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VIVIR EL AÑ O LITÚRGICO
LA REPRODUCCIÓN, A LO VIVO,
DE CRISTO EN LA COM UNID AD
D O C U M EN T O BASE
DEL CATECUMENADO «RE-VI-BE»
Herder
© 2002, Empresa Editorial Herder, S.A., Barcelona
+ Josep M. Soler
Abad de Montserrat
SUMARIO
Primera parte
El método RE-VI-BE
Segunda parte
En los fundamentos del Año Litúrgico
Tercera parte
Los tiempos del Año Litúrgico
I. Ciclo Adviento-Navidad
EL M É T O D O «REVIBE»
(Renovación-vida-Berit)
1. DEN O M IN A CIÓ N
2. OBJETIVO FUNDAMENTAL
3. PROCESO M ETO D O LÓ G IC O
5. M ED IO S
6. DURACIÓN DE LA EXPERIENCIA
1. Encuentros fuertes:
a) La fe como encuentro con la Asamblea-Comunidad.
b) La fe como encuentro con el Domingo cristiano.
c) La fe como encuentro vivo y permanente con el Dios personal: la
oración.
d) La fe como encuentro con Dios nuestro Padre.
e) La fe como encuentro con el Misterio de Cristo.
f) La fe como experiencia del Espíritu Santo.
2. Las Entregas
a) El Credo.
b) El Padrenuestro.
c) Las bienaventuranzas.
d) La Cruz.
3. Los compromisos
a) La fe como presencia responsable en la Historia de la Salvación.
b) La fe como salida de sí y entrega radical a Dios y su Plan.
c) La fe como purificación profunda del corazón: hacia una desvela
ción de nuestro inconsciente histórico.
d) La fe como conversión personal integral: ética, social, evangéli
ca.
e) La fe como comunión eclesial: saber relacionarse y comunicarse en
gratuidad.
f) La fe como presencia responsable en la comunidad social, cultu
ral y política.
g) La fe como realización humanizadora y liberadora del trabajo.
f ) La fe como comunicación de bienes: organización solidaria de la
economía personal y familiar.
a) Antes de la reunión
— Haber leído y estudiado el tema que se va a tratar, elegido bien del
tiempo litúrgico, bien de los temas fundamentales de la vida cris
tiana, con las preguntas respectivas para la animación del diálogo,
bien de alguno de los exámenes.
— Tener bien precisado el objetivo que se intenta mediante la asi
milación del tema.
— El orden detallado de los otros puntos que van a ser tratados.
— Tener presentes los materiales, leerlos, meditarlos, orar con ellos.
— Conocer perfectamente el día, hora, lugar de la reunión.
— Certeza de que todos están convocados y de que todos van a par
ticipar activamente.
b) Durante la reunión
— Para comenzar la reunión será bueno haber intuido y determina
do previamente lo que va mejor al grupo. Puede ser un miembro
del grupo, distinto cada día, quien prepare la ambientación median
te un salmo, una oración, un texto, una invocación, un silencio...
— Uno, por turno, presenta el tema, precisando de qué se trata y cuál
es su objetivo.
— Cada uno va exponiendo cómo es su experiencia personal en rela
ción con el tema. Describe cómo lo entiende, por qué es así, en qué
sentido le afecta, cómo vive esa realidad y por qué la vive así, en
qué aspectos el estudio del tema ha hecho progresar sus conoci
mientos y vivencias anteriores y también, qué es lo que no com
prende o le tiene bloqueado y por qué. Naturalmente, todos deben
orientar su comunicación a esbozar una nueva conciencia y las nue
vas vivencias a las que debe conducir la nueva luz.
— Es preciso que se llegue a tomar decisiones: qué, por qué y para
qué, dónde, cómo y cuándo.
— Al tener claras las decisiones, o ante la experiencia de gozo com
partido por la comunicación de experiencias profundas, o también
de posibles oscuridades y bloqueos, es preciso tener unos minutos
de oración comunitaria. En ella cada uno da gracias, pide, o se
expresa según el Espíritu le indica. Si el clima es de fe, la oración
nacerá con naturalidad.
— Otros temas de la reunión.
— Lectura del evangelio del próximo domingo o día festivo, hacien
do al final de la misma un brevísimo y respetuoso silencio. Si el
grupo lo prefiere, puede hacer la oración después de la lectura del
evangelio, en lugar de hacerla después de haber tratado el tema.
— Es preciso que todos asimilen pronto y en profundidad un gran
objetivo del m étodo que pretende no sólo ayudar a saber, sino
impulsar a ser y hacer; poner al descubierto nuestra experiencia
cristiana, tal como la estamos viviendo, para situarla tal como la
debemos vivir.
Todo esto requiere una autodisciplina seria para saber escuchar,
saber expresamos con confianza, intentar comunicarnos con sen
cillez.
c) Después de la reunión
— Al finalizar es muy útil hacer una evaluación de la reunión: si fue
bien, o mal, por qué.
— Qué habrá que tener en cuenta para las próximas reuniones.
3. Resultará muy provechoso para todos que sepamos describir nues
tra forma de hacer oración, analizarla con sinceridad en su desarrollo y en
sus consecuencias, ver hasta qué punto la oración nos puede y nos trans
forma. Es muy recomendable tener en cuenta los métodos de oración evan
gélica que se describen en el tema de este volumen, «¿Por qué y cómo
orar con la palabra de Dios al ritm o del año litúrgico?», para familiari
zarnos con ellos, especialmente los que enseñan, como se dice en cada
uno de ellos, a
— acoger el texto, comulgar con él, irradiarlo,
— o, salir de mí, ir a ti, todo en ti, nuevo por ti.
Es necesario poner el acento no sólo en lo que cada uno hace, sino en
lo que Dios hace en cada uno cuando nos abrimos a su luz y su fuerza.
5. Hay que tener un gran respeto a los otros. Es necesario que todos
participen por igual.
Nadie debe im poner nada a nadie. Las correcciones o aclaraciones
hay que ofrecerlas al contrastar la aportación de cada uno, con sencillez y
alegría, o cuando uno pide expresamente la aclaración.
ADVERTENCIAS
SOBRE EL USO DE LOS MATERIALES
1. ADVERTIR LA PRESENCIA
Y HACERLA EXPERIENCIA
3. UN GIRO COPERNICANO:
DE LAS DEVOCIONES POPULARES
A UNA ESPIRITUALIDAD CRISTOCÉNTRICA
4. MINISTERIO JERÁRQUICO
Y NUEVA EVANGELIZACIÓN
Querido amigo:
Bienvenido al RE-VI-BE.
¡Entra dentro!
Muchos están haciendo este camino
y se sienten inmensamente gozosos y alegres.
Y tú ¿por qué no?
Segunda parte
E N LOS F U N D A M E N T O S
DEL A Ñ O L ITÚ R G IC O
1. HACIA EL ENCUENTRO Y
LA EXPERIENCIA DE DIOS
OBJETIVOS
La gran desgracia para un cristiano es que no haya sabido pasar más allá
de las verdades y las normas, del ambiente y de la costumbre, y que no haya
realizado nunca la experiencia personal de Dios. Que Dios sólo haya entra
do en él como concepto e imagen, como simple reflejo cultural de la fe. Pero
no como es en sí.
Se trata de una percepción profunda capaz de ponernos en un estado
gozoso de mayor unión y comunión con Dios y con los hombres. Aconte
ce cuando hemos llegado a tomar conciencia de la Presencia activa de Dios
dentro de nuestra vida y hemos llegado a sentirla como vocación y llama
da. No es lo mismo comer alimentos que verlos en un escaparate. No es
igual beber agua que conocer la existencia del agua. La diferencia es muy
grande. Al comer y beber, los alimentos no existen en sí mismos, sino en
nosotros y para nosotros. Hacer la experiencia de Dios es percibirlo dentro
de nosotros como Ser Absoluto y Universal, como Verdad, Bondad, Amor,
como Unidad y Com unión suprema en el ser. La experiencia es fruto de
madurez. Indica que la presencia y acción de Dios han tomado relieve en
nosotros y las hemos personalizado, entrando a formar parte de nuestra vida,
de forma que hemos llegado a responder desde nuestra afectividad perso
nal profunda, no simplemente por mera observancia exterior.
La experiencia no se explica: se vive. Como el amor: sólo lo conoce bien
quien ama.
La experiencia no es sólo saber, sino sentir internamente. N o es tener
fuera, sino dentro. Es ser no dos, el otro y yo, sino uno, el otro en mí y yo
en él. No es yuxtaposición, sino fusión y comunión.
Para el apartado a)
¿Tengo alguna experiencia de Dios? ¿Cómo es?
En mi mentalidad ordinaria, acercarme a Dios ¿es crecer, ser más yo
mismo, o por el contrario, equivale a perder libertad y autonomía?
¿Conozco la alegría fundamental, la que procede de un ser unificado
y maduro, o más bien aquélla que viene solamente del exterior, de las diver
siones, de los gustos y satisfacciones materiales?
Para el apartado b)
¿Oro sólo rezos, o más bien he llegado a orar mi vida real?
¿Me dejo afectar por el evangelio y me siento inserto en la oración
de Cristo y de la Iglesia?
O rar, para mí, ¿es caminar, cambiar, madurar, ser otro, identificarme
progresivamente con Cristo?
Para el apartado c)
¿Vivo siempre fuera de mí, en las cosas, o tengo una alta estima de las
relaciones personales, de los valores humanos y del espíritu?
¿Tengo amistades, comunicaciones profundas, referentes a los valores
personales, sociales, espirituales?
¿Tengo talante de líder o señor, o de autónomo e independiente, o
sé más bien compartir todo en igualdad y complementariedad, de forma
que todo sea hecho por todos?
¿Procuro que todos sean más, y lo hago como expresión de mi amor
sincero a Dios y a los otros?
¿Huyo de la amistad, de los grupos, simplemente porque tienen fallos,
o, más bien me siento llamado a corregirlos y superarlos?
Para el apartado d)
¿Me integro en el «hoy» y «aquí» de mi tiempo y lugar, y vivo mi fe
haciéndome responsablemente presente en ellos?
¿Vivo integrado en la creación, la siento como don y gracia, y estoy
comprometido en la bondad y armonía de la naturaleza?
¿Vivo integrado en la convivencia humana, social y cultural, la vivo como
don y gracia, y estoy seriamente comprometido con el bien común?
¿Vivo integrado en la comunidad creyente, la siento como don y gra
cia, y estoy comprometido en la misión apostólica y en la comunión uni
versal?
Para el apartado e)
¿Soy persona abierta o cerrada, intolerante o comprensiva?
¿Estoy detenido en los signos externos, en lo que se ve, o más bien
sé interpretar el lenguaje de los símbolos, llegando a los significados últi
mos, a las realidades transcendentes, que son mucho más reales que las
realidades que se ven?
¿Me relaciono preferentem ente con el Cristo histórico de Nazaret,
acercándome a él con el recuerdo, o me siento m ejor unido al C risto
hoy viviente en los cielos, dejándole ser en mí para reproducir su vida,
sus misterios, su muerte y resurrección?
2. CENTRALIDAD DE LA PALABRA
EN LA VIDA CRISTIANA
OBJETIVOS
IN T R O D U C C IÓ N
I. EL LENGUAJE C O M O M E D IA C IÓ N D E L SER
Este diálogo del ser, este poner en comunión lo íntimo que se es, pre
supone un inmenso respeto al otro en su radical diferencia. Es la diferencia
lo que posibilita que la comunión sea enriquecedora. Lo que tenemos de
más diferente, un yo y un tú que se oponen como totalmente distintos, es
también lo que tenemos de más semejante, pues el tú es el reverso del yo.
La cercanía supone alejamiento. La comunión supone alteridad. Sin embar
go, la diferencia no es un obstáculo, sino la posibilidad de toda realización
personal. Vivimos un universo excesivamente cerrado, de vidas y verdades
impuestas o yuxtapuestas. Pero sólo en el respeto y en la libre apertura pue
de existir comunión.
Accedemos a nuestra condición de sujetos cuando los otros son ver
daderamente otros. Cuando no los absorbemos o anulamos. Para llegar a
ser alguien hay que renunciar a serlo todo, a tenerlo todo de un modo inme
diato. Rechazar esta muerte es perder la vida. Vale aquí la indicación evan
gélica «quien quiera ganar su vida la perderá, pero quien consienta en per
derla la ganará» (Jn 12,25). Una vez más decimos: no se puede anular al
hombre, ser excesivamente rígidos, dogmáticos, cerrados. No se le puede
dar todo hecho. El néctar del evangelio es un profundo respeto para no tra
tarle como objeto, como un eterno menor. Dios, la vida, el hombre, la his
toria, son abiertos. Es muriendo a sí mismo, al egoísmo, como uno encuen
tra la vida. Es una ley escrita en la entraña del ser humano. La conquista de
la condición humana, de la libertad, no se hace de golpe y expoliando, de
una vez por todas. La verdad del sujeto nunca es poseer a nadie, ejercer
un poder totalitario, intentar poner a los otros, por la fuerza o la obligación,
en un pretendido estadio final, de perfección y de orden. La verdad del suje
to es estar en camino, respetando la alteridad, la falta, la diferencia. Es irre
al un mundo cerrado, acabado, ordenado. No puedo imponer por la fuer
za que el otro lo tenga todo. El deseo excesivo, ambicioso, de dominarlo
todo, es profundamente falso y engañador. Es mentiroso el hombre lleno
de sí mismo, ambicioso, ebrio de poder. El mundo real no es el que existe
en su mente, engañada y engañosa. La verdad de la vida, del hombre, es el
otro, respetado siempre en la falta, en la diferencia. La relación no es correc
ta mientras que uno no consiente en la falta como lo más inherente al ser
personal. La verdadera comunicación presupone respetar al otro como ver
daderamente otro. Como un ser abierto y siempre distinto.
Entramos en el mundo de Dios saliendo del orden del poder y del inte
rés y entrando en el la gracia o gratuidad. Vivir en clave de poder, y no de
respeto o de igualdad fundamental, es negar la característica más distinti
va de la vida cristiana. El imperialismo del poder, o del valor, o de lo útil,
es negación de fe. Ser y expresarse como cristianos es ser gratuitos. Es un
darse, hacerse presente al otro, sin absorberle, reconociéndole verdadera
mente distinto y otro.
