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1 LOS COMIENZOS DEL DESARROLLO Y DEL ESTUDIO DEL NIÑO

INTRODUCCIÓN

Contexto histórico

Los primeros estudios sobre el desarrollo del niño basados en observaciones sistemáticas
comienzan a realizarse a finales del siglo XVIII, y entre ellos destacan las observaciones
realizadas por el filósofo alemán Dietrich Tiedemann (1787).

Durante los comienzos del siglo XIX continúan apareciendo estudios que generalmente tienen
la forma de observaciones sobre un niño emparentado con el investigador. Pero todavía los
estudios sobre la conducta de los niños se consideraba un asunto de escasa importancia que
no gozaba de mucho aprecio científico.

Un fenómeno ajeno al ámbito de la psicología va a tener mucha importancia para cambiar la


situación. La publicación en 1859 del libro del naturalista Charles Darwin titulado el Origen de
las especies por medio de la selección natural produjo una auténtica conmoción cultural.

La época siguiente a la publicación del Origen de las especies permitió presenciar enormes
controversias entre los partidarios de la teoría de la evolución y sus enemigos, pero la teoría
darwinista fue abriéndose camino poco a poco de forma imparable. Su influencia se hizo sentir
no sólo en las ciencias de la naturaleza sino en el conjunto de las ciencias humanas y
constituyó un poderoso motor para el desarrollo de nuevas disciplinas como la sociología, la
antropología, y también la psicología.

El naturalista alemán Ernest Haeckel, defensor decidido del darwinismo, formuló la llamada
ley biogenética según la cual el desarrollo del individuo reproduce el desarrollo de la especie, o
dicho en palabras más técnicas que la ontogénesis reproduce la filogénesis.

Los frutos de la influencia del darwinismo en el estudio del niño tardaron un cierto tiempo en
manifestarse, y fue sobre todo en la década entre 1870 y 1880 cuando empiezan a aparecer
trabajos inspirados directamente por esta orientación.

En 1876, el filósofo y político francés Hyppolite Taine publicaba un trabajo con el título «Nota
sobre la adquisición del lenguaje en los niños y en la especie humana» donde se ponía ya
claramente de manifiesto la influencia darwinista. La primera parte del trabajo constituye un
conjunto de valiosas observaciones realizadas sobre el desarrollo de su hija referentes a la
adquisición del lenguaje, las actividades motoras y sobre otros aspectos del desarrollo.
Formula ideas interesantes como señalar que los sonidos que produce la niña en los primeros
meses no han sido aprendidos y que el ambiente lo que hace es seleccionar algunos sonidos
especiales provocando su repetición. O también se recoge que la niña adquiere primero las
entonaciones antes de ser capaz de pronunciar palabras. Hay observaciones también sobre
generalización del significado de algunas palabras para aplicarlas a más objetos de los que
habitualmente designan, un fenómeno que ha sido estudiado posteriormente por los
investigadores del lenguaje. Termina la primera parte de su trabajo haciendo una profesión de
fe evolucionista:

«En general el niño presenta en estado pasajero caracteres mentales que se encuentran en
estado fijo en las civilizaciones primitivas, aproximadamente como el embrión humano
presenta en estado pasajero caracteres físicos que se encuentran en estado fijo en clases de
animales inferiores».
La segunda parte del trabajo sobre el desarrollo del lenguaje en la especie tiene, en cambio, un
carácter mucho más general y especulativo, por la debilidad de los datos en los que se apoya, y
presenta por ello un interés considerablemente menor.

Pero la importancia de este trabajo de Taine se debe no sólo a sus aportaciones sino a que
desencadenó directa e indirectamente la aparición de una gran cantidad de estudios. Animado
por ese trabajo, que fue traducido inmediatamente al inglés. El trabajo de Darwin es también
interesante por las observaciones que hace, pero su mayor importancia radica en que
constituyó un estímulo para la publicación de otros trabajos que de otra forma no hubieran
visto la luz. El que una persona con el enorme prestigio de Darwin escribiera sobre el
desarrollo del niño convertía el tema en un asunto científico importante. Así, en 1878 Pollock
publicó otro trabajo sobre adquisición del lenguaje, y ese mismo año apareció Les trois
premières années de l’enfant, del francés Bernard Pérez (1878), que fue el primer libro
completo sobre psicología del niño. Al año siguiente otro filósofo francés, Egger (1879),
publicaba un estudio sobre el desarrollo de la inteligencia y el lenguaje en los niños, que había
presentado ya en 1871 en la Academia de Ciencias Morales y Políticas de París, pero que no
había publicado en su momento y lo hacía ahora estimulado por la aparición de esos otros
trabajos.

