen de eüos
lo que ellos mismos no han formado. No tenemos catecumenados en el sen­
tido tradicional de la Iglesia. Los bautizos rápidos, sin ambiente de comu­
nidad de fe, sin clima de iniciación, y con la práctica desconsideración del
Ritual de la Iniciación Cristiana por parte de los pastores, no ofrecen una
esperanza optimista de cara al futuro. Si nos preguntamos qué es ser cris­
tiano y cómo se hace un cristiano, viendo lo que nosotros hacemos, y cómo
lo hacemos, salta a la vista que hay un desplazamiento de la pastoral de
sus ejes estructurales hacia falsos y secundarios puntos de apoyo. Las graves
recomendaciones del Concilio y de los papas, sobre un punto tan medular,
hacen extraña la actitud de los pastores y el vacío de fe y vida de las comu­
nidades parroquiales.

2. LA RECONCILIACIÓN DE LOS PENITENTES

La práctica primitiva consideró siempre al bautismo como el primero


de los sacramentos que borra todos los pecados. Sin embargo, cuando un
bautizado comete un pecado grave, es necesario que reciba el sacramento
llamado «segunda penitencia».
El pecado grave público separaba a los cristianos de la comunidad. Para
reintegrarlos de nuevo era necesario que se sometiesen a un tiempo de peni­
tencia. La práctica primitiva era tan rigurosa en la observancia de los man­
damientos, que hasta comienzos del siglo III no había reconciliación ecle­
siástica para el adulterio, la idolatría y el homicidio. En el siglo IV se llegó a
perdonar eclesiásticamente el adulterio y el homicidio, aunque a veces se
exigía un tiempo de penitencia que podía durar toda la vida. El pecado
era ruptura con Dios y con la Iglesia. La Iglesia suplicaba el perdón de Dios
durante la penitencia. Hacia el año 1000 cambió la práctica penitencial:
la penitencia ya no precedía, sino que siguió a la reconciliación. Entonces
comenzaron las fórmulas de absolución. Mientras que en los primeros siglos
tenían un sentido de súplica, «perdona, oh Dios...», a partir de entonces
comenzaron a tener un sentido indicativo, «Yo te perdono...».
Pronto se decretó un tiempo previo penitencial que correspondía a la
cuaresma. Al comenzar ésta, los penitentes reconocían sus pecados ante el
obispo o un sacerdote. Se les relegaba a unos bancos especiales en el tem­
plo hasta el día de la reconciliación. A veces se recubrían con un vestido
penitencial (cilicio).
Cuando la cuaresma comenzó el miércoles de ceniza, se originó la expul­
sión de los pecadores, recordando la expulsión de los primeros padres del
paraíso. La ceniza se extendió a los pecadores públicos en el siglo VIII. Los
pecadores eran conducidos al centro de la Iglesia donde esperaba el obispo.
Los clérigos rezaban los siete salmos penitenciales y las letanías de los san­
tos. Venía una predicación del obispo recordando el destierro de Adán.
Tomaba de la mano a un penitente, éste al siguiente y en una especie de
cadena salían de la Iglesia mientras el coro cantaba. Era un rito de separa­
ción de la comunión, puesto que los penitentes podían estar durante las
ceremonias litúrgicas de la cuaresma. Esto sucedió del siglo IV al Vil. El tiem­
po penitencial terminaba el jueves santo. En ese día, por el mismo orden,
eran reconducidos al centro de la Iglesia. Frecuentemente habían recibido
exorcismos e imposiciones de manos.

3. EL EJERCICIO CUARESMAL DEL PUEBLO CRISTIANO

El tercer actor de la cuaresma, después del catecúmeno y del peniten­


te, es el pueblo cristiano. Muchos de los fieles eran padrinos de los catecú­
menos. Lo cual les hacía recordar su bautismo. Cada cuaresma el pueblo
entero recordaba su primera preparación, quizás ya lejana, al bautismo.
Todos los años, en la vigilia pascual, todos revivían psicológica y sacra­
mentalmente la gracia de la primera iniciación cristiana. La liturgia cuares­
mal desarrolló enseguida el tema de la pasión. De esta forma la cuaresma se
convirtió en el tiempo de los ejercicios espirituales. La reunión cristiana
donde el pueblo se congregaba, unido al Papa, para participar del espíritu
cuaresmal, se llamaba estación. En los días importantes la celebración se
hacía en una de las grandes basílicas. Las lecturas suelen hacer referencia a
ello. Son San Juan de Letrán, San Pedro, San Pablo, Santa María la Mayor,
Santa Cruz de Jerusalén, San Lorenzo.
La cuaresma es un tiempo tradicionalmente consagrado a la oración, al
ayuno y a la limosna u obras de misericordia.

a) La oración

La oración era el elemento más importante de la comunidad cristiana


primitiva en el tiempo de la cuaresma. Suponía el encuentro con Dios, la
salvación. La oración era fundamentalmente una participación de la plega­
ria oficial de la Iglesia, así como ésta era una participación de la oración filial
de Cristo. La oración eclesial era vivida como expresión del clamor filial de
Cristo, el mediador eterno ante el Padre.

b) El ayuno
El ayuno era una práctica universal y muy seria en la Iglesia primitiva
y antigua. Enseguida se le vinculó a la preparación de la celebración de la
muerte y resurrección del Señor. El ayuno estaba fuertemente unido a la
oración y la limosna como tres aspectos de una misma realidad dinámica.
Al unirse a Dios, por la oración, se abstenían de lo necesario para la sub­
sistencia (ayuno) con el fin de entregarlo a los pobres (limosna). Lo uno era
impensable sin lo otro.
Actualmente sólo nos quedan el ayuno del miércoles de ceniza y el
del viernes santo. El ayuno es entendido como mortificación del hombre
viejo y revestimiento de Cristo. Nos lo recuerda la imposición de ceniza.
Antiguamente el ayuno consistía en una única comida que se tomaba antes
de vísperas. Al adelantarse la comida al mediodía, se permitió tomar algo
de comida por la tarde. Con el tiempo se permitió también tomar algo por
la mañana. La mitigación se fue haciendo general para que participase en
el ayuno un mayor número de cristianos.

c) La limosna
El sentido profundo del ayuno está en la limosna. Nos privamos de algo
para darlo a los necesitados. «A quien no practica la misericordia, dice San
Agustín, el ayuno no le sirve de nada». La limosna no consiste sólo en dar de
lo que se tiene, sino en darse en favor del prójimo. Especialmente debe ir diri­
gida a los más necesitados. La limosna purifica el corazón como el ayuno.
IV . LA G R A N D ID A SC A L IA D E LA IG LESIA;
E N SE Ñ A N Z A E IN IC IA C IÓ N

Es fundamental que sepamos valorar correctamente la importancia de


la palabra de Dios en la cuaresma. Normalmente los autores se limitan a
señalar que se trata de la pedagogía con la que la Iglesia describe el miste­
rio pascual. Aquí radica una de las tareas más transcendentales de los pas­
tores y de la evangelización. Basta comprender lo que sigue:
Las lecturas sagradas de este tiempo no son palabra sobre Dios, sino
verdadera palabra de Dios vivo. Es la palabra viva que hace y realiza el mis­
terio que acontece. N o es sólo pedagogía, sino animación, vivificación.
En un proceso de iniciación o de maduración de la fe éste es un principio
sagrado. Las lecturas son catcquesis eminentemente cristológicas, no sólo
porque tratan sobre Cristo, sino porque se basan en la misma palabra de
Cristo, de parábolas suyas y de curaciones y milagros obrados por él con un
significado que transciende los sucesos originales y llega a implicamos a
todos nosotros. No podemos eliminar la palabra de Dios, o reducirla a con­
sideraciones teológicas e incluso magisteriales. La. máxima fidelidad eclesial
afecta no sólo a los fieles, sino, ante todo, a los pastores. Es preciso ceñirse
a los textos sagrados.
Además, los textos nos llevan de la mano a la oración de Cristo y de
la Iglesia. Es Cristo quien nos asocia a su oración, pues si es cierto que
sólo Dios habla bien de Dios, también lo es que sólo Dios habla bien a
Dios.
En la más venerable antigüedad, los textos sagrados representaban la
más genuina didascalia de la Iglesia. La liturgia ha sido siempre no sólo
el órgano más im portante del magisterio ordinario: la oración ha sido
la norma de la fe. Se cree aquello que se ora. Este hecho incuestionable
no está en la estructura mental de no pocos responsables de la evangeli­
zación que apelan mucho al magisterio ministerial y poco o nada al magis­
terio de la palabra viva de Dios. La iniciación creyente a los misterios
se realizaba mediante los textos bíblicos clásicos que iluminaban el sen­
tido del pecado, la conversión, la fuerza de la cruz, la redención de Cris­
to, los significados simbólicos del agua, del pan, de la luz, etc. El nuevo
orden de las lecturas del misal ha seleccionado los textos más caracterís­
ticos de la catcquesis cuaresmal acomodados al significado espiritual de
este tiempo.
Desde el miércoles de ceniza, hasta el sábado del tercer domingo de cua­
resma, los textos del evangelio, en conexión con los del antiguo testamen­
to, proponen el camino del cristiano como discípulo y seguidor de Cristo.
Prevalecen los temas sobre la oración, el combate espiritual, la caridad fra­
terna, el itinerario del seguimiento, el anuncio de la pasión.
Desde el lunes de la cuarta semana hasta el sábado de la quinta se pro­
pone el camino de Cristo hacia la pascua a través del evangelio de Juan,
como una lucha trágica entre la luz y las tinieblas, la vida y la muerte, Jesús
y los fariseos.

2. EL LECCIONARIO DOM INICAL

Las lecturas del antiguo testamento se refieren a la historia de la salva­


ción y presentan los momentos más importantes, desde el principio hasta
la promesa de la nueva alianza. Las lecturas de Pablo son un nexo, a cada
paso, entre el antiguo y nuevo testamento. Las lecturas del evangelio pre­
sentan fundamentalmente los grandes textos de las tentaciones de Jesús, de
la transfiguración, de la samaritana, del ciego de nacimiento, de la resu­
rrección de Lázaro, que motivaban las grandes catcquesis prácticamente de
todos los padres de la Iglesia en sus homilías. Estos encuentros con Cristo
desarrollan toda la fuerza de la revelación y de la salvación que brota del
misterio de Cristo, describen la situación trágica del hom bre y la oferta de
regeneración a través del bautismo. Son catcquesis cristológicas insupera­
bles. Las lecturas sintonizan con los momentos de los escrutinios y exor­
cismos en la iniciación cristiana de adultos.
Podemos hacer un resumen de los textos en los tres ciclos A, B y C.

Ciclo dominical A:
Domingo 1 Gén 2,7-9; 3,1-7: Creación del mundo y pecado del hombre.
Rom 5,12-19: Donde abundó el pecado sobreabundó la
gracia.
Mt 4,1-11: Ayuno, tentaciones y victoria de Cristo en el
desierto.

Domingo 2 Gén 12.1-4: La vocación de Abraham, padre de los


creyentes.
2Tim 1,8-10 Dios nos llama y nos ilumina.
Mt 17,1-9: Transfiguración del Señor, prenuncio de la
vida nueva.
Domingo 3 Ex 17,3-7: Dios suscita el agua de la roca para beber.
Rom 5,1-2.5-8: Dios derrama su Espíritu sobre los
corazones.
Jn 4,5-42: La samaritana: Cristo agua que sacia la sed.

Domingo 4 ISam 16,1.6-7.10-13: David es ungido rey de Israel.


Ef 5,8-14: Levántate de entre los muertos y Cristo
será tu Luz.
Jn 9,1-41: Jesús da vista al ciego de nacimiento.

Domingo 5 Ez 37,12-14: Os infundiré mi espíritu y viviréis.


Rom 8,8-11: El Espíritu del que resucitó a Jesús está en
nosotros.
Jn I 1,1-45: Resurrección de Lázaro: Yo soy la
resurrección y la vida.

Ciclo dominical B:
Domingo I Gén 9,8-15: Alianza de Dios con Noé liberado de las
aguas del diluvio.
Pe 3,18-22: El diluvio, símbolo del bautismo que salva.
Me 1,12-15: Jesús, el hombre nuevo, tentado y vencedor.

Domingo 2 Gén 22,1-2.9.15-18: Abraham entrega a su hijo al sacrificio.


Rom 8,31-34: Dios no perdonó a su propio Hijo, en favor
nuestro.
Me 9,1-9: La transfiguración: Éste es mi Hijo amado:
escuchadle.

Domingo 3 Ex 20,1-17: La ley de Moisés y la alianza.


ICor 1,22-25: Cristo crucificado, fuerza y sabiduría.
Jn 2,13-25: Destruid este templo y en tres días lo
levantaré.

Domingo 4 2Cró 36,14-23: Exilio y liberación del pueblo.


Ef 2,4-11: Muertos por los pecados, por pura gracia
estáis salvados.
Jn 3,14-21: Dios mandó a su Hijo para que el mundo se
salve por él.

Domingo 5 Jer 31,31-34: Haré una alianza nueva y no recordaré el


pecado.
Heb 5,7-9: La obediencia de Cristo, causa de salvación.
Jn 12,20-33: El grano de trigo muere en la tierra y da
mucho fruto.
Ciclo dominical C:
Domingo 1 Deut 26,4-10: Profesión de fe del pueblo escogido.
Rom 10,8-13: Profesión de fe de quien cree en Jesús.
Le 4,1-13: Tentación en el desierto: donde el pueblo
cae, Jesús vence.
Domingo 2 Gén 15,5-12.17-18: Dios hace alianza con el fiel Abraham.
Flp 3,17-4,1: Cristo nos transformará según su cuerpo
glorioso.
Le 9,28-36: Jesús, mientras ora, se transfigura.
Domingo 3 Ex 3,1-8.13-15: «Yo soy». Presencia y liberación de Yahveh.
ICor 10,1-6.10-12: El camino de Israel por el desierto.
Le 13,1-9: Si no os convertís, todos pereceréis.
Domingo 4 Jos 5,9.10-12: La pascua en la tierra prometida.
2Cor 5,17-21: Dios nos ha reconciliado consigo en Cristo.
Le 15,1-3.11-32: El hijo pródigo.
Domingo 5 Is 43,16-21: Mirad que realizo algo nuevo y daré a beber
a mi pueblo.
Flp 3,8-14: Todo es pérdida comparado con el
conocimiento de Cristo.
Jn 8,1-11: La misericordia de Dios y el perdón de la
adúltera.

Del domingo de Ramos al miércoles santo:


Domingo de Ramos: procesión
Ciclo A: Mt21,1-11: Jesús aclamado en la entrada a Jerusalén.
Ciclo B: Me11,1-10: Jesús aclamado en la entrada a Jerusalén.
Ciclo C: Le19,28-40: Jesús aclamado en la entrada a Jerusalén.
Domingo de Ramos: Misa:
Is 50,4-7: Cántico del Siervo Sufriente.
Flp 2,6-11: Se anonadó a sí mismo y por eso Dios lo
levantó sobre todo.
CidoA: Mt 26,14-27,66 Pasión de Cristo.
Ciclo B: Me 14,1-15,47: Pasión de Cristo.
Ciclo C: Le 22,14-23,56 Pasión de Cristo
Lunes Santo: Is 42,1-7: El servidor paciente que salva a los cautivos.
Jn 12,1-11: María perfuma los pies del Señor.
Martes Santo: Is 49,1-6: Te hago luz de las naciones.
Jn 13,21-33.36-38 Traición de Judas.
Miércoles Santo:
Is 50,4-9 El sufrimiento que redime y salva.
Mt 26,14-25 Traición de Judas.
Primera etapa: Puesta en marcha. El miércoles de ceniza inaugura el
ayuno, la oración, la limosna. Recuerda el pecado y también la misericor­
dia. Temas centrales: humildad, caridad, sinceridad, oración, confianza, las
bienaventuranzas.
Segunda etapa:. Primera semana. De la tentación a la transfiguración,
o de la cruz a la gloria. Dos escenas típicas: el encuentro a solas con Dios
y con Satanás. La lucha del bien y el mal. Jesús nos enseña el modelo de
cuarentena escogiendo el reino por medio de la cruz. Salmo 90: el gran can­
to del día. Aquí encontraremos las oraciones más bellas del Antiguo Testa­
mento, episodios notables de la Biblia, curaciones y resurrecciones, gran­
des enseñanzas de Cristo.
Tercera etapa: Domingo «Alégrate». Reunión de la comunidad al ban­
quete eucarístico. Sentimiento de triunfo y alegría. El gran escrutinio tiene
lugar el miércoles. Entrega del símbolo, de los evangelios, del padrenues­
tro. Desde el viernes se lee el evangelio de San Juan: las peripecias de la lucha
entre la luz y las tinieblas.
Cuarta etapa:. Domingo de pasión. La persona de Jesús domina aho­
ra la escena. El gesto de la lapidación es el preludio del Gólgota.
Q uinta etapa: La fiesta de ramos inaugura la gran semana. Los últimos
acontecimientos son rememorados día a día y hora a hora. La Iglesia medi­
ta los sufrimientos del Redentor y se une a su pasión. Lo esencial de esta
semana está en la vigilia pascual. De esta forma toda la Iglesia, en la cua­
resma, se mueve a impulsos de Cristo y de sus sentimientos.

VI. MENSAJE Y MÍSTICA DE LA CUARESMA

a) El misterio del pecado y de la reconciliación


La cuaresma es esencialmente negación del pecado. El pecado sólo pue­
de ser entendido a la luz del amor de Dios. Es ruptura de relación, o al
menos, inconsecuencia con ella, con el Dios único que se revela como amor.
Es, también, violación de la ley y desobediencia; pero es, ante todo, rotura
de relación afectiva de los hijos con el Padre y de la esposa con el esposo.
En la revelación es descrito como rebelión de los hijos con el padre (Is
1,2; Jer 3,1-49), de adulterio y prostitución de la esposa infiel (Os 2,4; Jer
2,6-10) y una traición al amor (Jer 3,20; Ez 16,15-34).
Dominado por el mal deseo (Gen 6,5), y por la obstinación del cora­
zón pervertido (Jer 3,17), el mal está incrustado en el mismo corazón del
hombre y lo ofusca. Pretende conocer por su cuenta el bien y el mal (Gen
3,1-7) y pervierte su propia libertad. El pecado llega a ser el mal de Dios,
pues lo niega, y el mal del hombre, porque lo enferma y mata. Pervierte
todos los sentimientos humanos (Rom 1,24-32). Introduce la muerte (Rom
5,12-21; ljn 5,16-17). El misterio del pecado es la muerte de Cristo (Rom
6,10), libremente asumida (Jn 10,18) para redimirlo (Col 1,14). La recon­
ciliación sólo es posible por Cristo (Me 1,13). Jesús quiere el cambio de las
disposiciones del corazón (Mt 5,20-48). El Espíritu de Dios, recibido en el
bautismo, libera al hombre de la ley del pecado y de la muerte (Rom 8, 1-
14). La vida cristiana, y en concreto la cuaresma, es el combate dramático
entre el pecado y la gracia, la muerte y la vida, el amor y el odio, la luz y las
tinieblas. Jesús quita el pecado del mundo (Jn 1,29). Pecador es el que rehú­
sa creer en él (Jn 3,16), permanece voluntariamente ciego (Jn 9,40-41), y
rechaza las palabras de Jesús (Jn 12,48). La reconciliación sólo es posible en
Cristo (Col 1,20) en la medida en que nos configuramos con él (Rom 8,29),
con su muerte y resurrección (Flp 3,10; Rom 6,1-7). Éste es el fin de la cua­
resma.

b) Descubrir a Satanás y luchar contra él


Jesús luchó en el desierto contra el diablo. Los cristianos, en este tiem­
po, toman conciencia de la acción del «príncipe de las tinieblas», del «peca­
do del mundo», de las fuerzas instintivas del mal apostadas en la intimidad
misma del hombre. Meditan sobre las consecuencias del mal, el desorden
personal y social, los desequilibrios, la soledad, la insolidaridad, el indivi­
dualismo egoísta. La Iglesia recuerda la necesidad de la penitencia, de la
humildad, de la reconciliación. Pone a los fieles ante la seriedad de la vida
frente a las diversiones del m undo y dirige la ofensiva contra el pecado
por el ayuno y la oración.

c) El encuentro con Dios


Jesús se sumergió en la soledad para encontrarse a solas con el Padre.
Expulsó al demonio diciéndole «Adorarás a Dios sólo». Experimentó la vic­
toria sobre las seducciones mediante la oración. Así la Iglesia, al poner de
manifiesto el sentido e importancia del pecado, nos confronta con el amor
de Dios. Nos ayuda a encontrar la presencia divina, las sensibilidades del
Espíritu en nosotros, para dejamos iluminar, im pulsar, por un silencio
mayor, una humildad confiada, una oración más intensa.
La cuaresma nos pone en presencia de la persona de Jesús en el ejerci­
cio de la redención. Nos revela el secreto de su identidad maravillosa, nos
descubre sus sentimientos profundos, los móviles mas secretos de su cora­
zón, nos invita a participar de ellos, apropiándonos su persona, su vida, sus
sentimientos, sus acciones salvadoras, comulgando, copadeciendo, con­
muriendo y corresucitando unidos a él. Prevé la muerte y el triunfo y nos
invita a entrar en su misterio personal, para participar de la redención, iden­
tificándonos progresivamente con él.

e) El misterio de la cruz: un amor incondicional,


más fuerte que la muerte
En la medida en que avanza la cuaresma, la liturgia nos va introdu­
ciendo en el misterio de la cruz: el sufrimiento aceptado de lo que cuesta
enterrar nuestro hombre viejo y alumbrar el nuevo, un amor profundo al
prójimo aun en el supuesto de la ofensa y la enemistad, la vivencia de la gra-
tuidad frente al egoísmo ambiental, un amor verdaderamente sufrido, mise­
ricordioso siempre, a imitación de Cristo. La cruz de Cristo nos ayuda a
soportar con alegría porque nuestros sufrimientos son suyos, son una par­
ticipación de su misma pasión y muerte. Así el sacrificio muestra su cara
divina, positiva, reparadora. Nos ayuda a superar las pruebas de la vida, a
reparar los pecados del mundo, nos ayuda a comprender la grandeza de la
tragedia humana y el valor infinito de nuestro destino, a encontrar el ver­
dadero sentido del optimismo cristiano que se nutre de la esperanza segu­
ra y de la eficacia de la caridad.

f) La vida de la Iglesia y la celebración de la fe


La cuaresma nos muestra el valor inmenso de la comunidad, de las cele­
braciones de la fe, de la presencia misteriosa del Cristo celeste infundiendo
su Espíritu para incorporar a los fieles a su propio misterio. Impide el redui-
miento en devociones privadas y centra en la grandeza fascinante de la litur­
gia viviente de Cristo, Mediador siempre en acto, que incorpora a su Igle­
sia a su propia alabanza al Padre y a su misterio redentor de los hombres.
La Iglesia aparece así como el sacramento visible del Cristo invisible, la pro­
longación de su humanidad, de su sacrificio, de su mensaje. Los sacramen­
tos se revelan como acciones vivas de Cristo vivificando a su Iglesia, la cual
recorre las diferentes etapas de la vida del Señor: nacimiento, muerte, resu­
rrección, ascensión a los cielos, pentecostés.
g) La vida de caridad
La presencia del Señor, entre nosotros, es la presencia del amor de Dios.
Cristo mismo es el amor del Padre y la revelación de ese amor. Quien aco­
ge a Cristo, ama. Amar es haber nacido de Dios porque Dios es amor. Quien
ama, participa de Dios, le tiene y es tenido por él. La vocación cristiana es
la vocación al amor. Amar es la esencia misma de la vida cristiana. Toda
la «entrega» de Cristo no es sino la expresión de este infinito amor. La cua­
resma nos prepara para conmorir, concrucificarnos, corresucitar, injertados
en la persona misma de Jesús y en sus acciones redentoras. La vida nueva es
la muerte al egoísmo y la resurrección a una fraternidad cristiana.
2. LA CUARESMA, LA SALVACIÓN
POR LA CRUZ

La cuaresma representa una intensificación de la vida cristiana. Y la vida


cristiana radica esencialmente en el misterio de la cruz. La cruz preside nues­
tras estancias, y debe presidir también nuestro comportamiento. Pero ¿qué
es la cruz, no ya en su realidad exterior de símbolo, sino como significado
y contenido real concreto? ¿Qué sucede en el cristiano que vive práctica­
mente la cruz?

I. LA CRUZ, FUERZA DE DIOS


Y CLAVE DE LA VIDA CRISTIANA

1. T O D O PODER HUM ANO SUELE SER


GENERADOR DE VIOLENCIA

Los hombres conocemos un poder que se suele imponer venciendo por


la violencia de las armas, del dinero, de la razón, de la ideología, de cual­
quier tipo de superioridad. Im poner algo, vencer, aun legítimamente, a
alguien, siempre produce violencia, resentimiento. Implica derrota, anu­
lación, sufrimiento. Siempre que alguien vence, algo o alguien se pierde.
No suele darse una victoria tan limpia y completa que no implique detri­
mento de humanidad.

2. EL AM OR SUFRIDO C O M O FUERZA DE DIOS

Hay otro poder o fuerza, propio de Dios, que se realiza por caminos dia­
metralmente opuestos al ejercicio del poder de los hombres. El poder de Dios
no hace víctimas ajenas. Es el amor total, el amor sufrido que se manifiesta
en Cristo como más fuerte que la muerte. Vence por medio de una auto-
victimación de amor. Ama en el máximo desinterés propio, y en una soli­
daridad increíble que llega a apropiarse de los males de los otros, mediante
una gratuidad exuberante, afirmando y considerando a todos sin excepción.
Se necesita más fuerza para amar sufriendo, que para gritar odiando. Es más
fuerte el poder que perdona amando que el poder que condena y vence. Sólo
amamos cuando hemos sido capaces de sufrir por alguien. Una oración de
la liturgia dice: «Oh Dios que manifiestas tu omnipotencia sobre todo per­
donando y teniendo misericordia» (Domingo 26 del tiem po ordinario).

3. MIS PENSAMIENTOS
N O SON VUESTROS PENSAMIENTOS

Los hombres solemos confundir casi siempre la felicidad con el pla­


cer. Por eso aborrecemos el sufrimiento. Es, para nosotros, el mayor mal.
El sufrimiento, en el plan de Dios, entra en un marco distinto y superior.
Dios no quiere el mal, pero sigue amando a los malos. N o quiere el peca­
do, pero sigue amando a los pecadores. Dios ama a todos, siempre, en todo
caso, incondicionalmente. El amor de Dios suele escandalizar a los que tie­
nen medidas humanas de la justicia, o de la bondad...
Dios, amando, va más allá de lo meramente racional, o de la simple jus­
ticia, e incluso de aquellos que le representan. Todos los hombres solemos
estar dominados por un fuerte instinto de defensa propia, de nuestras perso­
nas y cargos. Nos domina también un fuerte sentido de la ley del taitón: ojo
por ojo, a tal falta tal castigo. Reaccionar con gratuidad exuberante en un con­
texto de competitividad o de adversidad, o incluso de maldad, esto es propio
sólo de los sentimientos característicos de Dios. «Porque no son mis pensa­
mientos vuestros pensamientos ni vuestros caminos son mis caminos» (Is 55,8).

4. LA PROTESTA CO N TRA EL SUFRIMIENTO


Y EL EXCESO DE LA JUSTICIA HUMANA

Muchos hombres protestan contra un mundo donde abunda el sufri­


miento. Se rebelan contra un Dios que permanece en silencio, sobre todo
ante el dolor de los inocentes; que, en el milagro, se deja conmover para
intervenir en la curación de una persona singular, por intercesión de un san­
to, y no se conmueve él para curar o salvar a millones de niños inocentes
que mueren de hambre y de injusticia. Camus protagoniza la protesta de
muchos en «La Peste»: Muere un niño. El sacerdote ha pedido la curación.
Pero el milagro no se realiza. Y el incrédulo dice: «ya ves; y sin embargo,
Dios no responde». Y añade que siempre rechazará una creación en la que
los inocentes son torturados. Muchos filósofos y literatos, ante Auschwitz,
y tantos otros holocaustos horrendos, han señalado que Dios, o no puede
o no quiere intervenir, y en ambos casos no es Dios.
La primera protesta contra el silencio de Dios ante las aguas turbulen­
tas del lago, símbolo de este mundo que genera tantos estremecimientos, es
la de los mismos apóstoles. Jesús duerme. Y los discípulos claman angus­
tiados: «Señor, ¿es que no ves que nos hundimos?» (Le 8,24). Ya el profe­
ta había encarnado este mismo clamor: «Despierta, despierta... revístete
de poderío, brazo de Yahveh... ¿no eres tú el que secó el mar?» (Is 51,9-10).
Los hombres solemos condenar con naturalidad excesiva. Necesitamos
condenar hasta para creernos justos, para justificarnos. Los cristianos nos
condenamos mutuamente, a veces, en el mismo ejercicio de la pastoral. Para
nada sirve un concilio que ha postergado definitivamente el anatema y se
expresa en un clima indudablemente pastoral. El amor de Dios no conde­
na. Condenar es un signo de debilidad. Porque todos, y no sólo unos pocos,
somos pecadores. La condena, dentro de la Iglesia, es un signo de debili­
dad. Todos estamos invitados a convencer amando.

5. LA CRUZ, FUERZA D E DIOS EN CRISTO

La fuerza de Dios es Cristo en la cruz. El poder de Cristo es el amor


sufrido. A nadie vence. Ante todos se humilla. Su éxito personal está en la
aceptación del fracaso propio. Su vida somos nosotros. En Cristo, la verdad
total es el amor sin límites.
Marcos, ya en el comienzo del evangelio quiere relatar el «Evangelio de
Jesucristo, Hijo de Dios» (Me 1,1). Es precisamente cuando Jesús expira en
la cruz el momento en que el centurión confiesa: «Verdaderamente este
hombre era Hijo de Dios» (Me 15,39). Evangelio, o buena noticia, era la
notificación de la entronización del rey. En este sentido, el Hijo de Dios
toma posesión de su señorío real en el trono de la cruz. Su especial relación
con Dios es descubierta en el momento de la mayor debilidad. Dios se reve­
la en la humillación del Hijo. Cristo es condenado como blasfemo no sólo
porque se decía Hijo de Dios, sino porque se consideraba enviado de Dios
precisamente mientras era escupido, ultrajado y masacrado ante el Sane­
drín. Para la mentalidad judía, Dios no podía soportar en silencio la humi­
llación de su enviado. Jesús rompe con esta idea dominante de Dios, entre
sus contemporáneos. Le dicen que baje de la cruz en nombre de Dios, pero
no baja. Dios no es ya el agente superpoderoso dedicado a garantizar la eli­
minación de las injusticias, como los hombres de todos los tiempos se ima­
ginan. Dios está para siempre con los humillados, en el núcleo mismo de
sus sufrimientos, en plena solidaridad con ellos.
Juan pone en boca de Jesús: «Cuando yo sea levantado de la tierra atrae­
ré a todos hacia mí» (Jn 12,32). La fuerza de Cristo actúa a través de la cruz.
Pablo escribe en ICor: «Mientras los judíos piden señales y los griegos
buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo
para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo
judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la
necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad
divina, más fuerte que la fuerza de los hombres» (lC o r 1,22-23). «No qui­
se saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado» (IC or 2,2).

6. CRISTO: EL AM OR DE DIOS EXPRESADO


EN EL EXTREMO DEL SUFRIM IENTO

A Cristo no le pueden entender los que le buscan desde la pura razón.


El amor de Dios no es la consecuencia de un proceso razonable. Dios no
distribuye su amor en la proporción de la justicia humana. No hay razones
que provoquen el amor gratuito de Dios. Nadie puede manipularlo. Dios
ama porque ama. Ama como Dios, no como los hombres. Si hubiese ama­
do desde la pura racionabilidad, su amor no sería como es. El amor de Dios
es historia, un acontecimiento que sucede y que adviene como don.
Cristo contempla el sufrimiento en un marco superior al de la razón
humana. Ve que el supremo mal del hombre es la pérdida de su propia iden­
tidad, el mal del corazón, la desfundamentación del sentido de la existen­
cia, su condición de vagabundo, alejado de la casa del Padre. Y él, ante esta
descomposición del hombre originada por el pecado o el error, ama al hom­
bre incondicionalmente, en su misma miseria más honda. No ama la ofen­
sa, pero sigue amando a los que le ofenden. Hace del perdón, de la cura­
ción del hombre, la razón de su misión (C f Le 4,18-19).
Protesta como nadie contra el dolor y el sufrimiento de todos los hom­
bres, sin excepción: de los que lo soportan, como es evidente, y de los que
lo causan, porque ellos mismos revelan más que nadie su mal de hum ani­
dad. Protesta desde la suma solidaridad, asumiendo en su propia carne todas
las consecuencias del egoísmo humano. Dios, en Cristo, no sólo no es cau­
sa del sufrimiento: es víctima del mal del mundo. Y lo asume libremente
no para denunciarlo, sólo, sino para vencerlo. Es la protesta más radical y
noble. Dios no se limita a protestar ni pretende intervenir en el mundo para
castigar a éstos o aquéllos. Hay quienes tienen las manos puras sencillamente
porque no tienen manos. No conocen sino la aparente solidaridad de las
palabras, pero no la de los hechos. Dios, en cambio, ha metido la mano
en la masa. Y se ha hecho, por nosotros, «pecado», «maldición», «cargado
con nuestras iniquidades». Su compromiso está lleno de desinterés de sí: un
desinterés que le hace descender de su condición divina, y hasta de su
condición de hombre normal, para apropiarse, libremente, de todos los
males, físicos, morales y de identidad transcendente, de todos los hombres.
Dios ama solidarizándose con los que sufren y asumiendo como propios sus
males. Sólo los que son sumamente solidarios se pueden encontrar con Cris­
to. Sólo los que tienen amor sincero pueden converger en él. Sólo le entien­
den los que aman a fondo perdido. Sería una desgracia que Dios oyera la
protesta de los que claman contra su silencio ante el sufrimiento.
El silencio de Dios no es la última palabra. El no intervencionismo de Dios
significa sólo que Dios rechaza las soluciones fáciles y parciales. Dios ama a
todos. Nadie puede coaccionar a Dios a enviar fuego sobre algunos, porque
también los que protestan son pecadores y necesitan misericordia. Es mayor
milagro la misericordia universal de Dios que la venganza justiciera que algu­
nos reclaman. Dios no quiere el mal ni el sufrimiento del hombre. La muerte
de Jesús no fue directamente querida ni por él -e l masoquismo no salva—, ni
por el Padre -que no es un verdugo-. El sufrimiento de Cristo es un amor supe­
rabundante. Y lo soporta por todos los hombres. Porque en este mundo no
hay inocentes y culpables. Todos somos pecadores. Su comprensión y perdón
del hombre tiene un marco más real y universal. Es amor de padre, de madre,
de amigo, de esposo, de Dios... Su última palabra no es la justicia, ni la pro­
testa, ni la condenación: es la reconciliación suprema y el amor sin límite.

II. ORIENTACIONES PARA DAR


MARCO ADECUADO A LA ORACIÓN

La cuaresma es el camino de la pascua. La liturgia nos va a recordar con


insistencia que «éste es el tiempo de la salvación» ¿Qué podemos hacer?

1. SOBREPASAR EL ESTANCAMIENTO EN LA RUTINA

La mayor insistencia de las recomendaciones para este tiempo santo


es la conversión y mortificación. A pesar del evidente proceso de seculari­
zación, todavía podemos advertir cuán profundamente caló este espíritu de
penitencia en el pueblo creyente, ya desde los orígenes, consagrando cos­
tumbres milenarias en la misma sociedad civil de los pueblos de Europa.
Mayor sobriedad de vida, una caridad solidaria más exigente, prácticas pia­
dosas penitenciales, etc., constituían el espíritu con el que era vivido este
tiempo santo.
Nosotros, para resituar el sentido de la conversión en su raíz, centra­
mos nuestra atención en la persona de Cristo, en el misterio de nuestra
incorporación a él.

2. LA VIDA EN CRISTO

La fe nos dice que no sólo somos cristianos, sino que somos Cristo,
Cuerpo Místico de Cristo. Él ascendió a los cielos, y sin embargo, perma­
nece vivo para siempre con nosotros. Retiró su visibilidad biológica, cor­
poral, histórica, pero permanece misteriosamente presente a través de los
signos sagrados de la Escritura, de los sacramentos, de la comunidad cre­
yente.
Son no pocos los cristianos que todavía tienen la atención retenida en
«aquel» cuerpo físico de Jesús, representado en imágenes artísticas o imagi­
narias. En la medida en que se hallan fijados en «esa» imagen exterior de
Cristo, hacen inviables los caminos de la fe, pues se relacionan con un cuer­
po ahora inexistente, al que quieren seguir viendo, tocando, probando y
comprobando. Ante esta actitud habría que preguntarse ¿qué significa
creer hoy? La respuesta nos diría que creer no es encontrar «aquel» cuer­
po, sino su presencia «real», hoy, en la forma que el mismo Señor deter­
minó para encontrarnos con él. Él, ausente de nosotros en su forma física,
quiso quedarse presente de modo misterioso en la Escritura, en el pan, en
la comunidad que los acoge y comulga.
Una visión maravillosa de la fe contempla en unidad indisociable el
cuerpo escriturístico de Cristo (Cristo-Palabra, las escrituras), su cuerpo
eucarístico (eucaristía) y su cuerpo místico (la Iglesia, las asambleas cele­
brantes). No son tres, sino una misma realidad. El cuerpo místico, nosotros,
no somos otra cosa que el resultado de la Escritura y del pan compartidos,
comulgados, asimilados. Cristo está verdaderamente presente en la palabra
(SC 7). La Iglesia ha venerado siempre la escritura al igual que el cuerpo
eucarístico del Señor. El «pan de vida» ha significado siempre tanto el evan­
gelio como la eucaristía. Más todavía: no hay manducación sacramental del
pan allí donde no hay manducación espiritual de la palabra. Pues comemos
el pan en la fe y mediante la fe. La palabra revela lo que el sacramento hace,
de la misma manera que el sacramento realiza lo que la palabra anuncia.
Palabra y sacramento son inseparables. Cristo, siempre el mismo e indivi­
sible, se nos da en el pan a nosotros en la forma que la palabra proclama,
para que nosotros nos unamos a él progresivamente.
La vida cristiana consiste en «que Cristo tome forma en vosotros» (Gál
4,19). El cristiano, la comunidad reunida, se congrega para realizarse como
cuerpo de Cristo: «formamos un mismo cuerpo los que nos alimentamos
de un mismo pan» (¡C or 10,17), y para expresarlo en nuestras vidas como
«carta de Cristo escrita no con tinta sino con el Espíritu de Dios vivo, no
en tablas de piedra sino en las tablas de carne del corazón» (2 Cor 3,3). La
comunidad auténtica no es sólo «observante» o «comprometida», sino «cris­
tiana».
Aquí radica toda la teología de San Pablo cuando describe la vida cris­
tiana como el proceso de reproducción, a lo vivo, de la persona y vida del
Señor en nosotros. «Estamos vivificados en Cristo» (Col 2,13), crucificados
con él (Gál 2,19), muertos en él (2Cor4,10), sepultados con él (Col 2,12),
resucitados con él (Col 3,1), sentados en los cielos con él (Ef 2,5-6). El Vati­
cano II dice: «Conmemorando así los misterios de la redención... en cier­
to modo se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles poner­
se en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación» (SC 102).

3. PASIÓN DE CRISTO HOY EN EL M U N D O

Es tan real nuestra incorporación a Cristo que la celebración de los mis­


terios de la vida del Señor, en nosotros, nos hace contemporáneos de Cris­
to, sujetos activos de su pasión. Nuestro sufrimiento tiene la calidad de
ser pasión de Cristo. Cristo prolonga su misterio redentor en nosotros. Una
Iglesia que sólo proclamase la muerte del Señor en los medios, en las doc­
trinas y verdades, pero no en su propia vida, no tiene nada que decir al mun­
do. Los textos paulinos son sorprendentes.
«Me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo
en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo, en favor de su cuerpo, que es
la Iglesia» (Col 1,24).
«¿Es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fui­
mos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bau­
tismo en su muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre
los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos
una vida nueva. Porque si nos hemos hecho una misma cosa con él por una
muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección se­
mejante; sabiendo que nuestro hom bre viejo fue crucificado con él...»
(Rom 6,3ss).
«Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de
Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuer­
po» (2 Cor 4,10).
Jesús había dicho terminantemente a Pedro, que no comprendía la locu­
ra de la cruz: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mis­
mo, que tome su cruz y me siga» (Mt 16,24).

4. LA CRUZ DE LA VIDA REAL

El realismo de la pasión de Cristo en sus miembros es impresionante.


Estamos en el acontecimiento central de la fe. N o caben reduccionismos.
Sólo la cruz salva y redime. Resulta ridicula, acaso escandalosa, una repre­
sentación puramente ornamental, o puramente ritual de la pasión del Señor
que no conlleva el realismo de su actualización sacramental, psicológica y
social en nosotros su cuerpo. He ahí un drama trágico en los cristianos de
hoy. Celebramos celebraciones. Pero no celebramos la pasión de Cristo
en nuestras vidas poniendo amor en el corazón de las violencias de este mun­
do. Veamos algunos espacios donde la pasión de Cristo nos reclama:

a) En la comunidad creyente
— No permanecer instalados placenteramente en las devociones popu­
lares, aun cuando sean sin duda recomendables. Madurar y hacer
madurar la fe en una piedad más netamente cristiana y cristocén-
trica (basada en la Biblia y en la liturgia).
— Saber encarnar una Iglesia más evangelizada y más evangelizadora,
más sanante y misionera, más presente en los grandes problemas
de los hombres (culturales, políticos, sociales, económicos), en la
que los alejados y marginados reciban continuamente de nosotros,
los creyentes, «buenas noticias».
— Una comunidad que, aun sabiéndose unida a Cristo, segura y fir­
me en él y en la asistencia del Espíritu, no se juzga impecable, irre­
formable, sino que reconoce justamente la infinita unión y, a la vez,
la infinita distancia con Cristo, y que sabe sacrificar sus segurida­
des, su propio cuerpo y prestigio (Flp 2,5-8), el templo y el sába­
do (Me 2,27) y la ley (Gál 5,18), en favor de los hombres.
— Una comunidad con amor y respeto infinitos a la auténtica tradi­
ción originante y continuada del evangelio, de los sacramentos, del
magisterio, pero también con fidelidad absoluta a una expresividad
hodierna e inteligible para los alejados de nuestro tiempo, siendo
reconciliación, sanación, solidaridad, amor gratuito, en las situa­
ciones de egoísmo, de violencia, de pecado social y personal, de
nuestro mundo.
— Una Iglesia que aparece como ofertadora de la libertad verdadera
y no como amenaza de la misma; proclamadora de salvación, de
alegría, de paz, y no de defensa propia y de condenación.
— Una Iglesia que no se detiene en los aspectos disciplinares y ritua­
les, sino que, respetándolos con cariño, se centra más bien en el sig­
nificado y contenido evangélicos y originales de las celebraciones
de la fe.
— Una Iglesia en la que el carisma ministerial o servicial de los sacer­
dotes impulsa con decisión y gozo el protagonismo celebrativo,
espiritual, de la comunidad entera, que hace presente y actual en
el mundo la persona y el sacrificio de Cristo en favor de la comu­
nidad mundial de los hombres, ofreciendo y ofreciéndose ella mis­
ma con Cristo.

b) En la sociedad civil

— No a la irresponsabilidad social, a la inacción y el escapismo.


— No a los que suplantan y no representan.
— No a la corrupción, al amiguismo, al favoritismo partidista.
— No a la mentira, al engaño, a la demagogia.
— N o al dinero fácil, a los derechos sin deberes, a la pretensión de
recibir sin dar.
— No a la defensa de lo propio, con detrimento de la comunión uni­
versal, de los más pobres.
— No al capital salvaje, sin visión humanizadora y personalizadora.
— No a la demagogia sindical cuando no tiene en cuenta la salvación
de la empresa.
— No a los sistemas que matan la idea en favor del interés.
-—• No a la ideología que suplanta la verdad, o al partidismo que igno­
ra el bien común.
— No a cualquier tipo de ambición, de poder, que no da prioridad de
atención a los más pobres.
— No a los regionalismos excluyentes que desequilibran, crispan, y
ofenden, porque ignoran siempre la solidaridad, la universalidad,
la razón y la fe.
3. CUARESMA:
LAS GRANDES PLEGARIAS DE LA BIBLIA,
DEL MISAL Y DE LA TRADICIÓN ESPIRITUAL

I. LOS GRANDES TEMAS DE LA CUARESMA

En diversos lugares de este método de renovación de la vida cristiana


«RE-VI-BE» se encuentran los grandes temas de la cuaresma-pascua:

* el pecado,
* la conversión-reconciliación,
* el corazón «puro»,
* la misericordia de Dios,
* la redención de Cristo,
* vencedor por medio de la victimación,
* el memorial de la alianza eterna,
* pueblo sacerdotal y sacrificio existencial,
* el am or de Dios,
* el amor a Dios,
* el amor fraterno,
* el perdón y la misericordia en Dios y en nosotros,
* gracia y gratuidad,
* la verdad en sinceridad,
* la madurez evangélica en las relaciones y comunicaciones,
* las bienaventuranzas,
* la cruz o el am or sacrificado,
* la negación del egoísmo,
* afrontamiento del egoísmo inconsciente histórico, personal y social,
* la solidaridad social,
* la animación de la sociedad, de la cultura y de la economía en los
valores evangélicos.
II. ORACIONES DE LA LITURGIA EUCARÍSTICA

Para la oración personal o comunitaria, pueden ser utilizadas las ora­


ciones de las misas del tiempo de cuaresma y de pasión. Transcríbimos algu­
nas.

Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para


que nuestro trabajo comience en ti, como en su fuente, y tienda siempre a
ti, como a su fin. (Colecta, jueves después de ceniza)

Confírmanos, Señor, en el espíritu de penitencia con que hemos empe­


zado la cuaresma; y que la austeridad exterior que practicamos vaya siem­
pre acompañada por la sinceridad del corazón. (Colecta, viernes después
de ceniza)

Recibe, Señor, este sacrificio de reconciliación y alabanza; que su efi­


cacia nos purifique de nuestros pecados para que podamos presentamos a
ti como ofrenda agradable a tus ojos. (Oración sobre las ofrendas, sába­
do después de ceniza)

Después de recibir el pan del cielo que alimenta la fe, consolida la espe­
ranza y fortalece el amor, te rogamos, Dios nuestro, que nos hagas sentir
hambre de Cristo, pan vivo y verdadero, y nos enseñes a vivir constante­
mente de toda palabra que sale de tu boca. (Oración postcomunión, pri­
mer domingo)

Concédenos la gracia, Señor, de pensar y practicar siempre el bien, y


pues sin ti no podemos ni existir ni ser buenos, haz que vivamos siempre
según tu voluntad. (Colecta, jueves semana primera).