Todo en nosotros ha sido y está siendo recibido. Es puro don. Y uno
beneficia al otro no ya cuando lo llena de cosas, de objetos gratuitos, sino
cuando despierta su capacidad libre y personal de ser contradón, de ser res
puesta en el reconocimiento y gratuidad. La gracia no es sólo el don que
se da, sino la capacidad de convertir al donado en un tú pleno y respón
deme. Es la respuesta de amor. La gracia es gracia cuando el otro es más «el
otro», cuando es un «tú» inalienable. El intercambio más valioso es el sim
bólico, el que va más allá del interés y entra en el m undo de lo personal
abriéndole a un intercambio profundo y progresivo.
3. EL LENGUAJE DE LO TRANSCENDENTE:
LOS SIGNOS Y SÍMBOLOS
5. LA PALABRA DE DIOS
DESDE LA ASCENSIÓN-PENTECOSTÉS
HASTA LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO
Así pues, el cristianismo aparece como un gran sistema solar del que
la eucaristía es el centro. Observemos:
Seguimos siendo la religión del libro santo. Cristo, Verbo del Padre,
permanece siempre con nosotros como Alfa y Omega, Principio y Fin.
Él nos dijo que sin él nada podríamos hacer (Jn 15,4-5). La Iglesia es
esencialmente cristocéntrica. En todos, principalm ente en los agentes
ministeriales de la palabra, ha de nacer con fuerza una nueva conciencia:
Dios nos habla aquí y hoy. El Espíritu que inspiró las Escrituras, inspi
ra ahora la misma palabra para insertarla «dentro», en el corazón de cada
uno. La escucha y acogida de la palabra es la máxima realización de la
misma palabra. La recepción de la palabra pertenece a la esencialidad mis
ma de la revelación. El gran mensaje no es que Dios habla, sino que Dios
habla a los hombres. Esto implica, en los ministros de la palabra, la exi
gencia de personalizar a Cristo despersonalizándose ellos mismos, con
gelando su propio yo individual. Lo que a los hombres interesa en el sacer
dote es Cristo que dijo que permanecería con los apóstoles hasta el fin de
los tiempos. No es que el sacerdote deba despojarse de sí mismo en sen
tido humano. La vocación asume al hombre concreto e integral, con su
tiempo y sus circunstancias concretas. Pero el sacerdote no sucede ni
suplanta a Cristo. Es signo de su presencia. Su razón de ser es ser pura
referencia.
Es preciso que el sacerdote respete siempre las lecturas sagradas y haga
respetar los salmos responsoriales. Sólo Dios habla bien de Dios y sólo Dios
habla bien a Dios. La palabra no es sólo una función eclesiástica, sino evan
gélica y divina. No es lo mismo predicar en la misa que predicar la misa.
Según pide el directorio del misal, no se puede confundir la homilía con
textos de concilios, de encíclicas, de exhortaciones pastorales. Mucho menos,
con textos de autores profanos.
El sacerdote, el catequista, han de tener un buen sentido de los diferentes
niveles de intensidad de la palabra de Dios. La formación catequética y teo
lógica ha de estar claramente orientada a ayudar a participar de la palabra
litúrgica. La formación debe llevar a la iniciación. Y la iniciación debe cul
minar en la introducción plena en el misterio eucarístico. La catcquesis ha
de conducir a la Biblia y la formación bíblica debe concluir en la liturgia que
es el lugar donde el documento se convierte en el acontecimiento de la pala
bra viva y eterna de Dios que ama a cada hombre, que quiere hablar a todos
y a cada uno de ellos. Los procesos formativos que se quedan en las encues
tas sociológicas, en satisfacer los simples deseos de las bases, pueden tener el
peligro de bloquear el acceso directo a la palabra de Dios, abandonando a
los fieles en el pórtico exterior del misterio. Dios ya ha hablado. La esencia
de la palabra de Dios es la iniciativa divina. Y la esencia de la vida cristiana
es responder. El hombre sólo existe en la respuesta.
OBJETIVOS
I. EL D O M IN G O A C T U A L ,
U N N U D O D E C O N T R A D IC C IO N E S
II. EL D O M IN G O E N LA T R A D IC IÓ N B ÍB L IC A Y ECLESIAL
f f l . SIG N IF IC A D O T E O L Ó G IC O Y U T Ü R G IC O
D E L D O M IN G O
2. EL D O M IN G O , DÍA DE LA IGLESIA
El domingo no es sólo día del Señor. Es también día del cristiano y día
del hombre. No es sólo tiempo para Dios. Es también tiempo para el hom
bre. El domingo, en su naturaleza profunda, está en función del hombre,
al servicio de su liberación y de su dignidad. En ese día el cristiano vive,
densa e intensamente, los grandes valores que configuran su vida y le dan
sentido y consistencia.
4. EL GRAN D O M IN G O DE UN AÑO:
EL NACIM IENTO DEL AÑO LITÚRGICO
IV . LO S G R A N D E S SIG N O S D E L D O M IN G O
1. LA ASAMBLEA
2. LA PALABRA DE DIOS
3. LA EUCARISTÍA
En las narraciones de los encuentros del Resucitado con los suyos casi
nunca falta una referencia a la comida. En cualquier caso, la experiencia
pascual de los primeros discípulos marcó profundamente su comprensión
de la eucaristía y la vinculó decisivamente a la celebración del domingo. La
conexión del domingo con la eucaristía se mantuvo desde los orígenes mis
mos en todas partes. Y desde entonces, «el domingo, día del Señor, es el día
principal de la celebración de la eucaristía» (Cat. Univer. 1193).
El hecho contaba con una fuerte tradición. En aquella asamblea del
Sinaí, el pueblo que vivió el trance de la pascua histórica original, conclu
yó con el rito sacrificial de la sangre, que luego se convirtió en banquete de
comunión de los salvados. La comunidad de Israel lo conmemora en la cena
pascual anual. El rito era figura y profecía de la nueva pascua de Cristo, cor
dero de Dios, establecida en su propia sangre. Él nos dio su cuerpo y su san
gre como comida y bebida y mandó hacer aquello en memoria suya. Así
la pascua de Jesús se convirtió en la pascua de la Iglesia, mediante la cual
también nosotros «pasamos de la muerte a la vida» (Cf Jn 5,24; 1 Jn 3,14).
La eucaristía es la cruz hecha posible gracias a la institución de la cena.
Es el memorial del Señor, que él mismo representa y actualiza para incor
porar nuestro sacrificio al suyo. Lo que ayer fue historia pasa al memorial y
hoy se actualiza en misterio. El sacrificio de Cristo, su muerte y resurrec
ción, gozan de un elemento de perennidad por el cual hoy se hacen pre
sentes, reales, no como recuerdo, sino como acontecimiento. Se da verda
dera comunión. La eucaristía es el sacramento de la comunión por excelencia.
No sólo nos pone en contacto con Cristo, pan y vida, sino con los miste
rios de su vida, con su acto redentor. Ayer vivió él su sacrificio. Hoy lo vive
con nosotros. La perenne actualidad del sacrificio es uno de los datos de
fe más asombrosos de la transmisión de la fe. Hoy es pascua del Señor. Hoy
Cristo muere y resucita en nosotros. Se da una verdadera hodiernidad del
acontecimiento pascual. La Iglesia debe apropiarse el sacrificio de Cristo.
Debe incorporarse plenamente a él, haciendo lo que él mismo hizo. Si Cris
to es sacerdote, todo el pueblo es sacerdote con él. Si Cristo es la víctima,
todo el pueblo ha de inmolarse con él y en él. Ahora es la Iglesia, cuerpo
místico de Cristo, el sujeto de esta participación activa. Un sano discerni
miento profético debería ayudarnos a sacar la eucaristía dominical de la ruti
na del mero cumplimiento legal, para vivirla como oblación real por la sal
vación efectiva del mundo en el mismo contexto de sus problemas reales.
La eucaristía, así vivida, manifiesta como nada la identidad misma de la Igle
sia. «La principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación
activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgi
cas, particularmente en la misma eucaristía, en una misma oración, junto
al único altar, donde preside el obispo rodeado de su presbiterio y minis
tros» (SC 41). La liturgia, que es la expresión principal de la fe, nos dice,
y lo repite el concilio, que mediante ella «se ejerce la obra de nuestra reden
ción» (Secreta, dom. 9, SC 2). El mismo concilio, en palabras de San León
Magno nos recuerda que «la participación del cuerpo y de la sangre de Cris
to hace que pasemos a ser aquello que recibimos» (LG 26).
La eucaristía está fuertemente vinculada al domingo. Y el domingo, por
lo mismo, es día de reconciliación, de fraternidad, de renovación del m un
do en la justicia y caridad, según el proyecto de Dios. San Pablo nos recuer
da que una eucaristía con discordias y desigualdades «ya no es celebrar la
cena del Señor» (lC or 11,20). Santiago amonesta sobre el trato preferen-
cial a los pobres en las asambleas litúrgicas (2,1-4). La Didascalia de los
Apóstoles, del siglo III, comentando a Santiago, dice que si entra un rico en
la asamblea, el obispo no debe moverse, pues ya lo atenderán los demás
miembros de la comunidad, mientras que si entra un pobre y no tiene asien
to, que el obispo le ceda el suyo y él se siente en el suelo si es necesario. Nada
tiene esto de extraño. El Concilio da la clave de interpretación cuando
nos recuerda que la Iglesia «reconoce en los pobres y en los que sufren la
imagen de su íúndador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus nece
sidades y procura servir en ellos a Cristo» (LG 8).
La eucaristía del domingo irradia la vida nueva de la resurrección al
mundo entero. Para ello la eucaristía hace referencia esencial a la vida real,
como salvación y redención universal. No deja de ser una sospecha de cobar
día, de espiritualidad falsa y desencarnada, relegar el significado espiritual,
real, del sacrificio de Cristo a lo privado y oculto, y resaltar únicamente la
fidelidad a los pequeños ritos. La eucaristía dominical de la comunidad cris
tiana es la presencia de Cristo hoy, en nuestro mundo, y la actualidad ple
na de su sacrificio en nuestro contexto social. Y es precisamente la asamblea
la que debe encarnar, visibilizar, testificar personal y socialmente el conte
nido y significado sagrado, intangible, del sacrificio de Jesús.
Es preciso saber pasar de la misa entendida como acto religioso indivi
dual hacia una eucaristía verdaderamente comunitaria. De un asunto que
concierne fundamentalmente al clero que «dice» la misa mientras los demás
«la oyen», a una celebración vivida por todos de manera activa e inteligen
te. De un esmero ritual puntilloso, al compromiso de encarnar el sacrificio
de Cristo, y de toda la asamblea, en el núcleo del mal y del egoísmo indivi
dual y colectivo. En la línea de la reconciliación, de la adoración, de la vic
timación de amor por los demás, de un amor sacrificado hasta el extremo,
toda la comunidad es, con Cristo y en él, sacerdocio y sacrificio a la vez.
4. EL AM OR FRATERNO
5. EL DESCANSO
6. FIESTA Y ALEGRÍA
V. V IV IR S E G Ú N EL D O M IN G O
La celebración del domingo ha de ser para los cristianos una fuerte expe
riencia de salvación en Cristo, en todas sus dimensiones. Lejos de repre
sentar una evasión de la vida y del mundo, ha de estar perfectamente ensam
blada con los demás días de la semana, con toda la existencia del cristiano,
y ha de encontrar una positiva traducción social en consonancia con su con
dición de «ser-en-el-mundo».
Es cierto que el domingo cristiano supone ruptura con lo cotidiano:
el descanso, la fiesta, las diversiones, el vestido, la comida... Pero esto no
significa que el domingo aísle a los cristianos en un recinto sacro. Una cele
bración extraña a la vida real sería alienante y deshumanizante. El domin
go lleva en su propia entraña un nuevo modo de ser en el m undo y en la
historia. Celebrar la pascua es impregnar de salvación la historia humana.
Por ello, la misma celebración ha de hacerse eco solidariamente de los com
bates, anhelos, tristezas, alegrías, problemas y necesidades, tanto de la pro
pia comunidad y pueblo o ciudad en que radica, como de la humanidad
entera. A ello debe servir la homilía, que es esencialmente un puente entre
el misterio que se celebra, y que las lecturas proclaman, y la comunidad con
creta celebrante. Las oraciones de los fieles, las colectas especiales, etc., deben
reflejar también esta inserción de la comunidad en la vida real.
En consecuencia, el domingo no se circunscribe al tiempo que dura su
celebración. Debe transfigurar la semana y la vida entera. Celebrar la vida
es vivirla en plenitud. Celebrar la pascua es sanar y salvar la vida real del mal
y de la corrupción, encarnando la gracia y el amor en el lenguaje y en los
hechos reales de cada día y de cada ocupación. La pascua es esencialmente
un nuevo estilo de vida en conformidad con el modelo, Cristo, el hombre
libre, solidario, entregado, festivo, esperanzado... Vivir según el domingo
es un verdadero programa de vida.
La eucaristía dominical concluye con el gesto del envío. La comunidad
es enviada a la sociedad como fermento de valores evangélicos y pascuales.
H a de ser testigo de lo que vive. La vida cristiana, en su fondo último, es
«dar testimonio de la resurrección de Jesús con gran energía» (Act 4,33).
Todo el pueblo es enviado y misionero. «La fe se fortalece dándose» (Red.
Mis. Juan Pablo II, 2). «La Iglesia camina con toda la humanidad y com
parte la suerte terrena del mundo» (GS 40). El mundo del domingo cris
tiano está dominado por la paz, la justicia, la solidaridad, la fraternidad sin
cera. En él se comparte el pan y la esperanza. La transformación que comporta
la eucaristía, en los elementos eucarísticos, y en la comunidad celebrante,
anticipa «los cielos nuevos y la tierra nueva en que habita la justicia» (2 Pe
3,13). Por ello la vida del cristiano ha de ser radicalmente redención de la
insolidaridad, de la corrupción, del egoísmo, de los estrechos particularis
mos personales, grupales, nacionales y sociales. El domingo celebra, en su
esencia más profunda, la cruz de Cristo, es decir, su entrega, su gratuidad
más incondicionada, su amor más solidario. La eucaristía, que actualiza la
cruz en los cristianos, es la participación de la comunidad en el sacerdocio
y sacrificio de Cristo, la plena encarnación histórica del misterio pascual.
La identidad cristiana, y la de las celebraciones de la fe, está en saber testi
ficar la eucaristía como el amor más incondicionado de una comunidad que
llega a hacer de todos los hombres, incluidos los alejados y enemigos, comen
sales y concorpóreos de su propia historia, de su pan y de su vida.
