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Katerina Harvati (2015) “Neanderthals and Their Contemporaries”, en Handbook of

Paleoanthropology, edited by Winfried Henke & Ian Tattersall, Berlin Heidelberg: Springer-
Verlag, 2243-2268

Introducción

Los neandertales son el grupo de humanos fósiles que habitaron Eurasia Occidental desde
mediados del Pleistoceno Medio hasta unos 40.000 años atrás, cuando desaparecieron del
registro fósil, apenas unos pocos milenios después de que los primeros humanos modernos
aparecieran en Europa. Se caracterizan por un conjunto de rasgos morfológicos que en
combinación producen un morfotipo singular. Se los asocia por lo general con la industria lítica
musteriense, aunque hacia finales de su existencia se los encuentra a veces con conjuntos
líticos que recuerdan los producidos por los primeros humanos modernos. Si bien todavía se
discute su estatus taxonómico y relación con los humanos modernos, es comúnmente
reconocido que ellos representan un distinto linaje evolutivo euroasiático que comparte
ancestro común con los humanos modernos en el Pleistoceno Medio. Se cree que este linaje
ha estado aislado del resto del Viejo Mundo, probablemente debido a las condiciones
climáticas de los ciclos glaciales. Las condiciones climáticas glaciales han sido pensadas como al
menos en parte responsables de la evolución de la particular morfología neandertal, aunque el
cambio genético fue probablemente también muy importante. Las causas de la extinción de
los neandertales no se conocen bien. Un empeoramiento del clima y la competencia con los
humanos modernos están implicados.

El Descubrimiento de los Neandertales: Marco Histórico

Aunque los primeros restos de neandertales fueron descubiertos en la primera mitad del siglo
XIX (el niño de Engis en 1830, el adulto de Forbes Quarry en 1848), no fue hasta el
descubrimiento del esqueleto del valle de Neander en 1856, que coincide más o menos con la
publicación de “El Origen de las Especies” de Darwin en 1859, que la existencia de una clase
extinta de humanos arcaicos fue reconocida. Es esta ubicación la que da su nombre al grupo, y
es allí donde comenzó el debate sobre la relación de los neandertales con los humanos
modernos.

La antigüedad del esqueleto neandertal y su estatus como humano arcaico no fue


inmediatamente aceptada. En cambio, sus atributos anatómicos peculiares fueron
considerados el resultado de varias patologías, incluyendo raquitismo. Su antigüedad sólo fue
establecida firmemente con el eventual descubrimiento de otros esqueletos de similar
morfología asociados con artefactos líticos y fauna extinta.

Los neandertales fueron asignados a la especie H. neanderthalensis en 1864. Sin embargo, una
vez que su estatus como predecesores arcaicos de los modernos humanos fue aceptado, su
relación con los humanos modernos, y en particular los europeos modernos, comenzó a ser
debatido intensamente. La visión predominante en los 1910s y 1920s estaba representada por
científicos como Marcellin Boule y Sir Arthur Keith, quienes estaban entre los investigadores
más influyentes de su tiempo. Ellos ubicaron a los neandertales en su propia especie y
rechazaron cualquier papel ancestral para ellos en la evolución de la gente moderna,
señalando su “primitivismo” y supuesta inferioridad (Boule 1911/1913; Boule y Vallois 1957).

Esta percepción de los neandertales comenzó a cambiar durante los 1930s. Un


reordenamiento y “recorte” de la enmarañada taxonomía hominina fue llevado a cabo en los
1940s y 1950s por Mayr, Simpson y Dobzhansky, quienes colocaron a los neandertales y otros

1
especímenes fósiles del Pleistoceno Medio en nuestra especie, Homo sapiens. Según esta
visión, los neandertales se habían convertido en gente moderna a través de la evolución
filética (Trinkaus y Shipman 1992, 1993; Tattersall 2000). Esta visión ha sido reexaminada en
años más recientes, con nuevos datos provenientes de estudios genéticos en fósiles y
humanos modernos, el desarrollo de mejores técnicas de datación y nuevos enfoques sobre el
análisis de la morfología. Ahora los neandertales son vistos por lo general como un linaje
evolutivo euroasiático particular, que probablemente no contribuyó significativamente a la
evolución de la gente moderna.

Distribución Cronológica

Los restos esqueléticos humanos más antiguos encontrados en Europa han sido revelados en
Sima del Elefante, en Atapuerca, España, datando de ca. 1,2 millones de años (Carbonell et al.
2008), y en Barranco León, con una datación posiblemente más antigua incluso (1,4 millones
de años; Toro-Moyano et al. 2013; pero ver Muttoni et al. 2013). Restos humanos que datan
de hace 800.000 años han sido recuperados de Gran Dolina (Atapuerca, España; Bermúdez de
Castro et al. 1997; Falgueres et al. 1999), y artefactos líticos datando de ca. 700.000 y
posiblemente tan antiguos como 950.000 años han sido recientemente descubiertos en
Inglaterra (Parfit et al. 2005, 2010) documentando una presencia humana temprana también
en el norte de Europa. Estas poblaciones europeas tempranas son consideradas por algunos
como los ancestros de los posteriores europeos del Pleistoceno Medio y los neandertales (e.g.
Bermúdez de Castro et al. 1997), pero podrían también representar tempranos episodios de
colonización que terminaron en extinciones locales. Un cráneo encontrado en Ceprano, Italia,
previamente datado en aproximadamente 780-800.000 años (Manzi et al. 2001) ha sido
recientemente corregido a unos 450.000 años (Muttoni et al. 2009) y se le reconoce ahora
como Homo heidelbergensis (Mounier et al. 2011).

La primera aparición de los neandertales en el registro fósil no está claramente definida. Los
rasgos asociados a los neandertales surgen por primera vez de una manera mosaica en
humanos europeos del Pleistoceno Medio, como es el caso del gran conjunto de Sima de los
Huesos (Atapuerca), España (Arsuaga et al. 1997), recientemente datado en 400 y 600.000
años (Bischoff et al. 2003, 2007; Arnold et al. 2014; pero ver Stringer 2012 para las críticas de
esta estimación de edad). Diferentes rasgos típicos de neandertal aparecen en diferentes
tiempos y lugares y en diferentes combinaciones, pero su presencia en especímenes fósiles del
Pleistoceno Medio europeo sugiere que estos últimos fueron representantes tempranos del
linaje neandertal.

Una expresión cada vez más fuerte de morfología neandertal se percibe con el paso del
tiempo, con especímenes del tardío Pleistoceno Medio/temprano Pleistoceno Tardío (200-
100.000 años atrás) mostrando una clara, aunque todavía sin expresión completa, morfología
neandertal. El conjunto completo de características neandertales aparece con los neandertales
“clásicos” en el Pleistoceno Tardío, que datan de aproximadamente 70-30.000 años. Este
grupo incluye al famoso “Viejo” de La Chapelle-aux-Saints, como así también al espécimen tipo
del valle de Neander, Feldhofer 1.

La última fecha de aparición de neandertales, y así su potencial coexistencia con humanos


modernos en Europa, ha sido también controversial debido a problemas metodológicos que
afectan la datación por radiocarbono de este periodo (ver Conard y Bolus 2008; Blockley et al.
2008). La cronología por radiocarbono de los últimos neandertales en Europa ha sido en
tiempos recientes revisada mediante el uso de los últimos avances metodológicos. Las fechas

2
por radiocarbono reportadas aquí no están calibradas, a menos que se especifiquen de otra
manera.

Los especímenes neandertales del Estrato G1 en Vindija, Croacia, fueron directamente datados
ahora en ca. 33-32.000 años de radiocarbono por medio de espectrometría con aceleración de
partículas, usando ultrafiltración de colágeno (Higham et al. 2006), lo que revisa las
previamente publicadas dataciones en ca. 29.000 años de radiocarbono (Smith et al. 1999).

Dos sitios en Francia, ambos asociados con la industria lítica châtelperroniense, han sido
asociados con restos neandertales. El esqueleto parcial de Saint-Césaire fue originalmente
datado en ca. 36.000 años mediante el uso del método de datación por termoluminiscencia
(Mercier et al. 1991). Una reciente datación directa de espectrometría con aceleración de
partículas y ultrafiltración produjo una fecha algo más antigua de ca. 36.000 años de
radiocarbono (es decir, entre 41.950 y 40.660 años calibrados atrás; Hublin et al. 2012). Los
estratos châtelperronienses que contienen el hueso temporal de un subadulto neandertal
(Hublin et al. 1996), así como también varios dientes aislados de neandertales (Bailey and
Hublin 2006), en Arcy-sur-Cure (Grotte-du-Renne) fueron originalmente datados por
espectrometría con aceleración de partículas en ca. 34.000 años (David et al. 2001). Hublin et
al. (2012) dataron luego los estratos châtelperronienses de Arcy en ca. 40-35.500 años de
radiocarbono (calibrados entre 41.620 y 40.570 años atrás), usando espectrometría con
aceleración de partículas en colágeno ultrafiltrado.

Una datación de radiocarbono muy tardía para uno de los infantes neandertales de
Mezmaiskaya (Rusia) (unos 29.000 años; Ovchinnikov et al. 2000) se piensa ahora que resultó
de una moderna contaminación de carbono. Trabajo reciente en el sitio ha producido fechas
mucho más tardías (70-60.000 años para el primer infante y 40.000 para el segundo; Skinner et
al. 2005), así como también una datación por espectrometría con aceleración de partículas y
ultrafiltración de colágeno sobre el segundo infante de ca. 39.700 años de radiocarbono
(calibrados a 42.300-45.600 años; Pinhasi et al. 2011).

Varios sitios en España han sido propuestos como lugares de ocupación neandertal tardía.
Zafarraya fue considerado hasta tiempos recientes uno de los sitios europeos neandertales
más cercanos en el tiempo. Los estratos con material neandertal allí han sido datados entre ca.
33.400 y 28.900 años usando C 14 convencional y series de uranio (Hublin et al. 1995). La edad
de estos estratos neandertales ha sido revisada más recientemente como mucho más antigua
y cercana al límite del radiocarbono (Wood et al. 2013). Una datación relativamente tardía
para los estratos neandertales en Las Palomas (ca. 34.500 y 35.000 años de radiocarbono,
ambas por espectrometría con aceleración de partículas sobre huesos animales quemados;
Walker et al. 2008) ha sido criticada como no fidedigna por las dificultades para datar material
quemado (Wood et al. 2013). Finalmente, una datación excepcionalmente reciente de 24.000
años de radiocarbono para la última aparición de neandertales en Iberia, basada en una nueva
datación de un conjunto lítico musteriense (Finlayson et al. 2006), es considerada cuestionable
debido a inconsistencias estratigráficas (Delson y Harvati 2006) y problemas de metodología
(Wood et al. 2013).

Distribución Geográfica

Se cree por lo general que los neandertales eran homininos europeos, y se considera
frecuentemente a Europa como su área geográfica de origen, con especímenes fuera del
continente representando expansiones posteriores (Hublin 1998, 2000). Dentro de Europa, los
neandertales ocuparon de Iberia a Rusia y del Mediterráneo al norte de Europa. Fuera del

3
continente, su presencia ha sido documentada en el Cercano Oriente y en Asia Occidental
hasta Uzbekistán y Siberia (Krause et al. 2007).

Los neandertales orientales se contraponen frecuentemente con los de Europa Occidental en


su morfología, que tiene un patrón mosaico y no completamente “neandertal”
(Vandermeersch 1989; Smith 1991; Rak 1993). En algunas de sus características, los
neandertales orientales muestran condiciones que a veces han sido percibidas como más
modernas (aunque no todos los especímenes muestran las mismas condiciones para las
mismas características), lo que llevó a algunos a cuestionar la identidad neandertal de esos
fósiles (Arensburg y Belfer-Cohen 1998). Una visión más ampliamente aceptada es que la
expresión más débil de los rasgos neandertales en estos especímenes refleja primitivas
retenciones antes que afinidades con humanos modernos (Stringer 1990). De modo similar,
una morfología neandertal pobremente expresada se encuentra en los neandertales
tempranos, como los de Saccopastore, de nuevo interpretada como retenciones de morfología
primitiva (Condemi 1992).

Morfología

Los neandertales se caracterizan por un conjunto de características anatómicas craneales,


mandibulares, dentales y poscraneales particulares, algunas de las cuales representan
retenciones de condiciones ancestrales, pero muchas son derivadas para este grupo. Los
rasgos primitivos, compartidos con el ancestro común de los neandertales y humanos
modernos, incluyen cráneo elongado y chato, prominentes arcos superciliares, grandes rostros
con grandes fosas nasales y la ausencia de mentón. Los neandertales comparten algunos
rastros derivados con los humanos modernos, incluyendo cerebros agrandados, prognatismo
reducido, un débil moño occipital y un occipital más largo y redondeado.

Cráneo

Rostro

El rostro neandertal se caracteriza por una gran cresta supraorbitaria de doble arco, que no
muestra elementos distintivos y se degrada hacia la parte superior de la frente. Las órbitas son
grandes y redondeadas. La apertura nasal es muy grande y ancha. La cavidad nasal es
voluminosa y revela grandes proyecciones mediales y un piso nasal interno de dos niveles. Los
neandertales muestran un pronunciado prognatismo y una placa infraorbitaria oblicua e
inflada sin fosa canina, que disminuye oblicuamente hacia el hueso cigomático. La raíz inferior
del cigomático es oblicua y no agudamente angulada, y los procesos cigomáticos son
elongados y delgados. Internamente, los senos maxilares son grandes, mientras que el seno
frontal se expande lateralmente para llenar la mayor parte de la cresta supraorbitaria, pero no
se extiende más hacia arriba (Heim 1974, 1976; Stringer et al. 1984; Rak 1986; Trinkaus 1987,
2003; Schwartz y Tattersall 1996; Arsuaga et al. 1997; Franciscus 1999, 2003).

