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Historia de la Cultura.

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Índice
1. Misión de la Universidad 4

1.1 Introducción al texto 4

1.2. Texto 8

2. Pasajes del Antiguo Testamento 19

2.1 Introducción al texto 19

2.2 Texto 25

3. Discurso Fúnebre de Pericles 32

3.1 Introducción al texto 32

3.2 Texto 35

4. De Inventione 46

4.1 Introducción al texto 46

4.2 Texto 50

5. Pasajes del Nuevo Testamento 57

5.1 Introducción al texto 57

5.2 Texto 61

6. Didascalicon 67

6.1 Introducción al texto 67

6.2 Texto 71

Referencias Bibliográficas 78

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1. Misión de la Universidad
José Ortega y Gasset

1.1 Introducción al texto

Ortega y Gasset (1883-1955) fue un gran intelectual español de quien Fernando Vela afirmó:
“ha sido en España […] por su magnitud, por su excepcionalidad, más que un hombre, un
acontecimiento. Solo un acontecimiento puede influir con tal intensidad en los aspectos más
heterogéneos de un país: en el pensamiento, en la literatura, la política, la enseñanza, las
maneras y los estilos” (Vela, 1956, citado por Fortuño, 2015, p.11).

Perteneció a una familia acomodada de la alta burguesía madrileña y estudió en el


colegio de los jesuitas de Miraflores. En 1897 empezó sus estudios universitarios de Filosofía y
Letras en el Internado de Estudios Superiores de Deusto, y se doctoró en la Universidad de
Madrid. Entre 1905 y 1911, pasó tres largas temporadas en Alemania (en las ciudades de
Leipzig, Berlín y Marburgo) para completar sus estudios filosóficos.

Ortega destacó por su dedicación al periodismo desde el cual buscó influir en la


sociedad, teniendo como grandes intereses la enseñanza y la educación universitaria de su país.
Como otros tantos pensadores de su época, utilizó el ensayo como género literario. Hasta 1931
escribió en el periódico El Sol, donde pudo tratar con relativa extensión sobre temas
filosóficos, literarios, políticos y sociológicos. Ahí aparecieron como artículos, antes de
convertirse en libros algunos de los títulos más famosos de su producción, dentro los que
destaca La rebelión de las masas (1930).

La Misión de la Universidad -de la cual leerás un extracto- fue originalmente una


conferencia dictada por José Ortega y Gasset en la Universidad de Madrid el 9 de octubre de
1930. En ella aporta una reflexión sobre la universidad en cuanto a sus principios y carencias.

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El texto está dividido en cinco capítulos. El primero de ellos, que lleva por título “La cuestión
fundamental”, implica una vuelta a lo que la universidad debe ser, planteando y respondiendo a
la pregunta sobre su misión. “El principio de la economía de la enseñanza” es el título del
capítulo dos. Ahí, Ortega y Gasset propone como principio de la enseñanza que al alumno se
le debe enseñar lo que éste puede de verdad aprender, dado que no puede aprender todo lo
que se le enseña. De ésta idea parte su planteamiento sobre cómo ha de ser la organización de
la enseñanza superior: debe partir del estudiante, no del profesor o del cuerpo del saber en sí.

En el capítulo tercero “Lo que la Universidad tiene que ser ‘primero’”. La Universidad,
la profesión y la ciencia”, el autor sostiene que la función central de la universidad es la
enseñanza de las grandes disciplinas culturales y realiza una propuesta que incluye la Física, la
Biología, la Historia, la Sociología y la Filosofía. “Cultura y ciencia” son conceptos que Ortega
delimita en el capítulo cuarto. En el último capítulo “Lo que la Universidad tiene que ser
‘además’” el autor retoma lo que ha dicho en los capítulos anteriores afirmando que la
Universidad es, además, ciencia; y que debe estar abierta a la actualidad y aún más: estar en
medio de ella.

En cuanto al estilo que utiliza Ortega en Misión de la Universidad, podrás identificar la


presencia de distintos recursos retóricos y literarios, el uso de imágenes, de metáforas, la
abundancia de adjetivos y las apelaciones continuas al lector buscando su implicación. Mientras
lees, reflexiona en la importancia de escribir pensando cómo lograr que tus lectores crean en tu
palabra. Más adelante leerás un texto del gran orador romano Cicerón y probarás a realizar un
ejercicio de invención retórica. Todo ello sumará a que puedas ir desarrollando una capacidad
discursiva digna del estudiante universitario que eres.

Las páginas que leerás a continuación están tomadas del primer capítulo de la obra. En
él, el autor se pregunta en qué consiste la enseñanza ofrecida en la universidad, y responde que
consiste en dos cosas: a) la enseñanza de las profesiones intelectuales y b) la investigación
científica y la preparación de futuros investigadores. Por otro lado, al indagar sobre los planes
de enseñanza de la misma, encuentra que suele haber algún curso de carácter general que se
exige a todos los estudiantes con independencia de su área de estudio. Es aquí donde Ortega
realiza una fuerte crítica a la justificación de estos cursos, pues se suele decir que conviene que

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un estudiante posea algo de ‘cultura general’. Sin embargo, para el autor decir esto no es otra
cosa que reducir la cultura a un ornato de la mente cuando en palabras suyas: “cultura es lo que
salva del naufragio vital, lo que permite al hombre vivir sin que su vida sea tragedia sin sentido
o radical envilecimiento.” (Ortega, 2015, p. 77).

Plantearse la pregunta sobre la misión de la universidad no debería ser una cuestión


banal para quienes la conforman. En este sentido, comprender cuál es el papel de una
institución como la universidad cobra relevancia para ti como estudiante universitario. Historia
de la cultura constituye la primera materia del programa de Humanidades que cursarás como
estudiante de la Universidad Panamericana. ¿Cuál es el papel de la universidad en la sociedad?
¿qué aportan los estudios universitarios a tu vida, a tu forma de pensar y de ver el mundo? ¿qué
relevancia tienen las materias de Humanidades? son todos ellos planteamientos sobre los cuales
puedes tener mayor claridad al reflexionar sobre la misión de la universidad, de la mano de
Ortega y Gasset.

Preguntas para guiar la reflexión:

- ¿Qué entiende el autor por ‘cultura’?

- ¿Qué importancia tiene para el autor que un buen profesional sea un hombre ‘culto’?

- Si bien el autor habla de la universidad española de su época, ¿qué elementos


encuentras aplicables a la situación de la universidad y sus estudiantes en nuestro país?

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1. Misión de la Universidad
José Ortega y Gasset

1.2. Texto 1
1. La misión de la Universidad.

¿Cuál es la misión de la Universidad? A fin de averiguarlo, fijémonos en lo que de hecho


significa hoy la Universidad, dentro y fuera de España. Cualesquiera sean las diferencias de
rango entre ellas, todas las Universidades europeas ostentan una fisonomía que en sus
caracteres generales es homogénea2.

1
José Ortega y Gasset, J. (2015). Misión de la Universidad (S. Fortuño, Ed.). Catedra.
(Obra original publicada en 1930). pp.72-83.
2
Se suele exagerar, por ejemplo, la discrepancia entre la Universidad inglesa y la continental, no advirtiendo que
las diferencias mayores no van a cuenta de la Universidad, sino del peculiarísimo carácter inglés. Lo que importa
comparar entre unos y otros países es el hecho de las tendencias dominantes hoy en los organismos universitarios,
y no el grado de su realización, que es, naturalmente, distinto aquí y allá. Así, la tenacidad conservadora del inglés
le hace mantener apariencias en sus Institutos superiores que no solo reconoce él mismo como extemporáneas,
sino que en la realidad de la vida universitaria británica valen como meras ficciones. Me parecería ridículo que se
creyese alguien con derecho a coartar el albedrío del inglés, censurándole porque se dio el lujo, ya que lo quiso y lo
pudo, de sostener, muy a sabiendas, esas ficciones. Pero no sería menos inocente tomarlas en serio, es decir,
suponer que el inglés se hace ilusiones sobre su carácter ficticio. En los estudios sobre la institución universitaria
inglesa que he leído se cae siempre en la exquisita trampa de la ironía y del can’t ingleses. No se advierte que si la
Inglaterra conserva el aspecto no profesional de sus Universidades y la peluca de sus magistrados no es porque se
obstine en creer actuales aquel y esta, sino todo lo contrario, porque son cosas anticuadas, pasado y superfluidad.
De otro modo, lujo, deporte, culto y otras cosas más hondas que el inglés busca en esas apariencias. Pero, eso sí,
bajo la peluca hace manar la justicia más moderna, y bajo el aspecto no profesional, la Universidad inglesa se ha
hecho en los últimos cuarenta años tan profesional como cualquier otra. Tampoco tiene la más ligera importancia
para nuestro tema radical -misión de la Universidad- que las Universidades inglesas no sean institutos del Estado.
Este hecho, de alta significación para la vida e historia del pueblo inglés, no impide que su Universidad actúe en lo
esencial como las estatales del continente. Apurando las cosas, vendría a resultar que también en Inglaterra son las
Universidades instituciones del Estado, solo que el inglés entiende por el Estado cosa muy distinta que el
continente. (Quiero decir con todo esto: primero, que las enormes diferencias existentes entre las Universidades
de los distintos países no son tanto diferencias universitarias como de los países, y segundo, que el hecho más
saliente de los últimos cincuenta años es el movimiento de convergencia en todas las Universidades europeas, que
las va haciendo homogéneas. Ortega y Gasset, J. (2015). Misión de la Universidad (S. Fortuño, Ed.). Catedra.
(Obra original publicada en 1930). pp.72-83.