PREGUNTAS PARA LA A N IM A C IÓ N DEL D IÁ L O G O EN GRUPO
OBJETIVOS
PREGUNTAS PARA LA A N IM A C IÓ N
DEL D IÁ L O G O EN G RUPO
1. LA ORACIÓN C O M O REALIZACIÓN
FUNDAMENTAL DEL SER
Orar es intercambiar el ser, ser más, ser del todo. Al orar, el creyente se
hace más él mismo respondiendo, haciéndose respuesta. Si Cristo es la pala
bra que Dios nos dice, y el pan que se nos entrega, es evidente que hay que
saber acoger a Cristo en el momento y forma que él se dice y se da. Ésta es
la peculiaridad singular del año litúrgico. En él Cristo nos dice su vida, des
de el nacimiento hasta Pentecostés. Las fiestas contienen la realidad misma
que conmemoran: la vida de Cristo, los misterios de su vida. Cristo no
oró rezos, oró su vida. Su oración fue la oblación de sí mismo.
Cuando el evangelio proclama los misterios de la vida de Cristo, esos
misterios se nos comunican en la forma que la palabra dice. La consagra
ción del pan, cuerpo eucarístico, y la consagración de la asamblea como
cuerpo místico del Señor, se hace en la forma que las lecturas proclaman.
La palabra del Señor es eficaz, hace lo que dice. En este sentido, el año litúr
gico no es pura pedagogía: es la reproducción a lo vivo, de la vida del Señor
en nosotros. No es sólo recuerdo y memoria. «Conmemorando así los mis
terios de la redención,... en cierto modo se hacen presentes en todo tiempo
para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos» (SC 102). El
año litúrgico es Cristo mismo acuñando a su comunidad, configurándola
a su imagen. Las fiestas de la vida de Cristo son fiestas de la comunidad y
en la comunidad. Son nuestra Navidad en Cristo, nuestra pascua y Pente
costés en él.
Por ello es de importancia trascendental oír la palabra, acogerla, comul
garla, en el momento sagrado en el que es pronunciada, en el instante pri
vilegiado en el que está haciendo lo que dice, cuando proclama presente y
actual la persona y la pascua del Señor precisamente para que sean partici
pados.
Entonces, orar es acoger, comulgar, identificarse con él. Es un sinsen-
tido profundo no valorar este proceso a la hora de plantear la iniciación o
maduración de la vida cristiana en la comunidad. Organizar la formación
a la carta, siguiendo la iniciativa caprichosa de personas o grupos, y omi
tiendo la formación de Cristo en la comunidad, tal como la ofrece la Igle
sia en el cauce del año litúrgico, es un grave despropósito pastoral. Es evi
dente que tiene im portancia la búsqueda creyente de cada uno. Pero el
camino hacia Cristo sólo lo hace él y la iglesia. Y ya está hecho. La Iglesia
apostólica, la de los Padres, «la de siempre y la de todos los lugares», lo han
configurado. No tiene sentido la arbitrariedad. Las sendas van donde van,
no donde nosotros queremos. Y esto tiene una enorme importancia pas
toral. Sería una contradicción injustificable expresar grave indignación ante
el incumplimiento de normas disciplinares «de segundo rango» (Juan Pablo
I), y mostrar despreocupación cuando se trata de perfilar o establecer el
camino hacia Cristo, el de una verdadera iniciación cristiana.
No es lo mismo orar según métodos y enseñanzas de testigos particu
lares de la oración que orar con la palabra del Señor cuando ésta se pro
duce como viniendo de él. Es como «hablar cara a cara». Hay vidas cris
tianas que caminan por sendas privadas. Hay otras que hacen el camino de
Cristo, el de su vida y misterios, el de su evangelio y el de su sacrificio,
hechos memorial plenamente actual. Hay aquí un problema de identidad.
Nada hay superior al hecho de responder a Dios cuando él mismo habla.
Nada hay tan sublime como asentir, acoger, identificarse, comulgar cuan
do él mismo está obrando, formando su imagen en nosotros. Cristo nos
dice su vida, se nos dice él mismo. Entonces, orar es ser él. Transformar
nos en él. «Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como
en un espejo la imagen del Señor, nos vamos transformando en esa misma
imagen cada vez más gloriosos, conforme a la acción del Señor, que es Espí
ritu» (2 Cor 3,18). «A los que de antemano conoció, también los predes
tinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito
de muchos hermanos» (Rom 8,29). «Del mismo modo que hemos reves
tido la imagen del hombre terreno, revestiremos también la imagen del
celeste» (1 Cor 15,49).
I. O R A R ES EXISTIR EN SU A M O R
4. LA O R A C IÓ N : U N FUERTE TR A N C E
DE T R A N S F O R M A C IÓ N
O R A C IÓ N :
U N A EXPERIENCIA FUERTE
I. LAS TR E S V E N ID A S D E C R IST O
1. EL MISTERIO DE LA LITURGIA
III. LO S G R A N D E S T E ST IG O S D E L A D V IE N T O
La venida de Cristo fue anunciada por Isaías, señalada por Juan el Bau
tista, acogida con fidelidad ejemplar por María. Estos tres personajes domi
nan el tiempo del Adviento.
San Jerónimo llama a Isaías «el evangelista del Antiguo Testamento».
Habló con claridad de la venida del Mesías y de los momentos importan
tes de su vida: su origen humano y divino, su nacimiento de una virgen, sus
sufrimientos, su muerte, su glorificación y la difusión de su reino en la
tierra. Sacudió enérgicamente la conciencia de su pueblo que se había olvi
dado de Dios, exigió pureza de corazón, fue el maestro espiritual del Advien
to judío. Como muestra, transcribimos este texto bellísimo referente al futu
ro reino mesiánico:
«¡Levántate y resplandece, pues ha llegado tu luz, y la gloria de Yahveh
ha amanecido sobre ti! Pues mira cómo la oscuridad cubre la tierra y espe
sa nube a los pueblos. Mas sobre ti amanece Yahveh y su gloria aparece sobre
ti. Caminarán las naciones a tu luz y los reyes al resplandor de tu albo
rada.
Alza los ojos en torno y mira: todos se reúnen y vienen a ti. Tus hijos
vienen de lejos, y tus hijas son llevadas en brazos. Tú, entonces, al verlo,
te pondrás radiante, se estremecerá y ensanchará tu corazón, porque ven
drán a ti los tesoros del mar, las riquezas de las naciones vendrán a ti...
Hijos de extranjeros construirán tus muros y sus reyes se pondrán a
tu servicio, porque en mi cólera te herí, pero en mi benevolencia he teni
do compasión de ti...
En vez de estar tú abandonada, aborrecida y desamparada, yo te con
vertiré en lozanía eterna, gozo de siglos y siglos.
Te nutrirás con la leche de las naciones, con las riquezas de los reyes
serás amamantada, y sabrás que yo soy Yahveh tu Salvador, el que rescata,
el Fuerte de Jacob.
En vez de bronce traeré oro, en vez de hierro traeré plata, en vez de
madera bronce, y en vez de piedras hierro. Te pondré como gobernante la
paz, y por gobierno la justicia.
No se oirá más hablar de violencia en tu tierra ni de despojo o que
branto en tus fronteras, antes llamarás a tus murallas «Salvación» y a tus
puertas «Alabanza».
No será para ti ya nunca más el sol luz del día ni el resplandor de la luna
te alumbrará de noche, sino que tendrás a Yahveh por luz eterna, y a tu
Dios por tu hermosura. No se pondrá jamás tu sol, ni tu luna menguará, pues
Yahveh será para ti luz eterna, y se habrán acabado los días de tu luto» (Is 60).
«Abrid camino a Yahveh en el desierto; trazad en la estepa una calza
da recta a nuestro Dios. Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro
rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie. Porque se va a
mostrar la gloria de Yahveh y toda criatura a una la verá» (ls 40,3-5).
Isaías es el vidente de la majestad divina, el defensor de la independencia
de Israel frente a los poderes extranjeros, el heraldo del mesianismo glo
rioso, el que anuncia al Príncipe de la Justicia y de la Paz (capítulos del 7 al
11), el triunfo universal de Jerusalén capital de todas las naciones (capítu
los 2 y 60-62). Isaías nos presenta el resplandor del Reino, la magnificen
cia de los dones divinos sobre el niño misterioso.
Para impregnarse del espíritu del Adviento es conveniente leer deteni
damente desde el capítulo 40 al 45 de Isaías. Así como rezar con los salmos
23 y del 71 al 79. Las antífonas llamadas de la «O», en las vísperas del 17 al
23 de diciembre, tienen reminiscencias del profeta.
2. JUAN EL BAUTISTA
«Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino
como testigo para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él.
No era él la luz, sino que vino a dar testimonio de la luz» (Jn 1,6-8). «Y
tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues tú ¡ras delante del Señor
para preparar sus caminos... para iluminar a los que están sentados en tinie
blas y en sombras de muerte, para enderezar nuestros pasos por el camino
de la paz» (Le 1,76-79).
Juan el Bautista es el último de los profetas que resume en su persona
y en su palabra toda la historia anterior. (Cf Mateo 3, Lucas 3, y Marcos 1).
Juan aparece en el evangelio del segundo, tercero y cuarto domingo del
Adviento. Si los profetas nos dicen cómo será el Mesías, Juan el Bautista
nos dice quién es el Mesías. Isaías habla de aquél que vendrá. El Bautista
señala a aquél que ya ha venido. La predicación del Bautista está llena de
reminiscencias de Isaías. El «Benedictus» es el himno de la luz, el cántico
sublime que toma los grandes temas de la espera mesiánica de Israel, y de
su segura realización, gracias a la misericordia divina (Le 1,68-79). Por ello
se recita todos los días en laudes, por la mañana, cuando amanece el sol,
símbolo de la venida y resurrección de Cristo. En una sola venida, el Bau
tista nos anuncia la triple venida,
la histórica: «Detrás de mí viene el que es mayor que yo» (Me 1,7);
la misteriosa o de gracia: «Convertios, porque ha llegado el reino de
los cielos» (Mt 3,2);
la gloriosa y final: «Ya el hacha esta en la raíz del árbol» (Mt 3,10).
Juan es modelo de austeridad y de sentimientos de ardiente es
pera.
María es la gran figura del Adviento. Ella vivió el mejor Adviento des
de la anunciación al nacimiento de Jesús. En María culmina la espera de
Israel. El Espíritu Santo le abrió a la acción de Dios. María fue llena de gra
cia para vivir intensamente la intimidad divina: «El Señor está contigo» (Le
1,28). Esta presencia es su identidad. Es la fiel acogedora de la Palabra hecha
carne. Su propia sangre fue la de Cristo. María es Jesús comenzado. Ella
hizo posible la primera Navidad y es modelo y cauce para todas las veni
das de Dios a los hombres. Es tipo y madre de la Iglesia. Ella es el cumpli
miento de las profecías, resumidas en aquellas sublimes palabras: «Conce
birás y darás a luz un hijo... El será grande... y le dará el Señor Dios el trono
de David, su padre, y reinará sobre la Casa de Jacob por los siglos, y su
reino no tendrá fin» (Le 1,31-33).
La Virgen María es ejemplo de espera mesiánica por su sencillez, recti
tud, humildad, reconocimiento agradecido. Fue total en el amor a Dios. Su
cántico del Magníficat, que se recita todas las tardes en las vísperas, es la
acción de gracias por la gran intervención de Dios en la historia de Israel
y de la humanidad. El «Adviento» es el tiempo mañano por excelencia. Ella
es la mejor preparación y consumación del Misterio cristiano. Por su fide
lidad, ella es el modelo y tipo de la Iglesia.
IV . LA C EL EBR A C IÓ N D E L A D V IE N T O
Lo primero que hizo Dios fue la luz, signo de su presencia (Gén 1,3-5).
Dios aparece a los hombres en forma de luz, en la zarza ardiendo (Ex 3,1-7),
como relámpago (Ex 19,16-18), como una claridad (Ex 40,34,38), o como
una columna luminosa (Ex 14,19-31). Las tinieblas representan al pecado (Is
59,9-20; Job 3,4-9). Toda la moral cristiana consiste en pasar de las sombras
de la muerte, que es el pecado, a la luz, que es la gracia. La conversión es la gran
exigencia del Adviento (Act 26,17-18; M t 5,13-16). Isaías aporta con fuerza
los temas de la luz en el Adviento. La renovación de Jerusalén, 62,1-12; tema
del despertar, 52,1-6; preparación a la Epifanía, 60,1-6; lectura de la misa de
noche de Navidad, 9,2-7. El Bautista es prototipo de austeridad y profeta de la
conversión: «Convertios porque está cerca el Reino de los cielos... Preparad el
camino al Señor, allanad sus senderos... Dad el fruto que pide la conversión...
(Mt 3,1-12). «Vino la palabra de Dios sobre Juan... y recorrió toda la comar
ca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los
pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Una
voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elé
vense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece,
lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios» (Le 3,1-6).
Jesucristo es la verdadera luz (Mt 4,13-16; Jn 1,4-10; 3,19-21) que ilu
mina a los que están en tinieblas (Le 1,78-79; 2,29-32), porque ha venci
do al príncipe de la muerte (ljn 2,8-11). Vivir iluminado por Cristo es cre
er en él y permanecer en la caridad.
Navidad y Epifanía son fiestas de la luz. Cristo volverá para iluminar
definitivamente a los hombres; entonces brillará totalmente Jerusalén (Ap
21,23-24; 22,4-5).
Dios hizo una alianza con todos los pueblos representados por la fami
lia de Noé (Gén 9,15-19). Fracasada por culpa de la infidelidad del pueblo,
Dios enviará un libertador que rendirá a las naciones enemigas y hasta las
convertirá (Is 19, 20-22). Es elegido Israel como pueblo singular para una
estrecha alianza (Ex 4,22). De la descendencia de este pueblo nacerá el Mesí
as. Éste no será rey como los demás reyes. El concepto de reino experimenta
un proceso de interiorización y se vaticina un rey espiritual (Is 9,1-6; 11,1-
9). Será un liberador del hombre entero, luchara contra todo el mal y lo
vencerá. Será humilde (Zac 9,9-10), varón de dolores (Is 53,3).
Jesús afirma que la acción del Bautista inaugura la era mesiánica (Le 4,17-
21; Is 61,1-2; 58,6). Jesús vence al demonio en las tentaciones del desierto.
Donde el pueblo fue vencido, el Mesías vence toda tentación (M t 4,1-11).