La expresión de las emociones

En el artículo que publicamos a continuación, Darwin realiza observa-ciones bastante


detalladas propias de un naturalista. Utiliza un método de observación con alguna intervención
sobre la conducta del niño para examinar los efectos.

Le había llamado la atención la semejanza entre la expresión de las emociones, sobre todo en
la cara, entre individuos de distintos países, e incluso entre hombres y animales. Por ello,
supuso que tenemos una capacidad innata para expresarlas y para reconocerlas, y eso
aparecería ya en los niños.

Darwin lanzó la hipótesis de que las emociones tienen un valor adaptativo y los movimientos
que servían para la realización de ciertas conductas se ponen en marcha automáticamente en
las situaciones adecuadas. Darwin trató de recoger información sobre la expresión de las
emociones en distintos países, y se procuró informantes en distintos lugares para que se la
proporcionaran. En la medida de lo posible utilizó una técnica novedosa para su tiempo como
eran las fotografías.

Darwin inició algunos experimentos como presentar caras con expresiones emocionales a
diferentes sujetos para ver si las reconocían, y encontró un alto grado de reconocimiento.
Durante bastantes años el estudio de las emociones perdió interés dentro de la psicología,
pero a partir de los años 70 ha habido una importante renovación de estos estudios a través
de trabajos como los de Ekman o Izard. Precisamente Ekman (1972) empezó repitiendo las
experiencias de Darwin para ver si la expresión de las emociones es universal y si los individuos
de diferentes culturas la reconocen. Las emociones se habrían mantenido y serían iguales para
todos.
Hoy el estudio de las emociones constituye un ámbito floreciente del trabajo psicológico y
existe un gran interés por investigar las expresiones emocionales y su reconocimiento por los
niños.

En el trabajo que va a leerse a continuación Darwin presenta algunos datos que había anotado
muchos años antes sobre el desarrollo de sus hijos. Empieza haciendo referencias a los reflejos
y en general sus observaciones son adecuadas, pero en esa época no se había realizado
todavía un estudio sistemático de los reflejos de los bebés. Cuando habla de los reflejos parece
referirse fundamentalmente a los que se mantienen a lo largo de toda la vida, como toser,
estornudar, o cerrar los ojos. Pero también hace referencias a la succión.

Pasa a ocuparse después de la visión y señala la dificultad que tienen los niños pequeños para
seguir movimientos rápidos. Dedica una cierta extensión a hablar de lo que podríamos
denominar la coordinación de la prensión con la succión, es decir, la capacidad para llevar la
mano y objetos a su boca.

Trata también de las emociones, aunque con menos extensión que en su libro sobre La
expresión de las emociones. Empieza por el enojo y se ocupa de la sonrisa. Señala
adecuadamente que se inicia como una sensación de bienestar. Luego trata de ella en relación
con otras personas. Se ocupa igualmente del llanto que también había estudiado
detalladamente en La expresión de las emociones.

Son igualmente interesantes sus observaciones sobre el reconocimiento en el espejo, un


aspecto importante del desarrollo, que no se produce en la mayoría de los restantes animales.

La última parte del trabajo se refiere a la comunicación y a los comienzos del lenguaje,
señalando la aparición de las palabras, por ejemplo, el invento de la palabra mum para
designar comida. Aunque el trabajo de Darwin es bastante cuidadoso, y propio de un
naturalista, como decíamos al principio, sin embargo, podemos ver cómo ha avanzado el
estudio del desarrollo psicológico del niño desde el período en que escribía nuestro autor.

