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San Ignacio de Antioquía

P. Jordi Rivero
Obispo, mártir, Padre Apostólico
Nace entre años 30 al 35 AD, muere C 107AD
Fiesta: 17 de octubre

Este gran Padre de la Iglesia fue


discípulo directo de San Pablo y San Juan;
fue el primero en llamar a la Iglesia "católica".
Sus escritos exponen la doctrina sobre la Eucaristía;
La jerarquía y la obediencia a los obispos;
La presidencia de la iglesia de Roma;
La virginidad de María y el don de la virginidad;
El privilegio que es morir mártir de Cristo.
Sus escritos demuestran que la doctrina católica nos
viene de los Apóstoles.
En este artículo veremos su martirio, sus escritos y
doctrina.
De sobrenombre "Theophorus" (portador de Dios).
Fue ilustre testigo de Cristo por su palabra y por su
sangre.
Fuego ardiente de amor
La palabra "Ignacio" viene de "ignis" (fuego). El corazón de
San Ignacio era un fuego ardiente de amor por Cristo. Decía
que Cristo está en el pecho de los cristianos.
Conoció a los Apóstoles
Los Padres Apostólicos son los que conocieron a los Apóstoles. Habiendo nacido en Antioquía en el siglo
I, San Ignacio fue discípulo del Apóstol San Pablo y sobre todo del Apóstol San Juan.
Consagrado obispo por los Apóstoles
San Ignacio de Antioquía fue el tercer obispo de Antioquía, Siria, siendo San Pedro y San Evodio los
dos primeros (Eusebius, "Hist. Eccl.", II, iii, 22). San Juan Crisóstomo ("Hom. in St. Ig.", IV. 587) escribe
que San Ignacio fue consagrado obispo de manos de los Apóstoles Pedro y Pablo. Según Theodoret,
Ignacio fue asignado obispo de Antioquía por San Pedro. (Theodoret, "Dial. Immutab.", I, iv, 33a, Paris,
1642.)
Antioquía era la tercera ciudad mas importante del imperio, después de Roma y Alejandría. También era
una de las iglesias mas importantes e influyentes. Habían en Antioquía muchos cristianos de
procedencia judía que huyeron de la destrucción de Jerusalén ocurrida en el 70 AD.
Condenado al martirio
El Emperador Trajano al principio respetó a los cristianos, pero por gratitud a sus dioses tras su victoria
sobre los dacios y escitas, comenzó a perseguir a quienes no los adoraban. Hay una relación legendaria
sobre el arresto de San Ignacio y su entrevista personal con el emperador. Sin embargo, desde época
muy remota nos llega el interrogatorio al que fue sometido:
-"¿Quién eres tú, espíritu malvado, que osas desobedecer mis órdenes e incitas a otros a su perdición?"
-"Nadie llama a Teóforo espíritu malvado", respondió el santo.
-"¿Quién es Teóforo?.
-"El que lleva a Cristo dentro de sí".
-"¿Quiere eso decir que nosotros no llevamos dentro a los dioses que nos ayudan contra nuestros
enemigos?", preguntó el emperador.
-"Te equivocas cuando llamas dioses a los que no son sino diablos", replicó Ignacio. "Hay un solo Dios
que hizo el cielo y la tierra y todas las cosas; y un solo Jesucristo, en cuyo reino deseo ardientemente ser
admitido".
-"¿Te refieres al que fue crucificado bajo Poncio Pilato?".
-"Sí, a Aquél que con su muerte crucificó el pecado y a su autor, y que proclamó que toda malicia
diabólica ha de ser hollada por quienes lo llevan en el corazón".
-"¿Entonces tú llevas a Cristo dentro de ti?
-"Sí, porque está escrito, viviré con ellos y caminaré con ellos".
Cuando lo mandaron a encadenar para llevarlo a morir en Roma, San Ignacio exclamó: "te doy gracias,
Señor, por haberme permitido darte esta prueba de amor perfecto y por dejar que me encadenen por Tí,
como tu apóstol Pablo".
Itinerario hacia el martirio en Roma
(según las "actas" del martirio)

San Ignacio rezó por la Iglesia, la encomendó con lágrimas a Dios, y con gusto se sometió a los soldados
para ser encadenado y llevado a Roma.

En Seleucia, puerto de mar, situado a unos veinticinco kilómetros de Antioquía, se embarcaron en un


navío que fue costeando el Asia Menor. Algunos de sus fieles de Antioquía tomaron un camino más corto
y llegaron a Roma antes que él y ahí le esperaron.

Durante la mayor parte del trayecto acompañaron a San Ignacio el diácono Filón y Agatopo, a quienes se
considera autores de las actas de su martirio. Durante el viaje San Ignacio iba vigilado día y noche por
diez soldados que, según el santo, eran como "diez leopardos". Añade "iba yo luchando con fieras
salvajes por tierra y mar, de día y noche" y "cuando se las trataba bondadosamente, se enfurecían mas".