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Encontramos, por lo pronto, que la Universidad es la institución donde reciben la
enseñanza superior casi todos los que en cada país la reciben. El “casi” alude a las Escuelas
Especiales, cuya existencia aparte de la Universidad daría ocasión a un problema también
aparte. Hecha esta salvedad, podemos borrar el “casi” y quedarnos con que en la Universidad
reciben la enseñanza superior todos los que la reciben. Pero entonces caemos en la cuenta de
otra limitación más importante que la de las Escuelas Especiales. Todos los que reciben
enseñanza superior no son todos los que podían y debían recibirla; son solo los hijos de clases
acomodadas. La Universidad significa un privilegio difícilmente justificable y sostenible. Tema:
los obreros en la Universidad. Quede intacto. Por dos razones: Primera, si se cree debido,
como yo creo, llevar al obrero el saber universitario es porque se considera valioso y deseable
El problema de universalizar la Universidad supone, en consecuencia, la previa determinación
de lo que sea ese saber y esa enseñanza universitarios. Segunda, la tarea de hacer poderosa la
Universidad al obrero es en mínima parte cuestión de la Universidad y es casi totalmente
cuestión del Estado. Solo una gran reforma de este hará efectiva aquella. Fracaso de todos los
intentos hasta ahora hechos, como “extensión universitaria”, etcétera.

Lo importante ahora es dejar bien subrayado que en la Universidad reciben la


enseñanza superior todos los que hoy la reciben. Si mañana la reciben mayor número que hoy,
tanta más fuerza tendrán los razonamientos que siguen.

¿En qué consiste esa enseñanza superior ofrecida en la Universidad a la legión inmensa
de los jóvenes? En dos cosas:

A) La enseñanza de las profesiones intelectuales.

B) La investigación científica y la preparación de futuros investigadores.

La Universidad enseña a ser médico, farmacéutico, abogado, juez, notario, economista,


administrador público, profesor de ciencias y de letras en la segunda enseñanza, etcétera.

Además, en la Universidad se cultiva la ciencia misma, se investiga y se enseña a ello.


En España esta función creadora de ciencia y promotora de científicos está aún reducida al
mínimum, pero no por defecto de la Universidad, como tal, no por creer ella que no es su

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misión, sino por la notoria falta de vocaciones científicas y de dotes para la investigación que
estigmatiza a nuestra raza. Quiero decir que si en España se hiciese en abundancia ciencia, se
haría preferentemente en la Universidad, como acontece, más o menos, en los otros países.
Sirva este punto de ejemplo para que no sea necesario repetir lo mismo a cada paso: el terco
retraso de España en todas las actividades intelectuales trae consigo que aparezca aquí en
estado germinal o de mera tendencia lo que en otras partes vive ya con pleno desarrollo. Para
el planteamiento radical del asunto universitario, que ahora ensayo, esas diferencias de grado en
la evolución son indiferentes. Me basta con el hecho de que todas las reformas de los últimos
años acusan decididamente el propósito de acrecer en nuestras Universidades el trabajo de
investigación y la labor educadora de científicos, de orientar la institución entera en este sentido. No
se me estorbe el andar con objeciones triviales o de mala fe. Es de sobra notorio que nuestros
profesores mejores, los que más influyen en el proceso de las reformas universitarias, piensan
que nuestro Instituto debe emparejarse en este punto con lo que hasta hoy venían haciendo los
extranjeros. Con esto me basta.

La enseñanza superior consiste, pues, en profesionalismo e investigación. Sin afrontar


ahora el tema, anotemos de paso nuestra sorpresa al ver juntas y fundidas dos tareas tan
dispares. Porque no hay duda: ser abogado, juez, médico, boticario, profesor de Latín o de
Historia en un Instituto de Segunda Enseñanza, son cosas muy diferentes de ser jurista,
fisiólogo, bioquímico, filólogo, etcétera. Aquellos son nombres de profesiones prácticas, estos
son nombres de ejercicios puramente científicos. Por otra parte, la sociedad necesita muchos
médicos, farmacéuticos, pedagogos; pero solo necesita un número reducido de científicos3. Si
necesitase verdaderamente muchos de estos sería catastrófico, porque la vocación para la
ciencia es especialísima e infrecuente. Sorprende, pues, que aparezcan fundidas la enseñanza
profesional, que es para todos, y la investigación, que es para poquísimos. Pero quede la
cuestión quieta hasta dentro de unos minutos. ¿No es la enseñanza superior más que
profesionalismo e investigación? A simple vista no descubrimos otra cosa. No obstante, si
tomamos la lupa y escrutamos los planes de enseñanza nos encontramos con que casi siempre

3
Este número tiene que ser mayor que el logrado hasta hoy; pero, aun así, incomparablemente menor que el de las
otras profesiones. Ortega y Gasset, J. (2015). Misión de la Universidad (S. Fortuño, Ed.). Catedra. (Obra original
publicada en 1930). pp.72-83.

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se exige al estudiante, sobre su aprendizaje profesional y lo que trabaje en la investigación, la
asistencia a un curso de carácter general -Filosofía. Historia-.

No hace falta aguzar mucho la pupila para reconocer en esta exigencia un último y
triste residuo de algo más grande e importante. El síntoma de que algo es residuo -en biología
como en historia- consiste en que no se comprende por qué está ahí. Tal y como aparece no
sirve ya de nada, y es preciso retroceder a otra época de la evolución en que se encuentra
completo y eficiente lo que hoy es solo un muñón y un resto4. Imagínese el conjunto de la vida
primitiva. Uno de sus caracteres generales es la falta de seguridad personal. La aproximación de
dos personas es siempre peligrosa, porque todo el mundo va armado. Es preciso, pues,
asegurar el acercamiento mediante normas y ceremonias en que conste que se han dejado las
armas y que la mano no va súbitamente a tomar una que se lleva escondida. Para este fin, lo
mejor es que al acercarse cada hombre agarre la mano del otro, la mano de matar, que es
normalmente la derecha. Este es el origen y esta la eficiencia del saludo con apretón de manos,
que hoy, aislado de aquel tipo de vida, es incomprensible y, por tanto, un residuo.

La justificación que hoy se da a aquel precepto universitario es muy vaga: conviene -se
dice-que el estudiante reciba algo de “cultura general”.

“Cultura general”. Lo absurdo del término, su filisteísmo, revela su insinceridad.


“Cultura”, referida al espíritu humano -y no al ganado o a los cereales-, no puede ser sino
general. No se es “culto” en física o en matemática. Eso es ser sabio en una materia. Al usar
esa expresión de “cultura general” se declara la intención de que el estudiante reciba algún
conocimiento ornamental y vagamente educativo de su carácter o de su inteligencia. Para tan
vago propósito de una disciplina como otra, dentro de las que se consideran menos técnicas y
más vagarosas: vaya por la filosofía, o por la historia, o por la sociología.

4
Imagínese el conjunto de la vida primitiva. Uno de sus caracteres generales es la falta de seguridad personal. La
aproximación de dos personas es siempre peligrosa, porque todo el mundo va armado. Es preciso, pues, asegurar
el acercamiento mediante normas y ceremonias en que conste que se han dejado las armas y que la mano no va
súbitamente a tomar una que se lleva escondida. Para este fin, lo mejor es que al acercarse cada hombre agarre la
mano del otro, la mano de matar, que es normalmente la derecha. Este es el origen y esta la eficiencia del saludo
con apretón de manos, que hoy, aislado de aquel tipo de vida, es incomprensible y, por tanto, un residuo. Ortega y
Gasset, J. (2015). Misión de la Universidad (S. Fortuño, Ed.). Catedra. (Obra original publicada en 1930). pp.72-83.

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Pero el caso es que si brincamos a la época en que la Universidad fue creada -Edad
Media-, vemos que el residuo actual es la humilde supervivencia de lo que entonces constituía,
entera y propiamente, la enseñanza superior.

La Universidad medieval no investiga5; se ocupa muy poco de profesión; todo es...


“cultura general” -teología, filosofía, “artes”-.

Pero eso que hoy llaman “cultura general” no lo era para la Edad Media; no era ornato
de la mente o disciplina del carácter; era, por el contrario, el sistema de ideas sobre el mundo y
la humanidad que el hombre de entonces poseía. Era, pues, el repertorio de convicciones que
había de dirigir efectivamente su existencia.

La vida es un caos, una selva salvaje, una confusión. El hombre se pierde en ella. Pero
su mente reacciona ante esa sensación de naufragio y perdimiento: trabaja por encontrar en la
selva “vías”, “caminos” 6; es decir: ideas claras y firmes sobre el Universo, convicciones
positivas sobre lo que son las cosas y el mundo. El conjunto, el sistema de ellas es la cultura en
el sentido verdadero de la palabra; todo lo contrario, pues, que ornamento. Cultura es lo que
salva del naufragio vital, lo que permite al hombre vivir sin que su vida sea tragedia sin sentido
o radical envilecimiento.

No podemos vivir humanamente sin ideas. De ellas depende lo que hagamos, y vivir no
es sino hacer esto o lo otro. Así el viejísimo libro de la India: “Nuestros actos siguen a nuestros
pensamientos como la rueda del carro sigue a la pezuña del buey”. En tal sentido. -que por sí

mismo no tiene nada de intelectualista7;- somos nuestras ideas., Gedeón, en este caso

sobremanera profundo, haría constar que el hombre nace siempre en una época. Es decir, que
es llamado a ejercitar la vida en una altura determinada de la evolución de los destinos
5
Lo cual no es decir que en la Edad Media no se investigase. Ortega y Gasset, J. (2015). Misión de la Universidad
(S. Fortuño, Ed.). Catedra. (Obra original publicada en 1930). pp.72-83.
6
De aquí que en el comienzo de todas las culturas aparezca el término que expresa «camino» -el hodós y el méthodos,
de los griegos; el tao y el te, de los chinos; el sendero y el vehículo, de los indios. Ortega y Gasset, J. (2015). Misión de
la Universidad (S. Fortuño, Ed.). Catedra. (Obra original publicada en 1930). pp.72-83.
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Nuestras ideas o convicciones pueden muy bien ser anti-intelectualistas. Así las mías, y, en general, las de nuestro
tiempo. Ortega y Gasset, J. (2015). Misión de la Universidad (S. Fortuño, Ed.). Catedra. (Obra original publicada
en 1930). pp.72-83.
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humanos. El hombre pertenece consustancialmente a una generación, y toda generación se
instala no en cualquier parte, sino muy precisamente sobre la anterior. Esto significa que es
forzoso vivir a la altura de los tiempos 8y muy especialmente a la altura de las ideas del tiempo.