DARWIN. BOSQUEJO BIOGRÁFICO DE UN BEBÉ (1877)

La relación sumamente interesante del desarrollo mental del niño que ofrece Taine (1876), y
que se ha traducido en el último número de Mind (pág. 252), me ha llevado a examinar un
diario que escribí hace treinta y siete años con relación a uno de mis propios hijos. Tuve
excelentes oportunidades de efectuar observaciones muy de cerca y anotaba inmediatamente
todo lo que veía. Mi principal objetivo era la expresión, y usé tales notas en mi libro sobre esa
cuestión; pero, como me ocupé de otros asuntos, puede ser que mis observaciones posean
algo de interés al compararlas con las de Taine, y con otras que, sin duda, se han realizado
desde entonces.

Durante los primeros siete días, mi hijo efectuó correctamente diversas acciones reflejas, a
saber: estornudar, hipar, bostezar, estirarse y, por supuesto, chupar y gritar. El séptimo día le
toqué la planta desnuda de su pie con una hoja de papel y la retiró de un tirón, encogiendo a la
vez las puntas de los pies, igual que un niño mucho mayor cuando se le hacen cosquillas. La
perfección de estos movimientos reflejos muestra que la mayor imperfección de los reflejos
voluntarios no es debida al estado de los músculos o de los centros de coordinación, sino al de
la localización de la voluntad. En esa época, aunque era tan pronto, me parecía claro que una
suave mano cálida aplicada a su cara provocaba un deseo de chupar. Eso se debe considerar
como una acción instintiva o refleja, ya que es imposible creer que pueda haber entrado en
juego tan pronto la experiencia y la asociación con el contacto con el pecho de su madre.
Durante los primeros quince días a veces se sobresaltaba al oír algún ruido repentino y guiñaba
los ojos. Observé el mismo hecho en alguno de mis otros hijos a lo largo de esos primeros
quince días. Una vez, cuando tenía sesenta y seis días, sucedió que estornudé y dio un violento
respingo, frunció el ceño, pareció asustarse y lloró muchísimo. Pocos días antes de esta misma
fecha, se sobresaltó por primera vez ante un objeto visto rápidamente; pero durante mucho
tiempo, a partir de entonces, los sonidos le sobresaltaban y guiñaba los ojos con mucha más
frecuencia; así, cuando tenía ciento catorce días agité una caja de cartón con confites cerca de
su cara y se sobresaltó, mientras que la misma caja cuando estaba vacía o cualquier objeto
sacudido tan cerca de su cara, o más, no producían ningún efecto. Podemos inferir, a partir de
estos diversos hechos, que el guiño de los ojos, que evidentemente sirve para protegerlos, no
había sido adquirido mediante la experiencia. Aunque era muy sensible al ruido de un modo
general.

Por lo que respecta a la visión, sus ojos se fijaron en una vela ya en el noveno día, y hasta el
cuadragésimo quinto día ninguna otra cosa le hizo fijarlos de este modo; pero, a sus cuarenta y
nueve días, atrajo su atención una borla brillantemente coloreada que se le mostraba, fijando
sus ojos y cesando el movimiento de sus brazos. Era sorprendente lo despacio que adquirió la
capacidad de seguir con los ojos un objeto si se le desplazaba rápidamente, ya que aún no lo
podía hacer cuando tenía siete meses y medio. A la edad de treinta y dos días percibía el pecho
de su madre cuando estaba a tres o cuatro pulgadas de él; pero dudo mucho de que esto
tuviera alguna conexión con la visión. No sé en absoluto si se guiaba por el olfato o por la
sensación de calor, o mediante la asociación con la postura en que era mantenido.