Las numerosas paradas, dieron al santo oportunidad de confirmar en la fe a las iglesias cercanas a la
costa de Asia Menor. Dondequiera que el barco atracaba, los cristianos enviaban sus obispos y
presbíteros a saludarlo, y grandes multitudes se reunían para recibir su bendición. Se designaron
también delegaciones que lo escoltaron en el camino. En Esmirna tuvo la alegría de encontrar a su
antiguo condiscípulo San Policarpo; al obispo Onésimo quien iba a la cabeza de una delegación de
Efeso; al obispo Dámaso, con enviados de Magnesia, y el obispo Polibio de Tralles. Burrus, uno de los
delegados, fue tan servicial con San Ignacio, que éste pidió a los efesios que le permitieran acompañarlo.
Desde Esmirna, el santo escribió cuatro cartas. Los guardias se apresuraron a salir de Esmirna para
llegar a Roma antes de que terminaran los juegos, pues las víctimas ilustres y de venerable aspecto,
eran la gran atracción en el anfiteatro. El mismo Ignacio, gustosísirno, secundó sus prisas. Enseguida se
embarcaron para Troade, donde se enteraron de que la paz se había restablecido en la Iglesia de
Antioquía. En Troade Ignacio escribió tres cartas más. Una a los fieles de Filadelfia.
De Troade navegaron hasta Nápoles de Macedonia. Después fueron a Filipos y habiendo cruzado
Macedonia y el Epiro a pie, se volvieron a embarcar en Epidamno (el actual Durazzo en Albania).
Según las Actas, al aproximarse el santo a Roma, los fieles salieron a recibirlo y se regocijaron al verlo,
pero lamentaron el tener que perderlo tan pronto. Como él lo había previsto, deseaban tomar medidas
para liberarlo, pero les rogó que no le impidieran llegar al Señor. Entonces, arrodillándose con sus
hermanos, rogó por la Iglesia, por el fin de la persecución y por la caridad y concordia entre los fieles.
Según la misma leyenda, Ignacio llegó a Roma el 20 de diciembre, último día de los juegos públicos, y
fue conducido ante el prefecto de la ciudad, a quien se le entregó la carta del emperador. Después de los
trámites acostumbrados, se le llevó apresuradamente al anfiteatro flaviano. Ahí le soltaron dos fieros
leones, que inmediatamente lo devoraron, y sólo dejaron los huesos más grandes. Así fue escuchada su
oración. No hay seguridad sobre los detalles de la narración pero sí del hecho de su martirio, ocurrido en
el año noveno del emperador Trajano.
Parecería para muchos espectadores que San Ignacio era tan solo uno mas que moría en aquellos
juegos diseñados para saciar la morbosidad de las turbas. Sin embargo el era el gran vencedor en un
reino mucho mas sublime y duradero que el de los emperadores romanos.
Dejadme que sea entregado a las fieras, puesto que por ellas puedo llegar a Dios. Soy el trigo de
Dios, y soy molido por las dentelladas de las fieras, para que pueda ser hallado pan puro. Antes,
atraed a las fieras, para que puedan ser mi sepulcro, y que no deje parte alguna de mi cuerpo
detrás, y así, cuando pase a dormir, no seré una carga para nadie. Entonces seré un verdadero
discípulo de Jesucristo. (Epístolas de San Ignacio a los Romanos)
Restos del santo son llevados a Antioquía
Los restos del mártir, fueron llevados a Antioquía donde para ser venerados, al principio de un modo que
no llamara la atención "en un cementerio fuera de la puerta de Dafnis". Esto lo refiere San Jerónimo,
escribiendo en 392, y sabernos que él había visitado Antioquía.
El panegírico de San Ignacio, hecho por San Juan Crisóstomo cuando éste era presbítero de
Antioquía, fue pronunciado posiblemente el 17 de octubre. Según el antiguo martirologio sirio la fiesta del
mártir se celebraba en esas regiones en ese día.
San Juan hace resaltar el hecho de que el suelo de Roma había sido empapado con la sangre de la
víctima, pero que Antioquía atesoraba para siempre sus reliquias. "Ustedes lo prestaron por una
temporada", dijo al pueblo "y lo recibieron con intereses. Lo enviaron siendo obispo, y lo recobraron
mártir. Lo despidieron con oraciones y lo trajeron a su tierra con laureles de victoria''.
Una leyenda identifica a Ignacio con el niño que Nuestro Señor tomó en sus brazos y que le sirvió para
dar una lección sobre la humildad (Cf. Marcos 9,36).
San Vicente Beaurais afirmaba que su sobrenombre "Theophoros" (Portador de Dios) se debía a que,
después de muerto le abrieron el corazón y encontraron en él escritas en letras de oro el nombre de
Jesús.
Su nombre se menciona en el primer canon Eucarístico.