Jesús sana a los enfermos (Mt 4,23). Rechaza la interpretación de un mesia-
nismo social y político (Jn 6,15; 8,23) y se sitúa en la línea de un mesianis-
mo religioso y paciente (Mt 16,16; 8,29; Le 9,20). Será sacerdote y vícti
ma, pues él mismo se ofrecerá. Vencerá por la fortaleza de un amor llevado
a la victimación. Vencerá victimándose de amor. Será el éxito total del fra
caso social aparente, porque vencerá no por la fuerza, sino mediante un amor
sacrificado, sin límites (Jn 13,1-2). Su muerte será coronada por la resu
rrección (Mt 17,23). Su Reino es el del reconocimiento filial del Padre (Mt
13,43; 16,27-28; 25,31), y a él conducirá a todos los suyos (1 C o rl5 ,2 4 ).
En el Adviento-Navidad esperamos la venida del Mesías con poder para
vencer nuestras enfermedades, nuestra debilidad, nuestro mal. Debemos
acogerlo. Él anticipa con su venida nuestra redención.
5. G O ZO Y ALEGRÍA EN EL SEÑOR
Las plegarías bíblicas, en especial los salmos e himnos, son una res
puesta a la palabra de Dios. Por eso, antes de consignar los salmos, seña
lamos los temas espirituales fuertes de los grandes testigos del adviento a
los que responden los plegarías.
Dios, creador y restaurador del hombre, que has querido que tu hijo,
Palabra eterna, se encarnase en el seno de María siempre virgen, escucha
nuestras súplicas y que Cristo, tu Unigénito, hecho hombre por nosotros,
se digne a imagen suya, transformarnos plenamente en hijos tuyos (Colec
ta 17 de diciembre).
Pastor de Israel,
tú que guías a José como a un rebaño,
resplandece ante Efraín, Benjamín y Manasés.
Dios de los ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña,
la cepa que tu diestra plantó
y que tú hiciste vigorosa.
Q ue tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
N o nos alejaremos de ti;
danos vida, para que invoquemos tu nombre.
SALM O 24: Oración de súplica. Cristo es el camino que nos lleva al Padre.
SALMO 66: Elpueblo pide a Dios su bendición. La recibey alaba a Dios. Cris
to es la bendición de Dios a los hombres.
IV. HIMNOS
¡Maraña tha!
¡Ven, Señor Jesús!
Yo soy la Raíz y el Hijo de David,
La Estrella radiante de la mañana.
El Espíritu y la Esposa dicen: «Ven, Señor».
Quien lo oiga diga: «Ven, Señor»
Quien tenga sed, que venga;
quien lo desee,
que tom e el don del agua de la vida.
Sí, yo vengo pronto. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!
V. ANTÍFONAS
Son muy importantes las llamadas «antífonas de la O», que se rezan en las
vísperas desde el 17 hasta el 2 4 de diciembre. Son un eco de las profecías de
Isaías. Algunas están contenidas en el himno «Cielos, lloved vuestra justicia».
Pueden ser un texto muy apto para la oración personalprofunda.
17 Diciembre:
Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del
uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ¡ven y mués
tranos el camino de la salvación!
18 Diciembre:
O h Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en
la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley, ¡ven a librarnos con el poder
de tu brazo!
19 Diciembre:
Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los
pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las nacio
nes, ¡ven a librarnos, no tardes más!
20 Diciembre:
O h Llave de David y C etro de la casa de Israel, que abres y nadie pue
de cerrar, cierras y nadie puede abrir, ¡ven y libra los cautivos que viven en
tinieblas y en sombra de muerte!
21 Diciembre:
O h Sol que naces de lo alto, Resplandor de la Luz Eterna, Sol de
justicia, ¡ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de
muerte!
22 Diciembre:
Oh Rey de las naciones y Deseado de los pueblos, Piedra angular de la
Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo, ¡ven y salva al hombre que
formaste del barro de la tierra!
23 Diciembre:
Oh Emmanuel, Rey y Legislador nuestro, esperanza de las naciones y
salvador de los pueblos, ¡ven a salvamos, Señor Dios nuestro!
Padre,
me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras.
Sea lo que sea
te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo.
Lo acepto todo
con tal que tu voluntad se cumpla en mí
y en todas tus criaturas.
N o deseo nada más, Padre.
T e confío mi alma,
te la doy
con todo el am or de que soy capaz,
porque te amo
y necesito darme,
ponerme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza,
porque tú eres mi Padre.
ORA C IÓ N D E SA N IG N AC IO D E LOYOLA
I. EL C O N T E N ID O REAL DEL A D V IE N T O
2. CELEBRAR EL A D V IE N T O EN EL F O N D O MISMO
DE NUESTRO MAL
5. LA D IN Á M IC A P R O FU N D A DE MI O R A C IÓ N
2. EL TIEM PO C R IS T IA N O C O M O N O V E D A D PASCUAL
5. E N C A R N A C IÓ N DE DIOS:
HACER NUEVAS T O D A S LAS COSAS
6. PARA LA O R A C IÓ N P R O FU N D A
TEXTOS:
O h S eñor, P a s to r d e la casa d e Is ra e l
que conduces a tu p u e b lo ,
ven a re scatarn o s p o r e l p o d e r d e tu b ra z o .
Ven p ro n to , Señor.
Ven, S alvad o r.
O h S a b id u ría , s a lid a d e la b o c a d e l P a d re ,
a n u n c ia d a p o r p ro fe ta s ,
ven a enseñarnos e l c a m in o d e la salvació n.
Ven p ro n to , S eñor.
Ven, S alvad o r.
O h E m m a n u e l, n u es tro re y , s a lv a d o r d e las n acio n es,
e s p e ra n za d e los pu eb los,
ven a lib e rta rn o s , S eñ o r, n o ta rd e s ya.
Ven p ro n to , Señor.
Ven, S a lv a d o r.
O h S a b id u ría , q u e b ro ta s te d e los lab io s d e l A ltís im o ,
a b a rc a n d o d e l u n o a l o tr o c o n fín
y o rd e n á n d o lo to d o con firm e z a y s u avid ad ,
¡ven y muéstranos e l c a m in o d e la salvació n !
(Liturgia de Adviento).
{(Señor, D io s n u estro , restá u ra n o s : q u e b rille tu ro s tro y nos s a i-
ve» (Sal 78,8).
« S e ñ o r, q u e se a b ra n nuestros o jo s» (M t 20,33).
I. H IS T O R IA D E LA C EL EBR A C IÓ N D E LA N A V ID A D
La Iglesia primitiva sólo conoció una fiesta, el Día del Señor, la Pas
cua dominical y anual. Fue en el siglo IV cuando apareció la solemnidad
de la venida del Señor entre los hombres. No les preocupó tanto conme
morar un aniversario, como combatir las fiestas paganas del solsticio de
invierno, celebradas en Roma el venticinco de diciembre, y en Egipto el
seis de enero. La fiesta del nacimiento de Cristo, y su manifestación en la
Epifanía, fue acogida con gran entusiasmo por las Iglesias debido a que,
frente a la herejía arriana, constituía una proclamación solemne del dog
ma de Nicea.
6. LA NAVIDAD HOY
2. LA NAVIDAD-EPIFANÍA, C O M O MANIFESTACIÓN
DE LA LUZ
Ya San Gregorio Magno, a finales del siglo VI, dice en una homilía:
«La generosidad del Señor nos permite celebrar hoy la misa tres veces» (PL
76,1103). Es el testimonio más antiguo que tenemos sobre las tres misas
de Navidad. Inicialmente la Navidad sólo tenía una misa. Al edificar, des
pués del concilio de Éfeso, la basílica romana de Santa María Madre de Dios,
se quiso celebrar en ella una réplica de la liturgia celebrada en Belén. Éste es
el origen de la misa de medianoche que más bien es llamada misa de la noche.
El 25 de diciembre se celebraba en Roma el aniversario de Santa Anastasia
en su basílica al pie del Palatino. Era fiesta para las autoridades bizantinas
que residían cerca de la basílica en los palacios imperiales. El Papa, antes
de ir a celebrar a San Pedro, iba a celebrar la misa a Santa Anastasia y pos
teriormente usó formularios sobre la Navidad limitándose a hacer memoria
de la santa titular. Así nació la misa de la aurora. La tercera misa, en el día,
la celebraba el Papa en San Pedro. Cuando los libros de la liturgia papal se
propagaron por Italia y más allá de los Alpes, y sobre todo cuando Carlo-
magno impuso su utilización en su imperio, las tres misas de Navidad fue
ron aceptadas por todo el occidente. Pero hay que observar que tenían que
celebrarse según el horario previsto. Fue un abuso introducir, en la época
moderna, la celebración seguida de las tres misas. Esta celebración conti
nuada presenta hoy serios reparos no sólo de orden ritual sino teológico.
El simbolismo litúrgico de las tres misas, en la liturgia y teología, es evi
dente: desde las profundidades de la noche y del mal, hasta la claridad del
día, se ilumina progresivamente el mundo por la llegada de Dios. Es una
única venida que abarca el nacimiento eterno del Verbo, el nacimiento his
tórico en Belén, el nacimiento místico en los fieles. Es el único nacimien
to de la Luz que celebramos, primero en medio de la noche en el pesebre
oscuro (medianoche), después la manifestación a los pastores invitados por
los ángeles (aurora), y al fin, el anuncio solemne al mundo (misa del día)
b) El tiempo de la Navidad
Un cortejo de grandes santos comienza a acompañar al Salvador: Este
ban, el primer mártir; Juan, el discípulo muy amado; los santos Inocentes,
hermanos de raza y ya hermanos en el sacrificio de la futura víctima. La
Sagrada Familia, la veneración de Santa María como Madre de Dios, son
derivaciones profundas del acontecimiento de la Navidad, como verdades
de fondo. De las lecturas y oraciones destacan las afirmaciones: somos hijos
de Dios, hermanos del Niño pobre nacido en el establo, pertenecemos con
él a la familia divina.
c) Epifanía
Celebra el misterio de la Navidad en su significación salvadora: es ilu
minación, manifestación, aparición, desvelamiento. El misterio de la Navi
dad se manifiesta al mundo, pero en sus inicios. Más tarde, la Pascua esta
llará en la luz con el fuego de Pentecostés.
d) La vida oculta
La vida en familia y la dedicación al trabajo, santificando las si
tuaciones fundamentales de la existencia: esto es todo lo que llena el
gran silencio fecundo del ocultam iento de Cristo en Nazaret. En este
tiempo ocurrirá el suceso misterioso de la subida del Señor a Jerusalén
cuando tenía doce años, y el anuncio de los sufrimientos de una madre
que deberá dejar a su Hijo cum pliendo la voluntad de su Padre. Así
se va precisando poco a poco la preparación al difícil ministerio del Re
dentor.
2. LA PALABRA DE DIOS
EN LA LITURGIA DE LA NAVIDAD
Misa de la noche:
Lectura profética: Is 9,1-3.5-6 Un hijo se nos ha dado.
Salmo 95: Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el
Señor.
Lectura apostólica: Tlt 2,11-14: Ha aparecido la gracia de Dios para todos los
hombres.
Aleluya: Os traigo una buena noticia: os ha nacido un
Salvador.
Evangelio: Le 2,1-14: Os ha nacido un Salvador.
Misa de la aurora:
Lectura profética: Is 62,11-12 Mira a tu Salvador que llega.
Salmo 96: Hoy brillará una luz sobre nosotros.
Lectura apostólica: Tit 3,4-7 Según su misericordia nos ha salvado.
Aleluya: Gloria a Dios en los cielos y paz a los
hombres.
Evangelio: Le 2,15-20 Los pastores encontraron a María... y al niño.
El eje teológico está constituido por los tres prefacios natalicios. Las
colectas describen los diferentes aspectos espirituales del misterio de la
Navidad. En el oficio divino, los himnos, las antífonas, los responsorios,
reflejan la riqueza de la época de oro de la liturgia romana. En la antífo
na del Magníficat resuena el «Hoy» que señala la actualidad del misterio
celebrado.
La eucaristía es el centro de la Navidad. No «porque nace el niño sobre
el altar», según alguna expresión ingenua popular, sino porque la eucaristía
es la representación de todo el misterio pascual, de Cristo muerto y resu
citado. El pan de vida, del evangelio de Juan, es el Verbo Encarnado, el Hijo
de la Virgen María. La Navidad es la presencia salvífica de aquél que ha asu
mido nuestra humanidad para hacemos partícipes de su divinidad. Así se
evidencia el nexo existente entre la Navidad y la Pasión-Resurrección del
Señor.
IV . EL M EN SA JE E SP IR IT U A L D E LA N A V ID A D -E P IF A N ÍA
1. ENCARNACIÓN DE DIOS
Y DIVINIZACIÓN DEL HOM BRE
O también: Salir de mí, ir hacia ti, todo en ti, nuevo por ti.
Misa Vigilia Navidad Cantaré eternamente las misericordias del Señor. Salmo 88
Misa de noche Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Salmo 95
Misa de aurora Hoy brillará una Luz sobre nosotros porque nos
ha nacido el Señor. Salmo 96
Misa del día Los confines de la tierra han contemplado la victoria
de nuestro Dios. Salmo 97
Sagrado Familia Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Salmo 127
29,30, 31Diciembre Alégrese el cielo y goce la tierra Salmo 95
I de enero El Señor tenga piedad y nos bendiga. Salmo 66
Domingo 2o Navidad La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Salmo 147
2,3,4 enero Los confines de la tierra han contemplado la victoria
de nuestro Dios. Salmo 97
S enero Aclama al Señor tierra entera. Salmo 99
Epifanía Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes
de la tierra. Salmo 71
Bautismo del Señor El Señor bendice a su pueblo con la paz. Salmo 28
H o y nos h a n a c id o un S a lv a d o r.
E l M e s ía s , e l S eñor.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre.
Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.
Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena:
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque.
Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra.
SALM O 96: Himno al Señor y Rey que viene y se revela triunfal para esta
blecer el reino final.
E l S e ñ o r ten g a p ie d a d y nos b en d ig a.
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros:
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
Q ue canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud,
y gobiernas las naciones de la tierra.
¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Q ue Dios nos bendiga;
que le teman hasta los confines del orbe.
SALM O 147: Dios creó el mundo por la palabra. A l fin de los tiempos envió a
su Hijo para libramos del destierro y damos la ciudad santa del cielo.
L a P a la b ra se h izo carn e,
y a c a m p ó e n tre nosotros.
Glorifica al Señor Jerusalén,
alaba a tu Dios Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.
Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina;
él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.
SALM O 99: Himno procesional. Cristo nos introduce en la casa del Padrepara
darle gracias eternamente.
PREFACIO I o
Porque, gracias al misterio de la Palabra hecha carne,
la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos
con el nuevo resplandor,
para que, conociendo a Dios visiblemente,
él nos lleve al amor de lo invisible.