Varias hipótesis alternativas han sido propuestas para explicar la particular morfología facial
neandertal. La gran apertura nasal y estructuras asociadas han sido vinculadas con la
adaptación a climas fríos y a funcionar con aire cálido y húmedo, como así también para
disipar el calor (Coon 1962; Dean 1988). Otra interpretación ve los rasgos faciales de los
neandertales como consecuencias biomecánicas de una intensa conducta paramasticatoria
que se evidencia por el inusual patrón de desgaste del diente anterior exhibido en este grupo
fósil (Heim 1976; Rak 1986; Trinkaus 1987). Entre los humanos recientes se ha demostrado que
la forma de la cavidad nasal está afectada por factores climáticos como la temperatura y la

4
humedad (Noback et al. 2011). Sin embargo, las grandes narices y cavidades nasales son
características de las poblaciones de zonas cálidas, mientras que las aberturas nasales altas
caracterizan a las poblaciones árticas (Hubbe et al. 2009), lo que hace difícil evaluar la hipótesis
de la adaptación climática. Por otro lado, varios estudios han rechazado la idea de las
supuestas ventajas biomecánicas del rostro neandertal (Antón 1994, 1996). Una tercera
interpretación considera la morfología facial neandertal como principal resultado de procesos
estocásticos (Hublin 1998; Weaver et al. 2007).

Bóveda

Los neandertales muestran una bóveda craneana particularmente chata y elongada en perfil
lateral y un perfil redondeado en vista posterior, con el mayor punto de ancho en los
parietales. La región occipital muestra una escala altamente convexa, con…

Pensamiento y Lenguaje Simbólicos

La habilidad neandertal para el pensamiento y lenguaje simbólicos es tema de debate. El


registro arqueológico muestra escasez de objetos “simbólicos” como objetos de arte u
ornamentación personal en los conjuntos del Musteriense, si se compara no sólo con
posteriores industrias del Paleolítico Superior (Mellars 1996) sino también con algunos sitios
africanos contemporáneos (McBrearty y Brooks 2000; Henshilwood et al. 2001; pero ver Zilhâo
et al. 2010; Peresani et al. 2011). Se ha argumentado que la relativa escasez de esos objetos
indicaría una falta de habilidades cognitivas y lenguaje. Sin embargo, se ha señalado que el
registro arqueológico es un registro de comportamiento muy limitado e imperfecto, quizás en
este caso resultando en una documentación sesgada (o en falta) de actividades simbólicas
neandertales. El descubrimiento de restos neandertales asociados con industrias transitivas y,
en el caso de Arcy-sur-Cure, con ornamentos personales suntuosos, ha provocado intensas
discusiones sobre la identidad de los productores de estos objetos y los procesos que habrían
llevado a su asociación con los neandertales (i.e., comercio, aculturación o desarrollo
endógeno; ver, e.g., Hublin et al. 1996, 2012; d’Errico et al. 1998; Zilhão y d’Errico 1999;
Mellars 1999, 2005; Klein 2000; Harvati et al. 2003; Bar-Yosef 2005; Benazzi et al. 2011).

Evidencia en favor de la habilidad neandertal para el pensamiento simbólico es la aparición de


“crayones” de ocre y manganeso en sitios neandertales y el enterramiento de al menos
algunos restos esqueléticos neandertales. Si bien se ha argumentado que las aparentes
sepulturas neandertales son simplemente el producto de procesos naturales (Gargett 1999), el
hallazgo en diversos sitios de una cantidad de esqueletos en gran medida completos,
encontrados en articulación y colocados en fosas de poca profundidad, es indicador de
enterramientos intencionales. Sin embargo, la evidencia de ajuares funerarios y de otras
prácticas de enterramiento es escasa y controversial (Mellars 1996; Shea y Brooks 2000).

En términos de evidencia anatómica para cognición y lenguaje, los neandertales poseían


capacidades craneanas tan grandes como las de los humanos modernos. Sus cavidades
craneanas muestran rasgos similares a los de los modernos humanos y similares asimetrías
izquierda-derecha (Holloway 1985), aunque retienen una forma general “arcaica” (Bruner et
al. 2004; ver también Gunz et al. 2010; Bastir et al. 2011). La relativamente chata base
craneana de los neandertales fue por mucho tiempo considerada como indicadora de una
laringe tan alta que habría impedido la producción de ciertos sonidos del habla, en particular
de las vocales que son cruciales para la percepción del discurso (Lieberman y Crelin 1971;
Laitman y Heimbuch 1982; Lieberman 1989). Esta hipótesis fue puesta a prueba más
recientemente por Barney et al. (2012), quienes usaron extensas series de referencia de

5
humanos modernos y un gran número de fósiles para reconstruir el tracto vocal de los
neandertales y estimular su potencial articulatorio. Este estudio encontró que, aunque los
neandertales tenían probablemente una producción limitada de vocales en comparación con
los humanos modernos, esta limitación no habría probablemente afectado las vocales i y u,
críticas para el habla. Un intento posterior para inferir capacidades lingüísticas de la morfología
ósea se concentró en el canal hipoglosal, que transmite los nervios a la excepcionalmente
grande musculatura de la lengua humana. El tamaño del canal hipoglosal es similar en
neandertales y humanos modernos, y mayor que en anteriores homininos (Kay et al. 1998), lo
que sugiere una función similar para la lengua neandertal en la producción de lenguaje
hablado. Trabajo más reciente, sin embargo, ha cuestionado esta evidencia (DeGusta et al.
1999). Los neandertales son también similares a los modernos humanos y diferentes a los
anteriores homininos en sus canales vertebrales torácicos agrandados, lo que podría indicar
una expansión de la inervación torácica (MacLarnon y Hewitt 1999). El resultante mayor
control de la musculatura intercostal mejoraría el control de la respiración y podría indicar la
habilidad para hablar. Finalmente, la anatomía del oído exterior y medio en los fósiles de Sima
de los Huesos (Atapuerca, España) se reveló similar a la de los modernos humanos y
especializada en la percepción del habla (Martínez et al. 2004), lo que prueba la existencia de
capacidades para hablar en los neandertales y sus ancestros.

Evolución y Clasificación

La “Hipótesis de la Acreción”

El “modelo de acreción” para la evolución de los neandertales (Dean et al. 1998; Hublin 1998)
explica la progresiva aparición de la morfología neandertal a través del tiempo, comenzando
alrededor de 450.000 años atrás (OIS 12). Según esta hipótesis, el linaje neandertal se aisló en
Europa debido a las severas condiciones glaciales prevalecientes en los Balcanes por este
tiempo, en combinación con el crecimiento de los mares Caspio y Negro y la mayor aridez en el
norte de África y el Levante (Stringer 2012). En estas condiciones de aislamiento, se piensa que
la morfología neandertal se fijó gradualmente, en parte a través de la selección natural, como
adaptación a condiciones climáticas frías, pero quizás principalmente por el proceso de deriva
genética (Hublin 1998; Stewart y Stringer 2012).

Aunque el proceso de acreción de las características neandertales es por naturaleza mosaico,


se ha argumentado que los rasgos mandibulares y faciales se establecieron primero, seguidos
por los rasgos en la región occipital y finalmente en el hueso temporal y la bóveda craneana
(Dean et al. 1998; Hublin 1998; Rightmire 1998). Este patrón, sin embargo, se complica por las
incertidumbres de la cronología del material esquelético (especialmente las dataciones muy
antiguas propuestas para los restos en Sima de los Huesos; ver Stringer 2012) y de la polaridad
de algunos de los rasgos relevantes (ver Harvati et al. 2010; Freidline et al. 2012). Cuatro
amplias etapas de evolución neandertal han sido descriptas (Dean et al. 1998; Hublin 1998). La
etapa 1 incluye “preneandertales tempranos”, i.e., los especímenes arcaicos del Pleistoceno
Medio, como los de Petralona, Arago y Mauer, que datan de antes de OIS 12. Se considera que
estos homininos muestran incipientes características neandertales principalmente en la región
facial (aunque algunas de estas características pueden representar retenciones primitivas;
Harvati et al. 2010). También muestran fuertes similitudes con contemporáneos africanos y
asiáticos (e.g., Stringer 1974; Mounier et al. 2009; Harvati et al. 2010; Schwartz y Tattersall
2010). Los especímenes de la etapa 2 (OIS 11-9) son denominados “preneandertales” (e.g.,
Steinheim, Swanscombe). Exhiben ellos más claramente una morfología neandertal,
mostrando sus características también en el área occipital. En la etapa 3 (OIS 7-5, Biache,

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Krapina, Saccopastore), los especímenes “neandertales tempranos” muestran la mayoría de
los rasgos neandertales en la parte posterior del cráneo y también algunos en la región
temporal. Finalmente, la etapa 4 incluye a los “neandertales clásicos” de OIS 4-3 (Neanderthal,
La Chapelle-aux-Saints, Amud), mostrando una morfología neandertal completa.

Clasificación de los Humanos del Pleistoceno Medio

Según la hipótesis de la acreción, la evolución neandertal fue un proceso anagenético sin


eventos de especiación que resultaran en la aparición de este taxón. Dentro del esquema de
este modelo, los neandertales pueden entenderse como una subespecie de H. sapiens o como
una especie completamente distinta, H. neanderthalensis. Si la última clasificación es
aceptada, debe aclararse entonces la posición de los especímenes del Pleistoceno Medio de
Europa. Tradicionalmente éstos han estado incluidos en la especie H. heidelbergensis, en la
que los humanos del Pleistoceno Medio de África han sido también ubicados, debido a las
similitudes morfológicas observadas entre los fósiles humanos del Pleistoceno Medio en
Europa y África (e.g., Stringer 1974, 1984; Arsuaga et al. 1997; Rightmire 1998, 2007, 2008;
Harvati 2009; Mounier et al. 2009; Harvati et al. 2010). Este taxón ha sido por algunos como el
ancestro tanto de neandertales como de humanos modernos (e.g., Rightmire 1998, 2008,
2009; Stringer 2012). Si el H. heidelbergensis europeo fue exclusivamente ancestral para los
neandertales, esta muestra podría ser ubicada dentro del linaje neandertal y del taxón H.
neanderthalensis (e.g., Stringer 1995, 2012; Hublin 1998, 2009). En cambio, el linaje europeo
podría dividirse arbitrariamente en dos paleoespecies, con el segmento más antiguo
reteniendo el nombre H. heidelbergensis y el posterior conservando el nombre H.
neanderthalensis (e.g., Arsuaga et al. 1997; Manzi 2004; pero ver Wolpoff et al. 1994; Rosas et
al. 2006; Tattersall y Schwartz 2006; Bräuer 2008). En cualquier caso, los especímenes del
Pleistoceno Medio de África tendrían que ser colocados en otro taxón, posiblemente H.
rhodesiensis o H. helmei (Stringer 1995, 2012). La posición de Sima de los Huesos en este
esquema es crucial, ya que estos especímenes exhiben muy fuertes similitudes con los
neandertales (e.g., Rak et al. 2011; Gómez-Robles et al. 2012; Martinón-Torres et al. 2012) y se
ha sugerido una datación para ellos de aprox. 530.000 años (Bischoff et al. 2007), proveyendo
así de un muy sólido vínculo entre el H. heidelbergensis europeo y los posteriores
neandertales. Recientemente Stringer (2012) cuestionó esta estimación de edad por
consideraciones tafonómicas y propuso que los especímenes de Sima de los Huesos pueden
ser considerados neandertales tempranos en vez de H. heidelbergensis.

Taxonomía Neandertal y el Papel de los Neandertales en la Evolución Humana Moderna

Desde su adscripción a la particular especie Homo neanderthalensis (King 1864), la clasificación


de los neandertales y su papel en la evolución humana han sido temas de intensa discusión. El
consenso hoy ve a los neandertales y anteriores humanos europeos extintos del Pleistoceno
Medio como un linaje evolutivo separado, al menos parcialmente aislado en Eurasia
Occidental. Lo que todavía no está claro, sin embargo, es la naturaleza de la interacción entre
neandertales y humanos modernos que arribaron a Europa hace unos 45.000 años (Benazzi et
al. 2011; Higham et al. 2011). Como los dos taxones convivieron probablemente en Europa por
algunos milenios, se cree que se habrían encontrado al menos en algunas ocasiones (aunque la
duración de su coexistencia es sujeto de debate, como lo es también el contacto entre ellos;
e.g., Finlayson 2004; Pinhasi et al. 2011, 2012). La naturaleza de su interacción y la posibilidad
y extensión de la cruza durante estos encuentros son puntos centrales de discusión.

7
Aunque no hay duda de que los neandertales eran nuestros parientes más cercanos, la
magnitud de las diferencias anatómicas entre neandertales y humanos modernos es tal que
muchos autores reconocen a los primeros como una especie diferente, según definiciones de
especie que usan criterios morfológicos (e.g., Stringer 1974; Tattersall 1992; Stringer and
Andrews 1988; Hublin 1998; Harvati 2003; Harvati et al. 2004). La larga lista de rasgos
neandertales singularmente derivados, muchos de los cuales aparecen temprano en la
ontogenia (e.g., Maureille y Bar 1999; Ponce de León y Zollikofer 2001), apunta a un estatus de
especie particular bajo el concepto de especie filogenética (e.g., Hublin 1978; Santa Luca 1978;
Stringer et al. 1984; Tattersall 1986, 1992, 2000; Stringer and Andrews 1988; Schwartz y
Tattersall 1996). Además, la distancia morfológica craneana entre neandertales y humanos
modernos es más similar a las distancias interespecíficas que a las intraespecíficas observadas
entre especies primates y sus subespecies, lo que sugiere un estatus de especie distinta para
los neandertales (Harvati 2003; Harvati et al. 2004).

Algunos paleoantropólogos ven evidencia de mezcla en el registro fósil y han argumentado en


consecuencia a favor de un estatus subespecífico para los neandertales, siguiendo el concepto
biológico de especie. Estos autores han señalado los rasgos de neandertal presentes en
especímenes modernos tempranos de Europa y las tendencias a la “modernización”
morfológica en algunas muestras tardías de neandertal; han ellos propuesto también que
algunos especímenes individuales son potenciales híbridos (e.g., Smith 1982, 1992; Wolpoff
1989; Frayer 1992; Frayer et al. 1993; Duarte et al. 1999; Ahern et al. 2002; Trinkaus et al.
2003; Soficaru et al. 2007). Sin embargo, otros han rechazado estos planteos (e.g., Lahr 1996;
Bräuer y Broeg 1998; Tattersall y Schwartz 1999; Bräuer et al. 2004, 2006; Bailey 2002; Harvati
2003, 2009; Harvati et al. 2004, 2007).

