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El conocimiento de la verdad: Josef Pieper

La verdad se rige forzosamente por la realidad. El hombre no puede crear la verdad,


sino aceptarla. Por esta razón, toda aceptación de la verdad presupone el respeto a la
realidad, es decir, a los hechos y las disposiciones que los rigen, y exige la sincera
apertura de la mente a todas las posibilidades por las cuales puede llegarle la luz de la
verdad.
Esta vinculación a la realidad es inseparable al entendimiento. Todo conocimiento tiene
como finalidad propia captar la realidad. Todo hombre que utiliza su entendimiento,
implícita y simultáneamente acepta sus leyes fundamentales: El entendimiento puede
conocer la verdad y está obligado a aceptar la verdad conocida. La capacidad natural del
entendimiento humano para conocer la verdad, queda frustrada algunas veces sólo a
causa de su imperfección (imperfección del entendimiento humano). Así pues, son
posibles, por una parte, el error y el engaño, y, por otra, las influencias subjetivas
(pensamientos) que rechazan, falsean o desfigura la verdad. El error puede corregirse
mediante la instrucción intelectual (explicación). Peor que el error es la duda escéptica
(dudar de todas las verdades) de toda verdad. Y peor que ambos todavía es la
arbitrariedad subjetiva (hacer, pensar y decir lo que uno quiera), la cual es solamente la
manifestación de una soberbia extrema que se revela incesantemente contra las normas
y las leyes del conocimiento objetivo. El error es una suplantación involuntaria de la
verdad (equivocarse por inexperiencia no es apropósito). En cambio, la recusación
voluntaria de la verdad (falsear la verdad con maldad) representa una violación de los
dictados de la conciencia.
El respeto y la docilidad del hombre a la verdad significan, en último término, el
reconocimiento de su contenido de criatura y la defensa de su dignidad humana. No nos
referimos a la aceptación de una verdad concreta, sino a una actitud humana
fundamental respecto a la verdad en general. La supuesta autonomía del hombre, que
nace de su arrogante soberbia, se opone a la humilde adaptación a la realidad existente.
Su obstinación es contraria a la franca aceptación de la verdad. Y su encasillamiento
autárquico (libre-autónomo-soberbio) excluye la apertura de la mente a la verdad
objetiva. El hombre no es la fuente de la verdad, porque no es la fuente de la realidad.
Ha recibido la existencia y tiene que descubrir la verdad en la realidad a la que se halla
sujeto. El hombre no es la medida de la realidad y la verdad, sino que esta sujeto a la
medida de la realidad y la verdad.
La verdad constituye un don, pero impone también una tarea. No sólo muestra como es
la realidad, sino también como debe ser. Todo ser está ordenado a su conservación,
acrecentamiento y perfección entitativa (ideas-cosas). Por esta razón, el conocimiento
de la verdad encierra siempre los correspondientes imperativos. El conocimiento de la
verdad impone la tarea de perfeccionar la respectiva realidad. El respeto a la verdad
significa también una obligación respecto a los valores.
El hallazgo de la verdad, especialmente de una verdad profunda, exige respeto
silencioso y disciplina intelectual. Quien se deja arrastrar por el torbellino y la apertura
de la vida (distracciones constantes), se pierde en lo superficial y lo periférico de las
cosas (sólo le interesa lo superficial de la vida), y no le queda tiempo para escuchar los
profundos anhelos del alma (No se cuestiona ni analiza nada de la realidad). Este deja
mirar a lo esencial (ideas importantes) y pierde progresivamente incluso la capacidad de
recogerse y concentrarse. El entendimiento pierde agudeza y amplitud, se embota y se
vuelve lento y pesado (poca capacidad de análisis). Todos los rayos de la sabiduría que
descienden de la alto, encuentran las ventanas del alma cerradas y cubiertas de polvo.
Su luz resbala sin penetrar, como el agua que corre sobre la piedra.
El hombre moderno necesita, por tanto, hacer grandes esfuerzos de entendimiento y
voluntad, si quiere escapar al tráfago exterior de la vida, librarse de la agitación interior
que lo acompaña y alcanzar el silencioso recogimiento, el único que lleva al interior del
templo de las verdades profundas. Todas las cosas elevadas y santas sólo descubren su
misterio a quien se acerca a ellas con respeto profundo, silencioso y expectante.

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