Enseñanzas de San Ignacio de Antioquía:


vínculo directo con los Apóstoles.
Afortunadamente San Ignacio escribió varias cartas camino de su martirio, de las que se conservan siete:
Una a la comunidad de Roma, otra al obispo Policarpo da; Tralles; Filadelfia y Esmirna. Estas cartas son
los únicos escritos auténticos que teneme Esmirna y las restantes a comunidades en ciudades por las
que había pasado: Efeso; Magnesios de San Ignacio (otras cartas atribuidas a el se consideran
apócrifas). Constituyen un testimonio de su amor apasionado por Cristo, su profundidad y claridad de
pensamiento teológico y profunda humildad. San Ignacio manifiesta absoluta certeza de que su
inminente martirio por Cristo es un privilegio, por lo que no quiere que nadie lo obstruya.
Los escritos del obispo San Ignacio de Antioquía son de suma importancia porque demuestran la
catolicidad de la doctrina desde tiempos apostólicos.
Los credenciales de San Ignacio como verdadero testigo de la doctrina apostólica:
1-San Ignacio fue discípulo de los Apóstoles San Pablo y San Juan.
Recibió de ellos las Sagradas Escrituras (en sus cartas encontramos numerosas citas literales
de los Evangelios Sinópticos).

Recibió de ellos también la revelación transmitida a voz viva. Esta le capacita para ser
interprete veraz de la revelación escrita.

San Juan escribe: "Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por
una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran." Juan
21,25. Esas "otras cosas" forman la revelación transmitida oralmente a San Ignacio y a los otros
Padres Apostólicos.
2-San Ignacio gozaba de la plena aprobación y confianza de los Apóstoles ya que ellos mismos lo
ordenaron obispo de Antioquía, sede de suma importancia. Permaneció en esa insigne sede por
40 años hasta su martirio.
3-La ortodoxia de San Ignacio era ampliamente reconocida, tanto por los padres de la Iglesia de
su tiempo como en todos los siglos. Gozaba también del reconocimiento de los fieles como lo
demostraron recibiéndolo en todas las ciudades por donde pasaba camino a su martirio en Roma.
4- La autenticidad de sus cartas está firmemente establecida.
San Ignacio, siendo gran pastor y teólogo presenta con claridad y lucidez la doctrina católica
ampliamente reconocida en su tiempo como Apostólica. Sus siete cartas demuestran claramente
la catolicidad de los albores del cristianismo.

Algunas de sus enseñanzas doctrinales


Parto Virginal de María. Es el primer escritor fuera del N.T. en escribir sobre esta verdad.
"Y al príncipe de este mundo se le ocultó la virginidad de María y su parto y también la muerte del
Señor". (Carta a los de Efeso)
Cristo: humano y divino
Como San Juan, San Ignacio nos muestra que Cristo es humano y divino. "Hijo de María e hijo de Dios,
primero pasible, después impasible, Jesucristo Nuestro Señor" (Efes., c. xvii). Su doctrina es una
defensa contra dos tendencias de la época: por un lado algunos de los judaizantes negaban la
encarnación y creían en un Jesús solo humano. Por otro lado, los docetistas negaban la humanidad de
Cristo.
La Eucaristía
San Ignacio de Antioquía es el primero en usar la palabra "Eucaristía" para referirse al Santísimo
Sacramento (Esmir., c. viii). San Ignacio utiliza la terminología joánica para enseñar sobre la Eucaristía,
a la que llama "la carne de Cristo", "Don de Dios", "la medicina de inmortalidad". Llama a Jesús "pan de
Dios" que ha de ser comido en el altar, dentro de una única Iglesia.
No hallo placer en la comida de corrupción ni en los deleites de la presente vida. El pan de Dios
quiero, que es la carne de Jesucristo, de la semilla de David; su sangre quiero por bebida, que
es amor incorruptible.

Reuníos en una sola fe y en Jesucristo.. Rompiendo un solo pan, que es medicina de