Desde una perspectiva genética, el ADN mitocondrial de los neandertales y europeos del
Paleolítico Superior no muestra signos de mezcla entre los dos grupos (Wolpoff et al. 2001;
Serre et al. 2004; Green et al. 2008), aunque el modelo demográfico indica que una pequeña
contribución de neandertales al acervo genético humano moderno es compatible con este
resultado (<1-2%; Currat y Excoffier 2004; Weaver y Roseman 2005). La reciente publicación de
los datos genómicos neandertales, sin embargo (Green et al. 2010; Prüfer et al. 2014), mostró
que el genoma neandertal era más similar al de los euroasiáticos que al de los africanos. Esta
evidencia sugiere que pudo haber ocurrido una limitada cruza durante la primera dispersión de
humanos modernos fuera de África. Green et al. (2010) estimó la proporción de ADN derivado
de los neandertales en los modernos euroasiáticos en 1-4%. Esta estimación fue luego refinada
a 1,5-2,1% por Prüfer et al. (2014). El modelo demográfico de mezcla combinado con
expansión territorial bajo este nivel de introgresión ha dado índices muy bajos de cruza (<2%) y
fue interpretado como muestra de la existencia de fuertes barreras reproductivas entre
neandertales y humanos modernos (Currat y Excoffier 2011). No obstante, hay discusión sobre
si la subestructura poblacional en humanos modernos ancestrales puede también explicar al
menos parte de los patrones observados (Eriksson y Manica 2012; Lowery et al. 2013).

La incapacidad de reproducirse exitosamente es el criterio para el reconocimiento de especies,


según el comúnmente aplicado concepto de especie biológica. Sin embargo, especies
mamíferas estrechamente relacionadas, incluyendo los primates (ver Jolly 2009), hibridan. En
efecto, reciente evidencia genética indica que esa cruza puede haber sucedido entre varias
especies homininas: se encontró ADN de denisovanos en melanesios modernos, en frecuencias
que alcanzan el 6%, lo que sugiere un evento de mezcla entre humanos modernos y este taxón
extinto (Reich et al. 2010). Una cruza arcaica ha sido propuesta para algunas poblaciones de

8
humanos modernos en África Central (Hammer et al. 2011; ver también Harvati et al. 2011).
También se ha sugerido la cruza entre neandertales y denisovanos, y la de estos últimos con
una especie más antigua y desconocida, posiblemente Homo erectus (Prüfer et al. 2014). Por lo
tanto, un bajo nivel de mezcla entre neandertales y humanos modernos no es necesariamente
incompatible con una asignación de los neandertales al estatus de especie separada (ver
Hofreiter 2011; Stringer 2012). Esto es especialmente cierto si hubiera un fuerte aislamiento
reproductivo entre los dos taxones, posiblemente relacionado con una reducida aptitud
híbrida, como lo sugirieron Currat y Excoffier (2011). Recientes análisis genómicos en humanos
modernos mostraron que regiones enteras del genoma están desprovistas de alelos derivados
de los neandertales, incluyendo el cromosoma X y genes expresados en los exámenes
(Sankararaman et al. 2014). Este patrón es compatible con la esterilidad híbrida masculina, y
sugiere la existencia de mecanismos de aislamiento postcigóticos entre neandertales y
humanos modernos. Los dos taxones fueron probablemente, por lo tanto, en gran medida
incompatibles genéticamente y en el proceso de especiación. Esta evidencia genómica
concuerda con las grandes diferencias morfológicas descriptas entre los dos taxones. También
explica los muy bajos índices de cruza que se han observado, así como también la ambigua
evidencia de mezcla en el registro fósil. Un parcial aislamiento reproductivo, en caso de que se
compruebe en análisis futuros, sería también compatible con el reconocimiento de los
neandertales como especie particular bajo el concepto de especie biológica.

La Extinción de los Neandertales

La última aparición de neandertales no está bien datada. La más reciente evidencia


radiométrica apunta a la desaparición de esta especie hace alrededor de 40.000 años
calendáricos (e.g., Pinhasi et al. 2012; Wood et al. 2013) y a la primera aparición de los
humanos modernos en Europa hace aproximadamente 45.000 años calendáricos (Benazzi et
al. 2011; Higham et al. 2011). Estos resultados sugieren que los neandertales y humanos
modernos tempranos coincidieron probablemente en Europa por algunos milenios (e.g.,
Pinhasi et al. 2012). Para algunos investigadores, la última aparición de neandertales significa
simplemente su asimilación al acervo genético humano moderno (Smith et al. 2005; Svoboda
2005). Si bien la investigación genómica está en marcha, la evidencia recobrada hasta ahora
sugiere una mínima mezcla del orden del 1,5-2,1% (Prüfer et al. 2014), que probablemente no
es compatible con un escenario de completa asimilación. La mayoría de los investigadores
considera la desaparición de los neandertales como una verdadera extinción, por más que
limitados intercambios genéticos con humanos modernos tuvieran lugar.

Han sido propuestos varios escenarios para la extinción de los neandertales, y con frecuencia
invocan alguna competencia directa o indirecta con los primeros humanos modernos que
arribaron a Europa poco antes de que los neandertales desaparecieran. Las propuestas
ventajas competitivas de los humanos modernos van desde factores demográficos, tales como
las pequeñas diferencias en los índices de natalidad y mortalidad o en el espacio entre
nacimientos (Zubrow 1989; Skinner 1997; Flores 1998), a mayores tamaños de grupo y más
altas densidades poblacionales entre los humanos modernos del Paleolítico Superior (Gat
1999; Mellars y French 2011) y una mayor diversidad dietaria de éstos (Richards et al. 2001;
Hockett y Haws 2005). El papel del clima no fue enfatizado hasta muy recientemente, pues los
neandertales desaparecieron en OIS 3, durante lo que se ha pensado fueron relativamente
estables condiciones que precedieron al último máximo glacial (Stringer et al. 2003). Algunas
hipótesis recientes, sin embargo, consideran que factores climáticos y medioambientales
fueron las fuerzas impulsoras principales. Se ha propuesto que la degradación y fragmentación

9
del hábitat llevó a la desaparición de las poblaciones neandertales, con los humanos modernos
arribando a áreas previamente ocupadas por neandertales luego que estos últimos se
hubieran extinguido (Finlayson 2004). La desaparición de los neandertales también ha sido
entendida como una de las muchas extinciones de megafauna del Pleistoceno Tardío, causadas
por la pérdida de un medioambiente sin análogo moderno (Stewart et al. 2003; Stewart 2005).

Los registros paleoclimáticos disponibles han mostrado que el OIS 3 estuvo dominado por
condiciones climáticas más inestables de lo que se creía, precipitadas posiblemente por una
actividad volcánica inusualmente intensa (Golovanova et al. 2010), lo que ha llevado a una
reevaluación del papel del deterioro climático en la desaparición de los neandertales (van
Andel y Davis 2003; pero ver Lowe et al. 2012). Se ha argumentado también que los episodios
de enfriamiento no son similares entre sí y que los taxones que sobreviven a un episodio de
enfriamiento pueden no persistir en el próximo (Stewart 2005). Una interpretación alternativa,
sin embargo, ve el advenimiento de los modernos humanos, quizás con un mejor bagaje
cultural y redes sociales más efectivas, como dando el golpe de gracia a poblaciones
neandertales ya bajo mucha presión a través de la competencia por muy limitados recursos
durante el crítico intervalo de tiempo de su coexistencia en Europa (Stringer et al. 2003; ver
también Lahr y Foley 2003). En esta visión, es la interacción entre los efectos de la fluctuación
del clima y el medioambiente y la competencia con los humanos modernos la que llevó a la
eventual extinción de los neandertales.

Nicholas J. Conard (2015) “Cultural Evolution During the Middle and Late Pleistocene in
Africa and Eurasia”, en Handbook of Paleoanthropology, edited by Winfried Henke & Ian
Tattersall, Berlin Heidelberg: Springer-Verlag, 2465-2497

Introducción

La cuestión de cuándo, en el curso de la evolución humana, los homínidos se volvieron como


nosotros ha estado en el centro de varias décadas de productivo debate en paleoantropología.
Reducida al nivel más fundamental, la aparición de una modernidad anatómica y conductual es
una cuestión de en qué momento durante la evolución homínida la anatomía y el
comportamiento caen dentro de la variabilidad que se documenta en las sociedades recientes.
El componente clave del comportamiento cultural completamente moderno es la
comunicación en un mundo organizado simbólicamente y la habilidad para manipular símbolos
en contextos sociales y económicos diversos.

Este capítulo no abordará el desarrollo de la anatomía humana moderna; aquí considero


algunas de las evidencias clave para la evolución de sistemas complejos de comportamiento. Si
bien no existe consenso sobre el momento en que el comportamiento moderno puede
identificarse en el registro arqueológico, no antes de 40.000 años atrás, varios hallazgos que
documentan la producción de diversos ornamentos, instrumentos musicales, representaciones
figurativas e imaginería mítica proveen de evidencia indiscutida sobre modernidad cultural.
Estos y otros indicadores arqueológicamente visibles de modernidad cultural apuntan a un
desarrollo irregular del comportamiento cultural complejo y de la comunicación simbólica en
el Viejo Mundo. Mientras que el patrón regional se vuelve cada vez más visible (Delporte 1998;

10
McBrearty y Brooks 2000; Bon 2002; Conard y Bolus 2003; Hovers y Belfer-Cohen 2006; Texier
et al. 2010; d’Errico y Stringer 2011; Porraz et al. 2013), los datos disponibles sobre este tema
incluyen una desigual distribución de la evidencia que ha sido pasada por un filtro tafonómico
selectivo y que refleja diversas historias regionales de investigación. Estos sesgos impiden la
localización de convincentes centros de origen y dispersión para muchas de las características
clave consideradas aquí.

Hoy vemos diversos puntos de vista con respecto a los orígenes de la modernidad conductual,
y las interpretaciones incluyen pero no se limitan a los siguientes modelos: (1) origen gradual
africano (McBrearty y Brooks 2000), (2) origen costero en relación con nuevos patrones
dietarios a comienzos del Pleistoceno Tardío (Parkington 2001), (3) origen tardío puntualizado
en África (Klein 2009; Klein y Edgar 2002), (4) orígenes graduales en múltiples taxones
humanos y múltiples continentes (d’Errico et al. 2003), y (5) orígenes relativamente tardíos
entre múltiples taxones humanos, incluyendo la propia revolución de los neandertales en el
Paleolítico Superior (Zilhão 2001). Aquí yo abogo por un policéntrico y diverso advenimiento
de la modernidad conductual (Conard 2008). La evolución hacia una modernidad conductual
se aceleró a mediados del Pleistoceno Tardío, y el comportamiento culturalmente moderno
con diversas señales regionales e innovaciones locales puede verse en muchas partes de
África, Europa, Asia y Australia entre 30 y 45 mil años atrás. Si bien humanos arcaicos y
modernos deben haber interactuado en muchas regiones en el contexto de escenarios sociales
y ecológicos diversos, en última instancia los humanos modernos estaban en ventaja
demográfica en todas las regiones y reemplazaron a los humanos arcaicos con relativamente
escaso mestizaje (Prüfer et al. 2013; Sankararaman et al. 2014).

Este capítulo repasa algunos de los datos de comportamiento cultural avanzado y aboga por
un patrón altamente variable de desarrollo que depende de específicas contingencias
históricas y evolutivas. El desarrollo del comportamiento moderno no representa para mí un
salto cuántico de una sola vez, sino un complejo patrón de innovación, expansión y extinción
local de las nuevas características a través de la selección cultural y la reproducción social. Las
reproducciones sociales, tecnológicas y lingüísticas por medio del aprendizaje son promovidas
por el éxito biológico de los miembros de las sociedades, pero no están solamente motivadas
por el crecimiento demográfico. Las tendencias demográficas y los patrones complejos de
contacto intra e inter societal condujeron a patrones diversos de desarrollo cultural que
resultaron de específicos eventos y procesos históricos y ecológicos durante el Pleistoceno. El
registro arqueológico presente provee de destellos de estos procesos evolutivos, pero sería
inocente pensar que nuestros datos presentes sobre los efímeros restos materiales del
desarrollo y expansión de la modernidad conductual puedan suministrar un indicio directo de
dónde y cuándo evolucionaron la avanzada tecnología, los patrones altamente desarrollados
de asentamiento y subsistencia, los ornamentos, la música y la representación figurativa y
abstracta. La cuestión de por qué evolucionó el comportamiento cultural completamente
moderno es todavía más difícil de responder, pero en años recientes han comenzado a
aparecer intentos de abordar las espinosas cuestiones de la causalidad (Klein 2009; Parkington
2001; Shennan 2001; Lewis-Williams 2002; Conard y Bolus 2003; Jerardino y Marean 2010;
Kuhn y Hovers 2013). Se necesita mucho más trabajo que trate de las causas potenciales de
evolución cultural y desarrolle hipótesis probables. En este contexto, los modelos
monocéntrico y policéntrico necesitan ser formulados y testeados explícitamente.

Pasando a los aspectos más mundanos de la arqueología, es necesario subrayar las


ambigüedades y problemas con la datación de sitios en más de 40.000 años de antigüedad. La

11
datación por radiocarbono, la herramienta más sólida para datar los conjuntos de la Edad de
Piedra Tardía y el Paleolítico Superior, comienza a alcanzar sus límites en el periodo anterior a
40.000. Aquí entran a jugar varios factores. En este periodo, mayor a siete vidas medias de
radiocarbono, la contaminación se vuelve un problema serio. El aislamiento del colágeno
preservado en huesos y problemas similares relacionados con la preparación de la muestra se
vuelven más problemáticos que en periodos más recientes (Higham 2011). Además, la física de
la espectrometría de masas con acelerador y del conteo de partículas beta se vuelve más difícil
en la medida en que una mínima contaminación comienza a afectar los resultados más
fuertemente y las incertidumbres relacionadas con la química y los instrumentos cobran
importancia. De igual importancia es la riqueza de la evidencia, pues hay importantes
fluctuaciones en los niveles de radiocarbono, probablemente en relación con las variaciones en
la producción debidas a excursiones magnéticas (Voelker et al. 2000; Beck et al. 2001; Conard y
Bolus 2003; Hughen et al. 2004). Estos factores tienden a hacer que las edades del
radiocarbono subestimen la edad calendárica de los materiales arqueológicos en más de
30.000 años (Higham 2011; Higham et al. 2012).

