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En serie: Masters of sex, los maestros del

orden contemporáneo
“¿Qué ves cuando me miras?”, pregunta ella. “Amor”, responde él con un tono
lacónico, casi resignado. Esta escena entre Libby Masters (Caitlin Fitzgerald) y
su marido, el Dr. William Masters (Michael Sheen) ocurre luego de un
encuentro sexual entre ambos. Un encuentro casi mecánico, sin muestras de
afecto ni excitación, en el cual la posición y los modos están calculados por ser
los más adecuados para favorecer la fecundación. Tienen problemas para
concebir hijos y Master es un prestigioso médico obstetra, experto en
concepción.
Masters of sex (Showtime, 2013) se despliega en torno a una premisa
enunciada por su actor principal: nadie comprende el sexo, y nadie lo hará
nunca. Sus personajes dan fe de ello. Situados en los Estados Unidos de finales
de los ‘50, Libby anhela un sexo apasionado, pero es capaz de resignarlo en
busca del ideal de la maternidad; Virginia Johnson (Lizzy Caplan) —madre de
dos niños y divorciada en dos oportunidades— sabe disfrutar del sexo pero,
por ello, tropieza con la denigración masculina de su época; el rector de la
universidad Barton Scully (Beau Bridges) oprime dolorosamente su
homosexualidad debajo de una familia ejemplar acorde a su status social; y el
mismo Dr. Masters se encuentra empujado hacia los misterios de la sexualidad
femenina, al tiempo que se esconde detrás de un amor matrimonial forzado.
Entonces, los personajes de esta serie aparecen divididos entre el misterio del
sexo —junto a la verdadera fuerza con que éste golpea a sus cuerpos— y las
ficciones que inventan para hacer frente a esta incertidumbre. En este caso,
aquellas ficciones van de la mano de la moral norteamericana de mediados del
siglo XX: la maternidad, el amor, la heterosexualidad y todo aquello que
redirija al sexo por las vías de la reproducción, y oculte su “obscenidad”.
Sin embargo, es el mismo Dr. Masters quien dará un paso sin retorno. Para él,
el único camino posible para saber algo sobre el sexo, es la ciencia. Piensa que
los hombres han tomado el “instinto más básico y lo han convertido en un
ritual irreconocible”, entonces hay que ir al grano. Para ello, inicia un estudio
científico cuyo fin es comprender los fundamentos fisiológicos de la respuesta
sexual humana. Este estudio consiste en escanear el cuerpo con
electrocardiogramas, electroencefalogramas, tomar mediciones manuales e
imágenes, mientras el sujeto experimental mantiene relaciones sexuales o se
masturba en una camilla de laboratorio. No acaba aquí. El instrumento estrella
es “Ulises”. Se trata de un consolador de vidrio transparente, con una cámara
interna y luz, que permite filmar el interior de una vagina durante el acto de
masturbación.
Mediante este estudio —por el que pasarán más de cien “sujetos
experimentales”— el Dr. Masters pretende alcanzar la verdad sobre el sexo,
apresándola en una imagen. Él sostiene que, ante el sexo, “lo único que no
puede hacerse es creer en lo que dice la gente”. Es decir, no hay que escuchar
al sujeto, sino conectarle los cables. Adiós a las ficciones sobre el sexo, lo que
vale es la imagen.
Por eso el estudio del Dr. Masters se sitúa en el inicio de nuestro orden
contemporáneo, en el cual la imagen ordena la realidad de los sujetos, en
detrimento de las ficciones. Si no puede verse, no existe. Si es a través de una
pantalla, es más efectivo. Una foto es la prueba irrefutable que contradice
cualquier versión o desentraña una verdad. La selfie que testifica una
experiencia, y prescinde del relato. “Para qué escucharlo, si lo podés ver”,
como reza el slogan de una popular emisora de radio que transmite imágenes
en vivo por internet.
A su vez, la caída de las ficciones deja al descubierto aquello que en los
tiempos de Masters era “obseno”. La televisión y el cine muestran los cuerpos
desnudos y los actos sexuales cada vez más carnales y explícitos. También es
posible ver una decapitación por Youtube, y las páginas web más visitadas son
las de contenido porno.
En el primer capítulo de la serie, Virginia Johnson —la asistente del Dr. Masters
— intenta tranquilizar a una “sujeto experimental” minutos antes de que inicie
la sesión del estudio. La muchacha siente pudor porque será observada a
través del “Ulises” en pleno acto masturbatorio, por el mismísimo rector Scully.
Virginia es clara con la chica: “no te observará a ti, observará a la ciencia”. Si
hoy se le preguntara al Dr. Masters “¿qué ves cuando me miras?”, la ficción
amorosa no sería la respuesta. Tampoco le interesaría el sujeto. Más bien
nuestro pionero respondería sin perturbaciones con una serie de estudios
médicos por imagen: “radiografías, ecografías, endoscopías, TAC…”.

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