Cultura es el sistema vital de las ideas en cada tiempo. Importa un comino que esas
ideas o convicciones no sean, en parte ni en todo, científicas. Cultura no es ciencia. Es
característico de nuestra cultura actual que gran porción de su contenido proceda de la ciencia;
pero en otras culturas no fue así, ni está dicho que en la nuestra lo sea siempre en la misma
medida que ahora.

Comparada con la medieval, la Universidad contemporánea ha complicado


enormemente la enseñanza profesional que aquella en germen proporcionaba, y ha añadido la
investigación quitando casi por completo la enseñanza o transmisión de la cultura.

Esto ha sido evidentemente una atrocidad. Funestas consecuencias de ello que ahora
paga Europa. El carácter catastrófico de la situación presente europea se debe a que el inglés
medio, el francés medio, el alemán medio son incultos, no poseen el sistema vital de ideas
sobre el mundo y el hombre correspondientes al tiempo. Ese personaje medio es el nuevo
bárbaro, retrasado con respecto a su época, arcaico y primitivo en comparación con la terrible
actualidad y fecha de sus problemas 9.. Este nuevo bárbaro es principalmente el profesional,
más sabio que nunca, pero más inculto también el ingeniero, el médico, el abogado, el
científico-.

8
Sobre este concepto de “altura de los tiempos” véase mí La rebelión de las masas. Ortega y Gasset, J. (2015).
Misión de la Universidad (S. Fortuño, Ed.). Catedra. (Obra original publicada en 1930). pp.72-83.
9
En el libro antes citado analizo largamente estos graves hechos. Ortega y Gasset, J. (2015). Misión de la
Universidad (S. Fortuño, Ed.). Catedra. (Obra original publicada en 1930). pp.72-83.

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De esa barbarie inesperada, de ese esencial y trágico anacronismo tienen la culpa sobre
todo las pretenciosas Universidades del siglo XIX, las de todos los países, y si aquella, en el
frenesí de una revolución, las arrasase, les faltaría la última razón para quejarse. Si se medita
bien la cuestión se acaba por reconocer que su culpa no queda compensada con el desarrollo,
en verdad prodigioso, genial, que ellas mismas han dado a la ciencia. No seamos paletos de la
ciencia. La ciencia es el mayor portento humano; pero por encima de ella está la vida humana
misma que la hace posible. De aquí que un crimen contra las condiciones elementales de esta
no pueda ser compensado por aquella.

El mal es tan hondo ya y tan grave que difícilmente me entenderán las generaciones
anteriores a la vuestra, jóvenes.

En el libro de un pensador chino, que vivió por el siglo IV antes de Cristo, Chuang Tse,
se hace hablar a personajes simbólicos, y uno de ellos, a quien llama el Dios del Mar del Norte,
dice: “¿Cómo podré hablar del mar con la rana si no ha salido de su charca? ¿Cómo podré
hablar del hielo con el pájaro de estío si está retenido en su estación? ¿Cómo podré hablar con
el sabio acerca de la Vida si es prisionero de su doctrina?”.

La sociedad necesita buenos profesionales -jueces, médicos, ingenieros-, y por eso está
ahí la Universidad con su enseñanza profesional. Pero necesita antes que eso y más que eso
asegurar la capacidad en otro género de profesión: la de mandar. En toda sociedad manda
alguien grupo o clase, pocos o muchos-. Y por mandar no entiendo tanto el ejercicio jurídico
de una autoridad como la presión e influjo difusos sobre el cuerpo social. Hoy mandan en las
sociedades europeas las clases burguesas, la mayoría de cuyos individuos es profesional.
Importa, pues, mucho a aquellas que estos profesionales, aparte de su especial profesión, sean
capaces de vivir e influir vitalmente según la altura de los tiempos. Por eso es ineludible crear
de nuevo en la Universidad la enseñanza de la cultura o sistema de las ideas vivas que el tiempo
posee. Esa es la tarea universitaria radical. Eso tiene que ser, antes y más que ninguna otra cosa,
la Universidad.

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Si mañana mandan los obreros, la cuestión será idéntica: tendrán que mandar desde la
altura de su tiempo; de otro modo serán suplantados10..

Cuando se piensa que los países europeos han podido considerar admisible que se
conceda un título profesional, que se dé de alta a un magistrado, a un médico, sin estar seguro
de que ese hombre tiene, por ejemplo, una idea clara de la concepción física del mundo a que
ha llegado hoy la ciencia y del carácter y límites de esta ciencia maravillosa con que se ha
llegado a tal idea, no debemos extrañarnos de que las cosas marchen tan mal en Europa.
Porque no andemos en punto tan grave con eufemismos. No se trata, repito, de vagos deseos
de una vaga cultura. La física y su modo mental es una de las grandes ruedas íntimas del alma
humana contemporánea. En ella desembocan cuatro siglos de entrenamiento intelectivo, y su
doctrina está mezclada con todas las demás cosas esenciales del hombre vigente -con su idea
de Dios y de la sociedad, de la materia y de lo que no es materia-. Puede uno ignorarla, sin que
esta ignorancia implique ignominia ni desdoro ni aun defecto, a saber: cuando se es un humilde
pastor en los puertos serranos o un labrantín adscrito a la gleba, o un obrero manual
esclavizado por la máquina. Pero el señor que dice ser médico o magistrado o general o
filólogo u obispo -es decir, que pertenece a la clase directora de la sociedad-, si ignora lo que es
hoy el cosmos físico para el hombre europeo es un perfecto bárbaro, por mucho que sepa de
sus leyes, o de sus mejunjes, o de sus santos padres. Y lo mismo diría de quien no poseyese una
imagen medianamente ordenada de los grandes cambios históricos que han traído a la
humanidad hasta la encrucijada del hoy (todo hoy es una encrucijada). Y lo mismo de quien no
tenga idea alguna precisa sobre cómo la mente filosófica enfronta al presente su ensayo
perpetuo de formarse un plano del Universo o de la interpretación que la biología general da a
los hechos fundamentales de la vida orgánica.

No se perturbe la evidencia de esto suscitando ahora la cuestión de cómo puede un


abogado que no tiene preparación superior en matemática entender la idea actual de la física.

10
Como de hecho hoy ya mandan también y comanditan con los burgueses, es urgente extender a ellos la
enseñanza universitaria. Ortega y Gasset, J. (2015). Misión de la Universidad (S. Fortuño, Ed.). Catedra. (Obra
original publicada en 1930). pp.72-83.

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Eso ya lo veremos luego. Ahora hay que abrirse con decencia de mente a la claridad que esa
observación irradia. Quien no posea la idea física (no la ciencia física misma, sino la idea vital
del mundo que ella ha creado), la idea histórica y biológica, ese plan filosófico, no es un
hombre culto. Como no esté compensado por dotes espontáneas excepcionales es sobremanera
inverosímil que un hombre así pueda en verdad ser un buen médico o juez o un buen técnico.
Pero es seguro que todas las demás actuaciones de su vida o cuanto en las profesionales
mismas trascienda del estricto oficio, resultarán deplorables. Sus ideas y actos políticos serán
ineptos; sus amores, empezando por el tipo de mujer que preferirá, serán extemporáneos y
ridículos; llevará a su vida familiar un ambiente inactual ¡maniático y mísero, que envenenará
para siempre a sus hijos, y en la tertulia del café emanará pensamientos monstruosos y una
torrencial chabacanería.

No hay remedio: para andar con acierto en la selva de la vida hay que ser culto, hay que
conocer su topografía, sus rutas o “métodos”; es decir, hay que tener una idea del espacio y del
tiempo en que se vive, una cultura actual. Ahora bien: esa cultura, o se recibe o se inventa. El
que tenga arrestos para comprometerse a inventarla él solo, a hacer por sí lo que han hecho
treinta siglos de humanidad, es el único que tendría derecho a negar la necesidad de que la
Universidad se encargue ante todo de enseñar la cultura. Por desgracia, ese único ser que
podría con fundamento oponerse a mi tesis sería... un demente.

Ha sido menester esperar hasta los comienzos del siglo XX para que se presenciase un
espectáculo increíble: el de la peculiarísima brutalidad y la agresiva estupidez con que se
comporta un hombre cuando sabe mucho de una cosa e ignora de raíz todas las demás11.. El
profesionalismo y el especialísimo, al no ser debidamente compensados, han roto en pedazos al
hombre europeo, que por lo mismo está ausente de todos los puntos donde pretende y
necesita estar. En el ingeniero está la ingeniería, que es solo un trozo y una dimensión del
hombre europeo; pero este, que es un integrum, no se halla en su fragmento “ingeniero”. Y así
en todos los demás casos. Cuando, creyendo usar tan solo una manera de decir barroca y
exagerada, se asegura que “Europa está hecha pedazos”, se está diciendo mayor verdad que se

11
Véase en La rebelión de las masas el capítulo vinculado a “La barbarie del especialismo”. Ortega y Gasset, J.
(2015). Misión de la Universidad (S. Fortuño, Ed.). Catedra. (Obra original publicada en 1930). pp.72-83.
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presume. En efecto: el desmoronamiento de nuestra Europa, visible hoy, es el resultado de la
invisible fragmentación que progresivamente ha padecido el hombre europeo 12.

La gran tarea inmediata tiene algo de rompecabezas, sea dicho sin alusión contundente.
Hay que reconstruir con los pedazos dispersos -disiecta membra-13. la unidad vital del hombre
europeo. Es preciso lograr que cada individuo o evitando utopismos muchos individuos
lleguen a ser, cada uno por sí, entero ese hombre; ¿Quién puede hacer esto sino la
Universidad?

No hay, pues, más remedio que agregar a las faenas que hoy ya pretende la Universidad
cumplir esta otra inexcusable e ingente.

Por eso, fuera de España se anuncia con gran vigor un movimiento para el cual la
enseñanza superior es primordialmente enseñanza de la cultura o transmisión a la nueva
generación del sistema de ideas sobre el mundo y el hombre que llegó a madurez en la anterior.

Con esto tenemos que la enseñanza universitaria nos aparece integrada por estas tres
funciones:

I. Transmisión de la cultura.

Il. Enseñanza de las profesiones.