Señor, tú que amas la inocencia y la devuelves a quien la ha perdido,


atrae hacia ti nuestros corazones y abrásalos en el fuego de tu espíritu, para
que permanezcamos firmes en la fe y eficaces en el bien obrar. (Colecta,
jueves 2a semana)

Señor, Dios nuestro, que, por medio de los sacramentos, nos permi­
tes participar de los bienes de tu reino ya en nuestra vida mortal; dirígenos
tú mismo en el camino de la vida, para que lleguemos a alcanzar la luz en
que habitas con tus santos. (Colecta, sábado 2a semana)
Señor, Dios nuestro, que concedes a los justos el premio de sus méri­
tos y a los pecadores que hacen penitencia les perdonas sus pecados, ten
piedad de nosotros y danos, por la humilde confesión de nuestras culpas,
tu paz y tu perdón. (Colecta, miércoles 4a semana)

Señor, tú que en nuestra fragilidad nos ayudas con medios abundantes,


concédenos recibir con alegría la salvación que nos otorgas y manifestarla
a los hombres con nuestra propia vida. (Colecta, viernes 4a semana)

Te rogamos Señor Dios nuestro, que tu gracia nos ayude, para que
vivamos siempre de aquel mismo am or que movió a tu Hijo a entregarse a
la muerte por la salvación del mundo. (Colecta, 5o Domingo)

Escucha nuestras súplicas, Señor, y mira con am or a los que han pues­
to su esperanza en tu misericordia; limpíalos de todos sus pecados, para
que perseveren en una vida santa y lleguen de este modo a heredar tus pro­
mesas. (Colecta, jueves 5a semana)

Dios todopoderoso, mira la fragilidad de nuestra naturaleza y, con la fuer­


za de la pasión de tu Hijo, levanta nuestra débil esperanza. (Colecta lunes santo)

Señor, Dios nuestro, Jesucristo, tu Hijo, al derramar su sangre por nos­


otros, se adentró en su misterio pascual; recuerda, pues, que tu ternura y
tu misericordia son eternas, santifica a tus hijos y protégeles siempre. (Colec­
ta, viernes santo)

III. ANTÍFO NAS

Las antífonas de las misas y de la oración de las horas de este tiempo


de cuaresma constituyen un material m u y rico para nutrir la oración per­
sonal y comunitaria. Proponemos algunas:

«Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, Señor, cierras los


ojos a los pecados de los hombres, p ara que se arrepientan. Amas a todos
los seres y no odias nada de lo que has hecho; a todos perdonas, porque
son tuyos, Señor, amigo de la vida» (M isa, miércoles ceniza).

«Limpia, Señor, mi pecado» (Misa, ceniza).


«Oh Dios, crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro con
espíritu firme» (Misa, jueves ceniza).

«Escucha, Señor, y ten piedad de mí, Señor, socórreme» (Misa, viernes


ceniza).

«Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia, por tu gran compa­


sión vuélvete hacia mí» (Sábado, ceniza).

«Como están los ojos de los esclavos fijos en los ojos de sus seño­
res, así están nuestros ojos en el Señor Dios nuestro, esperando su mise­
ricordia. Misericordia, Señor, misericordia» (Misa, lunes semana I)

«Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas, pues


los que esperan en ti no quedan defraudados. Salva, oh Dios, a Israel de
todos sus peligros» (Misa, miércoles semana I).

«Señor, ensancha mi corazón oprimido y sácame de mis tribulaciones.


Mira mis trabajos y mis penas y perdona todos mis pecados» (Misa, vier­
nes semana I).

«Oigo en mi corazón: «buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor;


no me escondas tu rostro. N o rechaces con ira a tu siervo» (Misa, domin­
go 2).

«N o me abandones, Señor, Dios mío, no te quedes lejos; ven aprisa a


socorrerme, Señor mío, mi salvación» (Misa, miércoles semana 2).

«Tengo los ojos puestos en el Señor, porque él saca mis pies de la red.
Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido» (Misa, domin­
go 3).

«Señor, tú eres de verdad el Salvador del mundo, dame agua viva; así
no tendré más sed» (Misa, domingo 3).

«Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mió; inclina el oído y


escucha mis palabras. Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra
de tus alas escóndeme» (Misa, martes semana 3).

«Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu pre­


sencia» (Misa, miércoles semana 3).
«El publicano, quedándose atrás, se golpeaba el pecho diciendo: ¡oh
Dios!, ten compasión de este pecador» (Misa, sábado semana 3).

«Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he peca­


do contra el cielo y contra ti» (Misa, domingo 4).

«Yo confío en el Señor. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. Te


has fijado en mi aflicción» (Misa, lunes semana 4).

«Oíd, sedientos todos, acudid por agua también los que no tenéis dine­
ro: venid, bebed de balde» (Misa, martes semana 4).

«Mi oración se dirige a ti, Dios mío, el día de tu favor, que me es­
cuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude» (Misa, miércoles sema­
na 4).

«O h Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder. O h Dios,


escucha mi súplica, atiende a mis palabras» (Misa, viernes semana 4).

IV. SALMOS: APELACIÓN A LA MISERICORDIA DIVINA


Y CONVERSIÓN DEL CORAZÓN

SALM O 6: Apelación a la misericordia de Dios en la experiencia de la enfer­


medad y del pecado.

S eño r, n o m e c o rrija s co n ira ,


n o m e castigues c o n c ó le ra .
Misericordia, Señor, que desfallezco,
cura, Señor, mis huesos dislocados.
Tengo el alma en delirio,
y tú, Señor, ¿hasta cuándo?
Vuélvete, Señor, liberta mi alma,
sálvame, por tu misericordia:
porque en el reino de la muerte nadie te invoca,
y en el abismo, ¿quién te alabará?
Estoy agotado de gemir,
de noche lloro sobre el lecho,
riego mi cama con lágrimas...
Apartaos de mí los malvados,
porque el Señor ha escuchado mis sollozos;
el Señor ha escuchado mi súplica,
el Señor ha aceptado mi oración.
Q ue la vergüenza abrume a mis enemigos,
que, avergonzados, huyan al momento.

SALM O 31: Acción de gracias por el perdón del pecado.

Dichoso el que está absuelto de su culpa,


a quien le han sepultado su pecado,
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito...
Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado...
Tú eres mi refugio: me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación.
Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir,
fijaré en ti mis ojos...
Alegraos, justos, y gozad con el Señor,
aclamadlo los de corazón sincero.

SALM O 37: Súplica en el dolor confesando el pecado a Dios

Señor, no me corrijas con ira,


no me castigues con cólera...
N o tienen descanso mis huesos
a causa de mis pecados;
son un peso superior a mis fuerzas;
mis llagas están podridas
y supuran por causa de mi insensatez ...
En ti, Señor, espero, y tú me escucharás,
Señor, Dios mío...
Yo confieso mi culpa,
me aflige mi pecado;
mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos los que me aborrecen sin razón...
N o me abandones,
Señor, Dios mío no te quedes lejos;
ven apr*¡sa a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.

SALM O 50: Confesión de culpa y apelación a la misericordia divina

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,


por tu inmensa compasión borra mi culpa,
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás ¡nocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme o ír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
O h Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
¡Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío!
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen,
si te ofreciera un holocausto no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado,
un corazón quebrantado y humillado
tú no lo desprecias.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

SALM O 101: Lamentación y súplica en la desgracia y confianza en la restau­


ración divina

Señor, escucha mi oración,


que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro
el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mí,
cuando te invoco, escúchame enseguida...
Levántate y ten misericordia de Sión,
que ya es hora y tiempo de misericordia...
Que el Señor ha mirado
desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos,
y librar a los condenados a muerte,
para anunciar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén;
cuando se reúnan unánimes los pueblos
y los reyes, para dar culto al Señor.

SALM O 141: Súplica al Señor en la tentación

A voz en grito clamo al Señor,


a voz en grito suplico al Señor,
desahogo en él mis afanes,
expongo ante él mi angustia,
mientras me va faltando el aliento.
Pero tú conoces mis senderos,
y que en el camino por donde avanzo
me han escondido una trampa...
A ti grito, Señor, te digo;
«tú eres mi refugio
y mi lote en el país de la vida».
Atiende a mis clamores,
que estoy agotado,
líbrame de mis perseguidores,
que son más fuertes que yo.
Sácame de la prisión,
y daré gracias a tu nombre:
me rodearán los justos,
cuando me devuelvas tu favor.

SALM O 142: Súplica en la prueba y la persecución y apelación a la miseri­


cordia divina que libera del enemigo.

Señor, escucha mi oración,


tú que eres fiel, atiende a mi súplica;
tú que eres justo, escúchame.
N o llames a juicio a tu siervo,
pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti...
Escúchame enseguida,
Señor, que me falta el aliento.
N o me escondas tu rostro,
igual que a los que bajan a la fosa.
En la mañana hazme escuchar tu gracia,
ya que confío en ti.
Indícame el camino que he de seguir,
pues levanto mi alma a ti.
Líbrame del enemigo, Señor,
que me refugio en tí.
Enséñame a cumplir tu voluntad,
ya que tú eres mi Dios.
Tu espíritu, que es bueno,
me guíe por tierra llana.
Por tu nombre, Señor,
consérvame vivo, por tu clemencia,
sácame de la angustia,
por tu gracia, destruye a los enemigos,
aniquila a todos los que me acosan,
que siervo tuyo soy.
V. OTROS SALMOS
RESPONSORIALES DE LA CUARESMA

Todos los salmos responsoriales de las misas de cuaresma tienen un


contenido ideal para profundizar en el espíritu de conversión y de recon­
ciliación. Son palabra de Dios que Dios mismo pone en nuestros corazo­
nes. Es Dios hablando y amando a Dios. A continuación mencionamos algu­
nos de los salmos responsoriales de cuaresma fijando la atención en aquellos
versículos que nos hablan de la misericordia de Dios y de la conversión del
hombre, con grandeza de sentimientos. Esta plegaria es más que suficien­
te para ayudarnos a una oración profunda y enriquecedora.

SALM O 85: Súplica en tiempo de peligro (Sábado después de ceniza).

Enséñame, Señor, tu camino,


para que siga tu verdad.
Inclina tu oído Señor, escúchame,
que soy un pobre desamparado,
protege mi vida, que soy un fiel tuyo,
s alva a tu siervo que confía en ti.
Tú eres mi Dios; piedad de mí,
Señor, que a ti te estoy llamando todo el día,
alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti.
Porque tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi suplica.

SALM O 24: Apelación a la ternura de Dios. (Primer domingo).

Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad,


para los que guardan tu alianza.
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas,
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.
Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas.
Acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor.
SALM O 129: Súplica en la experiencia de la culpa y confianza en la miseri­
cordia y redención divinas (Vienes semana 1).

Desde lo hondo a ti grito,


Señor, Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora,
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y el redimirá a Israel de todos sus delitos.

SALM O 32: (Domingo segundo).

Q ue tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros como lo esperamos de ti.

SALM O 26: Confianza ante elpeligro (Domingo segundo).

El Señor es mi luz y mi salvación.


Escúchame, Señor, que te llamo,
ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro».
Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro:
no rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio

SALM O 30: Súplica confiada de un afligido (Miércoles, semana 2).

S á lv a m e , S eñ o r, p o r tu m iserico rd ia.
A tus manos encomiendo mi espíritu.
Tú, el Dios leal, me librarás.
Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: T ú eres mi Dios’.
En tu mano están mis azares:
líbrame de los enemigos que me persiguen.

VI. HIMNOS BÍBLICOS

ISA ÍA S 12,1-6: Acción de gracias por el perdón y salvación que ofrece el


Señor

T e doy gracias, Señor,


porque estabas airado contra mí,
pero ha cesado tu ira
y me has consolado.
Siendo Dios mi salvador,
confío y no temo
porque mi fuerza y poder es el Señor,
él fue mi salvación.
Sacarás agua con gozo
del manantial de la salvación.
Aquel día recitaréis:
Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso.
Tañed para el Señor,
que hizo proezas,
que las conozca toda la tierra;
grita jubilosa, Sión, la princesa,
que es grande en medio de ti el Santo de Israel.

ISAÍAS 33,13-16: Lejos del Señor está el caos. E l que obra rectamente, está
seguro.

Los lejanos, escuchad lo que he hecho;


los cercanos, reconoced mi fuerza.
Temen en Sión los pecadores,
y un temblor agarra a los perversos:
«¿Quién de nosotros habitará un fuego devorador,
quién de nosotros habitará una hoguera perpetua?»
El que procede con justicia y habla con rectitud
y rehúsa el lucro de la opresión,
el que sacude la mano rechazando el soborno
y tapa su oído a propuestas sanguinarias,
el que cierra los ojos para no ver la maldad:
ése habitará en lo alto,
tendrá su alcázar en un picacho rocoso,
con abasto de pan y provisión de agua.

ISAIAS 61,10-62,5 La reconciliación es como el amanecer de un día de boda.


Impresionante visión nupcial de la alianza.

Desbordo de gozo con el Señor,


y me alegro con mi Dios:
porque me ha vestido un traje de gala
y me ha envuelto en un manto de triunfo,
como novio que se pone ía corona
o novia que se adorna con sus joyas.
Com o el suelo echa sus brotes,
como un jardín hace brotar sus semillas,
así el Señor hará brotar la justicia
y los himnos, ante todos los pueblos.
Por amor de Sión no callaré,
por amor de Jerusalén no descansaré,
hasta que rompa la aurora de su justicia
y su salvación llamee como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia,
y los reyes, tu gloria;
te pondrán un nombre nuevo
impuesto por la boca del Señor.
Serás corona fúlgida en la mano del Señor
y diadema real en la palma de tu Dios.
Ya no te llamarán «la abandonada»
ni a tu tierra «la devastada»
a ti te llamarán «mi preferida»
y a tu tierra «la desposada»,
porque el Señor te prefiere a ti,
y tu tierra tendrá marido.
Com o un joven se casa con una doncella,
así te desposa el que te construyó,
la alegría que encuentra el marido con su esposa
la encontrará tu Dios contigo.

ISAÍAS 66,10-14: La reconciliación: cántico alborozado al nuevo pueblo mesiá-


nico.

Festejad a Jerusalén,
gozad con ella, todos los que la amáis;
alegraos de su alegría,
los que por ella llevasteis luto,
mamaréis a sus pechos
y os saciaréis de sus consuelos,
y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes.
Porque así dice el Señor.
«Yo haré derivar hacia ella,
como un río, la paz;
como un torrente en crecida,
las riquezas de las naciones.
Llevarán en brazos a sus criaturas,
y sobre las rodillas las acariciarán,
como a un niño a quien su madre consuela,
así os consolaré yo,
y en Jerusalén seréis consolados.
Al verlo, se alegrará vuestro corazón,
y vuestros huesos florecerán como un prado».

JEREM IAS 14, 17-21: Lamentación por la infidelidad del pueblo y confe­
sión de la culpa.

Mis ojos se deshacen en lágrimas,


día y noche sin cesar,
por la terrible desgracia de la capital de mi pueblo,
por su herida incurable.
Salgo al campo: muertos a espada;
entro en la ciudad: desfallecidos de hambre;
profetas y sacerdotes recorren el país a la ventura.
¿Por qué has rechazado a Judá
y sientes asco de Sión?
¿Es que nos has herido sin remedio?
Se espera mejoría y no hay bienestar,
al tiempo de curarse sobreviene el delirio.
Señor, reconocemos nuestra culpa
y los delitos paternos;
te hemos ofendido.
Por tu nombre, no nos rechaces,
no desprestigies tu trono glorioso,
recuerda tu alianza con nosotros, no la rompas.

EZEQUIEL 36, 24-28: Retorno del cautiverio y renovación del corazón en


la tierra nueva.

Os recogeré por las naciones,


os reuniré de todos los países
y os llevaré a vuestra tierra.
Derramaré sobre vosotros un agua pura
que os purificará:
de todas vuestras inmundicias e idolatrías
os he de purificar.
Os daré un corazón nuevo
y os infundiré un espíritu nuevo;
arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra
y os daré un corazón de carne.
Os infundiré mi espíritu
y haré que caminéis según mis preceptos
y que pongáis por obra mis mandamientos.
Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres;
vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.

FILIPENSES 2,6-11: Confesamos a Cristo como nuestra redención y glorifi­


cación.

Cristo, a pesar de su condición divina,


no se aferró a su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tom ó la condición de esclavo,
haciéndose uno de tantos.
Así, presentándose como simple hombre,
se abajó, obedeciendo hasta la muerte
y muerte en cruz.
Por eso Dios lo encumbró sobre todo
y le concedió el título que sobrepasa todo título,
de modo que a ese título de jesús
toda rodilla se doble
-e n el cielo, en la tierra, en el abismo-
y toda boca proclame que Jesús, el Mesías, es Señor,
para gloria de Dios Padre.

COLOSENSES1,12-20: Himno a Cristo redentor del hombrey Señor del uni­


verso.

Demos gracias a Dios Padre,


que nos ha hecho capaces de compartir
la herencia del pueblo santo en la luz.
El nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
Él es imagen de Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque por medio de él fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres,
visibles e invisibles,
tronos, dominaciones, principados, potestades;
Todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio,
el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres:
los del cielo y los de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.

1 PEDRO 2,21-24: E l Cristo sufriente, nuestra liberación y modelo.

Cristo padeció por nosotros,


dejándonos un ejemplo
para que sigamos sus huellas.
Él no cometió pecado
ni encontraron engaño en su boca;
cuando lo insultaban, no devolvía el insulto;
en su pasión no profería amenazas;
al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente.
Cargado con nuestros pecados, subió al leño,
para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.
Sus heridas nos han curado.

Vil. OTRAS ORACIONES DE PETICIÓN DE PERDÓN

Y O C O N FIESO
Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a Santa María siempre virgen,
a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos,
que Intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.

SEÑOR M ÍO JESUCRISTO
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero,
Creador, Padre y Redentor mío:
por ser vos quien sois, Bondad Infinita,
y porque os amo sobre todas las cosas,
me pesa de todo corazón haberos ofendido;
también me pesa porque podéis castigarme
con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia,
propongo firmemente nunca mas pecar,
confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amen.

C O N T R IC IÓ N DE C O R A Z Ó N
N o me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor,
muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor,
y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno te temiera.
N o me tienes que dar porque te quiera;
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

O R A C IÓ N DEL RITUAL
Dios omnipotente y misericordioso,
que nos has reunido en nombre de tu Hijo
para alcanzar misericordia
y encontrar gracia que nos auxilie.
Abre nuestros ojos para que descubramos
el mal que hemos hecho;
mueve nuestro corazón,
para que, con sinceridad,
nos convirtamos a ti.
Q ue tu amor reúna de nuevo a quienes dividió
y dispersó el pecado;
que tu fuerza sane y robustezca
a quienes debilitó su fragilidad,
que el Espíritu vuelva de nuevo a la vida
a quienes venció la muerte;
para que, restaurado tu amor en nosotros,
resplandezca en nuestra vida
la imagen de tu Hijo,
y así, con la claridad de esa imagen,
resplandeciente en toda la Iglesia,
puedan todos los hombres
reconocer que fuiste tú
quien enviaste a Jesucristo,
Hijo tuyo y Señor nuestro. Amén.
1. Ejercicio práctico de meditación profunda

LA DICHA DE LA CRUZ,
EL AMOR GOZOSO Y ESPECÍFICO
DE CRISTO Y LOS CRISTIANOS

La cruz sólo puede entenderla quien ha entrado en la dimensión con­


templativa del evangelio, e l q u e es ric o en D io s y h a e x p e rim e n ta d o su
p o d e r y su g ra c ia . El que vive ya en sintonía y connaturalidad plena con
Dios porque se deja hablar, iluminar y mover por él. Sólo aquél a quien
se le ha concedido mucho amor. La cruz es un asunto de amor. Es el modo
de amar propio de Dios.
Sólo la cruz es el poder de la Iglesia, de la jerarquía, del apostolado, de
los fieles...

I. EL T E S T IM O N IO DE JESÚS

({C o m e n z ó Jesús a m a n ife s ta r a sus d iscípu los q u e é l d e b ía ir a


J e ru salén y s u frir m u c h o d e p a r t e d e los a n c ia n o s , los sum os s a c e r­
d o te s y los escribas, y ser c o n d e n a d o a m u e rte y re s u c ita r a l te r c e r
d ía. T o m á n d o le a p a r te P e d ro se puso a re p re n d e rle d icien d o : ((¡Lejos
de ti, S eñ o r! ¡D e nin g ú n m o d o te su cederá eso!». P e ro él, volviéndose
d ijo a P ed ro : ((¡Q u íta te d e m i vista S a ta n á s ! ¡T ro p ie z o eres p a r a m í,
p o rq u e tus p ensam ien to s n o son los de Dios, sino los de los hom bres!».
E nto nces d ijo Jesús a sus discípulos: ((Si a lg u n o q u ie re v e n ir en pos de
m í, niéguese a sí m ism o, to m e su cru z y sígam e. P o rq u e q u ien q u ie ra
s a lv a r su v id a la p e rd e rá , p e ro q u ien p ie rd a su vid a p o r m í, la en co n ­
tr a r á » ( M t 16,21-25).
2. Q U É ES LA C R U Z

La cruz no es únicamente un momento puntual de la vida de jesús. Es


la dimensión fundamental de toda su vida. La cruz de Cristo es la máxi­
ma afirmación de los otros en el propio anonadamiento. Es un amor sor­
prendente, maravilloso, radical, incondicionado. Nadie amó así. Es c o n ti­
n u a r a m a n d o d o n d e n o rm a lm e n te e l a m o r se q u ie b ra e n to d o s . Es
una locura de amor. Un amor sin límites. Q ue nunca falla, nunca se amor­
tigua, nunca se desvanece. Lo que los hombres jamás imaginaron. En la
cruz, lo directamente expresado es un amor grande. El sufrimiento no es
sino la comprobación de la seriedad de ese amor. Los más grandes y gene­
rosos amantes, desearían este am or sublime, en la amistad, en el m atri­
monio, etc.
Lo más dichoso que ha podido ocurrir en nuestra vida es la cruz de Cris­
to, que él haya m uerto de am or p o r nosotros. La cruz no es una ejecu­
ción, sino una entrega libre: « N a d ie m e q u ita la v id a ; yo p o r m í m ism o
la d o y » (Jn 10 ,18). En la cruz Dios renunció a presentarse ante nosotros en
la imagen de Dios, en cierto sentido abdicó de Dios, se anonadó a sí mismo
tomando la imagen de un amante enamorado. Más: perdonó todo y a todos.
En la cruz se unen el odio más profundo, el nuestro, y el máximo amor, el
de Dios. La cruz es « e l a b ra z o d e D io s con los verdugos d e su U n g id o »
(Viernes Santo). La fuerza de Dios está en perm itir que se le ataque. Es el
amor total, el amor de Dios. El sufrimiento por amor está en el sentido pro­
fundo de la vida cristiana: « O sufrir o m orir» (Sta. Teresa).

3. C RISTO ASUME SOLIDARIAM ENTE NUESTROS MALES

Las expresiones neotestamentarias son impresionantes:


« L le v ó s o b re e l m a d e r o n u e s tro s p e c a d o s e n su c u e r p o a fin
d e q u e , m u e rto s a nuestros p e c a d o s , v iv ié ra m o s p a r a la ju s tic ia » (I
Pe 2,24).

« A q u ie n n o co n o c ió e l p e c a d o D io s lo h iz o p e c a d o p o r nosotros
p a r a q u e viniésem os a ser ju s tic ia d e D io s en é l» (2 C o r 5 ,2 1).

« C ris to nos re s c a tó d e la le y h a c ié n d o s e é l m ism o m a ld ic ió n p o r


n o so tro s» (Gál 3 ,13).

« D io s e n v ió a su H ijo c o m o v íc tim a d e p ro p ic ia c ió n p o r n u es­


tros p e c a d o s » ( IJn 4 ,10).
4. V O L U N T A R IE D A D Y ALEGRÍA EN LA MUERTE DE C R U Z

« L a p ru e b a d e q u e D io s nos a m a es q u e C ris to , sien d o n osotros


to d a v ía p e c a d o re s , m u rió p o r n o so tro s» (Rom 5,8).

« N a d ie t ie n e m a y o r a m o r q u e éste d e d a r la v id a p o r los am igo s»


On 15,13).

« C o n un b a u tis m o h e d e s e r b a u tiz a d o y ¡c ó m o e s to y a n g u s tia ­


d o h a s ta q u e se c u m p la !» (Le 12,50).

« S o p o r tó la c ru z sin te n e r e n c u e n ta la ig n o m in ia » (H eb 12,2).

5. SUPLICAR LA V IV E N C IA G O Z O S A DE LA C R U Z
EN NUESTRA V ID A

« C u a n d o os in ju rie n , a le g ra o s y re g o c ija o s » (M t 5 ,12).

« A le g ra o s en la m e d id a e n q u e p a rtic ip á is d e los s u frim ie n to s de


C ris to , p a r a q u e ta m b ié n os a le g ré is a lb o ro z a d o s e n la re v e la c ió n
de su g lo ria » (I Pe 4 ,13).

« C o n s id e ra d c o m o un g ra n g o zo ... e l e s ta r ro d ead o s p o r to d a c la ­
se de p ru e b a s » (Sant 1,2).

« C o n C ris to esto y c ru c ific a d o , y vivo, p e ro n o yo, es C ris to q u ien


vive en m í» (Gál 2 ,19-20).

« S u p lo en m i c a rn e lo q u e f a lt a a la p as ió n d e C ris to » (Col 1,24).

« D io s m e lib re de g lo ria rm e si n o es en la cru z de n u estro S e ñ o r


Jesucristo, e n la c u a l e l m u n d o e s tá c ru c ific a d o p a r a m í y yo p a r a e l
m u n d o » (Gál 6,14).

6. LA PASIÓN DE C R ISTO EN MÍ: LA M Á X IM A A FIR M A C IÓ N


DE LOS O TR O S

«R evestio s, p u es, d e e n tra ñ a s d e p a c ie n c ia , s o p o rtá n d o o s unos a


otros, y p erd o n á n d o o s m u tu a m e n te si alg u n o tie n e quejas c o n tra o tro .
C o m o e l S e ñ o r os p e rd o n ó , p e rd o n a o s ta m b ié n vosotros» (Col 3 ,12ss).
« L a c a rid a d es p a c ie n te ... to d o lo s o p o rta » ( I C o r 13).

«Por tanto, yo os p id o p o r el estímulo d e v iv ir e n C ris to , p o r e l


c o n s u e lo d e l a m o r, p o r la c o m u n ió n en e l E s p íritu , p o r la e n tr a ñ a ­
b le c o m p a s ió n , q u e co lm éis m i a le g ría sien d o to d o s d e l m ism o s en tir,
co n u n m ism o a m o r, un m is m o e s p íritu , unos m ism os s e n tim ie n to s .
N a d a h ag áis p o r riv a lid a d , n i p o r v a n a g lo ria , sino con h u m ild a d , con­
s id e ra n d o c a d a c u a l a los d e m á s c o m o s u p e rio re s a s í m is m o , bus­
c a n d o c a d a c u a l n o su p r o p io in te ré s , sin o e l d e los d e m á s . T e n e d
entre vosotros los m ism os s e n tim ie n to s q u e tu v o C ris to : e l c u a l, sien­
d o d e c o n d ic ió n d iv in a ...s e d e s p o jó d e s í m ism o t o rn a n d o c o n d ic ió n
d e s ie rv o ... y se h u m illó a s í m is m o o b e d e c ie n d o h a s ta la m u e r te y
m u e rte d e c ru z ...» (Flp 2 ,1ss).

7. EL SUFRIMIENTO POR A M O R , S IG N O DE LA FUERZA »


Y DEL PODER DE DIOS

Ser capaces de amar hasta el sufrimiento es un signo de que estamos


místicamente poseídos por Cristo. Sólo en él, en su fuerza, podemos acep­
ta r el sufrimiento que cuesta amar. «M i fuerza, mi única fuerza, es ser
místico» (Teilhard).
El sufrimiento es signo de que uno ha alcanzado la divina receptivi­
dad. Supone que uno ha entrado en un orden superior y que su compor­
tamiento tiene una modalidad divina. El sufrimiento sólo es posible cuando
alguien se ha dejado amar por Dios y está emocionado por ello.
Dios llama a todos a la perfección del amor. Pocos llegan a alcanzarla.
La razón es lo mucho que estamos apegados a nosotros mismos. El recha­
zo del sufrimiento es imperfección, inmadurez, distancia de Dios. Es falta
de gratuidad, de generosidad, de entrega. Las purificaciones llamadas «pasi­
vas», las que Dios hace en el hombre, nos dicen hasta qué punto Dios quie­
re transformamos en él. C ierto sufrimiento existe porque Dios es Padre y
nos quiere en él y como él. Ni un solo místico ha dejado de ser purifica­
do por Dios. Nosotros no tenemos capacidad para purificamos a fondo.
Sólo el fuego transforma el leño en fuego. Sólo la luz intensa descubre las
manchas, todas las manchas. «En pieza donde entra mucho sol no hay tela­
raña escondida» (Sta. Teresa).
La capacidad y alegría por el sufrimiento supone la rebeldía converti­
da en receptividad. Es señal del dominio del Espíritu ayudando a superar el
estancamiento de la voluntad. Es prueba de que está resuelto, o en vías
de solución, el dilema egoísmo-gratuidad. E l a m o r sufrido no es algo in h u ­
m a n o , sino s o b re h u m a n o . Elimina nuestra dificultad de madurar. Rom­
pe el techo de nuestra incapacidad de crecer en el am or y gratuidad. Es
Dios obrando en nosotros sin nosotros. Sólo él puede ayudamos a supe­
rar nuestras resistencias conscientes y subconscientes, externas e internas.
Es la suprema victoria del am or de Dios en nosotros: «Todo esto viene de
Dios. Pues a vosotros se os ha concedido la gracia de que por Cristo...
no sólo creáis en él, sino que también padezcáis por él» (Flp 1,28ss).

8. PARA LA O R A C IÓ N P R O FU N D A

Toma uno de los textos anteriores. Piensa en una situación difícil tuya.
Comulga con el texto. Aplícatelo del todo. El te x to es Cristo. N o es sólo
documento, porque Cristo no está muerto: es «el Viviente» eterno. Y su
palabra es siempre viva. Contempla a Cristo en la cruz. Entra dentro, en el
corazón. Mira cuánto am or tiene hasta superar con gozo el sufrimiento.
Ponte en su sitio. Siéntete Cristo en el momento de su oblación. Aporta
tus sufrimientos. Considera que Cristo los asume, y se los apropia, para
que tengan la calidad de ser su misma pasión. Ante el texto sagrado,

S a i d e ti, de tu egoísmo y comodidad.


C a m in a h a c ia él. N o le niegues nada.
P erm anece to d o en é l, prolongando su pasión.
S ié n te te n u ev o e n él. Pide tener un gran corazón, mayor que el sufri­
miento que cuesta amar y superar la cobardía.
2. Ejercicio práctico de meditación profunda

CUARESMA,
«CONVERTÍOS A MÍ DE TODO CORAZÓN»

La cuaresma, originalmente no se polariza en la mortificación del hom­


bre, sino en la iniciativa del Padre para reconciliamos gratuitamente en su
Hijo, como expresión de su inmensa misericordia. Es don y gracia. A nos­
otros se nos pide colaborar en nuestra conversión. Conversión, en el fon­
do, es dejar a Dios ser el Dios de mi vida.

I. DEL PEC AD O A LA G R A T U ID A D

El Padre nos invita a la conversión. Una conversión que ha de ser cada


vez más profunda, descendiendo al fondo del corazón, según la gracia y
nuestra capacidad de cooperar con ella.
Debemos, primero, proyectar luz sobre nuestro pecado: nuestra capa­
cidad de egoísmo ilimitado, de soberbia y presunción, de ambición des­
piadada, de deshonestidad, engaño y autoengaño, de nuestra potencialidad
de odio, hostilidad y abuso de los demás, unas veces de forma persuasiva,
otras de forma brutal. Capacidades latentes, escondidas bajo una varie­
dad de actitudes virtuosas aparentes, de nuestro «Satanás vestido de ángel
de luz» (2 C o r 11,14). Poner al desnudo las falsas racionalizaciones y jus­
tificaciones, las proyecciones de nuestro mal en los otros, que nos atan a
un mundo de falsedad y autoengaño, en los que lo real es que huimos de
amar en serio.
Debemos conocer y reconocer nuestras tentaciones de escondernos
de los demás, de alejarnos de ellos por falsas diferencias, de servimos de
ellos por egoísmo, de eliminarlos, o de situarnos sobre sus pecados para
estar sobre ellos.
Deberíamos pedir luz para conocer nuestras sensualidades, la tenta­
ción de hacer ídolos de nuestros propios sentidos. Nuestras posesividades:
deseos de poseer el afecto o la admiración de los otros, su elogio y adhe­
sión. Nuestra mente divinizada que idolatra las propias ideas o razones para
conquistar a los demás, que las usa como arma para humillar o rebajar a
los otros, elevándonos a nosotros mismos. N uestro egocentrismo, que
transforma en absoluta nuestra persona en detrimento de los demás, mani­
pulando su pensamiento, exigiendo adhesión y culto a nuestra persona.
Hay zonas oscuras del hombre donde acontecen procesos psicológi­
cos que son velad as situ acio n es d e egoísm o, que no vienen a la luz por­
que hemos incurrido en un estancamiento de la voluntad en un pacto más
o menos implícito de confundir la verdad con nuestra comodidad o con
nuestras costumbres rutinarias. Frecuentemente generamos violencia físi­
ca o moral. Ahí radica el aspecto oscuro de la mente o el mundo de nues­
tro inconsciente colectivo e histórico. Nos defendemos con la excusa de
una mente social en la que todos hacen lo mismo. Nos medimos con los
hombres, no con Dios y su modo de amar. N o nos agrada la luz.
En todo esto nos oponemos a Dios, negamos a Cristo y el modo mise­
ricordioso y perdonador de su redención. Ejercemos la concupiscencia to r­
pe del poder y nos hacemos idólatras de nosotros mismos. N o vivimos de
la fe sino de nosotros mismos. Absolutizamos nuestra voluntad. Trans­
formamos nuestras necesidades en oportunidades para el diablo.

2. EL M O D O CAR AC TER ÍSTIC O DE CRISTO


DE PERDO NAR EL PEC AD O

Los hombres condenamos con naturalidad excesiva. Necesitamos con­


denar para creernos justos, para autojustificamos. Condenar es un signo
de debilidad. Porque todos, y no unos solos, somos pecadores. Y sólo halla­
rá perdón aquél que perdona. La fuerza de Dios es la cruz, el amor sufri­
do. El perdón es auténtico cuando suscita la alegría gozosa de quien se sien­
te perdonado. La verdad última y definitiva no es la condenación de nadie,
sino el amor sin límites. El cielo de Dios es la alegría del perdón: «Hoy m ás
a le g ría en e l c ie lo p o r un p e c a d o r q u e se c o n v ie rte q u e p o r n o v e n ta
y n u ev e ju s to s q u e n o tie n e n n ece s id a d de conversión» (Le 15,7).
Esto sólo Dios puede hacerlo. Marcos, en el comienzo de su escrito, se
propone relatar «el evangelio del Hijo de Dios». Al final, cuando describe
al Hijo muerto en la cruz hace decir al Centurión: «Verdaderamente este
hombre era Hijo de Dios» (1 5,39). La singular condición de Cristo como
Hijo de Dios es descubierta en el momento de la máxima debilidad. D io s se
re v e la en la h u m illa c ió n d e su H ijo p o rq u e es p re c is a m e n te en la cru z
d o n d e C risto se re c o n o c e co m o su H ijo y en viad o . La cruz es el amor de
Dios, la seriedad de su amor. Dios quiere, en Cristo, triunfar del pecado
mediante la fortaleza de la humillación, desde la fu e rz a d e s u frir y a m a r
en silen cio p e rd o n a n d o , e je rc ie n d o la m is e ric o rd ia en e l c o ra z ó n mis­
m o de la o fen sa. N o d e n u n c ia e l m a l. Lo as u m e c o m o p ro p io , cas ti­
g á n d o lo en su p ro p io cuerpo, haciéndose é l m ism o « m ald ic ió n » , « p e c a ­
d o » , p o r nosotros, p o n ién d o se en n u estro lugar. «Llevó sobre el madero
nuestros pecados en su cuerpo a fin de que, muertos a nuestros pecados,
viviéramos para la justicia» ( I Pe 2,24). « A q u ie n n o c o n o c ió e l p e c a d o
D io s lo h izo p e c a d o p o r nosotros p a r a q u e viniésem os a ser ju s tic ia de
D io s e n é l» (2C or 5 ,2 1) . « C risto nos rescató d e la le y haciéndose é l mis­
m o m a ld ic ió n p o r n o so tro s» (Gál 3 ,13). N o juega a limpio o a juez, para
vencer y tener la razón contra nosotros. La humillación voluntaria de Dios,
su silencio ante la injusticia no es su última palabra: la última palabra es la
misericordia universal, el perdón incondicionado. Es más fácil odiar que amar.
Es más heroico perdonar y sufrir callando que condenar y aplastar. El odio
es la cobardía de los débiles. E l a m o r sufrido es la fo rta le z a d e Dios. Dios,
en Cristo, crea un orden nuevo, una justicia nueva. En los condenados Cris­
to está ahora sufriendo. Siempre que generamos sufrimiento, Cristo es quien
lo sufre. «A mí me lo hicisteis» (M t 25,40).
Dios, en su H ijo, « c o n d e n ó el p e c a d o e n su c a r n e » (Rom 8 ,1-4).
La muerte de Cristo es un juicio al mundo en el que Dios hace justicia con
la injusticia. El juicio va a ser en el Hijo una muerte de amor. Y el juicio va
a ser para los hombres una absolución de misericordia. Dios ama siempre.
N o condena nunca. Es pura gracia y misericordia. « E l q u e n o se reservó
a su p r o p io H ijo , a n te s b ie n le e n tre g ó p o r to d o s n o s o tro s , ¿cóm o
no nos d a rá g ra c io s a m e n te en é l to d a s las cosas?... ¿ Q u ién ac u s a rá a
los elegidos de Dios? D io s es q u ie n ju s tific a . ¿ Q u ién nos co nd en ará? »
(Rom 8,32ss). Nadie puede dispensarse del amor y de la misericordia, ante
el testimonio de Cristo. Nadie, si no es en el autoengaño, puede condenar
a nadie. Todos necesitamos el perdón. Y Dios «ejercerá un juicio sin mise­
ricordia para quien no practicó misericordia. La misericordia se siente supe­
rior al juicio» (Sant 2 ,13). « B ie n a v e n tu ra d o s los m isericordiosos p o rq u e
ello s a lc a n z a r á n m is e ric o rd ia » (M t 5,7). « R e v e s tio s d e e n tra ñ a s de
m is e ric o rd ia » (Col 3 ,12).

3. LA R E C O N C IL IA C IÓ N Y LA FIDELIDAD,
EL D E FIN ITIV O D O N DE DIOS

La necesidad de conversión y reconciliación es absoluta, incondiciona­


da. Y sin embargo, nosotros no podemos convertimos sin él. El capítulo más
impresionante de la revelación del amor misericordioso de Dios estará en
el hecho de que la co nvergen cia y fid e lid a d fin a l d e to d o s c o n to d o s y
d e to d o s con D io s, será don especialísim o de su g ra c ia . « T e desposa­
ré co n m ig o en fid e lid a d , y tú conocerás a Yahveh» (Os 2 , 16 - 18). «Los
m o n te s se c o rre rá n , y las colinas se m o verán , m ás m i a m o r d e tu la d o
n o se a p a r t a r á . .. d ic e Y a h v e h q u e tie n e c o m p a s ió n d e t i » (Is 54, 4-
10). La mayor ofensa a Dios es no creer en su amor. R e c ib im o s a m o r en
la m e d id a en q u e c re e m o s en e l a m o r d e D ios y d e v o lv e m o s a m o r.
Quien se aferra a su propia justicia, y juzga y condena, abandona la fe en
un Dios cuya característica más saliente es el amor misericordia. El men­
saje del Cantar y del Apocalipsis habla de la irreversibilidad e invencibili­
dad del amor de Dios. Ya no es sólo el amor que él da, sino el am or que res­
ponde en la misma forma e intensidad en que él lo ofrece. Ya no tiene sentido
ni la obstinación de quien no ama, ni el juicio de quien condena. Para Israel,
y para la Iglesia, la eternidad es la seguridad del amor de Dios que triunfa
sobre la infidelidad, la malignidad y la condenación de los hombres.

4. LOS NIVELES DE LA CONVERSIÓN

La conversión es don de Dios. N o porque nos arrepentimos nos per­


dona, sino que porque nos perdona nos arrepentimos. « A m a m u c h o p o r­
que se le p e rd o n ó m u ch o . A q u ien m ucho se le p e rd o n a a m a m u c h o »
(Le 7,47). La conversión es radicalmente reconciliación. Pero es él quien
nos reconcilia. N o basta arrepentimos de los actos malos, ni de las malas
actitudes. Com o el fuego penetra en el madero convirtiéndolo en fuego,
así el am or de Dios entra en nosotros purificando. Desechar la gracia de
la conversión es pecado contra el Espíritu Santo (M t 12,31).
Con la gracia ordinaria el hombre debe convertir sus actos y actitudes.
Cada uno de nosotros sabemos nuestros folios y la raíz de los mismos. Dios
quiere hacer algo en nosotros y con nosotros y debemos colaborar con él
convirtiéndonos de corazón. El Señor apela al amor sufrido como com­
probación de nuestra autenticidad creyente. Y entonces nos prueba con
las contradicciones. E l m o d o c ó m o reaccion am o s nos re v e la h a s ta q u e
p u n to e stam o s id e n tific a d o s con D io s y su a m o r o co n n u estro s in te ­
reses egoístas.
El evangelio y los escritos apostólicos dan la impresión de que la ver­
d a d e ra a le g ría sólo es posib le en la exp erien cia s o rp re n d e n te d e l sufri­
m ie n to a c e p ta d o p o r a m o r. Las mismas bienaventuranzas son estados de
felicidad apoyados en las situaciones más humillantes y sufridas. Los textos
son increíbles: « C u a n d o os in ju rie n , alegraos y re g o c ija o s » (M t 5 ,12).
« C o n s id e ra d c o m o u n g ra n g o z o ... e l e s ta r ro d e a d o s p o r t o d a clase
d e p ru e b a s » (Sant 1,2). « D io s m e lib re d e g lo ria rm e si n o es e n la cruz
d e n u estro S e ñ o r Jesucristo, en la c u a l e l m u n d o está c ru cificad o p a ra
m í y yo p a r a e l m u n d o » (Gál 6 ,14). Esto es excesivo para quienes toda­
vía no se han sentido amados por Dios y están emocionados por ello. Ser
cap aces d e a m a r h a s ta e l s u frim ie n to , a firm a n d o a l o tro en la p ro p ia
d e s a firm a c ió n , n o sólo es im ita c ió n d e C ris to , sino p a rtic ip a c ió n de
su c ru z . « S u p lo en m i c a rn e lo q u e f a l t a a la p a s ió n d e su c u e rp o
q u e es la Ig le s ia » (Col 1,24). Jesús « s o p o rtó la c ru z sin te n e r en cu en ­
ta la ig n o m in ia » (Heb 12,2). Quien asi ama da muestras de que está pasan­
do del egoísmo a la gratuidad.
Es una experiencia irrefutable que nosotros no podemos purificarnos
activamente por nosotros mismos y porque Dios nos ama, nos purifica.
Som os egoístas h asta p ra c tic a n d o la o ra c ió n y la c arid ad . Estamos muy
apegados a nosotros y a las cosas. Y nosotros no podemos despegarnos
de ellas. Sólo Dios puede hacerlo. Las noches del alma son situaciones de
sufrimiento superior en las que Dios mete el cuchillo para cortar nues­
tras falsas identificaciones y adherencias. «A los q u e a m o los re p re n d o y
c o r r ijo » (Ap 3 , 19). Pueden obedecer a causas externas o internas: una
enfermedad, todo aquello que nos aplasta, las acusaciones, difamaciones y
calumnias, los odios, violencias físicas o morales, los reveses sociales, pro­
fesionales, emotivos, afectivos. La enfermedad. Los insultos. Es entonces
cuando se pone a prueba nuestra capacidad de resistencia para ver si tie­
ne más fuerza el amor que el tem or. Pocos salen triunfantes de estas prue­
bas porque implican un sufrimiento que puede llegar hasta la experiencia
del infierno. Todos los santos han pasado por ellas. N o hay santidad sin
sufrimiento. L a cru z es e l a c to p o r e x c e le n c ia d e l c re c im ie n to y d e l des­
a r r o llo , d e l p ro g re s o v e rd a d e ro . Es la a n iq u ila c ió n d e la d ific u lta d
d e tra s c e n d e r. Es la v e rd a d e ra ascensión d e l ser. N o es a lg o in h u m a ­
no, sino s u p ra h u m a n o . Cristo fue ejecutado por la injusticia. Los márti­
res, los santos confesantes de la fe en momentos difíciles, etc. hicieron ver­
dad que sólo amamos según el evangelio cuando somos capaces de sufrir
por alguien. Santa Teresa, San Juan de la C ruz, Rafaela Porras, la madre
Rafols, experimentaron pacientemente la injusticia. Q u ie n n o h a su frido
n o tien e to d a v ía a u te n tific a d a su fe . L a n o c h e u o s c u rid a d es e l m a r ­
co a d e c u a d o , e l ú n ic o , p a r a e l a b a n d o n o e n D io s . Es necesario que
Dios nos retire los apoyos para que sólo nos apoyemos en él. Quien no
conoce la cruz permanece en el amor propio.
Podríamos interrogarnos en esta cuaresma c ó m o re a c c io n a m o s en
n u estras co n tra d ic c io n e s , a la m a n e ra d e C ris to o a n u e s tra m a n e ra ,
crucificándonos voluntariamente o crucificando violentamente a los otros.
La prueba ha dejado en el camino a muchedumbres de débiles o medio-
eres. A ejércitos de renegados de la caridad, de la fe, de la vocación. Recor­
demos en estos últimos años el abandono del sacerdocio, de la vida reli­
giosa, de la práctica de la fe... El número de alejados es inmenso. La culpa
está muy repartida entre los que fallaron a su fidelidad y los que causaron
un sufrimiento innecesario e injusto.
Los que permanecen fieles aso n los q u e v ien en d e la g ra n tr ib u la ­
c ió n ...» (Ap 7 .14).

5. T E X T O PARA C O M U L G A R EN LA O R A C IÓ N

a V u e s tra c a r id a d sea sin fin g im ie n to ; d e te s ta n d o e l m a l, a d h i­


rié n d o o s a l b ie n ; a m á n d o o s c o r d ia lm e n te los unos a los o tro s ; esti­
m a n d o en m ás c a d a u n o a los dem ás; co n un ce lo sin neglig en cia; con
e s p íritu fervo ro so ; sirvien d o a l Señor; co n la a le g ría d e la e s p e ra n za ;
c o n s ta n te s e n la tr ib u la c ió n ; p e rs e v e ra n te s e n la o ra c ió n ; c o m p a r­
tie n d o las necesidades d e los santos; p ra c tic a n d o la h o sp ita lid a d . Ben­
d e c id a los q u e os p e rs ig u e n , n o m a ld ig á is . A le g ra o s c o n los q u e se
a leg ran ; llo ra d con los q u e llo ra n . T e n e d un mismo s e n tir los unos p a ra
con los o tro s; sin c o m p la c e ro s en la a ltiv e z ; a tra íd o s m ás b ie n p o r lo
h u m ild e ; n o os c o m p la zc á is en v u e s tra p r o p ia s a b id u ría . Sin d e v o lv e r
a nadie m a l p o r m a l.; procurando e l b ie n a n t e to d o s los h o m b re s ;
en lo p o s ib le , y e n c u a n to d e v o s o tro s d e p e n d a , e n p a z c o n to d o s
los hom bres; n o to m a n d o la ju s tic ia p o r c u e n ta vuestra, queridos míos,
d e ja d lu g a r a la C ó le ra , p u es dice la E scritura: m ía es la ven g a n za ; yo
d a ré e l p a g o m e re c id o , d ic e e l S e ñ o r. A n te s a l c o n tra rio : si tu e n e ­
m igo tie n e h am b re, d ale de c o m e n y si tie n e sed, d a le de b eb en hacién­
d o lo así, a m o n to n a rá s ascuas sobre su c a b e za . N o te dejes ven c e r p o r
e l m a l; a n te s b ie n , vence a l m a l con e l b ie n » (Rom 12,9-21).