Otros métodos, incluyendo la datación por luminiscencia, tienen un gran potencial para
arreglar la cronología del surgimiento de la anatomía y comportamiento humanos modernos, y
los prospectos para obtener un mejor control cronológico de las etapas posteriores de
evolución humana son excelentes (Richter et al. 2000; Jacobs et al. 2003, 2008; Tribolo et al.
2013).

Esta presentación será necesariamente breve y de ninguna manera intenta ser enciclopédica.
En cambio, considero ejemplos para ilustrar el patrón general de evolución del
comportamiento. Estos ejemplos provienen frecuentemente de regiones donde he trabajado y
conozco mejor sus datos. El tema central se divide en dos secciones principales. La primera
trata de los detalles prácticos básicos de la arqueología paleolítica y se concentra en los
artefactos líticos y orgánicos y en los patrones de subsistencia y asentamiento. La segunda
sección trata más de los datos que suministran un acceso más directo al mundo paleolítico de
los símbolos, creencias y comunicación, y revisa la evidencia de enterramientos, ornamentos,
representación figurativa y no figurativa, y música como medios de definir los patrones
culturales modernos. En general, los resultados de una revisión de las últimas clases de
evidencia dan un mejor indicio de los orígenes de modernidad conductual. Mi interés aquí no
es desarrollar listados de rasgos o singulares características indicativas de modernidad, sino en
cambio mirar a los contextos evolutivos de diversas clases de información que pueden
ayudarnos a identificar patrones de evolución conductual. Otras revisiones similares de esta
evidencia en diferentes escalas geográficas pueden encontrarse en un número de
publicaciones y deberían ser consultadas junto con las referencias primarias para mayores
detalles (Deacon y Deacon 1999; McBrearty y Brooks 2000; d’Errico 2003; d’Errico et al. 2003;
Conard 2004; Hovers y Belfer-Cohen 2006; Klein 2009; d’Errico y Stringer 2011).

Tecnología, Asentamiento y Subsistencia como Medidas de Modernidad

Tecnología Lítica

Los artefactos de piedra son una clase físicamente robusta que frecuentemente sobreviven a
las numerosas formas potenciales de destrucción tafonómica. A este respecto, son una fuente
principal de datos sobre el comportamiento humano temprano. En muchos escenarios
paleolíticos los artefactos de piedra son la clase más abundante de material
antropogénicamente alterado. Estos atributos de los artefactos líticos los convierten en el

12
medio más importante de definir los grupos culturales paleolíticos. Así, si pueden mostrarse
artefactos líticos específicos para proveer de un indicio de comportamiento cultural moderno,
los investigadores pueden usar tales hallazgos como indicadores de modernidad.

A pesar de los intentos de definir sistemas lineales y cladísticos de evolución de herramientas


de piedra (Foley 1987; Foley y Lahr 2003), la tecnología lítica está basada en un
comportamiento aprendido y no se transmite directamente por vía biológica. Así, sorprende
poco que nuevas formas de tecnología lítica aparezcan y desaparezcan a lo largo de los más de
dos millones de años de registro paleolítico. La tecnología de Olduvai es la forma más común
de tallado de pedernal en las pirámides de Giza (Conard 2000), y esta más simple forma de
tallado aparece y desaparece a lo largo de la Edad de Piedra. Muchas otras tecnologías de
tallado también son intermitentes a lo largo de los últimos cientos de miles de años, que son el
telón de fondo para el desarrollo de la modernidad anatómica y cultural. Hachas de mano,
tecnología Levallois, tecnología de cuchillas y otros elementos de tallado de piedra son
intermitentes y no suministran ciertos indicadores de modernidad conductual.

Además, el registro etnográfico señala problemas asociados con ver la tecnología lítica como
claro indicador de niveles de evolución cultural. Recientes fuentes etnográficas documentan
casos de cazadores-recolectores en regiones que incluyen, por ejemplo, partes de Australia y
Tierra del Fuego, quienes usaban tecnologías de la Edad de Piedra que no dejarían rastros de
modernidad conductual. Estos grupos fueron indudablemente humanos modernos y
altamente desarrollados con respecto a sus habilidades lingüísticas y su habilidad para
manipular símbolos, pero la tecnología lítica y la cultura material arqueológicamente visible no
dejaría rastros de esta modernidad.

La tecnología lítica no da una simple solución a los problemas relacionados con identificar
modernidad. Incluso las cuchillas, que fueron alguna vez vistas como claros indicadores de
culturas del Paleolítico Superior y la Edad de Piedra Tardía, conductualmente modernas, han
sido encontradas en diversos contextos de África, Cercano Oriente y Europa (Rust 1950;
McBurney 1967; Besançon et al. 1981; Singer y Wymer 1982; Conard 1990, 2012; Révillion
1994; McBrearty y Brooks 2000; Locht 2002; Meignen 2011; Wojtczak 2011). Estos conjuntos
basados en cuchillas datan de la segunda mitad del Pleistoceno Medio y el Pleistoceno Tardío e
incluyen tecnologías basadas en núcleos líticos del Paleolítico Superior y producción de
cuchillas Levallois y no Levallois.

Los conjuntos líticos documentan un patrón heterogéneo de desarrollo, con formas que
aparecen y desaparecen por el Viejo Mundo. Mientras que en Europa hay una indudable
diferencia entre los conjuntos del Paleolítico Medio y Superior, muchas formas típicamente
asociadas con el Paleolítico Superior surgen en periodos previos, y cada vez parece más claro
que la variabilidad documentada por Bordes (1961) en el Paleolítico Medio del sudoeste de
Francia sólo refleja una pequeña porción de la variabilidad lítica general. Muchas regiones de
Europa (Bosinski 1967, 1982; Conard y Fischer 2000) muestran un patrón diverso de desarrollo
cultural que es análogo al documentado en África (Clark 1982, 1988; McBrearty y Brooks
2000). También en Cercano Oriente el Paleolítico Medio temprano incluye conjuntos líticos
tales como el de Yabrud y el de Humal, y el Paleolítico Medio tardío se caracteriza por
conjuntos Levallois realizados tanto por neandertales como por humanos anatómicamente
modernos (Shea 2003). La última observación demuestra cuán tenue es el vínculo entre
evolución cultural y anatómica.

13
Como Bosinski (1982), Clark (1982, 1988) y otros han señalado hace tiempo, la Edad de Piedra
Media y el Paleolítico Medio se caracterizan por el crecimiento e incrementada visibilidad de
las tradiciones locales. La frecuente sugerencia de que la tecnología lítica de estos periodos es
estática o incluso aburrida me parece incorrecta. En muchas áreas donde se dispone de
información de alta calidad, los conjuntos de la Edad de Piedra Media y del Paleolítico Medio
muestran una considerable diversidad. El desarrollo de tradiciones locales parece aumentar
con el tiempo en algunas áreas de África y Eurasia (Bosinski 1967; Conard y Fischer 2000;
Wadley 2001; Jöris 2002; Conard et al. 2012; Porraz et al. 2013), pero estas tendencias son, en
cierto sentido, un reflejo de la mayor calidad de los datos que resulta tanto de un mejor
control cronológico como de conjuntos más numerosos por unidad de tiempo. Los
investigadores que tratan de definir variabilidad deben considerar la calidad y densidad de los
datos disponibles. En general, los periodos tempranos de la Edad de Piedra Media y el
Paleolítico Medio han suministrado menos datos de los indicados para abordar estas
cuestiones que las fases posteriores de estos periodos o la Edad de Piedra Tardía o Paleolítico
Superior. De esta manera, no sorprende que, en general, los conjuntos de periodos más
recientes documenten más variación tecnológica y tipológica que las muestras de periodos
anteriores.

La complejidad de la tecnología lítica del Paleolítico Medio y Edad de Piedra Media es muy
variable, pero a veces avanzada. Herramientas compuestas y con mango han sido
documentadas directa e indirectamente en muchas regiones. En África podemos considerar las
formas de respaldo estándar de los conjuntos de Howiesons Poort como fuertes candidatos a
tener mangos, así como también numerosos conjuntos de puntas del Pleistoceno Tardío y
quizás el Pleistoceno Medio (Singer y Wymer 1982; McBrearty y Brooks 2000; Lombard y
Phillipson 2010). En el sudeste de Asia, Shea (1988, 1993, 1998) ha sostenido por mucho
tiempo la idea de un mango basado en los patrones de daño sobre los artefactos y el desgaste
por el uso. La masilla agregada a artefactos del Paleolítico Medio en Umm el Tlel, Siria central,
demuestra también el uso de mangos y provee de evidencia acerca de herramientas
compuestas (Boëda et al. 1998). En Europa se presenta un patrón similar con artefactos de
pequeño respaldo que casi con certeza requerían de un mango (Conard 1992). Puntas líticas
astilladas en Europa habrían requerido de un mango, al igual que en otros continentes, y se ha
encontrado masilla, por ejemplo, en los sitios del Paleolítico Medio de Königsaue (Mania y
Toepfer 1973), Neumark-Nord (Mania et al. 1990; Meller 2003), Bocksteinschmiede (Wetzel y
Bosinski 1969) e Inden-Altdorf (Pawlik y Thissen 2011) en Alemania, y Campitello Quarry en
Italia (Mazza et al. 2006). La producción de masillas como la brea del abedul requiere de un
avanzado conocimiento de pirotécnica y ciencias materiales, y suministra una buena evidencia
de comportamiento cultural avanzado (Wadley et al. 2009; Roebroeks y Villa 2010; Pawlik y
Thissen 2011). A través de estudios experimentales y de desgaste por el uso, Rots ha también
demostrado la existencia de mangos en múltiples contextos durante el Paleolítico Medio y
Edad de Piedra Media (Rots 2010, 2013; Rots et al. 2011).

Los conjuntos líticos de la Edad de Piedra Media y el Paleolítico Medio no proveen de la


evidencia necesaria para definir con precisión cuándo se desarrollaron los patrones modernos
de conducta humana. Ellos, sin embargo, muestran claramente un patrón heterogéneo de
desarrollo y transmisión tecnológicos que indica que los inicios de la Edad de Piedra Tardía y el
Paleolítico Superior no vieron cambios revolucionarios fundamentales en tecnología en el Viejo
Mundo. Esta transición vio el posterior desarrollo de nuevas y viejas tecnologías. Mientras
formas más avanzadas de tecnología lítica vinieron a usarse más ampliamente en la Edad de

14
Piedra Tardía y el Paleolítico Superior, la mayor parte de estas tecnologías tienen precursores
bien documentados en periodos anteriores.

Tecnología Orgánica

El desarrollo de tecnología orgánica muestra un patrón análogo al de la tecnología lítica.


Mientras la Edad de Piedra Tardía y el Paleolítico Superior se definen sobre la base de nuevas
formas artefactuales que aparecen en cantidades fácilmente detectables, los artefactos
orgánicos tienen antecedentes que se remontan a la Edad de Piedra Antigua y el Paleolítico
Inferior. Así, los comienzos de la Edad de Piedra Tardía y el Paleolítico Superior reflejan
legítimas divisiones arqueológicas, pero los cambios representan una elaboración e
intensificación de tecnologías que en algunos casos existían antes.

Con respecto a esta cuestión, la información más importante proviene de los hallazgos en
Schöningen, norte de Alemania, donde las excavaciones de Thieme han producido ocho lanzas
de madera con múltiples diseños, y otras herramientas de madera que datan de fines del
Paleolítico Inferior, hace unos 300.000 años (Thieme 1997, 1999, 2007). Estas herramientas
son de la más alta artesanía y brindan fundamento a la importancia de las herramientas de
madera de Clacton-on-Sea (Oakley et al. 1977) y Lehringen (Thieme y Veil 1985). Los
homininos del Pleistoceno Medio manufacturaban las lanzas y otros artefactos de madera de
Schöningen con gran cuidado, y su contexto demuestra un alto grado de profundidad en la
planificación, organización social y sofisticada comunicación. Salvo que postulemos que esta
parte del norte de Europa disfrutara de una posición privilegiada en la evolución cultural
humana, debemos concluir que la tecnología orgánica y los diversos conjuntos de
herramientas de madera de buena confección eran una parte de la vida diaria de los
habitantes del Paleolítico Inferior y presumiblemente del Paleolítico Medio en Europa. Estos
sitios anegados proveen de un escenario muy favorable para la preservación que no tienen
parangón en otros escenarios de sedimentación, pero encuentros ocasionales de madera
preservada en África y Cercano Oriente dan lugar para el optimismo de que futuros trabajos
puedan recobrar artefactos de madera comparables.

Se ha hecho mucho en años recientes sobre el desarrollo y elaboración de herramientas de


hueso, marfil y astas (Gaudzinski 1999; d’Errico 2003; d’Errico et al. 2003; Soressi et al. 2013).
Conjuntos de la Edad de Piedra Media provenientes de sitios como Apollo 11 (Vogelsang
1998), Klasies River (Singer y Wymer 1982), Sibudu (Backwell et al. 2008) y Blombos
(Henshilwood et al. 2001) han producido un tesoro de artefactos de hueso. Muchos
ejemplares son huesos afilados y astillas de hueso. Otras herramientas de hueso muestran una
serie de muescas o formas más enigmáticas. Un caso excepcional son los arpones elaborados
de Katanda, en la República Democrática del Congo (Brooks et al. 1995); estos hallazgos serían
sobresalientes si fueran en efecto de comienzos del Pleistoceno Tardío. Ciertamente, hacia
mediados del Pleistoceno Tardío, las herramientas de hueso se habían generalizado en la Edad
de Piedra Media.