III. Investigación científica y educación de nuevos hombres de ciencia.

¿Hemos contestado con esto a nuestra pregunta sobre cuál era la misión de la
Universidad?
12
El hecho es tan verdadero, que no solo puede afirmarse en general y en vago, sino que puede determinarse con
todo rigor las etapas y los modos de esa fragmentación progresiva en las tres generaciones del siglo pasado y la
primera del XX. Ortega y Gasset, J. (2015). Misión de la Universidad (S. Fortuño, Ed.). Catedra. (Obra original
publicada en 1930). pp.72-83.
13
disiecta membra, expresión latina (Horacio, Sátinis, 1, 4, 62) para referirse a los fragmentos de una obra literaria no
organizada coherentemente. Aquí, porciones o partes de un todo. (N. del Ed.). Ortega y Gasset, J. (2015). Misión
de la Universidad (S. Fortuño, Ed.). Catedra. (Obra original publicada en 1930). pp.72-83.

17
De ningún modo; no hemos hecho más que reunir en un montón inorgánico todo lo
que hoy cree la Universidad que debe ocuparla y algo que, a nuestro juicio, no hace, pero es
forzoso que haga. Con esto hemos preparado la cuestión; pero nada más.

18
2. Pasajes del Antiguo Testamento14

2.1 Introducción al texto

Al referirnos a Israel, le llamamos “pueblo” porque se hace alusión a esa pequeña comunidad a
la que Dios eligió, no como su reino (aunque en alguna época llegó a serlo), su imperio o su
civilización, sino como “su” pueblo. A este pueblo se le puede llamar el pueblo de Israel,
hebreo o judío, pero no semita. El término semita originalmente se refería a las personas que
hablaban lenguas de la misma familia lingüística. El árabe, el arameo, el hebreo y el fenicio son
todas lenguas semíticas15.

Se cree, aunque es incierto, que el origen del término “hebreo” (Anson, 1995, p. 483),
proviene de Habiru. Este era un término despectivo que utilizaban los pueblos más
desarrollados, para referirse a los nómadas que vivían en zonas del noreste mesopotámico y el
norte de Egipto hasta Persia alrededor del 2,000 a.C. y a quienes dichos pueblos consideraban
como incultos y rudos. Encontramos este término utilizado por primera vez para referirse a
“Abraham, el hebreo” (Gn. 14, 13) como un miembro de alguna de las tribus Habiru que salió
de Mesopotamia y se dirigió a las tierras de Canaán. La siguiente ocasión en que se utiliza es
para mencionar a José, bisnieto de Abraham. En este caso, no obstante, ya se usa
específicamente para señalarlo como uno de los miembros de ese pequeño –y extraño– pueblo
monoteísta (Gn. 39, 14). Por otro lado, se le llama el ‘pueblo judío’ (y ‘judíos’ a quienes lo
conforman) en relación a Judá, uno de los hijos de Jacob/Israel, sobre el que hablaremos un
poco más adelante. La primera vez que se menciona el término judío, es en el Segundo libro de
los Reyes (16, 6) y se utiliza, precisamente, para referirse a la tribu de Judá. Finalmente se le
llama ‘pueblo de Israel’ porque Dios le cambió el nombre a Jacob y lo llamó Israel (Gn. 32, 29).

14
Los pasajes están tomados de El Libro del pueblo de Dios que es la traducción argentina en español de la Biblia
católica. Se puede consultar en el portal de la Santa Sede.
https://www.vatican.va/archive/ESL0506/_INDEX.HTM#fonte

15
El término “antisemita” se acuñó erróneamente en el s. XIX otorgándole un sentido de “aversión a los judíos”.

19
En adelante, el pueblo de la Alianza lo llamará “Dios de Israel” (Gn. 33, 20). Posteriormente
los mismos judíos llegaron a llamarse a sí mismos ‘israelitas’.16 A partir del libro del Éxodo, se
menciona en más de 2,000 ocasiones a ‘Israel’ como el pueblo que creía en la Alianza hecha
por Dios con Abraham y se utiliza 727 veces el término ‘israelita’.

La historia del pueblo de Israel es una de las raíces de la cultura occidental. Dicha
historia está narrada en el Tanaj,17 el conjunto de libros canónicos18 de los judíos. Éste contiene
a su vez tres conjuntos de libros: la Torah (o la Ley), los Nevim (Profetas) y los Ketuvim (o Escritos).
El contenido del Antiguo Testamento cristiano contiene exactamente los mismos textos que el
Tanaj más otros siete libros que, aunque los judíos no reconocen como canónicos, sí son
valorados por ellos como parte de su historia. Los extractos que leerás a continuación son una
selección de la Torah y los Profetas, que contienen algunos textos muy breves de la historia del
pueblo de Israel y que servirán también para comprender el cristianismo.

Aunque la historia del pueblo de Israel inicia propiamente con Abraham, el Tanaj (o
Antiguo Testamento) comienza con la narración de la creación. En ella se narra cómo Dios creó
todo lo que existe de la nada –ex nihilo–.

El pueblo de Israel es un caso paradigmático en un mundo politeísta. Pensemos por un


momento en la antigüedad. En un mundo en el que se ignoraban las causas de la fuerza de la

16
Esto no es lo mismo que ‘israelí’, que se refiere a los ciudadanos del Estado de Israel que se fundó después de
la Segunda Guerra Mundial (mayo de 1948). Israelita significa que forma parte del pueblo, no del estado moderno
de Israel.

17
Según los judíos, solo 36 libros fueron escritos por inspiración divina, en tanto que eran los únicos que
originariamente estaban escritos en hebreo o en arameo. Sin embargo, los descubrimientos de 1947 en el
desierto de Qumrán, muestran otros libros como Tobías y el Eclesiástico –no aceptados por los judíos como
inspirados- que sí estaban escritos en hebreo. La Iglesia Católica reconoce 46 libros canónicos del Antiguo
Testamento y 27 del Nuevo Testamento. Al conjunto de los libros del Antiguo y el Nuevo Testamento se le
llama Biblia.

18
La lista de libros autorizados o elegidos conforme a las reglas que establecieron los rabinos o estudiosos judíos
en el siglo II d.C.

20
naturaleza y los fenómenos físicos, era lógico recurrir a la idea de los dioses19. Éstos eran
personajes ficticios o mitológicos –no reales– y antropomórficos20 que encarnaban tanto la
bondad como la maldad. Se pensaba que los dioses, dependiendo de su humor, castigaban o
premiaban a los hombres. Tanto en la cultura griega como en Mesopotamia y Egipto, se creía
que los dioses jugaban un papel importante en la vida de las personas: ofrecían una explicación
a las catástrofes y al sufrimiento. La mitología21 de los pueblos antiguos manifiesta la diversión
que comportaban los hombres para los dioses.

Todos los dioses eran sexuados: femeninos o masculinos y, muchos de ellos, no se


distinguían precisamente por la virtud, sino más bien por su poder. Por supuesto nadie ponía
en duda su existencia, pero a nadie se le ocurría que podría haber un solo Dios que fuera el
creador del universo, alguien perfecto y dispuesto a perdonar. En el siglo III a.C. Aristóteles,
uno de los más grandes filósofos griegos, dedujo que debía existir un motor inmóvil que
moviera sin ser movido. Sin embargo, este ser o motor inmóvil no se ocupaba de los hombres,
de cada hombre, sino simplemente era causa primera pero lejana, de todo lo que existía.

Los pasajes que han sido seleccionados para tu lectura te permitirán apreciar los
elementos fundamentales de este pequeño pueblo con quien Dios hizo su Alianza. Además,
con su lectura podrás comprender la importancia que tiene para el pueblo de Israel la fe en el
único Dios que impregna sus fiestas, su trabajo, su vida familiar y el sentido de su propia vida.
La fe en Dios, heredada de los judíos, como centro de la vida familiar y social, constituye uno
de los pilares de la civilización occidental. Finalmente, podrás darte cuenta de un modo muy
palpable de cómo el judaísmo es la raíz del cristianismo, la religión más grande tanto en
Occidente como en el mundo de hoy. En los siguientes párrafos encontrarás una breve

19
Se escribe “dios” o “dioses” con minúscula cuando es uno de muchos. Se escribe “Dios” con “D” mayúscula
cuando se hace referencia al dios único: el Dios de Israel.

20
Antropomórfico: “anthropos” es hombre genérico y “morphé” significa forma. Antropomórfico quiere decir que
se los imaginaban con “forma humana”.

21
La mitología es un conjunto de mitos sagrados de todos los pueblos o culturas politeístas, especialmente de la
griega y de la romana. Son relatos ficticios relacionados con los dioses, basados en la tradición y las leyendas,
para explicar la causa de lo que no se conocía o no se comprendía.

21
descripción sobre la importancia de dichos pasajes y algunos datos que te permitirán
contextualizarlos y comprenderlos mejor.

Mil setecientos años antes del nacimiento de Aristóteles, vivió Abraham22 –se calcula
que vivió alrededor del 2000 a. C–. Abraham vivía en un pequeño poblado de Mesopotamia y
era un pastor ignorante pero sabio, que creyó en el Dios único. Los pueblos vecinos eran
culturalmente muy superiores a la tribu a la que pertenecía Abraham. Los egipcios ya habían
construido las pirámides de Gizeh y escrito El libro de los muertos. Los sumerios ya habían
inventado el sistema de numeración sexagesimal, dividido el círculo en 360 grados y habían
construido zigurats. Aun así, Yahvé23/Dios hizo una Alianza con Abraham. Dios le pidió que
con su familia y los que creyeran en la Alianza salieran de su tierra, prometiéndole que los
llevaría a otra tierra, que cuidaría de su pueblo y que a Abraham le concedería una gran
descendencia por la que se bendecirían todas las naciones de la tierra y que renovaría la Alianza
con sus descendientes por haber obedecido a Dios.