SALGO DE Mí. V O Y A TI. T O D O EN TI. N U E V O POR TI.


3. Ejercicio práctico de meditación profunda

«EL PADRE LE VIO CUANDO ESTABA LEJOS


Y SE CONMOVIERON SUS ENTRAÑAS»

I. LA PASCUA: LA PATRIA DE LA ID E N T ID A D

Cada año vuelve la primavera y, con ella la Pascua. La Pascua es la prima­


vera cristiana. N o es un tiempo natural. Es Alguien que se hace presente reno­
vando todo en la luz de una vida nueva. N o la crea el hombre. O curre como
don y gracia. L a Pascua es la v e n id a de C risto resu c ita d o p a r a re n o v a r a
la co m u n id ad c ris tia n a en su p ro p ia resurrección, para ayudar al hombre
a recuperarse como imagen de Dios. La pascua de Cristo es la única fiesta cris­
tiana, la fiesta total. La primera comunidad no celebró otra cosa. Pero la pas­
cua, a partir de Jesús, es una vida que procede de la muerte al hombre viejo.
He ahí el sentido de la cuaresma: recomponer al hombre mediante la peni­
tencia y la conversión para recuperar la patria de su propia identidad.

2. EL R E T O R N O DEL HIJO P R Ó D IG O : EL HOMBRE DE LA


M O D E R N ID A D Y P O S T M O D E R N ID A D

La parábola que m ejor revela el sentido de la cuaresma es la del hijo


pródigo. Éste somos nosotros, y de forma muy singular es el hombre con­
temporáneo. El hombre actual ha abandonado el hogar de su identidad tras­
cendente. Se ha roto él mismo como imagen de Dios. N o sólo tiene pro­
blemas. Él mismo se ha convertido en el mayor de los problemas. La noción
del hombre se ha desintegrado.
Para el hombre moderno el camino de la certeza ya no es Dios, sino
la razón. Y la razón se forma mediante las certezas que proporciona la expe­
riencia. Así nace el método experimental, alma de la cultura moderna.
Un gigantesco movimiento de secularización y emancipación, sin pre­
cedentes en la historia, se ha rebelado contra la superestructura tradicio­
nal «sobrenatural» de la fe cristiana. Pretendió prim ero armonizar la fe y
la razón. Posteriormente se limitó a tolerarla. Finalmente se tornó rabio­
samente anticlerical. El antropocentrismo sustituyó al teocentrismo. De
este modo nació en la Iglesia la tercera y mayor catástrofe de su historia,
la separación entre fe y cultura, entre la Iglesia y el hom bre m oderno,
tragedia mayor que la separación del oriente en el siglo xn y la del protes­
tantismo en occidente en el siglo xvi.
La civilización fundada sobre la idea del deber hacia Dios es sustituida
por una civilización fundada ahora sobre el derecho humano. Se construye
una política sin derecho divino, una moral sin revelación, una religión sin
dogmas ni misterios, un conocimiento únicamente apoyado en la experiencia.
El nuevo orden pasa de la reforma pacífica a la violencia revolucionaria. El
hombre va quedando en manos de su propio destino, en la desolación de la
nada, ante el fatalismo de una naturaleza mecánica, fría, inmisericorde.
Rousseau se rebela no sólo contra le fe, sino contra la ciencia y la civi­
lización como causa de los males del hombre: la corrupción, amor al lujo,
sed de ganancia, lucha de egoísmos, desigualdad social. Propugna abando­
nar la cultura y retornar a los instintos primitivos de la naturaleza. D ar-
win concibe al hombre desde abajo, como producto de un proceso fisio-
químico, no desde arriba o desde la fe. O tro s ven al hom bre como un
fenómeno puramente conductista, fruto del aprendizaje ante las necesi­
dades primarias. O tros lo ven como un fenómeno proveniente de las con­
diciones meramente sociales. Feuerbach formula una concepción mate­
rialista del hombre. Straus afirma que Dios no es más que una proyección
del hombre. M arx ve al hombre como producto de una pura coyuntura
económica. Nietzsche dice que la vida es un absurdo. Dios ha m uerto.
N o hay absolutamente ninguna verdad. Se impone el nihilismo como con­
vencimiento del sinsentido de la realidad. Sartre concluye que el hombre
es una pasión inútil. La nueva ola biologista y bioquímica dice que el hom­
bre es puro azar de combinaciones genéticas, un percance intranscenden­
te de la naturaleza que es el único protagonista de la vida. El alma no es
sino la mente y ésta es reducible al cerebro. Esta «m uerte» del hombre
es la más dura impugnación que haya podido sufrir la fe religiosa.
El hombre moderno es un ser sin hogar. Ha olvidado su origen y su
meta. Dios no es ya ni afirmado ni negado: sencillamente ha dejado de ser
problema. El hombre actual se siente solo. Se ha cobijado en el mito del
bienestar material, el nuevo ídolo, el más universal de la historia. E stá
h a c ie n d o la e x p e rie n c ia d e los m e d io s en e l s ile n c ia m ie n to d e los
fines. Sólo interesa consumir más, disfrutar más, obtener mayor rendi­
miento. Se produce por producir. Se crean nuevas necesidades ficticias.
N o hay tiempo para el cultivo del espíritu. Todo está dominado por la
superficialidad, la vana charlatanería y el ciego interés.
En la humanidad postmoderna hay una nueva actitud vital centrada
en el desapego de la fe y en el desencanto de la razón, de la política, de
las ideologías. Es un estilo de pensamiento, una forma de sentir y ser. Una
nueva mentalidad y cultura sensual, sexista, burda, pragmática, sibarita, domi­
na la calle, los medios de comunicación, los espectáculos, las conversacio­
nes. Se han roto las formas tradicionales de pensar, de vestir, de convivir
y de ser. Nos hallamos en el mar abierto, sin horizonte fijo ni fundamento.
Se vive en la d e s fú n d a m e n ta c ió n d e to d o . El hombre actual está asen­
tado en la indeterminación, la discontinuidad, el pluralismo teórico y ético.
Nos encontramos en la legitimación de la violencia, de las ideas y proyec­
tos de la mentalidad tradicional, de la omnímoda libertad sexual, de nuevas
formas de matrimonio y familia. Ya no hay criterios para caminar y vivir. Es
un nuevo género de vida, de pensamiento, de valores, de religión y de fe.
Se vive una libertad cautiva.
Esta situación de crisis afecta también a los cristianos. Ellos h a n h e re ­
d a d o las fo rm a s d e re lig io s id a d d e a y e r y n o h a n a s u m id o la fe des­
d e e l c o n te x to c u ltu ra l q u e les to c a vivir. Fueron catequizados, pero no
han sido evangelizados. Han perdido los modelos tradicionales de su iden­
tidad religiosa y no han madurado en una fe viva y actual. La vida cristiana
como respuesta a la palabra de Dios y como vivencia del misterio de Cris­
to ha sido sustituida por las devociones populares, una especie de religio­
sidad a la carta. En ella se adoran construcciones de manos humanas que
brotan más bien de la pura afectividad. N o raramente representan una reli­
gión intimista, afectiva y maravillosista, consecuencia del olvido de la Biblia
y de la liturgia. Los cristianos no acabamos de creer que el actual vacío de
Dios en nuestro mundo, m ás q u e a u s e n c ia d e D io s es n e g a c ió n d e
fo rm a s cad u c a s de fe . N o hemos sido capaces de alcanzar una actitud
confesante postmoderna. N o nos hemos percatado de que vivimos un
mom ento propicio para salir de la cerrazón, quitar falsas adherencias y
arriesgamos a una nueva evangelización.

3. «EL PADRE LE V IO DE LEJOS Y SE LE C O N M O V IE R O N


LAS ENTRAÑAS»

El hombre actual es el hijo pródigo que se fue de la casa paterna. Es


también ahora el caminante dejerusalén a je ric ó herido por los asaltan­
tes del camino (Le 10,29). ¿Dónde está ahora el padre que «le vio de lejos»
(¿quién se a c u e rd a h o y de los alejad o s? ), que «se e n te r n e c e en sus
e n tra ñ a s y le a b ra z a lle n á n d o le de besos»? ¿Quiénes son ahora el buen
samaritano que se hace responsable del hombre herido? ¿Quiénes son
los sacerdotes y levitas que ahora «pasan de largo»? /D ó n d e está hoy la
pastoral de los alejados? /Q u é planes están suscitados por el celo apostó­
lico de evangelizar hoy la increencia?
¿Por qué seguimos actuando hoy en las diócesis y parroquias, como
si no hubiera acontecido nada ante los impresionantes fenómenos de la
modernidad y postmodernidad? /P or qué castigamos y condenamos a los
increyentes de hoy con nuestras prédicas morales y dogmáticas cuando
ellos viven ya otra fe, otra cultura, otros valores?
¿Dónde está la renueva evangelización» que p id e e l p a p a Ju an
P a b lo II? / Dónde está el principio de encarnación, de asumir al hombre
concreto de hoy, sus nuevos valores y aspiraciones positivas, sabiendo que
no es redimido aquello mismo que no es asumido?

4. H A C IA U N A N U E VA FORM A DE CELEBRAR LA CUARESMA

La cuaresma nació en prim er lugar polarizada en torno a un gran ayu­


no. Se realizaba de esta forma el deseo de e n te r r a r a l h o m b re v ie jo p a r a
revestir el nuevo. Posteriormente la idea de la cuaresma se ha ido cele­
brando en to rn o a tres realidades principales: la preparación del bautis­
mo para los catecúmenos, la reconciliación de los pecadores, la reafirma­
ción del bautismo para los miembros del pueblo de Dios.

a) El bautismo de los catecúmenos


La cuaresma es la culminación del tiempo de una formidable inicia­
ción presacramental a la fe. Era como un gran retiro en el que se renun­
ciaba a Satanás y a «las pompas», la frivolidad y espectáculos de la vida paga­
na. El Vaticano II restablece el catecumenado y establece el Ritual de la
iniciación cristiana. U n a c o m u n id a d q u e n o tie n e o rg a n iz a d a la in ic ia ­
ció n a la fe (e x p e rie n c ia y viven cia, y no sólo la e n s e ñ a n za ), n o p u e ­
d e ser m a d re q u e e n g e n d ra a la fe . El que hoy no exista la catequesis
presacramental para los niños, no exime de la implantación de la cateque­
sis postsacramental cuando nace la razón, pues sin fe los sacramentos y la
vida misma no sirven para nada. Donde no existe, los pastores no pueden
exigir lo que ellos mismos no han formado. Nuestros bautizos rápidos, sin
iniciación, sin ambiente de comunidad de fe, no ofrecen una esperanza opti­
mista de cara al futuro. Si nos preguntamos qué es ser cristiano y cómo se
hace un cristiano, viendo lo que nosotros hacemos, y cómo lo hacemos,
salta a la vista que hay un desplazamiento de la pastoral de sus ejes estruc­
turales hacia falsos y secundarios puntos de apoyo.
b) La reconciliación de los penitentes
La práctica primitiva consideró siempre al bautismo como el primero
de los sacramentos que borra todos los pecados. Cuando los bautizados
cometen pecado grave es necesario recibir el sacramento llamado «segun­
da penitencia». El pecado grave público separaba a los cristianos de la comu­
nidad. Para reintegrarlos de nuevo eran sometidos a un tiempo de peni­
tencia. El pecado era ruptura con Dios y con la Iglesia.
La Iglesia suplicaba el perdón de Dios durante la penitencia. Hacia el
año 1000 cambió la práctica penitencial: la penitencia ya no precedía, sino
que siguió a la reconciliación.

c) El ejercicio cuaresmal del pueblo cristiano


Todos los cristianos, durante la cuaresma, recuerdan su bautismo, su pri­
mera preparación a la fe. La cuaresma ha sido siempre un tiempo tradicional­
mente consagrado a la oración, al ayuno y a la limosna u obras de misericordia.

5. EL MENSAJE DE LA CUARESMA

Retornar, y ayudar a retornar, al Padre como a nuestro origen abso­


luto y hogar y patria de nuestra identidad.
Adquirir una nueva mirada de los alejados desde el corazón del Padre.
Dejarnos conmover por la actitud del Padre del hijo pródigo ante el mis­
terio de la lejanía del hombre actual: colaborar activamente a la mayor ale­
gría de los cielos por el pecador que se convierte.
Conocimiento interno de Cristo profundizando más y más en el evan­
gelio.
Experiencia y vivencia, no sólo formación o información. Organización
evangélica del corazón.
Conocimiento y aplicación del Ritual de la Iniciación cristiana ordena­
do por el Vaticano II.
Iniciación misionera de los alejados, e iniciación catecumenal de cuan­
tos no han hecho un proceso personal de maduración de la fe.
Intensificar la reconciliación con el Señor, con la comunidad parroquial,
dentro de la familia, en las relaciones laborales y sociales,
Reconciliación con el nuevo hombre y cultura postmoderna, recono­
ciendo sus nuevos valores positivos, partiendo de ellos para la animación
del diálogo de fe.
Conocer el misterio de la cruz: pensar, vivir, trabajar desde el amor
sacrificado, no desde la pura organización o el poder humano de los medios.
4. Ejercicio práctico de meditación profunda

CRISTO, VENCEDOR HACIÉNDOSE VÍCTIMA

I. EL MAL DEL C O R A Z Ó N

El amor sacrificado, que llega a inmolarse sinceramente por los demás:


he ahí la única dinámica histórica de la salvación de la persona, de la co­
munidad, de la historia. He ahi la más segura autentificación de la fe del
creyente. E l v e rd ad ero seguim iento de C risto es la vivencia de la cruz.
La vida de la humanidad, y la de cada persona, recorre tres etapas: la
del in stin to , cuyo tono vital es sobrevivir imponiéndose, la competitividad;
la d e la m e n te , o simple razón, cuyo talante es la igualdad, la justicia; y la
d el espíritu, cuyo nú cleo es la gra tu id a d , el desinterés generoso. Muchos
se quedan bloqueados en la etapa del instinto. O tros viven en la esfera de
la mente. Pocos alcanzan el nivel del espíritu.
El egoísmo es el gran dueño de los hombres. Éstos adoran la ambición
y el poder. Viven la doble idolatría moderna: la de arriba, la adulación del
poder humano como fuente de medrar, camuflada de obediencia y vene­
ración; y la de abajo, el populismo, el culto al pueblo como fuente de con­
sideración y de aplauso. N o son libres. N o viven en la verdad. Ponen a todos
en función de sí mismos. Se aprovechan de los demás. Se consideran supe­
riores. Algunos han superado cierto nivel de instinto de la violencia física.
Pero practican la violencia moral y psíquica de los sentimientos desconsi­
derados, el acoso de la imposición, del miedo, el chantaje afectivo, o la dic­
tadura o violación fanática de la conciencia. Conocen la democracia de
los derechos humanos, pero son insensibles a los más elementales senti­
mientos humanos.
El egoísmo es el gran pecado. Disgrega. Divide. Es anticomunión, anti­
vida. Es rotura del amor. Y por lo tanto, descomposición del hombre. Es
m uerte y enfermedad del hombre. Negación de su destino. En el egoís­
mo, Dios mismo deja de ser el Dios del hombre.
2. CRISTO, LA C O N T R A H IS T O R IA DEL MAL

Cristo es el Dios encarnado. Vence el mal por la fuerza del bien. Se


anonada, se vacía de sí mismo ante el hombre, para asumir nuestros peca­
dos, nuestra propia condenación. Nuestro p e c a d o es ef mal d el co razó n,
la m u e rte a n u e s tra p r o p ia id e n tid a d h u m a n a y d iv in a . Nuestro mal
es también el mal de Dios, de la imagen de Dios en el hombre. Suprimir a
Dios es suprimir al hombre, y al revés. Es bloquear la posibilidad misma de
felicidad.
Cristo, por amor, asume nuestro mal, nuestra iniquidad. Se hace, por
nosotros, pecado y maldición. En la cruz mata nuestra muerte en la libre
experiencia de la inmolación. Se hace holocausto: inmolación no sólo de
todo mal, sino de su misma voluntad, de su derecho a ser considerado,
valorado. «Eo victor quia victima» (San Agustín), ven ce p re c is a m e n te vic­
tim á n d o s e . Es un camino inaudito e inesperado: la máxima desafirmación
de sí en el máximo reconocimiento de los demás; el libre y gozoso ano­
nadamiento de sí mismo, en la máxima exaltación de los hombres. P a ra
c u ra rn o s y s a lv a m o s D io s h a e le g id o e l c a m in o c o n tr a r io a la a fir ­
m a c ió n d e los in s tin to s d e l h o m b re : la fu e rz a d e la n a d a , e l fracaso
d e l é x ito p ro p io , la lo c u ra d e a m o r s o lid a rio . Dios pone la redención
en el núcleo mismo del mal. Se hace víctima, oblación, holocausto...

3. EL M O T IV O P R O F U N D O DE LA V IC T IM A C IÓ N G O ZOSA:
U N A M O R T O T A L Y ETERNO

Si es admirable ver el sufrimiento voluntario allí mismo donde el hom­


bre afirma su egoísmo, todavía lo es más al comprobar que Dios hace esto
por amor.

« E n esto hem o s c o n o c id o e l a m o r: en q u e é l d io su vid a p o r nos­


o tro s » (I Jn 3,16).

« V iv id e n e l a m o r c o m o C ris to os a m ó y se e n tre g ó p o r nosotros


c o m o o b la c ió n y v íc tim a d e suave a r o m a » (Ef 5,2).

« H a b ie n d o a m a d o a los suyos, los a m ó h a s ta e l e x tre m o » (jn 13,1).

« Vivo en la fe d e l H ijo d e D io s q u e m e a m ó y se e n tre g ó a sí mis­


m o p o r m í» (Gál 2,20).
4. N O S A M Ó HASTA EL EXTREMO,
IN C LU S O EN EL MISMO EXTREM O DE LA OFENSA

« S o p o r tó la c ru z sin t e n e r en c u e n ta la ig n o m in ia » (H eb 12,2).

« C ris to m u rió p o r los im píos; en verd ad , ap e n a s h a b rá q u ien m u e ­


ra p o r un ju sto ; p o r un h o m b re de bien ta l vez se a tre v e ría uno a m orir;
m as la p r u e b a d e q u e D io s nos a m a es q u e C ris to , s ien d o n o so tro s
to d a v ía p ecad o res, m u rió p o r nosotros. ¡C on cuánta m ás ra zó n , pues,
ju s tific a d o s a h o r a p o r su sangre, serem os p o r é l salvados d e la có le ­
ra ! S i c u a n d o é ra m o s e n em ig o s, fu im o s re c o n c ilia d o s c o n D io s p o r
la m u e rte de su H ijo , ¡con c u á n ta m ás ra z ó n , e s ta n d o y a re c o n c ilia ­
dos, seremos salvos p o r su v id a !» (Rom 5 ,6 -10).

5. SU A M O R EXTREM O LE LLEVÓ A ASUMIR


V O L U N T A R IA M E N T E NUESTROS MALES

A nadie ofendió. D e nadie se aprovechó. Nunca hizo prevalecer sus


derechos. Jamás se consideró superior a nadie. Desechó la erótica del poder,
del triunfo, del aplauso, de la adulación interesada a los de arriba y a los de
abajo, en un anonadamiento increíble de sí mismo vivido como oblación y
victimación existencial, de vida entera, y no sólo en la muerte. En nada y
a nadie rozó con cualquier tipo de superioridad, de fuerza o poder. N o sólo
fue humilde: fue la misma humildad. Hasta tal punto que vivió la identidad
mesiánica como servicio. Ser oblación y víctima, de am or evidente y total,
fue su identidad personal, de vocación y misión. El servicio oblacional no
fue para él una coyuntura, sino una estructura, no una circunstancia, sino
su persona y misión. Fue s a c e rd o te p re c is a m e n te m e d ia n te e l p ro p io
sacrificio . Sacerdocio y sacrificio son en él inseparables. Enseñó a sus pro­
pios discípulos que pastorear es servir «dando la propia vida». C reó u n a
n u ev a versión d e a u to rid a d y p o d e r. L a fe , la m isión, e l p a s to re o , q u e­
d a n a u te n tific a d o s ú n icam en te p o r la cruz. Se es s a c e rd o te , b a u tis ­
m a l o m in is te ria l, p o r la m is m a ra z ó n q u e se es v íc tim a d e a m o r p o r
los dem ás. Cristo descalificó todo poder que roza y violenta lo más míni­
mo a los demás.

a) Cristo rehuyó el triunfo.


Jesús impone el llamado «secreto mesiánico» que le aleja del éxito
social:
— en la confesión de Pedro: « y vosotros ¿quién decís q u e soy yo?
Pedro le contestó: tú eres e l Cristo. Y les m a n d ó en érg icam en te
q u e a n a d ie h a b la ra n a c e rc a de é l» (Me 8,30).
— en la transfiguración: « Y c u a n d o b a ja b a n d e l m o n te les o rd e ­
n ó q u e a n a d ie c o n ta s e n lo q u e ., h a b ía n visto h a s ta q u e e l
H ijo d e l H o m b r e re s u c ita ra d e e n tr e los m u e rto s » (Me 9,9).

b) Por amor, su anonadamiento fue absoluto y total.


«C o n o céis bien la g enerosid ad de nuestro S eñ o r Jesucristo, e l cual,
siendo rico, p o r vosotros ... se h izo p o b re a fin d e q u e os e n riq u e c ie ­
rais con su p o b r e z a » (2 C o r 8,9).

« T e n e d e n tre vosotros los m ism os s e n tim ie n to s q u e tu v o C risto :


e l cu a l, siendo de c o n d ició n d iv in a , n o re tu v o á v id a m e n te e l ser ig u a l
a D ios, sino q u e se d espo jó d e sí m ism o, to m a n d o co n d ició n de sier­
vo, h a c ié n d o s e s e m e ja n te a los h o m b re s y a p a re c ie n d o en su p o r te
co m o h o m b re ; y se h u m illó a sí m ism o, o b ed e c ie n d o h a s ta la m u e rte
y m u e rte d e c ru z » (Flp 2,5-8).

Jesús lava los pies «durante la cena» (Jn 13,12). El fondo y esencia de
la eucaristía es hacerse servidor, pan partido y compartido, sangre derra­
mada por los otros. «¿Comprendéis lo que he hecho por vosotros? Vos­
otros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si
yo, el Señor y Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lava­
ros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo, para que también vosotros
hagáis como yo he hecho con vosotros» (Jn 13,12-16).

c) De tal manera cristo asume el mal del hombre, que por él se hace
pecado y maldición
« N o te n ía a p a r ie n c ia n i p re s e n c ia ; le vim o s y n o te n ía a s p e c to
q u e p u d ié ra m o s e s tim a r. D e s p re c ia b le y desecho d e h o m b re , v a ró n
de do lo res y s a b e d o r de dolencias, c o m o u n o a n te q u ie n se o c u lta e l
rostro, d esp reciab le y no le tu vim os en c u e n ta . ¡Y con to d o e ra n nues­
tra s d o le n c ia s las q u e é l lle v a b a y nuestros d o lo res los q u e s o p o rta ­
b a ! N o s o tro s le tu vim o s p o r a z o ta d o , h e rid o de D io s y h u m illa d o . El
h a sido h e rid o p o r nuestras reb eld ías, m o lid o p o r n u estras culpas. El
s o p o rtó e l c astig o q u e nos tra e la p a z , y co n sus c a rd e n a le s hem o s
sido cu rad os. T o d o s n o so tro s c o m o o vejas e rra m o s , c a d a u n o m a r ­
c h a n d o p o r su c a m in o , y Y ahveh descargó sobre é l la c u lp a de to d o s
nosotros. Fue o p rim id o , y é l se h u m illó y n o a b rió la b o ca . C o m o c o r­
dero a l d eg ü e llo e ra lle v a d o y c o m o o v e ja a n te los q u e la tra s q u ila n
está m u d a , ta m p o c o é l a b rió la boca)» (Is 53,2-7).

((Pues lo q u e e ra im posible a la ley, re d u c id a a la im p o te n c ia p o r la


carn e, D ios, h a b ie n d o en viad o a su p ro p io H ijo e n u n a c a rn e s em ejan ­
te a la d e l p e c a d o , y en o rd en a l p e c a d o , co n d en ó e l p e c a d o e n la carn e,
a fin de q u e la ju s tic ia de la le y se c u m p lie ra e n n o so tro s...» (Rom 8,3-4).

a Y D io s ...a q u ien no co n o c ió e l p e c a d o , le h izo p e c a d o p o r nos­


o tro s, p a r a q u e viniésem os a s e r ju s tic ia d e D io s e n é l» (2 C o r 5 ,2 1).

((C risto nos rescató de la m a ld ic ió n d e la le y , h a c ié n d o s e é l mis­


m o m a ld ic ió n p o r nosotros, p u es d ice la escritu ra: m a ld ito e l q u e está
c o lg a d o d e un m a d e ro , a fin d e q u e lle g a ra a los g e n tile s , en C ris to
Jesús, la b e n d ic ió n de A b ra h a m , y p o r la fe , re c ib ié ra m o s e l E sp íritu
de la p ro m e s a » (Gál 3 ,13-14).

^ 6. PARA DESTRUIR NUESTROS MALES SE H IZ O


j* H O L O C A U S T O Y V ÍC T IM A

La entrega sacrificial de Cristo es incondicional, eterna, absoluta, de


cuerpo y alma enteros. Es todo amor, ilusión enamorada, rendimiento,
sumisión y dependencia hasta el límite. Si la intrahistoria del pecado es el
egoísmo, la oblación de Cristo es la contrahistoria de ese mismo egoísmo,
la oblación victimal completa e ilusionada. Si por el pecado todo se sustrae
a Dios, por la oblación todo retorna a Dios y su plan.

((A l e n tr a r en este m u n d o d ice: s a c rific io y o b la c ió n n o quisiste;


p e ro m e has fo rm a d o un cu erp o. H olo cau sto s y sacrificios p o r e l p e c a ­
do n o te a g ra d a ro n . Entonces d ije: ¡H e a q u í q u e vengo... a h a c e r, oh
D io s, tu v o lu n ta d ... Y en v irtu d d e es ta v o lu n ta d som os san tificad o s,
m e rc e d a la o b la c ió n d e u n a v e z p a r a s ie m p re d e l c u e rp o d e Jesu­
c risto » (Heb 10 ,5 -10).

«V ivid en e l a m o r co m o C ris to os a m ó y se e n tre g ó p o r nosotros


c o m o o b la c ió n y v íc tim a de suave a r o m a » (Ef 5,2).

((H a b é is sido rescatad o s d e la c o n d u c ta n e c ia h e re d a d a de vues­


tros p adres, n o con algo cad uco , o ro o p la ta , sino con u n a sangre p re ­
ciosa, c o m o de co rd ero sin ta c h a y sin m a n c illa , C ris to » (I Pe 1,18-19).
7. CRISTO: SACERDOCIO, SACRIFICIO Y
R ECONCILIACIÓN ETERNOS

El sumo sacerdote de Israel entraba una sola vez al año en el Sancta


Sanctorum para ofrecer sacrificio de expiación por el pueblo. Era el recin­
to de la suma presencia de Yahveh junto al pueblo. Cada año debía reno­
var el sacrificio. El cuerpo de Cristo es ahora el nuevo templo de Dios y su
reconciliación es infinita y eterna. N o necesita «entrar» en el santuario por­
que está siempre unido al Padre en el santuario de su propio cuerpo, y
en toda la vida. N o precisa él de repetición: somos nosotros ahora los que
necesitamos apropiarnos y asimilarlo por nuestra parte.
En el mundo, y en el templo de Jerusalén, « a ll í se o fre c e n dones y
sacrificios in c a p a c e s d e p e rfe c c io n a r en su c o n c ie n c ia a l a d o ra d o r...
p e ro p resen tó se C risto c o m o Sum o S a c e rd o te de los bienes fu tu ro s a
tra v é s d e u n a T ie n d a m a y o r y m ás p e r fe c ta ... y p e n e tr ó e n e l S a n ­
tu a r io u n a v e z p a r a sie m p re , no co n sangre d e m ach o s cabríos...sino
co n la p r o p ia sangre, consiguiendo u n a re d e n c ió n e te rn a . Pues si la
sangre de m ach o s cabríos... san tifica... ¡c u á n to m ás la sangre de Cris­
to , q u e p o r e l E s p íritu E te rn o se o fre c ió a s í m ism o sin ta c h a a Dios,
p u rific a rá de las obras m u e rta s n u es tra c o n c ie n c ia p a r a re n d ir c u lto
a D io s vivo !» (Heb 9 ,9 -14).

8. LA FUERZA Y V IC TO R IA DE LA V IC T IM A C IÓ N

Quien analice el fondo y núcleo de la encarnación, del mensaje medu­


lar de las bienaventuranzas, de la redención en la cruz, de la eucaristía, com­
probará que la actitud oblativa es toda la fuerza de la vida cristiana y de la
evangelización. N o estamos aquí ante una circunstancia importante: estamos
ante el meollo de la misma identidad evangélica y cristiana. La cruz. Cristo
crucificado, es la única salvación posible. Es el camino de la Iglesia y de la
misión. Es todo lo que tenemos que vivir y anunciar. La cruz, o victimación,
es vivir el amor mayor posible. Es un amor maravilloso que comienza don­
de los grandes amores terminan. Sólo se ama bien cuando uno es capaz de
sufrir ilimitadamente por alguien. Este amor es la suma victoria contra el mal
del egoísmo. Dios nos ama así, en Cristo. Y nosotros tenemos que hacer
lo mismo, llegando a amar a los enemigos, a rogar por los que nos persiguen
a p a r a q u e seáis hijos d e vuestro P a d re c e le s tia l» (M t 5,45).

a C u a n d o yo sea le v a n ta d o de la tie rra , a tra e r é a to d o s h a c ia m í»


(Jn 12,32).
« C u a n d o h a y á is le v a n ta d o a l H ijo d e l H o m b r e , e n to n ce s sabréis
q u e yo soy» (Jn 8,28).

{{M ie n tra s los ju d ío s p id e n señales y los g riegos buscan s a b id u ría ,


nosotros p re d ic a m o s a un C ris to c ru c ific a d o : e s c á n d a lo p a r a los ju d í­
os, n e c e d a d p a r a los g en tiles; m as p a r a los lla m a d o s , lo m ism o ju d ío s
q u e griegos, un C ris to fu e r z a d e D io s y s a b id u ría d e D io s . P o rq u e le
n e c e d a d d ivin a es m ás s ab ia q u e la sab id u ría d e los h om bres. Y la debi­
lid a d d iv in a , m ás fuerte que la fuerza de los hombres» (I Cor 1,22-25).

((Lo q u e e ra p a r a m í g a n a n c ia , lo h e ju z g a d o u n a p é rd id a a c a u ­
sa de C risto . Y m ás a ú n : ju z g o q u e to d o es p é rd id a a n te la su b lim id a d
d e l c o n o c im ie n to d e C ris to je s ú s , m i Señor, p o r q u ie n p e r d í to d a s
las cosas, y las te n g o p o r b asu ra p a r a g a n a r a C risto , y ser h a lla d o en
él, no con la ju s tic ia m ía ... y c o n o c e rle a é l, e l p o d e r d e su resu rrec­
ción y la c o m u n ió n en sus p a d e c im ie n to s h a s ta h a c e rm e s e m e ja n te a
é l en su m u e rte ...» (Fil 3,7-10).

9. LA VIDA CRISTIANA PROLONGA LA CONDICIÓN


VICTIMAL DE CRISTO

((C onságralos en la v erd ad : tu p a la b ra es verd ad . C o m o tú m e has


e n v ia d o a i m u n d o , yo ta m b ié n los h e e n v ia d o a l m u n d o . Y p o r ellos
m e co nsag ro a m í m ism o , p a r a q u e ello s ta m b ié n sean consag rad o s
en la v e rd a d » (J n 17 ,17 -19).

((T e n e d e n tre vosotros los m ism os s e n tim ie n to s q u e tuvo C risto .


El c u a l, siendo de co nd ició n d iv in a ... se d esp o jó d e sí mismo tomando
condición de siervo... se h u m illó a s í m ism o ob ed eciend o h a s ta la m u e r­
te y m u e rte de c ru z » (Flp 2,5-8).

((O s e x h o rto , pues, h erm a n o s , p o r la m is e ric o rd ia d e D io s, a q u e


o fre zc á is vuestros cu erp os c o m o u n a v íc tim a viva, s a n ta , a g ra d a b le a
D ios: t a l será vu estro cuito e s p iritu a l» (Rom 12,1).

Pablo afirma aser p a r a ios g e n tile s m in is tro d e C ris to Jesús, e je r ­


c ien d o e l sag rad o o fic io d e l E van g elio de D ios, p a r a q u e la o b la c ió n
de los g e n tile s sea a g ra d a b le , s a n tific a d a p o r e l E sp íritu S a n to » (Rom
14,16).
((O fre zca m o s sin cesar; p o r m e d io d e él, a D io s un sacrifico d e a la ­
b a n z a , es d ecir, e l fr u to d e los lab io s q u e c e le b ra n su n o m b re . N o os
olvidéis de h a c e r e l b ien y d e ayu daros m u tu a m e n te ; esos son los sacri­
ficio s q u e a g ra d a n a D io s » (Heb 14 , 16).

10. EL A M O R SUFRIDO, S IG N O DEL PODER DE D IO S

Ser capaz de amar hasta el sufrimiento, libre y hasta gozosamente acep­


tado, sólo es posible mediante la gracia de Dios. Es el signo más evidente
de que hemos llegado a la maduración del amor y de que estamos bajo la
influencia directa del Espíritu Santo.
El hombre es siempre una posibilidad abierta ante Dios. Su actividad
es más intensa y rica no cuando él obra por su cuenta, sino cuando se deja
conducir y mover por Dios. Cuando se deja amar y transformar por Dios,
su vida y su comportamiento adquieren una modalidad divina. El inmaduro
y egoísta rechaza siempre el sufrimiento. El que está tom ado por Dios,
no vive centrado en sí mismo. Tiene un mundo más amplio, en el que entran
Dios, el universo y los hombres con sus problemas. Irradia los sentimien­
tos de Dios. A una madre le cuesta poco perdonar, porque es madre. Quien
tiene a Dios, y es tenido por él, tiene entrañas de amor y de misericordia
y siempre su am or es superior a la ofensa de los otros. Dios mismo ilu­
mina la inteligencia y mueve el corazón, amortiguando el egoísmo y el amor
propio. Purifica él mismo el corazón del hombre, de modo que a éste ya
no le cuesta perdonar como aquél que vive a merced de sus instintos o de
la pura y simple razón.
Quien es capaz de amar hasta el sufrimiento, demuestra que Dios está
presente aquí, en la historia concreta de las personas, influyendo, obrando,
y de que se está anticipando el futuro pleno de la convivencia definitiva
de la vida eterna. Allí no caben el resentimiento, el egoísmo, la tristeza.
Dios es todo en todos. Quien ama y perdona, ha nacido plenamente de
Dios e irradia a Dios.

11. PARA LA O R A C IÓ N P R O FU N D A

Toma un texto concreto: es palabra del Señor, el Señor hablándote. La


palabra de Dios hace lo que dice. Déjate decir, hablar, amar. Acepta, aco­
ge, cree profundamente. Pon la palabra de Dios en las zonas oscuras de
la distancia, de la frialdad, de la indiferencia. Déjate afectar. Ama más. Pide
poder amar más. Comulga el texto. Sé el texto. Irradia el texto. Deja que
el texto, Cristo, vaya pasando a ti toda su Energía, el Espíritu. Déjate ilu­
minar, transformar. Piensa en situaciones personales concretas en las que
debes amar con amor de victimación, con Cristo y en él. Com o él. Reali­
za el movimiento evangélico:

SALGO DE Mí. V O Y A TI. T O D O EN TI. N U E V O POR TI.


4. LA PASCUA CRISTIANA

I. UN PUNTO ABSOLUTO DE PARTIDA

La Iglesia de los orígenes apostólicos no celebró sino una sola fiesta, la


pascua. Para los primeros cristianos la pascua no sólo era la fiesta por exce­
lencia, sino la única fiesta, la fiesta total, al lado de la cual no podía existir nin­
guna otra. La muerte-resurrección de Cristo era el núcleo de la predicación
apostólica y el contenido mismo de los sacramentos. Cuando los evangelistas
testifican la resurrección de Jesús «en el primer día de la semana», en esta afir­
mación se ve ya una intencionalidad teológica y litúrgica. Quieren justificar
la costumbre de reunirse los domingos para celebrar el memorial del Señor.
En este sentido la celebración de la pascua «en el día del Señor», el domingo,
es tan antigua como la misma Iglesia. Se impuso ya desde los orígenes.
La Iglesia no conoció en sus orígenes otra pascua que la de los dom in­
gos. Pero en el contexto de la celebración judía anual de la pascua, y en la con­
vicción de fe de la comunidad de que Cristo era el verdadero cordero inmo­
lado, la pascua cristiana anual se fue abriendo camino ya en los mismos tiempos
apostólicos. Este núcleo original se fue desarrollando, en el correr de los tiem­
pos, con nuevos elementos. Por ello es necesario que inicialmente hagamos
un estudio histórico del desarrollo de la celebración de la pascua desde el prin­
cipio de la comunidad apostólica hasta nuestros días.

II. HISTORIA DE LA CELEBRACIÓN DE LA PASCUA

La pascua, como la semilla respecto al árbol, es el núcleo original del


triduo santo, de la semana santa, de la cuaresma, y, posteriormente, del año
litúrgico. Todas las celebraciones nacen de la pascua. Todo el desarrollo de
las verdades de la fe y de las reflexiones teológicas, tienen en la pascua su
manantial. Esto es así porque nuestra pascua es Cristo. Y Cristo es toda la
gracia y toda la verdad. Ya en la primera carta a los corintios, hacia el año
57, San Pablo, apoyándose en una tradición ya consolidada y vivida en la
com unidad primitiva, dice: «Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado»
(IC or 5,7). La pascua es Cristo, Persona eternamente viviente. Celebrar
la pascua es celebrar en nosotros a Cristo muerto y resucitado.

1. EN LAS RAÍCES BÍBLICAS

En la base de la celebración pascual, antes del Éxodo, podemos encon­


trar un sacrificio ritual primitivo de la primavera, hecho por los agriculto­
res con la ofrenda de las primicias del pan ázimo y por los pastores con la
inmolación de un cordero. Israel asume este hecho para celebrar su pas­
cua al salir de Egipto y dirigirse hacia la tierra prometida.
La pascua original judía, o paso de Yahveh para salvar a su pueblo, cons­
ta en el Éxodo 12. Allí se da una celebración de la pascua con panes ázimos
y la inmolación de un cordero. Este suceso original encierra un significa­
do que se sobrepasa a sí mismo. Está abierto a un futuro que él mismo crea
y garantiza y en el que quedan implicados Cristo y la Iglesia.
La pascua o paso de Israel a través del Mar Rojo la tenemos en Éxodo
14. El pueblo pasa, al abrirse paso por medio de las aguas, del cautiverio a
la libertad. Él es salvado y los enemigos sepultados.
La pascua judía es la conmemoración ritual anual, por el pueblo, de
la salida de Egipto, y del paso por el Mar Rojo, en una celebración de lec­
turas, oraciones y banquete, que permite a los judíos de todas las genera­
ciones identificarse con la gracia y la experiencia de liberación del pueblo.
La pascua de Jesús es su paso de este mundo al Padre, de la condición
humana y pecadora, a la condición gloriosa. Comprende tres momentos
fundamentales:
— la cena pascual que establece la nueva pascua ritual de los cristianos,
— la muerte en cruz o inmolación de Cristo, verdadero cordero sacri­
ficado por nosotros,
— la gloriosa resurrección o paso de la muerte a la vida, del mundo al
Padre.
Estos tres sucesos no forman sino una misma e idéntica realidad, la pas­
cua de Cristo, que sirve de base para la pascua de la Iglesia como comuni­
dad de todos los tiempos y lugares.
La Pascua de la Iglesia-comunidad, es la celebración ritual del memo­
rial del Señor en el que ella misma se une a Cristo, su cabeza, para que el
trance de su paso, o pascua, sea también el mismo paso, o pascua, de la Igle­
sia que va pasando del egoísmo a la gracia, de este mundo al Padre. La Igle­
sia es ahora el cuerpo místico de Cristo que actualiza en su vida la vida de
Jesús, sus misterios redentores, en unión con él.

2. ¿HAY EN LA IGLESIA APOSTÓLICA UNA CELEBRACIÓN


ANUAL DE LA PASCUA?

Tanto en los Hechos de los Apóstoles, como en las cartas de san Pablo,
se señala la celebración anual judía de la pascua como el momento preciso
en el que la Iglesia realiza su vida y dinamismo (Act 12,3-4; 20,6). No
hay una mención expresa de la pascua anual cristiana. Sin embargo, de los
escritos apostólicos se infiere que en la mentalidad de la comunidad de los
orígenes la idea de la pascua anual es algo que se presupone. Hay indicios
importantes:
— En IC or 5,7-8 Pablo dice que nuestra pascua es Cristo y requiere
de los cristianos pureza de corazón, en verdad y sinceridad, lo cual
hace referencia expresa a la costumbre judía de utilizar sólo el pan
ázimo precisamente en la celebración de la pascua.
— Algunos ven en la primera carta de Pedro como una resonancia de
la vigilia pascual anual, con referencia al bautismo y a las persecu­
ciones. Los himnos y exhortaciones son de un matiz expresa y ple­
namente pascual.
— Las narraciones evangélicas de la pasión, muy en concreto la de san
Juan, parecen elaboradas como una memoria litúrgica de la comu­
nidad, y así son transmitidas posteriormente en la celebración anual
de la pascua a las comunidades primeras de Asia Menor.

3. LA CONTROVERSIA SOBRE LA CELEBRACIÓN


ANUAL DE LA PASCUA

Las primeras noticias explícitas sobre la celebración anual de la pascua


nos han llegado a través de una disputa sobre la fecha de la celebración,
en el pontificado del papa Víctor (188-199). Podemos remontamos a prin­
cipios del siglo 0 para poder afirmar que ya en ese tiempo existía una tra­
dición sobre la celebración de la pascua anual en las iglesias de Asia Menor.
El Papa Víctor amenaza con la excomunión a los obispos de Asia
Menor que celebran la pascua fija el día 14 del mes de Nisán. Ellos seguían
una costumbre que parecía tener sus orígenes en el propio apóstol san
Juan. Sin embargo, en Roma se celebraba el domingo siguiente al 14 de
Nisán, siguiendo una costumbre que parecía remontar al propio san Pedro.
Los obispos de Roma imponían el uso romano por creer que la celebra­
ción dominical estaba más conforme con la celebración del «Día del Señor»,
el domingo, en el que la comunidad más primitiva celebraba la resurrec­
ción del Señor.
San Ireneo interviene afirmando que no se trata de una cuestión doc­
trinal, sino de diferentes costumbres litúrgicas, y pide al papa Víctor que
respete la antigua tradición asiática por tener la impresión de que derivaba
de los tiempos apostólicos. Sea lo que sea, ya en el siglo III todos celebran
la pascua anual el domingo siguiente al 14 de Nisán.

4. LA CELEBRACIÓN DE LA PASCUA ANUAL


SEGÚN LAS TRADICIONES MÁS ANTIGUAS

Los más antiguos textos de la tradición nos presentan la pascua no sólo


en su contenido más puro, sino también en sus formas concretas de cele­
bración.
En un texto catequético y poético, Melitón, en su homilía sobre la pas­
cua, hacia finales del siglo II, nos ofrece una verdadera teología de la pascua:

«Soy yo, en efecto, vuestra remisión;


soy yo la pascua de la salvación,
yo vuestro rescate,
yo vuestra vida, yo vuestra luz,
yo vuestra salvación,
yo vuestra resurrección, yo vuestro rey...
Es el Alfa y la Omega,
Él el Principio y el Fin.
Es el Cristo. Es el Rey. Él es Jesús,
el Caudillo, el Señor,
aquél que ha resucitado de entre los muertos,
aquél que está sentado a la derecha del Padre...»

Por el mismo tiempo, la homilía del Pseudo Hipólito, dice:

«¡Oh Pascua divina!


¡Oh festividad espiritual!
Del cielo tú desciendes hasta la tierra
y de la tierra nuevamente subes al cielo.
¡Oh consagración común de todas las cosas!
¡Oh solemnidad de todo el cosmos!
¡Oh alegría del universo, su honor, festín y delicia...!
¡Oh Pascua divina!
Por ti la gran sala de bodas está llena;
todos llevan el vestido de bodas,
ninguno es echado fuera
por estar privado del vestido nupcial...»

Los elementos esenciales de la celebración quedan ya patentes, por ejem­


plo, en la Didascalia Siríaca, en el siglo III, que narra el desarrollo de la vigi­
lia pascual de esta manera: «Ayunad los días de pascua..., la parasceve y el
sábado pasadlos en ayuno íntegro sin tomar nada. Durante toda la noche,
quedaos reunidos juntos, despiertos y en vela, suplicando y orando, leyen­
do los profetas, el evangelio y los salmos, con temor y temblor y con asidua
súplica, hasta la hora de tercia de la noche pasado el sábado: entonces rom­
ped vuestro ayuno... Después ofreced vuestros sacrificios, comed y alegraos,
gozad y exultad porque Cristo ha resucitado prenda de nuestra resurrección
y esto sea vuestra ley para vosotros perpetuamente hasta el fin del mundo»
(V,17-19).
Parece que los elementos rituales más acusados en las celebraciones pri­
mitivas son: la preparación-ayuno, la vigilia durante la noche, la lectura
bíblica, el bautismo, la eucaristía, el ágape. Todo se desarrolla durante la
noche en un lucernario permanente que pronto inspirará el solemne rito de
la luz con referencia clara a Cristo luz del mundo. La bendición del cirio y
el pregón pascual «Exultet» son posteriores. Hamman reconstruye el ambien­
te de la noche pascual con estos rasgos: «La noche del sábado toda la ciu­
dad estaba iluminada; las antorchas alumbraban las calles mientras los fie­
les con sus luces se encaminaban a la asamblea litúrgica. Con actitud solemne,
los cristianos escuchaban la lectura de las grandes páginas de la Biblia. Los
catecúmenos oían proclamar por última vez las principales etapas de la his­
toria de la salvación, la historia del pueblo de Dios, convertida, en esta noche,
en su historia personal. Hacia el final de la vigilia, el obispo, rodeado de sus
ministros, pronunciaba la homilía... La gran vigilia de lecturas y de ora­
ciones terminaba con el bautismo. Los candidatos se acercaban a la fuente
bautismal y descendían desnudos a la piscina. Cuando salían, vestían túni­
cas blancas con las cuales volvían a la iglesia en procesión, para participar
por primera vez en la cena cristiana. Al alba cada uno volvía a su casa con
los ojos resplandecientes de alegría pascual».
Los elementos rituales más constantes son*.

* E l ayuno. Ya la tradición apostólica, Tertuliano y otros, hablan de


un ayuno riguroso de dos días enteros, viernes y sábado. El ayuno
es una preparación a la pascua.

