Está en la página 1de 6

¿PUEDE PONERSE EN PIE EL JESÚS VERDADERO?

Existe un vasto número de retratos de Jesús en las galerías de arte de este mundo.
Estas imágenes a menudo están tan en conflicto las unas con las otras que ofrecen muy
poca ayuda a la hora de lograr una imagen precisa de cómo era Jesús durante el
periodo de su encarnación. Esta multiplicidad de imágenes está en paralelo con la
generalizada confusión acerca de la identidad de Jesús que existe en nuestro mundo
actualmente.
Necesitamos a Cristo, al Cristo verdadero. Un Cristo nacido de una vacía
especulación o creado para encajar en un patrón filosófico simplemente no lo es. Un
Cristo reciclado, un Cristo del compromiso, no puede redimir a nadie. Un Cristo
aguado, desprovisto de poder, degradado de su gloria, reducido a un símbolo, o
depotenciado por la cirugía erudita no es Cristo, sino el anticristo.
El prefijo “anti” puede significar “contra” o “en lugar de.” En el lenguaje, existe una
diferencia, pero en la vida, existe una distinción sin una diferencia, porque suplantar al
Jesús verdadero con un sustituto es obrar en contra de Cristo. Cambiar o distorsionar al
Cristo verdadero es oponerse a él con un falso Cristo.
Ninguna persona en la historia ha provocado tanto estudio, crítica, prejuicio o
devoción como Jesús de Nazaret. La titánica influencia de este hombre lo hace una
diana principal de las saetas de la crítica y un objetivo primordial de revisión de
acuerdo al prejuicio del intérprete. Por tanto, el retrato del Jesús histórico ha sido
alterado para encajar en las fantasías de aquellos que buscan alinearlo a su bando,
hacerlo un aliado en una multitud de causas militantes, muchas de las cuales son
mutuamente exclusivas. En el laboratorio teológico, Jesús es tratado como un
camaleón: es forzado a adaptarse al fondo pintado por el teólogo.
Se han realizado rigurosos intentos académicos por buscar tras el retrato de Jesús en
el Nuevo Testamento, para descubrir al Jesús histórico “verdadero.” Estos intentos por
penetrar en el muro de la historia, de echar un vistazo tras el velo de los llamados
testigos apostólicos primitivos, nos han enseñado mucho acerca del prejuicio que
tienen los eruditos, pero han añadido poco o nada a nuestro entendimiento del Jesús
auténtico. Lo que los eruditos han descubierto tras el velo es a un Jesús creado a sus
propias imágenes de acuerdo a sus propios prejuicios. Los liberales del s. XIX
encontraron al Jesús “liberal”; los existencialistas encontraron a un héroe
existencialista; y los marxistas descubrieron a un revolucionario político. Los idealistas
encontraron a un Jesús idealista y los pragmáticos hallaron a un Jesús pragmático.
Buscar tras o más allá del Nuevo Testamento es jugar al escondite con la linterna del
orgullo y el prejuicio.
Luego llegó el Jesús del corta y pega. Es conformado por aquellos que buscan
dentro de la Biblia un núcleo central de tradición sobre Cristo que es auténtico. Las
cosas que ven como extras innecesarios, las acreciones del mito y la leyenda, son
cortadas por las tijeras para exponer al Jesús verdadero. Parece muy científico, pero
todo está hecho con espejos. El arte del mago nos deja con el retrato de Rudolf
Bultmann o de John A. T. Robinson, y de nuevo el Jesús auténtico es oscurecido.
Preservando una cantidad mínima de datos del Nuevo Testamento, pensamos que
hemos eludido la subjetividad. Sin embargo, el resultado es el mismo, un Jesús
conformado por la parcialidad del erudito empuñando sus tijeras y usando sus manos
pegajosas de pegamento.
Se cuenta la historia del vagabundo que llamó a la puerta del granjero y que
educadamente preguntó si podría trabajar como obrero de mantenimiento. El
granjero, cautamente puso a este hombre a trabajar de prueba para poder medir su
habilidad. La primera tarea fue la de cortar troncos para la chimenea, la cual fue
terminada en tiempo récord. La siguiente tarea era arar los campos, lo cual hizo en
unas cuantas horas. El granjero estaba placenteramente asombrado; parecía que se
había encontrado con un Hércules moderno. La tercera tarea era menos laboriosa.
Llevando al recién contratado hombre al granero, le mostró un gran montón de
patatas, y le instruyó para que las colocase en dos montones: aquellas que eran de
primera calidad debían ser colocadas en un receptáculo y las de grado inferior en otro.
