Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
En los dos siglos pasados llegó a ser un lugar común la idea de que Dios es el
gran enemigo del hombre. Supuestamente, Él nos quita nuestra libertad y nos esclaviza
con leyes frustrantes. Sin embargo, cuando se vive una auténtica experiencia teologal,
que significa el acercamiento de Dios a nuestra vida, se experimenta todo lo contrario:
la libertad y el desarrollo del hombre alcanzan su máximo potencial y se abre de par en
par el horizonte de la gracia y la plenitud siempre mayores. Ahora bien, sí hay parte de
verdad en que Dios se acerca al ser humano para quitarle algo. Y este algo es
precisamente lo que no forma parte de nuestra naturaleza, sino que nos desfigura y nos
daña. Es el pecado, que es la negación de la bondad y la belleza. Es la inversión de la
verdad por la inconsistencia de la mentira y de la vida por lo que la vulnera y debilita.
Estos males han echado tantas raíces en el alma de cada persona y de toda la vida
humana que es imposible que alguien, aunque empeñe en ello sus mejores virtudes,
pueda erradicarlo de sí. Solo una fuerza mayor es capaz de hacerlo. La fuerza de Dios,
que es amor y, por eso mismo, libertad infinita. Para eso Él envía a su hijo como
cordero, víctima expiatoria del mal, que se ofrecerá a sí mismo para sanarnos del
pecado. Así lo reconoce Juan el Bautista al inicio de los evangelios:
«En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Este es el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Tras de
mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo. Yo no lo
conocía, pero he salido a bautizar con agua para que sea manifestado a Israel”.
Y Juan dio testimonio diciendo: “He contemplado el Espíritu que bajaba del cielo
como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar
con agua me dijo: ‘Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el
que ha de bautizar con Espíritu Santo’. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que
este es el Hijo de Dios”.» (Juan 1, 29-34).