Durante mucho tiempo los movimientos de sus miembros y del cuerpo fueron vagos, no tenían
propósito alguno y, por lo general, eran efectuados de una manera espasmódica; pero había
una excepción a esta regla, a saber: que, durante un período muy temprano, con seguridad
mucho antes de que tuviera cuarenta días, podía llevar sus manos hasta la boca. Cuando tenía
setenta y siete días cogía el biberón con su mano derecha, ya estuviera en el brazo izquierdo o
en el derecho de su niñera, y no lo cogería con su mano izquierda hasta una semana después,
aunque yo traté de que lo hiciera, así que la mano derecha iba una semana por delante de la
izquierda. Sin embargo, más adelante este niño resultó ser zurdo al haber heredado sin duda
esa tendencia. Cuando tenía entre 80 y 90 días se llevaba todo tipo de objetos a la boca y a las
dos o tres semanas lo podía hacer con cierta habilidad. Después de agarrar mi dedo y llevarlo
hasta la boca, su propia mano le impedía chuparlo; pero cuando tenía 114 días, tras actuar de
esa manera, resbaló hacia abajo su propia mano de manera que pudo llevar el final de mi dedo
a su boca. Esta acción fue repe-tida varias veces y, evidentemente, no era casual, sino racional.
Así pues, los movimientos de las manos y los brazos estaban más adelantados que los del
cuerpo y las piernas. Cuando tenía cuatro meses, a veces miraba de manera intencional sus
propias manos y otros objetos que estaban cerca de él, y al hacerlo los ojos se le desviaban
hacia adentro, de manera que en ocasiones bizqueaba terriblemente. Quince días después
observé que, si se le ponía un objeto ante la cara al alcance de sus manos, trataba de cogerlo,
pero a menudo fallaba, y no trataba de hacerlo con objetos más distantes. Creo que no se
puede dudar de que sus ojos le daban la pista y le hacían mover los brazos por la excitación.
Aunque este niño comenzó a usar así sus manos en un período temprano, no mostró aptitud.

Enojo (anger)

Fue difícil decidir a qué edad sintió enojo por primera vez; en el octavo día fruncía y arrugaba
la piel de alrededor de los ojos antes de un acceso de llanto, pero se puede haber debido al
dolor o la angustia y no al enfado. Cuando casi tenía diez semanas, se le daba leche bastante
fría y mantenía la frente ligeramente fruncida, durante todo el tiempo que estaba chupando.
No hay ninguna duda de que cuando tenía casi cuatro meses, y quizá mucho antes, montaba
fácilmente en cólera, por el modo en que la sangre acudía a toda su cara y cuero cabelludo.
Una pequeña causa bastaba; así, cuando tenía algo más de siete meses, chillaba con rabia
porque un limón se le escapaba y no podía cogerlo con las manos. Cuando tenía once meses, si
se le daba un juguete inoportuno, lo apartaba con la mano y lo golpeaba. Cuando tenía dos
años y tres meses se aficionó a tirar libros, palos, etc. a cualquiera que le ofendiera

Miedo (fear)

Probablemente este sentimiento es uno de los primeros que experimentan los niños, como lo
muestra el hecho de que se sobresalten con cualquier ruido repentino, seguido de llanto,
cuando tienen unas pocas semanas. Hasta que tuvo cuatro meses y medio me había
acostumbrado a hacerle muchos ruidos extraños y fuertes que eran considerados bromas
excelentes, pero en esa época un día hice un ruido fuerte roncando que nunca antes había
hecho; inmediatamente se puso serio y luego arrancó a llorar. Dos o tres días después hice por
despiste el mismo ruido, con el mismo resultado. Por la misma época me acerqué de espaldas
a él y luego me paré: parecía muy serio y muy sorprendido y pronto hubiera llorado si no me
hubiera dado la vuelta; entonces su cara se relajó inmediatamente en una sonrisa.

Sensaciones de placer

Se puede presumir que los niños sienten placer mientras chupan, y la expresión de sus ojos
brillantes parece mostrar que así es. Este niño sonreía cuando tenía 45 días, y un segundo niño
cuando tenía 46; estas sonrisas eran auténticas, indicaban placer, ya que sus ojos brillaban y
los párpados se cerraban ligeramente. Las sonrisas surgían principalmente cuando miraba a su
madre, y por ello es probable que fueran de origen mental; pero este niño a veces sonreía
luego, y durante algún tiempo desde entonces, debido a algún sentimiento interno de placer,
ya que no sucedía nada que hubiera podido excitarle o que fuera de alguna manera divertido.
Cuando tenía 110 días le divertía enormemente un delantal que se le ponía en la cara y que
luego se le quitaba rápidamente; y estaba de este modo cuando le descubrí rápidamente mi
cara y la acerqué a él9. Entonces emitió un ligero ruido que era una risa incipiente. En este
caso, la causa principal de la diversión fue la sorpresa, igual que sucede en cierta medida con el
ingenio en las personas mayores. Creo que durante tres o cuatro semanas antes de que se
divirtiera cuando se le descubría repentinamente una cara, recibió un pequeño pellizco en su
nariz y se comportaba de un modo desenfadado como si fuera una buena broma. Cuando
tenía cuatro meses mostraba de una manera inequívoca que le gustaba oír tocar el piano.