inmortalidad, remedio para no morir, sino para vivir por siempre en Jesucristo.
San Ignacio denuncia a los herejes "que no confiesan que la Eucaristía es la carne de Jesucristo nuestro
Salvador, carne que sufrió por nuestros pecados y que en su amorosa bondad el Padre resucitó".
El día del Señor el domingo
Los que vivían según el orden de cosas antiguo han pasado a la nueva esperanza, no
observando ya el sábado, sino el día del Señor, en el que nuestra vida es bendecida por El y por
su muerte -S. Ignacio de Antioquía, Magn. 9,1
La Iglesia
-Es una institución divina cuyo fin es la salvación de las almas; quienes se separan de ella se
separan de Dios. (San Ignacio de Antioquía, a los de Filadelfia., c. iii)
-Debe permanecer en unidad.
La unidad es expresión del amor. (Trall., c. vi; Filad., c. iii; Magn., c. xiii)
-Es Santa. (Esmirna, Efes., Magn., Trall., Rom.);
-Es Católica
Fue San Ignacio quien por primera vez se refirió a la Iglesia como "Iglesia Católica" (Universal),
incluyendo en ella a todos los que son fieles a la verdad. (Esmirna., c. viii)
"Por doquier aparezca el obispo, ahí esté el pueblo; lo mismo que donde quiera que Jesucristo
está también está la Iglesia Católica"
-Es Infalible (Fila., c. iii; Efes., cc. xvi, xvii)
-Tiene jerarquía
San Ignacio, como San Juán, puso mucha atención en la relación entre el Padre y el Hijo. El Hijo siempre
sujeto por amor a la voluntad del Padre, uno con Él por naturaleza. San Ignacio deduce que debemos
imitar a Cristo en su obediencia filial, obedeciendo a los obispos de la Iglesia (lntrod. a Fila.; Efes., c. vi); .
Sus cartas enseñan que debe haber en la Iglesia disciplina, unidad y sujeción a la jerarquía.
Así, pues, al modo que el Señor nada hizo sin el Padre, así tampoco vosotros hagáis nada sin
contar con el obispo y los ancianos. Una sola oración, una sola súplica, un solo pensamiento,
una sola esperanza en la caridad, en la alegría sin mácula, que es Jesucristo, que procedió de
un solo Padre para uno solo es y a Él vuelve.
Sus palabras recuerdan a las de San Pablo, en Efesios, 4: "Con empeño por guardar la unidad de
espíritu en el vínculo de la paz: un solo cuerpo y un solo Espíritu, a la manera que fuisteis llamados en
una sola esperanza de vuestra vocación. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Un solo Dios y
Padre de todos, que está sobre todos y obra por todos y mora en todos."
-Los tres niveles del sacramento del orden>>>, el episcopado siendo superior, el presbiterio
(sacerdotes) y por último el diaconado (Magn., c. vi).
La primacía del obispo de Roma: El mismo San Ignacio que alrededor del año 107 AD llamó a la
Iglesia "Católica" y nos enseña que tiene obispos con autoridad, nos enseña también que la Iglesia tiene
quien la presida: "...la que reside en el territorio de los romanos... la que preside en la unión del
amor..." (Rom., introd.)
Su firme enseñanza sobre la obediencia a los obispos es aun mas admirable cuando el mismo, siendo
obispo, fue siempre muy humilde.
Matrimonio Sacramental
San Ignacio enseña sobre el matrimonio en la iglesia: "...los varones y las mujeres que deseen casarse,
deben realizar su enlace conforme a las disposiciones del obispo..." (Filipenses 5,2).
La Virginidad, virtud sobrenatural (Polyc., c. v)
San Ignacio es claro y fuerte contra la herejía pero también recalca la necesidad de ser indulgentes y
tolerantes con los que están en error.
Rueguen incesantemente por el resto de los hombres -porque hay en ellos esperanza de
arrepentimiento- para que lleguen a Dios. Por lo tanto instrúyanlos con el ejemplo de sus obras.
Cuando ellos estallen en ira, ustedes sean mansos; cuando se vanaglorien al hablar, sean
ustedes humildes; cuando les injurien a ustedes, oren por ellos; si ellos están en el error, ustedes
sean constantes en la fe; a vista de sus furia, sean ustedes apacibles. No ansíen el desquite.
Que nuestra indulgencia les muestre que somos sus hermanos. Procuremos ser imitadores del
Señor, esforzándonos para ver quién puede sufrir peores injusticias, quién puede aguantar que
lo defrauden, que lo rebajen a la nada; que no se encuentre en ustedes cizaña del diablo. Sino
con toda pureza y sobriedad vivan en Cristo Jesús en carne y en espíritu. (carta a los efesios)

