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18 | Fortunas del feminismo
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La expresión «edad de oro del capitalismo» procede de Eric Hobsbawm, The Age of Extremes:
The Short Twentieth Century, 1914-1991, Nueva York, Vintage, 1996 [ed. cast.: Historia del siglo
XX, Barcelona, Crítica, 1995].
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Junto con sus camaradas de otros movimientos, las feministas de esa época
remodelaron el imaginario radical. Al transgredir una cultura política que
había primado a actores que se presentaban a sí mismos como clases políti-
camente controlables e integradas en un marco delimitado nacionalmente,
cuestionaron las exclusiones sexistas de la socialdemocracia. Al poner de
manifiesto los problemas planteados por la familia burguesa y por el pater-
nalismo de las políticas sociales, mostraron el profundo androcentrismo de
la sociedad capitalista. Al politizar «lo personal», expandieron los límites
de la protesta más allá de la distribución socioeconómica, para incluir el
trabajo doméstico, la sexualidad y la reproducción.
De hecho, la ola inicial de feminismo de posguerra experimentaba una
relación ambivalente con la socialdemocracia. Por un lado, buena parte
de la misma rechazaba el estatismo de ésta y su tendencia a marginar
las injusticias de clase o sociales distintas de la «mala distribución». Por
otro, muchas feministas presupusieron características clave del imaginario
socialista como base para modelos más radicales. Dando por sentados los
valores solidarios del Estado del bienestar y sus capacidades de guía para
garantizar la prosperidad, también ellas se dispusieron a controlar los mer-
cados y promover la igualdad. Actuando desde una crítica a un tiempo
radical e inmanente, las primeras feministas de la segunda ola no intenta-
ron tanto desmantelar el Estado del bienestar como transformarlo en una
fuerza capaz de ayudar a superar la dominación masculina.
En la década de 1980, sin embargo, la historia parecía haber eludido
ese proyecto político. Una década de dominio conservador en buena
parte de Europa Occidental y Norteamérica, culminada por la caída del
comunismo en el Este, insufló milagrosamente nueva vida a las ideologías
de libre mercado antes dadas por muertas. Rescatado del basurero de la
historia, el «neoliberalismo» posibilitó un asalto sostenido contra la mismí-
sima idea de la redistribución igualitaria. La consecuencia, ampliada por
la acelerada globalización, fue la de sembrar dudas sobre la legitimidad y la
viabilidad del uso del poder publico para controlar las fuerzas del mercado.
Con la socialdemocracia a la defensiva, los esfuerzos por ampliar y profun-
dizar su promesa se quedaron naturalmente en la cuneta. Los movimientos
feministas que antes habían tomado el Estado del bienestar como punto de
partida, intentando ampliar sus valores igualitarios de la clase al género,
descubrían que se habían quedado sin base en la que apoyarse. Al no poder
ya asumir un punto de partida socialdemócrata para la radicalización, gra-
vitaron hacia programas de reivindicaciones políticas más nuevos, más en
consonancia con el espíritu «postsocialista» de la época.
Entramos en la política del reconocimiento. Si el impulso inicial del
feminismo de posguerra fue el de «dotar de género» al imaginario socia-
lista, la tendencia posterior fue la de redefinir la justicia de género como
Prólogo a un drama en tres actos | 21