Afecto

Probablemente eso surgió muy pronto en su vida, si podemos juzgar por las sonrisas que
echaba a quienes se ocupaban de él cuando tenía dos meses, aunque no había evidencia clara
de que distinguiera y reconociera a alguien hasta que alcanzó los cuatro meses de edad.
Cuando tenía cerca de cinco meses mostraba plenamente su deseo de ir con su niñera. Pero no
mostró espontáneamente afecto mediante acciones públicas hasta que tuvo algo más de un
año. Con relación al sentimiento conexo de la solidaridad lo mostró con claridad a los seis
meses y once días mediante una cara triste, con las comisuras de sus labios bien fruncidas
hacia abajo, cuando su niñera hacía que lloraba. Mostró plenamente envidia cuando acaricié
una muñeca grande y cuando cogí a su hermana pequeña, y entonces tenía quince meses y
medio.
Asociación de ideas, razonamiento, etc.

Por lo que observé, la primera acción que mostró un tipo de razonamiento práctico ya ha sido
mencionada, a saber: el bajar su mano por mi dedo hasta meter la punta de éste en su boca, lo
cual sucedió cuando tenía ciento catorce días. Cuando tenía cuatro meses y medio sonreía
repetidamente a su imagen y a la mía en el espejo, y sin duda los confundía con objetos reales,
pero mostraba sentido al sorprenderse evidentemente porque mi voz provenía de detrás. Igual
que todos los niños, se divertía mucho mirándose, y en menos de dos meses comprendía
perfectamente qué era una imagen, ya que, si le hacía con mucho sigilo alguna mueca rara,
rápidamente se volvía y me miraba. Sin embargo, a la edad de siete meses se quedaba
perplejo cuando al estar al aire libre me veía en el interior de un gran ventanal de cristal, y
parecía dudar de si era o no una imagen.

Cuando tenía cinco meses asociaba ideas independientemente de que cualquier instrucción se
fijara en su mente; así, tan pronto como se le ponía su gorro y su capa, se contrariaba
enormemente si no salía inmediatamente al exterior. Cuando tenía exactamente siete meses
dio el gran paso de asociar a su niñera con su nombre, de manera que si yo lo pronunciaba él la
examinaba. Durante los siguientes cuatro meses, el primer niño asociaba muchas cosas y
acciones con palabras. Puedo añadir que cuando tenía poco menos de nueve meses asociaba
su propio nombre con su imagen en el espejo,

En el niño que describe Taine (págs. 254-256) parece que la edad a la cual venían asociadas las
ideas era considerablemente posterior, a menos que de hecho se pasaran por alto los primeros
casos. Me pareció que la facilidad con que se adquirían las ideas asociadas debidas a la
instrucción, y otras que surgían espontáneamente, eran, con mucho, la distinción más
sobresaliente entre la mente de un niño y la del perro adulto más inteligente que nunca haya
conocido

Como señala Taine, los niños muestran curiosidad a una edad muy temprana, y es sumamente
importante en el desarrollo de sus mentes; pero yo no efectué ninguna observación especial
sobre esta cuestión. Asimismo, entra en juego la imitación. Cuando nuestro niño tenía tan sólo
cuatro meses pensé que trataba de imitar sonidos, pero debo haberme engañado, ya que no
me convencí plenamente de que lo hacía hasta que tuvo diez meses. A la edad de once meses
y medio podía imitar fácilmente todo tipo de acciones como mover la cabeza y decir «ah» a un
objeto sucio.

No sé si vale la pena mencionar, como algo que muestra la fuerza de memoria en un niño, que
cuando se le mostró, a los tres años y veintitrés días, un grabado de su abuelo, al que no había
visto exactamente desde hacía seis meses, al instante lo reconoció y mencionó toda una sarta
de hechos que habían sucedido cuando le visitaba, y que con seguridad no habían sido
mencionados nunca entre medias.

