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Somos niños en armadura de adultos.

Cuando somos infantes nos gusta jugar a que somos grandes, fingimos realizar una
profesión, un oficio. Jugamos a resolver problemas, simulamos tomar decisiones y
siempre estamos de buen humor, felices y sonriendo.

Ansiosos por tener más años, desesperados por ser


independientes. Cuando somos niños, tenemos sueños. Y
aunque el mundo es enorme, no sentimos miedo por
conocerlo, (aunque nos asustamos con la sombra de
nosotros mismos).

No sentimos angustia por salir allá afuera y vivir nuestros sueños.


Cuando somos niños y tenemos la oportunidad de jugar, divertirnos, explorar… todo
se hace más fácil.
La inocencia nos permite soñar, formular la mejor visión de nuestro mañana y
creamos una misión fuerte e ideamos cómo la vamos a cumplir.
Pero…conforme pasan los días, ese entusiasmo se pierde, para al final desaparecer.
Antes solíamos bailar y cantar para un público imaginario, ahora no hablamos
porque sentimos vergüenza y miedo.
Dibujábamos en las paredes y muebles de casa, un gran salón de arte
representaba, ahora no queremos ni escribir una frase, sentimos pereza.
Leer cuentos era lo más divertido, ahora no somos capaces de leer por lo menos el
periódico.
La sonrisa se convierte en un gesto malhumorado, porque creemos que no existen
motivos para sonreír ¿a dónde está lo divertido?, prácticamente nuestra vida se
vuelve aburrida, sin sentido y pesada. Todo lo vemos con negatividad, encontramos
graciosa la desgracia ajena y es divertido el alcohol, el tabaco y las drogas. Al fin,
ya somos grandes, tenemos que hacer cosas de grandes.
¿Te ha pasado?
Toda esa gracia y esa energía positiva que solíamos tener, se ha reprimido, gracias
a los acontecimientos desagradables que vivimos. A los reproches que papá y mamá
nos hicieron. Gracias a las malas palabras que nos dijeron. A los regaños que
recibimos cuando sólo nos divertíamos.
No es que nuestros sueños hayan desaparecido, es que en realidad…reprimimos
nuestra personalidad y encapsulamos nuestro niño para que no siguieran dañándolo,
lo escondimos en lo profundo de nuestro ser y modificamos nuestra actitud al
gusto de aquellos que nos evaluaban con gestos y palabras. Solo buscamos la
aprobación en la sociedad.
Pero no dejamos de ser niños. Porque en lo más profundo de nuestro ser, nos
imaginamos un mundo diferente, nos imaginamos la casa de nuestros sueños,
creamos un empleo en nuestro pensamiento, diseñamos al compañero/a de vida.
Formulamos una vida diferente en nuestra mente, en la que somos felices. ¿Y qué
crees? Se llaman SUEÑOS.
Nos gusta aprender todos los días y sentimos felicidad haber aprendido algo, pero
no lo demostramos por vergüenza.
Tenemos una respuesta para todo, pero no la compartimos para no quedar en mal.
Nuestra mente nos impulsa a tomar decisiones, y justo cuando tenemos la
respuesta en la boca, cambiamos de opinión…no por miedo, sino por el qué dirán,
nos preocupa mucho la opinión ajena, y perdemos el juicio propio.
Preferimos vivir de las apariencias, aunque eso conlleve a no ser feliz.
Aparentamos ser fuertes y rudos, cuando en realidad somos indefensos y sentimos
miedo.
Seguimos siendo niños, con una armadura de adulto en nuestro exterior. Somos
nuestra esencia, somos un niño jugando a ser adulto.
Consiente a tu niño interior, vuelve a sonreír, ama la vida, ama tu cuerpo… no lo
dañes. Juega, diviértete. Ablanda esa cara dura y sé feliz.

¡Feliz
día de
la niña Atentamente
Profr, Jaime Cruz Montaño.

y el
niño!

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