PREFACIO 2o
Porque en el misterio santo que hoy celebramos,
Cristo, el Señor,
sin dejar la gloria del Padre,
se hace presente entre nosotros
de un modo nuevo:
el que era invisible en su naturaleza,
se hace visible al adoptar la nuestra;
el eterno, engendrado antes del tiempo,
comparte nuestra vida temporal
para asumir en sí todo lo creado,
para reconstruir lo que estaba caído
y restaurar de este modo el universo,
para llamar de nuevo al reino de los cielos
al hombre sumergido en el pecado.
PREFACIO 3o
Por él hoy resplandece ante el mundo
el maravilloso intercambio que nos salva:
pues, al revestirse tu Hijo de nuestra débil condición,
no sólo confiere dignidad eterna
a la naturaleza humana,
sino que por esta unión admirable
nos hace a nosotros eternos.
I. N A C E EL HIJO DE D IO S
3. D IO S N O S A M A
«Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único» (Jn 3,16).
«En esto se manifestó el am or que Dios nos tiene, en que Dios envió
a su Hijo al mundo para que vivamos por medio de él» ( I Jn 4,9).
4. IN F IN IT A G R A T U ID A D DE DIOS
5. A M O R S O LID AR IO
«Ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico
se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 C or 8,9).
«Señor Dios nuestro, restáuranos; que brille tu rostro y nos salve» (Sal
79,8. Respons. sábado 2a semana Adviento).
«Nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo para ser san
tos e inmaculados en su presencia, en el amor, eligiéndonos de antemano
para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito
de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agra
ció en el Amado» (Ef 1,4-5).
«Al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de
mujer, nacido bajo la le /, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y
para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es
que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama
¡Abba, Padre! D e modo que ya no eres esclavo sino hijo, y si hijo, tam
bién heredero por voluntad de Dios» (Gál 4,4-7).
8. PARTÍCIPES DE LA D IV IN A N A T U R A LE ZA
9. N O S TRAE LA PAZ
I I . PER DO NA O S M U TU A M E N TE
VI. A MARÍA
Padre nuestro....
O R A C IÓ N DE CARLOS DE F O U C A U L D
I. D IO S SE H ACE HOMBRE
Lo dice con realismo San Juan: «E l Verbo se hizo c a rn e » (Jn 1,14). San
Pablo dice, asombrado, de Cristo: « A p e s a r d e su c o n d ic ió n d iv in a , n o
se a fe r r ó a su c a te g o ría d e D io s ; a l c o n tra rio , se d e s p o jó d e su ra n
go y to m ó la condición d e esclavo, haciéndose uno d e tantos» (Flp 2,5-
7). « T u v o q u e a s e m e ja rs e e n to d o a sus h e rm a n o s p a r a s e r m is e ri
co rd io s o » (Heb 2 ,17).
El Verbo encarnado es el vértice de las maravillas de Dios. Manantial
del ser, de la historia y del hombre. Fuente de espíritu y de vida. U n h o m
b re a lo d ivin o y un D io s a lo h u m a n o . Proximidad, cercanía, amor, gozo,
alabanza y gloria. Él tiene palabras de vida eterna. Todo lo hizo bien. Pola
rizó su existencia hacia los enfermos, los pobres, los pecadores. Sus encuen
tros con los apóstoles, los pecadores, con todas las personas, son momen
tos inefables, llenos de una humanidad sin límites. Se hizo máxima «entre
ga», máxima afirmación de los otros en el más absoluto anonadamiento
propio. San Juan condensó así la experiencia del encuentro de los apósto
les con Cristo: « L o q u e hem o s o íd o , lo q u e h em o s visto con nuestros
ojos, lo q u e c o n te m p la m o s y p a lp a r o n n u estras m a n o s a c e rc a d e la
P a la b ra d e V id a ...» (I Jn 1,1).
Hazte presente a Cristo. Encuéntrate con él. Mírale cara a cara. Acó
gelo. Siente su amor, su entrega. Déjate asombrar. Cree. Gózate. Adora.
Ama.
3. PARA LA M E D IT A C IO N P R O FU N D A
Siente a Cristo en tu vida. Déjate amar por él. Acógelo. Haz fidelidad
donde hay distancia y frialdad. Suplícale que entre en el fondo de tus pro
blemas, tensiones, dificultades. Piensa con su pensamiento. Ama con su mis
mo amor.
Lee los textos. Déjate impregnar por ellos como la esponja en el agua.
Elige un texto, el que más te impresione. Elige un sentimiento, o mejor, una
sola palabra. Es Cristo hablándote, amándote. Déjate hablar, amar. El tex
to es él mismo, su intimidad personal... Ante él intenta
1. LA CUARESMA,
CAMINO DE LA PASCUA
Cada año vuelve la primavera y, con ella, la Pascua. Es Alguien que vie
ne, como don y gracia. La Pascua es la venida de Cristo resucitado para
renovar a la comunidad cristiana en su propia resurrección. Es el tiempo
fuerte en el que él nos concede la gracia de morir al pecado y de resucitar
a la vida de hijos de Dios y de hermanos de todos los hombres. La Cua
resma-Pascua es a la manera de un gran sacramento de la llegada de Dios
como perdón y renovación. En este tiempo la Iglesia hace retiro, ejerci
cios espirituales, se adentra voluntariamente en el desierto, lugar donde nace
el pueblo de Dios, lugar de paso, para ayunar, mortificar el hombre viejo,
y para orar y acercarse a Dios. Hace también limosna, es decir, vive en soli
daridad y fraternidad.
Lo primero que celebró la Iglesia fue la resurrección del Señor en la
noche del sábado al domingo de Pascua.
L S E N T ID O G EN ER A L D E LA C U A R ESM A
3. LA PASCUA, C EN TR O DE LA IGLESIA
II. H IS T O R IA D E LA C U A R ESM A
A fines del siglo III aparece en Egipto un ayuno de cuarenta días para
recordar el ayuno de Cristo en el desierto. Muy pronto se manifiesta en for
ma de preparación penitencial a la celebración de la muerte y resurrección
del Señor. Enseguida la festividad se convirtió en triduo que constaba de
viernes santo, sábado santo y domingo de Pascua. El ayuno riguroso comen
zaba el viernes por la tarde y duraba hasta la madrugada del domingo. Cuan
do las ceremonias de la vigilia pascual se celebraron el sábado por la maña
na, el triduo se quedó en dos días, viernes y sábado. Para que fuese triduo
se le agregó el jueves santo. Pronto se inició una corriente que tendía a dila
tar la pascua en la semana anterior y en la posterior. Desde el mismo siglo
III se comenzó la preparación del triduo con el domingo de ramos. El ayu
no que se celebraba todos los miércoles y viernes del año, se extendió al
lunes, martes y jueves. Más tarde Roma añadiría el sábado. Cuando en el
siglo IV el catecumenado alcanzó una organización estable, la cuaresma ofre
ció un marco apropiado para la última preparación de los catecúmenos al
bautismo en la noche santa de la vigilia pascual. Al haber Dios reconcilia
do a los hombres consigo por medio de la muerte y resurrección de su Hijo,
la noche pascual parecía también imponerse para admitir a la comunión a
los pecadores que habían cumplido su tiempo de penitencia. La cuaresma
los preparaba para su reconciliación. Así aparecen ya en el siglo IV los ras
gos principales de la cuaresma: tiempo de ayuno, de caridad y de oración
para todo el pueblo cristiano; tiempo de preparación al bautismo para los
catecúmenos, y tiempo de preparación a la reconciliación para los peni
tentes.
2. HACIA LA CUARENTENA
3. EL D O M IN G O DE RAMOS
Dice Egeria: «El domingo en que empieza la semana pascual, que aquí
llaman semana mayor», en ese día se celebraba en Jerusalén, ya a fines del siglo
IV, la entrada triunfal de Cristo en la ciudad santa, rehaciendo el camino segui
do por el Señor y sus discípulos. Todo el pueblo se reunía a media tarde alre
dedor de su obispo en el monte de los Olivos, en la basílica de Eleona, lue
go se subían a Inbomón. Se leía el relato evangélico y se bajaba de la colina
para entrar en la ciudad. La procesión terminaba en Anastasis donde tenía
lugar la celebración del lucernario. De Jerusalén, la procesión se propagó por
todo el Oriente quedando establecido el domingo de ramos.
En Hispania y Galia ese mismo domingo era el día de la entrega del
símbolo a los bautizados, acompañada de la unción de los oídos, en cuyo
rito el presidente gritaba, como Jesús ante el sordomudo: «Effeta», «abrios».
Se leía el evangelio de San Juan que refiere la unción en Betania y la entra
da de Jesús en Jerusalén (Jn 12,1-23). En los siglos Vil y VIII se comprueba
que la piedad popular está más apegada a la procesión que a la unción. Se
va a la Iglesia con palmas y ramos. Sin embargo, hay que esperar a comien
zos del siglo IX para hallar testimonios seguros de la procesión de ramos
en occidente con el himno «Gloria, alabanza y honor» compuesto por Teo-
dulfo, obispo de Orleans, en 821. La procesión de ramos adquirió un carác
ter triunfal. Era una verdadera fiesta de Cristo Rey. A partir de los siglos X
y XI, los obispos y pueblo se reunían fuera del m uro de la ciudad para la
bendición de ramos. Se leía el evangelio y se partía en procesión hacia el
lugar de la cruz de término. Los niños extienden sus manos ante la cruz,
echan palmas o ramos; otros grupos se prosternan. La procesión se pone en
marcha hacia la puerta de la ciudad. A menudo se lleva triunfalmente el
libro de los evangelios o incluso el Santísimo Sacramento. Se canta el «Glo
ria, alabanza y honor» y el responsorio que comienza «Al entrar el Señor en
la Ciudad Santa». En la Iglesia comienza la misa de pasión.
4. JUEVES SANTO
a) La reconciliación de penitentes
La reconciliación de penitentes tenía ya lugar en Roma a finales del siglo
IV. El rito de reconciliación del jueves santo se perpetuó mucho después de
la desaparición de la penitencia antigua y perduró en ciertas regiones has
ta el siglo XIX en forma de absolución dada después del rezo de los salmos
penitenciales.
III. LO S E L EM EN TO S E SP E C ÍF IC O S D E LA C U A R ESM A
1. LA PREPARACIÓN AL BAUTISMO
DE LOS CATECÚMENOS
Según Tertuliano y San Hipólito, la vigilia pascual fue desde los comien
zos del siglo III el momento ideal para el bautismo. Pronto fue añadido este
rito a la vigilia de Pentecostés. En los comienzos de la Iglesia se celebraba
el bautismo en cualquier tiempo y lugar. Pero cuando las conversiones fue
ron numerosas y los que deseaban recibir el bautismo procedían del paga
nismo, hubo necesidad de organizar el catecumenado cuyas últimas eta
pas se desarrollaban precisamente durante la cuaresma.
1) La entrada en el catecumenado
El ingreso consistía en un examen de moralidad hecho al candidato por
un clérigo o laico.
El lunes de la tercera semana de cuaresma, y mediante un primer exa
men o escrutinio, se hacía la apertura del catecumenado. Eran registrados
los nombres de los bautizados. Los padrinos deberían recordarlo siempre
en el «memento» de la misa. A cada cristiano se le elegía un nombre bajo el
patrocinio de un santo. Escritos los nombres, el sacerdote soplaba en el ros
tro de los bautizados para indicar que el demonio debía salir de su posesión
para dejar lugar al Espíritu Santo. Tam bién equivalía el soplo a un des
precio a los dioses falsos. Se bendecía la sal y se les daba a gustar como sím
bolo de la sabiduría celestial y de la preservación de la corrupción. La sal
fue el primer alimento cristiano anterior a la eucaristía. En cuanto tal, sim
boliza la palabra de Dios.
La catequesis solía durar tres años. La primera parte de la instrucción
era moral y se refería a la práctica de la vida cristiana. La segunda consistía
en la explicación del credo y la tercera era mistagógica, es decir, de inicia
ción a los misterios, y trataba sobre los distintos elementos del orden sacra
mental. Al final de cada reunión, en la que se tenía una celebración de la
palabra, el catequista imponía las manos a los catecúmenos, después de una
oración, como súplica de la fuerza divina para la protección del candidato
y con el fin de prepararlo a ser testigo en las persecuciones y, si era necesa
rio, en el martirio.
a) La oración
b) El ayuno
El ayuno era una práctica universal y muy seria en la Iglesia primitiva
y antigua. Enseguida se le vinculó a la preparación de la celebración de la
muerte y resurrección del Señor. El ayuno estaba fuertemente unido a la
oración y la limosna como tres aspectos de una misma realidad dinámica.
Al unirse a Dios, por la oración, se abstenían de lo necesario para la sub
sistencia (ayuno) con el fin de entregarlo a los pobres (limosna). Lo uno era
impensable sin lo otro.
Actualmente sólo nos quedan el ayuno del miércoles de ceniza y el
del viernes santo. El ayuno es entendido como mortificación del hombre
viejo y revestimiento de Cristo. Nos lo recuerda la imposición de ceniza.
Antiguamente el ayuno consistía en una única comida que se tomaba antes
de vísperas. Al adelantarse la comida al mediodía, se permitió tomar algo
de comida por la tarde. Con el tiempo se permitió también tomar algo por
la mañana. La mitigación se fue haciendo general para que participase en
el ayuno un mayor número de cristianos.
c) La limosna
El sentido profundo del ayuno está en la limosna. Nos privamos de algo
para darlo a los necesitados. «A quien no practica la misericordia, dice San
Agustín, el ayuno no le sirve de nada». La limosna no consiste sólo en dar de
lo que se tiene, sino en darse en favor del prójimo. Especialmente debe ir diri
gida a los más necesitados. La limosna purifica el corazón como el ayuno.
IV . LA G R A N D ID A SC A L IA D E LA IG LESIA;
E N SE Ñ A N Z A E IN IC IA C IÓ N
Ciclo dominical A:
Domingo 1 Gén 2,7-9; 3,1-7: Creación del mundo y pecado del hombre.
Rom 5,12-19: Donde abundó el pecado sobreabundó la
gracia.
Mt 4,1-11: Ayuno, tentaciones y victoria de Cristo en el
desierto.
Ciclo dominical B:
Domingo I Gén 9,8-15: Alianza de Dios con Noé liberado de las
aguas del diluvio.
Pe 3,18-22: El diluvio, símbolo del bautismo que salva.
Me 1,12-15: Jesús, el hombre nuevo, tentado y vencedor.