Sentido moral

Se observó la primera señal de sentido moral a la edad de casi trece meses. Yo dije «Doddy (su
apodo) no quiere dar al pobre papá un beso, Doddy malo». Sin ninguna duda, estas palabras le
hicieron sentirse ligera-mente inquieto; y por último, cuando yo había regresado a mi silla,
frunció los labios como signo de que estaba dispuesto a besarme; luego agitó su mano de
manera airada hasta que fui y recibí su beso. Casi la misma escena volvió a ocurrir unos pocos
días después, y la reconciliación parecía proporcionarle tanta satisfacción que varias veces
después pretendía estar airado y me pegaba y luego insistía en darme un beso. Cuando tenía
dos años y tres meses dio su último trozo de pan de jengibre a su hermana pequeña y luego
gritó con suma autoaprobación: «Oh, Doddy simpático, Doddy simpático». Dos meses después
se hizo sumamente sensible al ridículo, y era tan suspicaz que a menudo pensaba que la gente
que reía y hablaba entre sí se reía de él. Un poco después le encontré salien-do del comedor
con los ojos brillantes de una manera innatural, y unos modales raros, innaturales o afectados,
de modo que entré en la habitación a ver qué había allí y descubrí que había estado cogiendo
azúcar molido, lo cual se le había dicho que no lo hiciera. Como nunca había sido castigado de
ninguna manera, sus raras maneras no se debían con seguridad al miedo, y supongo que era la
excitación agradable en lucha con la conciencia. Quince días después lo encontré saliendo de la
misma habitación, y estaba mirando su mandil que había enrollado cuidadosamente; y de
nuevo sus maneras eran tan raras que determiné ver qué había dentro de su mandil, a pesar
de que él decía que no había nada y repetidamente me mandaba «fuera», y lo vi manchado de
vinagre, de modo que aquí había planeado cuidadosamente el engaño.

Inconsciencia, vergüenza

No hay nadie que haya atendido a niños que no se haya visto impresionado por la manera
descarada en que miran una cara nueva, fijamente, sin guiñar los ojos. Creo que eso es el
resultado de que los niños pequeños no piensan en absoluto en sí mismos, y por ello no
sienten ninguna vergüenza, aunque a veces teman a los extraños. Vi el primer síntoma de
vergüenza en mi hijo cuando tenía casi dos años y tres meses: la mostró hacia mí mismo,
después de estar fuera de casa diez días, principalmente porque apartaba ligeramente su
mirada de la mía, pero pronto se acercó y se sentó en mis rodillas y me besó, y desapareció
todo rastro de vergüenza.

Maneras de comunicarse

El llanto —o más bien los gritos, ya que las lágrimas no se vierten durante mucho tiempo— se
emite, por supuesto, de una manera instintiva, pero sirve para mostrar que hay sufrimiento.
Después de un tiempo, el sonido varía según la causa. Eso se observó cuando el niño al que me
estoy refiriendo tenía once semanas, y creo que aún antes en otro niño. Además, pronto
pareció aprender a comenzar a llorar voluntariamente o a arrugar su cara de la manera
apropiada a la ocasión como para mostrar que quería algo. Cuando tenía cuarenta y seis días,
primero hacía ruiditos sin significado alguno, por gusto, y pronto variaron. A los ciento trece
días de edad se observó una risa incipiente, pero en otro niño fue mucho antes. Creo que, en
esta fecha, como ya he señalado, comenzó a tratar de imitar sonidos, pero seguro que lo hizo
en un período considerable-mente posterior. Cuando tenía poco más de un año utilizaba
gestos para exponer sus deseos. A la edad exacta de un año dio el gran paso de inventar una
palabra para el alimento —esto es, mum—, pero no descubrí qué le condujo a ello.

Me chocó particularmente el hecho de que, cuando pedía comida mediante la palabra mum, le
daba «un sonido marcadamente interrogatorio al final». También se lo daba a «Ah», que usaba
principalmente cuando reconocía a una persona o a su propia imagen en el espejo. Recalco en
mis notas que me parecía que el uso de estas entonaciones había surgido de manera instintiva,
y lamento no haber hecho más observaciones en este sentido. Sin embargo, recuerdo en mis
notas que un poco después, cuando estaba entre los dieciocho y los veintiún meses de edad,
modulaba su voz rehusando perentoriamente hacer algo mediante un quejido desafiante,
como para expresar «¡Que no quiero!»

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