Abraham tuvo dos hijos: Ismael, hijo de Agar la esclava, e Isaac, hijo de Sara su
esposa.24 Uno de los pasajes que leerás contiene la dramática narración del “sacrificio de Isaac”.
Dios quiso probar la fidelidad de Abraham hacia Él pidiéndole que sacrificara a su propio hijo.
Cuando Abraham estaba a punto de hacerlo se le apareció un ángel que lo detuvo y le entregó
un cordero para que lo sacrificara en lugar de su hijo. El ángel le dijo que por haber obedecido,
Dios renovaba su Alianza con él25. Isaac fue el padre de Jacob. Dios renovó con ambos la
Alianza hecha con Abraham. A Jacob le cambió el nombre por Israel y le dijo: “Escucha,
Israel: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y con todas tus

22
Un personaje clave para las tres grandes religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islam.

23
Yahvé, Yavheh o YHWH (tetragramaton) es la forma como los judíos se refieren a Dios. No es un nombre,
sino un acrónimo de “Yo soy el que soy” como veremos más adelante.

24
Los árabes descienden de Ismael y los judíos de Isaac.

25
La importancia de este pasaje estriba en la relación que guarda con el sacrificio de Jesús, Hijo único de Dios,
enviado por Él para salvar a todos los seres humanos. Asimismo, la figura de Abraham es figura del Amor del
Padre que está dispuesto a entregar al Hijo, sabiendo que la muerte no tendrá dominio sobre Él.

22
fuerzas” (Deut., 6, 4-5). Varios siglos después Dios renovó la Alianza con Moisés (quien vivió
alrededor del siglo XIV a.C) entregándole las tablas de la Ley o los Diez mandamientos en el
Monte Sinaí y ante quien se presentó como “Yo soy”. Esta afirmación contrapone la existencia
real del Dios de Israel con el carácter de mito de los otros dioses.

Por otro lado, dentro de los pasajes que leerás, se encuentran dos textos de Isaías, quien
vivió ocho siglos antes que Jesús. En el primero de los pasajes, Isaías profetiza el nacimiento de
Jesús –o Emmanuel que quiere decir “Dios con nosotros”– y el otro narra con gran belleza y a
gran detalle cómo morirá Jesús26.

El pueblo judío fue gobernado –entre el año 1000 y el 928 a. C.– por los reyes Saúl,
David y Salomón. Este último fue quien construyó el Templo de Jerusalén. Después vivieron
bajo el dominio de los persas, los babilonios y de Alejandro Magno y finalmente, bajo el
dominio del Imperio romano durante casi quinientos años. Antes de que destruyeran el
Templo en el año 70 d. C., los romanos habían permitido a los judíos tener su propio estatuto
jurídico diferente al de Roma. Esto es, la Ley de Dios impresa en la Torah regía la vida de los
judíos, aunque pagaban el tributo al César.

La llamada al pueblo judío que inicia con la migración de Abraham es una invitación a
abrirse a todos los demás pueblos que quieran escuchar la voz de Dios, superando –no
aboliendo– la Ley (Ratzinger, 2005, pp. 173-174). La historia del pueblo de Israel es la historia
de las múltiples traiciones de la libertad humana y del perdón y misericordia por parte de Dios
que se revela como Amor. Israel tropieza continuamente pero, el amor de Dios por su pueblo y
la fe de ellos a Él, se levanta de las ruinas y de la ceniza de la destrucción, gracias al Dios único
que interviene en la historia de los hombres una y otra vez.

Dios prometió que mandaría un Salvador después de que Adán y Eva pecaron en el
Paraíso y fueron expulsados de él. Renovó su promesa con Noé y después con Abraham. Dios
interviene en la historia, pero no causando catástrofes por venganza o diversión, sino como un

26
En ninguno de los textos de Isaías se hace alusión directa al nombre de “Jesús” sino que en uno se profetiza el
nacimiento del Mesías y en el otro, la Iglesia ve en la figura del Cordero una prefigura de Cristo.

23
padre amoroso cercano al hombre: les promete el bien y cumple su palabra aunque a veces el
hombre no cumpla la suya.

Del pueblo de Israel, de la tribu de Judá y descendiente del Rey David, nació Jesús:
Dios hecho hombre que es un escándalo para los judíos. Porque defiende a las mujeres como
personas en un pueblo que no reconocía a la mujer como persona; porque se dice rey y alaba la
pobreza y la humildad; porque separa el reino divino del terrenal y, porque anuncia que Él es la
Nueva y definitiva Alianza. Además, enaltece el amor y el perdón por encima de la ley mosaica,
la ley romana y la sola razón griega; se llama a sí mismo Hijo de Dios en un pueblo en el que
no se menciona la palabra Dios y en un mundo en el que nadie se había referido a sí mismo
como Dios. Siendo Dios se hace hombre para salvar al hombre. Mientras para los cristianos
Jesús es el Mesías, para los judíos, Jesús no lo es, aún lo siguen esperando.

Preguntas para guiar la reflexión

- ¿Qué fue lo más importante que le dijo Dios a Jacob/Israel que debía hacer su pueblo?

- A través de los distintos pasajes, ¿qué caracteriza al Dios de Israel?

- ¿Qué elementos de la cultura hebrea -presente en estos pasajes- permean en la cultura


occidental?

- ¿En qué se distingue la concepción que el hombre tiene de sí mismo y de los demás
cuando se concibe en relación a un Dios todopoderoso y cuándo se concibe sin él?
Piensa en ejemplos.

24
2. Pasajes del Anriguo Testamento27

2.2 Texto
La creación (Génesis 1, 1-31)

Al principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían
el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas. Entonces Dios dijo: «Que exista la luz».
Y la luz existió. Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas; y llamó Día a la
luz y Noche a las tinieblas. Así hubo una tarde y una mañana: este fue el primer día.

Dios dijo: «Que haya un firmamento en medio de las aguas, para que establezca una
separación entre ellas». Y así sucedió. Dios hizo el firmamento, y este separó las aguas que
están debajo de él, de las que están encima de él; y Dios llamó Cielo al firmamento. Así hubo
una tarde y una mañana: este fue el segundo día.

Dios dijo: «Que se reúnan en un solo lugar las aguas que están bajo el cielo, y que
aparezca el suelo firme». Y así sucedió. Dios llamó Tierra al suelo firme y Mar al conjunto de
las aguas. Y Dios vio que esto era bueno. Entonces dijo: «Que la tierra produzca vegetales,
hierbas que den semilla y árboles frutales, que den sobre la tierra frutos de su misma especie
con su semilla adentro». Y así sucedió. La tierra hizo brotar vegetales, hierba que da semilla
según su especie y árboles que dan fruto de su misma especie con su semilla adentro. Y Dios
vio que esto era bueno. Así hubo una tarde y una mañana: este fue el tercer día.

Dios dijo: «Que haya astros en el firmamento del cielo para distinguir el día de la
noche; que ellos señalen las fiestas, los días y los años, y que estén como lámparas en el
firmamento del cielo para iluminar la tierra». Y así sucedió. Dios hizo que dos grandes astros
–el astro mayor para presidir el día y el menor para presidir la noche– y también hizo las
estrellas. Y los puso en el firmamento del cielo para iluminar la tierra, para presidir el día y la

27
Los pasajes están tomados de El Libro del pueblo de Dios que es la traducción argentina en español de la Biblia
católica. Se puede consultar en el portal de la Santa Sede.
https://www.vatican.va/archive/ESL0506/_INDEX.HTM#fonte

25
noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y Dios vio que esto era bueno. Así hubo una tarde
y una mañana: este fue el cuarto día.

Dios dijo: «Que las aguas se llenen de una multitud de seres vivientes y que vuelen
pájaros sobre la tierra, por el firmamento del cielo». Dios creó los grandes monstruos marinos,
las diversas clases de seres vivientes que llenan las aguas deslizándose en ellas y todas las
especies de animales con alas. Y Dios vio que esto era bueno. Entonces los bendijo, diciendo:
«Sean fecundos y multiplíquense; llenen las aguas de los mares y que las aves se multipliquen
sobre la tierra». Así hubo una tarde y una mañana: este fue el quinto día.

Dios dijo: «Que la tierra produzca toda clase de seres vivientes: ganado, reptiles y
animales salvajes de toda especie». Y así sucedió. Dios hizo las diversas clases de animales del
campo, las diversas clases de ganado y todos los reptiles de la tierra, cualquiera sea su especie.
Y Dios vio que esto era bueno. Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, según
nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las
fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo». Y Dios creó al hombre a
su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Y los bendijo, diciéndoles: «Sean
fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves
del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra». Y continuó diciendo: «Yo les
doy todas las plantas que producen semilla sobre la tierra, y todos los árboles que dan frutos
con semilla: ellos les servirán de alimento. Y a todas las fieras de la tierra, a todos los pájaros
del cielo y a todos los vivientes que se arrastran por el suelo, les doy como alimento el pasto
verde». Y así sucedió. Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno. Así hubo
una tarde y una mañana: este fue el sexto día.

El llamado de Dios a Abram28 (Génesis 12, 1-3).

28
Abram y Abraham son la misma persona. El motivo de la diferencia en la forma de escribirlo es porque Yahvé
Dios, al hacer la Alianza, le cambió el nombre a Abram por Abraham, que quiere decir “padre de una multitud de
naciones (Gén. 17, 5).

26
El Señor dijo a Abram: «Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te
mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una
bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán
todos los pueblos de la tierra».

El sacrificio de Isaac (Génesis 22, 1-18)

Dios puso a prueba a Abraham: «¡Abraham!», le dijo. El respondió: «Aquí estoy».


Entonces Dios le siguió diciendo: «Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la
región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré». A la
madrugada del día siguiente, Abraham ensilló su asno, tomó consigo a dos de sus servidores y
a su hijo Isaac, y después de cortar la leña para el holocausto, se dirigió hacia el lugar que Dios
le había indicado. [...] Abraham recogió la leña para el holocausto y la cargó sobre su hijo Isaac;
él, por su parte, tomó en sus manos el fuego y el cuchillo, y siguieron caminando los dos
juntos. Isaac rompió el silencio y dijo a su padre Abraham: «¡Padre!». El respondió: «Sí, hijo
mío». «Tenemos el fuego y la leña, continuó Isaac, pero ¿dónde está el cordero para el
holocausto?». «Dios proveerá el cordero para el holocausto», respondió Abraham. Y siguieron
caminando los dos juntos. Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió
un altar, dispuso la leña, ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña. Luego
extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. Pero el Ángel del Señor lo llamó
desde el cielo: «¡Abraham, Abraham!». «Aquí estoy», respondió él. Y el Ángel le dijo: «No
pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios,
porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único». Al levantar la vista, Abraham vio un
carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza. Entonces fue a tomar el carnero, y lo
ofreció en holocausto en lugar de su hijo. [...] Luego el Ángel del Señor llamó por segunda vez
a Abraham desde el cielo, y le dijo: «[...] porque has obrado de esa manera y no me has negado
a tu hijo único, yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas
del cielo y como la arena que está a la orilla del mar. Tus descendientes conquistarán las
ciudades de sus enemigos, y por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra,
ya que has obedecido mi voz».