El granjero sintió curiosidad al ver cómo su trabajador milagroso tardaba mucho más
en esta tarea que en las dos anteriores. Tras muchas horas, el granjero fue al granero a
investigar. No había un cambio perceptible y evidente en el montón de patatas. Un
receptáculo contenía tres patatas y en el otro solo dos. “¿Qué ha ido mal?” preguntó el
granjero. “¿Por qué te mueves tan lentamente?” Una mirada de derrota estaba escrita
en el rostro del hombre contratado mientras bajaba los brazos y replicó: “Son las
decisiones en la vida las que son difíciles.”
El método de corta y pega sufre del problema de determinar por adelantado lo que
es auténtico y lo que es un mito en el retrato bíblico de Jesús. Lo que Bultmann
descarta en el cesto de las cáscaras, otro erudito lo coloca en el cesto de lo nuclear. Lo
que Bultmann llama primordial, otro lo descarta como inferior.
1. La evidencia es convincente
El problema es simple. Reside no en el relato de pacotilla de los autores del Nuevo
Testamento o en los poco rigurosos documentos históricos que llamamos evangelios.
Fue Emil Brunner, el teólogo suizo, el que sopló el silbato del liberalismo del s. XIX. El
veredicto de Brunner era tan simple como inflamatorio. El problema, dijo, es la
incredulidad.
Brunner no estaba hablando sobre la incredulidad basada en la evidencia
insuficiente. Negar una creencia porque la evidencia no respalda determinadas
afirmaciones es una honorable y sabia respuesta. Del mismo modo, creer a pesar de
una pobre evidencia es caer en la credulidad, la marca del insensato, y no trae honra a
Dios.
Sin embargo, la evidencia sobre Jesús es convincente, por lo que negar la creencia
en él es cometer un acto inmoral. La incredulidad es juzgada por Jesús no como un
error intelectual, sino como un acto hostil de prejuicio contra Dios mismo. Esta clase de
incredulidad es destructiva para la iglesia y para el pueblo de Dios.
¿Cómo puede esta incredulidad palmaria no solo atacar a la iglesia cristiana, sino
en muchas ocasiones capturar seminarios enteros e incluso denominaciones
completas? ¿Por qué las personas que rechazan el retrato de Jesús en el Nuevo
Testamento simplemente abandonan el cristianismo por completo y dejan la iglesia
para mortales menos educados que necesitan a un imaginario Jesús como una muleta
religiosa?
El s. XIX trajo una crisis intelectual y moral a la iglesia porque el surgimiento de la
teología liberal categóricamente rechazó el núcleo sobrenatural del Nuevo Testamento.
Esta crisis con el tiempo presionó duramente sobre asuntos muy prácticos. Si los líderes
de la iglesia o de la facultad de un seminario se levantan una mañana y descubren que
ya no creen en lo que la Biblia enseña o lo que la iglesia confiesa, ¿cuáles son sus
opciones?
Redefinir el cristianismo no es tarea fácil. El cristianismo ha recibido su definición
por dos factores de peso: (1) la existencia de un corpus de literatura que incluye
recursos primarios sobre el fundador y maestro de la fe cristiana, Jesús de Nazaret; (2)
la existencia de dos milenios de tradición de la iglesia, la cual incluye puntos de
desacuerdo sobre temas particulares de debate entre denominaciones, pero que
revela una notable unidad de confesión sobre lo esencial del cristianismo. Redefinir el
cristianismo requiere neutralizar la autoridad de la Biblia y relativizar la autoridad de
los credos. La lucha de la iglesia durante los últimos 150 años ha sido precisamente
sobre estos dos puntos. No es accidental que el ojo de la tormenta de la controversia
dentro de los seminarios y las iglesias en la actualidad se haya enfocado en temas
concernientes a la Biblia y los credos. ¿Por qué? No simplemente a causa de palabras
en un papel, sino a causa de Cristo. Se debe prohibir el Cristo de la Biblia y el Cristo de
los credos en orden a redefinir el cristianismo.
La iglesia es llamada el cuerpo de Cristo. Algunos se refieren a ella como la
“encarnación continuada.” Seguramente la iglesia existe para encarnar y llevar adelante
la misión de Cristo. Por esta razón, la iglesia no puede concebirse sin Cristo. Pero la
iglesia no es Cristo. Esta fundada sobre Cristo, formada por Cristo, comisionada por
Cristo, y preservada por Cristo. Es gobernada por Cristo, santificada por Cristo, y
protegida por Cristo. Pero no es Cristo. La iglesia puede predicar la salvación y
alimentar a los salvos, pero no puede salvar. La iglesia puede predicar, exhortar,
amonestar, y corregir contra el pecado, puede proclamar el perdón del pecado y puede
dar una definición teológica del pecado, pero la iglesia no puede redimir del pecado.