El Paleolítico Inferior europeo también documenta tempranos ejemplos de herramientas de


hueso, incluyendo hachas de mano cuidadosamente manufacturadas (Segre y Ascenzi 1984;
Gatti 1993). De manera similar, las herramientas de hueso están bien documentadas en sitios
del Paleolítico Medio, incluyendo Salzgitter-Lebenstedt (Gaudzinski 1999), Grobe Grotte
(Wagner 1983) y Vogelherd (Riek 1934). Las herramientas de hueso no son tan comunes o
complejas como las del Paleolítico Superior, pero sin dudas existían en los conjuntos del
Paleolítico Medio. Las herramientas de hueso eran usadas claramente por los neandertales

15
tardíos en muchos escenarios, y han sido documentadas ocasionalmente en grandes
cantidades (d’Errico et al. 2003). Si bien la investigación continúa documentando herramientas
óseas más diversas y especializadas, como las de Abri Peyrony y Pech de l’Azé I (Soressi et al.
2013), las herramientas del Paleolítico Medio son con frecuencia menos elaboradas que las
orgánicas del Paleolítico Superior. Las puntas de base dividida, por ejemplo, sirven de
artefactos diagnósticos para el Aurignac temprano en gran parte de Europa y aparecen en
cantidades significativas a partir de hace unos 40.000 años (Albrecht et al. 1972; Hahn 1977).

Finalmente, el Pleistoceno Tardío presenta más evidencia de innovaciones culturales que


debería ser mencionada aquí. Estas innovaciones incluyen el amplio uso de tecnología de
molido durante la Edad de Piedra Media y el Paleolítico Medio en el norte de África (Wendorf
et al. 1993; Van Peer et al. 2004), evidencia de tecnología de encendido de fuego en el
Aurignac de Suabia (Riek 1934; Weiner y Floss 2004) y tecnología de transporte de agua en la
forma de cáscaras de huevo de avestruz perforadas (Vogelsang 1998; Parkington et al. 2005;
Texier et al. 2010; pero ver Kandel 2004). Como estas y otras categorías menos estudiadas de
hallazgos e innovaciones conductuales se vuelven temas de más sistemática investigación,
jugarán un papel más prominente en las discusiones sobre la evolución de la modernidad
cultural.

Subsistencia

Los patrones de subsistencia varían en tiempo y espacio debido a condiciones


medioambientales cambiantes y a cambios en tecnología combinados con estrategias sociales
y de asentamiento también cambiantes. Aunque la mayoría de los sitios no contienen restos
botánicos preservados, existen razones para suponer que las plantas fueron una parte
importante de la dieta de todos los homínidos, como lo han sido para todas las sociedades
etnográficamente documentadas (Owen 2005). La dieta de los neandertales, como aparece
reflejada en los datos de los isótopos estables, indica un componente relativamente alto de
recursos animales (Bocherens et al. 1999, 2001; Bocherens 2011), pero estos resultados no
excluyen el uso de plantas en la dieta, e incluso en los medioambientes más duros del Ártico y
los desiertos las plantas están disponibles de manera estacional y son importantes
nutricionalmente.

Este no es el lugar para resumir la historia de la investigación sobre este tema, pero las últimas
décadas han visto un cambio de la suposición de que los humanos arcaicos y modernos
tempranos practicaban sistemas completamente desarrollados de caza y reparto del alimento
a una evaluación crítica y un rechazo de interpretaciones anteriores hechas por colegas de
habla inglesa. Más recientemente, muchos estudios de caso han suministrado evidencia
convincente de que tanto posteriores humanos arcaicos como los anatómicamente modernos
practicaban la caza sistemática de presas grandes, medianas y pequeñas. Estos datos de
ningún modo sugieren que los patrones de subsistencia son homogéneos en enteros
continentes o subcontinentes, sino que los defensores de formas de subsistencia basadas en el
carroñeo o modos ineficientes de caza (Binford 1989; Stiner 1990, 1994) parecen haber
sobredimensionado el caso contra la existencia de confiables economías de caza en las
sociedades de la Edad de Piedra Media y el Paleolítico Medio (Marean y Kim 1998; Marean y
Assefa 1999). En años recientes los estudios de fauna han mostrado una gama diversa de
adaptaciones entre los humanos arcaicos tardíos y los humanos modernos tempranos (Clark y
Speth 2013), con creciente evidencia de intensificación y explotación de una más amplia gama
de taxones, en la medida en que aumentan las densidades de población hominina y se vuelven
más escasos los recursos faunísticos de alto rango (Stiner 2005, 2013; Speth 2010, 2013).

16
De nuevo en este contexto, los hallazgos de Schöningen son de importancia central y han
redefinido el discurso sobre la subsistencia en el Paleolítico Inferior. El equipo de Thieme
(1997, 1999, 2007) recuperó ocho lanzas de Schöningen en directa asociación con los huesos
de varias docenas de caballos en depósitos que datan de aproximadamente 300.000 años
(Voormolen 2008; van Kolfschoten 2014). Estos descubrimientos de mediados de la década de
1990 pusieron fin a la más extrema evaluación de la subsistencia en el Paleolítico Inferior y
Medio como obligado carroñeo y, por lo que sé, las implicaciones de estos sorprendentes
descubrimientos para documentar la caza de grandes presas por parte de homínidos arcaicos y
las implicaciones del hallazgo de una lanza de madera de tejo junto al esqueleto de un elefante
del periodo Eemiense en Lehringen no han sido cuestionadas en años recientes. Estos
hallazgos no demuestran que la caza de grandes presas fuese un fenómeno universal a fines
del Pleistoceno Medio y en el Pleistoceno Tardío, pero sí documentan la existencia de una caza
bien planificada y ejecutada exitosamente de grandes y rápidas presas por medio del uso de
tecnología refinada y letal.

Fuentes más mundanas de información tienden a apoyar esta visión. Numerosos conjuntos
faunísticos indican que los humanos arcaicos tardíos y modernos tempranos tenían un
frecuente acceso a la carne. En la mayor parte de los escenarios la posibilidad del carroñeo no
puede excluirse por completo, pero la caza activa es la explicación que más se ajusta a los
conjuntos faunísticos en sitios como Salzgitter-Lebenstedt (Gaudzinski y Roebroeks 2000),
Tönchesberg (Conard 1992) y Wallertheim (Schmidtgen y Wagner 1929; Gaudzinski 1995;
Conard y Prindiville 2000). En otros contextos, en muchas partes de Eurasia y África hay
evidencia similar para el papel de los mamíferos en la dieta de la gente del Paleolítico Medio y
la Edad de Piedra Media (Gaudzinski 1996; Marean y Kim 1998; Marean y Assefa 1999; Burke
2000; Bocherens et al. 1991, 2001; Costamagno et al. 2006; Rendu et al. 2011, 2012; Clark y
Speth 2013). Finalmente, debe subrayarse que el carroñeo de cadáveres es una opción
económica atractiva en las sociedades cazadoras-recolectoras contemporáneas (O’Connell et
al. 1988). Así, no hay razones para estigmatizar al carroñeo paleolítico como adaptación
premoderna.

En África del Sur, Klein y Parkington han desarrollado nuevos enfoques e hipótesis para el
desarrollo de prácticas de subsistencia durante la Edad de Piedra Media. Parkington (2001)
subraya el papel clave de la explotación de recursos costeros en el desarrollo cerebral y el
origen de la modernidad cultural en escenarios de costa. También ha sugerido él que procesos
similares pueden haber fomentado la evolución humana en otros medioambientes costeros,
incluyendo la región que circunda el Mediterráneo. Jeraldino y Marean (2010) han también
enfatizado el papel de las adaptaciones costeras en las fases más tardías de evolución humana
en el sur de África. Klein (2009) ha observado que pequeñas presas como las tortugas y
recursos marinos jugaron un importante papel en la subsistencia de la Edad de Piedra Media y
Tardía. Argumenta él que hasta aproximadamente 50.000 años atrás la caza estaba limitada a
presas comparativamente fáciles de cazar, y que la gente sólo comenzó a cazar
sistemáticamente animales peligrosos, incluyendo cerdos salvajes y búfalos, hacia fines de la
Edad de Piedra Media. Klein ve este cambio en la subsistencia como indicio de surgimiento de
modernidad cultural en conexión con mutaciones genéticas y la aparición de un lenguaje
completamente desarrollado. Las hipótesis de Parkington y Klein han sido recibidas con
considerable escepticismo, pero ambas presentan modelos completamente aceptables y
refutables para el surgimiento de modernidad cultural. Dada la escasez general de modelos
claramente formulados que provean de explicaciones causales para el surgimiento de
modernidad conductual, estas hipótesis, por más que después se pruebe que son incorrectas,

17
han fomentado nueva investigación considerable. Este es ciertamente el caso de la evolución
crítica de la evidencia temprana de caza realizada por Binford y colegas en los 1980s y 1990s.

Como los otros datos que hemos considerado hasta aquí, la evidencia de subsistencia durante
el Pleistoceno Medio y Superior muestra un patrón de adaptaciones avanzadas en una fecha
temprana. Con la posible excepción del modelo de Parkington para un incremento del uso de
recursos marinos en el Pleistoceno Tardío, los datos sobre subsistencia tienden a rechazar la
idea de un cambio revolucionario en el comportamiento económico y social que defina la
aparición de modernidad cultural. El registro arqueológico de la Europa mediterránea
demuestra que los neandertales también explotaban recursos marinos ya en el Pleistoceno
Medio tardío e indica que el uso temprano de crustáceos no se limitó a los humanos modernos
en África (Cortés-Sánchez et al. 2011). Dicho esto, Stiner, Speth y otros investigadores han
documentado cómo la intensificación llevó a la explotación de recursos de menor rango y más
diversos en el curso del Pleistoceno Medio y Tardío (Stiner et al. 1999; Stiner 2005; Speth
2010, 2013; Steele y Klein 2009; Steele y Álvarez-Fernández 2011; Conard et al. 2013). En
general, los homininos tienden a explotar recursos de alto rango cuando están disponibles y
así, en condiciones similares, homininos arcaicos y modernos explotaron frecuentemente
bóvidos grandes y medianos, cérvidos y equinos (Münzel y Conrad 2004).

Asentamiento

Reconstruir los patrones de asentamiento y de la organización del espacio es uno de los modos
más elusivos de definir patrones modernos de comportamiento. Esto se relaciona con la
general dificultad para reconstruir dinámicas de asentamiento en cualquier periodo y con
particulares problemas asociados con los periodos paleolíticos, donde la cantidad y calidad de
lo datos es por lo general más pobre que en periodos posteriores. El análisis del asentamiento
paleolítico en los contextos de definición de formas conductuales modernas tiene dos
enfoques principales, uno local y el otro regional.

Binford (1998), Wadley (2001) y otros han planteado que la organización espacial dentro de un
horizonte de hallazgos puede ser usada para definir la modernidad cultural. Binford, por
ejemplo, ve en las unidades modulares repetitivas de los fogones y las áreas de asiento en
abrigos rocosos una marca distintiva de organización espacial moderna. En su visión, este
patrón de organización espacial no se hace presente antes de la Edad de Piedra Tardía o
Paleolítico Superior. Wadley ve un incremento de la organización espacial durante la Edad de
Piedra Media en la Cueva Rose Cottage, Sudáfrica, como indicio de que las etapas finales de
este periodo pueden reflejar el momento en que se desarrolló una modernidad cultural.

En Europa, Kolen (1999) ha señalado la ausencia de clara evidencia de arquitectura como


indicio de que los grupos del Paleolítico Inferior y Medio no construían regularmente refugios
como centros de interacción social y económica, como sí es el caso en muchos periodos
arqueológicos posteriores. En cambio, los humanos arcaicos usaban lo que Kolen llama “nidos”
para refugio. Si esto es correcto, indicaría que las dinámicas de asentamiento de los humanos
arcaicos, incluyendo los neandertales, caían fuera del ámbito de la gente culturalmente
moderna. Varios investigadores han cuestionado este modelo y sugieren que, por más que las
características arquitectónicas claras estén por lo general ausentes antes del Paleolítico
Superior, los sitios del tardío Paleolítico Medio documentan áreas de actividad espacialmente
estructuradas que son similares a las que uno esperaría encontrar en sitios de cazadores
recolectores modernos (Vaquero et al. 2001, 2004; Conard 2001; Chacón Navarro et al. 2012).
Como con muchos de los criterios considerados aquí, no es claro hasta qué punto los factores

18
tafonómicos y la calidad de los datos afectan nuestras interpretaciones. Kolen, sin embargo,
está en lo cierto cuando observa que una evidencia clara de viviendas y refugios
antropogénicos es muy rara antes del Paleolítico Superior. Aunque se haya invertido menos
esfuerzo en estudiar la estructura espacial de sitios de la Edad de Piedra Media, trabajo
reciente en Sibudu ha demostrado el uso de campamento y mantenimiento regular del sitio en
múltiples horizontes de hallazgos (Goldberg et al. 2009, 2013; Wadley et al. 2011). Esta clase
de investigación promete proveer de perspectivas profundas sobre la organización del espacio
por parte de los primeros humanos modernos en el sur de África.

En una escala mayor de análisis, vemos evidencia más tentadora, pero en gran medida poco
concluyente, sobre uso del espacio y recursos distantes como indicadores de modernidad
conductual. Los importantes trabajos de Geneste (1988), Roebroeks et al. (1988), Floss (1994)
y otros examinan el uso de distantes materias primas como fuente de información sobre
organización económica y espacial paleolítica. Especialmente en el contexto de los enfoques
europeos continentales para el estudio de patrones de reducción y tecnología líticas (Geneste
1988; Hahn 1988; Boëda et al. 1990), mucha investigación ha apuntado a vincular patrones de
tecnología lítica con sistemas de movilidad y asentamiento. Estos y otros estudios muestran el
patrón casi universal de que las materias primas más distantes están presentes en los sitios de
manera más reducida que las materias primas locales. Esto es así para todos los periodos
paleolíticos. En periodos posteriores se transportaron más materiales en bruto desde fuentes
distantes hasta los sitios, pero no hay un momento específico que refleje un cambio cuántico
de patrones no modernos a modernos de comportamiento. También el “aprovisionamiento
del lugar” (Kuhn 1995) -esto es, el movimiento de cantidades de material en bruto a sitios para
futuro uso- está documentado en sitios de homininos tanto arcaicos como modernos (Conard
y Adler 1997).