Hay otro poder o fuerza, propio de Dios, que se realiza por caminos dia
metralmente opuestos al ejercicio del poder de los hombres. El poder de Dios
no hace víctimas ajenas. Es el amor total, el amor sufrido que se manifiesta
en Cristo como más fuerte que la muerte. Vence por medio de una auto-
victimación de amor. Ama en el máximo desinterés propio, y en una soli
daridad increíble que llega a apropiarse de los males de los otros, mediante
una gratuidad exuberante, afirmando y considerando a todos sin excepción.
Se necesita más fuerza para amar sufriendo, que para gritar odiando. Es más
fuerte el poder que perdona amando que el poder que condena y vence. Sólo
amamos cuando hemos sido capaces de sufrir por alguien. Una oración de
la liturgia dice: «Oh Dios que manifiestas tu omnipotencia sobre todo per
donando y teniendo misericordia» (Domingo 26 del tiem po ordinario).
3. MIS PENSAMIENTOS
N O SON VUESTROS PENSAMIENTOS
2. LA VIDA EN CRISTO
La fe nos dice que no sólo somos cristianos, sino que somos Cristo,
Cuerpo Místico de Cristo. Él ascendió a los cielos, y sin embargo, perma
nece vivo para siempre con nosotros. Retiró su visibilidad biológica, cor
poral, histórica, pero permanece misteriosamente presente a través de los
signos sagrados de la Escritura, de los sacramentos, de la comunidad cre
yente.
Son no pocos los cristianos que todavía tienen la atención retenida en
«aquel» cuerpo físico de Jesús, representado en imágenes artísticas o imagi
narias. En la medida en que se hallan fijados en «esa» imagen exterior de
Cristo, hacen inviables los caminos de la fe, pues se relacionan con un cuer
po ahora inexistente, al que quieren seguir viendo, tocando, probando y
comprobando. Ante esta actitud habría que preguntarse ¿qué significa
creer hoy? La respuesta nos diría que creer no es encontrar «aquel» cuer
po, sino su presencia «real», hoy, en la forma que el mismo Señor deter
minó para encontrarnos con él. Él, ausente de nosotros en su forma física,
quiso quedarse presente de modo misterioso en la Escritura, en el pan, en
la comunidad que los acoge y comulga.
Una visión maravillosa de la fe contempla en unidad indisociable el
cuerpo escriturístico de Cristo (Cristo-Palabra, las escrituras), su cuerpo
eucarístico (eucaristía) y su cuerpo místico (la Iglesia, las asambleas cele
brantes). No son tres, sino una misma realidad. El cuerpo místico, nosotros,
no somos otra cosa que el resultado de la Escritura y del pan compartidos,
comulgados, asimilados. Cristo está verdaderamente presente en la palabra
(SC 7). La Iglesia ha venerado siempre la escritura al igual que el cuerpo
eucarístico del Señor. El «pan de vida» ha significado siempre tanto el evan
gelio como la eucaristía. Más todavía: no hay manducación sacramental del
pan allí donde no hay manducación espiritual de la palabra. Pues comemos
el pan en la fe y mediante la fe. La palabra revela lo que el sacramento hace,
de la misma manera que el sacramento realiza lo que la palabra anuncia.
Palabra y sacramento son inseparables. Cristo, siempre el mismo e indivi
sible, se nos da en el pan a nosotros en la forma que la palabra proclama,
para que nosotros nos unamos a él progresivamente.
La vida cristiana consiste en «que Cristo tome forma en vosotros» (Gál
4,19). El cristiano, la comunidad reunida, se congrega para realizarse como
cuerpo de Cristo: «formamos un mismo cuerpo los que nos alimentamos
de un mismo pan» (¡C or 10,17), y para expresarlo en nuestras vidas como
«carta de Cristo escrita no con tinta sino con el Espíritu de Dios vivo, no
en tablas de piedra sino en las tablas de carne del corazón» (2 Cor 3,3). La
comunidad auténtica no es sólo «observante» o «comprometida», sino «cris
tiana».
Aquí radica toda la teología de San Pablo cuando describe la vida cris
tiana como el proceso de reproducción, a lo vivo, de la persona y vida del
Señor en nosotros. «Estamos vivificados en Cristo» (Col 2,13), crucificados
con él (Gál 2,19), muertos en él (2Cor4,10), sepultados con él (Col 2,12),
resucitados con él (Col 3,1), sentados en los cielos con él (Ef 2,5-6). El Vati
cano II dice: «Conmemorando así los misterios de la redención... en cier
to modo se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles poner
se en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación» (SC 102).
a) En la comunidad creyente
— No permanecer instalados placenteramente en las devociones popu
lares, aun cuando sean sin duda recomendables. Madurar y hacer
madurar la fe en una piedad más netamente cristiana y cristocén-
trica (basada en la Biblia y en la liturgia).
— Saber encarnar una Iglesia más evangelizada y más evangelizadora,
más sanante y misionera, más presente en los grandes problemas
de los hombres (culturales, políticos, sociales, económicos), en la
que los alejados y marginados reciban continuamente de nosotros,
los creyentes, «buenas noticias».
— Una comunidad que, aun sabiéndose unida a Cristo, segura y fir
me en él y en la asistencia del Espíritu, no se juzga impecable, irre
formable, sino que reconoce justamente la infinita unión y, a la vez,
la infinita distancia con Cristo, y que sabe sacrificar sus segurida
des, su propio cuerpo y prestigio (Flp 2,5-8), el templo y el sába
do (Me 2,27) y la ley (Gál 5,18), en favor de los hombres.
— Una comunidad con amor y respeto infinitos a la auténtica tradi
ción originante y continuada del evangelio, de los sacramentos, del
magisterio, pero también con fidelidad absoluta a una expresividad
hodierna e inteligible para los alejados de nuestro tiempo, siendo
reconciliación, sanación, solidaridad, amor gratuito, en las situa
ciones de egoísmo, de violencia, de pecado social y personal, de
nuestro mundo.
— Una Iglesia que aparece como ofertadora de la libertad verdadera
y no como amenaza de la misma; proclamadora de salvación, de
alegría, de paz, y no de defensa propia y de condenación.
— Una Iglesia que no se detiene en los aspectos disciplinares y ritua
les, sino que, respetándolos con cariño, se centra más bien en el sig
nificado y contenido evangélicos y originales de las celebraciones
de la fe.
— Una Iglesia en la que el carisma ministerial o servicial de los sacer
dotes impulsa con decisión y gozo el protagonismo celebrativo,
espiritual, de la comunidad entera, que hace presente y actual en
el mundo la persona y el sacrificio de Cristo en favor de la comu
nidad mundial de los hombres, ofreciendo y ofreciéndose ella mis
ma con Cristo.
b) En la sociedad civil
* el pecado,
* la conversión-reconciliación,
* el corazón «puro»,
* la misericordia de Dios,
* la redención de Cristo,
* vencedor por medio de la victimación,
* el memorial de la alianza eterna,
* pueblo sacerdotal y sacrificio existencial,
* el am or de Dios,
* el amor a Dios,
* el amor fraterno,
* el perdón y la misericordia en Dios y en nosotros,
* gracia y gratuidad,
* la verdad en sinceridad,
* la madurez evangélica en las relaciones y comunicaciones,
* las bienaventuranzas,
* la cruz o el am or sacrificado,
* la negación del egoísmo,
* afrontamiento del egoísmo inconsciente histórico, personal y social,
* la solidaridad social,
* la animación de la sociedad, de la cultura y de la economía en los
valores evangélicos.
II. ORACIONES DE LA LITURGIA EUCARÍSTICA
Después de recibir el pan del cielo que alimenta la fe, consolida la espe
ranza y fortalece el amor, te rogamos, Dios nuestro, que nos hagas sentir
hambre de Cristo, pan vivo y verdadero, y nos enseñes a vivir constante
mente de toda palabra que sale de tu boca. (Oración postcomunión, pri
mer domingo)
Señor, Dios nuestro, que, por medio de los sacramentos, nos permi
tes participar de los bienes de tu reino ya en nuestra vida mortal; dirígenos
tú mismo en el camino de la vida, para que lleguemos a alcanzar la luz en
que habitas con tus santos. (Colecta, sábado 2a semana)
Señor, Dios nuestro, que concedes a los justos el premio de sus méri
tos y a los pecadores que hacen penitencia les perdonas sus pecados, ten
piedad de nosotros y danos, por la humilde confesión de nuestras culpas,
tu paz y tu perdón. (Colecta, miércoles 4a semana)
Te rogamos Señor Dios nuestro, que tu gracia nos ayude, para que
vivamos siempre de aquel mismo am or que movió a tu Hijo a entregarse a
la muerte por la salvación del mundo. (Colecta, 5o Domingo)
Escucha nuestras súplicas, Señor, y mira con am or a los que han pues
to su esperanza en tu misericordia; limpíalos de todos sus pecados, para
que perseveren en una vida santa y lleguen de este modo a heredar tus pro
mesas. (Colecta, jueves 5a semana)
«Como están los ojos de los esclavos fijos en los ojos de sus seño
res, así están nuestros ojos en el Señor Dios nuestro, esperando su mise
ricordia. Misericordia, Señor, misericordia» (Misa, lunes semana I)
«Tengo los ojos puestos en el Señor, porque él saca mis pies de la red.
Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido» (Misa, domin
go 3).
«Señor, tú eres de verdad el Salvador del mundo, dame agua viva; así
no tendré más sed» (Misa, domingo 3).
«Oíd, sedientos todos, acudid por agua también los que no tenéis dine
ro: venid, bebed de balde» (Misa, martes semana 4).
«Mi oración se dirige a ti, Dios mío, el día de tu favor, que me es
cuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude» (Misa, miércoles sema
na 4).
Q ue tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros como lo esperamos de ti.
S á lv a m e , S eñ o r, p o r tu m iserico rd ia.
A tus manos encomiendo mi espíritu.
Tú, el Dios leal, me librarás.
Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: T ú eres mi Dios’.
En tu mano están mis azares:
líbrame de los enemigos que me persiguen.
ISAÍAS 33,13-16: Lejos del Señor está el caos. E l que obra rectamente, está
seguro.
Festejad a Jerusalén,
gozad con ella, todos los que la amáis;
alegraos de su alegría,
los que por ella llevasteis luto,
mamaréis a sus pechos
y os saciaréis de sus consuelos,
y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes.
Porque así dice el Señor.
«Yo haré derivar hacia ella,
como un río, la paz;
como un torrente en crecida,
las riquezas de las naciones.
Llevarán en brazos a sus criaturas,
y sobre las rodillas las acariciarán,
como a un niño a quien su madre consuela,
así os consolaré yo,
y en Jerusalén seréis consolados.
Al verlo, se alegrará vuestro corazón,
y vuestros huesos florecerán como un prado».
JEREM IAS 14, 17-21: Lamentación por la infidelidad del pueblo y confe
sión de la culpa.
Y O C O N FIESO
Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a Santa María siempre virgen,
a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos,
que Intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
SEÑOR M ÍO JESUCRISTO
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero,
Creador, Padre y Redentor mío:
por ser vos quien sois, Bondad Infinita,
y porque os amo sobre todas las cosas,
me pesa de todo corazón haberos ofendido;
también me pesa porque podéis castigarme
con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia,
propongo firmemente nunca mas pecar,
confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amen.
C O N T R IC IÓ N DE C O R A Z Ó N
N o me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor,
muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor,
y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno te temiera.
N o me tienes que dar porque te quiera;
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
O R A C IÓ N DEL RITUAL
Dios omnipotente y misericordioso,
que nos has reunido en nombre de tu Hijo
para alcanzar misericordia
y encontrar gracia que nos auxilie.
Abre nuestros ojos para que descubramos
el mal que hemos hecho;
mueve nuestro corazón,
para que, con sinceridad,
nos convirtamos a ti.
Q ue tu amor reúna de nuevo a quienes dividió
y dispersó el pecado;
que tu fuerza sane y robustezca
a quienes debilitó su fragilidad,
que el Espíritu vuelva de nuevo a la vida
a quienes venció la muerte;
para que, restaurado tu amor en nosotros,
resplandezca en nuestra vida
la imagen de tu Hijo,
y así, con la claridad de esa imagen,
resplandeciente en toda la Iglesia,
puedan todos los hombres
reconocer que fuiste tú
quien enviaste a Jesucristo,
Hijo tuyo y Señor nuestro. Amén.
1. Ejercicio práctico de meditación profunda
LA DICHA DE LA CRUZ,
EL AMOR GOZOSO Y ESPECÍFICO
DE CRISTO Y LOS CRISTIANOS
I. EL T E S T IM O N IO DE JESÚS
« A q u ie n n o co n o c ió e l p e c a d o D io s lo h iz o p e c a d o p o r nosotros
p a r a q u e viniésem os a ser ju s tic ia d e D io s en é l» (2 C o r 5 ,2 1).
« S o p o r tó la c ru z sin te n e r e n c u e n ta la ig n o m in ia » (H eb 12,2).
5. SUPLICAR LA V IV E N C IA G O Z O S A DE LA C R U Z
EN NUESTRA V ID A
« C o n s id e ra d c o m o un g ra n g o zo ... e l e s ta r ro d ead o s p o r to d a c la
se de p ru e b a s » (Sant 1,2).
8. PARA LA O R A C IÓ N P R O FU N D A
Toma uno de los textos anteriores. Piensa en una situación difícil tuya.
Comulga con el texto. Aplícatelo del todo. El te x to es Cristo. N o es sólo
documento, porque Cristo no está muerto: es «el Viviente» eterno. Y su
palabra es siempre viva. Contempla a Cristo en la cruz. Entra dentro, en el
corazón. Mira cuánto am or tiene hasta superar con gozo el sufrimiento.
Ponte en su sitio. Siéntete Cristo en el momento de su oblación. Aporta
tus sufrimientos. Considera que Cristo los asume, y se los apropia, para
que tengan la calidad de ser su misma pasión. Ante el texto sagrado,
CUARESMA,
«CONVERTÍOS A MÍ DE TODO CORAZÓN»
I. DEL PEC AD O A LA G R A T U ID A D
3. LA R E C O N C IL IA C IÓ N Y LA FIDELIDAD,
EL D E FIN ITIV O D O N DE DIOS
5. T E X T O PARA C O M U L G A R EN LA O R A C IÓ N
I. LA PASCUA: LA PATRIA DE LA ID E N T ID A D
5. EL MENSAJE DE LA CUARESMA
I. EL MAL DEL C O R A Z Ó N
3. EL M O T IV O P R O F U N D O DE LA V IC T IM A C IÓ N G O ZOSA:
U N A M O R T O T A L Y ETERNO
« S o p o r tó la c ru z sin t e n e r en c u e n ta la ig n o m in ia » (H eb 12,2).
