Está en la página 1de 7

Dies Domini

II Domingo del Tiempo Ordinario: «Hagan lo que Él les diga»

11

Año C – Tiempo Ordinario – Semana 02 – Domingo

I. LA PALABRA DE DIOS

Is 62, 1-5: “Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria”

Por amor a Sión no callaré, por amor a Jerusalén no descansaré, hasta que su justicia resplandezca como
luz, y su salvación brille como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca
del Señor.
Serás corona preciosa en la mano del Señor y anillo real en la palma de tu Dios. Ya no te llamarán
«Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi favorita», y a tu tierra «Desposada»,
porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo.
Como un joven se casa con su novia, así se casará contigo el que te construyó; la alegría que encuentra el
marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo.
Sal 95, 1-3.7-10: «Cuenten las maravillas del Señor a todas las naciones»

Canten al Señor un cántico nuevo,


cante al Señor, toda la tierra;
canten al Señor, bendigan su nombre.

Proclamen día tras día su victoria,


cuenten a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.

Familias de los pueblos, aclamen al Señor,


aclamen la gloria y el poder del Señor,
aclamen la gloria del nombre del Señor.

Póstrense ante el Señor en el atrio sagrado,


tiemble en su presencia la tierra toda.
Digan a los pueblos: «El Señor es rey,
él gobierna a los pueblos rectamente».

1Cor 12, 4-11: “A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común”

Hermanos:
Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y
hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.
En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.
Y así, uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo
Espíritu.
Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, el don de curar. A
éste le ha concedido hacer milagros, a aquél profetizar. A otro, distinguir los buenos y los malos espíritus.
A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas.
El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece.

Jn 2,1-11: «En Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos»

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus
discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo:
—«No les queda vino».
Jesús le contestó:
— «Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora».
Su madre dijo a los sirvientes:
—«Hagan lo que Él les diga».
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada
una.
Jesús les dijo:
—«Llenen las tinajas de agua».
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les mandó:
—«Saquen ahora un poco y llévenselo al mayordomo». Así lo hicieron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (sólo lo sabían los sirvientes
que habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo:
—«Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has
guardado el vino bueno hasta ahora».
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en
Él.

II. APUNTES

El episodio relatado en el pasaje del evangelio de este Domingo se sitúa al inicio de la actividad pública
del Señor. Se inicia así el llamado “tiempo ordinario”, en el que Domingo a Domingo se va avanzando
ordenadamente (de allí el término “ordinario”) en la lectura del Evangelio con el fin de proponer a la
meditación de los fieles las enseñanzas y obras del Señor Jesús desde el inicio hasta el final de su vida
pública. Aunque este año se leerá el Evangelio según San Lucas, el pasaje de este Domingo esta tomado
del Evangelio de San Juan, único que narra el episodio de las bodas de Caná.

El Bautismo del Señor marca el inicio de su ministerio público. Al ser bautizado por Juan en el Jordán el
Espíritu Santo desciende sobre Jesús en forma de paloma y se oye la voz del Padre presentándolo ante el
pueblo de Israel como “el Hijo predilecto”, a quien hay que escuchar (ver Mt 3,13-17). «Es la
manifestación (“Epifanía”) de Jesús como Mesías de Israel e Hijo de Dios» (Catecismo de la Iglesia
Católica, 535).

Al día siguiente, cuenta Juan en su Evangelio, el Señor atrae a sus primeros discípulos cuando el Bautista
lo señala como «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Andrés y probablemente
el mismo Juan, hasta entonces discípulos del Bautista, son los primeros en seguirlo. Luego se unen al
grupo Simón Pedro, Felipe y Natanael, con quienes el Señor se dirige a Caná de Galilea, distante
aproximadamente unos 110 km de la parte baja del Jordán, donde se encontraba predicando y
bautizando Juan.

En Caná el Señor y sus primeros discípulos asisten a una boda. Observa el evangelista que «estaba allí la
madre de Jesús». Es por intercesión suya que el Señor obrará allí su primer milagro o “signo”, como llama
San Juan a los milagros obrados por el Señor. La conclusión del Evangelista es muy importante: «Así, en
Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en Él».

Las bodas en Israel y en Oriente se iniciaban al oscurecer el día. Se conducía a la novia a la casa del
esposo, acompañada de un cortejo de jóvenes doncellas, familiares y amigos. A ellos se sumarían
seguramente los vecinos de los villorrios, pudiendo la fiesta prolongarse hasta por una semana. No todos
los invitados estaban presentes desde el inicio, iban llegando con el paso de los días, desfilando por la
casa y gozando de la hospitalidad y alegría de los nuevos esposos y sus familias.