El examen de la abundancia de materiales distantes como reflejo del tamaño de los territorios
y de las relaciones económicas y sociales de larga distancia ha dado también resultados
ambiguos. Los conjuntos del Paleolítico Medio documentan el uso de materias primas
provenientes de fuentes localizadas a más de 100 km de distancia (Floss 1994; Féblot-
Augustins 1997). No obstante, tal transporte de herramientas y materias primas a larga
distancia es todavía más común en el Paleolítico Superior, y la diferencia es más de grado que
de clase. Hasta aquí estas clases de datos no han conducido a los investigadores a crear un
medio confiable de distinguir entre formas conductuales arcaicas y modernas. Estos datos
líticos también sugieren la existencia de sistemas de adaptación diversos y dependientes del
contexto, con una considerable variabilidad, en vez de un mundo blanco y negro de evolución
unilineal en el que puede identificarse fácilmente saltos cuánticos entre un comportamiento
arcaico y otro moderno.

Finalmente, un análisis de los tipos de sitio y de los vínculos entre los sitios dentro de los
sistemas de asentamiento muestra una considerable diversidad en los sistemas de
asentamiento de la Edad de Piedra Media y el Paleolítico Medio, pero ningún criterio
fácilmente reconocible para definir la modernidad conductual (Conard 2001, 2004). Aquí,
como en otras áreas, dudo que la búsqueda del santo grial de la modernidad cultural sea un
modo productivo de definir un programa de investigación. Los investigadores continúan
esforzándose por identificar los orígenes de un sistema de asentamiento que refleja un paisaje
simbólicamente mediado que está habitado por gente culturalmente moderna. Además, si
nuestra definición de modernidad conductual incluye todos los patrones de asentamiento
etnográficamente documentados, debemos conceder que una casi infinita diversidad de

19
adaptaciones entre cazadores-recolectores recientes es por definición moderna y de ninguna
manera fácil de distinguir de las dinámicas de asentamiento hipotéticamente no modernas,
como lo indica la distribución de los restos materiales arqueológicamente visibles.

Más Allá de la Tecnología, la Subsistencia y el Asentamiento

Como sugiere la discusión más arriba, identificar criterios claros de modernidad conductual es
probablemente más realizable en las esferas de la ideología y la comunicación simbólica que
en la arqueología de las lascas de piedra y los restos faunísticos. Aquí considero varias líneas
argumentales y conjuntos de datos que se ubican fuera de las preocupaciones económicas
pragmáticas de la subsistencia diaria.

Enterramientos

La mayoría de los esqueletos humanos más completos que datan de antes del Paleolítico
Medio y la Edad de Piedra Media parecen ser el resultado de contextos tafonómicos
extraordinariamente favorables. A pesar de los argumentos en contrario presentados por
Gargett (1989, 1999) y otros colegas, hay un tesoro de esqueletos humanos del Paleolítico
Medio que parecen haber sido enterrados deliberadamente (Solecki 1971; Trinkaus 1983;
Defleur 1993). Tales enterramientos pudieron estar motivados por factores puramente
prácticos como la necesidad de sacarse de encima cadáveres indeseables, pero creo que es
más probable que los numerosos enterramientos de los neandertales y de los humanos
anatómicamente modernos del Paleolítico Medio reflejen el deliberado enterramiento de
parientes, relacionado así con lazos personales y emocionales entre vivos y muertos. Defleur
(1993) ha resumido gran parte de la evidencia para enterramientos del Paleolítico Medio y
señala un número de casos convincentes en Europa y el Levante. El debate sobre la presencia
de enterramientos en el Paleolítico Medio continúa con Rendu y colegas (2013), quienes
sostienen su existencia, y Goldberg y colegas (2013) que insisten sobre los altos estándares de
los datos para documentar la presencia de enterramientos en el registro paleolítico. La
cuestión de la inclusión deliberada de ajuar funerario y la identificación de específicas prácticas
rituales es tal vez aún más polémica y difícil de demostrar.

En el Paleolítico Superior los datos son inequívocos, y muchos enterramientos preservan un


ajuar funerario opulento que refleja el estatus de los individuos y las necesidades del muerto
en la vida ultraterrena. Los ejemplos de enterramientos provenientes de Sungir’, Dolní
Vĕstonice, las Cuevas Grimaldi y otros sitios sugieren que el sistema de creencias en asociación
con la muerte y la vida de ultratumba era mucho más elaborado en el Paleolítico Superior que
en las sociedades del Paleolítico Medio. Estos enterramientos del Paleolítico Superior son
universalmente aceptados como indicadores de modernidad cultural. Hasta donde tengo
conocimiento, fuera de casos algo enigmáticos como el muy fragmentario y parcialmente
quemado conjunto de Klasies River Mouth en Sudáfrica, la Edad de Piedra Media y los
comienzos de la Edad de Piedra Tardía no han producido suficientes datos de enterramientos
como para permitir conclusiones sobre prácticas y creencias en África subsahariana. Los
esqueletos humanos en la Cueva Alta de Zhoukoudian en China sugieren la existencia de
sepulturas en el Lejano Oriente a comienzos del Paleolítico Superior (Pei 1939; Wang 2005), y
las inhumaciones en el Lago Mungo, Australia, indican la sofisticación cultural de los primeros
habitantes de ese continente hace más de 40.000 años (Thorne et al. 1999).

Pigmentos y Ocre Molido

20
En años recientes se han producido reportes de apariciones tempranas de pigmentos y
discusiones de la importancia y significado del uso de pigmentos (Barham 1998; McBrearty y
Brooks 2000; d’Errico y Soressi 2002; Hovers et al. 2003; Dayet et al. 2013). Sobre la base de
este trabajo parece claro que los pigmentos fueron usados en algunos contextos de la Edad de
Piedra Media durante el posterior Pleistoceno Medio y en numerosos escenarios de la Edad de
Piedra Media y el Paleolítico Medio en el Pleistoceno Tardío (Watts 1998). África del Sur ha
producido evidencia particularmente abundante del uso de ocre molido durante la Edad de
Piedra Media. El trabajo de Barham (1998) en Twin Rivers, Zambia, es un ejemplo notable de la
presencia de muchas piezas de ocre modificado en contextos del Pleistoceno Medio, mientras
que numerosos sitios de la Edad de Piedra Media datados en el Pleistoceno Tardío, como
Klasies River (Singer y Wymer 1982; d’Errico et al. 2012), Diepkloof (Dayet et al. 2013), Peers
Cave, Hollow Rock Shelter (Watts 2002), Hoejiespunt (Will et al. 2013), Klipdrift (Henshilwood
et al. 2014), Apollo 11 (Vogelsang 1998) y Blombos (Henshilwood et al. 2001) han producido
mucha evidencia de molienda de los pigmentos. Trabajo reciente en Blombos ha documentado
kits de herramientas para hacer y almacenar pigmentos (d’Errico y Stringer 2011). Parkington
ha planteado que el uso de pigmentos suministra indicios adicionales del advenimiento de la
modernidad conductual en la Edad de Piedra Media, particularmente en escenarios más
costeros, donde se concentran los conjuntos de Howiesons Poort y Still Bay. Watts (1998,
2002) ha revisado la evidencia para el uso de pigmentos en la Edad de Piedra Media y concluye
que son extremadamente comunes en muchos sitios de la Edad de Piedra Media, reflejando
una amplia habilidad para estructurar el mundo en una totalidad simbólicamente organizada.
Watts rechaza la hipótesis de que el ocre molido fuera usado principalmente para propósitos
estrictamente utilitarios, incluyendo la curtiembre de pieles, mientras que Wadley (2005;
Wadley et al. 2009) enfatiza los usos prácticos del ocre molido. Por medio de un programa de
observaciones experimentales y arqueológicas, Wadley ha mostrado que el ocre trabajado en
Sibudu, y probablemente en todas partes, sirvió frecuentemente como componente de la
masilla.

En el Levante y Europa, Hovers et al. (2003) ve sólida evidencia del uso de ocre en los sitios del
Paleolítico Medio, incluyendo Qafzeh (Vandermeersch 1969). Los sitios como Maastricht-
Belvédère (Roebroeks et al. 2012), Pech de l’Azé (Bordes 1972; d’Errico y Soressi 2002), Cueva
de los Aviones y Cueva Antón (Zilhão et al. 2010) documentan el uso de pigmentos rojos,
amarillos y negros en contextos del Paleolítico Medio y sugieren que los neandertales usaban
regularmente pigmentos. Zilhão y d’Errico enfatizan que el uso de símbolos y tecnología
compleja se desarrollaron independientemente entre los neandertales y no fue el producto de
una aculturación por el contacto con humanos completamente modernos, como lo había
planteado White (2000), Hublin et al. (2013) y Mellars (2005). Los potenciales usos de ocre
molido incluyen la pintura corporal, la pintura sobre roca, el dibujo, el ritual, la medicina y más
mundanos propósitos. Aunque tenemos muy poca información confiable sobre el uso
específico de estas apariciones tempranas de ocre, están presumiblemente, al menos en
algunos escenarios como las sepulturas del Paleolítico Medio, conectadas con creencias
religiosas que expresan un alto nivel de desarrollo cultural y un grado significativo de
comunicación simbólica (Hovers et al. 2003). Como con otros indicadores potenciales de
atributos culturales avanzados discutidos más arriba, el uso de ocre no parece reflejar un salto
cuántico que signifique el cambio de patrones arcaicos de comportamiento a unos modernos.
Humanos anatómicamente arcaicos y modernos usaban ambos pigmentos y presumiblemente
agregaban significado simbólico al rojo, al negro y tal vez a otros pigmentos minerales molidos.
Aquí, sin embargo, la advertencia de Wadley contra la suposición de que el ocre molido servía

21
principalmente como pigmento debe reiterarse. Dado el probable uso de pigmentos minerales
en la Edad de Piedra Media y el Paleolítico Medio, el uso de pigmentos orgánicos es también
probable, por más que sea difícil demostrarlo con observaciones arqueológicas directas.

Objetos Decorados y Representación No Figurativa

Hay una larga historia de afirmaciones acerca de la deliberada modificación no utilitaria de


objetos en contextos paleolíticos, las que incluyen hallazgos del Paleolítico Inferior, tales como
los huesos con incisiones encontrados en Bilzingsleben (Mania 1990; Steguweit 2003) y
muchos hallazgos de periodos posteriores. Estos objetos son con frecuencia polémicos y no se
aceptan usualmente como muestra de comunicación simbólica compleja. Siguiendo otras
líneas de argumentación, colegas han sugerido que la perfecta simetría de algunas hachas de
mano indica un desarrollo estético avanzado, pero Wynn (1995) y Haidle (2004) sostienen que
las hachas de mano no necesariamente reflejan una comunicación o lenguaje de base
simbólica. Para el Paleolítico Medio y la Edad de Piedra Media se han publicado mayores
cantidades de objetos enigmáticos, incluyendo la piedra perforada y el modificado fragmento
de un colmillo de mamut provenientes de Tata, Hungría (Vértes 1964), y la denominada
máscara de La Roche-Cotard (Lorblanchet 1999). Algunos investigadores han incluido evidencia
de fósiles completos o productos naturales curados como indicadores de patrones estéticos y
conductuales avanzados (Schäfer 1996).

En particular en años recientes, la Edad de Piedra Media ha producido una cantidad de objetos
con incisiones que han sido entendidos como evidencia de comunicación simbólica y un alto
grado de desarrollo cultural. Importantes ejemplos de estos hallazgos incluyen los diagramas
grabados sobre piezas de ocre encontradas en los depósitos de Still Bay en Blombos, que datan
de aproximadamente 75.000 años atrás (Henshilwood et al. 2002), y piezas de ocre con
incisiones provenientes de, por ejemplo, Peers Cave, Klein Kliphuis (Mackay y Welz 2008) y
Klasies River Cave 1 (d’Errico et al. 2012). Las presentes excavaciones en Diepkloof han
producido cientos de fragmentos de cáscara de huevo de avestruz decorados, de los contextos
de Howiesons Poort, incluyendo piezas que han sido interpretadas como partes de recipientes
decorados hechos con el huevo de avestruz (Parkington et al. 2005; Texier et al. 2010).
Hallazgos similares también provienen de contextos de la Edad de Piedra Media en sitios que
incluyen Klipdrift (Henshilwood et al. 2014) y Apollo 11 (Vogelsang 1998). Estos hallazgos son
incuestionablemente resultado de una deliberada manufactura y reflejan probablemente el
deseo del artesano o artesana de transportar contenido simbólico y estéticamente
significativo, así como también información práctica, a miembros de su grupo social. Sin duda,
objetos decorados tan cuidadosamente producidos y las representaciones no figurativas que
contienen comunicaban específica información desde el artesano a la gente que usaba o veía
estos objetos. El desciframiento del significado específico transmitido a través de estos
hallazgos no es fácil, y pocas explicaciones específicas para su significado han sido presentadas.
Con el aumento del trabajo de campo cuidadosamente ejecutado hay razones para volverse
optimista: la información contextual ayudará a los arqueólogos a desarrollar hipótesis para
explicar el significado de estos hallazgos. La concentración de esos hallazgos en el sur de África
puede ser simplemente un reflejo de la intensidad de la pesquisa de alta calidad en esta
región, o quizás un indicio de que esta forma de almacenar y usar información simbólica era
más común en esta parte del mundo que en otras áreas geográficas. Algunos colegas aceptan
estos hallazgos como evidencia definitiva de modernidad cultural con comunicación simbólica
completamente desarrollada y habilidades cognitivas modernas que incluyen la lengua
(Henshilwood et al. 2002; d’Errico et al. 2003; Texier et al. 2010). La riqueza de los

22
descubrimientos de objetos con incisiones para la Edad de Piedra Media en el sur de África
demuestra que los artefactos simbólicos de esta clase no son tan excepcionales como se había
pensado en un comienzo y que los objetos decorados y marcados juegan un papel prominente
en el repertorio simbólico de la cultura material de la Edad de Piedra Media.