Cipriano declaró lo siguiente: “Nadie puede tener a Dios como Padre si no tiene a
la iglesia como su madre.” Necesitamos la iglesia tan urgentemente como un bebé
hambriento necesita la leche materna. No podemos crecer o alimentarnos sin la iglesia.
Poseer a Cristo y despreciar a la iglesia es una intolerable contradicción. No podemos
tener a Cristo sin abrazar a la iglesia. Sin embargo, es posible tener la iglesia sin abrazar
verdaderamente a Cristo. Agustín describió la iglesia como un corpus permixtum, “un
cuerpo mezclado” de cizaña y trigo, de incrédulos y creyentes coexistiendo. Esto
significa que el incrédulo puede lograr su entrada en la iglesia. Pero eso no significa
que pueda lograr entrar en Cristo.
El Cristo en el que creemos, el Cristo en el que confiamos, debe ser verdadero si
vamos a ser redimidos. Un falso Cristo o un Cristo sustitutivo no puede redimir. Si se
piensa que es improbable que el Cristo bíblico pueda redimir, menos probable será que
el Cristo especulativo de la invención humana pueda redimir. Aparte de la Biblia, no
sabemos nada consecuente relacionado con el Jesús verdadero. Definitivamente,
nuestra fe permanece o descansa en el Jesús bíblico. Desecha teorías de inspiración
bíblica si debes, asumiendo el riesgo, pero incluso aparte de la inspiración, el Nuevo
Testamento representa las fuentes primarias, los documentos más tempranos de
aquellos que lo conocieron, el registro de aquellos que estudiaron bajo su tutela, y que
fueron testigos oculares de su ministerio. Estas son las fuentes históricas más objetivas
que tenemos.
2. Personas que escribieron con una agenda
Algunos objetan en este punto, llamando la atención al hecho obvio de que el
retrato de Jesús del Nuevo Testamento vino a nosotros desde las plumas de personas
sesgadas que tenían una agenda. Los evangelios no son historia, dicen, sino historia
redentora, con el acento en los esfuerzos por persuadir a las personas de seguir a
Jesús. Bien, es cierto que los escritores tenían una agenda, pero esta no era una
agenda oculta. El apóstol Juan dice con franqueza: “Pero estas se han escrito para que
creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su
nombre.” (Juan 20:31)
El hecho de que los escritores bíblicos eran creyentes y que eran celosos a la hora
de persuadir a otros, cuenta en favor de su veracidad. Que incrédulos exhortasen a
otros a creer, haría patente que podrían ser culpados de duplicidad. Por supuesto, las
personas pueden equivocarse en aquello que proclaman, pero el hecho de que creían
en su propio mensaje, incluso hasta la muerte, debería intensificar más que debilitar su
credibilidad.
Sus registros fueron, de hecho, un registro de la historia redentora. Era redentora
porque no estaban escribiendo desde un punto de vista neutral, de historiadores
desapasionados. Era historia porque insistieron en que su testimonio era verdadero.
En este punto, una cuestión práctica emerge del astuto e inquisitivo escéptico, el
cual busca desacreditar al Cristo bíblico exponiendo al Cristo apostólico como una
fantasía. Argumentan que, si los asociados más estrechos de Jesús estaban
prejuiciados, en que eran creyentes, la erudición laboriosa de descubrir al Jesús
auténtico tiene sentido. Si todo lo que sabemos de Jesús es aprendido a través del
testimonio de los apóstoles, si son la pantalla a través de la cual debemos mirar para
verlo, nuestros esfuerzos parecen inútiles.
La respuesta es que el Jesús histórico no vivió en un vacío; él es conocido al menos
en parte por la manera en la que él transformó a todos aquellos que estaban a su
alrededor.
Quiero conocer al Jesús que radicalizó a Mateo, que transformó a Pedro, que le dio
la vuelta por completo a Saulo de Tarso en el camino a Damasco. Si estos testigos de
primera mano no me pueden llevar al Jesús verdadero, ¿quién puede? Si no es a través
de sus amigos y seres queridos, ¿quién podría conocerlo?
Si los apóstoles no me pueden llevar a Jesús, mis únicas opciones son escalar las
fortalezas de los cielos a través del escarpado subjetivismo místico, abrazando la más
antigua de las herejías, el gnosticismo, o colocar mi tienda en el campamento de los
escépticos que descartan a Jesús del reino de la verdad significativa. Dame al Cristo
bíblico o no me des nada. Hazlo rápidamente, por favor, dado que las demás opciones
no me pueden salvar de la frustración de una investigación laboriosa e infructuosa.