27
El llamado de Dios a Moisés (Éxodo 3, 1-6, 3, 10-14)

Moisés, que apacentaba las ovejas de su suegro Jetró, el sacerdote de Madián, llevó una
vez el rebaño más allá del desierto y llegó a la montaña de Dios, al Horeb. Allí se le apareció el
Ángel del Señor en una llama de fuego, que salía de en medio de la zarza. Al ver que la zarza
ardía sin consumirse, Moisés pensó: «Voy a observar este grandioso espectáculo. ¿Por qué será
que la zarza no se consume?». Cuando el Señor vio que él se apartaba del camino para mirar, lo
llamó desde la zarza, diciendo: «¡Moisés, Moisés!». «Aquí estoy», respondió él. Entonces Dios le
dijo: «No te acerques hasta aquí. Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una
tierra santa». Luego siguió diciendo: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios
de Isaac y el Dios de Jacob». Moisés se cubrió el rostro porque tuvo miedo de ver a Dios. [...]

Ahora ve, yo te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas».
Pero Moisés dijo a Dios: «¿Quién soy yo para presentarme ante el Faraón y hacer salir de
Egipto a los israelitas?». «Yo estaré contigo, les dijo a Dios, y esta es la señal de que soy yo el
que te envía: después que hagas salir de Egipto al pueblo, ustedes darán culto a Dios en esta
montaña». La revelación del Nombre divino y la promesa de liberación Moisés dijo a Dios: «Si
me presento ante los israelitas y les digo que el Dios de sus padres me envió a ellos, me
preguntarán cuál es su nombre. Y entonces, ¿qué les responderé?». Dios dijo a Moisés: «Yo soy
el que soy». Luego añadió: «Tú hablarás así a los israelitas: «Yo soy» me envió a ustedes».

El más importante de los mandamientos (Deuteronomio 6, 4-7)

Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón estas
palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y
cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte.

28
Arrepentimiento del Rey David (Segundo Libro de Samuel 12, 7-13)

Entonces Natán dijo a David: «¡Ese hombre eres tú! Así habla el Señor, el Dios de
Israel: Yo te ungí rey de Israel y te libré de las manos de Saúl; te entregué la casa de tu señor y
puse a sus mujeres en tus brazos; te di la casa de Israel y de Judá, y por si esto fuera poco,
añadiría otro tanto y aún más. ¿Por qué entonces has despreciado la palabra del Señor,
haciendo lo que es malo a sus ojos? ¡Tú has matado al filo de la espada a Urías, el hitita! Has
tomado por esposa a su mujer, y a él lo has hecho morir bajo la espada de los amonitas. Por
eso, la espada nunca más se apartará de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado por
esposa a la mujer de Urías, el hitita. Así habla el Señor: «Yo haré surgir de tu misma casa la
desgracia contra ti. Arrebataré a tus mujeres ante tus propios ojos y se las daré a otro, que se
acostará con ellas en pleno día. Porque tú has obrado ocultamente, pero yo lo haré delante de
todo Israel y a la luz del sol». David dijo a Natán: «¡He pecado contra el Señor!». Natán le
respondió: «El Señor, por su parte, ha borrado tu pecado: no morirás.

La sabiduría de Salomón para juzgar (I Rey., 3, 16-28)

Una vez, dos prostitutas fueron a presentarse ante el rey. Una de las mujeres le dijo:
«¡Por favor, señor mío! Yo y esta mujer vivimos en la misma casa, y yo di a luz estando con ella
en la casa. Tres días después de mi parto, dio a luz también ella. Estábamos juntas; no había
ningún extraño con nosotras en la casa, fuera de nosotras dos. Pero una noche murió el hijo de
esta mujer, porque ella se recostó encima de él. Entonces se levantó en medio de la noche,
tomó de mi lado a mi hijo mientras tu servidora dormía, y lo acostó sobre su pecho; a su hijo
muerto, en cambio, lo acostó en mi regazo. A la mañana siguiente, me levanté para amamantar
a mi hijo, y vi que estaba muerto. Pero cuando lo observé con mayor atención a la luz del día,
advertí que no era mi hijo, el que yo había tenido». La otra mujer protestó: «¡No! ¡El que vive es
mi hijo!». Y así discutían en presencia del rey.

El rey dijo: «Esta mujer afirma: «Mi hijo es este, el que está vivo; el que está muerto es
el tuyo». Esta otra dice: «No, tu hijo es el muerto; el que está vivo es el mío». Y en seguida
añadió: «Tráiganme una espada». Le presentaron la espada, y el rey ordenó: «Partan en dos al

29
niño vivo, y entreguen una mitad a una y otra mitad a la otra». Entonces la mujer cuyo hijo
vivía se dirigió al rey, porque se le conmovieron las entrañas por su hijo, y exclamó: «¡Por favor,
señor mío! ¡Denle a ella el niño vivo, no lo maten!». La otra, en cambio, decía: «¡No será ni para
mí ni para ti! ¡Que lo dividan!». Pero el rey tomó la palabra y dijo: «Entréguenle el niño vivo a la
primera mujer, no lo maten: ¡ella es su madre!». Todo Israel oyó hablar de la sentencia que
había pronunciado el rey; y sintieron por él un gran respeto, porque vieron que había en él una
sabiduría divina para hacer justicia.

Profecía del Mesías (Isaías 7, 14)

Por eso el Señor mismo les dará un signo. Miren, la joven está embarazada y dará a luz
un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel.

Profecía de la Pasión (Isaías 53, 2-12)

Él creció como un retoño en su presencia, como una raíz que brota de una tierra árida,
sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas, sin un aspecto que pudiera agradarnos.
Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento,
como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada. Pero él
soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros lo
considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. Él fue traspasado por nuestras
rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por
sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su
propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser
maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero,
como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca. Fue detenido y juzgado
injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los
vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un sepulcro con los malhechores
y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca.

30
El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá
su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él. A
causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado. Mi Servidor justo justificará a
muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes y él
repartirá el botín junto con los poderosos. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado
entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los
culpables.

31
3. Discurso Fúnebre de Pericles29
Tucídides

3.1 Introducción al texto

Tucídides (460 a.C. - 395 a.C) nació y vivió en el contexto del siglo de oro de Atenas.
Es considerado el padre de la historia como ciencia pues no utilizó a los dioses como causa
explicativa de los acontecimientos humanos. Pericles vivió en un periodo de entreguerras, pues
en las dos primeras décadas se sucedieron las guerras médicas y al final, las del Peloponeso
(431 a.C. - 404 a.C.). En el 424 a.C. Tucídides es nombrado estratega de Atenas frente al asedio
de Anfípolis. Desafortunadamente, Atenas es derrotada, la ciudad cae en manos enemigas, y
Tucídides es condenado al exilio.

No obstante, Tucídides aprovechó su circunstancia para observar y dar seguimiento al


desenlace de la guerra entre la liga de Delos, liderada por Atenas y la liga del Peloponeso,
dirigida por Esparta. Todo este proceso bélico quedó narrado en su famosa Historia de la guerra
del Peloponeso, obra por la que hasta el día de hoy es considerado como uno de los más grandes
historiadores. Su Historia está escrita en 8 libros en orden cronológico y concluye de forma
repentina por el 411 a.C., siete años antes de que la guerra terminara. En el 430 a.C. enfermó
durante la epidemia que azotó a Atenas, pero logró sobrevivir. Murió hasta el 395 a. C.,
aunque no se sabe con certeza si en Atenas o en Tracia.

A diferencia de la narrativa de Heródoto, el otro gran historiador griego, en la narrativa


de Tucídides se pueden identificar tres características: a) no recurre a los dioses para explicar
los conflictos humanos, b) escribe sobre los hechos que acontecen en su presente histórico y c)
trata de apegarse lo más posible a los hechos acontecidos tal como sucedieron. Tucídides es
también considerado como el padre del realismo político, ya que postula que la relación entre las
naciones se da en función de su poder y no en función de la justicia.

29
Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, Traducción de Antonio Arbea

32
A continuación leerás un extracto de la Historia de Tucídides. En concreto leerás lo que
se conoce como el “Discurso fúnebre de Pericles.” Pericles (495 a.C. - 429 a.C.) puede
considerarse como uno de los padres de la democracia occidental. Es considerado también como
uno de los grandes estrategas y gobernantes de su época y como un gran orador. Fue discípulo
de grandes filósofos como Anaxágoras, Protágoras y Zenón de Elea. Pericles realizó una serie
de reformas que consolidaron el carácter democrático de Atenas. Además, hizo reconstruir la
Acrópolis de Atenas y logró una mayor expansión de la hegemonía ateniense logrando un
importante imperio comercial. En el 443 a.C., fue nombrado la máxima autoridad en la polis de
Atenas, mandato que le fue renovado hasta su muerte acaecida en el 329 a.C., la cual ocurrió en
la terrible epidemia de Atenas.

Por último, es importante que conozcas el contexto del discurso o la oración fúnebre
que leerás. Tucídides buscó capturar el discurso que Pericles pronunció ante los restos de los
caídos al final del primer año de la guerra del Peloponeso en el 431 a.C. No es una
transcripción fiel del original, ya que Tucídides lo escribió años después, sin embargo, es una
remembranza muy verosímil a lo que pudieron ser las palabras originales de Pericles. La
oración o discurso fúnebre aparece en el Libro II de la Historia de la guerra del Peloponeso y
constituye no solo una joya de la literatura universal, en particular de la retórica, sino también
de la filosofía, de la historia de las ideas políticas y de la historia de la democracia. Representa
una síntesis de la conciencia colectiva ateniense, de su civilidad, de los más grandes logros de
su cultura y, a fin de cuentas, del legado que dejó para la posteridad.