El vino en la boda era un elemento esencial. “Donde no hay vino, no hay alegría”, refiere el Talmud. En la
Escritura la felicidad prometida por Dios se expresaba no pocas veces bajo la forma de la abundancia de
vino. El vino era signo de prosperidad debido a las bendiciones de Dios. Por tanto, podía tomarse como
un mal signo el que en la celebración de una boda llegase a faltar el vino.

Esto es lo que sucede en la celebración de la boda que se llevaba a cabo en Caná: el vino se ha acabado.
María, atenta, se percata de esta ausencia y pronta acude a quien sabe que puede remediar tal
situación. «No les queda vino», le dice a su Hijo, insinuándole a que haga un milagro. La respuesta de
Jesús puede parecer hostil, y puede tomarse como un rechazo: «Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi
hora». María, en cambio, sabe comprender lo que nosotros no y le dice a los sirvientes: «hagan lo que Él
les diga». Entonces, por intercesión de María y por la obediencia y cooperación de algunos siervos, el
Señor realiza su primer milagro: la transformación del agua en vino.

La cantidad de vino producido por aquel milagro es más que abundante. Una tinaja de piedra contenía
entre 80 y 120 litros. Siendo seis las tinajas que le trajeron, sumaban unos 600 litros en total. ¿Por qué
tanto vino, y mejor al anterior? El vino superior y abundante quería ser una señal de la sobreabundancia
de las bendiciones divinas que Dios ofrece a su pueblo en el tiempo mesiánico inaugurado ya por su Hijo.

Esta sobreabundancia está íntimamente vinculada a “la hora de Jesús”, que según el Evangelio de Juan,
es la hora de su pasión y glorificación en la Cruz (ver Jn 12,23; 13,1; Catecismo de la Iglesia Católica,
730), la hora en que llevará a término la obra de la reconciliación de la humanidad. Ese es precisamente
el segundo momento en que aparece nuevamente, en el Evangelio de Juan, la Madre de Jesús: «Junto a
la Cruz de Jesús estaba su madre» (Jn 19,25). La respuesta del Señor a su Madre, «todavía no ha llegado
mi hora», permite intuir que Él quiso darle al episodio de Caná un significado simbólico de lo que
realizaría al llegar “su hora”: en la transformación del agua en vino anuncia el paso de la antigua Alianza
a la Nueva. En Caná el agua de las tinajas, destinada a la purificación de los judíos y al cumplimiento de
las prescripciones legales (ver Mc 7,1-15), se transforma en el vino nuevo del banquete nupcial, símbolo
de la unión definitiva entre Dios y la humanidad.

III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Santa María, que percibe la falta de vino en una boda en Caná, ve también lo que nos hace falta en
nuestras vidas, sabe de las virtudes que necesitamos para asemejarnos cada vez más a su Hijo, el Señor
Jesús: más fe, más caridad, más esperanza, más paciencia, más alegría, más pureza, más humildad. Ayer
como hoy, Ella intercede también ante su Hijo para que transforme el agua de nuestra insuficiencia o
mediocridad en el “vino nuevo” de una vida santa, plena de caridad, rebosante de alegría.

Al aspirar a conformarnos con el Señor Jesús, el Hijo de Santa María, hemos de tener muy presente que
sólo Él puede ayudarnos a cambiar nuestros vicios por virtudes. Así como Jesús transformó el agua en
vino, Él puede también transformar nuestros corazones endurecidos por nuestros pecados y opciones
contra Dios en corazones “de carne”, capaces de amar como Él nos ha amado (ver Ez 36,26-27).