Resumen de las cartas de San Ignacio


Carta a los efesios. Les exhorta a permanecer en armonía con su obispo y con todo su clero, a que se
reúnan con frecuencia para rezar públicamente, a ser mansos y humildes, a sufrir las injurias sin
murmurar. Los alaba por su celo contra la herejía y les recuerda que sus obras más ordinarias serían
espiritualizadas, en la medida que las hicieran por Jesucristo. Los llama compañeros de viaje en su
camino a Dios y le, dice que llevan a Dios en su pecho. Carta completa>>
Cartas a las iglesias de Magnesia y Tralles habla con términos análogos y los pone sobre aviso contra
el docetismo, doctrina que negaba la realidad del cuerpo de Cristo y su vida humana. En la carta a
Tralles les pide que se guarden de la herejía, "lo que harán si permanecen unidos a Dios, y también a
Jesucristo y al obispo y a los mandatos de los apóstoles. El que está dentro del altar está limpio, pero el
que está fuera de él, o sea, quien se separa del obispo, de los presbíteros y diáconos, no está limpio".
Carta a los cristianos de Roma. Esta cuarta carta es una súplica para que no le impidan ganar su
corona del martirio. No quería que los influyentes trataran de obtener una mitigación de la condena, ya
que para esas fechas el cristianismo había conseguido adeptos en sitios elevados. Había hombres como
Flavio Clemente, primo del emperador y los Acilios Clabriones que tenían amigos poderosos en la
administración. Luciano, satirista pagano (c. 165 P.C.), quien seguramente conoció estas cartas de
Ignacio, da testimonio de lo anterior.
Temo que vuestro amor, me perjudique" escribe el obispo, "a vosotros os es fácil hacer lo que os
agrada; pero a mí me será difícil llegar a Dios, si vosotros no os cruzáis de brazos. Nunca tendré
oportunidad como ésta para llegar a mi Señor ... Por tanto, el mayor favor que pueden hacerme
es permitir que yo sea derramado como libación a Dios mientras el altar está preparado; para
que formando un coro de amor, puedan dar gracias al Padre por Jesucristo, porque Dios se ha
dignado traerme a mí, obispo sirio, del oriente al occidente para que pase de este mundo y
resucite de nuevo con El ... Sólo les suplico que rueguen a Dios que me dé gracia interna y
externa; no sólo para decir esto, sino para desearlo, y para que no sólo me llame cristiano, sino
para que lo sea efectivamente . . . Permitid que sirva de alimento a las bestias feroces para que
por ellas pueda alcanzar a Dios. Soy trigo de Cristo y quiero ser molido por los dientes de las
fieras para convertirme en pan sabroso a mi Señor Jesucristo. Animad a las bestias para que
sean mi sepulcro, para que no dejen nada de mi cuerpo, para que cuando esté muerto, no sea
gravoso a nadie ... No os lo ordeno, como Pedro y Pablo: ellos eran apóstoles, yo soy un reo
condenado; ellos eran hombres libres, yo soy un esclavo. Pero si sufro, me convertiré en liberto
de Jesucristo y, en El resucitaré libre. Me gozo de que me tengan ya preparadas las bestias y
deseo de todo corazón que me devoren luego; aún más, las azuzaré para que me devoren
inmediatamente y por completo y no me sirvan a mí como a otros, a quienes no se atrevieron a
atacar. Si no quieren atacarme, yo las obligaré. Os pido perdón. Sé lo que me conviene. Ahora
comienzo a ser discípulo. Que ninguna cosa visible o invisible me impida llegar a Jesucristo. Que
venga contra mí fuego, cruz, cuchilladas, desgarrones, fracturas y mutilaciones; que mi cuerpo
se deshaga en pedazos y que todos los tormentos del demonio abrumen mi cuerpo, con tal de
que llegue a gozar de mi Jesús. El príncipe de este mundo trata de arrebatarme y de pervertir
mis anhelos de Dios. Que ninguno de vosotros le ayude. Poneos de mi lado y del lado de Dios.
No llevéis en vuestros labios el nombre de Jesucristo y deseos mundanos en el corazón. Aun
cuando yo mismo, ya entre vosotros os implorara vuestra ayuda, no me escuchéis, sino creed lo
que os digo por carta. Os escribo lleno de vida, pero con anhelos de morir.
Carta a los de Esmirna. Encontramos otro aviso contra los docetistas, que negaban que Cristo hubiera
tomado una naturaleza humana real y que la Eucaristía fuera realmente su cuerpo. Les prohíbe todo
trato con esos falsos maestros y sólo les permite orar por ellos.
Carta a San Policarpo. Consiste principalmente en consejos, siendo el escritor mucho mayor. Lo
exhorta a trabajar por Cristo, a reprimir las falsas enseñanzas, a cuidar de la viudas, a tener servicios
religiosos con frecuencia y le recuerda que la medida de los trabajos será la de su premio. Como San
Ignacio no tuvo tiempo de escribir a otras Iglesias, pidió a San Policarpo que lo hiciera en su nombre.
Carta a los fieles de Filadelfia. Escribe alabando a su obispo, rogándoles que eviten la herejía. "Usad
una sola Eucaristía; porque la carne de Jesucristo Nuestro Señor es una y uno el cáliz para unirnos a
todos en su sangre. Hay un altar. así como un obispo, junto con el cuerpo de presbíteros y diáconos, mis
hermanos siervos, para que todo lo que hiciereis vosotros lo hagáis de acuerdo con Dios".

