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14 de julio de 2021

“¿Por qué me quieren volver hacer sufrir?”


El impacto de la criminalización del aborto en Ecuador

En 2017, Sara tenía 38 años y dos hijos. Se consideraba y creía ser demasiado mayor
para volver a quedar embarazada. Cuando empezó a tener un sangrado fuerte, acudió
a un hospital público en Quito. Un médico le diagnosticó infección de las vías urinarias
e indicó en su ficha médica que la infección había provocado un aborto espontáneo. Un
médico que ingresó en el turno siguiente se hizo cargo de su atención. Empezó a
interrogar a Sara por el sangrado y le preguntó si había tomado pastillas o intentado
tener un aborto. La condición de Sara todavía no era estable y tenía fiebre alta; el
médico llamó a la policía.

Todavía sangrando debido a un procedimiento para quitarle restos de tejido del útero,
Sara, desnuda salvo por la bata que tenía puesta, y con unas pocas compresas
higiénicas, fue trasladada por la policía a una unidad de detención en medio de la
noche y acusada de aborto consentido, un delito contemplado por el derecho
ecuatoriano. Temprano en la mañana, a Sara le asignaron a un defensor público, quien
le aconsejó que se declarara culpable para recibir una pena menos severa. En pocas
horas, se produjo la audiencia.

Todavía con la bata del hospital, mareada y sangrando, Sara se encontró rodeada de
hombres: el juez, la policía y el defensor público, mientras acataba los consejos del
abogado y se declaraba culpable. Al mediodía, ya estaba camino a una cárcel en la
localidad de Latacunga para cumplir una pena de un año y ocho meses. Lugo de un
año encarcelada, la hija de Sara se contactó con una abogada particular que pudo
interponer un recurso que permitió que Sara cumpliera parte del resto de la pena fuera
de la cárcel.

En Ecuador, la criminalización del aborto tiene un efecto devastador para la vida y la


salud de las mujeres y niñas que intentan obtener abortos, sufren emergencias
obstétricas que se confunden con abortos o necesitan atención postaborto tras
presentarse complicaciones derivadas de un aborto inducido o espontáneo. El derecho
ecuatoriano prevé penas privativas de la libertad de seis meses a dos años para las
mujeres y niñas que reciben abortos o los provocan, y de uno a tres años para los
proveedores de la salud que practican un aborto que se determine que está prohibido
por ley, cuando se realiza con el consentimiento de la persona embarazada. Cuando el
aborto se realiza sin el consentimiento de la persona embarazada, la ley establece
penas de cinco a siete años de prisión.

El aborto está legalmente permitido en Ecuador en aquellos casos en los cuales está
en riesgo la vida o la salud de la persona embarazada (que se conocen como “causal
salud” o “aborto terapéutico”), o cuando el embarazo es resultado de una violación,
conforme surge de una sentencia reciente de la Corte Constitucional del Ecuador que
ha ampliado la excepción de violación sexual a todas las personas embarazadas y no
solo a aquellas que tengan una discapacidad intelectual. No obstante, las personas
embarazadas enfrentan numerosos obstáculos en el acceso al aborto legal y a la
atención postaborto. Estos obstáculos incluyen el miedo a un proceso penal, la
estigmatización, el maltrato por parte de profesionales de la salud y una interpretación
acotada de la causal salud. Según las estadísticas más recientes disponibles del
Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), en 2019 hubo 911 casos en los
cuales se determinó que estaba legalmente permitido el aborto. Mientras que entre
2004 y 2014, según un estudio que analiza datos públicos, hubo una impactante media
anual estimada de 33,340 abortos que necesitaron atención en establecimientos de
salud, pese a que las pacientes se expusieron al riesgo de persecución penal. Muchos
de estos abortos no dieron lugar a causas penales pero esta posibilidad resulta
problemática, sobre todo si se considera que las mujeres de sectores de bajos recursos
tienen mayores probabilidades de persecución penal.