* La gran vigilia nocturna. Ya la Didascalia siríaca, siglo III, habla


de una noche pasada en vela. San Gregorio de Nisa escribe: «¿Qué
hemos visto? El esplendor de las antorchas que eran llevadas en
la noche como en una nube de fuego. Toda la noche hemos oído
resonar himnos y cánticos espirituales. Era como un río de gozo
que descendía de los oídos a nuestras almas, llenándonos de bue­
na esperanza... Esta noche brillante de luz que unía el esplen­
dor de las antorchas a los primeros rayos del sol, ha hecho con
ellos un solo día sin dejar intervalos a las tinieblas» (PL 38,1087-
1088).
San Juan Crisóstomo señala como elementos celebrativos: «la
predicación de la santa palabra, las antiguas oraciones, las bendi­
ciones de los sacerdotes, la participación en los sagrados misterios,
la paz y la concordia» (PG 415-432).
El impacto social de la celebración es tan fuerte que el propio
san Agustín declara que hasta los judíos y paganos celebraban la fies­
ta con los cristianos, que las antorchas encendidas eran los símbo­
los de los deseos de todos; pues la pascua es la vigilia de las vigilias,
la madre de todas las vigilias cristianas.

* Las lecturas y los salmos. Entre las lecturas están el relato de la cre­
ación, el sacrificio de Abraham, el éxodo del pueblo hebreo Éx 12-
14, el evangelio de la resurrección. Entre los salmos están el 117
y los salmos bautismales 22 y 41. Las homilías de los Padres hacen
mención de la primavera, de los sacramentos pascuales, de la resu­
rrección, de nuestra redención. Citamos un fragmento de Asterio
de Amasea, el sofista:

«Oh noche más resplandeciente que el día.


Oh noche más hermosa que el sol.
O h noche más blanca que la nieve.
Oh noche más brillante que la saeta.
Oh noche más reluciente que las antorchas.
Oh noche más deliciosa que el paraíso.
O h noche libre de tinieblas,
O h noche llena de luz.
Oh noche que quitas el sueño.
Oh noche que haces velar con los ángeles.
Oh noche terrible para los demonios.
Oh noche, anhelo de todo un año.
Oh noche, madre de los neófitos» (PG 40,433-444).

Basilio de Seleucia dice en una homilía pascual: «Cristo, con


su resurrección de entre los muertos, ha hecho de la vida de los
hombres una fiesta» (PG 28,1018).
Entre los salmos, el pueblo aclama con el aleluya pascual, refle­
jo exultante de la pascua.

* Los ritos de la iniciación cristiana. Por los testimonios de Tertulia­


no, de la Tradición Apostólica, de San Cirilo de Jerusalén, consta
que ya en los comienzos del siglo II se celebraba el bautismo, la
unción con el crisma, la primera eucaristía con los neófitos. Abun­
dan los símbolos que son objeto del comentario de los Padres en
sus catcquesis de iniciación. Cada rito es explicado en su significa­
do místico. El beso de paz y reconciliación expresa la superioridad
del gozo pascual. Gregorio de Nisa dice: «Día de resurrección ¡feliz
inicio! Celebremos con gozo esta fiesta y démonos el beso de la paz.
Invitemos ¡oh hermanos! a hacer pascua aun a aquéllos que nos
odian... Perdonándonos todo en honor de la resurrección, olvide­
mos las ofensas recíprocas» (PG 35,396-401).

* La eucaristía. Es el centro de la celebración. Mediante ella, el Señor


se hace presente a la comunidad y se entrega a ella. Es la unión nup­
cial del esposo y la esposa. Los neófitos reciben por primera vez el
cuerpo y la sangre del Señor, y después beben leche y miel en un
cáliz, signo de su ingreso en la tierra prometida. La comunión inte­
rrumpe el ayuno y surge la alegría del encuentro con el Señor resu­
citado, que se prolonga durante cincuenta días.

* E l ágape. La comida fraterna, rompiendo el ayuno, fundía a todos


en una alegría común.*

* E l lucemario. La noche era iluminada por las antorchas. El aula de


la celebración, iluminada como el día, expresaba la noche vencida
por la luz de Cristo y por la luz de los cristianos que resplandecen
en las tinieblas como hijos de la luz. Un autor anónimo dice en una
homilía pascual: «He aquí que brillan ya los sagrados rayos de la
luz de Cristo... Aquél que es antes que la estrella m atutina y que
los astros, Cristo el inmortal, el grande, el inmenso, brilla sobre
todas las cosas más que el sol» (PG 59,735). El canto al cirio, como
alabanza a Cristo luz del mundo, queda ya atestiguado en el siglo
IV por San Jerónimo. El texto actual del pregón pascual remonta,
por lo menos, al siglo VII.

* La continuación de la fiesta. La fiesta de la vigilia se prolongaba


durante todo el día; después, durante toda una semana; y final­
mente durante cincuenta días. Desde la mañana los cristianos se
intercambiaban augurios y felicitaciones. Todo el domingo era día
de gozo. El tema pascual era inagotable.

5. DE LA VIGILIA PASCUAL AL TR ID U O SAGRADO


Y A LA SEMANA SANTA

1. Primeros desarrollos
Ya en el siglo IV se pasa de la vigilia pascual al triduo sagrado y a lagran
semana.
El primer desarrollo teológico y ritual es la preparación de la vigilia pas­
cual con el ayuno comenzado el viernes. Bajo la idea dominante de la muer­
te del Señor, y como acompañamiento espiritual de la misma, se establece
un ayuno severo acompañado de la lectura evangélica de la pasión del Señor.
De ahí surge la ilación de los tres días santos: viernes, sábado y domingo.
«Este es el triduo santo durante el cual Cristo ha sufrido, ha reposado y ha
resucitado», dice en el siglo IV san Ambrosio. Y san Agustín añade: «Con­
sidera atentamente los tres días santos de la crucifixión, de la sepultura y de
la resurrección del Señor... Puesto que del evangelio resulta claro en qué
días el Señor fue crucificado y permaneció en el sepulcro y resucitó, por los
concilios de los Padres fue añadida también la observancia de estos días y
todo el mundo cristiano se persuadió de que la pascua debe ser celebrada
de este modo» (Ep 55,14-15;PL,33,215).
Del triduo sagrado se pasa a la semana santa que es llamada con dife­
rentes denominaciones: semana santa, pascual, mayor, grande, auténti­
ca, penal, muda (porque estaban prohibidas las causas forenses). Pronto
esta semana adquiere un realce extraordinario. Según las Constituciones
Apostólicas, era semana de reposo para los trabajadores. En las reflexio­
nes de ciertos Padres se les asocian los seis días de la creación para que
mejor resalte la recreación pascual. Se prolonga el ayuno, se estructuran
nuevas celebraciones, se intensifica la oración, se da gran importancia a
una sincera confesión de los pecados, se fomentan las buenas obras, se
estimula la limosna. En Jerusalén, ya a finales del siglo iv, y después en
otras iglesias, la celebración de la semana santa ocupa casi todo el tiempo
de cada día.

2. Los principales factores del desarrollo


a) La lectura y meditación de las escrituras es el primer factor de des­
arrollo. En torno a la cena, pasión, sepultura y resurrección, se realiza una
progresiva profundización en los contenidos teológicos que van cristalizando
en una ritualización cada vez más intensa y precisa.
b) Tiene una influencia decisiva el ejemplo de la Iglesia de Jerusa­
lén. Ya en la segunda m itad del siglo IV, superadas las persecuciones y
establecida la paz y libertad religiosa, la memoria pascual se convierte en
ocasión privilegiada para recordar los acontecimientos de la redención en
el mismo lugar donde acontecieron, a la misma hora, y con las lecturas y
oraciones correspondientes. Cada momento de la historia de la pasión es
recordado con la construcción de santuarios y capillas, y cada lugar hace del
momento recordado una estación litúrgica, una permanente memoria espi­
ritual y ritual. La ciudad santa, y sus alrededores, recobran una fisonomía
que refleja vivamente los misterios de la redención.
La peregrina Egeria, en su Itinerario, nos da una descripción suma­
mente valiosa de cómo ya en Jerusalén se ritualizaba la semana santa, día
tras día y hora tras hora. Las celebraciones tienen un carácter fuertemen­
te popular. La gente participa con dedicación y emoción. Muchos pere­
grinos se suman a las celebraciones y este factor contribuye a que la estruc­
tura y ritualización de la semana santa pase con facilidad de Jerusalén a
otras muchas iglesias ya en los primeros momentos de la antigüedad cris­
tiana.
c) La ritualización de los misterios de la redención influye notable­
mente en la profundización y extensión de la vivencia religiosa de la pas­
cua. Al inculturar en los diferentes pueblos la primitiva simplicidad de la
liturgia, surgen los ritos, los gestos, las representaciones que desean hacer
visibles los misterios celebrados. La memoria se transforma en gesto y suce­
so. La religiosidad popular estalla en representaciones, procesiones y cele­
braciones de la pasión del Señor.
A final del siglo IV se comenzó la costumbre de prepararse a la pascua con
cuarenta días a semejanza de la cuarentena de Jesús, de Moisés y de Elias.
Se retrocedió desde el jueves santo y se constituyó el «Inicio cuadragesimal»
que comenzaba el primer domingo de cuaresma. Se ayunaba cuarenta días.
Pero como en los domingos incluidos no era costumbre hacer penitencia,
resultaban treinta y cuatro días hábiles, que con el viernes y sábado santos
eran treinta y seis, equivalente a la décima parte del año, o diezmo ofrecido
a Dios. Desde el siglo Vil se comenzó a extender la costumbre de ayunar cua­
renta días íntegros. Y por eso se comenzó la cuaresma el miércoles de ceniza
con el objeto de añadir cuatro días a los treinta y seis anteriores.
En el siglo V se compuso la liturgia de los lunes. El primer lunes de cua­
resma recibió una liturgia especial porque era el día en que comenzaba el
ayuno cuaresmal y el momento en que se separaba de la comunidad a los
penitentes. El evangelio habla del juicio final (Mt 25,31-46), y la lectura
trata del pastor divino que salva a sus ovejas (Ez 34,11-16). En el mismo
tiempo se compone la liturgia de los miércoles y viernes de ceniza. A par­
tir del siglo Vil se introduce la liturgia de los martes y sábados. Gregorio VII
(715-731) introduce los jueves. En realidad la cuaresma romana había adqui­
rido fisonomía completa a comienzos del siglo VI. En un principio sólo se
celebraba eucaristía en los domingos. Los miércoles y viernes se tenía una
celebración de la palabra sin eucaristía. A comienzos del siglo V estas ce­
lebraciones fueron ya eucarísticas. Y en el siglo VIII toda la cuaresma era
litúrgica.

7. EN LA EDAD MEDIA.

La Edad Media constituye un cruce de circunstancias variadas y múl­


tiples que contribuye considerablemente a configurar, felizmente por una
parte, y desgraciadamente por otra, la celebración litúrgica de la pascua y
del triduo santo.
Por una parte, el nacimiento de las lenguas romances y el desconoci­
miento progresivo de las lenguas litúrgicas, así como la influencia de la
«devoción moderna», individual y sentimental, merman el sentido comu­
nitario y litúrgico de la vida cristiana y de las celebraciones de la fe. Irrum­
pen las devociones populares, y la liturgia, que había sido la expresión domi­
nante de la confesión de la fe, comienza a entrar en el terreno de lo
desconocido. La unidad teológica pasión-resurrección se descompone en
favor de la pasión-muerte, sublimada sentimentalmente, mientras que el
misterio de la resurrección pierde fuerza y vigor. Por otro lado, comienza
la tendencia a expresar la liturgia como drama sagrado en el que el pueblo
participa con expresiones folclóricas que acompañan o prolongan la cele­
bración. El hombre de la edad media es romántico y folclórico, necesita ver
y participar. Es creativo e inventa hasta donde puede, dentro y fuera de la
liturgia. Como el campo de la memoria litúrgica le es cada vez más desco­
nocido, da rienda suelta a las invenciones alegóricas sin tener muy en cuen­
ta el contenido mistérico de la liturgia. De aquí el nacimiento de tenden­
cias, celebraciones, alegorizaciones, etc. que miran más a satisfacer el
sentimiento del pueblo que su vinculación precisa con la memoria ritual
transmitida en la tradición litúrgica.
El núcleo medular espiritual de la pascua pierde fuerza y gana la espec-
tacularidad de las representaciones populares, de inspiración folclórica y
sentimental. De este modo surgen costumbres buenas en sí, pero cada vez
más despegadas de la actualización del misterio a través de la celebración
litúrgica. La procesión de ramos se hace con el santísimo sacramento o con
un libro de los evangelios: se sale de una iglesia fuera de la ciudad y se enta­
bla un diálogo dramatizado en la puerta de las murallas a imitación de la
liturgia de Jerusalén. La reserva de la eucaristía en el jueves santo, como
reacción a las doctrinas de Berengario, que pone en entredicho la doctrina
tradicional de la presencia real de Cristo en la eucaristía, pasa a ser un momen­
to importante de la liturgia que pretende más subrayar esa presencia «real»
que representar el misterio pascual. A partir del siglo XI se organiza la ado­
ración y vela ante el Santísimo en el monumento. El sagrario, conteniendo
la eucaristía, es contemplado como símbolo del sepulcro. Se ponen alre­
dedor soldados y piadosas mujeres. El Señor espera allí la resurrección sin
pensar que por medio está todavía el viernes santo. La pasión es represen­
tada con todos los personajes y detalles de la historia evangélica y así nacen
representaciones dramáticas populares de mucha viveza e imaginación. El
lavatorio de los pies, ya atestiguado por san Agustín, cobra nuevo vigor.
El papa lava los pies de sus familiares y los clérigos hacían lo mismo en sus
casas.
En la edad media casi termina por desaparecer la misma vigilia pas­
cual. Ya en el siglo XII se la anticipa a la mañana del sábado. San Pío V
prohibió celebrar la misa por la tarde y la misa de la Cena pasó a la maña­
na. A partir de entonces el día entero del jueves pasó a formar parte del
triduo sagrado y, como consecuencia, el día de la pascua quedó fuera del
mismo contrariamente a la tradición teológica y litúrgica de la iglesia anti­
gua. Este error fue agravado con la devoción popular de los monumentos
que restó importancia a la misma cena como memorial del sacrificio de
Cristo.
Se introdujo la bendición del fuego nuevo suscitándolo del pedernal
o con ayuda de una lupa concentrando en el cristal los rayos del sol. La ben­
dición del cirio pascual, adornado, consagrado, ungido, adquiere una solem­
nidad considerable, quedando manifiesta la contradicción entre los textos
que hablan de la noche dichosa más que el día y la ceremonia matinal. Se
establecen, por exigencia simbólica, doce lecturas bíblicas. Se introducen
las letanías de los santos. Se bendice con ritos complejos la fuente bautis­
mal. Al quedar descolgada la mañana del domingo, se pone una misa en
la aurora del mismo, y en algunos lugares esta misa es acompañada con la
procesión del encuentro de Cristo con su madre.
El viernes santo recobra una importancia que hace desvanecer más si
cabe la liturgia del sábado, con la misma vigilia. La muerte difumina la resu­
rrección. La lectura de la pasión y la adoración de la cruz, por influencia de
la liturgia de Jerusalén, se extiende en gran forma. En Roma se establece la
gran «oración universal» de la actual liturgia. Por influencia de la liturgia
de Jerusalén se cantan los improperios en griego y en hebreo. En oriente y
occidente no se celebra la eucaristía. En unos lugares se recibe la comunión
y en otros no. Se dramatiza solemnemente la adoración de la cruz, se des­
pojan los altares. Y finalmente son retiradas la eucaristía y la cruz hasta la
vigilia del sábado.
El jueves santo es día de reconciliación de los penitentes. Se ultiman
los ritos bautismales. Ya en el siglo V aparecen en Roma tres misas. La pri­
mera era para reconciliar a los penitentes. Habían sido «excomulgados»,
separados de la comunidad al comenzar la cuaresma. Ahora, en forma de
cadena, cogidos cada uno de la mano del otro, iban detrás del obispo has­
ta el altar donde recibían la absolución. La segunda misa era la de la ben­
dición de los óleos. La tercera era el memorial de la cena o institución de la
eucaristía. La reserva de la eucaristía adquiere unas dimensiones despro­
porcionadas, como adoración a la presencia real de Cristo, aunque empa­
ñada por la extraña interpretación de la sepultura de tres días, que suscita
los piadosos homenajes de flores, perfumes, candeleros, inciensos, semillas
de trigo que germinan rápidamente como signo de vida y de resurrección.
El lavatorio de los pies se hace fuera de la misa. Se canta el hermoso canto
«Ubi charitas et amor». Se predica el sermón del mandamiento nuevo sobre
la caridad fraterna.
Después de una larga evolución de la celebración litúrgica del triduo
santo, y como consecuencia del movimiento bíblico-litúrgico, Pío XII hizo
una primera reforma en 1955. La reforma definitiva, la actual, la hizo Pablo
VI en 1970.
ffl. EL NÚCLEO DE LA PASCUA:
U N IDÉNTICO MISTERIO EN TRES ASPECTOS
FUNDAMENTALES

El triduo celebra la pascua del Señor. Celebra a Cristo nuestra pascua.


San Agustín, reflejando la costumbre antigua, se refirió al «triduo del cru­
cificado, sepultado y resucitado» (Ep 55,24; PL 33,215). Son los tres aspec­
tos fundamentales de un mismo misterio. Esta descripción pone al descu­
bierto una importante diferencia de la más venerable antigüedad, con la
forma actual de celebrar el triduo santo. El triduo comprendía la muerte,
la sepultura y la resurrección del Señor, el viernes, el sábado y el domingo.
Quedaba excluido el jueves y la referencia a la cena, que es de inspiración
más bien tardía. En una reforma que siguiera únicamente los criterios de la
antigüedad, quedaría rebajada la importancia del jueves, y con él, la cele­
bración de la cena del Señor. N o valdría apelar a la importancia trascen­
dental que tienen los grandes misterios que hoy celebramos en la cena: la
institución de la eucaristía, del sacerdocio y del mandamiento del amor fra­
terno. Sin embargo, la reforma de Pablo VI realza la trascendencia pascual
del jueves, con los misterios en él celebrados, y su íntima conexión con los
contenidos sagrados del viernes y del sábado. De este modo, la única pas­
cua de Jesús, su paso de este m undo al Padre, permanece infrangibie y
plenamente evocada y celebrada, en la cena, en la cruz y en la resurrección,
es decir, en jueves, viernes y sábado-domingo. Son tres momentos esencia­
les de una misma e idéntica pascua.
Este misterio de la pascua de Jesús se ilumina a la luz de la pascua del anti­
guo testamento, que no fue sino un esbozo, una figura o profecía. La pas­
cua antigua tiene tres momentos importantes. El primero es la inmolación
del cordero cuya sangre marca las puertas de los israelitas. El segundo es la
liberación de Egipto y el paso del Mar Rojo. El tercero es la celebración memo­
rial de la pascua que el pueblo ha de hacer cada año, reviviendo el aconteci­
miento original en el contexto histórico y espiritual de cada generación.
En un primer momento, Jesús celebra la cena, y en él permanece viva
la idea de una pascua antigua que él lleva a su consumación en conexión
directa con los acontecimientos de su inm ediata muerte y resurrección.
La última cena del Señor no es sólo la sustitución de la cena pascual de los
judíos, sino que es, además, la anticipación ritual del misterio de su pasión
y el anuncio de su resurrección gloriosa.
El segundo momento de esta pascua de Jesús es su inmolación volun­
taria en la cruz. En él se cum ple el misterio del cordero inmolado en la
pascua de los judíos, com o apuntan Juan y Pablo y como ampliamente
comentan Los padres de la Iglesia al confrontar el capítulo 12 del Éxodo y la
muerte de Jesús en la cruz, verdadero sacrificio voluntario del cordero sin
mancha.
El tercer momento pascual de Jesús es su resurrección, verdadera libe­
ración de la muerte, auténtico paso del Mar Rojo, paso definitivo de este
mundo al Padre.
Jesús ha asumido ritualmente la pascua de Israel y la ha transformado
en la nueva pascua suya y de la Iglesia.
Con esta perspectiva la Iglesia celebra hoy el triduo pascual, la única
pascua de Cristo, en tres momentos consecutivos e indisolublemente enla­
zados. La resonancia pascual del jueves santo resulta evidente. La cena de
Jesús no sólo sustituye la antigua cena pascual judía. Es la institución memo­
rial, ritualizada, de su muerte y resurrección. Cuando Jesús nos manda «hacer
esto como memorial mío», él mismo se hace contemporáneo de todos los
tiempos y lugares, de todas las asambleas de la historia, actualizando el suce­
so de su muerte y resurrección, de su cuerpo entregado y de la sangre derra­
mada, para que todos, celebrando la eucaristía, celebren la pascua nueva y
eterna, el paso fundamental de la muerte a la vida. La eucaristía es el cor­
dero de Dios salvando el mundo. Es el pasado que perdura en un presente
que anticipa el futuro. Es el suceso original, representado o actualizado, y
vivido ahora por el Señor y por la comunidad que lo celebra, la cual impli­
ca en él las circunstancias de cada tiempo y lugar para ponerlas en trance de
reconciliación y salvación. Es verdadera apropiación y participación por par­
te de la Iglesia en la pascua de Jesús. Es radicalmente alianza y pascua, reden­
ción y salvación. Cena, cruz y resurrección, son el verdadero contenido de
una eucaristía no manipulada ni reducida por sentimentalismos devocio-
nales. Por ello nos parece muy positiva la última reforma de Pablo VI incrus­
tando en el triduo santo la cena del jueves, la cruz del viernes y la resu­
rrección de la vigilia pascual.

IV. EL CONTENIDO ESPIRITUAL DE LA PASCUA

La vida cristiana es radicalmente vida pascual. Es hacer el camino de


Jesús. Reproducir su imagen. Actualizar en la propia vida los misterios de su
vida. Él es el nuevo Adán, el hombre nuevo. Éste es el núcleo del mensaje de
fe predicado por Pablo: Cristo vive y está presente en la comunidad, en cada
uno de los creyentes. En todos ellos Cristo reproduce su vida, los misterios
de su vida. De tal manera los refleja, que ellos «son vivificados en Cristo»
(Col 2,13), «concrucificados con él» (Gál 2,19), «muertos en él» (2Cor 4,10),
«sepultados con él» (Col 2,12), resucitados con él» (Col 3,1), «sentados ya
en los cielos con él’ (Ef 2,5-7). En este sentido las fiestas de la vida del Señor
no son sólo memoria, sino misterio, como dicen los Padres. Contienen lo
que conmemoran. Lo que ayer fue historia, hoy es realidad sacramental,
de gracia y de Espíritu Santo. Lo que ayer sucedió en la geografía de la tie­
rra, hoy acontece en el corazón, dentro, de cada creyente que celebra los mis­
terios de la vida del Señor. La pascua es resurrección y la resurrección no es
la articulación del cadáver a la vida nueva. Resucitamos ya en el bautismo.
La resurrección es la vida cristiana vivida en la novedad pascual de Cristo.
«En la liturgia se realiza la obra de la salvación» (SC 2). La liturgia es como
un cuño que marca la imagen de Cristo, a lo vivo, en los creyentes.
De acuerdo con esta doctrina de San Pablo, de las catcquesis de los
Padres, del Vaticano II, la espiritualidad del triduo consiste en que los cris­
tianos nos reconocemos hoy cuerpo de Cristo que reproduce su vida, cada
uno de los misterios redentores de su vida. Somos el Cuerpo de Cristo que,
en el jueves santo, vive en trance de hacerse, con Cristo y en él, eucaristía
de todos los hombres, haciéndoles comensales y concorpóreos de nuestra
vida, viviendo el amor fraterno «hasta el extremo». Somos el Cuerpo de
Cristo que, en el viernes santo, vive, con él y en él, el gozo de un amor y de
una entrega más fuertes que la muerte. Somos el cuerpo de Cristo que vive,
en la vigilia pascual, el trance de poner a los hombres y las situaciones huma­
nas en la novedad pascual de Cristo.
La espiritualidad del triduo sagrado es, y no puede dejar de ser, nues­
tra identificación con Cristo muerto, sepultado y resucitado. El drama de
la redención se representa y se actualiza en nuestras vidas. El Cristo que se
entrega, muere y resucita somos ahora él y nosotros. Cristo y la Iglesia. La
cabeza y el cuerpo. La representación es real, sacramental, no sólo ritual y
sentimental. El drama de la iglesia actual está en el desequilibrio entre su
pobreza sacramental y su exuberancia folclórica representativa. Ha perdido
la memoria pascual tal como brota de las acciones originales de Cristo, del
mensaje medular paulino, de las catcquesis de los padres apostólicos y pos­
teriores, y se ha acomodado a la imaginación medieval arbitrariamente exu­
berante e imaginativa. En este punto medular, la pobreza evangélica y apos­
tólica de no pocos pastores corre pareja con la del pueblo. Cualquier forma
de evangelización, de formación más esmerada, si quiere ser auténtica, ha
de tener la pascua como punto de partida y de llegada. De lo contrario per­
manecerá siempre decapitada. A la magnífica reforma ritual de Pablo VI ha
de seguir la renovación espiritual de la pascua cristiana hoy, con un conte­
nido más evangélico, más paulino, más patrístico, sabiendo inculturar, sin
perder pureza original, el memorial pascual en el mundo actual, en sus valo­
res y expresiones, en sus situaciones y contingencias. Una mirada a las cele­
braciones de la semana santa en la geografía de nuestros pueblos y ciuda­
des, suscita la impresión de que la inspiración medieval crece con ritmos
más progresivos que la inspiración litúrgica de la pascua. Y esto, insisto,
representa una grave responsabilidad para los evangelizadores.
Nosotros, los cristianos de hoy, somos la visibilidad terrestre del Cris­
to celeste. Prolongamos su encarnación al servicio del mundo. Somos Cris­
to para los hombres, amor infinito de Cristo al mundo. Actualizamos y
reproducimos su pasión y resurrección en favor de todos los hombres.
No podemos, en estos tiempos, limitarnos a las representaciones fol­
clóricas populares. Tampoco podemos detenemos en consideraciones y ejer­
cicios piadosos guiados del capricho subjetivo. Hemos de dejarnos sustituir
por él. Vivir su persona. Sus acciones. Sus actitudes. En algunas represen­
taciones populares de la pasión intervienen personas vivientes para «doblar»
la persona del Señor. Ésta es la profunda realidad de la vida cristiana: repro­
ducirle a lo vivo, representarle. Ser hoy su pasión y su resurrección en el
contexto de nuestras situaciones y problemas actuales. Si tenemos amor, y
no hemos perdido sensibilidad evangélica ni el sentido profético de una ver­
dadera vida cristiana, entenderemos bien el significado y contenido sagra­
do de estos días.
5. LA VIVENCIA ESPIRITUAL
DE LA PASCUA CRISTIANA:
EL TRIDUO POR DENTRO

El contenido espiritual del triduo es, y no puede ser otro, que el de la


pascua del Señor. La vida cristiana es hacer el camino de Jesús. El Cristo
viviente, de los cielos, vive en medio de la comunidad creyente y la está
vivificando en su vida gloriosa. La celebración de los misterios de la reden­
ción nos hace contemporáneos de Cristo y ahora nosotros somos su cuer­
po que revive aquellos mismos misterios. El Cristo que se entrega, mue­
re de amor, y resucita, somos ahora él y nosotros. Cristo y la Iglesia. La
cabeza y el cuerpo. Somos concrucificados con él (Gál 2,19), muertos en
él (2 C or 4,10), sepultados con él (Col 2,12), resucitados con él (Col 3,1),
sentados ya en los cielos con él (Ef 2,5-6). Nosotros somos ahora la visi­
bilidad terrestre del Cristo celeste. Prolongamos ahora su encarnación al
servicio del mundo. Somos en nuestro tiempo la visibilidad histórica del
Cristo glorioso de los cielos, la encarnación de su amor a favor de todos
los hombres.
El triduo, vivido por dentro, requiere dejarnos sustituir por él, vivir
su persona, sus acciones, sus actitudes. Reproducirlo a lo vivo. Ser hoy su
pasión y muerte, su resurrección, en el contexto de las situaciones y pro­
blemas actuales. Hoy sigue siendo redención de Cristo, pero ahora en nos­
otros y desde nosotros, que somos su visibilidad terrena.
EL JUEVES SANTO

Sentirme Cristo en el Jueves Santo.


Dejarme sustituir por él.
Hacer lo que él hace y como él lo hace.
D erram ar mi vida en los demás.
Hacer de mis relaciones manjar y banquete para todos.
Construir la comunidad en la fraternidad y en la paz.

I. HISTORIA, CELEBRACIÓN Y VALORES

A) HISTORIA Y CELEBRACIÓN

Inicialmente el jueves no formó parte del Triduo santo. No obstante,


la misa de la cena se celebra en Jerusalén desde los comienzos. En Roma
entra en el siglo vil. Posteriormente se añadió una misa para la reconcilia­
ción de los penitentes. Y después una tercera para la consagración de los
óleos. La reforma de Pablo VI coloca la misa crismal en las catedrales el jue­
ves por la mañana y la celebración de la cena en todas las Iglesias por la tar­
de como apertura e inicio de la celebración pascual.
La misa crismal no pertenece al triduo sagrado actual. La preside el obis­
po con los presbíteros. Actualmente se le da una significación sacerdotal o
presbiteral. Pero no tiene ningún fundamento exclusivo, ni en la historia ni
en los textos. El significado de los óleos, y más aún el de la Cena, hacen de
la liturgia la fiesta de la comunidad. La consagración de los óleos celebra la
presencia santificadora del Espíritu formando la comunidad en la diversi­
dad de sus miembros. En la misa crismal se consagra óleo de los catecúme­
nos como expresión de fuerza contra Satanás, príncipe del mal, el de los enfer­
mos como remedio de las dolencias de cuerpo y de alma, y el santo crisma,
signo de la penetración santificadora del Espíritu Santo y con el que serán
ungidos los bautizados, los confirmados, los nuevos presbíteros y obispos.
En la misa vespertina se celebra la ritualización de la cruz y de la cena
en la eucaristía, el memorial del Señor en el que se actualiza y representa
la entrega del Señor hasta la muerte por amor. En el gesto más humano
de comer y de beber está el simbolismo profundo de la acción de Cristo
que, en la Eucaristía nos hace comensales del reino de Dios. Para ello no
sólo transforma la materia del pan y vino: transforma, ante todo, a la comu­
nidad en su propio cuerpo. La eucaristía no sólo hace el cuerpo de Cristo:
nos hace a nosotros su cuerpo. La comunidad creyente está llamada a ser la
encarnación del amor de Cristo, su biografía y revelación. H a de hacerse
acogida y hospitalidad para todos los hombres, en especial los más necesi­
tados. La eucaristía es la construcción de la comunidad en el amor y la paz.
Ella debe reflejar la entrega ilimitada de Cristo que tiene que ir fermentando
a todos en la gratuidad de Dios.
En la institución de la Cena hay dos expresiones cuyo simbolismo reve­
la con una fuerza clarividente el significado profundo de la eucaristía.
Son, primero, el pan y el vino. Y después el lavatorio de los pies. Jesús, cuan­
do pronuncia las palabras, no se dirige a los elementos materiales de pan y
vino. Se dirige a las personas: «tomad y comed», «tomad y bebed». Ello nos
dice que la eucaristía no termina simplemente en la transformación mági­
ca de una cosa sagrada. Se centra sobre todo en la acción de entregarse, de
darse del todo, de compartir, de poner en común, de derramar la vida en
los demás. Cristo no se limita a hacerse presente con una presencia objeti­
va, sin más. Está presente porque se entrega, porque vive entregándose. Cris­
to está presente en el pan y el vino para hacer de la comunidad unida su
verdadero cuerpo. Transforma los elementos en función de la transforma­
ción de las personas. Hace de nosotros comensales y concorpóreos suyos. Y
nos impele a nosotros, con él y en él, a compartir, comer juntos en la mesa
del rito y de la vida, a derramar nuestra vida en los demás. M arginar la
fraternidad y la solidaridad es pervertir la eucaristía.
De igual modo, en el lavatorio de los pies, oficio de siervos en tiempo
de Jesús, el Señor nos descubre el contenido y significado profundos de la
Eucaristía como servicio de vida a favor de los otros. Jesús, en la cena,
hizo de siervo de los discípulos y nos recomendó vivamente hacernos tam­
bién nosotros servidores los unos de los otros. El contenido verdadero de la
eucaristía no es que repitamos materialmente la escena del lavatorio de los
pies, sino que, en la vida real, nos sirvamos unos a otros por amor, consi­
derando a los demás como superiores a nosotros mismos. Que hagamos en
nuestro contexto actual y social lo que Jesús hizo en el suyo.
El trasfondo pascual de la cena resulta evidente. La primera lectura nos
habla de la primera pascua de la historia hebrea, de Ex 12,1-8.11-14. La
segunda, de 1 Cor 11,23-26, se refiere a la institución de la Cena de Cris­
to, la nueva pascua, cuyo memorial tendrá que celebrar el nuevo pueblo. El
evangelio nos habla del paso de Cristo al Padre, la pascua en su contenido
fundamental (Jn 13,1). La celebración de la Cena encierra todo el patetis­
mo de la primera Cena vivida por Cristo en el cenáculo, pues, como dice
la oración de las ofrendas «cada vez que celebramos este memorial de la
muerte de tu hijo, se realiza la obra de nuestra redención». En la consa­
gración dirá el sacerdote: «El cual HOY, la víspera de padecer... tomó pan...»
« Efectivamente, hoy, Cristo y la Iglesia, la Cabeza y el cuerpo, celebran la
pascua, el memorial actualizando el pasado en un presente que anticipa el
futuro de la salvación. La Cena es el misterio de la pascua. Representa y
actualiza el paso del Señor de la muerte a la vida para que nosotros nos lo
apropiemos y participemos de él. «Cada vez que con conciencia pura te acer­
cas a la eucaristía, celebras la pascua. Pascua es, en efecto, celebrar la muer­
te del Señor» (San Juan Crisóstomo).
La procesión y reserva del Santísimo en el monumento es una costumbre
popular que tiene su origen en el siglo XI.

B) LOS VALORES ESPIRITUALES DE LA CENA DEL SEÑOR:

* El am or ilimitado que el Padre nos tiene al entregar al Hijo por


nosotros.
* El amor del Hijo al Padre obedeciendo hasta la muerte.
* Compartir, acoger, poner en común, comer juntos.
* Ser fieles a lo instituido por Jesús en la Cena, derramando nosotros
«hoy» nuestra vida en los hombres, en el contexto de los pro­
blemas y necesidades de nuestro tiempo.
* Construir la comunidad en la fraternidad y la paz.
* Hacernos pan de los otros. Darnos sin límites ni condiciones.
* Ser siempre positivos, incluso con los que nos ofenden.
* Relacionarnos siempre con los otros desde la gratuidad y no por
interés.
* Amar incondicionalmente, sin tener en cuenta la ignominia.

II. ORACIONES DE LA BIBLIA, DEL MISAL


Y DE LA TRADICIÓN ESPIRITUAL

a) Textos eucarísticos especiales

Juan 6; 17.
1 Cor 10,14-22 y 11,17-34.
b) Oraciones-colecta y poscomunión

Señor Dios nuestro, nos has convocado hoy para celebrar aquella mis­
ma memorable cena en que tu Hijo, antes de entregarse a la muerte, con­
fió a la Iglesia el banquete de su amor, el sacrificio nuevo de la alianza eter­
na: te pedimos que la celebración de estos santos misterios nos lleve a
alcanzar la plenitud de amor y de vida (Oración misa Jueves santo).

O h Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial


de tu pasión: te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados
misterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constante­
mente en nosotros el fruto de tu redención (Ritual de la eucaristía).

Derrama, Señor, sobre nosotros tu Espíritu de caridad para que, ali­


mentados por el mismo pan del cielo, permanezcamos unidos en el mismo
amor (Ritual de la eucaristía).

Te rogamos, Señor, que nos santifique nuestra participación en la


eucaristía, para que, en el cuerpo y en la sangre de C risto, se estreche
cada vez más la fraternidad universal de todos los hombres (Ritual de la
eucaristía).

Alimentados con esta eucaristía, te hacemos presente, Señor, nues­


tra acción de gracias, implorando de tu misericordia que el Espíritu Santo
mantenga siempre vivo el amor a la verdad en quienes han recibido fuer­
za de lo alto (Ritual de la eucaristía).

Derrama, Señor, sobre nosotros tu Espíritu de caridad, para que viva­


mos siempre unidos en tu amor los que hemos participado en el mismo
sacramento pascual (Ritual de la eucaristía).

c) Antífonas

Nosotros hemos de gloriarnos


en la cruz de nuestro Señor Jesucristo:
en él está nuestra salvación, vida,y resurrección,
él nos ha salvado y libertado.

Os doy el mandato nuevo:


que os améis mutuamente como yo os he amado, dice el Señor.
¡Oh sagrado banquete en que Cristo es nuestra comida,
se celebra el memorial de su pasión,
el alma se llena de gracia
y se nos da una prenda de la gloria futura!

¡Qué bueno, Señor, es tu espíritu!


Para demostrar a tus hijos tu ternura,
les has dado un pan delicioso bajado del cielo,
que colma de bienes a los hambrientos,
y deja vacíos a los ricos hastiados.

Yo soy el pan vivo bajado del cielo;


el que coma de este pan vivirá eternamente;
y el pan que yo daré
es mi carne para la vida del mundo.

d) Responsorios
Yo soy el pan de vida.
Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron:
éste es el pan que baja del cielo,
para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.
El que coma de este pan vivirá para siempre. Éste es el pan que
[baja del cielo,
para que el hombre coma de él y no muera.
El pan es uno, y así nosotros,
aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo.
Todos participamos del mismo pan y del mismo cáliz.
Tu bondad, oh Dios, lo preparó para los pobres,
a los que haces habitar unánimes en tu casa.
Todos participamos del mismo pan y del mismo cáliz.
El Padre que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre,
y el que me come vivirá por mí.
Lo alimentó con el pan de la vida y de la sabiduría.
Y el que come, vivirá por mí.
SALM O 22: E l Señor es m i pastor

El Señor es mi pastor,
nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.

f) Himnos
1. PANGE L1NGUA
Que la lengua humana
cante este misterio:
la preciosa sangre
y el precioso cuerpo.
Quien nació de virgen,
Rey del universo,
por salvar al mundo,
dio su sangre en precio.
Adorad postrados este sacramento.
Cese el viejo rito.
Se establezca el nuevo.
Dudan los sentidos y el entendimiento:
que la fe lo supla con asentimiento.
Himnos de alabanza,
bendición y obsequio;
por igual la gloria
y el poder y el reino
al eterno Padre
con el Hijo eterno
y al divino Espíritu
que procede de ellos. Amén.

2. «ADORO TE DEVOTE»»
A dórote devotamente, oculta Deidad,
que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente.
A ti mi corazón se somete totalmente,
pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo.
La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces,
sólo con el oído se llega a tener fe segura.
C reo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios,
nada más verdadero que esta palabra de la Verdad.
En la cruz se ocultaba sólo la Divinidad,
mas aquí se oculta hasta la humanidad.
Pero yo, creyendo y confesando entrambas cosas,
pido lo que pidió el ladrón arrepentido.
Tus llagas no las veo, como las vio Tomás;
pero te confieso por Dios mío.
Haz que crea yo en ti más y más,
que espere en ti y te ame.
¡Oh recordatorio de la muerte del Señor,
pan vivo, que das vida al hombre!
Da a mi alma que de ti viva
y disfrute siempre de tu dulce sabor.
Piadoso pelícano, Jesús Señor,
limpíame a mí, inmundo, con tu sangre,
una de cuyas gotas puede limpiar
al mundo entero de todo pecado.
¡Oh Jesús a quien ahora veo velado!
Te pido que se cumpla lo que yo tanto anhelo:
que, viéndote finalmente cara a cara,
sea yo dichoso con la vista de tu gloria.

3. «UBI CHARETAS»»
Donde hay caridad y amor, allí está Dios.
Nos congregó y unió el amor de Cristo.
Regocijémonos y alegrémonos en él.
Temamos y amemos al Dios vivo,
y amémonos con corazón sincero.
Donde hay caridad y amor, allí está Dios.
Pues estamos en un cuerpo congregados,
cuidemos no se divida nuestro afecto.
Cesen las contiendas malignas, cesen los litigios,
y en medio de nosotros esté Cristo Dios.
Donde hay caridad y amor, allí está Dios.
Veamos juntamente con los santos
tu glorioso rostro ¡oh Cristo Dios!
Éste será gozo inmenso y puro.
Por los siglos de los siglos infinitos. Así sea.

g) Otras oraciones eucarísticas


1. ORACIÓN DE LA «DIDAKHÉ» O DOCTRINA DE LOS DOCE
APÓSTOLES
Respecto a la eucaristía, daréis gracias de esta manera:
primeramente, sobre el cáliz:
T e damos gracias, Padre nuestro, por la santa viña de David, tu siervo,
la que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo.
A ti sea la gloria por los siglos.
Luego sobre el fragmento:
Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento
que nos manifestastes por medio de Jesús, tu siervo.
A ti sea la gloria por los siglos.
Com o este fragmento estaba disperso sobre los montes
y reunido se hizo uno,
así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino.
Porque tuya es la gloria y el poder por Jesucristo eternamente.
Después de saciaros, daréis gracias así:
Te damos gracias, Padre Santo, por tu santo Nom bre,
que hiciste morar en nuestros corazones,
y por el conocimiento, y la fe, y la inmortalidad,
que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo.
A ti sea la gloria por los siglos.
Tú, Señor todopoderoso, creaste todas las cosas por causa de tu
[nombre
y diste a los hombres comida y bebida para su disfrute.
Mas a nosotros nos hiciste gracia de comida y bebida espiritual
y de vida eterna por tu siervo.
Ante todo, te damos gracias porque eres poderoso.
A ti sea la gloria por los siglos.
Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal
y hacerla perfecta en tu amor, y reúnela de los cuatro vientos,
santificada, en el reino tuyo, que has preparado.
Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos.
Venga la gracia y pase este mundo.
Hosanna al Dios de David.
El que sea santo que se acerque.
El que no lo sea que haga penitencia.
Maraña tha. Amén.

2. ALMA DE CRISTO
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, purifícame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh buen Jesús óyeme!
D entro de tus llagas escóndeme.
N o permitas que me aparte de ti.
Del maligno enemigo defiéndeme.
En la hora de mi muerte llámame
y mándame ir a ti,
para que con tus santos te alabe
por los siglos de los siglos. Amén.

3. TOM AD, SEÑOR, Y RECIBID


Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad,
mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad,
todo mi haber y poseer.
Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno.
Todo es vuestro. Disponed a toda vuestra voluntad.
Dadme vuestro amor y gracia, que esto me basta.
Ejercicio práctico de oración profunda

EN LA EUCARISTÍA
SOMOS LO QUE RECIBIMOS

I . H A C IA EL E N C U E N T R O PERSONAL C O N CRISTO

Intenta ir más allá de las mediaciones: ideas, imágenes, representacio­


nes mentales o escénicas, ceremonias, etc. Ahora, más que pensar en «cele­
brar el triduo» o en «hacer oración» en un sentido funcional, exterior, del
término, piensa más bien: voy a estar con él, a solas con él, totalmente con
él, dentro de él, sorprendiendo sus sentimientos íntimos, para apropiár­
melos.
Suplica el silencio interior y el encuentro sincero, cara a cara, perso­
nal, con él.
C ree en su am or y ábrete a él: ((H a b ie n d o a m a d o a los suyos... los
a m ó h a s ta e l e x tr e m o » (|n 13,1).

2. C O M U L G A R E IDENTIFICARM E C O N CRISTO

a) Cristo se hace mi eucaristía:


Lo primero que vemos en la eucaristía es la entrega personal y el modo
de la entrega: ((T o m a d y com ed... esto es m i c u erp o e n treg ad o ... T o m a d
y b e b e d ... m i sangre d e rra m a d a p o r to d o s». Debo entender profunda­
mente, experimentar, que Cristo se hace pan, entrega, comunión, derra­
mamiento de su vida en mi vida, con el fin de vivir él en mí y yo en él. En la
eucaristía soms aquello mismo que recibimos. Mediante ella él nos hace su
cuerpo.

«Sois c u e rp o de C ris to » (I C o r 12,27).

« T o m a d , c o m ed , esto es m i c u e rp o » (M t 26,26).
« T o m ó luego un cá liz... se lo dio d iciend o : b e b e d to d o s d e él, p o r ­
q u e ésta es m i sangre de la A lia n z a , q u e va a ser d e rra m a d a p o r todos
p a r a rem isión de los p e c a d o s » (M t 26,27-28).

« E l c á liz de b en d ició n q u e b e n d ecim o s ¿no nos u n e a to d o s en la


sangre de Cristo? Y e l p a n q u e p a rtim o s ¿no nos une a todos en e l cuer­
p o de Cristo? (I C o r 10,16).

« Y o soy el p a n d e la v id a ... Éste es e l p a n q u e b a ja d e l c ie lo . Si


u n o c o m e de este p a n v iv irá p a r a s ie m p re ; y e l p a n q u e yo le v o y a
d a r es m i carn e p o r la vid a d e l m u n d o ... E l q u e c o m e m i c a rn e y b eb e
m i sangre tie n e vid a e te rn a ... P o rq u e m i c a rn e es v e rd a d e ra c o m id a
y m i sangre v e rd a d e ra b e b id a . E l q u e c o m e m i c a rn e y b e b e m i san­
g re , v iv e en m í y y o en é l. L o m is m o q u e m e h a e n v ia d o e l P a d r e ,
q u e vive, y yo vivo p o r e l P a d re , ta m b ié n e l q u e m e c o m a v iv irá p o r
m í» (Jn 6,48ss).

b) Nosotros, eucaristía de Cristo para los demás: el amor


fraterno:
La eucaristía no es sólo una «materia» sagrada. Es la acción de entre­
garse a los hermanos y de ser uno con ellos. N o se puede «recibió» la comu­
nión y no «ser» comunión. Cristo adquiere cuerpo no sólo bajo la figura
de pan, sino también bajo la forma de la comunidad. N o se puede recibir
el cuerpo de Cristo y rechazar a los hermanos, porque ellos son el cuer­
po de Cristo. « Porque, au n siendo m uchos, un solo p a n y un solo cuer­
p o som os, p u es to d o s p a r tic ip a m o s d e un solo p a n » (I C o r 10,17).

El contenido medular de la eucaristía es hacerse esclavo de los demás:


« ¿ C o m p re n d é is lo q u e h e h e c h o co n vosotros? V o so tros m e lla m á is
e l M a e s tr o y e l S eñor, y decís b ien , p o rq u e lo soy. Pues si yo, e l S e ñ o r
y e l M a e s tr o , os he la v a d o los pies, ta m b ié n vosotros debéis lavaro s
los pies unos a otros. O s he d a d o e je m p lo , p a r a q u e ta m b ié n vosotros
hagáis co m o yo h e h ech o con vosotros» (Jn 13,12ss).

« E l m a y o r e n tre vosotros sea co m o e l m e n o r y e l q u e m a n d a com o


e l q u e sirve... Yo e s to y en m e d io d e vo sotro s c o m o e l q u e sirve» (Le
22,24ss)

« O s d o y un m a n d a m ie n to nuevo: que os am éis los unos a los otros.


Q u e , co m o yo os he a m a d o , así os am éis ta m b ié n los unos a los otros.
En esto c o n o c e rá n to d o s q u e sois d iscípu los m íos: si os te n é is a m o r
los unos a los o tro s » (Jn 13,34ss).

« P e rm a n e c e d en m i a m o r» ()n 15,9).

« Vivid en e l a m o r como C ris to os a m ó » (Ef 5,2).

c) Características de este amor:


— e v a n g é lic o y s a c ra m e n ta l: en mí, ama el mismo Cristo.
— g ra tu ito : incondicional, sin compensación, aunque no lo merezcan.
— to ta l: sin límites ni reservas.
— in te rio r, nacido del corazón.

3. REFLEJAR A CRISTO

«P ues c a d a vez q u e com éis este p a n y bebéis este c á liz, an u n ciáis


la m u e rte d e l S e ñ o r h a s ta q u e v e n g a » ( I Cor 11,26).

