Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Nuria Olivier1
2 mayo 2023
La inteligencia artificial (IA) vive tiempos convulsos. En los últimos meses, hemos sido
testigos de avances sin precedentes en las técnicas de inteligencia artificial generativa que
permiten de manera muy sencilla crear, casi instantáneamente, textos, música, imágenes,
voz, vídeos o código con un nivel de competencia similar o incluso superior al de los
humanos. El hecho de que, por primera vez en nuestra historia, lo que leemos, vemos o
escuchamos no haya sido creado por un humano plantea profundos dilemas sociales y éticos
que sin duda debemos abordar.
Hace poco más de un mes, el Future of Life Institute publicó una carta apoyada por miles de
personas —incluyendo figuras destacadas como el historiador y filósofo Yuval Noah Harari,
el experto en IA y ganador del Premio Turing, Joshua Bengio o el empresario Elon Musk—
en la que se propone una “pausa de la inteligencia artificial”, interrumpiendo durante al
menos seis meses el desarrollo de sistemas de inteligencia artificial que sean más poderosos
que GPT-4 (la última versión pública de ChatGPT) y se pide el desarrollo de protocolos de
seguridad rigurosos y un sistema de gobernanza de la IA sólido para garantizar que los
efectos de estos sistemas sean positivos y manejables.
Para poder entender esta carta y sus propuestas es preciso conocer las teorías del
movimiento —religión para algunos— largoplacista y el llamado altruismo efectivo que han
promovido su publicación.
Es evidente que las peligrosas teorías largoplacistas han penetrado no solo en los círculos
de influencia del sector tecnológico, sino también en instituciones gubernamentales. Teorías
que propugnan la necesaria adaptación de la humanidad a un desarrollo tecnológico
decidido por un grupo privilegiado, en lugar de promover el desarrollo de tecnología que
se adapte a las personas y sus necesidades (y no al revés); tecnología que nos ayude a
afrontar los inmensos retos del siglo XXI; tecnología, en suma, que represente un progreso,
entendido el progreso como una mejora de la calidad de vida de las personas (de todas, no
solo de algunas), del resto de seres vivos y de nuestro planeta.
La “carrera por la inteligencia artificial” no es una carrera que hemos decidido y consensuado
colectivamente. Los inmensos experimentos sociales que se derivan del despliegue masivo
de algoritmos de inteligencia artificial en nuestras sociedades sin ningún tipo de regulación
y control no forman parte de un futuro inevitable y un falso determinismo tecnológico, sino
que son fruto de las decisiones de las empresas responsables de dichos sistemas —movidas
por ambiciosos intereses económicos y aspiraciones de poder— y de la incapacidad de las
sociedades y sus instituciones para reaccionar a tiempo y regular acordemente.
Gandhi dijo que “el poder para cuestionar es la base del progreso humano”. Es tiempo no
sólo de cuestionar, sino especialmente de encontrar respuestas para las profundas
preguntas que plantea la inteligencia artificial. No hay sociedad más vulnerable y fácilmente
manipulable que una sociedad ignorante. Por ello, es tiempo de educar, de aprender y de
no dejarnos caer en el sensacionalismo apocalíptico. Es tiempo de ser dueños de nuestro
destino, de regular la IA con inteligencia y de enfocarnos en detener las prácticas abusivas y
el daño social causado por las empresas detrás de los avances de la inteligencia artificial,
que en la última década han acumulado poder sin precedentes y han contribuido a la
desigualdad social. Es tiempo de invertir en inteligencia artificial que contribuya al progreso,
sin dejar a nadie atrás y sin destruir el planeta en el proceso. No dejemos que sean otros —
humanos o algoritmos— los que decidan nuestro futuro.
https://elpais.com/opinion/2023-05-03/una-pausa-cuestionable-en-la-inteligencia-
artificial.html?rel=buscador_noticias