Ornamentos Personales y Joyería

La manufactura y uso de ornamentos personales transmiten información social sobre


identidad individual y afiliación a grupo. Este medio de proyectar el firme estilo individual o el
estilo emblemático que refleja la afiliación social dentro de un grupo demográfico mayor
(Wiessner 1983) es una importante característica de los patrones conductuales modernos y ha
sido el foco de atención de mucha investigación reciente (Vanhaeren 2002; Kölbl y Conard
2003; Vanhaeren y d’Errico 2006). La distribución arqueológica de los ornamentos provee de
una señal más clara que muchas de las clases de información consideradas más arriba.

Evidencia temprana del uso de conchas marinas como ornamentos proviene de contextos de
sepultura en Qafzeh Cave, Israel, y data de aproximadamente 100.000 años atrás (Bar-Yosef y
Vandermeersch 1993). Conchas marinas perforadas de similar antigüedad se han encontrado
en Skhūl Cave, Israel (Vanhaeran et al. 2006) y Grotte des Pigeons, Marruecos (Bouzouggara et
al. 2007). Ejemplos un poco posteriores de ornamentos hechos con conchas marinas
perforadas provienen de los depósitos Still Bay en la cueva de Blombos, que data de
aproximadamente 75.000 años (Henshilwood et al. 2004, 2011), y de los contextos de la Edad
de Piedra Media en Sibudu (d’Errico et al. 2008). A partir de hace unos 40.000 años se han
documentado ornamentos personales en muchas partes del Viejo Mundo. Los primeros
ornamentos incluyen abalorios de huevo de avestruz, provenientes de contextos tempranos de
la Edad de Piedra Tardía en el refugio rocoso de Enkapune Ya Muto, Kenia, con dataciones por
radiocarbono de entre 30 y 40.000 años (Ambrose 1998). Las dataciones por espectrometría
de masas con acelerador realizadas directamente sobre los abalorios de huevo de avestruz,
que representan la transición de la Edad de Piedra Media a la Tardía en Mumba Cave,
Tanzania, han producido múltiples fechas entre 29 y 33.000 años de radiocarbono sin calibrar,
o comenzando aproximadamente en 36.000 años atrás, lo que brinda un soporte a las fechas
tempranas de Enkapune Ya Muto. Todo lleva a suponer que estos ornamentos del este de
África fueron creados por gente anatómica y culturalmente moderna.

Las excavaciones en Ksar Akil, Líbano (Azoury 1986) y en Üçagizli, Turquía (Kuhn et al. 1999,
2001) han producido ricos conjuntos de conchas marinas perforadas en contextos del
Paleolítico Superior Inicial que datan de hace aproximadamente 40.000 años. Hallazgos
similares provienen de otros contextos de comienzos del Paleolítico Superior en el
Mediterráneo, incluyendo Ripero Mochi en la costa de Liguria, Italia (Kuhn y Stiner 1998; Stiner
1999). Douka (2013) ha desarrollado recientemente nuevos métodos de datación de conchas
marinas y ha demostrado en repetidas ocasiones que los hallazgos datan de hace
aproximadamente 40.000 años. Con la excepción de los sitios de Cueva de los Aviones y Cueva
Antón, España, de fines del Paleolítico Medio (Zilhão et al. 2010), las conchas perforadas han
sido interpretadas como producidas y usadas por humanos anatómicamente modernos.

En Europa hay considerable evidencia de la rápida expansión del uso de ornamentos a


comienzos del Paleolítico Superior. Además de los ejemplos españoles, los neandertales
crearon aparentemente una amplia gama de ornamentos perforados e incisos en contextos
châtelperronienses como Grotte du Renne, en Arcy-sur-Cure (Leroi-Gourhan y Leroi-Gourhan
1964; d’Errico et al. 1998; Baffier 1999). Estos hallazgos permanecen en el centro de un

23
considerable debate sobre si los neandertales desarrollaron una avanzada comunicación
simbólica. Más o menos al mismo tiempo, numerosos ejemplos de ornamentos del
Auriñaciense temprano han sido recuperados en varias regiones, incluyendo sitios en Suabia
como Vogelherd, Geibenklösterle y Hohle Fels (Conard 2003; Higham et al. 2012; Wolf et al.
2013). Además de formas naturales perforadas y con incisiones, como es el caso de los dientes,
estos artefactos incluyen ornamentos diversos hechos de marfil de mamut. Es notable que
muchas de las formas más antiguas de ornamento en Europa no sólo sean objetos naturales
perforados, sino también cuentas, aros y estatuillas tridimensionales de marfil,
completamente esculpidas, en las que el artesano impuso completamente la forma del
artefacto (Conard 2008, 2010).

Aunque se conocen anteriores ejemplos de ornamento personal, hacia el 40.000 los


ornamentos están bien documentados en gran parte del Viejo Mundo. Estos datos son
consistentes con la hipótesis de que el comportamiento cultural moderno se expandió
rápidamente hace entre 30 y 50.000 años. Los ornamentos personales de la Cueva Superior de
Zhoukoudian, Shuidonggou Locality 2 (Gao et al. 2002) y Xiaogushan Cave (Archaeological
Institute of Liaoning Province 2009) documentan la presencia de esta clase de artefactos en
relación con los conjuntos líticos basados en lascas del nordeste de China hace unos 30.000
años (Pei 1939; Conard 2013). Los abalorios de concha del refugio rocoso de Mandu Mandu
Creek, en el oeste de Australia, que datan de más de 30.000 años (Morse 1993), sugieren que
el uso de ornamentos personales era ciertamente extendido en una fecha temprana. Aunque
Australia se ubica fuera del alcance de esta revisión, la colonización de Sahul fue un
acontecimiento en la prehistoria que requirió cruzar las vastas aguas de Wallacea con balsas u
otras formas de embarcación. Las mejores fechas disponibles para la colonización se
encuentran en el rango de ca. 42-45.000 años, y coinciden con el esquema que sugiere la
rápida expansión de los patrones conductuales avanzados por ese tiempo (O’Connell y Allen
1998, 2004).

Representaciones Figurativas

La presencia de arte figurativo se acepta universalmente como indicio de modernidad


conductual. Hasta donde conozco, nadie ha discutido que las representaciones figurativas son
una marca de comportamiento cultural moderno. Mann (2003) ha dado un paso más al
argumentar que el arte representativo es el “patrón oro” por el que la modernidad conductual
puede ser identificada y medida. Dicho esto, las representaciones figurativas pueden verse
como documentando una comunicación simbólica completamente desarrollada, pero la
ausencia de tales artefactos en el registro arqueológico dice muy poco, ya que muchas culturas
arqueológicas recientes carecen de arte figurativo. Claramente, muchas formas de
comunicación simbólica, incluyendo oratoria, narraciones y canciones, son arqueológicamente
casi invisibles.

En África, el primer arte figurativo proviene de la tardía Edad de Piedra Media en Apollo 11,
que data de 25.500-27.500 años radiocarbono (Vogelsang 1998). Estos ejemplos de arte móvil
pintado describen una cantidad de animales, formas geométricas y un teriantropo. La piedra
de forma antropomórfica que data del Pleistoceno Medio en Tan-Tan, Marruecos (Bednarik
2003), al igual que un objeto similar de Berekhat Ram, Israel (Goren-Inbar 1986; Goren-Inbar y
Peltz 1995; d’Errico y Nowell 2000), parece ser más una forma natural modificada que una
estatuilla deliberadamente esculpida. En el Levante hay poca o ninguna evidencia de arte
figurativo antes de 30.000 años atrás.

24
La situación en Europa es muy diferente: varios sitios han suministrado evidencia de
representación figurativa entre 30 y 40.000 años atrás. El primer arte figurativo incluye
estatuillas de marfil de mamut en cuatro cuevas de Suabia en el sudoeste de Alemania (Hahn
1986; Schmid 1989; Conard y Bolus 2003; Conard 2003; Conard 2009; Conard et al. 2009) y
varias pinturas monocromáticas en rojo en Fumane, norte de Italia (Broglio 2002; Broglio y
Dalmeri 2005). Las cuevas suabas de Vogelherd, Hohlenstein-Stadel, Geibenklösterle y Hohle
Fels han producido cerca de 50 pequeñas estatuillas de marfil mayormente fragmentarias y
representaciones aisladas en hueso y piedra que datan de más de 30.000 años de
radiocarbono, lo que corresponde a cerca de 40.000 años calendáricos. Debido a la estridente
señal de radiocarbono en este periodo y a la producción de C 14 mayor al promedio, las edades
de radiocarbono en las cuevas suabas y los depósitos similarmente datados de Fumane
subestiman de manera significativa la antigüedad de estos trabajos de arte (Conard y Bolus
2003). Las calibradas dataciones por radiocarbono más recientes ubican el inicio del
Auriñaciense en Suabia en aproximadamente 42.500 años atrás, en el mismo comienzo de esta
tradición cultural (Higham et al. 2012). Las estatuillas de marfil en Suabia incluyen
descripciones de leones, mamuts, caballos, bisontes, osos, un ave acuática, un pez, numerosos
fragmentos sin identificar y tres teriantropos que combinan características de leones y
humanos (Hahn 1986; Conard 2003; Wehrberger 2013). Las descripciones de imaginería mítica
en la forma de representaciones teriantrópicas aparecen simultáneamente con otras
descripciones más naturalistas de animales y humanos, proveyendo de una perspectiva
singular sobre el sistema de creencias de los pueblos paleolíticos (Conard 2010). Estos trabajos
de arte en las cuevas suabas son por lo general pequeños y bellamente esculpidos. Las más
antiguas de estas estatuillas es probablemente la notable imagen de una mujer, la “Venus de
Hohle Fels” que los excavadores encontraron en el depósito basal del Auriñaciense de la Cueva
Hohle Fels, en el Valle Ach (Conard 2009). Este hallazgo y los abundantes restos de marfil
producto de la talla en el Auriñaciense basal de Hohle Fels y en el Auriñaciense Inferior de
Geibenklösterle, demuestra que esta rica tradición de escultura en marfil en la región se
remonta a los comienzos del Auriñaciense, el periodo en el que los humanos modernos
migraron hasta el corredor del Danubio. Las imágenes figurativas tempranas de Suabia
sugieren que las representaciones figurativas evolucionaron muy rápidamente y alcanzaron un
alto nivel de refinamiento casi de inmediato. Estos hallazgos se posicionan en agudo contraste
estilístico con las pinturas altamente esquemáticas de animales, formas desconocidas y un
posible teriantropo de Fumane (Broglio 2002). Geibenklösterle ha producido también una roca
pintada de este periodo que preserva trazos de pigmento rojo, amarillo y negro (Hahn 1986).

La mayoría de las espectaculares pinturas de Grotte Chauvert en la región de Ard èche, sur de
Francia, parecen ser posteriores a los ejemplos de arte figurativo de Suabia y Fumane (Clottes
2001). Aquí, numerosas representaciones de animales se remontan a 32.000 años de
radiocarbono, que corresponden a aproximadamente 36.000 años calendario. La selección de
animales descriptos en Chauvet, con un énfasis en animales grandes, fuertes y peligrosos,
muestra notables similitudes con las estatuillas auriñacienses de Suabia y ninguna similitud
estilística con las esquemáticas imágenes de Fumane. Representaciones teriantrópicas están
presentes en estos sitios y, como en Suabia y Apollo 11, sugieren que las representaciones de
imágenes míticas han sido parte del repertorio cultural de muchos grupos poblacionales desde
el inicio de la representación artística. Otros sitios importantes en este contexto incluyen
Stratzing en la Baja Austria, donde una estatuilla humana de piedra ha sido datada en 30-
32.000 años (Neugebauer-Maresch 1989). Abri Cellier, La Ferrassie, Abri Blanchard y Abri
Castanet en el sur de Francia han producido un impresionante grupo de representaciones

25
esculpidas en piedra de animales y vulvas que datan de entre 30 y 40.000 años de
radiocarbono (Leroi-Gourhan 1995; White et al. 2012). Recientemente se han descubierto
pinturas en Peştera Coliboaia, Rumania, que datan de ca. 32.000 años atrás y muestran
similitudes estilísticas con las pinturas en Grotte Chauvet; esto sugiere que Chauvet puede no
estar completamente sola con respecto al temprano arte parietal (Besesek et al. 2010; Clottes
et al. 2011).

Estas representaciones figurativas de los contextos europeos son las más antiguas en todo el
mundo. Todas datan de comienzos del Paleolítico Superior y fueron hechas presumiblemente
por humanos modernos; sin embargo, por lo que sabemos, los neandertales aún ocupaban
partes de Europa por este tiempo, aproximadamente hace 40.000 años. Por ahora no hay
evidencia concreta para una directa asociación entre humanos modernos y arte figurativo
temprano en Suabia. Así, la hipótesis de que los neandertales crearon el arte figurativo y otros
notables hallazgos del Auriñaciense temprano, aunque muy improbable, no ha sido
completamente refutada (Conard et al. 2004).

El contexto específico en el que el arte figurativo se desarrolló ha sido sujeto de considerable


discusión últimamente y no será analizado aquí (Lewis-Williams 2002; Conard y Bolus 2003).
Más allá de las condiciones socioculturales específicas que condujeron al desarrollo y
expansión del arte figurativo, existe un amplio consenso entre arqueólogos y
paleoantropólogos de que los creadores de estas tradiciones artísticas tempranas eran gente
culturalmente moderna (Churchill y Smith 2001; Klein 2009). Si bien muchas otras formas
conductuales avanzadas tienen precursores en periodos más tempranos, no hay evidencia
convincente de imágenes figurativas anteriores a los comienzos del Paleolítico Superior
europeo.

Música

Tal vez a causa de la larga tradición de investigación y las favorables condiciones tafonómicas,
los primeros ejemplos de instrumentos musicales han sido descubiertos en contextos del
Auriñaciense temprano de Suabia (Hahn y Münzel 1995; d’Errico et al. 2003; Conard et al.
2004, 2009). Al igual que con las representaciones figurativas, la evidencia de música e
instrumentos musicales puede verse como indicio de formas culturales completamente
desarrolladas basadas en comunicación simbólica. La suposición en este contexto es que
donde hay arte y música figurativa debe haber habido una lengua completamente
desarrollada, por medio de la cual la gente paleolítica asignaba un específico significado
concreto y abstracto a las palabras y podía comunicar información sobre el pasado, presente y
futuro. Así, donde hay arte y música figurativas debe haber habido gente conductualmente
moderna.