« C ris to será g lo rific a d o en m i c u e rp o , p o r m i v id a o p o r m i m u e r­


te , p u es p a r a m í la v id a es C ris to » (Flp 1,20ss).

« C o n C risto esto y c ru cificad o y, vivo, p e ro n o yo, sino q u e es Cris­


to q u ie n vive en m í; la v id a q u e vivo a l p re s e n te e n la c a rn e , la vivo
en la fe d e l H ijo d e D ios, q u e m e a m ó y se e n tre g ó a sí m ism o p o r m í»
(Gál 2 ,19ss).

4. LA EXPERIENCIA DE U N A A G O N ÍA DE A M O R

Penetra hondamente en la pasión del corazón: la soledad, el abandono


de los suyos: «V in o a los suyos y los suyos no le re c ib ie ro n » (Jn I ,11).

« Y o os aseguro q u e u n o d e vosotros m e e n tre g a rá » (Jn 13 ,2 1).

Pide un amor sufrido que te haga experimentar la alegría del sacrificio,


no desertar del prójimo porque cuesta convivir o compartir: « N o s o tro s
hem o s d e g lo ria rn o s en la cru z d e n u estro S e ñ o r Jesucristo: en é l está
n u e s tra s a lv a c ió n , v id a y re s u rre c c ió n , é l nos h a s a lv a d o y lib e r ta ­
d o » (Introito de Jueves Santo).
«E n c u a n to a m í, D io s m e lib re d e g lo ria rm e si n o es en la c ru z d e
n u estro S e ñ o r Jesucristo, p o r la c u a l e l m u n d o es p a r a m í u n c ru c ifi­
c a d o y yo un c ru c ific a d o p a r a e l m u n d o » (Gál 6,14).

Pide saber cumplir la voluntad del Padre, y no tu gusto, aunque te cueste,


y precisamente porque te cuesta: «H ág ase tu vo lu n tad no la m ía » (Me 14,36).

5. PARA LA O R A C IÓ N P R O FU N D A

Toma uno de estos textos, una palabra, y ponía en los ojos, en el cora­
zón, en la vida. Si comulgas con ella, o mejor, te dejas comulgar por ella
¿qué cambiaría en tu vida? Acoge. Comulga. Identifícate. Con la palabra más
oportuna, emprende el proceso de transformación:

SALGO DE Mí. V O Y A TI. T O D O EN TI. N U E V O POR TI.*

* t
VIERNES SANTO

Sentirme Cristo en su viernes santo.


Pedirle que actualice en mí su pasión y muerte.
Ponerme en su lugar.
Aceptar con alegría el sufrimiento que cuesta amar.
Hacer lo que él hace y como él lo hace

I. HISTORIA, CELEBRACIÓN Y VALORES

A ) H ISTO RIA Y CELEBRACIÓN

Tenemos constancia de que a finales del siglo iv se celebra en jerusalén


una oración itinerante que va, el jueves por la tarde, del monte de los O li­
vos a Getsemani, y el viernes, del cenáculo al monte Calvario. Allí el obispo
presenta la cruz al pueblo para venerarla. La celebración ha estado siempre
centrada en la veneración de la cruz y la consideración de la muerte del Señor.
La pascua se cumple en la pasión y muerte de Cristo, el cordero inmaculado,
cargado con nuestros pecados y llevado al matadero. La proclamación de la
pasión según el evangelio de san Juan es el acto clave de la celebración.
En el fondo de la acción litúrgica celebramos la cruz no como instru­
mento del suplicio del Señor, sino como exaltación del amor más fuerte que
la muerte. En la cruz adoramos el sufrimiento que redime y salva. La cruz
es el amor superior, total y eterno. Es el amor con que Dios nos ha amado.
Las partes esenciales de la celebración litúrgica son:

La pasión proclamada
I a lectura de Isaías (52,13-53), la profecía del servidor sufriente.
2a lectura de Hebreos (4,14-16; 5,7-9), el carácter salvador de la obe­
diencia de Cristo.
3a lectura del evangelio de San Juan: la pasión de Cristo.

La pasión orada
Plegarias por el mundo y la Iglesia. Oraciones del siglo v, con conte­
nidos que probablemente alcanzan el siglo primero.

k
La cruz adorada
Entrada solemne de la cruz y adoración de la misma.

La pasión comulgada, o la comunión.


Hoy no hay celebración eucarística. Se comulga con las especies sagra­
das consagradas en la celebración de la cena del jueves santo.

B) LOS VALORES ESPIRITUALES DEL VIERNES S A N T O

* El amor del Padre que entrega a la muerte a su propio Hijo por


nosotros.
* El dramatismo del pecado como negación.de Dios y muerte o enfer­
medad del hombre.
* El realismo de una redención por la pasión, muerte y resurrección
de Cristo.
* El amor de Cristo expresado hasta el extremo.
* La trascendencia del amor sufrido, amor no inhumano sino sobre­
humano.
* La cruz como forma de vida del cristiano: el amor supremo vivido
siempre, incluso en la incomprensión y persecución.
* Perdonar siempre e ilimitadamente.
* Reconciliación, cercanía, proximidad, como forma de vida.

II. ORACIONES DE LA BIBLIA, DEL MISAL Y


DE LA TRADICIÓN ESPIRITUAL

a) Oraciones-colectas
1. Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; san­
tifica a tus hijos y protégelos simpre, pues Jesucristo, tu Hijo, en favor nues­
tro instituyó por medio de su sangre el misterio pascual (Misal).

2. O h Dios, tu Hijo, Jesucristo, Señor nuestro, por medio de su pasión


ha destruido la muerte que, como consecuencia del antiguo pecado, a todos
los hombres alcanza. Concédenos hacernos semejantes a él. De este modo,
los que hemos llevado grabada, por exigencia de la naturaleza humana, la ima­
gen de Adán, el hombre terreno, llevaremos grabada en adelante, por la acción
santificadora de tu gracia, la imagen de Jesucristo, el hombre celestial (Misal).
b) Salmos
SALM O 30: Padre, a tus manos encomiendo m i espíritu.

A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado;


tú que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu;
tú, el Dios leal, me librarás.
Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos;
me ven por la calle y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.
Pero yo confío en ti, Señor, te digo: «tú eres mi Dios».
En tu mano están mis azares;
líbrame de los enemigos que me persiguen.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor.

c) Antífonas
Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorifi­
camos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero.

El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros


(Sal 66.2).

d) Oración universal
Por la santa Iglesia: Dios todopoderoso y eterno, que en Cristo mani­
fiestas tu gloria a todas las naciones, vela solícito por la obra de tu amor,
para que la Iglesia, extendida por todo el mundo, persevere con fe Inque­
brantable en la confesión de tu nombre.

Por todos los ministros y fieles: Dios todopoderoso y eterno, cuyo


Espíritu santifica y gobierna todo el cuerpo de la Iglesia; escucha las súpli­
cas que te dirigimos por todos sus miembros, para que, con la ayuda de
tu gracia, cada uno te sirva fielmente en la vocación a la que le has lla­
mado.
Por la unidad de los cristianos: Dios todopoderoso y eterno, que vas
reuniendo a tus hijos dispersos y velas por la unidad ya lograda; mira con
amor a toda la grey que sigue a Cristo, para que la integridad de la fe y el
vínculo de la caridad congregue en una sola Iglesia a los que consagró un
solo bautismo.

Por los que no creen en Cristo: Dios todopoderoso y eterno, conce­


de a quienes no creen en Cristo que, viviendo con sinceridad ante ti, lle­
guen al conocimiento pleno de la verdad; y a nosotros concédenos tam­
bién que, progresando en la caridad fraterna y en el deseo de conocerte
más, seamos ante el mundo testigos más convincentes de tu amor.

Por los que no creen en Dios: Dios todopoderoso y eterno, que


creaste a todos los hombres para que te busquen, y cuando te encuentren,
descansen en ti; concédeles que, en medio de sus dificultades, los signos de
tu amor y el testimonio de los creyentes les lleven al gozo de reconocer­
te como Dios y Padre de todos los hombres.

Por los gobernantes: Dios todopoderoso y eterno, que tienes en tus


manos el destino de todos los hombres y los derechos de todos los pue­
blos; asiste a los que gobiernan, para que, por tu gracia, se logre en todas
las naciones la paz, el desarrollo y la libertad religiosa de todos los hombres.

e) Los improperios de Cristo en la cruz


¡Pueblo mío! ¡qué te he hecho yo,
en qué te he ofendido?
Respóndeme.
Santo es Dios. Santo y fuerte.
Santo e inmortal, ten piedad de nosotros.
Yo te guié cuarenta años por el desierto,
te alimenté con el maná
te introduje en una tierra excelente;
tú preparaste una cruz para tu Salvador.
¿Qué más pude hacer por ti?
Yo te planté como viña mía, escogida y hermosa.
¡Qué amarga te has vuelto conmigo!
Para mi sed me diste vinagre,
con la lanza traspasaste el costado a tu Salvador.
Por ti yo azoté a Egipto y a sus primogénitos;
Tú me azotaste y me entregaste.
Yo te saque de Egipto,
sumergiendo al Faraón en el Mar Rojo;
tú me entregaste a los sumos sacerdotes.
Yo abrí el mar delante de ti;
tú con la lanza abriste mi costado.
Yo te guiaba con una columna de nubes;
tú me guiaste al pretorio de Pilato.
Yo te sustenté con maná en el desierto;
tú me abofeteaste y me azotaste.
Yo te di a beber el agua salvadora
que brotó de la peña;
tú me diste a beber vinagre y hiel.
Por ti herí a los reyes cananeos;
tú me heriste la cabeza con la caña.
Yo te di un cetro real;
tú me pusiste una corona de espinas.
Yo te levanté con gran poder;
tú me colgaste del patíbulo de la cruz.

f) Salmos sobre la pasión


Agonía: 40, 53, 68.
Traición de Judas: 51, 108.
Ante el sumo sacerdote: 2, 37, 55, 93.
Encarcelado: 56, 87, 139.
Cargado con la cruz: 7, 39, 58, 72.
Crucifixión: 21, 55, 56, 87, 142.
Sepultura: 15.

g) Viacrucis bíblico:
Véase El libro de la vida cristiana, de Francisco Martínez, (Editorial Her-
der) pág. 103
LA MUERTE DE CRISTO
COMO ENTREGA DE AMOR

N o se trata de ponerse sólo ante verdades o ante imágenes que se que­


dan en el sentimientos. Se troto, si tengo fe viva y soy va lie n te , de m ira r
a C ris to en la cru z, o m e jo r, d e d e ja rm e m ir a r p o r é l d e m o d o q u e
su p erso na y su pasión en tre n d e n tro de m í y q ued en d e n tro , m u y den­
tro , no sólo en la im ag in ació n y e n te n d im ie n to , sino en la afectivid ad ,
en e l c o ra zó n . Debo ver en cada texto a Cristo mismo en un aspecto de
su persona y de su sufrimiento que yo debo compartir.

I . EL PECADO, MAL DEL HOMBRE

A la luz de la muerte de Cristo, el pecado es comprendido como mal


de Dios y máxima tragedia del hombre. Es rebelión del hijo contra su padre
(Is 1,2; Jer 3,20), adulterio y prostitución de la esposa infiel (Os 2,4), trai­
ción al amor (|er 3,20), es homicida (IJn 3,8-12), el causante de la muerte
de Cristo (Rom 8,32).

2. EL A M O R ETERNO DE D IO S C O M O A M O R -ENTR EG A DE SÍ

Q ue Dios ame al hombre es ya algo inconcebible. Pero que Dios haya


querido expresar históricamente su amor en el acontecimiento de la cruz,
como verdadera muerte de amor, es algo que sobrepasa hasta nuestra capa­
cidad de imaginar. Jesús nos revela dónde está la fuente del amor-entrega
que él vive en la cruz. El conocimiento que él tiene de sus ovejas tiene su
relación y fundamento con el conocimiento mutuo del Padre y del Hijo.
El Padre ama al mundo. El Hijo ve este amor del Padre a los hombres y,
entonces, acepta del Padre la misión de redimir el mundo dando su vida
por sus ovejas. Jesús dice: a Y o soy e l b u en p as to r; y c o n o zc o a m is o v e -
ja s y los m ías m e co n o cen a m í, c o m o m e c o n o ce e l P a d re y y o a él,
y d o y m i v id a p o r las ovejas... E l P a d re m e a m a p o rq u e d o y m i v id a ...
N a d ie m e la q u ita ; yo la d o y v o lu n ta ria m e n te . T en g o p o d e r p a r a d a r ­
la y p o d e r p a r a re c o b ra rla de nu evo ; ésa es la o rd e n q u e h e re c ib id o
d e m i P a d re » (|n 10,14-18). La fuente del amor de Dios está en la entra­
ña eterna del Dios Trinidad. La cruz es un suceso en la historia. Pero la
fuente y raíz de la cruz es el am or eterno del Padre, antes de la historia
temporal. Darse del todo, desde la misma entraña, y para siempre, es el
modo característico de amar de Dios. Si bien Dios no sufre, ni puede sufrir,
el am or que se hace «entrega de sí», que motiva la cruz, radica en el ser
eterno de Dios. Un amor absoluto y eterno tenía que expresarse, supues­
ta la encarnación, en la radicalidad de una entrega sin límites en el acon­
tecimiento temporal de la cruz. N o se trata de un predeterminismo fatal y
necesario. Se trata del núcleo de la libertad y gratuidad mismas de Dios.
Hay conexión entre la cruz y la entraña eterna de Dios antes del nacimiento
del tiempo y de la historia. El canto del siervo de Yahveh, de Isaías, hace
referencia profética al sacrificio de C risto. ((¡E ra n n u e s tra s d o le n c ia s
las q u e é l lle v a b a y nuestros d olores los q u e é l s o p o rta b a ! N o so tro s le
tu v im o s p o r a z o ta d o , h e rid o d e D io s y h u m illa d o . E l h a sido h e rid o
p o r n u estras reb eld ías, m o lid o p o r n u estras cu lp as. E l s o p o rtó e l cas­
tig o q u e nos tr a e la p a z , y c o n sus h e rid a s hem o s sido curados. Todos
n o so tro s c o m o o ve ja s e rra m o s , c a d a u n o m a rc h ó p o r su c a m in o , y
Y ahveh descargó sobre é l la c u lp a d e to d o s nosotros. Fue o p rim id o , y
é l se h u m illó y no a b rió la b o ca . C o m o un c o rd e ro a l d eg ü e llo e ra lle ­
v a d o , y c o m o o v e ja q u e a n te los q u e la tra s q u ila n e s tá m u d a , ta m ­
p o c o é l a b rió la b o c a » (Is 53, 4-7).
Los textos del nuevo testamento son fuertemente expresivos: « T a n ­
to a m ó D io s a l m u n d o q u e d io a su H ijo ú n ico , p a r a q u e to d o e l q u e
c re a en é l no p e re z c a , sino q u e te n g a v id a e te r n a » (Jn 3 ,16).
((En e fe c to , c u a n d o to d a v ía e s tá b a m o s sin fu e rza s , en e l tie m p o
señalado, C risto m u rió p o r los im píos; - e n verd ad , a p e n a s h a b rá q u ien
m u e ra p o r un ju s to ; p o r un h o m b re d e b ien t a l vez se a tre v e r ía u n o a
m o r ir -; m as la p ru e b a de q u e D io s nos a m a es q u e C risto , siendo nos­
otros to d a v ía p ecado res, m u rió p o r nosotros. ¡C o n c u á n ta m ás ra zó n ,
pues, justificados a h o ra p o r su sangre, seremos p o r é l salvos de la cóle­
r a ! S i c u a n d o é ra m o s e n e m ig o s , fu im o s re c o n c ilia d o s c o n D io s p o r
la m u e rte d e su H ijo , ¡con c u á n ta m ás ra z ó n , e s ta n d o y a re c o n c ilia ­
dos, seremos salvos p o r su v id a !» (Rom 5 ,6 -10).
((E l q u e n o se reservó n i a su p r o p io H ijo , a n te s b ie n le e n tre g ó
p o r to d o s n o so tro s, ¿cóm o n o nos d a r á c o n é l g ra c io s a m e n te to d a s
las cosas?... ¿ Q u ién nos s e p a ra rá d e l a m o r d e C risto?» (Rom 8,32).
« E n es to se m a n ife s tó e l a m o r q u e D io s nos tie n e : e n q u e D io s
envió a l m u n d o a su H ijo ú n ic o p a r a q u e vivam os p o r m e d io d e é l. En
esto co nsiste e l a m o r: n o e n q u e n o s o tro s h a y a m o s a m a d o a Dios,
sino en q u e é l nos a m ó y nos e n v ió a su H ijo c o m o p ro p ic ia c ió n p o r
nuestros p ecad o s» ( i Jn 4 ,9 -10).
(Véase «La dicha de la cruz», página 269.)

i
EL SÁBADO SANTO

Sentirme sepultado y resucitado con Cristo.


Sentirme dándolo todo hasta el límite.
Anticipar, en todo, la novedad pascual.

HISTORIA Y SIGNIFICADO

El altar desnudo, el sagrario vacío, las lámparas apagadas crean la sen­


sación de una ausencia. Domina el silencio en medio de una paz grande.
Hay paz porque ha habido cruz. La m uerte de Cristo es victoriosa por­
que con ella la muerte ya no es el fin, la muerte muere. La Iglesia medita
la pasión de Cristo. Cristo muerto y sepultado significan el colmo de la fide­
lidad y de la entrega. Lo dio todo. «Todo está cumplido» (Jn 19,30).
El sábado santo venera el descanso de Jesús en el sepulcro, su bajada
a los infiernos, el encuentro misterioso con todos aquéllos que espera­
ban su victoria. En los primeros siglos la característica principal de este día
era el ayuno que se prolongaba hasta la vigilia pascual. También tenía lugar
«la devolución del símbolo», la proclamación en público de la fe de los cate­
cúmenos ante la asamblea de los fieles.
Una fina sensibilidad eclesial se centró en acompañar a María, la madre
dolorosa en la experiencia sufriente de su soledad.
ABANDONARNOS EN DIOS

La contemplación del cuerpo muerto de Cristo en el sepulcro nos habla


del desastre al que llevan las fuerzas del mal. Pero nos habla, ante todo, de
la victoria del am or sufrido sobre el desorden establecido por el egoís­
mo. La muerte aceptada es la victoria sobre el mal. El cuerpo m uerto nos
dice « t o d o e s tá c u m p lid o » (|n 19,30). Es el límite sin límite de la entrega
absoluta.

I. DEJARNOS OBRAR POR DIOS

D ios es el Dios de la vida. Más: es Padre. Todo lo envuelve en un


orden de providencia paternal. En un contexto psicológica y ambiental­
mente hostil y pecador, él no puede dejar de querernos y de que viva­
mos con él y como él. Él quiere conducir los destinos de la historia de
cada hombre.

« T od o s los q u e se d ejan c o n d u cir p o r e l Espíritu son hijos de D io s»


(Rom 8,14).

Abrahán, Moisés, son personajes cuyas vidas revelan una historia con­
ducida por Dios. Toda la vida de Cristo es la voluntad del Padre:

« S a c rific io y o b la c ió n n o quisiste; p e ro m e has fo rm a d o un c u er­


p o ... E n to n c e s d ije : h e a q u í q u e ven g o ... a h a c e r, oh D io s, tu v o lu n ­
ta d » (Heb 10,5ss).

<qNo sabíais q u e yo d e b ía e s ta r o cu p a d o en las cosas de m i P ad re?


(Le 2,49).

« M i a lim e n to es h a c e r la v o lu n ta d d e q u ie n m e e n v ió » (jn 4,34).


2. MIS C A M IN O S N O S O N VUESTROS C A M IN O S

Cristo vence por el aparente camino de la derrota. Es vencedor pre­


cisamente por aceptar ser víctima. Su resurrección procede de la muerte.

« P o rq u e n o son mis p en sam ien to s vuestros p ensam ien to s, n i vues­


tro s cam in o s son m is c am in o s... P o rq u e c u a n to a v e n ta ja n los cielos a
la tie r r a , a s í a v e n ta ja n m is c a m in o s a los vuestros y mis p e n s a m ie n ­
tos a los vuestrosu (Is 55,8-9).

Los bienaventurados, para Cristo, son los malaventurados del mun­


do: los pobres, los sufridos, los que lloran, los que tienen hambre y sed, los
misericordiosos, los perseguidos...

En las tentaciones Jesús rechaza el poder, la ambición, el provecho pro­


pio, el mesianismo triunfal. Acepta el mesianismo del servidor paciente (Le
4 ,1ss; M t 17 ,12): « P e ro él, vo lviénd o se d ijo a P e d ro : q u íta te d e m i vis­
ta , S a ta n á s . T ro p ie z o eres p a r a m í, p o rq u e tus p e n s a m ie n to s n o son
los d e D io s , sino los d e los hom bres» (M t 16,23).

En Getsemaní: « P a d re m ío : si es posib le, p ase d e m í este cáliz, p e ro


n o sea c o m o yo q u ie ro , sino c o m o q u ie ra s tú » (M t 26,39).

« E l h o m b re psíq u ico n o c a p ta las cosas d e l E s p íritu d e D io s: son


n e c e d a d p a r a é l» (I C o r 2,14).

« S i a lg u n o se c re e s a b io ... h á g a s e n e c io p a r a lle g a r a ser sab io ;


pues la sa b id u ría de este m u n d o es n e c e d a d a los ojos de D io s » ( I C or
3,19).

«Los p a rie n te s (de Jesús) d e c ía n : es tá fu e ra de sí» (Me 3 ,2 1).

« M u c h o s d e c ía n : es tá lo c o » (Jn 10,20).

3. EL FRACASO TIENE S E N T ID O R EDENTOR

« C u a n d o yo sea le v a n ta d o d e la tie rra , a tra e r é a to d o s h a c ia m í»


(Jn 12,32).

«S i e l g ra n o de trig o no c a e y m u e re , n o d a fr u to » (Jn 12,24).


«...se d e s p o jó d e sí m is m o ... se h u m illó a s í m is m o o b e d e c ie n d o
h a s ta la m u e rte y m u e rte d e cru z. P o r lo c u a l D io s le e x a ltó y le o to r ­
g ó e l N o m b r e q u e e s tá so b re to d o n o m b re , p a r a q u e a l n o m b re d e
Jesús to d a r o d illa se d o b le , e n los c ie lo s , e n la t i e r r a y e n los a b is ­
m os, y to d a le n g u a confiese que Cristo Jesús es Señor p a r a g lo ria d e
D io s P a d re » (Flp 2,6ss).

«P u es la p re d ic a c ió n d e la c ru z es u n a n e c e d a d p a r a los q u e se
p ierd en ; m as p a ra los q u e se salvan - p a r a n o so tro s- es fu e rz a d e Dios...
Así, m ientras los ju d ío s p id e n señales y los griegos buscan s ab id u ría,
nosotros p re d ic a m o s a un C ris to c ru c ific a d o : esc á n d a lo p a r a los ju d í­
os, n e c e d a d p a r a los g en tile s ; m as p a r a los lla m a d o s , lo m ism o ju d í­
os q u e griegos, un C ris to fu e rz a d e D io s y s a b id u ría d e D io s. P o rq u e
la n e c e d a d d iv in a es m ás s a b ia q u e la s a b id u ría d e los h o m b res, y la
d e b ilid a d d iv in a , m á s fu e rte q u e la fu e r z a d e los hom bres » ( I C o r
1,18.22-25).

4. LA RESURRECCIÓN DE C RISTO ES NUESTRA RESURRECCIÓN

« P e ro D io s, ric o c o m o es e n m is e ric o rd ia , p o r e l g ra n a m o r con


q u e nos a m ó , e s ta n d o m u e rto s a cau sa d e nuestros d elito s, nos vivi­
fic ó ju n ta m e n te co n C ris to - p o r g ra c ia h ab éis sido s a lv a d o s - y con é l
nos res u c itó y nos h iz o s e n ta r e n los cielos en C ris to Jesús» (Ef 2,4ss).

«Así, p u es, si h a b é is re s u c ita d o co n C ris to , b u scad las cosas d e


a rrib a , d o n d e e s tá C ris to s e n ta d o a la d ie s tra d e D io s. A s p ira d a las
cosas d e a rrib a , n o a las d e la tie rra . P o rq u e h ab éis m u e rto , y vues­
t r a v id a e s tá o c u lta c o n C ris to e n D io s . C u a n d o a p a r e z c a C ris to ,
v id a v u e s tra , ta m b ié n vosotros ap areceréis g lo rio s o s con é l» (C ol
3,1-4).

« S e p u lta d o s co n é l e n e l B a u tis m o , co n é l ta m b ié n h a b é is resu­


c ita d o p o r la fe en la acció n d e D io s q u e le resucitó d e entre los m u e r­
to s » (Col 2 ,12).

Mis caminos, ¿son los de la cruz? ¿Me domina en exclusiva el princi­


pio de la eficacia? ¿Hasta qué punto creo en la eficacia de la oración y la del
sufrimiento callado?
5. PARA LA O R A C IÓ N P R O FU N D A

Entra dentro del cuerpo muerto de Jesús en el sepulcro. Él ya no mue­


re. Está siempre vivo. Pero puedes verlo como el cumplimiento pleno de
la voluntad del Padre. Es la expresión suprema de un am or sin límites. Lo
dio todo. Entra dentro. Déjate confrontar por Cristo. Tus límites son pre­
carios. Pesas, mides, calculas tus generosidades con inmensa tacañería. Sigues
tus caminos, no los de Dios. Tom a un texto y mételo en tus debilidades.
D éjate ocupar por el am or y obediencia de C risto hasta el límite de no
tener límites. Entra en el texto. Es Cristo viviente. Quédate en él. Realiza
el proceso de conversión:

SALGO DE Mí. V O Y A TI. T O D O EN T I. N U E V O POR TI.


LA VIGILIA PASCUAL

Dejarme resucitar con Cristo


Enterrar el estilo de vida pagano
Y vivir el estilo de los hijos de Dios
Dejarme invadir por su paz e irradiarla
Dejarme conducir por el Espíritu del Resucitado
Amando siempre y en todo.

I. PREPARACIÓN
EJERCICIO PRÁCTICO DE ORACIÓN PROFUNDA
LA PASCUA, EL DÍA QUE HACE EL SEÑOR

I. S IG N IFIC A D O DE LA PASCUA

La pascua de Cristo no es sólo un suceso que acontece dentro de la


historia. Es un acontecimiento que funda y configura la historia. Es el nue­
vo Génesis que hace nuevas todas las cosas (Is 4 3 ,19).
El núcleo de la predicación apostólica es: el Viviente, Cristo, vive den­
tro de la comunidad y la está vivificando en su misma resurrección. Dios
sigue «pasando» por su pueblo y le otorga la vida nueva en Cristo resuci­
tado. Ahora el don increíble de Dios a su pueblo ya no es la antigua libe­
ración de Egipto. Es una liberación de todas las servidumbres exteriores
e interiores. Es la introducción del pueblo en el «Hoy» eterno de Cristo
resucitado, en «la plenitud de los tiempos» (Gál 4,4), «en los últimos días»
(Heb 1,2), en «la última hora» ( I Jn 2 ,18). La nueva pascua hace de los hom­
bres, contemporáneos de Cristo y de los misterios redentores de su vida.
Los creyentes de todos los tiempos y lugares revivirán el mismo suceso
original de Cristo implicando en él sus problemas y tensiones para poder
renovar la creación entera, sometida a la frustración (C f Rom 8,l9s).
De este modo la pascua es m e m o ria (Cristo muerto y resucitado), es
m is te rio (nosotros ahora, incorporados a Cristo estamos pasando de la
muerte a la vida) y es p ro fe c ía o a n tic ip a c ió n d e l fu tu ro (participando
de la pascua, anticipamos en nosotros la vida eterna).
2. LA R IT U A L IZ A C IO N DE LA PASCUA

Cristo con su m uerte destruye el hombre viejo. Resucitando él nos


resucita a nosotros. N o s o tro s som os re s u c ita d o s e n su m is m a resu ­
rre c c ió n . Cristo tom ó el suceso de su muerte y resurrección y lo rituali-
zó en la cena. La cena es la cruz-resurrección que se actualiza en la euca­
ristía. La eucaristía es la muerte-resurrección de Jesús hecha posible gracias
a la institución de la cena. Jesús mandó a su Iglesia celebrar su memorial
haciendo lo mismo que él hizo. Ahora la pascua es el suceso no de Cristo
sólo, sino de Cristo y la Iglesia, de la cabeza y el cuerpo.

3. LA PASCUA, D O N DE D IO S A SU IGLESIA

La pascua es siempre una intervención gratuita de Dios que salva. En


la pascua hebrea Dios libera a su pueblo de la servidumbre de Egipto y le
encamina hacia la tierra de la libertad. En Cristo, Dios interviene para sacar­
le del sepulcro y de la muerte y otorgarle la resurrección. Ahora Dios nos
está dando al Hijo para que vivamos por él. Le ha constituido Señor, nue­
vo Adán, Espíritu vivificante. Sentado a la derecha del Padre envía el Espí­
ritu a la Iglesia, su cuerpo. L a v id a d e la Ig le s ia es la re s u rre c c ió n d e
Jesús. C ris to re s u c ita d o vive e n la Iglesia. L a v id a c ris tia n a es a d v e rtir
es ta p re s e n c ia y h a c e rla p ro p ia . La misión, el apostolado, la misma fe,
no son sino el testimonio de esta experiencia nueva. Es poder decir: «somos
testigos». Todo ello es don de Dios.

4. LA PASCUA, FUENTE DE LA V ID A N U E VA

La resurrección de jesús es ahora la vida de la Iglesia. Y la Iglesia es,


debe ser, pascua del mundo, el fermento de la nueva humanidad. Esta nove­
dad debe alcanzar a todas las realidades terrenas. La Iglesia ha de celebrar
el memorial del Señor. Pero no debe estancarse en una rutina de gestos
meramente celebrativos. Celebrar la pascua es hacer nuevas todas las cosas
en la vida real. N o se pueden separar el culto y la vida. Jesús critica el cul­
to vacío. « M is e ric o rd ia q u ie ro y no sacrificio» (O s 6,6 evocado en M t
9 ,13 y 12,7). a E s te p u e b lo m e h o n r a co n los la b io s p e r o su c o ra z ó n
es tá lejo s d e m í» (Is 2 9 ,13, evocado en M t 15,8-9). Jesús expresó duras
críticas contra el formalismo cultual. Afirmó que el sábado es para el hom­
bre y no el hombre para el sábado, que el culto no es agradable a Dios si
no está en armonía con lo que significa; que la reconciliación es necesaria
para que el sacrificio sea aceptable. Más: Jesús anunció la llegada de un nue­
vo régimen cultual. El vino nuevo del evangelio no puede ser puesto en los
odres viejos de la ley (Me 2 ,2 1-22). En la muerte de Jesús el velo del tem ­
plo «se rasgó por medio» (Le 23,45); «de arriba abajo» (Me 15,38 y M t
27,51). El «Santo de los santos» queda vacío a partir de aquel instante. Aho­
ra el templo ya no es un templo: e l te m p lo d e la p re s e n c ia d e D io s es e l
c u e rp o d e l R e s u c ita d o (Juan) o la c o m u n id a d d e los fie le s (Pablo). Y
e l s a c rific io y a n o es u n s a c rific io , sin o la v id a s a n ta d e los c re y e n ­
tes. Y los s acerd o tes y a n o son u n a c a s ta , sino to d o e l p u e b lo , ((p u e ­
b lo s a c e rd o ta l» ( I Pe 2 ,9 ).
Es d e im p o rta n c ia e x tre m a c o m p ro b a r q u e en e l nuevo te s ta m e n to
c u lto n o sig n ific a las a c tiv id a d e s litú rg ic a s d e los cris tia n o s , n i la d e
los m in istro s q u e los p resid en . Ese té rm in o se e m p le a sólo re fe rid o a
C ris to , p o r u n a p a r te , y p o r o tr a , a la v id a c o tid ia n a d e los c re y e n ­
tes en la m e d id a e n q u e e s tá in fo r m a d a p o r e l E s p íritu . a O s e x h o r­
to , pues, h e rm a n o s p o r la m is e ric o rd ia d e D io s a q u e o fre zc á is vues­
tro s c u erp o s c o m o u n a v íc tim a viva, s a n ta , a g ra d a b le a D io s; t a l será
vu estro c u lto e s p iritu a l» (Rom 12 ,1). ((E l h a c e r e l b ie n y e l c o m p a rtir
los bienes, esos son los sacrificios q u e a g ra d a n a Dios» (Heb 13 ,15 - 16).
Es en el siglo m, de modo tímido, y más claramente en el siglo iv, cuando
los términos «sacrificio» y «sacerdocio», se refieren a la eucaristía y a los
ministros que la presiden. Pero permaneciendo la verdad de fondo: a par­
tir de Cristo, el nuevo sacerdocio es el pueblo de Dios, y el nuevo sacrifi­
cio es la vida santa en el mundo.
La evangelización, en la comunidad apostólica de la iglesia primitiva, se
centraba en esta afirmación: «somos testigos». Éste era el kerigma, o anun­
cio, de choque. N o enseñaban prioritariamente verdades o normas. O fre ­
cían el testimonio asombroso de la vida nueva, de una experiencia interior
que se irradiaba en un comportamiento lleno de alegría, de una fraternidad
y amor increíbles. ((La m u ltitu d d e los c reyen tes n o te n ía sino un solo
c o ra z ó n y u n a sola a lm a . N a d ie lla m a b a suyos a sus bienes, sino q u e
to d o lo te n ía n en c o m ú n . Los a p ó s to le s d a b a n te s tim o n io co n g ran
p o d e r de la resurrección d e l S e ñ o r Jesús. Y g o za b a n to d o s de g ran sim­
p a tía . N o h a b ía e n tre ellos n in g ú n n e c e s ita d o , p o rq u e to d o s los q u e
poseían campos o casas los v e n d ía n , tra ía n e l im p o rte d e la venta, y
lo p o n ía n a los p ies d e los ap óstoles, y se r e p a r tía a c a d a u n o según
su n e c e s id a d ” (A ct 4,32-35) . D e este modo se apreciaba con claridad
meridiana que la pascua era la vida nueva de Jesús que informaba el cora­
zón y el comportamiento de la comunidad y que se expresaba en un tes­
timonio social capaz de eliminar todas las esclavitudes y de fundir a todos
en una fraternidad de comunión asombrosa. Y es en esa sorprendente
fr a te r n id a d d o n d e se ir r a d ia b a to d a la fu e r z a e v a n g e liz a d o ra d e la
e x p re s ió n : «som os testigos».
Asi, los cristianos, celebrando a Cristo en la vida real, se convierten en
signos de su presencia, millones de signos vivos convertidos en «luz del
mundo» (M t 5,14). La Iglesia no puede ser entendida como un simple con­
servatorio de ritos.

5. LA PASCUA, D O N DE PAZ, DE A M O R Y ALEGRÍA

a ) Es d o n d e p a z . La paz es la integral armonía del ser que ha llega­


do a alcanzar su plenitud. Cristo, en la redención, mata en su carne el peca­
do, la desarmonía, y restablece la paz total: la del hombre consigo mismo,
la de los hombres con los hombres, la del hombre con Dios. « E l es nues­
t r a p a z » (Ef 2 ,14). «Mi paz os dejo, mi paz os doy; no como la da el mun­
do, la doy yo» (Jn 14,27). Todas las apariciones del resucitado son trans­
misiones de paz: «Se p o n e d e la n te y les d ice: p a z a vosotros... les d ijo
p o r seg u n d a vez: p a z a vosotros... Se p o n e d e la n te y les d ice: p a z a
vo so tro s» (Jn 20, 19.21.26). La paz es la vida pascual.
b ) Es d o n d e a le g ría . En la psicología moderna la alegría es uno de
los sentimientos humanos. Se la incluye también en el catálogo de las emo­
ciones. En ambos casos la alegría depende de la periferia del ser, y no del
ser profundo del hombre. L a p a s c u a d e C ris to re la c io n a la a le g ría con
la p ro fu n d id a d d e l ser. Es, ante todo, felicidad. Es victoria sobre el caos,
el sinsentido, la indeterminación. La paz es la restauración del hombre como
proyecto e imagen de Dios. Y Dios no sólo es alegre: es la Alegría. Cristo
la comunica. « P a d re , q u ie ro q u e m i a le g ría esté en ello s c o lm a d a » (Jn
17 ,13). Esta alegría es el ser mismo de los creyentes. Es el reflejo de la fe en
Cristo resucitado. Los cristianos no son sólo buenos: son alegres. Por eso
permanecen alegres incluso en la persecución. «Los a p ó sto les s a lía n m ás
aleg res p o r h a b e r sido dignos d e p a d e c e r p o r e l n o m b re » (A ct 5 ,4 1).
« C u a n d o os in ju rie n , a le g ra o s y re g o c ija o s » (M t 5 ,12). « A le g ra o s en
la m e d id a en q u e p a rtic ip á is d e los s u frim ie n to s d e C ris to » (I Pe 4 ,13).
La alegría no es o tra cosa que la experiencia pascual. Quien no la posee
podrá tener momentos alegres, pero no tendrá la alegría esencial.
c ) Es don de a m o r. La pascua es todo el amor de Dios dado. La reve­
lación se esfuerza en demostrar cuál es el motivo y el fin de la redención:
« T a n to a m ó D io s a l m u n d o q u e le d io a su H ijo » (Jn 3 ,16 ) . « H a b ie n ­
d o a m a d o a los suyos los a m ó h a s ta e l e x tre m o » (Jn 13,1).
La pascua es la experiencia del amor de Dios. Es la misma entrega de
Cristo que se hace también entrega en el hombre y desde el hombre. La
vida cristiana es vida de amor. Y el amor no es sino el reflejo de la vida pas­
cual.
Com o textos para la oración pueden tomarse entre los que se con­
signan a continuación.

II. CELEBRACIÓN

S IG N IFIC A D O Y CELEBRACIÓN

La vigilia representa una noche en la que nace la luz. Es la fiesta de la


luz, de la libertad, la fiesta de la nueva humanidad. N o se detiene en la con­
sideración de la resurrección histórica de Cristo. Celebra el misterio de la
nueva vida de la humanidad, nuestro paso a la vida de Cristo resucitado. La
vida nueva, de resurrección, es la vida en Cristo. La Vigilia pascual es la
madre de todas las fiestas. Es la fiesta única y total. Todas las fiestas no son
sino una chispa y participación del acontecimiento pascual. En ella Cristo
resucitado nos resucita de su misma resurrección. Es la noche que brilla
más que el sol. Es el día del Señor, o domingo.
La liturgia de la vigilia no debe ser anticipada ni mutilada, pues se des­
virtúa su significado profundo. N o debemos adaptarla a nosotros. Somos
nosotros quienes debemos adaptarnos a ella.
Es memoria de Cristo muerto y resucitado. Es misterio en el que nos­
otros, la asamblea, pasa de la vida a la muerte. Y es profecía: pues la pas­
cua anticipa la salvación.
En la primera Iglesia la obligatoriedad de participar en la vigilia era total.
Llegaba a ser inconcebible, imposible, ser cristiano y no participar. Es nece­
sario partir al menos al caer de la noche. Tiene su simbolismo profundo.
La luz de Cristo resucitado vence las tinieblas. Él es la Luz total.
El fuego se bendice fuera de la Iglesia. De él va a brotar la luz, Cristo.
Con las candelas encendidas nosotros, que somos los exilados, entramos
en el templo, la nueva Jerusalén, en pos de Cristo. El fuego es también el
elemento primordial, origen rem oto de la vida, y que abrasa lo que está
viejo e inservible. La procesión evoca también la peregrinación del pueblo
hebreo a través del desierto siguiendo la columna de fuego.
Colocado el cirio pascual en lugar eminente, se canta el pregón pas­
cual, una plegaria bellísima de acción de gracias por la resurrección de
C risto, nuestra resurrección. Es una pieza maestra de la liturgia cris­
tiana.
Terminado el pregón pascual, comienza la liturgia de la palabra. Anti­
guamente eran doce lecturas. Hoy son siete, elegidas entre las primeras.
Es la catequesis más profunda y general de la Iglesia de todos los siglos y
que hunde sus raíces en la tradición judía. Es como si ante el cirio pascual,
símbolo de Cristo resucitado, se hiciera una rememoración de toda la his­
toria de la humanidad. La nueva historia, apoyada en la antigua, se funda­
menta en él. Los judíos evocaban en la noche pascual las cuatro «noches»:
la de la creación del mundo, la del sacrificio de Abraham (nacimiento de
la fe), la del éxodo (nacimiento del pueblo), y la de la venida del Mesías. Las
cuatro primeras lecturas se refieren a la creación del mundo, al sacrifico
de Abraham, al paso del mar Rojo, y un texto escatológico de Isaías. Lue­
go siguen tres lecturas de contenido bautismal: el agua fecunda (Is 5 5 ,1-11),
la claridad de la luz (Bar 3,9-15.32,4), el agua pura y el corazón nuevo (Ez
3 6 ,16-29). La lectura de la carta a los romanos es también bautismal (Rom
6 ,3 -1 1). N arra el bautismo como realización dramatizada de la muerte y
resurrección de Cristo en el cristiano. Cada lectura es acompañada de su
correspondiente salmo responsorial. Cantado el aleluya -e s el cántico del
cielo- por toda la asamblea, se proclama el evangelio que testifica: «ha resu­
citado» (M t 28,6-9).
Después de la homilía tenía lugar el bautizo de los catecúmenos. El mis­
terio del enterramiento del hombre viejo y de la salida del sepulcro del nue­
vo. La muerte y resurrección del Señor comunicada y participada. La entra­
da en la vida eterna.
Seguidamente se celebra la eucaristía que hace de nosotros el cuerpo
de Cristo, la anticipación de su vida gloriosa.
6. PASCUA: LAS GRANDES PLEGARIAS
DE LA BIBLIA, DEL MISAL
Y DE LA TRADICIÓN ESPIRITUAL

a) Textos bíblicos de la oración de las horas


Cristo es el Viviente: él da la vida: «Vi al Hijo del hombre y me dijo: Yo
soy el Primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo
por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo» (Ap
1,17-18).

La vida cristiana es hacer el camino de Jesús. El amor de Dios nos hace


morir, resucitar y sentarnos con él, ya ahora, en los cielos: «Dios, rico como
es en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros
muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, -p o r pura gracia
estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el
cielo con él» (Ef 2,4-6).

El bautismo actualizó, a lo vivo, en nosotros la sepultura y resu­


rrección del Señor: «Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo en la
muerte, para que así como Cristo fue resucitado de entre los muertos
por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nue­
va» (Rom 6,4).

Es mediante la fe viva como participarnos de la plenitud de Cristo: «En


Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y por él habéis
obtenido vuestra plenitud... Por el bautismo fuisteis sepultados con él, y
habéis resucitado con él, porque habéis creído en la fuerza de Dios que
lo resucitó de entre los muertos» (Col 2 ,9 -12).

La vida cristiana como participación de la resurrección de Cristo: he


ahí el evangelio de Pablo: «Haz memoria: de Jesucristo resucitado de entre
los muertos, nacido del linaje de David. Éste ha sido mi evangelio... Es doc­
trina segura: si morimos con él, viviremos con él» (2Tim 2 ,8 -1 1).

«Jesús es la piedra que desecharon los arquitectos y que se ha con­


vertido en la piedra angular: ningún o tro puede salvar; bajo el cielo, no se
ha dado otro nombre que pueda salvarnos» (Act 4 ,11 - 12).

Quien ha resucitado con Cristo tiene los sentimientos del Padre de


la Gloria: «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá
arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bien­
es de arriba, no a los de la tierra» (Col 3 ,1-2).

Quien se une a Cristo participa permanentemente de la vida de Cris­


to: «Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él;
pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no
muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque su m orir fue
un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios.
Lo mismo vosotros consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en
Cristo Jesús» (Rom. 6 ,8 -1 1).

b) Plegarias de la vigilia pascual


1. B E N D IC IÓ N DEL FUEGO: CRISTO, PRINCIPIO Y FIN
Cristo ayer y hoy,
Principio y Fin.
Alfa. Y Omega.
Suyo es el tiempo, y la Eternidad.
A él la gloria y el poder,
por los siglos de los siglos. Amén.
Por sus llagas santas y gloriosas,
nos proteja y nos guarde
Jesucristo nuestro Señor. Amén.

2. C A N T O A JESUCRISTO, LUZ
Oh Luz gozosa de la santa Gloria
del Padre Celeste e Inmortal,
¡Santo y Feliz Jesucristo!
Al llegar el ocaso del sol,
contemplando la luz de la tarde,
cantamos al Padre y al Hijo y al Espíritu de Dios.
Tú eres digno de ser alabado
siempre por santas voces.
Hijo de Dios que nos diste la vida,
el mundo entero te glorifica.

3. PREGÓN PASCUAL
En verdad es justo y necesario
aclamar con nuestras voces
y con todo el afecto del corazón
a Dios invisible, el Padre todopoderoso,
y a su único Hijo, nuestro Señor jesucristo.
Porque él ha pagado por nosotros al eterno Padre
la deuda de Adán
y, derramando su sangre,
canceló el recibo del antiguo pecado.
Porque éstas son las fiestas de Pascua
en las que se inmola el verdadero cordero,
cuya sangre consagra las puertas de los fieles...
Esta es la noche
en que, rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende victorioso del abismo.
¿De qué nos serviría haber nacido
si no hubiéramos sido rescatados?
¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!
¡Qué incomparable ternura y caridad!
¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!
Necesario fue el pecado de Adán,
que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
¡Feliz la culpa que mereció tal redentor!
¡Qué noche tan dichosa!
Sólo ella conoció el momento
en que Cristo resucitó de entre los muertos.
Ésta es la noche de la que estaba escrito:
«Será la noche clara como el día,
la noche iluminada por mi gozo».
Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados,
lava las culpas,
devuelve la inocencia a los caídos,
la alegría a los tristes,
expulsa el odio, trae la concordia,
doblega a los poderosos.
c) Salmos responsoriales
SALM O 103: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la fa z de la tierra.
Bendice, alma mía, al Señor,
¡Dios mío qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.
Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas.
De los manantiales sacas los ríos
para que fluyan entre los montes,
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.
Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados
y forraje para los que sirven al hombre.
¡Cuántas son tus obras Señor!,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.
¡Bendice, alma mía, al Señor!

SALM O 32: La misericordia del Señor llena la tierra.

La palabra del Señor es sincera,


y todas sus acciones son leales.
El ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres.

SALM O 15: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,


mi suerte está en tu mano.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena:
porque no me entregarás a la muerte
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

C ÁN TIC O , Ex 15,1-2.3-4.5-6.17-18: Cantemos a l Señor, sublime es su


victoria.

Cantemos al Señor, sublime es su victoria;


caballo y jinete ha arrojado en el mar.
Mi fuerza y mi poder es el Señor.
El fue mi salvación.
El es mi Dios: yo lo alabaré;
El Dios de mis padres: yo lo ensalzaré.
El Señor es un guerrero,
su nombre es el Señor.
Los carros del faraón los lanzó al mar,
ahogó en el Mar Rojo a sus mejores capitanes.
Las olas los cubrieron,
bajaron hasta el fondo como piedras.
Tu diestra, Señor, es fuerte y terrible;
tu diestra, Señor, tritura al enemigo.
Los introduces y los plantas
en el monte de tu heredad,
lugar del que hiciste tu trono, Señor,
santuario. Señor, que fundaron tus manos.
El Señor reina por siempre jamás.

SALM O 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

T e ensalzaré, Señor, porque me has librado


y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Sacaste mi vida del abismo,
y me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
Tañed para el Señor, fieles suyos;
dad gracias a su nombre santo,
su cólera dura un instante;
su bondad de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo.
Escucha, Señor, y ten piedad de mí,
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.