Para que se dé esta transformación interior en nuestras vidas Santa María intercede incesantemente por
cada uno de nosotros, sus hijos e hijas, ante el Señor, al tiempo que nos urge a nosotros: «¡hagan lo que
Él les diga!» (Jn 2,5). Si bien el Señor realiza el milagro de la transformación del agua en vino gracias a la
intercesión de su Madre, lo hace también en la medida en que los siervos cooperan haciendo lo que Él
les indica, obedeciendo a su palabra. Del mismo modo, el Señor obrará nuestra conversión y
santificación sólo en la medida en que prestemos nuestra decidida cooperación desde el recto ejercicio
de nuestra propia libertad. Si cooperamos con el Señor cada día, obedeciéndole, procurando poner por
obra lo que Él nos dice, Él realizará en nosotros por el don de su Espíritu el milagro de nuestra progresiva
santificación, hasta que podamos también nosotros afirmar como el Apóstol Pablo: «vivo yo, más no yo,
sino que es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).
¿Pero cómo me habla el Señor, de modo que pueda “hacer lo que Él me diga”, cada vez que descubra
que me “falta el vino” de alguna virtud? Cuando te falte fe, escucha al Señor que te dice: «No se turbe tu
corazón. Crees en Dios: cree también en mí» (Jn 14,1); si te falta la esperanza y resistencia en las
tribulaciones, Él te dice: «¡ánimo!: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33); si te falta caridad: «ámense los
unos a los otros como yo los he amado» (Jn 15,12); si te falta la humildad, y pretendes dar frutos de
santidad por ti mismo, Él te dice: «El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque
separados de mí no pueden hacer nada» (Jn 15,5); si te falta paciencia: «aprende de mí que soy manso y
humilde de corazón»; si te falta capacidad de perdón y consientes resentimientos, rencores, deseos de
venganza, Él te dice: perdona «hasta setenta veces siete» (Mt 18,22); si te falta generosidad, te dice: «A
todo el que te pida, da» (Lc 6,30); si te falta la perseverancia en la oración, Él te dice: «es preciso orar
siempre sin desfallecer» (Lc 18,1). Ante todo lo que nos hace falta, acudamos al Señor y escuchemos
reverentes aquellas enseñanzas a las que María nos invita a adherirnos de mente, corazón y acción:
«¡hagan lo que Él les diga!»

IV. PADRES DE LA IGLESIA

San Beda: «Se dignó el Señor venir a las bodas (según está escrito), para confirmar la fe de los que creen
bien»

San Beda: «No carece de misterio, cuando se dice que las bodas se celebraron en el tercer día. Aparece
el primer tiempo del mundo, antes de la Ley, por el ejemplo de los Patriarcas. El segundo, bajo el
dominio de la Ley, por medio de los escritos de los profetas. Y el tercer tiempo de la gracia brilló (como la
luz del tercer día) por las predicaciones de los evangelistas, y en el cual fue cuando el Señor apareció
vestido de nuestra carne. Además, como se dice que estas bodas se celebraron en Caná de Galilea, se
demuestra en sentido figurado que son muy dignos de la gracia de Jesucristo aquellos que,
distinguiéndose por el fervor de su piedad, pasan de los vicios a las virtudes, y saben que emigran de las
cosas de la tierra a las del cielo».

San Agustín: «¿Por qué, pues, dijo: “Aun no es llegada mi hora”? Porque estaba en su mano el tiempo en
que había de morir, pero aún no le parecía tiempo oportuno para usar de tal poder. Habían de ser
llamados primeramente los discípulos; se había de anunciar el Reino de los cielos; se habían de ostentar
los prodigios de su misión, para fundamentar en milagros la divinidad del Señor, y recomendarse la
humildad en la misma sumisión a las leyes de nuestra mortalidad. Cuando todo esto se hizo de manera
que las pruebas fuesen irrecusables, entonces fue la hora, no de la necesidad, sino de manifestar su
voluntad; no de la condición, sino de su poder».

V. CATECISMO DE LA IGLESIA

Haced lo que Él os diga

144: La obediencia de la fe. Obedecer («ob-audire») en la fe, es someterse libremente a la palabra


escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham
es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la
misma.

148: La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el
anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que «nada es imposible para Dios» (Lc 1,37)
y dando su asentimiento: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Isabel
la saludó: «¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del
Señor!» (Lc 1,45). Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada.

151: Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que él ha enviado, «su Hijo
amado», en quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1,11). Dios nos ha dicho que les escuchemos
(14). El Señor mismo dice a sus discípulos: «Creed en Dios, creed también en mí» (Jn 14,1). Podemos
creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único,
que está en el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1,18). Porque «ha visto al Padre» (Jn 6,46), él es
único en conocerlo y en poderlo revelar.

También Cristo obedece al Padre

606: El Hijo de Dios «bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado»
(Jn 6,38), «al entrar en este mundo, dice: … He aquí que vengo… para hacer, oh Dios, tu voluntad… En
virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de
Jesucristo» (Hb 10,5-10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de
salvación en su misión redentora: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a
cabo su obra» (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús «por los pecados del mundo entero» (1Jn 2,2), es la
expresión de su comunión de amor con el Padre: «El Padre me ama porque doy mi vida» (Jn 10,17). «El
mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado» (Jn 14,31).

Por mediación de María…

725: …por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en Comunión con Cristo a los hombres
«objeto del amor benevolente de Dios», y los humildes son siempre los primeros en recibirle: los
pastores, los magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos.