Carta a los Efesios


I, 1. He acogido en Dios vuestro nombre bienamado, que habéis adquirido por vuestra naturaleza justa,
según la fe y la caridad en Cristo Jesús, nuestro Salvador; imitadores de Dios, reanimados en la sangre
de Dios, vosotros habéis llevado a la perfección la obra que conviene a vuestra naturaleza. 2. Apenas
habéis sabido en efecto que yo venía de Siria encadenado por el Nombre y la esperanza que nos son
comunes, esperando tener la suerte, gracias a vuestras oraciones, de combatir contra las bestias en
Roma, para poder, si tengo esa suerte, ser discípulo; vosotros os apresurasteis en venir a verme. 3. Es
así que a toda vuestra comunidad he recibido, en el nombre de Dios, en Onésimo, varón de una
indecible caridad, vuestro obispo según la carne. Deseo que vosotros lo améis en Jesucristo, y que todos
os asemejéis a él. Bendito sea aquél que os a hecho la gracia, a vosotros que habéis sido dignos, de
tener tal obispo.
II, 1. Para Burro, mi compañero de servicio, vuestro diácono según Dios, bendito en todas las cosas,
deseo que permanezca a mi lado para haceros honor a vosotros y a vuestro obispo. En cuanto a Croco,
digno de Dios y de vosotros, a quien he recibido como una muestra de vuestra caridad, ha sido para mí
consuelo en todas las cosas: quiera el Padre de Jesucristo consolarlo también a él, junto con Onésimo,
Burro, Euplo y Frontón; en ellos es a todos vosotros a quienes he visto según la caridad. 2. Pueda yo
gozar de vosotros para siempre, si yo fuera digno de ello. Conviene, pues, glorificar en toda forma a
Jesucristo, que os ha glorificado a vosotros, a fin de que, reunidos en una misma obediencia, sometidos
al obispo y al presbiterio, vosotros seáis santificados en todas las cosas.
III, 1. Yo no os doy órdenes como si fuera alguien. Porque si yo estoy encadenado por el Nombre, no soy
aún perfecto en Jesucristo. Ahora, no he hecho más que comenzar a instruirme, y os dirijo la palabra
como a condiscípulos míos. Más bien, soy yo quien tendrá necesidad de ser ungido por vosotros con fe,
exhortaciones, paciencia, longanimidad. 2. Pero ya que la caridad no me permite callar respecto a
vosotros, es por eso que he tomado la delantera para exhortaros a caminar de acuerdo con el
pensamiento de Dios. Porque Jesucristo, nuestra vida inseparable, es el pensamiento del Padre, como
también los obispos, establecidos hasta los confines de la tierra, están en el pensamiento de Jesucristo.
IV, 1. También conviene caminar de acuerdo con el pensamiento de vuestro obispo, lo cual vosotros ya
hacéis. Vuestro presbiterio, justamente reputado, digno de Dios, está conforme con su obispo como las
cuerdas a la cítara. Así en vuestro sinfónico y armonioso amor es Jesucristo quien canta. 2. Que cada
uno de vosotros también, se convierta en coro, a fin de que, en la armonía de vuestra concordia, toméis
el tono de Dios en la unidad, cantéis a una sola voz por Jesucristo al Padre, a fin de que os escuche y
que os reconozca, por vuestras buenas obras, como los miembros de su Hijo. Es, pues, provechoso para
vosotros el ser una inseparable unidad, a fin de participar siempre de Dios.
V, 1. Si en efecto, yo mismo en tan poco tiempo he adquirido con vuestro obispo una tal familiaridad, que
no es humana sino espiritual, cuánto más os voy a felicitar de que le estéis profundamente unidos, como
la Iglesia lo está a Jesucristo, y Jesucristo al Padre, a fin de que todas las cosas sean acordes en la
unidad. 2. Que nadie se extravíe; si alguno no está al interior del santuario, se priva del "pan de Dios" (1).
Pues si la oración de dos tiene tal fuerza, cuánto más la del obispo con la de toda la Iglesia. 3. Aquél que
no viene a la reunión común, ése ya es orgulloso y se juzga a sí mismo, pues está escrito: "Dios resiste a
los orgullosos" (2). Pongamos, pues, esmero en no resistir al obispo, para estar sometidos a Dios.
VI, I. Y mientras más vea uno al obispo guardar silencio, más se le debe reverenciar; pues aquél a quien
el Señor de la casa envía para administrar su casa, debemos recibirlo como aquél mismo que lo ha
enviado. Entonces está claro que debemos ver al obispo como al Señor mismo. 2. Por otra parte,
Onésimo mismo eleva muy alto vuestra disciplina en Dios, expresando con sus alabanzas que todos
vosotros vivís según la verdad, y que ninguna herejía reside entre vosotros, sino que, por el contrario,
vosotros no escucháis a persona alguna que les hable de otra cosa que no sea de Jesucristo en la
verdad.
VII, 1. Porque algunos hombres con perversa astucia tienen el hábito de tomar para todo el Nombre, pero
obrando de otro modo y de manera indigna de Dios; a aquellos, debéis evitarlos como a las bestias
salvajes. Son perros rabiosos, que muerden a escondidas. Debéis estar en guardia, pues sus