CANTO Is 12,2-6: Sacaréis aguas con gozo, de las fuentes de la salvación.

El Señor es mi Dios y mi salvador,


confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.
Dad gracias al Señor,
invocad su nombre
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso.
Tañed para el Señor, que hizo proezas;
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión;
«¡Qué grande es en medio de ti, el Santo de Israel!»

SALMO 18: Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

La ley del Señor es perfecta


y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante.
Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón,
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos.
La voluntad del Señor es pura
y eternamente estable;
Los mandatos del Señor son verdaderos
y eternamente justos.
Más preciosos que el oro,
más que el oro fino;
más dulce que la miel de un panal que destila.
SALM O 41: Como busca la cierva corrientes de agua, así m i alma te busca a
tí, Dios mío.

Mi alma tiene sed de Dios,


del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
Desahogo mi alma conmigo:
¡cómo marchaba a la cabeza del grupo
hacia la casa de Dios,
entre cantos de júbilo y de alabanza,
en el bullicio de la fiesta!
Envía tu luz y tu verdad;
que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo,
basta tu morada.
Que yo me acerque el altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío.

SALM O 117: ¡Aleluya, aleluya, aleluya!

Dad gracias al Señor, porque es bueno,


porque es eterna su misericordia.
Diga la Casa de Israel:
Eterna es su misericordia.
La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa.
N o he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
La piedra que desecharon los arquitectos,
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
es un milagro patente.

d) Prefacio pascual
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
glorificarte siempre, Señor,
pero más que nunca en este día
en que Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado.
Porque él es el verdadero C ordero
que quitó el pecado del mundo,
muriendo destruyó nuestra muerte,
y resucitando restauró la vida.
Por eso, con esta efusión de gozo pascual,
el mundo entero se desborda de alegría,
y también los coros celestiales,
los ángeles y arcángeles,
cantan sin cesar el himno de tu gloria.

e) Otros salmos de resurrección


SALM O 23: Pieza litúrgica en acción con dos grupos de participantes: un gru­
po se acerca en procesión a las puertas del templo y otro lo recibe y les abre. Es
imagen de Cristo, rey de la gloria que nos introduce triunfalmente, por su resu­
rrección, en la Iglesia y en la gloria

¡Portones!, alzad los dinteles,


que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria
¿Quién es ese rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas;
va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el rey de la gloria.

SALM O 29: Acción de gracias por la liberación. En la muerte y resurrección


de Cristo, la muerte llegó al extremo de su audacia, y la vida al extremo de su
exaltación.

Te ensalzaré Señor, porque me has librado


y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor Dios mío, a ti grité, y tú me sanaste.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo,
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
ai atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo.
Yo pensaba muy seguro: « N o vacilaré jamás»
Tu bondad, Señor, me aseguraba el honor y la fuerza...
Cambiaste mi luto en danzas,
me desataste el sayal y me has vestido de fiesta,
te cantará mi alma sin callarse.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.

SALM O 44: Figura del rey ideal, el día de su boda, aplicado a Cristo y a su
esposa, la Iglesia.

Me brota del corazón un poema bello,


recito mis versos a un rey:
mi lengua es ágil pluma de escribano.
Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.
Cíñete al flanco la espada, valiente;
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas,
los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.
Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu cetro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor tu Dios
te ha ungido con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.
A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.
Escucha, hija, mira:
inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu Señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.
Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes;
la siguen sus compañeras:
Las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.
«A cambio de tus padres tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra».
Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán,
por los siglos de los siglos.

SALM O 71: Súplica del rey en el día de su coronación. En Cristo alcanza el


salmo su plenitud de sentido.

Dios mío, confía tu juicio al Rey,


tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.
Q ue los montes traigan paz,
y los collados justicia;
que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre
y quebrante al explotador.
Q ue dure tanto como el sol,
como la luna, de edad en edad;
que baje como lluvia sobre el césped,
como llovizna que empapa la tierra.
Q ue en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.
Q ue en su presencia se inclinen sus rivales;
que sus enemigos muerdan el polvo..,
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.
Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres;
él rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos...
Que su nombre sea eterno,
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
el único que hace maravillas;
bendito por siempre su nombre glorioso;
que su gloria llene la tierra. ¡Amén, amén!

SALM O 83: Canto de peregrinación hacia el santuario de Jerusalén. Entra­


da de Cristo y de la Iglesia en la casa del Padre.

¡Qué deseables son tus moradas,


Señor de los ejércitos!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa,
y la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mió y Dios mío.
Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en Ti su fuerza
al preparar su peregrinación:
cuando atraviesan áridos valles
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana
los cubriera de bendiciones...
Fíjate, oh Dios, en nuestro escudo,
mira el rostro de tu Ungido.
Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados.
Porque el Señor es sol y escudo,
El da la gracia y la gloria.
El Señor no niega sus bienes
a los de conducta intachable.
¡Señor de los ejércitos,
dichoso el hombre que confía en Ti!

SALMO 117: Liturgia de acción ¿legracias. La resurrección de Cristo es el mila­


gro de los milagros y la victoria de las victorias. E l es la piedra angular. Cristo
resucitado encabeza la procesión de la humanidad para dar gracias a l Padre,
para hacer a todos partícipes de su gozo y de su propia victoria.

Dad gracias al Señor porque es bueno,


porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.
En el peligro grité al Señor,
y me escuchó, poniéndome a salvo.
El Señor está conmigo: no temo,
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.
Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes...
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos:
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa,
la diestra del Señor es poderosa».
N o he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.
Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.
Ésta es la puerta del Señor,
los vencedores entrarán por ella.
T e doy gracias, porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.
La piedra que desecharon los arquitectos,
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Señor, danos la salvación,
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor*
os bendecimos desde la casa del Señor,
el Señor es Dios, él nos ilumina.
Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.
Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

f) H im n o s bíblicos

1. BENEDICTUS: Canto a la redención ya presente (Le 1,68-79), véa­


se página 159.
2. M A G N IFIC A T: Alegría del creyente en el Señor (Le 1,46-55), véa­
se página 160.
3. C A N T O DE SIMEÓN: La esperanza cumplida (Le 2,29-32).

Ahora, Señor, según tu promesa,


puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel.
Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.
Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer
el misterio de su voluntad.
Éste es el plan que había proyectado
realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

CÁNTICO: Anonadamiento y exaltación de Cristo (Flp. 2,6-11).

Cristo, a pesar de su condición divina,


no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tom ó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»
de modo que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.

H IM N O : a Cristo resucitado, redentor del hombre y Señor del universo


(Col 1,12-20).

Damos gracias a Dios Padre,


que nos ha hecho capaces de compartir
la herencia del pueblo santo en la luz.
El nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
Él es imagen de Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque por medio de él fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres,
visibles e invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principiados, Potestades;
todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.
El es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia,
es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres:
los del cielo y los de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.

CÁNTICO: Sus heridas nos han curado (IPe 2,21-24).

Cristo padeció por nosotros,


dejándonos un ejemplo
para que sigamos sus huellas.
Él no cometió pecado
ni encontraron engaño en su boca;
cuando lo insultaban, no devolvía el insulto;
en su pasión no profería amenazas;
al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente.
Cargado con nuestros pecados,
subió al leño,
para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.
Sus heridas nos han curado.

CÁNTICO: de los redimidos (Ap 4,11;5,9.10.12).

Eres digno, Señor, Dios nuestro,


de recibir la gloria, el honor y el poder,
porque tú has creado el universo;
porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.
Eres digno de tom ar el libro y abrir sus sellos,
porque fuiste degollado
y con tu sangre compraste para Dios
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación,
y has hecho de ellos para nuestro Dios ‘
un reino de sacerdotes, y reinan sobre la tierra.
Digno es el cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza,
la sabiduría, la fuerza, el honor,
la gloria y la alabanza.

CÁNTICO: la alabanza universal. (Ap 15,3-4).

Grandes y maravillosas son tus obras,


Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh, Rey de los siglos!
¿Quien no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.
Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios,
dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

g) Himnos de la oración de las horas


NUESTRA PASCUA IN M O L A D A
Nuestra Pascua inmolada, aleluya,
es Cristo, el Señor, aleluya, aleluya.
Pascua sagrada,
oh fiesta de la luz,
despierta tú que duermes,
y el Señor te alumbrará.
Pascua sagrada,
oh. fiesta universal.
El mundo renovado
canta un himno a su Señor.
Pascua sagrada,
victoria de la cruz,
la muerte, derrotada,
ha perdido su aguijón.
Pascua sagrada,
oh noche bautismal.
Del seno de las aguas
renacemos al Señor.
Pascua sagrada,
eterna novedad.
Dejad el hombre viejo,
revestios del Señor.
Pascua sagrada,
la sala del festín
se llena de invitados
que celebran al Señor.
Pascua sagrada.
Cantemos al Señor.
Vivamos la alegría
dada a luz en el dolor.

Q U É D A TE C O N N O S O TR O S
Quédate con nosotros,
la tarde está cayendo.
¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.
¿Cómo sabremos que eres
un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo,
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.
Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Q ue el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.
Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las aguas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo
del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa.

O FR EZC A N LOS CRISTIANOS


Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
C ordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor,
apiádate de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa. Amén. Aleluya.

CRISTO, ALEGRÍA DEL M U N D O


Cristo,
alegría del mundo,
resplandor de la gloria del Padre.
¡Bendita la mañana
que anuncia tu esplendor al universo!
En el día primero,
tu resurrección
alegraba el corazón del Padre.
En el día primero,
vio que todas las cosas eran buenas
porque participaban de tu gloria.
La mañana celebra
tu resurrección
y se alegra con claridad de Pascua.
Se levanta la tierra
como un joven discípulo en tu busca,
sabiendo que el sepulcro está vacío.
En la clara mañana,
tu sagrada luz
se difunde como una gracia nueva.
Que nosotros vivamos
como hijos de la luz y no pequemos
contra la claridad de tu presencia.
7. TIEMPO PASCUAL Y DE PENTECOSTÉS

I. PASCUA Y PENTECOSTÉS

1. LA RESURRECCIÓN DE CRISTO, FUNDAM ENTO Y


NÚCLEO DE LA VIDA CRISTIANA

Durante mucho tiempo, la resurrección de Cristo estaba considerada


únicamente como un signo de su divinidad. Así lo expresaban incluso los
mismos manuales de teología. Los escritos del nuevo testamento hablan de
la resurrección de Cristo como el fundamento y contenido de la vida cris­
tiana. Es contemplando la propia experiencia de la comunidad primitiva
como descubren que Cristo ha resucitado y que ellos son portadores de la
vida nueva de la resurrección. La vida cristiana no es sino la vida pascual.
Antes que una síntesis doctrinal, la fe es una experiencia vivida, un testi­
monio que contagia y se expande. Éste es el gran presupuesto del nuevo tes­
tamento y de la liturgia.
La resurrección de Cristo ocupa el puesto central en la predicación de
los apóstoles y en los escritos paulinos. Todos los discursos de Pedro en
los Hechos de los Apóstoles tienen el mismo esquema:
— Habéis matado al autor de la vida,
— Dios le resucitó de entre los muertos, y nosotros damos testimonio,
— Arrepentios, pues, y convertios.
Ver el discurso de Pedro a la gente el día de Pentecostés: Act 2,22-36.
El discurso de Pedro al pueblo: 3,12-26. Pedro y Juan en el Sanedrín: Act
4,9-12. Discurso de Pedro en casa de Cornelio: Act 10,34-43.
San Pablo subraya el carácter pascual de la vida cristiana: sepultados
con Cristo en el bautismo, hemos resucitado también con él (Col 2,12; Rom
6,4ss). La vida cristiana consiste en que, «estando nosotros muertos a cau­
sa de nuestros delitos, nos vivificó juntam ente con Cristo... y con él nos
resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús» (Ef 2,5-6). La moral
no es sino la vida de Cristo en el hombre nuevo: «Resucitados con Cristo
buscad las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la diestra de Dios»
(Col 3,lss).
San Juan habla poco de la resurrección final del cristiano porque la con­
sidera ya anticipada en el tiempo presente. «Llega la hora, y ya estamos en
ella, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y todos los que la hayan
oído vivirán» (Jn 5,25). Esta declaración inequívoca coincide con la expe­
riencia de la vida cristiana tal como la expresa la primera carta de san Juan:
«Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida... ( ljn 3,14).
A medida que la predicación apostólica confronta la resurrección y las
Escrituras, elabora una interpretación teológica sobre el alcance de la resu­
rrección de Cristo. Por ella Jesús es constituido «Hijo de Dios en su poder»
(Rom 1,4; Act 13,33), «Señor y Cristo» (Act 2,36), «Cabeza y Salvador»
(Act 5,31), «Juez y Señor de los vivos y de los muertos» (Act 10,42). Habien­
do vuelto al Padre, puede ahora dar a los hombres el Espíritu prometido
(Jn 20,22; Act 2,33). De este modo Jesús, «Primogénito de entre los muer­
tos» (Act 26,23; Col 1,18), ha entrado el primero en este mundo nuevo que
es el universo rescatado. Siendo él «Señor de la Gloria» (1 Cor 2,8), es para
los hombres el autor de la salvación (Act 3,6ss).
Toda la liturgia es un testimonio del misterio de la salvación por el que
la pascua de la Cabeza llega a ser también la pascua del Cuerpo. «Cristo,
nuestra pascua, ha sido inmolado» (1 Cor 5,7-8). El tiempo de la Iglesia
es la etapa de la realización de la misma como cuerpo de Cristo. «Suplo
en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo por su cuerpo, que es la Igle­
sia» (Col 1,24). La vida cristiana es el camino de Jesús, la reproducción de
su muerte (cuaresma) y de su resurrección (pascua).

2. PENTECOSTÉS: UN GRAN DÍA DE SIETE SEMANAS

Pentecostés es la misma pascua vivida en su fundamento dinámico: el


Espíritu Santo. No es algo distinto o yuxtapuesto. La vida nueva pascual es
la que procede de la efusión del Espíritu. Es el mismo domingo de resu­
rrección prolongado durante cincuenta días naturales para insertar el mis­
terio de la vida nueva en la vida ordinaria, personal y social. Es un espacio
privilegiado, santo, en el que la luz de la resurrección repercute plena­
mente en la vida y en la convivencia. «Los cincuenta días que van desde el
domingo de resurrección hasta el domingo de pentecostés han de ser cele­
brados con alegría y exultación, como si se tratase de un sólo y único día
festivo, más aún, como un gran domingo» (S. Atanasio, Ep. Fest. 1:PG
26,1366). Los antiguos llamaban al tiempo pascual hasta Pentecostés: «el
gran domingo» (S. Atanasio), «las siete semanas del santo Pentecostés» (S.
Basilio), «el amplio o gozoso espacio» (Tertuliano).
Pascua, pues, no es un solo día, sino un gran día de una cincuentena,
que a su vez encierra la eternidad, la vida bienaventurada conquistada en la
resurrección de Cristo. La característica eclesial de este tiempo es la mista-
gogia, la iniciación fuerte a la experiencia de la vida nueva. Es necesario
saborear, asimilar en profundidad. Es como si ante una oferta tan sor­
prendente, como lo es la pascua de Cristo, el tiempo se detuviera para dar
ocasión a una impregnación o saturación dichosa.

II. HISTORIA DE LA CELEBRACIÓN DE PENTECOSTÉS

LOS ORÍGENES BÍBLICOS

El pueblo hebreo, cincuenta días después de pascua, celebraba la fies­


ta de las semanas. En un principio era la fiesta de los agricultores en la
que daban gracias por la recolección de las primeras mieses. Posterior­
mente llegó a ser la fiesta de la Ley y de la Alianza.
En el nuevo testamento este tiempo está dedicado, los cuarenta pri­
meros días, a las apariciones de Cristo resucitado que comparte con los suyos
las realidades del reino. El resto de los días, desde la Ascensión hasta Pen­
tecostés, completando la cincuentena, están dedicados a la preparación de
la venida del Espíritu Santo.
El gran acento de la predicación de los Padres está en resaltar la ley
del Espíritu, la nueva alianza, en contraposición a la alianza de la ley o alian­
za antigua.

1) Los orígenes cristianos de Pentecostés


El libro de los Hechos es el evangelio del Espíritu Santo inaugurando
e impulsando a la Iglesia naciente. El primer estallido es la fiesta de Pente­
costés. Recibido impetuosamente el Espíritu Santo, Pedro habla al pueblo
judío y «aquel día se les unieron unas tres mil almas» (Act 2,41). Así surge
la primitiva comunidad cristiana que comienza a reflejar la vida pascual, la
cual acudía asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la
fracción del pan, y a las oraciones» en la que «todos los creyentes vivían uni­
dos y tenían todo en común» (Act 2,42ss). Es el reflejo social de la vida nue­
va de la resurrección impulsada por el Espíritu Santo.
Sabemos que en los primeros siglos este tiempo se caracteriza por una
gran alegría en la comunidad. Como expresión de la misma se prohíbe el
ayuno y la oración de la asamblea se hace siempre de pie. Así lo testimonian
Tertuliano y la peregrina Egeria, refiriéndose a la Iglesia de Jerusalén.
En Roma el tiempo pascual tiene gran trascendencia para los recién
bautizados, los neófitos. Éstos acuden asiduamente a la asamblea eucarís-
tica. Los textos tienen un contenido fuertemente bautismal. El sábado de
la semana de pascua los neófitos deponen sus vestidos blancos recibidos
en el bautismo en la vigilia pascual. Junto a ellos, los fieles renuevan las pro­
mesas del bautismo evocando su propio bautismo.
En Jerusalén tienen lugar las llamadas catcquesis mistagógicas, o de ini­
ciación a los misterios celebrados. El obispo expone todo lo referente al bau­
tismo. Sólo participan los fieles y los neófitos. Los catecúmenos quedan fue­
ra de la Iglesia permaneciendo las puertas cerradas. Como testimonia Egeria,
los gritos y aclamaciones de la asamblea son tan fuertes que se oyen aun fue­
ra de la iglesia. Las magníficas catcquesis mistagógicas de Cirilo o Juan de
Jerusalén nos permiten revivir esta curiosa pedagogía de la Iglesia antigua
que explicaba el significado de los misterios recibidos en el bautismo, cris-
mación y eucaristía, después de haberlos hecho experimentar con toda su
novedad en la noche santa de Pascua.

2) El cuadragésimo día o la Ascensión del Señor


Según testifican muchas homilías de los padres, en el día cuadragésimo
se celebra la Ascensión del Señor a los cielos. Ya san Agustín afirma que la
Ascensión es una de las fiestas fijas que con la Pascua y Pentecostés se cele­
bran por toda la tierra. San León Magno tiene bellísimas homilías sobre la
Ascensión del Señor. Para muchos padres, la ascensión de la Cabeza, Cris­
to, es también la ascensión del cuerpo, la Iglesia. En algunas Iglesias este día
significaba el fin del tiempo pascual.

3) El quincuagésimo día o Pentecostés


Pentecostés cierra la celebración de la pascua anual. Es la cima de los
bienes y la capital de todas las fiestas, como dice Juan Crisóstomo. En Jeru­
salén se celebra ya en los tiempos primitivos.
En esta fiesta se administra el bautismo y se celebra también una vigi­
lia de oración. Aparece ante todo como la fiesta del Espíritu Santo. Para
recordar que no se trata de un simple recuerdo, sino de una realidad sagra­
da, en algunas Iglesias se establece la costumbre de provocar, durante el glo­
ria o el canto de la secuencia, una lluvia de pétalos de rosas rojas o el lan­
zamiento de pequeñas llamas, o la liberación de palomas. En la edad media
el arzobispo de Canterbury, Esteban, compone la magnífica secuencia «Ven,
Espíritu Santo».

4) La actual celebración del tiempo pascual


La iglesia ha restablecido la cincuentena pascual que culmina en el
día de pentecostés. El tema dominante de todo este tiempo es la pascua del
Señor que se hace la pascua de la comunidad. Se celebra la Ascensión el cua­
dragésimo día, si bien esta fiesta se está trasladando al domingo siguiente
en todas aquellas naciones en las que la Ascensión ya no es fiesta civil. Los
días previos a Pentecostés quedan centrados en la espera del Espíritu San­
to como plena realización del misterio pascual.

III. SIGNIFICADO Y CONTENIDO DEL TIEMPO PASCUAL

1. LA MISTERIOSA PRESENCIA DEL AUSENTE

El tiempo pascual celebra el nuevo modo de estar Cristo presente en la


Iglesia misteriosamente. Lo que se manifestaba en el cuerpo visible de Cris­
to, ahora había pasado a los sacramentos de la Iglesia. El encuentro con Cris­
to viviente es ahora un encuentro sacramental. La palabra, los sacramentos,
la eucaristía, son los signos por excelencia del nuevo modo de presencia del
Cristo Viviente. Cristo está presente en la Iglesia. Vive en ella. Se da a los
fieles en ella. Y lo hace por las escrituras, por el bautismo, por la fracción
del pan. Como los discípulos rodeaban a Cristo en su vida terrena, ahora
los fieles se reúnen en torno a la doctrina de los apóstoles y la comunión del
pan. Cristo está verdaderamente presente en las escrituras y en el pan, pidien­
do ser comido y asimilado. Es palabra viva y pan vivo. Acogiendo la pala­
bra y comulgando con el pan, las comunidades lo sienten vivo y presente,
porque ellas son el contenido último del libro y del pan. Acogiendo y comul­
gando sienten la presencia vivificante de aquél que está ausente según la cor­
poralidad temporal. Esta presencia es lo más importante de la Iglesia. Cris­
to vive y está en la comunidad. Junto a la presencia viva de Cristo en el pan,
en el libro y en la comunidad, se dan también otros signos que evocan su
presencia: el altar, la cruz gloriosa, la fuente bautismal, el santo crisma, etc.
Todo lo que Jesús dijo e hizo, el Espíritu lo interioriza en los creyen­
tes. La Iglesia nace en Pentecostés y de Pentecostés. El libro de los Hechos
no es una doctrina. Es la historia de la irrupción del Espíritu en la Iglesia.
Él es el autor de toda actividad y gracia. Es «la fuerza de lo alto» (Le 24,49),
«el Consolador» (Jn 14,16), principio interior de la vida nueva. El Espíritu
Santo es el Espíritu de Cristo (Rom 8,9; Fil 1,19; Gál 4,6), que hace hijos
de Dios a los cristianos (Rom 8,14-16), hace habitar a Cristo en sus cora­
zones (Ef 3,16), como principio de resurrección (Rom 8,11) por un don
que marca para la vida eterna como con sello (2Cor 1,22; Ef 1,13), arras (2
Cor 1,22) y primicias (Rom 8,23) de vida eterna. El Espíritu habita en el
cristiano (Rom 8,9), en su espíritu (Rom 8,16), en su cuerpo (IC or 6,19),
y es el principio del conocimiento nuevo y divino (1 Cor 2,10-16), del amor
(Rom 5,5), de la santificación (Rom 15,16), de la esperanza (Rom 15,13).
El Espíritu realiza la unidad del cuerpo místico de Cristo (IC or 12,13).
El Espíritu Santo es la fuerza de Dios que crea la receptividad y la
acogida, porque ilumina e impulsa con el poder de Dios, creando de forma
desbordante una connaturalidad con Dios que supera todas las dificultades
ambientales e íntimas, haciendo nacer una fidelidad límite, una docilidad
especial, una disponibilidad gozosa. Es plenitud de verdad y de amor.

3. EL TIEM PO DE LA IGLESIA C O M O NUEVA HUMANIDAD

La resurrección de Cristo es la irrupción de la vida divina en la hum a­


nidad. Los cristianos, por el bautismo, resucitamos anticipadamente de su
misma resurrección. La vida nueva es el oxígeno de la nueva comunidad. Vive
no ya en el instinto, ni en la pura razón, sino en el espíritu, en la unanimidad
de una misma alma, de un mismo corazón. La Iglesia es la prolongación de
la humanidad glorificada de Cristo. La vida de la Iglesia es la vida nueva de
Cristo glorioso, las obras de la resurrección, la afirmación de la vida contra
el instinto de la muerte, la afirmación de la gratuidad contra el espíritu del
interés, los sentimientos bienaventurados del Padre en sus hijos, el reflejo del
cielo en la tierra, la fraternidad nueva de los que se sienten hijos de Dios. El
tiempo de la Iglesia es la anticipación en la tierra de la vida celeste. Forma­
mos la nueva tierra, el nuevo hombre, porque tenemos la novedad definiti­
va de los cielos nuevos. La novedad es tan fuerte en la comunidad primitiva
que «gozaban de la simpatía de todo el pueblo» (Act 2,47). La Iglesia es nove­
dad total, camina en una vida nueva (Rom 6,4), porque Dios ha hecho, en
la venida de su Hijo, nuevas todas las cosas (Is 43,19).
IV. LA PALABRA DE DIOS
DURANTE EL TIEMPO PASCUAL

En este tiempo se leen los Hechos de los Apóstoles, el evangelio de San


Juan, y textos de I a Pedro, Ia Juan y Apocalipsis.
En los días feriales se lee de forma semicontinua el libro de los Hechos
como historia de la Iglesia naciente a impulsos del Espíritu, para indicar
que el tiempo pascual es el tiempo de la iglesia, nacida de la pascua del Señor
y animada por el Espíritu del Resucitado. Es una costumbre que viene ya
de los primeros tiempos de la Iglesia. Se lee también el evangelio de Juan,
porque es el evangelio de la vida nueva, de la trascendencia, y de los sig­
nos y sacramentos que descubren el sentido simbólico de las acciones de
Jesús: capítulo 3, catcquesis a Nicodemo; capítulo 6, catcquesis sobre el pan
de la vida; capítulo 10, el buen Pastor; capítulo 12, Jesús Luz del mundo;
capítulos 14-17, el discurso de la cena y la oración por la unidad; capítulo
21, las últimas apariciones.
En los domingos del tiempo pascual, la primera lectura está siempre
tomada de los Hechos para los tres ciclos, y describe la vida, el crecimien­
to y testimonio de la Iglesia naciente. La lectura apostólica para el ciclo A
es la primera carta de Pedro. Para el ciclo B, la primera carta de Juan. Para
el ciclo C, el Apocalipsis. Ofrecen el testimonio de la fe, esperanza y alegría
propias del tiempo. En los domingos se lee siempre el evangelio de Juan.
En el segundo se lee siempre la aparición de Jesús a los ocho días en el cená­
culo y la duda de Tomás. En el tercer domingo se narran las apariciones del
Resucitado. En el cuarto se celebra la imagen de Cristo buen Pastor, toman­
do en cada uno de los tres ciclos diversos textos del capítulo 10. En los
domingos del quinto al séptimo se proclaman pasajes de los capítulos 14-
17, del discurso de la cena.

Las lecturas de la Ascensión son:


Ia siempre de los Hechos narrando la Ascensión del Señor a los cielos.
Salmo 46,2-3.6-7.8-9: Dios asciende entre aclamaciones.
2a, para el cicloA: Ef 1,17-23: Cristo sentado a la derecha del Padre.
B: Ef 4,1-13: el misterio de la exaltación del Señor.
C: Heb 9,24-28,10,19-23: Cristo ha entrado en el Santuario de
los cielos.
Evangelio, A: Mt 28,10-20: «Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo».
B: Me 16,15-20: La Ascensión a los cielos.
C: Le 24,46-53: Ascendió a los cielos y los bendijo.
Las lecturas de Pentecostés son:
Para la Misa de la Vigilia:
Ia, Gén I I, I-9: la confusión de lenguas en Babel.
Salmo 32,10-1 1.12-13.14-15: dichoso el pueblo escogido por Dios.
2‘, Ex 19,3-8a. 16-20b: el don de la ley y de la alianza.
Salmo, Dan 3,52-56: a ti la gloria y la alabanza por los siglos.
3a, Ez 37,1-14: visión de los huesos secos: os infundiré mi Espíritu y viviréis.
Salmo 106,2,3-9: eterna es su misericordia.
4a, JI 3,1-5: derramaré mi Espíritu.
Salmo 103,1-2a.24 y 25c.27-28,29bc-30 envía tu Espíritu.
5a, Rom 8,22-27: el Espíritu intercede por nosotros.
Evangelio: Jn, 7,37-39: manarán torrentes de agua viva.

Para la Misa del día:


Ia, Act 2,1-1 I: Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar.
2a, para el ciclo A: I Cor 12,3b-7.12-13: bautizados en un mismo Espíritu,
formamos un mismo cuerpo,
para el ciclo B: Gál 5,16-25: los frutos del Espíritu,
para el ciclo C: Rom 8,8-17: los bautizados son guiados por el Espíritu.
Secuencia: Ven, Espíritu Divino.
Aleluya: Ven, Espíritu Santo.
Evangelio, ciclo A: Jn 20,19-23: recibid el Espíritu Santo.
ciclo B: Jn 15,26-27-16,12-15: el Espíritu de la verdad,
ciclo C: Jn 14, !5-l6.23b-26: él os lo enseñará todo.

V. PENTECOSTÉS Y LA ACCIÓN PASTORAL

El tiempo pascual ha sido destinado por la Iglesia apostólica y de los


Padres a la experiencia gozosa del misterio. Si así fue en tiempos tan
importantes, hoy esto responde a una máxima urgencia de la Iglesia que
necesita una verdadera inmersión en el misterio de la vida pascual. Una
mayoría de cristianos ha sido catequizada, pero no ha sido iniciada en
la experiencia de Dios. Al esfuerzo de la Iglesia para recuperar el espíritu
del tiempo pascual, debe responder un interés creciente en los pastores
y fieles para restablecer en las comunidades la honda vivencia de la pas­
cua. Causa pena ver lo poco que se ha hecho para reimplantar el ritual
de la iniciación cristiana de los adultos, para resituar las celebraciones
litúrgicas de las comunidades en el marco incomparable del Misterio de
Cristo.
Es necesario ambientar las celebraciones en el gozo y alegría caracterís­
ticos de este tiempo. Esto debe notarse en las aclamaciones, en el canto,
en el talante celebrativo.
El tiempo pascual es el tiempo de la mistagogia, de la iniciación pro­
funda a la vivencia de los misterios. Las lecturas proféticas, apostólicas y del
evangelio, representan el vértice de un magisterio que es palabra viva de
Dios, no ya eclesiástica, y que tiende a hacerse experiencia viva y gozosa
en los corazones. Éste es el tiempo más apto para la celebración de los sacra­
mentos del bautismo, confirmación, primeras comuniones. Se puede orga­
nizar tam bién alguna celebración de la unción de los enfermos, con el
óleo nuevo, y en perspectiva pascual. Recobra importancia suma la organi­
zación de la vigilia de Pentecostés utilizando los textos litúrgicos para el
caso. El don del Espíritu puede ritualizarse con algunos signos simbólicos
adecuados: la bendición de la comunidad con el agua al comenzar la cele­
bración eucarística, el incienso perfumado durante la celebración, la llama
de las velas prendida en el cirio pascual después del evangelio para signifi­
car la llama del Espíritu.

VI. VALORES Y ACTITUDES PASCUALES

* Vivir la fe cristiana como vida y testimonio pascual, dejándonos


vivificar, resucitar y sentar en los cielos, ya ahora, con Cristo y en
él.
* Dejarnos amar, llamar, asociar por Cristo en el troquel de su vida
y de cada uno de sus misterios redentores: su cruz, su muerte, su
resurrección y glorificación.
* Madurar la fe, no deteniéndonos en devociones populares, ni en el
límite de las verdades y preceptos: descubrir el misterio de su pre­
sencia viviente, aquí y hoy, y de la actualidad plena de su memo­
rial pascual, para asociarnos y participar activamente.
* Hacer familiar en nosotros y en los demás, la estrecha relación de
las Escrituras, de la eucaristía, y de la comunidad: el cuerpo de las
Escrituras y el cuerpo eucarístico son los que van configurando el
cuerpo místico que son nuestras asambleas litúrgicas y comuni­
dades de fe.
* Acoger la palabra de Dios, en las lecturas litúrgicas, como presen­
cia hablante de Cristo: habituarnos a contemplar el misterio que se
celebra, y nuestra comunión sacramental, en la forma que las Escri­
turas proclaman. Comulgar con el texto y ser e irradiar el texto.
* Ser asiduos en la enseñanza de los apóstoles, en la fracción del pan,
en la puesta en común de nuestras cosas y bienes. Colaborar posi­
tivamente para que todos los miembros de nuestra comunidad ten­
gan una sola alma y un mismo corazón.
* Colaborar para que nuestra comunidad de fe sea la prolongación
de la encarnación, la biografía de la palabra acogida y del pan comul­
gado. Saber merecer la simpatía del pueblo no creyente.
* Vivir en actitud de entrega y de identificación sinceras hasta sen­
tirnos en sintonía y connaturalidad creciente y gozosa con el Espí­
ritu de Cristo.
* Estar siempre alegres en el Señor. Irradiar alegría e intentar alegrar
personas y situaciones necesitadas de ello.
* Intentar ser siempre positivos, solidarios, en verdad y sinceri­
dad.
* Hacer más dignas, nobles y enriquecedoras las comunicaciones, los
intercambios, las relaciones. Implicar en ellas nuestra intimidad
sincera y positiva.
* Intentar siempre redimir, en sincera solidaridad, situaciones de dis­
tancia, de enfado, de violencia, de soledad, de tristeza, de pobreza
espiritual, cultural, material o económica.
* Manifestamos como hermanos de todos los hombres. Instaurar la
civilización del amor. Pasar y ayudar a pasar de la cultura del inte­
rés a la de la gratuidad.

Vil. PLEGARIAS DE PENTECOSTÉS

a) Plegarias de la fiesta de Pentecostés

I. SALMO RESPONSORIAL, 103

Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.


Bendice, alma mía, al Señor.
¡Dios mío, qué grande eres!
¡Cuántas son tus obras, Señor,
la tierra está llena de tus criaturas!
Les retiras el aliento, y expiran,
y vuelven a ser polvo; envías tu aliento y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.
Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.

2. SECUENCIA
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo;
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones
según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

3. PREFACIO DE PENTECOSTÉS
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Pues, para llevar a plenitud el misterio pascual,
enviaste hoy el Espíritu Santo
sobre los que habías adoptado como hijos
por su participación en Cristo.
Aquel mismo Espíritu
que, desde el comienzo,
fue el alma de la Iglesia naciente;
el Espíritu que infundió
el conocimiento de Dios a todos los pueblos;
el Espíritu que congregó
en la confesión de una misma fe
a los que el pecado había dividido
en diversidad de lenguas.
Por eso, con esta efusión de gozo pascual,
el mundo entero se desborda de alegría
y también los coros celestiales,
los ángeles y arcángeles,
cantan sin cesar el himno de tu gloria.

b) Oraciones del misal


1. Dios todopoderoso y eterno, que has querido que celebráramos el
misterio pascual durante cincuenta días, renueva entre nosotros el prodigio
de Pentecostés, para que los pueblos divididos por el odio y el pecado se
congreguen por medio de tu Espíritu y, reunidos, confiesen tu nombre en
la diversidad de sus lenguas. Por nuestro Señor Jesucristo (Misa de la vigilia).

2. O h Dios, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia,


extendida por todas las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre
todos los confines de la tierra y no dejes de realizar hoy, en el corazón
de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de
la predicación evangélica. Por nuestro Señor Jesucristo (Misa del día).

3. El Espíritu Santo que viene de ti, Señor, ilumine nuestras almas y,


según la promesa de tu Hijo, nos dé a conocer toda la verdad. Por nues­
tro Señor Jesucristo.

4. O h Dios, que penetras el corazón de los hombres y no hay para ti


secreto alguno, purifica, por el Espíritu Santo, los impulsos de nuestro cora­
zón, para que merezcamos amarte y alabarte sobre todas las cosas. Por
nuestro Señor Jesucristo.
c) Otras plegarias de la liturgia
1. H IM N O
Ven, ¡Oh Espíritu Creador!
visita las almas de los tuyos,
llena de tu gracia divina
los corazones que tú creaste.
Tú, que eres llamado Paráclito,
don del altísimo Dios,
fuente viva,
fuego, amor y unción del espíritu.
Tú, el de los siete dones,
el dedo de la diestra del Padre,
la promesa solemne del Padre,
que dotas de palabras las gargantas.
Enciende la luz en los espíritus,
infunde tu amor en los corazones,
confortando con tu auxilio continuo
la flaqueza de nuestra carne.
Aleja más y más a nuestro enemigo
y danos pronto la paz,
para que así, guiándonos tú,
evitemos todo mal.
Haz que por ti conozcamos al Padre,
y que conozcamos al Hijo,
y que creamos siempre en ti,
¡oh Espíritu, que procedes de ambos!
Gloria sea dada a Dios Padre
y al Hijo, que resucitó,
y al Paráclito, por lo siglos de los siglos. Amén

2. P ETIC IÓ N DE LA SABIDURÍA, (Sab 9 ,1-6.9-11)


Dios de los padres y Señor de la misericordia,
que con tu palabra hiciste todas las cosas
y en tu sabiduría formaste al hombre,
para que dominase sobre tus criaturas,
y para regir el mundo con su santidad y justicia,
y para administrar justicia con rectitud de corazón.
Dame la sabiduría asistente de tu trono
y no me excluyas del número de tus siervos,
porque siervo tuyo soy,
hijo de tu sierva,
hombre débil y de pocos años,
demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes.
Pues, aunque uno sea perfecto
entre los hijos de los hombres,
sin la sabiduría que procede de ti
será estimado en nada.
Contigo está la sabiduría,
conocedora de tus obras,
que te asistió cuando hacías el mundo,
y que sabe lo que es grato a tus ojos
y lo que es recto según tus preceptos.
Mándala de tus santos cielos,
y de tu trono de gloria envíala,
para que me asista en mis trabajos
y venga yo a saber lo que te es grato.
Porque ella conoce y entiende todas las cosas,
y me guiará prudentemente en mis obras,
y me guardará en su esplendor.

3. IN V O C A C IÓ N AL ESPÍRITU S A N T O
Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu amor.
-Envía tu Espíritu, Señor,
- y renueva la faz de la tierra.
Oración: Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con
la luz del Espíritu Santo, haznos dóciles a sus inspiraciones para gus­
ta r siempre el bien y gozar de su consuelo. Por nuestro Señor Jesu­
cristo.

d) Oraciones a la Santísima Trinidad


I. TRISAGIO
Venid, adoremos al Dios verdadero, Uno en la Trinidad y Trino en la
Unidad.
— Señor, ábreme los labios.
— Y mi boca proclamará tu alabanza.
Gloria al Padre...
Oración al Padre

Padre, principio sin principio, origen de todo cuanto existe en el cie­


lo y en la tierra: te alabamos, te bendecimos, te adoramos porque eres
Padre. Concédenos un espíritu de hijos de adopción para que en el tiem­
po y en la eternidad vivamos para alabanza de la gloria de tu gracia.
Se repite tres veces la aclamación:
Santo, Santo, Santo eres, Señor, Dios del universo: Llenos están los cie­
los y la tierra de tu gloria.
Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo.

Oración al Hijo

Hijo Unigénito, el Predilecto, Sabiduría, Verdad y Revelación del Padre,


Enviado al mundo por él para revelar su am or a los hombres: te alaba­
mos, te bendecimos, te adoramos, porque eres el Hijo. Concédenos repro­
ducir tu imagen de forma que, configurados con tu muerte y resurrección,
sepamos expresarte en nuestras vidas.
Se repite tres veces la aclamación:
Santo, Santo, Santo eres, Señor, Dios del universo: llenos están los cie­
los y la tierra de tu gloria.
Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo.

Oración al Espíritu Santo

Espíritu Santo, A m or Increado del Padre y del Hijo, Bondad, Gozo, Paz
y Unión Infinita, enviado por el Padre y el Hijo al mundo para difundir el
am or divino en nuestros corazones: te alabamos, te bendecimos, te ado­
ramos porque eres el Espíritu del Am or. Concédenos el don de una fide­
lidad total, de forma que cumplamos la voluntad del Padre en la tierra como
la cumplen los bienaventurados en el cielo.
Se repite tres veces la aclamación:
Santo, Santo, Santo eres, Señor, Dios del universo: Llenos están los cie­
los y la tierra de tu gloria.
Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo.

Antífona

A ti, Dios Padre Ingénito; a ti Hijo Unigénito, a ti Espíritu Santo Con­


solador, santa e individua Trinidad: de todo corazón te confesamos, te ala­
bamos y te bendecimos. A ti sea la gloria por los siglos de los siglos.
-Bendigamos al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
-A labém osles por los siglos.
Padre nuestro...
Oración
Dios, Padre todopoderoso, que has enviado al mundo la Palabra de la
Verdad y el Espíritu de santificación para revelar a los hombres tu admi­
rable misterio: concédenos profesar la fe verdadera, conocer la gloria de
la eterna Trinidad y adorar su Unidad todopoderosa. Por Jesucristo nues­
tro Señor.

2. O R A C IÓ N DE SOR ISABEL DE LA T R IN ID A D
¡Oh Dios mío, Trinidad adorable, ayúdame a olvidarme por entero para
establecerme en t i ...!
¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor! Siento mi impotencia y te
pido que me revistas de ti mismo, que identifiques mi alma con todos los
movimientos de tu alma; que me sustituyas, para que mi vida no sea sino
una irradiación de tu propia vida. Ven a mí como adorador, como repara­
dor y como salvador...
¡Oh fuego consumidor, Espíritu de amor! Ven a mí, para que se haga
en mi alma una como encarnación del Verbo; que yo sea para él una huma­
nidad sobreañadida en la que él renueve todo su misterio.
Y tú, ¡oh Padre!, inclínate sobre tu criatura; no veas en ella mas que a
tu amado en el que has puesto todas tus complacencias.
¡Oh mis Tres, mi todo, mi dicha, soledad infinita, inmensidad en que
me pierdo! Me entrego a vos como una presa; sepultaos en mí para que yo
me sepulte en vos, en espera de ir a contemplar en vuestra luz el abismo
de vuestras grandezas.
Ejercicio práctico de meditación profunda

PENTECOSTÉS, «LA FUERZA DE LO ALTO»

I. EL ESPÍRITU, «LA FUERZA DE LO A LT O »

Q u iero referirm e aquí al magisterio interior del Espíritu Santo, a su


acción directa e inmediata en nosotros, en todos. Es el hecho vértice de la
vida cristiana. Cristo dice: «Él os lo enseñará todo» (Jn 14,26). y san Pablo:
«que seáis vigorosamente fortalecidos por la acción de su Espíritu en el
hom bre in terio r» (Ef 3 ,16). Lo hace «desde dentro», «en el corazón»,
«en el hombre interior». Esta acción es una realidad de fe. Pero esta fe
no se reduce a creer en una especie de esencialismo inoperante de Dios.
La acción del Espíritu no es sólo un enunciado doctrinal: está en la vida real.
Se trata de fenómenos perceptibles, constatables. El Espíritu no se revela
con rostro humano. Aparece como «fuerza». Es «fuerza», «poder», «vida»,
«aliento», «suspiro», «viento», «lluvia», «fuego». Su acción es «amor, ale­
gría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templan­
za...» (Gál 5,22-23), «conocimiento espiritual» (IC o r 2,10-12), «espíritu de
sabiduría y revelación» (Ef 1,17), «conocimiento de Cristo y del amor de
Cristo» (Ef 3,17-19), «sabiduría e inteligencia espiritual» (C ol 1,9), «ora­
ción del Espíritu en nosotros que clama con gemidos inenarrables» (Rom
8,26). La acción directa del Espíritu es el capítulo más impresionante de la
fe: la infinita cercanía de Dios que, por la encarnación y pentecostés, alcan­
za la intimidad más honda del hombre, anticipando ya, en él, la vida eterna.
Es Dios mismo actuando como Dios y Señor absoluto, en todos y en todo
momento.

2. PREGUNTAS SERIAS

Este hecho suscita preguntas transcendentales: ¿Has advertido alguna


vez la presencia del Espíritu Santo dentro de ti? ¿Has experimentado «la
fuerza que viene de lo alto»? ¿Te has sentido alguna vez iluminado, movi­
do, desde dentro, no por algo, sino por Alguien? ¿Conoces la experiencia
directa e inmediata del Espíritu Santo en tu vida? Dios está y actúa «en toda
carne», «en todos», «desde los más niños hasta los mayores». ¿No puede
resultar triste tener que escuchar hoy, como ayer, que «ni siquiera hemos
oído hablar de que existe el Espíritu Santo?» (Act 19,2).

3. LA M A NIFESTAC IÓ N DE LA FUERZA DE LO A L T O

a ) En Cristo. La persona y la vida de Cristo es la máxima revelación


de la fuerza del Espíritu de Dios. Concebido por el Espíritu Santo (Le 1,35;
M t 1, 18), Dios lo unge con Espíritu Santo (Act 4,27), y el Espíritu lo hace,
ya desde su concepción, Hijo de Dios (Le 1,35, R 1,4) y «santo» (Le 1,35).
En el bautismo es investido como Mesías y presentado por el Padre como
el Hijo amado, por la fuerza y manifestación del Espíritu (Le 3 ,2 1-22, Jn
1,32). «Lleno del Espíritu» (Le 4 ,1) es siempre «conducido por él» (M t 4 ,1),
o «movido por él» (Le 2,27). El Espíritu «reposa permanentemente sobre
él» dándole la plenitud de sus dones (Is 11,2, M t 3 ,16). En la fuerza del Espí­
ritu afronta y vence al diablo (M t 4 ,1- 11), «habla las palabras de Dios por­
que Dios le da el Espíritu sobre toda medida» (jn 3,34), anuncia a los pobres
la Buena Noticia, libera a los cautivos, sana a los enfermos (Le 4,18), libe­
ra a los poseídos (M t 12,28), estremecido de gozo del Espíritu Santo, se
revela como nuestro acceso al Padre (M t 11,25-27, Le 10,21-22). Su obla­
ción, vivida en la fuerza del Espíritu, nos redime a todos (Heb 9,14).
b ) En la Ig lesia y en los fieles. Ser Iglesia es nacer del Espíritu (Jn
3,5), ser bautizados en el Espíritu (Hch 1,5). Pentecostés es el nacimiento
y constitución de la Iglesia (Act 2,4). El mismo Espíritu de Cristo habla en
los apóstoles (Me 13,11), lo enseña todo (Jn 14,26), da testimonio de Jesús
(|n 15,26), guía hasta la verdad completa (|n 16,13). Hacerse creyente no
es sino recibir el Espíritu (Jn 7,39). En la fuerza del Espíritu, la Iglesia se
extiende hasta las extremidades de la tierra (Act 1,8), crece por la conso­
lación del Espíritu (Act 9,31). La misión de los apóstoles es ministerio del
Espíritu (2 C o r 3,8). Obran en la fuerza del Espíritu (Act 1,8). Predican con
el poder del Espíritu (I Tes 1,6). La vida en C risto es lo mismo que la
vida en el Espíritu (Gál 4,6 y Rom 8,2.10). Estar en Cristo es estar en el
Espíritu (Rom 8 ,1 y 8,5). Quien no tiene el Espíritu de Cristo no le perte­
nece (Rom 8,9). La fuerza del Espíritu habita en los cristianos (Rom 8,9),
en su espíritu (Rom 8,16), en su cuerpo (I C o r 6,19), crea la filiación divi­
na (Rom 8,14-16, Gál 4,6s), hace habitar a Cristo en el corazón (Ef 3,16),
es principio de vida nueva y de resurrección (Rom 8,1 I), es arras (2 C o r
1,22) y primicias de gloria (Rom 8,23), da un conocimiento divino (I C o r
2,10-16), de amor (Rom 5,5), crea comunión (Ef 4,3), santificación (Rom
15 ,16), comportamiento moral (Rom 8,4-9), esperanza (Rom 15 ,13), viene
en ayuda de nuestra flaqueza y es principio de oración (Rom 8,26s), y de
unidad eclesial (I C o r 12,3; Ef4,4).