1613: En el umbral de su vida pública, Jesús realiza su primer signo —a petición de su Madre— con
ocasión de un banquete de boda. La Iglesia concede una gran importancia a la presencia de Jesús en las
bodas de Caná. Ve en ella la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en adelante
el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo.

2617: La oración de María se nos revela en la aurora de la plenitud de los tiempos. Antes de la
encarnación del Hijo de Dios y antes de la efusión del Espíritu Santo, su oración coopera de manera única
con el designio amoroso del Padre: en la anunciación, para la concepción de Cristo; en Pentecostés para
la formación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. En la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra la
acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos. La que el Omnipotente ha hecho «llena de
gracia» responde con la ofrenda de todo su ser: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra». Fiat, ésta es la oración cristiana: ser todo de Él, ya que Él es todo nuestro.

2618: El Evangelio nos revela cómo María ora e intercede en la fe: en Caná, la madre de Jesús ruega a su
hijo por las necesidades de un banquete de bodas, signo de otro banquete, el de las bodas del Cordero
que da su Cuerpo y su Sangre a petición de la Iglesia, su Esposa. Y en la hora de la nueva Alianza, al pie
de la Cruz, María es escuchada como la Mujer, la nueva Eva, la verdadera «madre de los que viven».

VI. TEXTOS DE LA ESPIRITUALIDAD SODÁLITE

“La Revelación testimoniada en la Sagrada Escritura nos presenta además otro rasgo particular de Santa
María nuestra Madre: su mediación e intercesión. (…)
Jesús ha sido invitado a unas bodas en Caná, y nos dice el Evangelista San Juan que allí estaba también la
Madre de Jesús. ‘Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su
madre: «No tienen vino». Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi
hora». Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,3-5). Son muchos los elementos
que se pueden destacar: la maternidad espiritual de María; el misterio que rodea todo el pasaje y que
hace difícil su exacta interpretación; el entendimiento entre Jesús y María, que va más allá de las
palabras y hace que estas queden superadas por el metalenguaje que se trasluce en la escena… Pero de
entre tantos aspectos, nos centraremos en lo que resalta Juan Pablo II: ‘En Caná de Galilea se muestra
solo un aspecto concreto de la indigencia humana, aparentemente pequeño y de poca importancia («No
tienen vino»). Pero esto tiene un valor simbólico. El ir al encuentro de las necesidades del hombre
significa, al mismo tiempo, su introducción en el radio de acción de la misión mesiánica y del poder
salvífico de Cristo. Por consiguiente, se da una mediación: María se pone entre su Hijo y los hombres en
la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone «en medio», o sea, hace de
Mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de Madre, consciente de que como tal puede
—más bien, «tiene derecho de»— hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres. Su mediación,
por lo tanto, tiene un carácter de intercesión’.

(…) ¿Qué nos dice todo esto a nosotros? La mediación e intercesión de María nos habla de una realidad
maravillosa, cual es la del amor siempre presente e implorante. Nada hay tan humano como el hecho de
la mediación. Hemos recibido la vida mediante nuestros padres, que nos han engendrado; nuestra
educación, nuestra formación y todo lo que somos se ha concretizado mediante la acción de los
progenitores, maestros, etc. El don de la fe nos ha sido comunicado mediante la Iglesia. No existe
dimensión alguna de nuestra existencia que no haya sido dada por mediación de otros. En el plano de lo
sobrenatural, la reconciliación nos ha sido otorgada mediante Jesús, como nos recuerda el Apóstol San
Pablo: ‘Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús,
hombre también’ (1 Tim 2,4-5). Ahora bien, el mismo Jesús ha querido dejarnos la mediación maternal
de María, de tal manera que ‘la misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni
disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien, sirve para demostrar su poder: es
mediación en Cristo’.

La mediación de María, subordinada a la de Cristo, encaja plenamente en la experiencia de todo


hombre. El amor maternal es inherente a la humana existencia, desde el mismo momento en que ser
hombre es tener madre. Y es el amor de madre lo que nos ha puesto en el mundo. Así pues, por una
Madre (= María) hemos recibido la reconciliación, sin la cual seguiríamos hundidos en el pecado. Y María
pide, suplica, intercede por todas nuestras necesidades, así como lo hizo en las bodas de Caná, con el
amor humanamente más intenso, que es el amor de madre. Hemos de responder a este maravillosos
don, reconociéndolo y poniéndolo por obra. ‘Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros,
pecadores…’ decimos, ahora y siempre, proclamándola nuestra Mediadora e Intercesora”.

(Mons. José Antonio Eguren Anselmi, SCV

También podría gustarte