Este informe documenta el costo humano de las leyes y políticas abusivas de Ecuador
que tipifican el aborto. Algunos profesionales de la salud han asumido un papel más
parecido al de los fiscales, dado que interrogan a las mujeres y niñas sobre su
conducta, y no solo sus necesidades médicas, intentando encontrar pruebas de
culpabilidad. Esos mismos profesionales luego declaran contra ellas en el proceso
judicial, a pesar de tener una obligación de confidencialidad. Algunos profesionales de
la salud han realizado exámenes invasivos a mujeres y niñas que no forman una parte
legítima de su tratamiento médico sin obtener su consentimiento informado o sin un
fundamento legal, como el examen forense de órganos genitales.

Según los registros presentados por la Fiscalía General del Estado a Human Rights
Watch, entre agosto de 2014 y junio de 2019, esta institución presentó cargos por
aborto consentido en 286 casos. De estos, 122 eran cargos específicamente contra
mujeres que supuestamente habían tenido un aborto. La Defensoría Pública de
Ecuador informó a Human Rights Watch que, entre 2016 y 2019, brindó asistencia legal
a 89 mujeres que fueron juzgadas por aborto consentido. El Consejo de la Judicatura,
por su parte, indicó a Human Rights Watch que entre agosto de 2014 y junio de 2019
se abrieron 122 casos en los cuales no se llegó a una conclusión, mientras que 99
casos se habían “resuelto”, aunque el Consejo no explicó qué significaba esto.

Human Rights Watch consultó las secciones disponibles de expedientes de 137


procesos por cargos penales contra mujeres o niñas, proveedores de atención de la
salud o acompañantes por solicitar o facilitar el aborto consentido entre 2009 y 2019.
Asimismo, revisamos los expedientes de otras 11 causas relacionadas con abortos en
las cuales las organizaciones legales que asistieron a las mujeres y niñas procesadas
nos transmitieron documentación. Estos 11 casos nos permitieron conocer más sobre
el impacto humano de estos procesos penales. Human Rights Watch también realizó
20 entrevistas a mujeres que han sido judicializadas por aborto, proveedores de la
salud, abogadas defensores y expertos en derechos de las mujeres, incluidos
funcionarios públicos, ex funcionarios públicos y representantes de organizaciones no
gubernamentales (ONG).

Aunque este análisis no incluye el espectro completo de procesos por aborto, resulta
indicativo de las tendencias en estas causas. Si se consideran también los datos
cualitativos, pareciera haberse registrado un aumento en el número promedio de
procesos penales tras la implementación, en 2014, de la reforma del Código Penal
respecto del período inmediatamente anterior. En la gran mayoría de estos casos, el
proceso era contra una mujer o niña que presuntamente se había sometido a un
aborto, o incluía a una mujer o niña en tal situación.

La criminalización del aborto perjudica a todas las mujeres y niñas, pero no por igual.
En los casos que consultó Human Rights Watch, las mujeres y niñas que viven en la
pobreza tenían muchas más posibilidades de verse afectadas. Las mujeres de bajos
ingresos mostraban más probabilidades de ser procesadas, incluso en casos de aborto
espontáneo o cuando necesitaron atención postaborto.

En los casos abordados por Human Rights Watch, la mayoría de las mujeres y niñas
procesadas por someterse a abortos eran de regiones con presencia considerable de
poblaciones indígenas o afrodescendientes, como así también jóvenes. De los 78
casos de mujeres y niñas en los cuales se pudo determinar su edad, la mayoría, 48 (el
61 por ciento), tenían entre 18 y 24 años, 16 (el 21 por ciento) tenían entre 25 y 29
años, 5 (el 6 por ciento) tenían entre 30 y 39, y 9 (el 12 por ciento) eran niñas de menos
de 18 años. Una cantidad desproporcionada procedían de zonas rurales del país.

Las mujeres y niñas sospechosas de haber intentado obtener abortos encontraron


obstáculos en el acceso a representación legal de calidad, así como violaciones a sus
derechos de debido proceso. Estos obstáculos y violaciones a menudo reflejaban
estereotipos de género y consideraciones religiosas. Human Rights Watch también
concluyó que, en los casos analizados, cuando las mujeres y niñas procesadas por
abortos consentido planteaban señalamientos de violencia de género —incluso de
haber sido obligadas o coaccionadas a tener un aborto—, estos no se investigaban o
no se tomaban en cuenta, mientras que avanzaban las causas en su contra.

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