mordeduras esconden una enfermedad difícil de curar. 2. No hay más que un solo médico, carnal y
espiritual, engendrado y no engendrado, Dios venido en carne, en la muerte vida verdadera, Hijo de
María e Hijo de Dios, primero pasible y ahora impasible, Jesucristo Nuestro Señor.
VIII, 1. Que nadie, pues, os engañe, como por otra parte, no os dejéis engañar, siendo enteramente de
Dios. Cuando sobre vosotros no se abata ninguna querella que pudiera atormentaros, entonces quiere
decir que verdaderamente vosotros vivís según Dios. Yo soy vuestra víctima expiatoria, y por vuestra
Iglesia yo me ofrezco en sacrificio, efesios, Iglesia que es renombrada por los siglos. 2. Los carnales no
pueden hacer las obras espirituales, ni los espirituales las obras carnales, como tampoco la fe puede
hacer las obras de la infidelidad, ni la infidelidad las de la fe. Pero aquellas mismas obras que vosotros
hacéis en la carne son espirituales, pues es en Jesucristo que vosotros lo hacéis todo.
IX,1. Yo he sabido que algunos venidos de allá han pasado por vosotros, portadores de una mala
doctrina, pero no les habéis permitido sembrarla entre vosotros, tapasteis vuestros oídos para no recibir
lo que ellos siembran, ya que vosotros sois piedras del templo del Padre, preparados para la
construcción de Dios Padre, elevados hasta lo alto por la palanca de Jesucristo, que es la cruz, sirviendo
como soga el Espíritu Santo; vuestra fe os tira hacia lo alto, y la caridad es el camino que os eleva hacia
Dios. 2. Entonces todos vosotros sois también compañeros de ruta, portadores de Dios y portadores del
templo, portadores de Cristo, portadores de santidad, adornados en todo de los preceptos de Jesucristo.
Por mi parte, con vosotros me alegro porque he sido juzgado digno de mantenerme con vosotros
mediante esta carta y de regocijarme con vosotros que vivís una vida nueva, no amando nada más que a
Dios.
X, 1. "Orad sin cesar" (3) por los otros hombres, porque hay en ellos esperanza de arrepentirse, para que
lleguen a Dios. Permitidles, pues, al menos por vuestras obras, ser vuestros discípulos. 2. Frente a sus
iras, vosotros sed mansos; a sus jactancias, vosotros sed humildes; a sus blasfemias, vosotros mostrad
vuestras oraciones; a sus errores, vosotros sed "firmes en la fe" (4); a su fiereza, vosotros sed apacibles,
sin buscar imitarlos. 3. Sed hermanos suyos por la bondad y buscad ser imitadores del Señor: -¿quién ha
sido objeto de mayor injusticia? ¿quién más despojado? ¿quién más rechazado?- para que ninguna
hierba del diablo se encuentre entre vosotros, sino que en toda pureza y templanza, vosotros
permanezcáis en Jesucristo, en la carne y el espíritu.
XI, 1. Estos son los últimos tiempos; en adelante avergoncémonos y temamos que la longanimidad de
Dios no se torne en nuestra condenación. O bien temamos la "ira venidera" (5), o bien amemos la gracia
presente: o lo uno o lo otro. Solamente si somos encontrados en Cristo Jesús entraremos en la vida
verdadera. 2. Fuera de Él que nada tenga valor para vosotros, sino Aquél por quien yo llevo mis
cadenas, perlas espirituales; quisiera resucitar con ellas, gracias a vuestra oración, de la que quisiera ser
siempre partícipe para ser hallado en la herencia de los cristianos de Éfeso, que han estado siempre
unidos a los apóstoles, por la fuerza de Jesucristo.
XII, 1. Yo sé quién soy y a quién escribo: yo soy un condenado; vosotros, habéis obtenido misericordia;
yo estoy en el peligro; vosotros estáis seguros. Vosotros sois el camino por donde pasan aquellos que
son conducidos a la muerte para encontrar a Dios, iniciados en los misterios con Pablo, el santo, quien
ha recibido el martirio y es digno de ser llamado bienaventurado. Pueda yo ser encontrado sobre sus
huellas cuando alcance a Dios; en todas sus cartas os recuerda en Jesucristo.
XIII, 1. Poned, pues, empeño en reuniros más frecuentemente para rendir a Dios acciones de gracia y
alabanza. Porque cuando vosotros os reunís a menudo, las potestades de Satanás son abatidas y su
obra de ruina destruida por la concordia de vuestra fe. 2. Nada es mejor que la paz, por la que se lleva a
término toda guerra, tanto celeste como terrestre.
XIV, 1. Nada de todo eso os está oculto, si vosotros, por Jesucristo, tenéis a la perfección la fe y la
caridad, que son el principio y el fin de la vida: "el principio es la fe, y el fin la caridad" (6). Las dos
reunidas, son Dios, y todo lo demás que conduce a la santidad no hace más que seguirlas. 2. Nadie, si
profesa la fe, peca; nadie, si posee la caridad, aborrece. "Se conoce el árbol por sus frutos" (7): así
aquellos que hacen profesión de ser de Cristo se reconocerán por sus obras. Porque ahora la obra
demandada no es la mera profesión de fe, sino el mantenernos hasta el fin en la fuerza de la fe.