4. ABIERTOS A LA FUERZA DEL ESPÍRIRITU DE CRISTO,


PRESENTE EN LA ESCRITURA, EN LA EUCARISTÍA,
EN LA C O M U N ID A D

C risto no actúa ahora a través de su cuerpo biológico. Es ahora un


Cristo «dinámico», «fuerza de Dios», «Espíritu Vivificante», -«E l Señor es
Espíritu»-, que actúa ahora a través de la Palabra inspirada «¿No ardía nues­
tro corazón cuando nos explicaba las escrituras?» (Le 24,32), del pan euca-
rístico consagrado por la acción del Espíritu: «Santifica estos dones con la
efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros cuerpo y sangre
de Jesucristo nuestro Señor» y de la comunidad mediante los dones y caris-
mas del Espíritu: «A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para
el provecho común» ( I C o r 12,7).

5. EL C R E C IM IE N T O EN CRISTO
ES C R E C IM IE N TO EN EL ESPÍRITU

La Iglesia no es un orden muerto, sino un cuerpo vivo. N o crecer es


morir. Los cristianos deben crecer «hasta que lleguemos todos a la uni­
dad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hom­
bre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo» (Ef 4 , 13). El creci­
miento en Cristo es un crecimiento en el Espíritu, superando las etapas
del dominio de los instintos o de la mera razón psíquica. «Si vivís según
el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la car­
ne tiene apetencias contrarias al espíritu; y el espíritu contrarias a la car­
ne... Ahora bien: las obras de la carne son conocidas: fornicación, impu­
reza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas,
divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejan­
tes...» (Gál 5,16-22). «El hombre psíquico no capta las cosas del Espíritu
de Dios; son necedad para él. Y no las puede entender pues sólo el Espí­
ritu puede juzgarlas» (I C o r 2,14). «Mas vosotros ya no estáis en la
carne, sino en el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros»
(Rom 8,9).
6. EN EL T A B E R N Á C U LO DEL E N C U E N TR O

El Espíritu Santo es Presencia, no simple referencia. Es el autor total de


la vida, de la madurez y de la perfección. Es él quien realiza la unión nupcial
del creyente, de la Iglesia, con Dios. Él crea la receptividad y fidelidad, el con­
tacto directo con Dios, sin ideas o imágenes interpuestas. Suyo es el cono­
cimiento con el que conocemos a Dios y el amor con el que le amamos. En
su Luz veremos la luz. En su mismo amor amaremos, correalizando la vida
gloriosa de Dios, «viéndole cara a cara», «conociéndole como somos cono­
cidos de él» ( I C o r 13 ,12). Suyos son los dones que nos ponen en sintonía y
connaturalidad gozosa con él, desbordando los impedimentos psicológicos
internos y sociales externos. Sólo él es el autor de la unión y transformación
en él. Sin él Dios está lejos, Cristo se encuentra en el pasado, el evangelio es
letra muerta, nuestra doctrina es ideología, la Iglesia es una simple organi­
zación, la autoridad un despotismo, la misión una propaganda, el culto un
simple recuerdo del pasado, y el comportamiento cristiano una moral de
esclavos. Pero con el Espíritu, y en comunión con él, el universo se levanta y
gime el alumbramiento del reino, el hombre lucha contra la carne, Cristo
resucitado es el corazón vivo y actuante de la comunidad, el evangelio es
poder de vida, la Iglesia significa comunión trinitaria, la autoridad un servicio
liberador, la misión un Pentecostés, la liturgia memorial y anticipación, la acti­
vidad humana es deificada. Por ello, todo, en la Iglesia, debe estar ordenado
y subordinado a hacer posible el encuentro vivificante de cada uno, de todos,
con el Espíritu Santo: crear atmósfera teologal, no sólo social y disciplinar;
impulsar la misión en alegría y paz; valorar los carismas (de lo contrario se
hace gran daño a la Iglesia); respetar la conciencia personal como la luz que
Dios mismo da al hombre para el encuentro directo con él, más allá de todas
las determinaciones objetivas externas; comprender que Dios, la vida, la his­
toria, la fe y caridad, son abiertos y no cerrados; que la voluntad de Dios hay
que saber captarla en la historia viva de la salvación y no al margen de ella.
El ministerio y el magisterio son «servicio del Espíritu» (2 C o r 3,8). Porque
todo en la Iglesia, aun siendo necesario, tiene, en relación con Cristo, una
dimensión relativa que remite siempre a él y a la acción de su Espíritu, úni­
co Dios y Señor del hombre y de la historia.

7. O R A C IÓ N P R O FU N D A

Cristo es «Espíritu Vivificante». Las manifestaciones y frutos del Espí­


ritu son: «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, man­
sedumbre, templanza», «conocimiento», «sabiduría», «espíritu filial», «amor
fraterno», «comunión en el Espíritu», «provecho común», «oración de
gemidos inefables», «un mismo sentir, un mismo amor, un mismo espí­
ritu»...
Elige una de estas maravillosas actitudes. Es Espíritu de Cristo. Es él.
Pídele que venga a ti. Pide una actitud como don y gracia para ti. Repítelo
suavemente, muchas veces, profundamente, con la inteligencia, con los sen­
timientos, con el amor, con el corazón, deseándola, aceptándola, identifi­
cándote, SALIENDO DE TI, de tus disposiciones contrarias, C A M IN A N ­
D O H A C IA ÉL, comulgando, H A C IÉ N D O T E T O T A L en esa disposición o
gracia, S IN TIÉ N D O TE N O V E D A D en ella, en Cristo. Diciendo: «Ya no soy
yo quien vive: es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20). O clamando en cada
disposición: «¡Ven, Espíritu Santo, ven!» Lo importante no es la cantidad
de ideas, sino la intensidad del amor.

SALGO DE Mí. V O Y A TI. T O D O EN TI. N U E V O POR TI.


Ejercicio práctico de meditación profunda

LA TRINIDAD, FUENTE, MODELO Y DESTINO

I. «ENTRAR D E N T R O »

Aun cuando nos ponemos ante Dios, permanecemos excesivamente


centrados en nosotros mismos. Difícilmente estamos abiertos y disponi­
bles. La mayor gracia de la existencia es que Dios nos descubra el misterio
de su vida y nos introduzca en él. Abiertos únicamente a lo que vemos y
palpamos, solemos permanecer ciegos al mundo superior de lo invisible.
Nuestra máxima realización está en nuestra apertura a la presencia y acción
directa del Espíritu que vive y actúa dentro de nosotros. Muchos cristianos
tienen una mentalidad confusa respecto a las venidas de Cristo. Piensan que
Cristo vino a Palestina y que vendrá al fin de los tiempos. N o perciben que
viene y está viniendo aquí y ahora, «dentro de nosotros», como «fuerza de
lo alto», en un encuentro real, vivo, y directo. Éste es el suceso supremo
de la Iglesia. San Juan de la Cruz escribe: «Adviertan los que guían las almas
y consideren que el principal agente y guía y m ovedor de las almas en
este negocio (de la santificación) no son ellos, sino el Espíritu Santo, que
nunca pierde cuidado de ellas» (Llama, 3,46).

2. LA T R IN ID A D , O R IG E N , M O D E L O Y META DE LA V ID A
C RISTIA N A

Venimos de Dios y a él vamos. Nos ha hecho a su imagen y semejan­


za. La vida c ris tia n a es la m is m a v id a d e la T r in id a d c o m o es en sí,
c o m u n ic a d a a nosotros. Si conocemos la estructura de la Trinidad, cono­
ceremos la estructura de nuestra vida cristiana.
En Dios existen el Padre, el Hijo y el Espíritu. El Padre es Principio
sin principio. El Hijo es Unigénito: nace o procede del Padre como Palabra,
Verdad, Conocimiento, Sabiduría, Resplandor de Gloria. El Espíritu proce­
de del Padre y del Hijo como Am or, Unión, Gozo. Estas «procedencias»
de unas Personas respecto de otras, tienen una dinámica profunda que cons­
tituye la vida divina: s a lir d e l P a d r e , e n e l H ijo -V e r d a d , y r e t o r n a r a l
P a d re , e n e l E s p íritu -A m o r. El H ijo es Generación, Salida, Resplandor
de Gloria que brota, Palabra dicha, Conocimiento y Revelación que se da.
El Espíritu es Am or, Unión, Vuelta y Retorno, Abrazo y Comunión.
Los teólogos y los místicos han descrito el misterio de la Trinidad en tres
momentos: D io s en sí m ism o, o las divinas procedencias de las Personas den­
tro de Dios; D io s vin iend o , o las divinas misiones de Dios a nosotros, y D io s
e s ta n d o en noso tro s, o la divina inhabitación. Dios es inmutable. Cuando
él viene y está en nosotros, somos nosotros los que experimentamos el pro­
ceso de nuestra incorporación a él para que podamos participar y correali­
zar su propia vida. El Padre, al engendrar a su Hijo, nos in c lu y e en la g ene­
ra c ió n e te rn a d e l V erbo, de forma que llegamos a ser hijos en el Hijo, en la
misma filiación del Hijo (C f Ef 1,5; Rom 8,14; Gál 4,6: I Jn 3,1).
Padre e Hijo nos a m a n en e l m ism o a m o r co n q u e ellos se a m a n .
Nos dan el Espíritu de su amor por el que, amados por el Padre en el amor
que él tiene al Hijo, nos capacita para amarlo y amarnos en su mismo amor
(Rom 5,5; Ef 2 ,18; Jn 15,12).

3. ABRIRNOS A LA PRESENCIA Y A C C IÓ N DEL ESPÍRITU


D E N T R O DE N O S O T R O S

Es frecuente ver personas «cerradas» en los conceptos de observan­


cia, de cumplimiento, o fijadas en los medios de «verdades», «normas», o
en los mediadores que se hacen pasar, en exceso, como centro y eje de
la vida y actividad edesial. Todos estos medios y mediaciones son necesa­
rios. Pero no son fin.
Dios no es sólo una idea o una norma. Dios es Alguien que entra en
nuestra vida. Quiere ser una Presencia experimentada y vivida que nos haga
sentir la existencia como llamada y vocación, como diálogo y encuentro. El
se revela como Plenitud y Alegría, y quiere ser reconocido como centro
y eje, como horizonte y destino. El dato más impresionante de la fe y de la
experiencia de los santos de todos los tiempos es la acción directa e inme­
diata, personal, del Espíritu Santo en el interior de todo creyente. El cre­
yente, en una primera etapa, piensa él, actúa él. Pero si llega a la madurez
se da cuenta de que no es él quien piensa, sino que m ás b ie n es ilu m in a ­
do; no es él quien actúa, sino que más bien é l es m o v id o . ¡Ha acontecido
la Presencia de Dios sentida y experimentada! Es don y gracia. Ha entra­
do en el campo de la influencia divina, en la que siente la iniciativa de Dios
que pone en él una receptividad ultrasensible, una connaturalidad plena,
por las que se pone en acción siempre que Dios, en su iniciativa creado­
ra, llama, ilumina, impulsa. Se trata de una docilidad especial obrada en la
inteligencia y en el corazón que ayuda a superar de form a desbordante
los obstáculos externos ambientales y los psicológicos internos, para secun­
dar en connaturalidad absoluta y estable a Dios, el cual aparece como el
autor de esta receptividad suprahumana.

4. EXPERIMENTAR LA T R IN ID A D EN NUESTRA V ID A

Dios se nos da. Se ofrece en comunión. Nos introduce en su vida ínti­


ma para que la podamos compartir. Nada quiere tanto Dios como que nos
dejemos amar por él y que nosotros le amemos. ¿De qué nos serviría que
Dios haya venido al mundo, si no viene a nuestra vida?

a) Dejarnos amar y engendrar por el Padre


Cristo nos invita a entrar en el seno del Padre, allí «donde no somos
vistos por los hombres» (M t 6 ,18), en el encuentro puro y profundo: «entra
en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre que está
allí, en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará» (M t
6,6). Cristo se identifica con los discípulos: «cuanto hicisteis a uno de estos
hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (M t 25,40). «Voy a
subir a mi Padre y a vuestro Padre» (Jn 20,17).
Él nos envía al Hijo para transformamos en hijos suyos: «Al llegar la
plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo... para que recibiéramos la
filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nues­
tros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba, Padre! D e modo
que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por volun­
tad de Dios» (Gál 4,4-7; C f Rom 8,14-17).
El amor que nos tiene es el mismo que siente como Padre: «Mirad qué amor
nos ha tenido el Padre para llamamos hijos de Dios, ¡pues lo somos!» ( I Jn 3 ,1).

b) Dejarnos configurar al Hijo


Cristo-Palabra es Luz que nos confiere la vida divina: «La Palabra se
hizo carne...» (Jn 1,14).» A cuantos le recibieron les dio poder de hacerse
hijos de Dios» (jn 1,12). «Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a
conocer» (Jn 15,15). «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único
Dios verdadero y a quien enviaste, Jesucristo» (Jn 17,3). Esta revelación del
Padre a los sencillos estremece de gozo a Jesús porque traslada a ellos la
generación que él recibe del Padre: «En aquel tiempo, Jesús, lleno del gozo
del Espíritu Santo dijo: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tie­
rra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes y se las has reve­
lado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido
entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y
quién es el Padre sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelara
(Le 10,21-23).
El Padre nos ha elegido en Cristo, en su misma filiación divina: «Ben­
dito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido
con toda clase de bendiciones espirituales en Cristo, por cuanto nos ha ele­
gido en él antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados
en su presencia en el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos
adoptivos por medio de Jesucristo» (Ef 1,3ss).
Toda la doctrina de San Pablo está centrada en la vida cristiana como
apropiación y participación sacramental de la vida de Cristo. El cristiano es
vivificado, concrucificado, conmuerto, cosepultado, corresucitado, ascen­
dido a los cielos con Cristo para reinar con él. «Dios, rico como es en mise­
ricordia, por el gran amor con que nos amó, estando muertos a causa de
nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo, -p o r gracia habéis sido
salvados-, y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos con Cristo
Jesús a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de
su gracia por su bondad para con nosotros en C risto Jesús» (Ef 2,4-7).
«A los que de antemano conoció, también los predestinó a reprodu­
cir la imagen del Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos her­
manos; y a los que predestinó...» (Rom 8, 29-30). La comunión de la pala­
bra y del pan son el troquel mediante el cual Cristo nos configura en él.

c) Dejarnos conducir por el Espíritu


Dios se entraña en nuestra vida para que nosotros quedemos entra­
ñados en él. «El Espíritu se une a nuestro espíritu» (Rom 8 ,16). Gracias al
Espíritu, participamos del amor y unión de Cristo con el Padre: «Por Cris­
to, unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu» (Ef 2 ,18).
El Espíritu en nosotros es principio de un conocimiento superior, divino:
«El Paráclito, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, os lo
enseñará todo» (Jn 14,26). «Q u e el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el
Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para
conocerle perfectamente, iluminando los ojos de vuestro corazón para que
conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él...» (Ef 1, 17-
23). Mediante el don del Espíritu recibimos el am or con que Dios ama: «El
am or de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que nos ha sido dado» (Rom 5,5). «Les has amado a ellos como me
has amado a mí... Q ue el am or con que tú me amaste esté en ellos y yo
en ellos» (Jn 17,23.26). «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn
13,34).

5. O R A C IÓ N P R O FU N D A

Lee los textos evangélicos que te revelan la paternidad de Dios, el don


de la filiación divina, o la vivificación del Espíritu. Reflexiona en los nombres
y rasgos que la revelación, o la fe del pueblo, dan a cada una de las Perso­
nas en su don gratuito a nosotros. Aprópiate cada una de esas palabras:
- P a d re , M a n a n t ia l, F u en te, H o g a r, S e n tid o , H o r iz o n te , U n id a d ,
C o m u n ió n .
- H ij o , Filiación, P a la b ra , C o n o c im ie n to , S a b id u ría , R es p la n d o r de
G lo ria ,
R ev e la c ió n , Testig o fie l.
-E s p ír itu , U n ió n y C o m u n ió n , B o n d a d , A m o r, R e to rn o , V u e lta ,
Abrazo.
Déjate amar, engendrar, por el Padre. Déjate revelar por el Hijo, con­
figurar en él, reproducir sus rasgos, su vida, los misterios de su vida. Déja­
te animar y conducir por el Espíritu que se une a tu espíritu.
Di con Isabel de la Trinidad: «¡Oh Cristo amado... te pedimos que nos
revistas de ti mismo, que identifiques nuestra alma con todos los movi­
mientos de tu alma: que nos sustituyas, para que nuestra vida no sea mas
que una irradiación de tu propia vida...!»
Emprende el proceso:

SALGO DE Mí. V O Y A TI. T O D O EN TI. N U E V O POR TI.


III. MARÍA EN EL AÑO LITÚRGICO

El puesto de María en el año litúrgico ha sido señalado por la Cons­


titución Conciliar sobre la Sagrada Liturgia, en el punto 103, con los
siguientes términos: «En la celebración de este círculo anual de los mis­
terios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaven­
turada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la
obra salvífica de su Hijo; en ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más
espléndido de la redención y la contempla gozosamente, como una purí­
sima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansia y espera ser» (SC
103).
La Constitución sobre la Iglesia, en los números 66-67, ha señalado
también el fundamento de la dignidad de María, asociada a la obra de Cris­
to. Pablo VI, en 1974, publicó la Exhortación «Marialis Cultus» ofrecien­
do una reflexión explícita y fundamentada sobre la presencia de María en
la liturgia y, en concreto, en el año litúrgico.

I. LA INSERCIÓN DE MARÍA
EN EL AÑO LITÚRGICO: HISTORIA

1. EN LOS INICIOS

En los primeros siglos no aparece un culto a la Virgen entendido de


forma autónoma e independiente, como el que aparecería siglos más tarde.
En este sentido es posterior al de los mártires. El papel de María estaba estre­
chamente vinculado a la celebración de los acontecimientos que desarro­
llan el misterio de Cristo, sobre todo en los que se referían a la infancia. Así,
pues, los elementos marianos de la cristología y de la eclesiología son ante­
riores a los de una mariología autónoma. Por lo mismo, la importancia de
María en la celebración del año litúrgico es bastante anterior a la existencia
de fiestas marianas específicas.
Esta veneración a María se deduce de la misión que Dios le asigna en
los acontecimientos del Nuevo Testamento. La madre aparece asociada al
resplandor del Hijo. Históricamente las fiestas marianas están relacionadas
con aniversarios ligados a las basílicas marianas de Jerusalén o de Cons-
tantinopla.
En su origen, las fiestas de la madre de Dios son memoriales de la his­
toria de la salvación. En los siglos posteriores irán asumiendo un acento más
autónomo al considerar la persona de la Virgen en sí misma y de forma más
independiente.
María aparece ya asociada a Cristo en las conmemoraciones primitivas
de las fiestas del Señor. Es en la conmemoración de la Navidad donde apa­
rece inicialmente con mayor intensidad. También está presente en las cele­
braciones primitivas de la pascua. Melitón de Sardes, en una homilía de
finales del siglo II, habla tipológicamente de María, «hermosa cordera» uni­
da a Cristo, cordero que enmudece cuando es llevado al matadero. Señala
a la madre del cordero inmolado, aludiendo a su pureza como madre del
cordero sin mancha.
En «La Tradición Apostólica», y posteriormente en las homilías de los
siglos II y IV, al comentar las fiestas del Señor, se hace alusión a María aso­
ciada de una forma u otra a los mismos misterios. Estas alusiones apare­
cen en las oraciones, antífonas y otros textos litúrgicos.
Es más que posible la veneración del misterio de la Maternidad virgi­
nal de María ya en los primeros judeocristianos. Hay ya alusiones claras
en oriente a la Virgen Madre en la celebración de la navidad en la basílica
de la Natividad de Belén. En occidente, la fiesta de la navidad tiene ya explí­
citas tonalidades marianas como se ve en las homilías de San León Magno.
La fiesta de la presentación de Jesús en el templo celebra también la puri­
ficación de María según la ley y conmemora el encuentro del Mesías con
Simeón y, en él, con el pueblo de Israel, con referencia expresa a la pre­
sencia de María.
El evangelio de la Anunciación, en el último domingo del adviento,
caracteriza este tiempo con un matiz eminentemente mañano. Hacia fina­
les del siglo IV y comienzos del V hay ya una memoria mañana en la pre­
paración de la Navidad y la encontramos en Roma, Milán, España y Aqui-
leya.
2. LA INFLUENCIA DEL CO N CILIO DE ÉFESO EN 431

La proclamación de María como verdadera Madre de Dios, en el con­


cilio de Éfeso, tiene Un influjo trascendental para su vinculación en las fies­
tas del año litúrgico y en la fijación de fiestas marianas especiales. A partir
del siglo V nacen varias fiestas marianas que hacen memoria de María tan­
to en su nacimiento como en el final de su vida terrena.
La edad de oro de la formación de las nuevas fiestas de la Virgen en la
Iglesia bizantina, anticipándose a Roma, es el siglo VI. Tras el desarrollo
de la cristología precisada en el Concilio de Calcedonia (451), se da una
verdadera explosión del culto a María. Por ese tiempo, y debido a varias
causas, nacen cuatro fiestas parcial o enteramente marianas: Natividad de
María, Anunciación, Presentación de Jesús y Dormición. Éstas adquieren
pronto gran importancia y difusión.
En Jerusalén se celebra fiesta de María el 15 de agosto. Se desconoce el
origen. En el siglo V conmemora la Maternidad divina. Más tarde, en Get-
semaní, se hace memoria de la Dormición de la Virgen. En su sepulcro vacío
se celebra el misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cie­
los.
A finales del siglo VI se celebra en Constantinopla la Anunciación del
Señor el día 25 de marzo. Al principio es más bien fiesta del Señor, pero
más tarde se pone en gran relieve la figura de María. La Iglesia romana cele­
bra en la octava de la navidad la fiesta de la Virgen Madre de Dios. El Papa
Sergio I, en el siglo vil, fija las fiestas marianas de la Presentación de Jesús
en el templo, de la Anunciación y de la Asunción de M aría a los cielos.
En occidente, más tarde, la Asunción de María pasará a ser la fiesta más
popular de María.
En Jerusalén nace la fiesta de la Natividad de la Virgen María, el día
8 de septiembre. Esta fiesta se difunde por oriente y el Papa Sergio la extien­
de a occidente.
También en Jerusalén se instituye la fiesta de la presentación de la Vir­
gen el día 21 de noviembre, en el siglo VI. Esta fiesta pasa a oriente en el
siglo VII y a occidente en el XIV.
A medida que avanza la edad media, intervienen ciertos factores de
índole cultural que van modificando la situación. Mientras que se siguen
repitiendo los ritos y usando los textos antiguos, se pierde la concepción
orgánica de la historia de la salvación. La celebración experimenta un empo­
brecimiento bíblico y litúrgico Y se realiza de forma cada vez más frag­
mentaria y periférica. La encarnación del Hijo no se percibe ya en cate­
gorías históricas, sino estáticas y conceptuales. Por consiguiente, los
acontecimientos de la salvación no Son ya «misterios» sino simples prue­
bas de su humanidad o de su divinidad. Se desmembra el único y gran
misterio en los misterios singulares de Cristo, entendidos como cuadros
sucesivos. El misterio cede progresivamente a una representación visual
del relato, con la prioridad de lo descriptivo y de lo anecdótico, de lo mara­
villoso y de lo alegórico, de lo escénico y de lo coreográfico, con una mar­
cada tendencia a alegorizar y a dramatizar la liturgia, según las exigencias
de la sensibilidad de tipo emotivo de los pueblos jóvenes del centro de
Europa, convertidos en protagonistas de la civilización cristiana medieval.
Pronto Pentecostés se independiza de la Pascua llegando a oscurecerla.
La Ascensión adquiere un tono de despedida, contrariamente a lo que
pretenden los sinópticos. El misterio se va desvaneciendo y las fiestas
del Señor se reducen a mero recuerdo de la vida temporal de Cristo. La
Navidad pasó a ser el culmen de la vida cristiana en detrimento de la mis­
ma Pascua. La sensibilidad popular se concentra en los episodios parti­
culares y en los detalles con detrimento de la consideración global del mis­
terio.
En este contexto, las fiestas de la Virgen se multiplican en núm e­
ro, pero pierden su contenido fundamental. La visión histórico-bíblica de­
ja su sitio a la tonalidad subjetiva. La piedad queda detenida en los pri­
vilegios de María, y en su función de mediadora de gracias. Se compo­
nen formularios de misas y oficios para la veneración de reliquias de dudo­
sa procedencia, o para celebrar sus diversas virtudes. Se oficializan devo­
ciones particulares, así como apariciones y revelaciones privadas. Surgen
también fiestas mañanas de ideas, en las que la piedad va más allá de la
doctrina, y que, en ocasiones, representan auténticas exageraciones teoló­
gicas.
La liturgia romana contribuye eficazmente a la difusión de las tres fies­
tas mañanas de la Presentación de Jesús en el templo, de la Anunciación y
de la Asunción. Una antigua fiesta oriental conmemora el encuentro de Joa­
quín y Ana (concepción de María). Aparece ya en Italia en el siglo IX y en
Inglaterra el siglo XII con el significado de Concepción Inmaculada de María.
Esta fiesta se abrió paso con dificultades tanto en su celebración concreta
como en su formulación dogmática. Sixto IV promulgó el formulario en
1477. Pío IX declaró el dogma en 1854. El formulario de la misa quedó
establecido en 1863.
En el siglo XIV, la antigua fiesta oriental del cíngulo de María pasa a
occidente como fiesta de la Visitación de la Virgen. En la edad media se
afianzan otras fiestas marianas: la Dedicación de la Basílica de Santa María
la Mayor en Roma, y la memoria de los Dolores de María.
3. DE TR EN TO AL VATICANO II

Pío V promulga un nuevo misal en 1370. Revisa las fiestas de María


que adquieren más sobriedad. Tras un período de fixismo litúrgico, van
entrando en el misal romano otras fiestas marianas, bien por el influjo de
la devoción de los papas, bien por la universalización de ciertos calendarios
particulares, bien por el desarrollo de la fe y de la piedad populares. Juega
también un papel importante la memoria de las fiestas del Señor sugirien­
do las correspondientes fiestas marianas.
En el siglo XVII Inocencio XI introduce la fiesta del santo nombre de
María. En 1696 Inocencio XII extiende al rito romano la fiesta de la Vir­
gen de la Merced. Clemente XI en 1716 unlversaliza la fiesta del Rosario,
que ya había sido establecida por Pío V en 1671. Benedicto XIII extiende
en 1726 al rito romano la fiesta de la Virgen del Carmen.
Pío VII, en el siglo XIX, introduce en el calendario universal la fiesta de
los Dolores de la Virgen en el domingo después de la Exaltación de la san­
ta cruz. Pío X fija esta memoria el día 15 de septiembre.
En 1907 Pío X establece la Memoria de la Virgen de Lourdes al con­
memorar los 50 años de las apariciones. En 1931 Pío XI instituye la fiesta
de la Maternidad de María. Pío XII extiende a la Iglesia en 1944 la memo­
ria del Corazón Inmaculado de María. Y el mismo Papa en 1954 introdu­
ce la fiesta de María Reina.

4. LA REFORMA DEL CALENDARIO LITÚRGICO

A ) La reforma del Calendario Romano General de 1969


Dentro de la reforma general de la liturgia emprendida por el Conci­
lio Vaticano II, el M otu proprio «Mysterii Pascalis», de fecha 12 de febre­
ro de 1969, promulgó el Calendario General Romano. Su preocupación
fundamental era aplicar los principios señalados por el Concilio referentes
al año litúrgico en general y a la primacía del misterio de Cristo en las cele­
braciones de la Iglesia.
La nueva revisión del Calendario General de las Fiestas, y los nuevos
formularios marianos, «incluyen de manera más orgánica y con más estre­
cha cohesión la memoria de la Madre dentro del ciclo anual de los miste­
rios del Hijo» (MC 2).
Como consecuencia, en la nueva reforma, el culto a María es rescata­
do de las arbitrariedades sentimentales de no pocas devociones populares y
resituado en el marco de los textos bíblicos, y de la historia de la salva­
ción. La Virgen aparece esencialmente vinculada a la persona y obra de Cris­
to y enmarcada en la celebración de los misterios de su vida, tal como apa­
recen en el año litúrgico. El culto m añano queda enriquecido en virtud
de su relación con el misterio pascual, singularmente mediante la vincula­
ción tan destacada al misterio de la Navidad.

a) Las fiestas de la Virgen


En la nueva reforma algunas fiestas marianas pasan a ser en su deno­
minación y categoría, fiestas del Señor, sin perder su connotación y prota­
gonismo mañano. Se suprimen algunas memorias menores o devocionales.
La fiesta de la Maternidad divina de María es trasladada a su lugar propio,
el día 1 de enero, en el contexto de la Navidad, sustituyendo a la Circun­
cisión del Señor. Se enriquece considerablemente el común de las fiestas de
la Virgen, y el culto a la Virgen encuentra una mejor inserción del misterio
de María en los tiempos del año litúrgico, especialmente en Adviento y
Navidad.
De acuerdo con los principios de la Constitución de la Sagrada Litur­
gia, las fiestas marianas pueden ser ordenadas en fiestas memoriales que
rememoran hechos salvíficos en los que la Virgen estuvo estrechamente aso­
ciada al Hijo, y fiestas devocionales que surgen de la devoción popular como
celebraciones menores universales y que representan memorias facultativas.

a-1) Festividades memoriales

Presentadas en un orden histórico, y destacando su importancia con


mayúsculas o minúsculas, son:
* INMACULADA C O N C EPC IÓ N DE LA BIENAVENTURA­
DA VIRGEN MARÍA.
* Natividad de la Bienaventurada Virgen María.
* Presentación de la Bienaventurada Virgen María.
* ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR.
* Visitación de la Bienaventurada Virgen María.
* MARÍA MADRE DE DIOS.
* Presentación del Señor.
* Bienaventurada Virgen de los Dolores.
* ASUNCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA
La Anunciación del Señor y la Presentación del Señor son principal­
mente fiestas de Cristo y sólo secundariamente conmemoraciones de María.
La Asunción y la memoria de la Virgen de los Dolores forman parte del
ciclo pascual, mientras que todas las demás se refieren más o menos direc­
tamente a la encarnación. Este hecho puede explicarse en parte por el lugar
preponderante que ocupa la Virgen en los evangelios de la infancia, en con­
traste con sus apariciones muy discretas en la vida pública de Jesús. La difi­
cultad de integrar estas fiestas de forma clara en el proceso del año litúrgi­
co se deriva de que han tenido su origen por causas y en tiempos
independientes. Por eso, aunque en su desarrollo se han convertido en fies­
tas memoriales, no se han articulado, sin embargo, en el ciclo fundamental
de la pascua. Su colocación, vinculada casi siempre a determinados días
de los meses, revela a veces una conexión con el ciclo pascual que no logra
ir más allá de la intención.

a-2) L as m em orias de v o c io n a l es

Son conmemoraciones menores universales de carácter devocional y


que se ofrecen como memorias facultativas. Son:
* Bienaventurada Virgen María de Lourdes,
* Corazón Inmaculado de la Bienaventurada Virgen María,
* Bienaventurada Virgen María del Carmen,
* Dedicación de la basílica de Santa María la Mayor,
* Bienaventurada Virgen María Reina,
* Bienaventurada Virgen María del Rosario.

a-3) O tras FIESTAS y conmemoraciones . Para completar el cuadro se


añaden:
* Las misas votivas del Nom bre de María y de María Madre de la
Iglesia.
* El común para las misas votivas de la Virgen con siete formularios,
* Festividades propias de los calendarios particulares.

b) E l nuevo leccionario del misal romano renovado


Todo lo mejor que ha florecido en la historia del culto cristiano sobre
la veneración a María, o se deriva de la liturgia o se halla inserto en ella. Las
lecturas de las celebraciones marianas atestiguan la reflexión de la Iglesia
sobre la parte que ha tenido María en el misterio de la salvación. El misal
anterior utilizaba de manera muy parcial y más bien desordenada, el mate­
rial bíblico en el que se recordaba a María. Unas lecturas, como Le 1,26-38
se repetían con demasiada frecuencia mientras que otras, como Jn 2,1-11
y Act 1,12-14 no aparecían nunca en un contexto mañano. La mayor par­
te de los pasajes alusivos que ofrecían tanto el antiguo como el nuevo tes­
tamento no se aprovechaban para nada. El conjunto resultaba bastante pobre
y totalmente inadecuado.
En la reforma del leccionario se buscó una lectura rigurosa del dato
bíblico en su referencia a María. Algunos textos del antiguo testamento
que describen la preparación de la salvación en general, ahora son leí­
dos en la nueva dimensión del sentido pleno que le da el nuevo testa­
mento o el tiempo santo de la Iglesia y que ayudan a la comprensión del
misterio de la Madre del Salvador. En este sentido han sido recogidas
únicamente aquellas lecturas que, o por la evidencia de su contexto o por
las indicaciones de una atenta exégesis, avalada por las enseñanzas del
magisterio o por una sólida tradición, pueden considerarse de carácter
mariano.
Este leccionario, que representa un verdadero progreso, utiliza

b-1) DEL ANTIGUO TESTAMENTO

— el llamado protoevangelio, las hostilidades entre la estirpe de la ser­


piente y la de la mujer y la promesa de redención (Gén 3,15)
— algunos textos históricos: las promesas de Abrahán (Gén 12), la
profecía de Natán (1 Cro, 15 y 16), el traslado del arca; un núme­
ro de oráculos proféticos: la virgen madre (Is 7), el Enmanuel (Is
9 y Miq 5), la esposa que desborda de gozo en el Señor (Is 61), la
hija de Sión (Zac 2).

b -2) D e los t e x t o s ev an g élico s el l e c c io n a r io utiliza los relatos


DE LA INFANCIA

— Lucas va más allá todavía al describir la persona de María: es su


reflexión sobre la actitud de fe, de obediencia, de total apertura y
disponibilidad, de escucha y de interiorización de la palabra de
Dios, lo que en María llega a hacerse carne. Esta reflexión eclesial
sobre María se presenta como meta de la fe y de las esperanzas de
los justos del antiguo testamento, el lugar donde Dios se hace hom­
bre en medio de los pobres. Será Juan el que complete esta refle­
xión con la presencia de María en Caná (Jn 2,1-11) Y en el momen­
to de la cruz, cuando ella se convierte en modelo y madre del pueblo
mesiánico de la nueva alianza (Jn 19,25-27).
— Son significativos los pasajes del Apocalipsis, la visión de la mujer
y de la serpiente (Ap 11 y 12), Y la de la Jerusalén celeste (Ap 21);
María y los discípulos (Act 1), y cuatro textos paulinos (Rom 5;
8; Gál 4, y Ef 1), todos ellos muy incisivos. La perspectiva que domi­
na es siempre la historia de la salvación, es decir, la presentación de
María en su relación necesaria con Cristo y con la Iglesia.

c) M aría en los textos de oración del misal


La fe de la Iglesia se expresa a través de aquello que ora. El estudio de los
textos para la oración en las eucaristías nos confirman, en expresión de Pablo
VI, que la piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrín­
seco del culto cristiano. En la reforma se ha intentado superar ciertas pers­
pectivas demasiado estrechas en las que predominaba el cuño devocional.
Se ha buscado sobre todo la inspiración en la Biblia teniendo en cuenta una
visión más integrada de todo el misterio de la salvación. Se ha aprovecha­
do todo lo mejor que nos ha transmitido la más venerable tradición. Sub­
yace en los textos una teología de fundamentos más sólidos apoyados en la
cristología, en la eclesiología y en la contemplación del Espíritu Santo. Las
imágenes son más vivas y hermosas. Hay una mayor riqueza espiritual.

B) La Exhortación «Marialis Cultus» de Pablo VI


El día 2 de febrero de 1974, Pablo VI publicó la Exhortación Apostóli­
ca «Marialis Cultus» para afianzar la recta ordenación y desarrollo del culto
a la santísima Virgen. Es un maravilloso documento que resitúa de tal mane­
ra el valor teológico y pastoral del culto a la Virgen en las claves del Vaticano
II, que da la impresión de que el tema llega a su perfecta y modélica madu­
ración. De suyo, una mirada atenta a esta exhortación pone al descubierto el
inmenso vacío que todavía existe en la piedad y en la pastoral mañanas tan­
to en la vida de los fieles, como en la pastoral de las grandes basílicas dedi­
cadas a María, así como en las comunidades parroquiales y apostólicas.
Pablo VI afirma que «la piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen
es un elemento intrínseco del culto cristiano» (MC 56). Aquí, asegura el
papa, la veneración que la Iglesia ha dado a la Madre de Dios en todo tiem­
po, es una «lex orandi» (norma de oración) que constituye la «lex creden-
di» (norma de la fe), pues este culto a la madre de Cristo «es un culto de
raíces profundas en la palabra revelada y de sólidos fundamentos dogmá­
ticos» (Id 56). El culto a María, sin referencia a Cristo, no tendría razón de
ser. El mismo año litúrgico sería incompleto si no se mostrase una presen­
cia mañana adecuada. La Iglesia, al estar unida en su origen y en su histo­
ria a la madre de Dios, tiene que celebrarla en su vida cultual. La Virgen
está presente en el año litúrgico porque está presente en la vida de la Igle­
sia y «es el modelo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive
los divinos misterios» (MC 16). Esta presencia de María en el año litúrgi­
co es un hecho cargado de consecuencias de orden espiritual y pastoral. Por
eso, las fiestas mañanas han sido objeto de especial atención en la reforma
del calendario.

C) La nueva colección de misas de la Virgen María


A petición de numerosos pastores y fieles, y de regentes de santuarios
marianos de todo el mundo, pareció oportuno recoger en un compendio
algunos formularios de misas entre aquellos que se distinguen por su sólida
doctrina y por la importancia de los textos en relación con la fe y la piedad
del pueblo. Juan Pablo II, recogiendo los principios y deseos del Vaticano II,
y el impulso dado por Pablo VI en la Exhortación «Marialis Cultus», apro­
bó y mandó publicar estos 46 nuevos formularios de Misas de la Virgen María,
que pueden considerarse como un apéndice del Misal Romano. La C on­
gregación para el Culto Divino las promulgó el día 15 de agosto de 1986.
Estos nuevos formularios se proponen sobre todo favorecer, en el ámbi­
to del culto a la Virgen María, unas celebraciones que sean ricas en doc­
trina, variadas en cuanto al objeto específico y que conmemoren correcta­
mente los hechos de la salvación cumplidos por Dios Padre en la santísima
Virgen, con vistas al misterio de Cristo y de la Iglesia.
Estas misas están destinadas, en especial, a los santuarios marianos, y
también, a las comunidades edesiales.
Los pastores y fieles que quieran vivir el misterio de Cristo con María
y como María, encontrarán en estos formularios una riqueza extraordina­
ria para asociarse a la voz de la M adre del Señor cuando bendice a Dios
Padre y lo glorifica con su mismo cántico de alabanza; cuando con ella quie­
re escuchar la palabra de Dios y meditarla asiduamente en el corazón; cuan­
do con ella quiere participar en el misterio pascual de Cristo y asociarse al
misterio de la redención; cuando imitándola a ella, que oraba en el cená­
culo con los apóstoles, pide sin cesar el don del Espíritu Santo; cuando ape­
lando a su intercesión, se acoge bajo su amparo, y la invoca para que visite
al pueblo cristiano y lo llene de sus beneficios.
Estos 46 formularios están estudiados para ser adaptados a los tiempos
litúrgicos. Son
Tres para el tiempo del Adviento,
Seis para el tiempo de la Navidad,
Cinco para el tiempo de la Cuaresma,
Cuatro para el tiempo pascual,
Once para el tiempo ordinario celebrando títulos tomados principal­
mente de la sagrada escritura o que expresan la relación de María con la
Iglesia.
Nueve para el tiempo ordinario, y con formularios en los que la Madre
del Señor es venerada bajo advocaciones que recuerdan su intervención en
la vida espiritual de los fieles,
Ocho para el tiempo ordinario con formularios que celebran la memo­
ria de María en su misericordiosa intercesión en favor de los fieles.
Vista esta ingente riqueza, este monumento de piedad mariano, salta a
la vista la pobreza de tantos planteamientos pastorales y espirituales, cen­
trados en prácticas extrañas a la revelación y a la liturgia, Y que implican un
evidente desprecio al culto y al pueblo cristiano.
Y se ve también la necesidad de centrar más y más el culto a María en
la liturgia. La liturgia, que tiene el poder admirable de evocar el pasado y
hacerlo presente, pone con frecuéncia ante los ojos de los fieles la figura
de la Virgen María de Nazaret, que «se consagró totalmente a sí misma,
como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al mis­
terio de la redención con él y bajo él» (LG 103). La liturgia propone a María
como modelo de santidad, como figura de la Iglesia y como imagen de todo
lo que la Iglesia ansia y espera ser. La ejemplaridad de María, tal como emer­
ge de la celebración litúrgica, induce a los fieles a configurarse a la Madre
para configurarse mejor con el Hijo. Los mueve también a celebrar los mis­
terios de Cristo con los mismos sentimientos de piedad con que la Virgen
participó en el nacimiento y epifanía del Hijo, en su muerte y resurrección.
Les apremia a guardar diligentem ente la palabra de Dios y a meditarla
con amor; a alabar a Dios jubilosamente y a darle gracias con alegría; a ser­
vir fielmente a Dios y a los hermanos y a ofrecerse generosamente; a orar
con perseverancia y a suplicar confiadamente; a ser misericordiosos y hu­
mildes.

II. EL FUNDAMENTO TEOLÓGICO DEL CULTO


A MARÍA Y CON MARÍA

1. LA DIM EN SIÓN TRINITARIA, CRISTOLÓGICA,


PNEUMATOLÓGICA

a) La dimensión trinitaria
El trasfondo último de la mariología es la vida trinitaria. La Trinidad
es un proceso de amor personal. Es vida que se ofrece en donación perfec­
ta. Es encuentro personal del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Dios
ha querido manifestar su misterio de amor en el m undo y en la historia
mediante la creación y la redención. Lo ha realizado mediante la misión del
Hijo, que nos ha redimido, y la misión del Espíritu Santo que es poder de
vida que une a las personas.
María es la mujer acogedora, fiel, creyente, que obedece al Padre y cum­
ple su voluntad. Dios puede suscitar personas que le escuchan, que dialo­
gan con él y responden a su llamada. Para realizar el misterio originario
de su paternidad comunicada, Dios ha querido contar con la colabora­
ción humana. María aparece en el plan de Dios como la respuesta ideal,
como aquello que la humanidad entera debió ser, pero que no llegó a alcan­
zar, como la representante de la humanidad nueva, que recibe la palabra de
Dios y confía en él.
Así como las personas divinas tienen su consistencia en la relación, dada
y recibida, así también el trasfondo último de María es su receptividad de
Dios y de su plan.
Es interesante comprobar la convergencia de fe en la que durante todos
los tiempos, y en todas las confesiones, ha sido contemplado el misterio de
María. Los protestantes ponen a María en relación viva con la fe. María es,
ante todo, la mujer creyente. Los católicos han preferido verla en referen­
cia a Cristo, como su colaboradora radical en la redención. Los ortodoxos la
han definido como icono del Espíritu Santo, como su expresión, reflejo,
transparencia y actuación dinámica. Es reviviendo las características del Espí­
ritu Santo como María vive y actúa. Porque el Espíritu Santo es:
— Signo de vida interior. Y María es, ante todo, acogida y docilidad
a Dios, vividas en su corazón.
— Poder de creatividad. Y María es el ámbito modélico de la creati­
vidad del Espíritu, pues ella se ofrece a sí misma y ofrece su fecun­
didad y disponibilidad plena para el nacimiento de Jesús.
— Poder de comunión. Y María es la persona por la que se interesa el
Padre para que nazca su Hijo. Y así ella es plenamente comunión
con el Padre y el Hijo en el Espíritu.
De este modo, la visión teológica de María no es exclusivamente cris-
tológica: su existencia está enmarcada en la vida de la Trinidad y su acción
es una animación constante del Espíritu. María es Madre del Hijo de Dios,
y por eso hija predilecta del Padre y Sagrario del Espíritu Santo (LG 53).
Es el mismo Espíritu Santo quien crea en María una sintonía plena
de intenciones y acciones. De modo que no sólo el Espíritu hace obrar a
María, sino que el mismo Espíritu obra en ella, ruega en ella, vive en ella la
relación íntima con el Padre y con el Hijo.
María tiene con la Trinidad una relación personalista, es decir, no pasi­
va e instrumental, porque está siempre en diálogo de fe, de esperanza y de
caridad con la Trinidad entera y no sólo con su Hijo divino. Tal actitud
dialógico-personalista hace a María no sólo eclesialmente relevante, sino
antropológicamente ejemplar. Pues en María se concentra, después de Cris­
to, todo el esplendor de la nueva criatura plasmada por el Espíritu creador
de Dios. Es «llena» de gracia, ya que «el Señor está contigo». En ella, todo
hombre se descubre como posibilidad de transparencia divina, de ocupa­
ción de Dios y de correalización de vida trinitaria.
La transparencia de Dios en María es tan grande que en ella lo feme­
nino es elevado a signo y expresión concreta del rostro de Dios y de su amor
tierno a las criaturas. Con lo cual, la doctrina mariana se hace también una
doctrina de la obra del Espíritu de Dios en el hombre.

b) La dimensión cristológica de María


Contemplado el aspecto trinitario de la persona y obra de María, resal­
ta evidentemente su dimensión cristológica tan señalada por Pablo VI en
su Exhortación «Marialis Cultus». Dios, en un mismo decreto, estableció
el origen de María y la encarnación de su Hijo.
María está plenamente asociada a la persona y a la obra de Cristo. Y
esta asociación afecta a las profundidades del ser mismo del Hijo de Dios.
La encarnación y la redención del Hijo tiene su arranque en la genera­
ción eterna del Padre en relación con el Verbo Eterno. El Padre engendra al
Hijo, su Verbo. El Hijo nace del Padre. Pero esta dependencia no es de infe­
rior a superior. Pues el Padre no «crea» ni «causa» al Hijo. Lo engendra. Esta
generación no es un acto transitorio que marca dependencias. Es una situa­
ción de eternidad. El Padre vive engendrando al Hijo y el Hijo está siendo
engendrado por el Padre. Así surge una dependencia de origen, de igual a
igual, ya que la generación o filiación no es otra cosa que la comunicación
plena del Padre en el Hijo. El Padre se da por entero, él mismo, y el Hijo
recibe todo del Padre. La naturaleza divina está del todo en el Padre y en el
Hijo. Y la esencia del Verbo, o del Hijo, es ser aceptación del Padre. El Hijo
es aceptación, receptividad, generación, filiación enteramente divina.
El Hijo es radical aceptación del Padre como Dios y como Hombre en
la encarnación. «En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios
y Dios era la Palabra... Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros,
y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único» (Jn
1,1-14). «En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo... el
cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su esencia... se sentó a la
diestra de su Majestad en los cielos» (Heb 1,2-3).
El Padre «envió» a su Hijo al m undo «nacido de mujer» (Gál 4,4), y
el Hijo tradujo a un plano creatural su dependencia filial con respecto al
Padre. El Hombre Jesús se hace, por nosotros y para nosotros, aceptación
de la divina naturaleza. Estamos en el núcleo del misterio de la salvación.
Cristo se hace «Sí» a Dios y a sus promesas (2 C or 1,19-20). Se hace «el
Amén, el Testigo fiel y veraz» de Dios y de su plan» (Ap 3,14), el Servidor
obediente (Is 53), «obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,8).
La vida entera de Cristo fue un «estar ocupado en las cosas de mi Padre»
(Le 2,49). En su oración fundamental nos enseñó a decir: «Hágase tu volun­
tad en la tierra como en el cielo» (M t 6,10). Y en su agonía exclamó: «Que
no se haga mi voluntad sino la tuya» (M t 26,39). Al morir, gritó: «Todo
está cumplido» (Jn 19,30). San Pablo resume la vida de Cristo diciendo:
«Así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron consti­
tuidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán
constituidos santos» (Rom 5,19).
Cristo llevó esta actitud de ser aceptación, acogida, dependencia, al
acontecimiento de su cruz y de su muerte. Donde la humanidad puso peca­
do, rebelión, negación de Dios, él puso la aceptación más inaudita y sacri­
ficada. En la más violenta situación de injusticia y de sufrimiento, le qui­
taron la vida, pero no le arrancaron ser aceptación. «Llevó sobre el madero
nuestros pecados en su cuerpo» (1 Pe 2,24). «A quien no cometió el peca­
do, Dios le hizo pecado por nosotros para que viniésemos a ser justicia de
Dios en él» (2 Cor 5,21). «Cristo nos rescató de la ley haciéndose él mismo
maldición por nosotros» (Gál 3,13). Gráficamente dice la carta a los Hebre­
os «aprendió a obedecer en el sufrimiento» (Heb 5,8).
En el «Sí» de Cristo, la humanidad entera dijo sí a Dios y su plan de
amor. En la experiencia dolorosa donde el pueblo elegido cayó, desobede­
ciendo, la aceptación de Cristo inaugura el nuevo Génesis, el nuevo hom­
bre, la nueva tierra y los nuevos cielos. El «Sí» de Cristo es la vida del uni­
verso. Y María, en su hondura más profunda, va a ser una transparencia del
«sí» de Cristo, de su aceptación de la voluntad de Dios. El «Hágase en mí
según tu palabra (Le 1,38) de María prolonga la encarnación y la redención
de Cristo, la salvación y la glorificación de la humanidad.

c) Lo nuclear de la identidad de María: su «Sí» a la palabra de Dios


El misterio profundo de la persona y obra de María es la aceptación del
Padre y de su plan en Cristo. Su asociación es radical y total. Ser fiel es su
identidad. Y así es contemplada en la revelación. María es la sintonía y trans­
parencia plena de la aceptación y fidelidad de Cristo. Es Dios en ella sien­
do totalmente Dios. Y es ella misma en la plena aceptación de Dios y de su
voluntad. Veamos los siguientes pasajes bíblicos:
Génesis 3,15: «Enemistades perpetuas pondré entre ti y la mujer, y entre
tu linaje y su linaje». Es el primer destello de la salvación futura, después
del pecado en el texto llamado «el protoevangelio». La visión profética de
M aría como la M ujer que tiene enemistad perpetua con el diablo y «su
ralea», es un hecho tradicional en la Iglesia, ya desde los santos Padres. María
aparece con enemistades perpetuas, es decir, con fidelidad ininterrumpida
y radical, en sintonía absoluta de fidelidad y entrega a Dios y su plan.