Jesús lava los pies «durante la cena» (Jn 13,12). El fondo y esencia de
la eucaristía es hacerse servidor, pan partido y compartido, sangre derra
mada por los otros. «¿Comprendéis lo que he hecho por vosotros? Vos
otros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si
yo, el Señor y Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lava
ros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo, para que también vosotros
hagáis como yo he hecho con vosotros» (Jn 13,12-16).
c) De tal manera cristo asume el mal del hombre, que por él se hace
pecado y maldición
« N o te n ía a p a r ie n c ia n i p re s e n c ia ; le vim o s y n o te n ía a s p e c to
q u e p u d ié ra m o s e s tim a r. D e s p re c ia b le y desecho d e h o m b re , v a ró n
de do lo res y s a b e d o r de dolencias, c o m o u n o a n te q u ie n se o c u lta e l
rostro, d esp reciab le y no le tu vim os en c u e n ta . ¡Y con to d o e ra n nues
tra s d o le n c ia s las q u e é l lle v a b a y nuestros d o lo res los q u e s o p o rta
b a ! N o s o tro s le tu vim o s p o r a z o ta d o , h e rid o de D io s y h u m illa d o . El
h a sido h e rid o p o r nuestras reb eld ías, m o lid o p o r n u estras culpas. El
s o p o rtó e l c astig o q u e nos tra e la p a z , y co n sus c a rd e n a le s hem o s
sido cu rad os. T o d o s n o so tro s c o m o o vejas e rra m o s , c a d a u n o m a r
c h a n d o p o r su c a m in o , y Y ahveh descargó sobre é l la c u lp a de to d o s
nosotros. Fue o p rim id o , y é l se h u m illó y n o a b rió la b o ca . C o m o c o r
dero a l d eg ü e llo e ra lle v a d o y c o m o o v e ja a n te los q u e la tra s q u ila n
está m u d a , ta m p o c o é l a b rió la boca)» (Is 53,2-7).
8. LA FUERZA Y V IC TO R IA DE LA V IC T IM A C IÓ N
((Lo q u e e ra p a r a m í g a n a n c ia , lo h e ju z g a d o u n a p é rd id a a c a u
sa de C risto . Y m ás a ú n : ju z g o q u e to d o es p é rd id a a n te la su b lim id a d
d e l c o n o c im ie n to d e C ris to je s ú s , m i Señor, p o r q u ie n p e r d í to d a s
las cosas, y las te n g o p o r b asu ra p a r a g a n a r a C risto , y ser h a lla d o en
él, no con la ju s tic ia m ía ... y c o n o c e rle a é l, e l p o d e r d e su resu rrec
ción y la c o m u n ió n en sus p a d e c im ie n to s h a s ta h a c e rm e s e m e ja n te a
é l en su m u e rte ...» (Fil 3,7-10).
11. PARA LA O R A C IÓ N P R O FU N D A
Tanto en los Hechos de los Apóstoles, como en las cartas de san Pablo,
se señala la celebración anual judía de la pascua como el momento preciso
en el que la Iglesia realiza su vida y dinamismo (Act 12,3-4; 20,6). No
hay una mención expresa de la pascua anual cristiana. Sin embargo, de los
escritos apostólicos se infiere que en la mentalidad de la comunidad de los
orígenes la idea de la pascua anual es algo que se presupone. Hay indicios
importantes:
— En IC or 5,7-8 Pablo dice que nuestra pascua es Cristo y requiere
de los cristianos pureza de corazón, en verdad y sinceridad, lo cual
hace referencia expresa a la costumbre judía de utilizar sólo el pan
ázimo precisamente en la celebración de la pascua.
— Algunos ven en la primera carta de Pedro como una resonancia de
la vigilia pascual anual, con referencia al bautismo y a las persecu
ciones. Los himnos y exhortaciones son de un matiz expresa y ple
namente pascual.
— Las narraciones evangélicas de la pasión, muy en concreto la de san
Juan, parecen elaboradas como una memoria litúrgica de la comu
nidad, y así son transmitidas posteriormente en la celebración anual
de la pascua a las comunidades primeras de Asia Menor.
* Las lecturas y los salmos. Entre las lecturas están el relato de la cre
ación, el sacrificio de Abraham, el éxodo del pueblo hebreo Éx 12-
14, el evangelio de la resurrección. Entre los salmos están el 117
y los salmos bautismales 22 y 41. Las homilías de los Padres hacen
mención de la primavera, de los sacramentos pascuales, de la resu
rrección, de nuestra redención. Citamos un fragmento de Asterio
de Amasea, el sofista:
1. Primeros desarrollos
Ya en el siglo IV se pasa de la vigilia pascual al triduo sagrado y a lagran
semana.
El primer desarrollo teológico y ritual es la preparación de la vigilia pas
cual con el ayuno comenzado el viernes. Bajo la idea dominante de la muer
te del Señor, y como acompañamiento espiritual de la misma, se establece
un ayuno severo acompañado de la lectura evangélica de la pasión del Señor.
De ahí surge la ilación de los tres días santos: viernes, sábado y domingo.
«Este es el triduo santo durante el cual Cristo ha sufrido, ha reposado y ha
resucitado», dice en el siglo IV san Ambrosio. Y san Agustín añade: «Con
sidera atentamente los tres días santos de la crucifixión, de la sepultura y de
la resurrección del Señor... Puesto que del evangelio resulta claro en qué
días el Señor fue crucificado y permaneció en el sepulcro y resucitó, por los
concilios de los Padres fue añadida también la observancia de estos días y
todo el mundo cristiano se persuadió de que la pascua debe ser celebrada
de este modo» (Ep 55,14-15;PL,33,215).
Del triduo sagrado se pasa a la semana santa que es llamada con dife
rentes denominaciones: semana santa, pascual, mayor, grande, auténti
ca, penal, muda (porque estaban prohibidas las causas forenses). Pronto
esta semana adquiere un realce extraordinario. Según las Constituciones
Apostólicas, era semana de reposo para los trabajadores. En las reflexio
nes de ciertos Padres se les asocian los seis días de la creación para que
mejor resalte la recreación pascual. Se prolonga el ayuno, se estructuran
nuevas celebraciones, se intensifica la oración, se da gran importancia a
una sincera confesión de los pecados, se fomentan las buenas obras, se
estimula la limosna. En Jerusalén, ya a finales del siglo iv, y después en
otras iglesias, la celebración de la semana santa ocupa casi todo el tiempo
de cada día.
7. EN LA EDAD MEDIA.
A) HISTORIA Y CELEBRACIÓN
Juan 6; 17.
1 Cor 10,14-22 y 11,17-34.
b) Oraciones-colecta y poscomunión
Señor Dios nuestro, nos has convocado hoy para celebrar aquella mis
ma memorable cena en que tu Hijo, antes de entregarse a la muerte, con
fió a la Iglesia el banquete de su amor, el sacrificio nuevo de la alianza eter
na: te pedimos que la celebración de estos santos misterios nos lleve a
alcanzar la plenitud de amor y de vida (Oración misa Jueves santo).
c) Antífonas
d) Responsorios
Yo soy el pan de vida.
Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron:
éste es el pan que baja del cielo,
para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.
El que coma de este pan vivirá para siempre. Éste es el pan que
[baja del cielo,
para que el hombre coma de él y no muera.
El pan es uno, y así nosotros,
aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo.
Todos participamos del mismo pan y del mismo cáliz.
Tu bondad, oh Dios, lo preparó para los pobres,
a los que haces habitar unánimes en tu casa.
Todos participamos del mismo pan y del mismo cáliz.
El Padre que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre,
y el que me come vivirá por mí.
Lo alimentó con el pan de la vida y de la sabiduría.
Y el que come, vivirá por mí.
SALM O 22: E l Señor es m i pastor
El Señor es mi pastor,
nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
f) Himnos
1. PANGE L1NGUA
Que la lengua humana
cante este misterio:
la preciosa sangre
y el precioso cuerpo.
Quien nació de virgen,
Rey del universo,
por salvar al mundo,
dio su sangre en precio.
Adorad postrados este sacramento.
Cese el viejo rito.
Se establezca el nuevo.
Dudan los sentidos y el entendimiento:
que la fe lo supla con asentimiento.
Himnos de alabanza,
bendición y obsequio;
por igual la gloria
y el poder y el reino
al eterno Padre
con el Hijo eterno
y al divino Espíritu
que procede de ellos. Amén.
2. «ADORO TE DEVOTE»»
A dórote devotamente, oculta Deidad,
que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente.
A ti mi corazón se somete totalmente,
pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo.
La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces,
sólo con el oído se llega a tener fe segura.
C reo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios,
nada más verdadero que esta palabra de la Verdad.
En la cruz se ocultaba sólo la Divinidad,
mas aquí se oculta hasta la humanidad.
Pero yo, creyendo y confesando entrambas cosas,
pido lo que pidió el ladrón arrepentido.
Tus llagas no las veo, como las vio Tomás;
pero te confieso por Dios mío.
Haz que crea yo en ti más y más,
que espere en ti y te ame.
¡Oh recordatorio de la muerte del Señor,
pan vivo, que das vida al hombre!
Da a mi alma que de ti viva
y disfrute siempre de tu dulce sabor.
Piadoso pelícano, Jesús Señor,
limpíame a mí, inmundo, con tu sangre,
una de cuyas gotas puede limpiar
al mundo entero de todo pecado.
¡Oh Jesús a quien ahora veo velado!
Te pido que se cumpla lo que yo tanto anhelo:
que, viéndote finalmente cara a cara,
sea yo dichoso con la vista de tu gloria.
3. «UBI CHARETAS»»
Donde hay caridad y amor, allí está Dios.
Nos congregó y unió el amor de Cristo.
Regocijémonos y alegrémonos en él.
Temamos y amemos al Dios vivo,
y amémonos con corazón sincero.
Donde hay caridad y amor, allí está Dios.
Pues estamos en un cuerpo congregados,
cuidemos no se divida nuestro afecto.
Cesen las contiendas malignas, cesen los litigios,
y en medio de nosotros esté Cristo Dios.
Donde hay caridad y amor, allí está Dios.
Veamos juntamente con los santos
tu glorioso rostro ¡oh Cristo Dios!
Éste será gozo inmenso y puro.
Por los siglos de los siglos infinitos. Así sea.
2. ALMA DE CRISTO
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, purifícame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh buen Jesús óyeme!
D entro de tus llagas escóndeme.
N o permitas que me aparte de ti.
Del maligno enemigo defiéndeme.
En la hora de mi muerte llámame
y mándame ir a ti,
para que con tus santos te alabe
por los siglos de los siglos. Amén.
EN LA EUCARISTÍA
SOMOS LO QUE RECIBIMOS
I . H A C IA EL E N C U E N T R O PERSONAL C O N CRISTO
2. C O M U L G A R E IDENTIFICARM E C O N CRISTO
« T o m a d , c o m ed , esto es m i c u e rp o » (M t 26,26).
« T o m ó luego un cá liz... se lo dio d iciend o : b e b e d to d o s d e él, p o r
q u e ésta es m i sangre de la A lia n z a , q u e va a ser d e rra m a d a p o r todos
p a r a rem isión de los p e c a d o s » (M t 26,27-28).
« P e rm a n e c e d en m i a m o r» ()n 15,9).
3. REFLEJAR A CRISTO
4. LA EXPERIENCIA DE U N A A G O N ÍA DE A M O R
5. PARA LA O R A C IÓ N P R O FU N D A
Toma uno de estos textos, una palabra, y ponía en los ojos, en el cora
zón, en la vida. Si comulgas con ella, o mejor, te dejas comulgar por ella
¿qué cambiaría en tu vida? Acoge. Comulga. Identifícate. Con la palabra más
oportuna, emprende el proceso de transformación:
* t
VIERNES SANTO
La pasión proclamada
I a lectura de Isaías (52,13-53), la profecía del servidor sufriente.
2a lectura de Hebreos (4,14-16; 5,7-9), el carácter salvador de la obe
diencia de Cristo.
3a lectura del evangelio de San Juan: la pasión de Cristo.
La pasión orada
Plegarias por el mundo y la Iglesia. Oraciones del siglo v, con conte
nidos que probablemente alcanzan el siglo primero.
k
La cruz adorada
Entrada solemne de la cruz y adoración de la misma.
a) Oraciones-colectas
1. Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; san
tifica a tus hijos y protégelos simpre, pues Jesucristo, tu Hijo, en favor nues
tro instituyó por medio de su sangre el misterio pascual (Misal).
c) Antífonas
Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorifi
camos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero.
d) Oración universal
Por la santa Iglesia: Dios todopoderoso y eterno, que en Cristo mani
fiestas tu gloria a todas las naciones, vela solícito por la obra de tu amor,
para que la Iglesia, extendida por todo el mundo, persevere con fe Inque
brantable en la confesión de tu nombre.
g) Viacrucis bíblico:
Véase El libro de la vida cristiana, de Francisco Martínez, (Editorial Her-
der) pág. 103
LA MUERTE DE CRISTO
COMO ENTREGA DE AMOR
2. EL A M O R ETERNO DE D IO S C O M O A M O R -ENTR EG A DE SÍ
i
EL SÁBADO SANTO
HISTORIA Y SIGNIFICADO
Abrahán, Moisés, son personajes cuyas vidas revelan una historia con
ducida por Dios. Toda la vida de Cristo es la voluntad del Padre:
« M u c h o s d e c ía n : es tá lo c o » (Jn 10,20).
«P u es la p re d ic a c ió n d e la c ru z es u n a n e c e d a d p a r a los q u e se
p ierd en ; m as p a ra los q u e se salvan - p a r a n o so tro s- es fu e rz a d e Dios...
Así, m ientras los ju d ío s p id e n señales y los griegos buscan s ab id u ría,
nosotros p re d ic a m o s a un C ris to c ru c ific a d o : esc á n d a lo p a r a los ju d í
os, n e c e d a d p a r a los g en tile s ; m as p a r a los lla m a d o s , lo m ism o ju d í
os q u e griegos, un C ris to fu e rz a d e D io s y s a b id u ría d e D io s. P o rq u e
la n e c e d a d d iv in a es m ás s a b ia q u e la s a b id u ría d e los h o m b res, y la
d e b ilid a d d iv in a , m á s fu e rte q u e la fu e r z a d e los hom bres » ( I C o r
1,18.22-25).