A lo largo de las líneas del discurso se puede percibir el profundo espíritu humanista
que significó el gran imperio no solo material sino, sobre todo espiritual y cultural que
construyó Atenas en la antigüedad. Por ello, es posible considerar que el siglo de oro de
Pericles ha sido un gran destello de luz en la historia del humanismo cuyo brillo e intensidad
todavía llega hasta nuestros días. No decimos más para que, disfrutando por tu cuenta esta
lectura, descubras el valor de uno de los grandes y portentosos pilares de la civilización
occidental que significó la cultura griega.

Preguntas para guiar la reflexión

33
- De los valores democráticos y ciudadanos que se enuncian y describen en el Discurso
fúnebre, ¿cuáles te parecen que siguen vigentes hoy en día, cuáles no y por qué?
- Por lo que se describe en la lectura ¿cómo definirías la democracia? ¿consiste solamente
en una forma de gobierno o en algo más?
- Dentro de una búsqueda de la verdad a lo largo de la historia ¿que verdades
fundamentales podemos encontrar en el Discurso fúnebre de Pericles?

34
3. Discurso Fúnebre de Pericles 30

Tucídides
3.2 Texto
El Discurso Fúnebre Pericles, pronunciado el año 431 a.C. en el Cementerio del
Cerámico, en Atenas, es uno de los más altos testimonios de cultura y civismo que nos haya
legado la Antigüedad. Por de pronto, es mucho más que un mero discurso fúnebre. Las
exequias de las víctimas del primer año de la guerra contra Esparta le brindan a Pericles la
oportunidad de definir el espíritu profundo de la democracia ateniense, explayándose sobre los
valores que presiden la vida de sus conciudadanos y que explican la grandeza alcanzada por su
ciudad. El discurso no es, por cierto, transcrip- ción fiel de lo efectivamente dicho por el
político y orador ateniense, sino la verosímil recreación de su contemporáneo, el historiador
Tucídides, que lo incorporó al relato de sus Historias (II, 35-46), donde se narran las guerras
entre Atenas y los peloponesios. También es claro, por otra parte, que en esta pieza no hay una
cabal exactitud histórica en la descripción de Atenas, cuya realidad aparece idealizada. Pero
todo esto, en última instancia, es irrelevante para la historia. Al menos, para la historia
espiritual. Lo que a ésta le importa, en rigor, no es tanto saber lo que de hecho Atenas fue, sino
más bien lo que ella creía ser.

Es preciso que el lector sepa que este discurso fue escrito por Tucídides bastantes años
después de que fuera pronunciado y cuando ya Ate- nas había sido derrotada. Así, más que el
discurso fúnebre de Pericles a los caídos durante el primer año de la guerra, éste es el discurso
fúnebre de Tucídides a la Atenas vencida que, aunque humillada en su derrota, se levantaba ya
como un paradigma universal su cultura cívica. El panegírico a los muertos en combate, pues,
aparece casi como un pretexto para abordar el elogio de la gloriosa Atenas antigua y hacer la
defensa de la eternidad de su patrimonio.

30
TUCÍDIDES. Nació aproximadamente 460 a.C. y murió 400 a.C. Participó en la guerra que su obra clásica
relata. La guerra del Peloponeso. Este célebre discurso aparece en el Libro II de dicha obra.* Introducción,
traducción y notas de Antonio Arbea G., profesor de Lenguas Clásicas de la Universidad Católica de Chile.

35
El Discurso Fúnebre de Pericles es un texto fundacional. Enclavado en los orígenes
mismos de nuestra historia, constituye un originalísimo ejemplo de conciencia ciudadana y un
modelo de reflexión política alentada por una optimista confianza en las posibilidades del
hombre y en el progre- so de la cultura humana.

Conservando el tono retórico del original, la traducción que aquí ofrecemos ha


procurado resolver con prudencia la oscuridad de ciertos pa- sajes de cuestionada
interpretación. Notas mínimas, en fin, intentan enri- quecer la comprensión del texto y
satisfacer la curiosidad del lector

- I

La mayor parte de quienes en el pasado han hecho uso de la palabra en esta tribuna,
han tenido por costumbre elogiar a aquel que introdujo este discurso en el rito tradicional, pues
pensaban que su proferimiento con ocasión del entierro de los caídos en combate era algo
hermoso. A mí, en cambio, me habría parecido suficiente que quienes con obras probaron su
valor, también con obras recibieran su homenaje –como este que véis dis- puesto para ellos en
sus exequias por el Estado–, y no aventurar en un solo individuo, que tanto puede ser un buen
orador como no serlo, la fe en los méritos de muchos.

Es difícil, en efecto, hablar adecuadamente sobre un asunto respecto del cual no es


segura la apreciación de la verdad, ya que quien escucha, si está bien informado acerca del
homenajeado y favorablemente dispuesto hacia él, es muy posible que encuentre que lo que se
dice está por debajo de lo que él desea y de lo que él conoce; y si, por el contrario, está mal
informado, lo más probable es que, por envidia, cuando oiga hablar de algo que esté por
encima de sus propias posibilidades, piense que se está cayen- do en una exageración. Porque
los elogios que se formulan a los demás se toleran sólo en tanto quien los oye se considera a sí
mismo capaz también, en alguna medida, de realizar los actos elogiados; cuando, en cambio, los
que escuchan comienzan a sentir envidia de las excelencias de que está siendo alabado, al punto
prende en ellos también la incredulidad

36
Pero, puesto que a los antiguos les pareció que sí estaba bien, debo ahora yo, siguiendo
la costumbre establecida, intentar ganarme la voluntad y la aprobación de cada uno de vosotros
tanto como me sea posible.

II

Comenzaré, ante todo, por nuestros antepasados, pues es justo y, al mismo tiempo,
apropiado a una ocasión como la presente, que se les rinda este homenaje de recordación.
Habitando siempre ellos mismos esta tierra a través de sucesivas generaciones, es mérito suyo
el habérnosla legado libre hasta nuestros días. Y si ellos son dignos de alabanza, más aún lo son
nuestros padres, quienes, además de lo que recibieron como herencia, gana- ron para sí, no sin
fatigas, todo el imperio que tenemos, y nos lo entregaron a los hombres de hoy.

En cuanto a lo que a ese imperio le faltaba, hemos sido nosotros mismos, los que
estamos aquí presentes, en particular los que nos encontra- mos aún en la plenitud de la edad31,
quienes lo hemos incrementado, al paso que también le hemos dado completa autarquía a la
ciudad, tanto para la guerra como para la paz. Pasaré por alto las hazañas bélicas de nuestros
antepasados, gracias a las cuales las diversas partes de nuestro imperio fueron conquistadas,
como asimismo las ocasiones en que nosotros mis- mos o nuestros padres repelimos
ardorosamente las incursiones hostiles de extranjeros o de griegos, ya que no quiero
extenderme tediosamente entre conocedores de tales asuntos. Antes, empero, de abocarme al
elogio de estos muertos, quiero señalar en virtud en qué normas hemos llegado a la situación
actual, y con qué sistema político y gracias a qué costumbres hemos alcanzado nuestra
grandeza. No considero inadecuado referirme a asuntos tales en una ocasión como la actual, y
creo que será provechoso que toda esta multitud de ciudadanos y extranjeros lo pueda
escuchar.

31
Por entonces, Pericles tenía aproximadamente 64 años.

37
III

Disfrutamos de un régimen político que no imita las leyes de los vecinos32; más que
imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servi- mos de modelo para algunos33. En
cuanto al nombre, puesto que la adminis- tración se ejerce en favor de la mayoría, y no de unos
pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia34; respecto a las leyes, todos gozan de
iguales derechos en la defensa de sus intereses particulares; en lo relativo a los honores,
cualquiera que se distinga en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se lo elige
más por sus méritos que por su categoría social; y tampoco al que es pobre, por su parte, su
oscura posición le impide prestar sus servicios a la patria, si es que tiene la posibilidad de
hacerlo.

Tenemos por norma respetar la libertad, tanto en los asuntos públi- cos como en las
rivalidades diarias de unos con otros, sin enojarnos con nuestro vecino cuando él actúa
espontáneamente, ni exteriorizar nuestra molestia, pues ésta, aunque innocua, es ingrata de
presenciar. Si bien en los asuntos privados somos indulgentes, en los públicos, en cambio, ante
todo por un respetuoso temor, jamás obramos ilegalmente, sino que obedecemos a quienes les
toca el turno de mandar, y acatamos las leyes, en particular las dictadas en favor de los que son

32
Alusión a Esparta, cuya constitución –se decía– era imitación de la de Creta. El tema de la oposición entre el
espíritu espartano y el ateniense reaparecerá, implícita o explícitamente, en muchos pasajes de este retrato ideal de
Atenas que aquí comienza y que ocupa los cinco capítulos centrales del discurso, desde el III al VII.

33
Probablemente alude a Roma, que algunos años antes había enviado emisarios a Atenas con el propósito de
aprender de su desenvolvimiento cívico.

34
Desde antiguo, al parecer, llamó la atención esta definición de democracia, y ya un par de manuscritos
medievales corrigieron el texto griego tradicionalmente trans- mitido, cambiando oikeîn por hékein, de modo de
hacerlo decir: “...puesto que la admi- nistración está en manos de (en vez de: se ejerce en favor de) la mayoría y no
de unos pocos...”. La corrección satisface también, ciertamente, las expectativas del lector de hoy, y muchos
traductores modernos la han acogido. Me parece claro, sin embargo, que no se trata sino de una fácil y hasta
anacrónica acomodación del original, desautorizada por la lectura de los principales manuscritos. Al caracterizar el
régimen democrático como aquel en que se gobierna en el interés de la mayoría y no de unos pocos, Pericles (o
Tucídides) no hace sino –con cierta ingenuidad, es cierto– afirmar que los gobiernos favorecen básicamente a
quienes lo ejercen. Y en esto, la propia historia de Atenas lo respaldaba. No debemos olvidar, además, que
estamos ante un texto constituyente, instaurador, donde la reflexión política está recién dando sus primeros pasos.
¡Si hasta la palabra misma democracia no tenía entonces medio siglo de vida todavía!