Si bien el discurso, la canción, la música y la danza existieron presumiblemente antes, los


instrumentos musicales más antiguos que se conocen son dos flautas de hueso hechas con
radios de cisnes y una flauta de marfil de mamut en el horizonte arqueológico auriñaciense II
de Geibenklösterle (Hahn y Münzel 1995; Conard et al. 2004), fragmentos de una flauta de
hueso y marfil en Vogelherd (Conard y Malina 2006) y fragmentos de dos flautas de marfil y
una flauta casi completa hecha con el radio de un buitre leonado en el Auriñaciense basal de
Hohle Fels (Conard et al. 2009). Estos depósitos han sido datados por termoluminiscencia y
radiocarbono en cerca de 40-37.000 años. Las reconstrucciones de las flautas de hueso de
cisne producen una música de tono agudo pero placentera. Friedrich Seeberger (2002, 2004)
ha grabado un álbum de música de la Edad de Hielo tocando una flauta de hueso reconstruida

26
de la clase conocida a partir de Geibenklösterle. Esta flauta puede ser tocada sin una caña y es
claramente una flauta, no un instrumento con sonido de trompeta como sugirieron d’Errico y
colegas (2003). Las flautas de marfil y las de buitre leonado pueden tocarse de manera similar,
produciendo atractivos tonos y posibilidades musicales, pero tienen un registro de tonos más
bajos debido a sus diámetros más grandes. Si bien los músicos auriñacienses pueden haber
tocado una música muy diferente, la ejecución de Seeberger da una notable impresión de
cómo pudo haber sonado esta música del Paleolítico Superior temprano. Es interesante que
todas las flautas y fragmentos de flauta recuperados hasta ahora sean de horizontes que
contienen una amplia gama de ricos desechos de la vida diaria en el asentamiento, lo que
sugiere que las flautas de hueso y de marfil y la música tocada en ellas formó parte de las vidas
diarias de los habitantes del Auriñaciense en las montañas Jura de Suabia. Finalmente, no es
casualidad que todas estas tempranas flautas hayan sido encontradas en cuevas. Los músicos
auriñacienses de la región eligieron ciertamente utilizar las sobresalientes características
acústicas de las cuevas para acentuar el impacto de su música.

Otros sitios, en particular Isturitz en los Pirineos franceses, han producido flautas adicionales e
indican que los instrumentos de viento eran de uso amplio durante el Paleolítico Superior
temprano (Buisson 1990; d’Errico et al. 2003). Por supuesto, hay muchísimas otras formas
menos conspicuas de instrumento de percusión y viento que pudieron haber existido durante
el Paleolítico Superior temprano o aún antes, pero faltan identificarse. Las propuestas de
ejemplos anteriores de flautas del Paleolítico Medio han sido por lo general recibidas con
escepticismo en los círculos arqueológicos, como fue el caso con la supuesta flauta hecha con
el hueso de un oso de caverna en Divje Babe, Eslovenia (Turk 1997; Albrecht et al. 1998).

Conclusiones

Este resumen ha tocado alguna, pero de ningún modo toda, evidencia del desarrollo de
modernidad conductual. He mencionado algunos de los principales datos y líneas de
razonamiento que juegan un papel en las discusiones y debates sobre los orígenes del
comportamiento moderno. Esto lleva a la cuestión de por qué medios, dónde y bajo qué
circunstancias surgió la modernidad conductual, y cuál de las hipótesis para sus orígenes es la
más acertada.

Las respuestas a estas cuestiones dependen de cómo se considere e interprete la evidencia.


Desde mi punto de vista, no puede haber duda de que las sociedades auriñacienses europeas
tuvieron todos los rasgos característicos del comportamiento moderno, incluyendo el “patrón
oro” del arte figurativo propuesto por Mann, así como también instrumentos musicales. La
mejor evidencia temprana de arte figurativo y música proviene de las cuevas de los montes
Jura en Suabia. Si bien uno puede argumentar que algunas formas artefactuales del Paleolítico
Superior se desarrollaron en el desagüe del Danubio Superior durante el periodo de arribo de
los humanos modernos, nombrar a esta región como único centro global para el origen de la
modernidad cultural sería una interpretación radical y cándida. Los en general
contemporáneos hallazgos de arte figurativo en Fumane y los hallazgos ligeramente más
tardíos del sur de Francia y Wachau, Austria, indican que los comienzos del Paleolítico Superior
reflejan un tiempo en el que las formas conductuales previas fueron reemplazadas por formas
conductuales que se ubican dentro del espectro de variabilidad moderna. Esta transición
parece haber comenzado en gran parte de Europa hace unos 45.000 años, cuando los
humanos modernos entraron a un continente habitado por neandertales. Con la presencia de
neandertales tardíos en varias regiones de Europa (Hublin et al. 1995; Smith et al. 1999),
parece que hubo un periodo en el que humanos arcaicos y modernos coexistieron en Europa y

27
que debe haber ocurrido un contacto entre las dos formas de gente (Conard 2006). Dada la
pobre resolución cronostratigráfica y la escasez de material fósil humano durante este periodo
clave entre aproximadamente 45 y 30.000 años atrás, es difícil especificar exactamente por
cuánto tiempo ambos homininos coexistieron en regiones específicas, pero se han logrado
progresos clarificando las secuencias regionales y las estimaciones más recientes sugieren una
coexistencia de varios miles de años (Higham et al. 2011, 2012, 2014).

Los humanos anatómicamente modernos en Skhūl y Qafzeh en el Levante preceden a muchos


restos de neandertales en Asia sudoccidental y apuntan a una inicial y exitosa colonización de
la región. La reaparición de los neandertales en el Levante hacia unos 60.000 años atrás
sugiere que tenían ellos adaptaciones más exitosas y ventajas demográficas sobre los humanos
anatómicamente modernos en las interacciones que datan de mediados del Pleistoceno
Tardío. Si bien todavía no tenemos evidencia para una estricta contemporaneidad, esta
observación indica que en algunos escenarios en los que ambos homininos produjeron
conjuntos de artefactos del Paleolítico Medio, los neandertales tenían ventaja (Conard 2008).
Sin embargo, en encuentros posteriores la situación fue diferente. Hace aproximadamente
45.000 años los humanos modernos arribaron al oeste de Eurasia con habilidades cognitivas
más desarrolladas (Lewis- Williams 2002) o ventajas conductuales (Marean 2005) que llevaron
a un éxito demográfico con respecto a los neandertales indígenas. En el oeste de Eurasia
existió un periodo de equilibrio dinámico entre los neandertales y poblaciones
anatómicamente modernas, en el que los modernos presumiblemente se beneficiaron del
conocimiento y las prácticas culturales de los “arcaicos” y viceversa.

Hay pocas razones para postular un violento y rápido avance de los neandertales en el
Levante, reemplazando humanos anatómicamente modernos a mediados del Pleistoceno
Tardío, y similarmente hay pocas razones para suponer que el arribo y expansión de los
modernos humanos en Europa fuese rápido o brutal. Por el contrario, la transición del
Paleolítico Medio al Superior y la infiltración y eventual completo predominio del Homo
sapiens sapiens en Eurasia probablemente asumió un sinnúmero de variantes locales dictadas
ecológica e históricamente, en las que hubo mutuas concesiones entre humanos arcaicos y
modernos. Este patrón se refleja en los diversos sellos regionales de los registros
arqueológicos de prácticamente cualquier región que haya producido datos relevantes para
esta transición. Estos datos muestran características arqueológicas muy diferentes que
dependen del escenario medioambiental y sociocultural que las poblaciones inmigrantes
encontraban (Conard 1998; Conard y Bolus 2003). La evidencia de estos sitios ocupados por los
últimos neandertales indica que ellos también manufacturaban y usaban ornamentos (Baffier
1999) y, como hemos visto más arriba, hay poco que separe los patrones de tecnología,
subsistencia y asentamiento en los conjuntos artefactuales del Paleolítico Medio de aquellos
de la Edad de Piedra Media o temprano Paleolítico Superior. Aún así, en algún momento de
comienzos o mediados del Pleistoceno Tardío, y ciertamente no después de unos 40.000 años
atrás, la gente comenzó a producir restos culturales que nos permiten identificar la
modernidad conductual. Este patrón de comportamiento fue practicado principalmente, pero
quizás no exclusivamente, por humanos anatómicamente modernos (Zilhão et al. 2010;
d’Errico 2003).

Muchas características del comportamiento moderno pueden encontrarse en gran parte del
Viejo Mundo, y la distribución de rasgos culturales avanzados está significativamente
determinada por la intensidad de la investigación en diferentes regiones. Los recientes
descubrimientos hechos en contextos de la Edad de Piedra Media en el sur de África

28
continuarán sin duda cuando se lleve a cabo más trabajo. Los datos de Klasies River, Apollo 11,
Rose Cottage Cave, Blombos, Sibudu, Diepkloof, los sitios de Pinnacle Point y Klipdrift muestran
claramente el enorme potencial del subcontinente. En otros lugares, una similar intensificación
de la pesquisa produciría tal vez un similar incremento de los datos relevantes para la
definición de modernidad cultural. Aunque este capítulo no haya estudiado estas regiones en
detalle, la investigación en China y Asia Oriental está mejorando la base de datos y
documentando nuevos patrones de evolución cultural durante el Pleistoceno Tardío (Wang
2005; Conard 2013; Ono 2013). Eurasia Occidental tiene también un potencial considerable,
pero hay pocas razones para suponer que el registro arqueológico será transformado tan
radicalmente por futuros trabajos. En cambio, importantes lagunas serán cubiertas y poco a
poco emergerá una imagen más completa de patrones conductuales altamente variables
durante el Paleolítico Inferior, Medio y Superior. Con el tiempo estaremos en mejores
condiciones de desarrollar y poner a prueba nuevas hipótesis para la evolución y expansión de
la modernidad cultural, y este concepto problemático continuará siendo sometido a debate
(Henshilwood y Marean 2003; d’Errico y Stringer 2011). Por ejemplo, colegas como Shea
(2011) han sostenido que deberíamos descartar el concepto simplista y controvertido de
modernidad conductual y trabajar en cambio para entender mejor la variabilidad del
comportamiento. Investigadores en Tübingen están desarrollando un modelo de plasticidad
conductual y de evolución de la “hiperplasticidad” para ayudar a explicar cómo se desarrolló la
complejidad cultural a lo largo de la evolución humana (Kandel et al. 2014). Este modelo surge
en parte de la observación de que, en el curso de la evolución humana, los patrones
conductuales se separan cada vez más de la directa causalidad medioambiental, apareciendo
más patrones conductuales y soluciones a problemas en el registro arqueológico. Los
homininos han progresivamente creado su propio medioambiente, hasta poder ocupar incluso
las partes más inhóspitas del planeta. Este patrón continúa hoy en día, y el concepto de
hiperplasticidad ofrece la ventaja de no reducir la evolución humana a una dicotomía entre
comportamiento moderno y arcaico.

Basado en los datos presentados arriba, un modelo unilineal y monocéntrico para la evolución
de la modernidad conductual parece menos probable que un patrón de modernidad
policéntrica mosaica (Conard 2008, 2010). Estos datos sugieren que las sociedades de la Edad
de Piedra Media y el Paleolítico Medio existieron generalmente dentro de grupos sociales
regionalmente especializados con cultura material muy variable. Anatómicamente moderna o
arcaica, esta gente vivía en un nivel similar de desarrollo tecnológico y cultural. Quizás en la
primera parte del Pleistoceno Tardío o posiblemente hace 50-40.000 años, una completa
modernidad conductual se desarrolló en África y Eurasia. Los humanos más arcaicos parecen
no haber dominado el repertorio de nuevos comportamientos, incluyendo una comunicación
simbólica completamente desarrollada. Por más que algunos humanos arcaicos tardíos,
incluyendo a los neandertales, fueran culturalmente modernos, como lo han sostenido desde
hace tiempo d’Errico y Zilhão, sus patrones conductuales aún los ubican en desventaja
reproductiva y demográfica en comparación con grupos sociales anatómica y culturalmente
modernos que se propagaron por el Viejo Mundo. La extinción de neandertales y denisovanos
que siguió a una pequeña cantidad de mestizaje (Green et al. 2010; Krause et al. 2010; Prüfer
et al. 2013; Sankararaman et al. 2014) no necesariamente significa que no fueran
culturalmente modernos, así como la extinción de grupos locales de Homo sapiens modernos
en tiempos recientes no significa que no fueran ellos culturalmente modernos. La principal
característica de los Homo es que nuestro desarrollo cultural puede variar, y lo hace,
independientemente de nuestro substrato biológico (Conard 1990). Así, los pueblos

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anatómicamente arcaicos pueden haber sido conductualmente modernos o no, así como los
humanos anatómicamente modernos bien pueden haber sido conductualmente arcaicos
(Zilhão 2001). No obstante, sólo los humanos modernos sobrevivieron y poblaron todas las
regiones del planeta, desplazando a todos los otros homininos.

En años futuros, arqueólogos y paleoantropólogos necesitarán establecer bases de datos


regionales de alta calidad y específicos escenarios locales e hipótesis para la evolución de los
patrones modernos de comportamiento (Hublin et al. 1996; Parkington 2001; Lewis-Williams
2002; Conard y Bolus 2003; Longo et al. 2011; Higham et al. 2011, 2012; Douka et al. 2012;
Tálamo et al. 2012). En la medida en que progresa el trabajo, los investigadores deberían ser
capaces de testear estas hipótesis y definir mejor estos diversos escenarios regionales con el
fin de crear nuevos modelos que se aproximen a reflejar la realidad evolutiva que merece una
historia matizada de nuestra especie. Este trabajo debería proceder usando múltiples
paradigmas analíticos y cambiando las escalas de análisis (Conard 2001). Hay ciertamente
múltiples enfoques para este complejo problema, y todos los modelos explicativos
contextualmente informados sobre el surgimiento de la modernidad cultural son bienvenidos,
sin importar si se originan en las ciencias naturales, las sociales o las humanidades.

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