I. PREPARACIÓN
EJERCICIO PRÁCTICO DE ORACIÓN PROFUNDA
LA PASCUA, EL DÍA QUE HACE EL SEÑOR
I. S IG N IFIC A D O DE LA PASCUA
3. LA PASCUA, D O N DE D IO S A SU IGLESIA
4. LA PASCUA, FUENTE DE LA V ID A N U E VA
II. CELEBRACIÓN
S IG N IFIC A D O Y CELEBRACIÓN
2. C A N T O A JESUCRISTO, LUZ
Oh Luz gozosa de la santa Gloria
del Padre Celeste e Inmortal,
¡Santo y Feliz Jesucristo!
Al llegar el ocaso del sol,
contemplando la luz de la tarde,
cantamos al Padre y al Hijo y al Espíritu de Dios.
Tú eres digno de ser alabado
siempre por santas voces.
Hijo de Dios que nos diste la vida,
el mundo entero te glorifica.
3. PREGÓN PASCUAL
En verdad es justo y necesario
aclamar con nuestras voces
y con todo el afecto del corazón
a Dios invisible, el Padre todopoderoso,
y a su único Hijo, nuestro Señor jesucristo.
Porque él ha pagado por nosotros al eterno Padre
la deuda de Adán
y, derramando su sangre,
canceló el recibo del antiguo pecado.
Porque éstas son las fiestas de Pascua
en las que se inmola el verdadero cordero,
cuya sangre consagra las puertas de los fieles...
Esta es la noche
en que, rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende victorioso del abismo.
¿De qué nos serviría haber nacido
si no hubiéramos sido rescatados?
¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!
¡Qué incomparable ternura y caridad!
¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!
Necesario fue el pecado de Adán,
que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
¡Feliz la culpa que mereció tal redentor!
¡Qué noche tan dichosa!
Sólo ella conoció el momento
en que Cristo resucitó de entre los muertos.
Ésta es la noche de la que estaba escrito:
«Será la noche clara como el día,
la noche iluminada por mi gozo».
Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados,
lava las culpas,
devuelve la inocencia a los caídos,
la alegría a los tristes,
expulsa el odio, trae la concordia,
doblega a los poderosos.
c) Salmos responsoriales
SALM O 103: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la fa z de la tierra.
Bendice, alma mía, al Señor,
¡Dios mío qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.
Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas.
De los manantiales sacas los ríos
para que fluyan entre los montes,
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.
Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados
y forraje para los que sirven al hombre.
¡Cuántas son tus obras Señor!,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.
¡Bendice, alma mía, al Señor!
d) Prefacio pascual
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
glorificarte siempre, Señor,
pero más que nunca en este día
en que Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado.
Porque él es el verdadero C ordero
que quitó el pecado del mundo,
muriendo destruyó nuestra muerte,
y resucitando restauró la vida.
Por eso, con esta efusión de gozo pascual,
el mundo entero se desborda de alegría,
y también los coros celestiales,
los ángeles y arcángeles,
cantan sin cesar el himno de tu gloria.
SALM O 44: Figura del rey ideal, el día de su boda, aplicado a Cristo y a su
esposa, la Iglesia.
f) H im n o s bíblicos
Q U É D A TE C O N N O S O TR O S
Quédate con nosotros,
la tarde está cayendo.
¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.
¿Cómo sabremos que eres
un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo,
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.
Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Q ue el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.
Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las aguas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo
del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa.
I. PASCUA Y PENTECOSTÉS
2. SECUENCIA
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo;
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones
según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.
3. PREFACIO DE PENTECOSTÉS
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Pues, para llevar a plenitud el misterio pascual,
enviaste hoy el Espíritu Santo
sobre los que habías adoptado como hijos
por su participación en Cristo.
Aquel mismo Espíritu
que, desde el comienzo,
fue el alma de la Iglesia naciente;
el Espíritu que infundió
el conocimiento de Dios a todos los pueblos;
el Espíritu que congregó
en la confesión de una misma fe
a los que el pecado había dividido
en diversidad de lenguas.
Por eso, con esta efusión de gozo pascual,
el mundo entero se desborda de alegría
y también los coros celestiales,
los ángeles y arcángeles,
cantan sin cesar el himno de tu gloria.
3. IN V O C A C IÓ N AL ESPÍRITU S A N T O
Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu amor.
-Envía tu Espíritu, Señor,
- y renueva la faz de la tierra.
Oración: Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con
la luz del Espíritu Santo, haznos dóciles a sus inspiraciones para gus
ta r siempre el bien y gozar de su consuelo. Por nuestro Señor Jesu
cristo.
Oración al Hijo
Espíritu Santo, A m or Increado del Padre y del Hijo, Bondad, Gozo, Paz
y Unión Infinita, enviado por el Padre y el Hijo al mundo para difundir el
am or divino en nuestros corazones: te alabamos, te bendecimos, te ado
ramos porque eres el Espíritu del Am or. Concédenos el don de una fide
lidad total, de forma que cumplamos la voluntad del Padre en la tierra como
la cumplen los bienaventurados en el cielo.
Se repite tres veces la aclamación:
Santo, Santo, Santo eres, Señor, Dios del universo: Llenos están los cie
los y la tierra de tu gloria.
Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo.
Antífona
2. O R A C IÓ N DE SOR ISABEL DE LA T R IN ID A D
¡Oh Dios mío, Trinidad adorable, ayúdame a olvidarme por entero para
establecerme en t i ...!
¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor! Siento mi impotencia y te
pido que me revistas de ti mismo, que identifiques mi alma con todos los
movimientos de tu alma; que me sustituyas, para que mi vida no sea sino
una irradiación de tu propia vida. Ven a mí como adorador, como repara
dor y como salvador...
¡Oh fuego consumidor, Espíritu de amor! Ven a mí, para que se haga
en mi alma una como encarnación del Verbo; que yo sea para él una huma
nidad sobreañadida en la que él renueve todo su misterio.
Y tú, ¡oh Padre!, inclínate sobre tu criatura; no veas en ella mas que a
tu amado en el que has puesto todas tus complacencias.
¡Oh mis Tres, mi todo, mi dicha, soledad infinita, inmensidad en que
me pierdo! Me entrego a vos como una presa; sepultaos en mí para que yo
me sepulte en vos, en espera de ir a contemplar en vuestra luz el abismo
de vuestras grandezas.
Ejercicio práctico de meditación profunda
2. PREGUNTAS SERIAS
3. LA M A NIFESTAC IÓ N DE LA FUERZA DE LO A L T O
5. EL C R E C IM IE N T O EN CRISTO
ES C R E C IM IE N TO EN EL ESPÍRITU
7. O R A C IÓ N P R O FU N D A
I. «ENTRAR D E N T R O »
2. LA T R IN ID A D , O R IG E N , M O D E L O Y META DE LA V ID A
C RISTIA N A
4. EXPERIMENTAR LA T R IN ID A D EN NUESTRA V ID A
5. O R A C IÓ N P R O FU N D A
I. LA INSERCIÓN DE MARÍA
EN EL AÑO LITÚRGICO: HISTORIA
1. EN LOS INICIOS
a-2) L as m em orias de v o c io n a l es
a) La dimensión trinitaria
El trasfondo último de la mariología es la vida trinitaria. La Trinidad
es un proceso de amor personal. Es vida que se ofrece en donación perfec
ta. Es encuentro personal del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Dios
ha querido manifestar su misterio de amor en el m undo y en la historia
mediante la creación y la redención. Lo ha realizado mediante la misión del
Hijo, que nos ha redimido, y la misión del Espíritu Santo que es poder de
vida que une a las personas.
María es la mujer acogedora, fiel, creyente, que obedece al Padre y cum
ple su voluntad. Dios puede suscitar personas que le escuchan, que dialo
gan con él y responden a su llamada. Para realizar el misterio originario
de su paternidad comunicada, Dios ha querido contar con la colabora
ción humana. María aparece en el plan de Dios como la respuesta ideal,
como aquello que la humanidad entera debió ser, pero que no llegó a alcan
zar, como la representante de la humanidad nueva, que recibe la palabra de
Dios y confía en él.
Así como las personas divinas tienen su consistencia en la relación, dada
y recibida, así también el trasfondo último de María es su receptividad de
Dios y de su plan.
Es interesante comprobar la convergencia de fe en la que durante todos
los tiempos, y en todas las confesiones, ha sido contemplado el misterio de
María. Los protestantes ponen a María en relación viva con la fe. María es,
ante todo, la mujer creyente. Los católicos han preferido verla en referen
cia a Cristo, como su colaboradora radical en la redención. Los ortodoxos la
han definido como icono del Espíritu Santo, como su expresión, reflejo,
transparencia y actuación dinámica. Es reviviendo las características del Espí
ritu Santo como María vive y actúa. Porque el Espíritu Santo es:
— Signo de vida interior. Y María es, ante todo, acogida y docilidad
a Dios, vividas en su corazón.
— Poder de creatividad. Y María es el ámbito modélico de la creati
vidad del Espíritu, pues ella se ofrece a sí misma y ofrece su fecun
didad y disponibilidad plena para el nacimiento de Jesús.
— Poder de comunión. Y María es la persona por la que se interesa el
Padre para que nazca su Hijo. Y así ella es plenamente comunión
con el Padre y el Hijo en el Espíritu.
De este modo, la visión teológica de María no es exclusivamente cris-
tológica: su existencia está enmarcada en la vida de la Trinidad y su acción
es una animación constante del Espíritu. María es Madre del Hijo de Dios,
y por eso hija predilecta del Padre y Sagrario del Espíritu Santo (LG 53).
Es el mismo Espíritu Santo quien crea en María una sintonía plena
de intenciones y acciones. De modo que no sólo el Espíritu hace obrar a
María, sino que el mismo Espíritu obra en ella, ruega en ella, vive en ella la
relación íntima con el Padre y con el Hijo.
María tiene con la Trinidad una relación personalista, es decir, no pasi
va e instrumental, porque está siempre en diálogo de fe, de esperanza y de
caridad con la Trinidad entera y no sólo con su Hijo divino. Tal actitud
dialógico-personalista hace a María no sólo eclesialmente relevante, sino
antropológicamente ejemplar. Pues en María se concentra, después de Cris
to, todo el esplendor de la nueva criatura plasmada por el Espíritu creador
de Dios. Es «llena» de gracia, ya que «el Señor está contigo». En ella, todo
hombre se descubre como posibilidad de transparencia divina, de ocupa
ción de Dios y de correalización de vida trinitaria.
La transparencia de Dios en María es tan grande que en ella lo feme
nino es elevado a signo y expresión concreta del rostro de Dios y de su amor
tierno a las criaturas. Con lo cual, la doctrina mariana se hace también una
doctrina de la obra del Espíritu de Dios en el hombre.
Lucas 2,51: En Nazaret Jesús vivía sujeto a sus padres. Esta sujeción,
expresión de fidelidad y anonadamiento, es objeto de la meditación de María.
«Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón». La
fidelidad sacrificada de Jesús es el alimento del alma de María, fiel también
hasta el extremo.
María es, asimismo, la Virgen orante. Así aparece ella en la visita a Isa
bel. El magníficat de María es una explosión de glorificación a Dios, de
humildad, de fe, de esperanza. Es la oración por excelencia de María, el can
to de los tiempos mesiánicos en el que confluyen la exaltación del antiguo
y del nuevo Israel. El cántico de María se ha convertido en oración de toda
la Iglesia en todos los tiempos.
Virgen orante aparece María en Caná, donde hace anticipar a Jesús la
hora de su manifestación y es motivo del signo milagroso de la conversión
del agua en vino, como expresión simbólica de la transformación de la huma
nidad en naturaleza divinizada.
Tam bién el último trazo biográfico de María, nos la describe en ora
ción: «los apóstoles perseveraban unánimes en la oración... con María, la
madre de Jesús» (Act 1,14). Virgen orante es también la Iglesia, que cada
día presenta al Padre las necesidades de sus hijos, «alaba incesantemente al
Señor e intercede por la salvación del mundo» (M C 18; cf SC 83).
a) El fundamento de la consagración
María no sólo es modelo de Iglesia creyente. Ella entra de lleno en la
realidad histórica de la encarnación. En su «sí» se ha transparentado el mis
terio trinitario. Saber decir «sí» con ella y como ella, es una actitud ideal que
expresa perfección. Este sentimiento se ha concretado, en la devoción maña
na de los siglos, en la idea de la consagración a la Virgen.
¿Es compatible la consagración a María con la consagración debida a
Dios? Es evidente que para verificar la legitimidad de esta expresión hay que
preservarla de los peligros del devocionalismo y encuadrarla dentro del mar
co integral de la historia de la salvación.
La consagración a Dios es la característica del pueblo de Israel en su
alianza con Dios: «Seréis para mí un pueblo de sacerdotes y una nación san
ta» (Ex 19,5-6). «Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo»
(Lv 2,19). La entrega a Dios queda completada con el sacrificio (Ex 24).
En el Nuevo Testamento aparece claro que es Dios quien llama y santifica.
«Habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el
nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1 Cor 6,11).
Los santificados por el bautismo están llamados a corresponder con una
consagración vital transformando su vida en un don total, «ofreciendo sus
cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios» (Rom 12,1). Jesús
aparece como modelo de consagración. «Conságralos en la verdad... Por
ellos me consagro a mí mismo para que también ellos sean consagrados
en la verdad» (Jn 17,17.19).
e) Un sí comprometido
Vivir la consagración a María, entrañarse en su sí, no es desentender
se de los hombres. Un desentendimiento de las generaciones jóvenes de la
devoción a María, puede estar en una imagen de ella que poco o nada tie
ne que ver con el marco de la historia de la salvación del misterio de Cris
to. El amor de María es un amor intenso ya que tiene como modelo el amor
de Cristo que no tiene límites. Ese amor lleva al servicio y a una entrega de
sí mismo que no tiene límites. El don a María no entra en competición con
el don a Dios, pues entra de lleno en la historia de la salvación actualizan
do la misma entrega de Cristo a los hombres. Al contrario, dignifica la entre
ga humana, normalmente manchada, en la entrega generosa, «llena de gra
cia» de María a Dios y a su plan de salvación.
2. LA LITURGIA,
EXPRESIÓN MÁS ALTA DEL CULTO A MARÍA
I. LA V ID A C O M O PURO D O N Y G R A T U ID A D R ADICAL
3. EL N U E V O UNIVERSO O R IG IN A D O
EN LA A C E P T A C IÓ N DE CRISTO
4. EL «SÍ» DE MARÍA
7. PARA LA O R A C IÓ N PR O FU N D A