Isaías 7,14: El profeta exige de Acaz un acto de fe, de confianza en


Dios. Isaías, en el nacimiento próximo del futuro rey Ezequías, ve una inter­
vención decisiva de Dios en el nacimiento de un niño que establecerá el
reino mesiánico definitivo: «He aquí que la doncella ha concebido y va a
dar a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel». Los evangelios (Mt
1,23) Y toda la tradición cristiana han reconocido en aquel anuncio el naci­
miento de Cristo. El testimonio unánime de los Padres ve la figura de la
Virgen Madre, es decir, de la plena fidelidad y entrega a Dios y su plan. El
evangelio de María, es decir, los relatos evangélicos de la encarnación e
infancia de Jesús, nos revela su más profunda identidad. María aparece
en ellos como la fidelidad más absoluta a la palabra de Dios, su aceptación
radical. El misterio de María es el mismo misterio de Jesús. Los dos entran
en el mismo diseño de Dios. De tal manera que María es Jesús comenza­
do. La carne de María, y su sangre, van a ser la carne y sangre de Cristo.
Los sentimientos de María, su formación piadosa, están en la base del cre­
cimiento humano de Cristo. La aceptación de Cristo es también la acep­
tación de María.

Lucas 1,28.38: El ángel saluda a María diciendo: «Alégrate, llena de gra­


cia, el Señor está contigo». Esta «gracia» es fundamentalmente relación. Lle­
na de gracia significa llena de relación. Revela un amor total, una fideli­
dad plena. Dios es su razón de ser, de vivir y amar.
Al anuncio del ángel, María responde «He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra» (Le 1,38). María es la palabra de Dios aco­
gida, comulgada y cumplida. Acoge a Cristo en su seno, pero le acoge ente­
ramente también en el corazón. María está sintonizada con el Padre en la
misma generación del Verbo y sintonizada con el Espíritu que «vendrá sobre
ti y el Poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de
nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Le 1,35). María es la plena
transparencia del Padre engendrando al Hijo y la plena transparencia del
Espíritu que con su fuerza hace posible la encarnación. María aparece como
la aceptación más plena del Verbo de Dios en la misma generación del Padre
y comunión de vidas y amor del Espíritu que es comunión. Jesús, en María,
viene totalmente de Dios, y totalmente de ella misma, pues en ella no hay
nada propio. Todo es asociación a la voluntad de Dios.

Lucas 1,45: Cumplida la encarnación, María va a visitar a su prima Isa­


bel. Ésta dice a María: «Feliz tú que has creído porque se cumplirá todo lo
que ha sido prometido por el Señor». María aparece nuevamente como la
creyente plena que acoge la palabra y voluntad de Dios. Por lo cual, en María
se cumplen las promesas.

Lucas 2,35: Presentado Jesús en el templo, Simeón vaticina a María que


«una espada te atravesará el alma» . Con lo cual, ya en la infancia de Jesús
aparece la fidelidad y obediencia de María en el contexto del sufrimiento
que caracterizará la misión del Mesías. Cristo morirá en su cuerpo y María
en su alma, en su corazón. María es fiel en la experiencia de lo que cuesta
obedecer.

Lucas 2,51: En Nazaret Jesús vivía sujeto a sus padres. Esta sujeción,
expresión de fidelidad y anonadamiento, es objeto de la meditación de María.
«Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón». La
fidelidad sacrificada de Jesús es el alimento del alma de María, fiel también
hasta el extremo.

Mateo 12,47-50, y Lucas 11,27-28: Hay dos sucesos en la vida públi­


ca de Jesús que ponen al descubierto el pensamiento de Jesús sobre su
madre. Asegura que el verdadero parentesco de Jesús no es la carne, sino
la fidelidad, el hecho de haberle acogido en el corazón. «Ahí fuera están tu
madre y tus hermanos que desean hablarte. Mas él respondió al que se lo
decía: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y, extendiendo
su mano hacia sus discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos.
Pues todo el que cumple la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi her­
mano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,47-50). El otro suceso lo narra
San Lucas (11,27-28): «Estando él diciendo estas cosas, alzó la voz una
mujer del pueblo, y dijo: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que
te criaron!». Pero él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la palabra de
Dios y la guardan». Toda la tradición de los Padres afirma unánimemen­
te que María concibió a Cristo antes en su corazón que en su carne. En
ambos casos, Jesús alaba a María por ser la oyente y acogedora de la Pala­
bra de Dios.

Juan 19,25-27: La fidelidad a la palabra de Dios es necesariamente


fecundidad en el plan de Dios. La virginidad es esencialmente amor exu­
berante, pleno. Por ello, nuevamente Jesús habla del resultado de la fide­
lidad virginal de su madre. Fidelidad virginal es esencialmente maternidad
espiritual. No ser fiel implica el egoísmo, el replegamiento en uno mismo.
La fidelidad es plenitud de amor y de realización. «Junto a la cruz esta­
ban su madre... Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien
amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discí­
pulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió
en su casa». Los santos Padres se centran en la presencia de María junto a
la cruz para destacar que ella, que está ausente en los momentos de triun­
fo de Jesús, aparece firme junto al pie de la cruz. Su asociación a Cristo
experimenta la fidelidad tensa del sacrificio máximo. Ella es fiel, totalmente
fiel. La piedad cristiana ha cantado esta fidelidad valiente en el «Stabat
Mater Dolorosa». Jesús moría en su cuerpo. María en su alma. Los gol­
pes que se expandían por el cuerpo de Cristo, en María se concentraban
en el corazón. La misma lanzada que atravesó el corazón muerto de Cris­
to, atravesó el corazón vivo de la madre. Si Jesús muere en su cuerpo como
expresión de fidelidad llevada hasta el extremo, esta misma fidelidad que­
da transparentada plenamente en María que permanece junto a la cruz con­
muriendo a lo vivo en su corazón. Es la fidelidad llevada al límite, hasta el
extremo.

Hechos 1,14: A la espera de Pentecostés, María vive en unión con los


apóstoles. «Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espí­
ritu en compañía algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus
hermanos». María, que se hace radicalmente presente a la la palabra de
Dios que la llama en el momento de la encarnación de Cristo, se hace de
nuevo presente, y en oración, en el momento del nacimiento de la Igle­
sia. También la Iglesia, como Cristo en la encarnación, aparece en Pen­
tecostés como fruto de la irrupción del Espíritu Santo. Y María aparece
como motivo orante, y sujeto agraciado, de Pentecostés. Ella es madre,
modelo y tipo de la Iglesia. La Iglesia ve en María todo lo que ella está
llamada a ser.

Apocalipsis 12: María aparece finalmente en el Apocalipsis como la mujer


que combate contra la Serpiente: «Una gran señal apareció en el cielo:
una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce
estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con
el tormento de dar a luz». Eva, la pecadora, fue tentada por «la Serpiente
antigua» (v 9). Ahora persigue al Pueblo de Dios. María, la nueva Eva, es,
con el pueblo, la imagen de la nueva mujer. «La mujer dio a luz un Hijo
varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su Hijo
fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono» (v5). La fidelidad no es sólo
aceptación pasiva. Es lucha y victoria. La obediencia de María es la visión
del «más fuerte» que vence al «menos fuerte» (Le 1 l,21ss). María es la for­
taleza en la obediencia, como Adán es la debilidad en la desobediencia. La
fidelidad de María es total.
En todo este recorrido bíblico, María es prolongación y reflejo de la
oblación en obediencia plena de Cristo. Dios «hace en ella maravillas» por­
que ella no se apoya en sí misma, sino «en el que es Todopoderoso». Lo pro­
pio suyo es ser creyente, confiar, ser fiel, plenamente fiel.

III. «LA VIRGEN, MODELO DE LA IGLESIA


EN EL EJERCICIO DEL CULTO»
(RASGOS QUE OFRECE LA «MARIALIS CULTUS», DE PABLO VI, 16-23).

Si profundizamos en las relaciones entre María y la liturgia, ella apa­


rece como modelo extraordinario de la Iglesia en el orden de la fe, de la cari­
dad y de la perfecta unión con Cristo.

a) María, «Virgen oyente»


María es la Virgen oyente que acoge con fe la palabra de Dios. «Con­
cibió creyendo», dice San Agustín. «Ella, llena de fe, y concibiendo a Cris­
to en su mente, antes que en su seno», se definió así: «he aquí la esclava
del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Le 1,38). Ella rumiaba la pala­
bra de Cristo en su corazón (Le 2,19.51). María es palabra de Dios cum­
plida.
Sabida es la centralidad de la palabra de Dios en nuestra vida de cre­
yentes. La vida cristiana es «respuesta» a la palabra de Dios. Sólo responde
bien quien antes acoge esta palabra en el corazón. La palabra viva de Dios
es proclamada en cada asamblea litúrgica para que el texto sagrado se vaya
escribiendo en el corazón de la comunidad. La comunidad no es otra cosa
que el resultado de la palabra de Dios acogida. La comunidad reunida es el
espacio privilegiado donde la palabra se escribe en cada celebración. Aco­
ger y responder, en el corazón, y en el contexto social de la vida de cada cre­
yente: he ahí la identidad de la fe.
b) María, «Virgen orante»

María es, asimismo, la Virgen orante. Así aparece ella en la visita a Isa­
bel. El magníficat de María es una explosión de glorificación a Dios, de
humildad, de fe, de esperanza. Es la oración por excelencia de María, el can­
to de los tiempos mesiánicos en el que confluyen la exaltación del antiguo
y del nuevo Israel. El cántico de María se ha convertido en oración de toda
la Iglesia en todos los tiempos.
Virgen orante aparece María en Caná, donde hace anticipar a Jesús la
hora de su manifestación y es motivo del signo milagroso de la conversión
del agua en vino, como expresión simbólica de la transformación de la huma­
nidad en naturaleza divinizada.
Tam bién el último trazo biográfico de María, nos la describe en ora­
ción: «los apóstoles perseveraban unánimes en la oración... con María, la
madre de Jesús» (Act 1,14). Virgen orante es también la Iglesia, que cada
día presenta al Padre las necesidades de sus hijos, «alaba incesantemente al
Señor e intercede por la salvación del mundo» (M C 18; cf SC 83).

c) M aría es «Virgen Madre»


María es también la Virgen Madre, es decir, aquélla que por su fe y obe­
diencia engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre. Prodigiosa mater­
nidad, constituida por Dios como tipo y ejemplo de la fecundidad de la
Iglesia, la cual se convierte ella misma también como madre, porque con la
predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos,
concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios. Los padres afir­
maron que la Iglesia prolonga en el sacramento del Altísimo la maternidad
virginal de María.
Cada uno de nosotros, como María, engendramos a Cristo en los hom­
bres cuando ofrecemos el testimonio vivo de la fe, del apostolado, de un
amor transformante.

d) María, «la Virgen oferente»


En la presentación de Jesús en el templo la Iglesia ha contemplado la
continuidad de la ofrenda fundamental que el Verbo encarnado hizo al
Padre al entrar en el mundo (Heb 10,3-7).
El vaticinio de Simeón unió al Hijo y a la madre en el acontecimien­
to salvífico de la redención. La Iglesia ha percibido en este acontecimiento
de la presentación de Cristo en el templo una voluntad de oblación que
transcendía el significado ordinario del rito.
Esta unión de la madre con el Hijo en la obra de la redención, alcan­
za su culminación en el calvario, «donde Cristo se ofreció a sí mismo inma­
culado a Dios» (Heb 9,14), y donde María «estuvo al pie de la cruz» (Jn
19,25), «sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con áni­
mo materno a su sacrificio, adhiriéndose amorosamente a la inmolación de
la víctima por ella engendrada» (LG 58), Y ofreciéndola ella misma al Padre.
Para perpetuar en los siglos el sacrificio de la cruz, el Salvador instituyó el
sacrificio eucarístico, memorial de su muerte y resurrección, y lo confió a
la Iglesia, su esposa, la cual ha de unirse a Cristo conmuriendo y crucifi­
cándose con él. La Misa es el sacrifico del Cristo total, cabeza y cuerpo. La
suma fidelidad, en el contexto de lo que nos cuesta amar y obedecer, la tene­
mos que vivir ahora todos los cristianos haciendo lo que Jesús hizo y como
él lo hizo, muriendo a lo viejo, y resucitando a la novedad pascual en nues­
tro contexto personal y social, poniendo en trance de reconciliación todo
lo que es pecado, injusticia y egoísmo.

IV. IMPLICACIONES ESPIRITUALES Y PASTORALES


DEL CULTO A MARÍA Y CON MARÍA

1. LA CONSAGRACIÓN A MARÍA: DECIR «SÍ» A DIOS EN EL


«Sí» DE MARÍA

a) El fundamento de la consagración
María no sólo es modelo de Iglesia creyente. Ella entra de lleno en la
realidad histórica de la encarnación. En su «sí» se ha transparentado el mis­
terio trinitario. Saber decir «sí» con ella y como ella, es una actitud ideal que
expresa perfección. Este sentimiento se ha concretado, en la devoción maña­
na de los siglos, en la idea de la consagración a la Virgen.
¿Es compatible la consagración a María con la consagración debida a
Dios? Es evidente que para verificar la legitimidad de esta expresión hay que
preservarla de los peligros del devocionalismo y encuadrarla dentro del mar­
co integral de la historia de la salvación.
La consagración a Dios es la característica del pueblo de Israel en su
alianza con Dios: «Seréis para mí un pueblo de sacerdotes y una nación san­
ta» (Ex 19,5-6). «Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo»
(Lv 2,19). La entrega a Dios queda completada con el sacrificio (Ex 24).
En el Nuevo Testamento aparece claro que es Dios quien llama y santifica.
«Habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el
nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1 Cor 6,11).
Los santificados por el bautismo están llamados a corresponder con una
consagración vital transformando su vida en un don total, «ofreciendo sus
cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios» (Rom 12,1). Jesús
aparece como modelo de consagración. «Conságralos en la verdad... Por
ellos me consagro a mí mismo para que también ellos sean consagrados
en la verdad» (Jn 17,17.19).

b) La consagración de María a Dios


María, consagrada por Dios, se entrega totalmente a él. Hija de Sión
y representante del pueblo santo, es consagrada mediante la sombra pene­
trante del Espíritu Santo para ser convertida en tabernáculo de Dios (Ex
40,35) Y en el arca de la alianza (2 Sam 6,1-11). María inaugura la pre­
sencia de Dios-con-nosotros con la maternidad mesiánica, que la sitúa en
una relación de intimidad excepcional con el Santo. María responde con
una oblación total: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra» (Le 1,38). Cuando María «presenta» a Jesús en el templo, vincu­
la su persona a la consagración de Jesús al servicio divino. La consagración
de Jesús al Padre por manos de su madre, actualiza la consagración sacer­
dotal de Cristo en su venida al m undo, y hace participar activamente a
María en la consagración sacrificial de Cristo que se consumará en el Cal­
vario.

c) La consagración a M aría en la historia de la Iglesia


La idea de consagración a María aparece con plenitud de sentido y con
cálido fervor en San Ildefonso de Toledo (s. Vil), que se dice «siervo de la
esclava de mi Señor». Esta expresión ya la hallamos en San Efrén (-373). El
primer ofrecimiento total de sí mismo a María expresado en términos de
consagración se encuentra en una homilía de San Juan Damasceno (-749),
en donde convergen muchas enseñanzas mariológicas de los Padres. En San
Juan Damasceno se da una verdadera espiritualidad mariana con las carac­
terísticas de la totalidad y de la perennidad, aun cuando no tenga todavía
una estructura sistemática. En el siglo XI San Odilón, abad de Cluny, y Mari­
no, hermano de San Pedro Damián, se ofrecen a la Virgen en calidad de
siervos perpetuos. En el trasfondo medieval estaba la costumbre social de
las personas venidas a menos que, con la cuerda al cuello, se presentaban a
un señor entregándose a su servicio. Los términos que se utilizan son enco­
mienda y entrega.
En el siglo XII, Fulberto de Chartres hace una clara referencia a la con­
sagración bautismal en su consagración a la Virgen. En el siglo XIII, los sier­
vos de María expresan la idea de la consagración como ofrenda total de sí
mismos, constituyendo ello el trasfondo mismo de las constituciones de la
orden. En la tardía Edad Media la idea de consagración adopta matices del
espíritu caballeresco de la época. En este contexto San Ignacio de Loyola
acude en 1522 en peregrinación a M ontserrat y practicando su «vela de
armas» se consagra definitivamente a la Virgen. En el siglo XVI las congre­
gaciones marianas utilizan el término de consagración para expresar su obla­
ción a María. Las congregaciones erigidas en las casas de la Compañía de
Jesús la presentan como «donación solemne e irrevocable». Una corriente
carmelitana que procede ya en el siglo XIII de los eremitas latinos del Car­
melo habla de la «entrega de la persona» en una consagración personal rati­
ficada por juramento. Dentro de esta corriente, Marcos de la Natividad
de la Virgen (s. XVll) llega a ofrecer a María incluso sus propios méritos.
María de Santa Teresa y Miguel de San Agustín son célebres por haber vivi­
do y propuesto su «vida marioforme y mañana» como experiencia de con­
tinua conversación, identificación y adhesión de amor a María, de manera
que se viva así más intensamente la vida cristiana.
A finales del siglo XVI la relación de entrega a María se expresa con la
fórmula inusitada de esclavitud, que encontró una gran popularidad en el
mundo europeo. San Juan Eudes traduce en términos pastorales la teolo­
gía del bautismo y la expresa en la entrega a los Sagrados Corazones de Cris­
to y de María. Estas mismas perspectivas estuvieron presentes en el siglo XIX
con el Padre Chaminade (-1850), que insistió en la consagración como
alianza, y con San Antonio María Claret (-1870), que preconizó la consa­
gración al Corazón Inmaculado de María.
San Luis María Grignon de M ontfort representa una cima de la devo­
ción a María. Con él la idea de consagración alcanzó su más perfecta expre­
sión. Es cristocéntrica y la vincula directamente al bautismo. Maximiliano
Kolbe (-1941) se consagra a la Inmaculada Concepción de María. Se dis­
tingue por la seriedad de su compromiso en actualizar y profundizar la con­
sagración a María. Subraya dos matices: el misterio de la Inmaculada, que
define el ser de María, y la dimensión apostólica a fin de «ganar a todo el
mundo para la Inmaculada».
Desde el siglo XVII, se realizan consagraciones de naciones a la Virgen
unidas a un fuerte sentimiento patriótico: Francia (1638), Portugal (1644),
Austria (1647), Polonia (1656). En el veinticinco aniversario de las apari­
ciones de Fátima, Pió XII consagró el m undo al corazón inmaculado de
María. El mismo Papa consagró luego a la Virgen, Rusia (1952) y España
(1954). En 1959 se le consagraron Italia y los Estados Unidos de Améri­
ca. También Pablo VI (21 de noviembre de 1964) y Juan Pablo II (7 de
junio y 8 de diciembre de 1981; 13 de mayo de 1982; 25 de marzo de 1984)
renovaron la consagración del mundo a María.
Juan Pablo II hizo del lema «totus tuus» uno de los puntos programá­
ticos de su pontificado, y con él la consagración a María ha alcanzado la
cima de la oficialidad.

d) En el tabernáculo de la consagración a María


En esta línea, la consagración a María tiene un profundo sentido cuan­
do es vivida en el marco del misterio de Cristo, y entendida como respues­
ta global del hombre, dada libremente bajo el influjo de la gracia, a la reve­
lación divina. No es un acto de «latría», o adoración, exclusivo de Dios, sino
de «dulía», o veneración, dado a los santos. Lo que ocurre es que, dada la
pobreza del lenguaje humano, un mismo término se aplica a Dios y a los
santos, como las palabras culto, amor, etc, sin que ello conlleve confusión.
Por ello, esta consagración a María no se presenta como una actitud
autónoma, separada o simplemente yuxtapuesta a la consagración a Dios.
No es una segunda vida espiritual, sino una nueva manera de vida en Dios.
La teología de los sacramentos de la iniciación cristiana es siempre el
punto de partida de la consagración a María. Así queda excluido todo carác­
ter privatista y meramente devocional.
La consagración, antes de ser un ideal por realizar, es una llamada, una
gracia, una acción de Dios que toca y transforma al ser humano en su rea­
lidad más profunda. De esta gracia brota una actitud receptiva hacia el don
de Dios. Se trata de una apertura mística al Espíritu Santo que actúa en el
cristiano y lo conduce a lo largo del itinerario que lleva del bautismo a la
gloria. La donación a María tiene el objetivo de hacer disponibles al Espí­
ritu y dóciles a la gracia. Actualiza la espiritualidad de María constituida
por una pobreza radical, una receptividad absoluta, una disponibilidad ple­
na, una acogida sin límites del proyecto de Dios.
Teniendo en cuenta el plan unitario de la salvación, la realidad común
de formar todos « el cuerpo místico de Cristo, la actualidad perenne y uni­
versal del misterio pascual, la participación sacramental de todos en la pasión,
muerte y resurrección de Cristo, resulta comprensible que así como el «Sí»
de Cristo se prolonga en el «Sí» de María, de igual modo el «Sí» de María
queda transparentado en el creyente que se consagra a María. Y si María es
tipo y modelo de la Iglesia, en todo lo que ésta cree y espera, la consagración
traslada al creyente a unas cimas sublimes de madurez y perfección. Todo
es para todos en la comunión de los santos. El Espíritu Santo que está en
todos, es el autor de esta actitud oblativa. Y es él quien alumbra en los cre­
yentes el «Sí» de quien es tipo, modelo y madre de la Iglesia. Entrañar la res­
puesta aceptadora de María en la propia respuesta de fe, hasta el punto de
hacerla presente y transparente en uno mismo, es gracia de Dios. Es un mis­
terio de fina sensibilidad producido por el Espíritu; una especial asocia­
ción a Cristo y a su pasión. Toda la dinámica de la historia de la salvación,
de las celebraciones de la fe, tienen su epicentro en el sacrificio de Cristo, en
su pascua eterna, como actitud aceptadora del Padre. Cristo es el Sí del uni­
verso a Dios. Es la presencia de la vida eterna en el tiempo. La consagración
a María es la inclusión del sí de María y de Cristo en nuestra historia, y por
tanto, el intento más serio, meditado y concentrado, de realizar la eternidad
en el tiempo como acto de amor. No se trata de pronunciar una fórmula,
sino de pronunciarse a sí mismo, en un pronunciamiento que quiere ser total
y definitivo. Grignon de Montfort, Kolbe, y Juan Pablo II, representan un
especial testimonio de oblación personal en la oblación de María, fruto de
una especial vibración de la sabiduría de Dios. Decir «Sí» a Dios en el «Sí»
de María, es entrar dentro del misterio de acogida del Verbo ante el Padre,
del «Heme aquí» de Cristo en su encarnación y sacrificio, y del misterio de
la aceptación virginal de María al plan de Dios.
El texto de Jn 19,27; «Desde aquella hora el discípulo la acogió en su
casa», puede situarnos en el fundamento mismo de la consagración a María.
«Acoger» equivale a una disposición interior de apertura. Referida a Jesús,
esta disposición es la fe. Se trata de decir sí a Jesús, en una decisión funda­
mental y total. Se acoge a María acogiendo la voluntad de Jesús. Por lo mis­
mo, María acoge también al discípulo al acoger ella misma lo que su Hijo
le pide. La consagración tiene una significación cristológica porque es la
obediencia a Cristo la que hace recibir a María en la vida de creyente. La
actitud del discípulo frente al don que es María supone apertura, entrega,
disponibilidad, acogida filial, fe confiada y amorosa. Se establece una trans­
ferencia de propiedad, pues María pertenece al discípulo y el discípulo a
María. El discípulo puede decir en verdad: yo soy tuyo.

e) Un sí comprometido
Vivir la consagración a María, entrañarse en su sí, no es desentender­
se de los hombres. Un desentendimiento de las generaciones jóvenes de la
devoción a María, puede estar en una imagen de ella que poco o nada tie­
ne que ver con el marco de la historia de la salvación del misterio de Cris­
to. El amor de María es un amor intenso ya que tiene como modelo el amor
de Cristo que no tiene límites. Ese amor lleva al servicio y a una entrega de
sí mismo que no tiene límites. El don a María no entra en competición con
el don a Dios, pues entra de lleno en la historia de la salvación actualizan­
do la misma entrega de Cristo a los hombres. Al contrario, dignifica la entre­
ga humana, normalmente manchada, en la entrega generosa, «llena de gra­
cia» de María a Dios y a su plan de salvación.

f) U n sí no alienante, sino personalizador


La verdad más profunda del hombre es su relación con los demás... El
hombre comprende su propio misterio encontrando al otro y establecien­
do con él unas relaciones interpersonales. Estas relaciones personales se resu­
men en ser un tú el uno para el otro, es decir, en recibir un auténtico amor
y en convertirse en don. Quedan excluidos el conflicto y la indiferencia. El
amor es amor entusiasta y reciprocidad. Esta reciprocidad que implica el ser
el uno para el otro (solidaridad y subsidiariedad), arranca del propio yo para
centrarse en la persona amada en un movimiento oblativo. Es la doctrina
clásica del amor «ex-tático», que es aquel que hace salir fuera del yo, y que
no dejar a los que aman pertenecerse a sí mismos, sino a los que ellos aman,
hasta poder decir con Pablo: «Vivo yo, pero ya no soy yo, sino Cristo el que
vive en mí» (Gál 2,20). El don total y la oblación son la forma excelente de
conseguir la propia madurez. Respondiendo como don y regalo, se per­
fecciona uno en la vida dialogal. Cada uno puede decir: me convierto en
«yo», únicamente porque tú estás ahí, porque yo existo referido a ti. Cuan­
to más me doy, tanto más sé de mi propia persona. La entrega es necesaria
al hombre para poder llegar a ser él mismo. En este sentido, Cristo dice que
quien pierde su vida la gana y quien se la reserva la pierde. El amor oblati­
vo es la máxima identidad del hombre. En este sentido, la imagen de María
es uno de los grandes símbolos del cristianismo en cuanto que es una rea­
lidad histórica que por encarnar un conjunto de actitudes ideales tiene vali­
dez universal. María es la mujer que expresa la vocación suprema del hom­
bre: abrirse a Dios que se revela, de modo total, acogiéndolo en toda la vida
y dejándose plasmar en una belleza superior e inesperada. María es una obra
maestra de la belleza humana realizada en la íntima capacidad de expresar
el Espíritu en la carne, el rostro divino en el rostro humano, la belleza invi­
sible en la figura corporal.

2. LA LITURGIA,
EXPRESIÓN MÁS ALTA DEL CULTO A MARÍA

Es muy significativo que Pablo VI, en la exhortación Marialis Cultus


haya considerado el culto a María estructuralmente vinculado a la liturgia
de la Iglesia. La piedad mariana es un elemento intrínseco del culto cris­
tiano. Y esto refleja la misma fe de la Iglesia, ya que la norma de la ora­
ción es la norma de la fe.
El culto cristiano tiene en Cristo su origen y eficacia. Se expresa en la
presencia viviente de Cristo entre nosotros y en la actualidad de los miste­
rios de su vida. Por Cristo, en un mismo Espíritu, tenemos acceso al Padre.
En un mismo decreto decidió Dios la encarnación del Hijo y la misión de
la Madre. Y así lo ha considerado también la Iglesia de todos los siglos. Si
la liturgia, y el año litúrgico, no son otra cosa que la reproducción, a lo vivo,
de Cristo en los creyentes, M aría es puerta, modelo, cauce y madre de
gracia. Así aparece en el contexto de la celebración del año litúrgico.
El adviento recuerda constantemente a María porque ella es la espera
anhelante de la venida del Señor, y el feliz exordio de la Iglesia sin m an­
cha ni arruga. Tal es el sentido de la fiesta de la Inmaculada, en el contex­
to del adviento: la preparación radical a la venida del Hijo de Dios, como
se ve en la liturgia de los días feria les desde el 17 al 24 de diciembre y
más concretamente el domingo anterior a la Navidad.
El tiempo de Navidad, al conmemorar el nacimiento de Cristo, lo hace­
mos sumergiéndonos en una prolongada memoria de la maternidad divina
y virginal de María, unidos en indisoluble misterio. En ello vemos la cau­
sa y forma de la maternidad espiritual y universal de María.
La pascua es el lugar más obligado de la referencia a María en el culto
cristiano. Ella es la Virgen oferente, porque estuvo estrechamente asocia­
da a Cristo, ofreciéndolo y ofreciéndose con él, conmuriendo. Como ya
vimos, la pasión del Hijo, fue también pasión en el corazón de la Madre.
Esta plena asociación está reflejada en los textos evangélicos y en la tradi­
ción más expresa y constante de la Iglesia. Para una renovación de la vida
cultual del pueblo cristiano, expresada en la alabanza a Dios y en la soli­
daria redención de los hombres, difícilmente podremos encontrar un mode­
lo y ayuda tan eficaz como el de María.
Las fiestas principales de María son celebraciones que conmemoran
acontecimientos salvíficos, en los que la Virgen estuvo estrechamente vin­
culada al Hijo, o rasgos fundamentales de la persona de María en relación
con su Hijo o con la Iglesia. En todos ellos, desde la Inmaculada Concep­
ción de María, hasta su Asunción a los cielos, María aparece como comien­
zo de la Iglesia, esposa sin mancilla de Cristo, o el principio ya cumplido,
la consumación anticipada, y la imagen de aquello que, para toda la Igle­
sia, debe todavía cumplirse.
Como dice Pablo VI, las más altas expresiones de la piedad m añana
han florecido en el ámbito de la liturgia.
3. ENCAUZAMIENTO DE LAS DEVOCIONES MARIANAS
POPULARES

Ante esta perspectiva aparece clara la necesidad de centrar el culto a


María en el marco del misterio de Cristo. Las incontables formas de devo­
ciones populares, que son aquéllas que se derivan del pueblo más bien que
de la revelación y tradición fundamental, tienen que estar coordinadas y
subordinadas al culto que se expresa en la liturgia.
Es evidente que muchas devociones populares tienen un fuerte arraigo
en el sentimiento del pueblo y representan una ayuda extraordinaria para
el encuentro con Cristo. Tal es, por ejemplo el rosario, oración que, bien
hecha, es una magnífica contemplación de los grandes misterios de la sal­
vación. Sin embargo, nadie duda de que se impone hoy una revisión seria
y prudente de muchas formas devocionales. Los peligros de estas devocio­
nes son bien conocidos: ambigüedad mágica en las actitudes; riesgo de caí­
da en la superstición; búsqueda desenfrenada de lo maravilloso; sustitución
de las tareas éticas y de los compromisos socio-políticos de la fe por una
manifestación folclorizante de la misma; contaminación del cristianismo
con una búsqueda de ganancias económicas que contradicen el espíritu de
pobreza; utilización política del sentimiento de identidad experimentado
por las masas en tomo a los santuarios.
Es preciso un esfuerzo serio para que todas las manifestaciones de pie­
dad mariana se inscriban en un retorno a las fuentes bíblicas, en el reco­
nocimiento del puesto central de Cristo en la historia de la salvación, en
la fe como expresión de seguimiento al Señor, y en una manera distinta
de entender la presencia del cristiano en el mundo, expresada inequívoca­
mente como preocupación por transformar desde la fe las condiciones socia­
les y personales de injusticia que presenta la vida actual.
María en suma, y en todas las manifestaciones de devoción, ha de sig­
nificar siempre un serio impulso de humanizar la convivencia y las rela­
ciones, en la Iglesia y en la sociedad. María debe significar un nuevo modo
de saber relacionarse en la más depurada gratuidad y complementariedad.
María, es también, un fuerte impulso para la reconciliación de esas dos
dimensiones de lo humano que son lo masculino y lo femenino y que siem­
pre se han manifestado, de una u otra forma, en oposición o conflicto. La
devoción mariana puede ser una ocasión de responder al malestar milena­
rio que experimenta esa mitad larga de cristianos, que son las mujeres, en
el seno de un cristianismo que se ha configurado en contextos culturales
fundamentalmente masculinos y que ha dejado que sus estructuras y media­
ciones coyunturales se hayan impuesto excesivamente no sólo en la cultu­
ra, sino en las mismas expresiones de la fe.
Ejercicio práctico de meditación profunda

DECIR «Sí» A DIOS EN EL «SÍ» DE MARÍA

I. LA V ID A C O M O PURO D O N Y G R A T U ID A D R ADICAL

La vida, en su estrato más hondo y radical, es un sí a la existencia. Es


siempre comunicación, don recibido y aceptado. Nunca es una realidad
merecida o autocreada. Aceptar, acoger, recibir, es algo que marca y cons­
tituye, en todo y en todos, la más profunda identidad.
El universo es el sí gigantesco al poder creador de Dios, «y dijo Dios...y
así fue... y vio Dios que todo era bueno» (Gén I). El cosmos no es sino la
aceptación de su propia consistencia. La vida, en lo más positivo y gozo­
so, es siempre fruto de gratuidad.
Para el hombre, y más todavía para el creyente, la gratuidad es el prin­
cipio y fundamento de su existencia y de su desarrollo. E x is tir y c re c e r es
d e c ir c o n tin u am en te sí a la re a lid a d . Es vivir en el líquido amniótico de
la fe. La fe crea la realidad. N o es sólo una virtud, sino la puerta sagrada que
nos introduce en la existencia. Al nacer, creemos en los padres y en todo
nuestro entorno social. Cuando la fe falla se nos cae todo el mundo. Sin fe
no existe la verdad. La fe no es la muerte de la razón, sino su luz y su vida. La
vida está más sostenida por la fe que por la razón. Sólo puede entender aquél
que antes ha creído. P rim ero crees y después entiendes. La virtud más gran­
de del hombre es saber decir sí a Dios, a la existencia, a los demás. Y esto
nunca es alienación, sino riqueza. Porque nunca existe un yo sin un tú. Y por­
que el hombre, todo hombre, es constitutivamente don y relación.

2. EN LOS F U N D A M E N T O S DEL «SÍ» ETERNO Y TEMPORAL

D ar y recibir está en los fundamentos mismos del misterio trinitario.


La Paternidad del Padre es, estructuralmente, engendrar, comunicar. La
filiación del Verbo eterno es radicalmente aceptar, ser engendrado. La rea­
lidad profunda del Espíritu es ser don y unión de amor subsistente.
La creación del universo, y después la realización de la historia de la
salvación, no son otra cosa que el desbordamiento de las relaciones intra-
divinas hasta el hombre (imagen de Dios) y hasta el cosmos (huella de Dios).
Dios nos da su Paternidad, la Filiación del Hijo, el A m or del Espíritu. La ver­
dad, bondad y unidad del cosmos no son sino la aceptación y reflejo de la
Verdad, Bondad, y Unidad en Dios.
D e c ir s í es la m a y o r fu e r z a c r e a d o r a d e l u n iv e rs o . Es rom per el
no ser, el caos tenebroso, la inexpresividad, la condición informe y bruta.
Una magnífica talla escultórica es el sí de la materia informe a la creatividad
del artista. La sublimidad del violín es el triunfo de la genialidad del com­
positor sobre el silencio inexpresivo. La ciencia es el sí que triunfa sobre
los secretos ocultos. El hijo es el sí del amor de los padres. La fe es el sí del
espíritu sobre el imperio tenebroso del instinto y de la materia.
Es e n u n s í c o m p ro m e tid o y m a n te n id o c o m o n a c e y se h a c e la
a m is ta d , e l n o v ia z g o , e l m a tr im o n io , la v id a s a c e rd o ta l o relig io s a ,
la co n v iv e n c ia social. El sí engendra la vida, la cambia y transforma. Siem­
pre implica en una existencia nueva.
Toda la historia de la salvación nace y se desarrolla en el sí radical de
la fe vivida como gratuidad y aceptación.

3. EL N U E V O UNIVERSO O R IG IN A D O
EN LA A C E P T A C IÓ N DE CRISTO

Cristo, aceptación del Padre, es la raíz de toda existencia. La nada y


el caos original fueron vencidos en su Sí creador. «Todo fue creado por
él y para él... y todo tiene en él su consistencia» (Col 1,16-17). Es «el Prin­
cipio de la creación» (Ap 3 ,14), «el Principio y Fin» (Ap 2 1,6).
La historia de los hombres es la historia de la infidelidad a Dios. Dios qui­
so darse y comunicarse y los hombres le dijeron «no». Ante la negativa, Dios
tom ó a su Hijo, aquél que es su Aceptación radical, y lo encarnó en la tierra.
El Verbo tradujo a un plano creatural su condición de Hijo, de ser «Sí» y acep­
tación del Padre. Su vida fue la expresión más radical de fidelidad. « N o te han
agradado los sacrificios; pero me has dado un cuerpo... Entonces dije; Heme
aquí que vengo... a cumplir tu voluntad» (Heb 10,5-7). «Mi comida es hacer
la voluntad de aquél que me envió» (|n 4,34). Asumió nuestro «no» en su car­
ne, hecho por nosotros «pecado» (Rom 8,3), y «maldición» (Gál 3 ,13). Don­
de nosotros dijimos «no», él, en nuestro puesto, dijo «sí»; «Q ue no se haga
mi voluntad, sino la tuya» (Me 14,36). «Todo está cumplido» (Jn 19,30). «El
Hijo de Dios, C risto Jesús... no fue sí y no; en él no hubo más que sí. Pues
todas las promesas hechas por Dios han tenido su sí en él; y por eso decimos
por él «Amén» a la gloria de Dios» (2 C o r 1, 19-20). Se anonadó hasta la muer­
te por nosotros (Flp 2,7-8). Y llevó al límite su fidelidad pues «si somos
infieles, él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo» (2 Tim 2 ,13).
El mundo se ha encontrado a sí mismo en el sí de Cristo. Ha nacido en él.

4. EL «SÍ» DE MARÍA

Dios quiere hacer presente a Cristo por medio de María. Y le pide el


consentimiento. María contesta «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí
según tu palabra» (Le 1,38). A María no se la concibe sin Cristo. En un mis­
mo decreto Dios dispone la creación de María y la encarnación del Hijo.
Lucas describe su cooperación, que no es pasiva o instrumental, en diálo­
go responsable con el Padre, aceptando su plan; con el Hijo, engendrán­
dolo; y con el Espíritu que la cubre con su sombra y obra en ella y con ella.
El evangelista profundiza en su corazón y la describe en actitud de fe, de
total apertura y disponibilidad, de escucha e interiorización de la palabra
de Dios. María es un sí pleno y radical a Dios y su plan. Es «llena de gra­
cia», es decir, de relación cálida e incondicional. Su vida es Cristo. La car­
ne de M a r ía es la carn e de Jesús. M a r ía es Jesús co m en zado . Es la peren­
ne rumiante de la palabra (Le 2 ,19 .5 1). María acoge a Cristo en su corazón,
antes que en su seno. Ella se hace presente en la cruz, ofreciendo la muer­
te del Hijo, conmuriendo de corazón junto a él, como Virgen orante y ofe­
rente. Su sí es tan radical que aparece como la respuesta ideal, como aque­
llo que la humanidad entera debió ser, pero que no llegó a alcanzar, como
lo que la Iglesia misma, toda entera, ansia y espera ser. (Pablo VI). E l sí de
M a r í a es a b s o lu ta m e n te c ris to ló g ic o , p u es es in s e p a ra b le d e l sí d e
C risto. N o sólo es modelo y tipo. El sí de Cristo es posible en la materni-
* dad de María. Y el sí de María encarna el sí de Cristo.
San Bernardo, San Luis María Grignon de M ontfort, el Padre Kolbe,
Juan Pablo II, han demostrado una especial sensibilidad al Espíritu Santo al
vivir la consagración a María vinculando admirablemente el sí de su fe per­
sonal al sí trascendental de la Virgen.

5. EN EL T A B E R N Á C U LO DEL «SÍ» ETERNO


DE CRISTO Y DE MARÍA

En los primeros siglos, María no tiene un culto autónom o, indepen­


diente. Aparece siempre con el Hijo, dentro del misterio de Cristo. «La devo­
ción a María, dijo Pablo VI, es un elemento intrínseco del culto cristiano».
La carne de María es carne de Cristo. La oblación de Cristo es la de María.
Siendo cierto que Cristo y su sacrificio perduran para siempre y son memo­
rial eterno que todos participamos y hacemos nuestro; siendo verdad de fe
que todos formamos el mismo cuerpo místico de Cristo sacerdote y vícti­
ma, y que vivimos en la comunión de los santos, es claro que el sí de Cristo,
hecho encarnación admirable en el sí de María, e s tá e n n o s o tro s y nos
p e rte n e c e . Acoger a María, consagramos a ella, es incluir su sí en nuestra his­
toria. Este amor y entrega a María tiene un profundo significado cristológi-
co porque es obediencia a Cristo que en la cruz mandó a Juan, y en él a la
humanidad entera, acoger a María como madre. «Desde aquel momento el
discípulo la acogió en su casa» (Jn 19,27). Juan acoge a María acogiendo la
voluntad de Jesús. Al pertenecer María al discípulo (a nosotros), y el discípulo
(nosotros) a María, se establece una transferencia de propiedad. Nos reco­
nocemos propiedad de ella, haciéndonos, con ella y como ella, apertura, entre­
ga, disponibilidad, fe confiada y amorosa. In c o rp o ra d o s a su sí, e n tra m o s
y p e rm a n e c e m o s en lo m ás ín tim o d e l ta b e rn á c u lo d e los cielos, en e l
«Santo de los Santos» de la glo ria, en e l p u n to m ás c a n d e n te d e la A lia n ­
z a e te rn a , en la o b la c ió n de M a r í a y Jesús, y re a liz a m o s la e te rn id a d en
eltiempo como acto supremo d e amor. La consagración a María, bien
entendida, no es el pronunciamiento de una fórmula, sino el pronunciamiento
de nosotros mismos, radical y definitivo, como siervos de Dios en María,
incluyéndonos voluntaría y eternamente en el «Sí» de Cristo y de la Virgen.

6. SITUACIONES Q U E G IM EN ESPERANDO NUESTRO «SÍ» A DIOS,


PARA SU PROPIA R ED E N C IÓ N

D ecir sí con María y como María, es hacer presente a Dios y su his­


toria de salvación.
Decir sí elimina los odios y las distancias, y crea vida, reconciliación y
amor oblativo.
D ecir sí es Irradiar no la fuerza del poder, o de la imposición, o del
miedo, sino la de la humildad sincera y de la victimación libre y gozosa en
favor de los hombres.
Decir sí es transformar el mero orden disciplinar, en vivencia del Mis­
terio admirable de Cristo.
Decir sí es elevar el matrimonio de interés, a alianza de am or gozoso
y entrega oblativa.
Decir sí hace de la Iglesia el espacio privilegiado de los hombres libres
que jamás vencen, ni crispan, ni condenan, ni se aprovechan de nadie, sino
que siempre irradian servicio y gratuidad.
D ecir sí hace del pueblo de Dios, no masa pasiva, sino protagonista
celebrante, que ofrece y se ofrece en el templo y en la calle, haciendo rei­
no de Dios en la vida real y social.
Decir sí elimina una vieja devoción mágica a María, que ha espantado a
muchos de la fe, que pretende apoderarse de lo divino en beneficio pro­
pio, y la venera siempre asociada a Cristo y a su plan de gracia y de salva­
ción, alumbrando historia y vida verdaderas.

7. PARA LA O R A C IÓ N PR O FU N D A

En tus situaciones personales, eclesiales, sociales, buenas o compro­


metidas, di de corazón, desde el interior de la vida real, con María:

HE A Q U Í LA ESCLAVA DEL SEÑOR:


HÁGASE EN Mí SEGÚN T U PALABRA. (
El Abad de Montserrat, padre Josep M. Soler, dice
en el prólogo a este libro: “ Lo que me parece
digno de mención en esta obra, y lo que le con­
fiere además un sello especial, es el papel central
que concede al misterio de Cristo, tal como se
despliega a lo largo del año litúrgico... El año
litúrgico es presentado y concebido como el
medio en el cual, y por el cual, la Iglesia nos pone
en contacto con Cristo resucitado en estos ú lti­
mos tiempos -según el dicho del A p ó sto l-, que
son los que nos toca vivir... La experiencia de
vida cristiana, que se va fraguando por medio de
la celebración asidua de la liturgia, asegura un
anclaje firme en el dato de la revelación, en el
realismo de la encarnación, de la cruz y de la
resurrección, y al mismo tiempo incorpora todos
los resortes de nuestra personalidad, desde la
inteligencia a la sensibilidad” .

El contenido de este libro — dirigido a sacerdo­


tes, catequistas y grupos de búsqueda y form a­
ción en la fe— se refiere a la santidad y magiste­
rio estructurantes de la Iglesia de todos los tiem ­
pos. Señala el fundamento insustituible de toda
acción misionera y catecumenal que pretenda
unir tradición y hodiernidad, fe y cultura, inteli­
gencia y vivencia, persona y comunidad.

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