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A veces se nos olvida que fuimos niños. Se nos olvida que nos encantaba
desordenar el cuarto, pintar las paredes, jugar con lodo y subirnos a los
árboles.
Se nos olvida que ese niño que aún vive dentro de nosotros sigue queriendo
jugar sin dejar de asombrarse por las maravillas del mundo que lo rodea. Se
nos olvida que ese niño aún sigue soñando con ser feliz.
Existe un ejercicio muy efectivo para entrar en contacto con él, y este
comienza recordando alguna etapa de nuestra niñez.
Imagínate en tu lugar favorito a esa edad, ese lugar donde te encantaba pasar
tiempo y disfrutabas pasar. Visualiza que abres la puerta y te ves sentado,
pensativo y cabizbajo.
Ese niño eres tú; son tus emociones, tus temores, tus sueños. Abrázalo,
acarícialo, dile que lo amas y que le vas a dar el apoyo que necesita. Trátalo
exactamente como te hubiera gustado que te trataran. Dile las palabras que
hubieras querido escuchar. Dale el amor que te hubiera gustado recibir.
Nuestro niño interior carga con las heridas del pasado: Un padre ausente,
una madre sobreprotectora, una ciudad insegura, una maestra castrante.