XV, 1. Más vale callar y ser que hablar y no ser. Está bien enseñar, si aquél que habla hace. No hay,
pues, más que un solo maestro, aquél que "ha hablado y todo ha sido hecho" (8) y las cosas que ha
hecho en el silencio son dignas de su Padre. 2. Aquél que posee en verdad la palabra de Jesús puede
entender también su silencio, a fin de ser perfecto, a fin de obrar por su palabra y hacerse conocido por
su silencio. Nada es oculto al Señor, sino que hasta nuestros mismos secretos están cerca de Él. 3.
Hagamos, pues, todo como aquellos en quienes Él habita, a fin de que seamos sus templos, y que Él sea
en nosotros nuestro Dios, como en efecto lo es, y se manifestará ante nuestro rostro si lo amamos
justamente.
XVI, 1. No os equivoquéis, hermanos míos: aquellos que corrompen una familia "no heredarán el Reino
de Dios" (9). 2. Así, si los que hacen eso son condenados a muerte, ¡cuánto más aquél que corrompe
por su mala doctrina la fe de Dios, por la que Jesucristo ha sido crucificado! Aquél que así sea, irá al
fuego inextinguible y lo mismo aquél que lo escuchare.
XVII, 1. Si el Señor ha recibido una unción sobre su cabeza, es a fin de exhalar para su Iglesia un
perfume de incorruptibilidad. No os dejéis, pues, ungir del mal olor del príncipe de este mundo, para que
él no os conduzca en cautividad lejos de la vida que os espera. 2. ¿Por qué no nos hacemos todos
sabios, al recibir el conocimiento de Dios, que es Jesucristo? ¿Por qué perecemos tontamente, al
desconocer el don que el Señor nos ha enviado verdaderamente?
XVIII, 1. Mi espíritu es víctima de la cruz, que es escándalo para los incrédulos, pero para nosotros
salvación y vida eterna (10): "¿Dónde está el sabio? ¿dónde el disputador?" (11), ¿dónde la vanidad de
aquellos que llamamos sabios? 2. Porque nuestro Dios, Jesucristo, ha sido llevado en el seno de María,
según la economía divina, nacido "del linaje de David" (12) y del Espíritu Santo. Él nació y fue bautizado
para purificar el agua por su pasión.
XIX, 1. Al príncipe de este mundo le ha sido ocultada la virginidad de María, y su alumbramiento, al igual
que la muerte del Señor: tres misterios sonoros, que fueron realizados en el silencio de Dios. 2. ¿Cómo,
pues, fueron manifestados a los siglos? Un astro brilló en el cielo más que todos los demás, y su luz era
indecible, y su novedad sorprendente, y todos los otros astros junto con el sol y la luna se formaron en
coro alrededor suyo y él proyectó su luz más que todos los astros. 2. Y ellos se turbaron preguntándose
de dónde venía esta novedad tan distinta de ellos mismos. 3. Entonces fue destruida toda magia, y toda
ligadura de malicia abolida, la ignorancia fue disipada, y el antiguo reino arruinado, cuando Dios se
manifestó hecho hombre, "para una novedad de vida eterna" (13). Y lo que había sido preparado por
Dios se comenzó a realizar. Desde entonces, todo se conmovió porque la destrucción de la muerte se
preparaba.
XX, 1. Si Jesucristo me concede la gracia, por vuestras oraciones, y si es su voluntad, yo os explicaré en
la segunda carta que debo escribiros la economía, de la que he comenzado a tratar en lo concerniente al
hombre nuevo, Jesucristo. Ella consiste en la fe en Él y en el amor a Él, en su Pasión y su Resurrección.
2. Sobretodo si el Señor me revela que cada uno en particular y todos juntos, en la gracia que viene de
su Nombre, os reunís en una misma fe, y en Jesucristo "del linaje de David según la carne" (14), hijo del
hombre e hijo de Dios, [os reunís] para obedecer al obispo y al presbiterio en unidad de mente,
rompiendo un mismo pan que es medicina de inmortalidad, antídoto para no morir, y alimento para vivir
en Jesucristo por siempre.
XXI, 1. Yo soy vuestro rescate, por vosotros y por aquellos que, para honor de Dios, habéis enviado a
Esmirna, de donde os escribo, dando gracias al Señor, y amando a Policarpo como os amo también a
vosotros. Acordaos de mí así como Jesucristo se acuerda de vosotros. 2. Rogad por la Iglesia que está
en Siria, de donde soy conducido a Roma encadenado, pues soy el último de los fieles de allá, y yo he
sido juzgado digno de servir al honor de Dios. Me despido en Dios Padre y en Jesucristo, nuestra común
esperanza.

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