Jesús dijo: “Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y
perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Marcos 8:36-
37) Jesús puso una enorme etiqueta con el precio en el alma humana. Por eso estoy
sumamente agradecido. Me gusta pensar que mi alma tiene dignidad, y odiaría
desperdiciarla en un Cristo vacío, un Cristo de la especulación subjetiva. Sin embargo,
esto es lo que hacemos cuando abrazamos cualquier cosa menor que un Cristo
auténtico. Estamos jugando con almas humanas, las mismas almas por las que Cristo
derramó su vida para redimirlas.
3. Logrando una verdadera imagen de Jesús
Existen diferentes métodos que podemos usar para llegar a nuestra imagen de
Jesús. Podemos examinar los credos clásicos de la iglesia, logrando un valioso
conocimiento acerca de la sabiduría colectiva de todas las eras. Podemos restringir
nuestro estudio de teología contemporánea en un intento de estudiar a Jesús a la luz
de nuestra propia cultura. O podemos poner a prueba nuestra suerte y nuestra
creatividad y producir otra visión especulativa más.
Elijo mirar a Jesús como nos ha sido presentado en el Nuevo Testamento. Incluso si
alguien rechaza el carácter revelatorio de la Biblia o su inspiración divina, debe
enfrentarse a un hecho inexpugnable: virtualmente todo lo que sabemos de Jesús está
registrado en las Escrituras. Los escritores del Nuevo Testamento son las fuentes
primarias de nuestro conocimiento de Jesús. Si estas fuentes son ignoradas o
rechazadas, nos las veremos con la especulación y solo con la especulación.
Repetimos el clamor de Erasmo, “Ad fontes” (A las fuentes), mientras nos
enfocamos en el Nuevo Testamento. No importan los adelantos que podamos tener de
dos mil años de reflexión teológica, estos años nos impiden ser parte de la reacción
virginal de los contemporáneos de Jesús que le conocieron, que caminaron junto a él,
que lo observaron en acción, y que le interpretaron desde la perspectiva del Antiguo
Testamento. Los mismos escritores bíblicos son las fuentes primarias, y es su retrato de
Jesús el que tiene prioridad en cualquier estudio serio de su persona. Fuera de los
escritores del Nuevo Testamento, no existen más que tres párrafos de literatura escrita
en el primer siglo sobre la persona y obra de Jesús.
Cuando vamos atrás a las fuentes bíblicas, reconocemos que cualquier intento de
entender a Jesús debe tener en cuenta los peligros impuestos por nuestras propias
mentes. Aunque el Nuevo Testamento no es un producto del s. XXI, aquellos de
nosotros que lo leemos hoy sí lo somos. Cada uno de nosotros tiene cierta exposición a
la idea de Jesús desde que éramos niños. Aunque podemos no tener un exhaustivo
conocimiento del Jesús bíblico, no somos ignorantes de él. Cada autor de este mundo
tiene cierta información de Jesús y cierta opinión de este. Nuestras opiniones pueden o
no estar en armonía con el retrato bíblico, porque traemos aquellas asunciones al texto
y a veces creamos una actitud de prejuicio que nos hace difícil escuchar lo que los
contemporáneos de Jesús dicen de él.
También debemos tener en cuenta de que Jesús no es una mera figura de interés
histórico que debe ser estudiado desapasionadamente. Somos conscientes de las
afirmaciones de que Jesús es el Hijo de Dios, el Salvador del mundo. Entendemos que
hemos de tomar una decisión por él o contra él. También somos conscientes de que
muchos creen que esta decisión determina el destino eterno de la persona. Sentimos
que hay mucho más en juego en nuestro entendimiento de Jesús y que hemos de
aproximarnos a la cuestión, no con indiferencia, sino con la comprensión de quién es
Jesús. Es una cuestión de significancia definitiva para cada uno de nosotros. Sea o no
que Jesús traiga a mi vida una demanda, es algo que no puedo ignorar
inteligentemente.
Los escritores del Nuevo Testamento nos dan un relato testimonial ocular de Jesús
de Nazaret. Lucas comienza su evangelio con las siguientes palabras: “Puesto que ya
muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros
han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron
con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después
de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por
orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las
cuales has sido instruido.” (Lucas 1:1-4)
Pedro añade la siguiente declaración: “Porque no os hemos dado a conocer el
poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino
como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad.” (2 Pedro 1:16)
Los registros bíblicos afirman ser relatos de primera mano que nos han sido dados
por personas que estaban autoconsciente y abiertamente comprometidos con seguir a
Jesús. Veamos brevemente el testimonio de aquellos que lo conocieron, que lo amaron
y que dieron sus vidas por él.

También podría gustarte