38
víctimas de una injusticia, y las que, aunque no estén escritas, todos consideran vergonzoso
infringir.

IV

Por otra parte, como descanso de nuestros trabajos, le hemos procu- rado a nuestro
espíritu una serie de recreaciones. No sólo tenemos, en efecto, certámenes públicos y
celebraciones religiosas repartidos a lo largo de todo el año, sino que también gozamos
individualmente de un digno y satisfactorio bienestar material, cuyo continuo disfrute ahuyenta
a la melan- colía. Y gracias al elevado número de sus habitantes, nuestra ciudad impor- ta desde
todo el mundo toda clase de bienes, de manera que los que ella produce para nuestro provecho
no son, en rigor, más nuestros que los foráneos35.

A nuestros enemigos les llevamos ventaja también en cuanto al adiestramiento en las


artes de la guerra, ya que mantenemos siempre abier- tas las puertas de nuestra ciudad y jamás
recurrimos a la expulsión de los extranjeros para impedir que se conozca o se presencie algo
que, por no hallarse oculto, bien podría a un enemigo resultarle de provecho observarlo36. Y es
que, más que en los armamentos y estratagemas, confiamos en la fortaleza de alma con que
naturalmente acometemos nuestras empresas. Y en cuanto a la educación, mientras ellos
procuran adquirir coraje realizando desde muy jóvenes una ardua ejercitación, nosotros,
aunque vivimos más regaladamente, podemos afrontar peligros no menores que ellos37.

35
En Esparta, por el contrario, la posesión de riquezas estaba oficialmente prohibida

36
Alusión a Esparta, que no tenía metecos, esto es, colonos o extranjeros naturalizados. En Esparta,
tradicionalmente xenófoba, los extranjeros permanecían como tales, y podían ser desterrados al arbitrio de los
éforos.Por entonces, Pericles tenía aproximadamente 64 años.

37
La disciplina espartana en la educación de los jóvenes era proverbial..

39
Prueba de esto es que los espartanos no realizan sin la compañía de otros sus
expediciones militares contra nuestro territorio, sino junto a todos sus aliados; nosotros, en
cambio, aun invadiendo solos tierra enemiga y combatiendo en suelo extraño contra quienes
defienden lo suyo, la mayor parte de las veces nos llevamos la victoria sin dificultad. Además,
ninguno de nuestros enemigos se ha topado jamás en el campo de batalla con todas nuestras
fuerzas reunidas, pues simultáneamente debemos atender la man- tención de nuestra flota y, en
tierra, el envío de nuestra gente a diversos lugares. Sin embargo, cada vez que en algún lugar
ellos se trenzan en lucha con una facción de los nuestros y resultan vencedores, se ufanan de
habernos rechazado a todos, aunque sólo han vencido a algunos; y si salen derrotados, alegan
que lo fueron ante todos nosotros juntos. Pero lo cierto es que, ya que preferimos afrontar los
peligros de la guerra con serenidad antes que habiéndonos preparado con arduos ejercicios,
ayudados más por la valentía de los caracteres que por la prescrita en ordenanzas, les llevamos
la ventaja de que no nos angustiamos de antemano por las penurias futuras, y, cuando nos toca
enfrentarlas, no demostramos menos valor que ellos viven en permanente fatiga.

Pero no sólo por éstas, sino también por otras cualidades nuestra ciudad merece ser
admirada.

VI

En efecto, amamos el arte y la belleza sin desmedirnos, y cultivamos el saber sin


ablandarnos. La riqueza representa para nosotros la oportuni- dad de realizar algo, y no un
motivo para hablar con soberbia; y en cuanto a la pobreza, para nadie constituye una vergüenza
el reconocerla, sino el no esforzarse por evitarla. Los individuos pueden ellos mismos ocuparse
simul- táneamente de sus asuntos privados y de los públicos; no por el hecho de que cada uno
esté entregado a lo suyo, su conocimiento de las materias políticas es insuficiente. Somos los
únicos que tenemos más por inútil que por tranquila a la persona que no participa en las tareas
de la comunidad. Somos nosotros mismos los que deliberamos y decidimos conforme a dere-
cho sobre la cosa pública, pues no creemos que lo que perjudica a la acción sea el debate, sino
precisamente el no dejarse instruir por la discusión antes de llevar a cabo lo que hay que hacer.
Y esto porque también nos diferen- ciamos de los demás en que podemos ser muy osados y, al
mismo tiempo, examinar cuidadosamente las acciones que estamos por emprender; en este

40
aspecto, en cambio, para los otros la audacia es producto de su ignorancia, y la reflexión los
vuelve temerosos. Con justicia pueden ser reputados como los de mayor fortaleza espiritual
aquellos que, conociendo tanto los padeci- mientos como los placeres, no por ello retroceden
ante los peligros.

También por nuestra liberalidad somos muy distintos de la mayoría de los hombres, ya
que no es recibiendo beneficios, sino prestándolos, que nos granjeamos amigos. El que hace un
beneficio establece lazos de amistad más sólidos, puesto que con sus servicios al beneficiado
alimenta la deuda de gratitud de éste. El que debe favores, en cambio, es más desafecto, pues
sabe que al retribuir la generosidad de que ha sido objeto, no se hará mere- cedor de la
gratitud, sino que tan sólo estará pagando una deuda. Somos los únicos que, movidos, no por
un cálculo de conveniencia, sino por nues- tra fe en la liberalidad, no vacilamos en prestar
nuestra ayuda a cualquiera38.

VII

Para abreviar, diré que nuestra ciudad, tomada en su conjunto, es norma para toda
Grecia, y que, individualmente, un mismo hombre de los nuestros se basta para enfrentar las
más diversas situaciones, y lo hace con gracia y con la mayor destreza. Y que estas palabras no
son un ocasional alarde retórico, sino la verdad de los hechos, lo demuestra el poderío mismo
que nuestra ciudad ha alcanzado gracias a estas cualidades. Ella, en efecto, es la única de las
actuales que, puesta a prueba, supera su propia reputa- ción; es la única cuya victoria, el agresor
vencido, dada la superioridad de los causantes de su desgracia, acepta con resignación; es la
única, en fin, que no les da motivo a sus súbditos para alegar que están inmerecidamente bajo
su yugo.

Nuestro poderío, pues, es manifiesto para todos, y está ciertamente más que probado.
No sólo somos motivo de admiración para nuestros con- temporáneos, sino que lo seremos
también para los que han de venir des- pués. No necesitamos ni a un Homero que haga
nuestro panegírico, ni a ningún otro que venga a darnos momentáneamente en el gusto con sus

38
Un bello capítulo sobre esta materia nos ofrece Arístóteles en su Etica a Nicómaco, IX, 7.

41
versos, y cuyas ficciones resulten luego desbaratadas por la verdad de los hechos. Por todos los
mares y por todas las tierras se ha abierto camino nuestro coraje, dejando aquí y allá, para bien
o para mal, imperecederos recuerdos.

Combatiendo por tal ciudad y resistiéndose a perderla es que estos hombres


entregamos notablemente sus vidas; justo es, por tanto, que cada uno de quienes les hemos
sobrevivido anhele también bregar por ella.

VIII

La razón por la que me he referido con tanto detalle a asuntos con- cernientes a la
ciudad, no ha sido otra que para haceros ver que no estamos luchando por algo equivalente a
aquello por lo que luchan quienes en modo alguno gozan de bienes semejantes a los nuestros y,
asimismo, para darle un claro fundamento al elogio de los muertos en cuyo honor hablo en
esta ocasión.

La mayor parte de este elogio ya está hecha, pues las excelencias por las que he
celebrado a nuestra ciudad no son sino fruto del valor de estos hombres y de otros que se les
asemejan en virtud. No de muchos griegos podría afirmarse, como sí en el caso de éstos, que
su fama está en conformi- dad con sus obras. Su muerte, en mi opinión, ya fuera ella el primer
testimo- nio de su valentía, ya su confirmación postrera, demuestra un coraje genui- namente
varonil. Aun aquellos que puedan haber obrado mal en su vida pasada, es justo que sean
recordados ante todo por el valor que mostraron combatiendo por su patria, pues al anular lo
malo con lo bueno resultaron más beneficiosos por su servicio público que perjudiciales por su
conducta privada.

A ninguno de estos hombres lo ablandó el deseo de seguir gozando de su riqueza; a


ninguno lo hizo aplazar el peligro la posibilidad de huir de su pobreza y enriquecerse algún día.
Tuvieron por más deseable vengarse de sus enemigos, al tiempo que les pareció que ese era el
más hermoso de los riesgos. Optaron por correrlo, y, sin renunciar a sus deseos y expectati- vas
más personales, las condicionaron, sí, al éxito de su venganza. Enco- mendaron a la esperanza
lo incierto de su victoria final, y, en cuanto al desafío inmediato que tenían por delante, se
confiaron a sus propias fuer- zas. En ese trance, también más resueltos a resistir y padecer que

42
a salvarse huyendo, evitaron la deshonra e hicieron frente a la situación con sus per- sonas. Al
morir, en ese brevísimo instante arbitrado por la fortuna, se halla- ban más en la cumbre de la
determinación que del temor.

IX

Estos hombres, al actuar como actuaron, estuvieron a la altura de su ciudad. Deber de


quienes les han sobrevivido, pues, es hacer preces por una mejor suerte en los designios
bélicos, y llevarlos a cabo con no menor resolución. No sólo oyendo las palabras que alguien
pueda deciros debéis reflexionar sobre el servicio que prestáis –servicio que cualquiera podría
detenerse a considerarse ante vosotros, que muy bien lo conocéis por pro- pia experiencia,
señalándoos cuántos bienes están comprometidos en el acto de defenderse de los enemigos–;
antes bien, debéis pensar en él con- templando en los hechos, cada día, el poderío de nuestra
ciudad, y prendán- doos de ella. Entonces, cuando la ciudad se os manifieste en todo su es-
plendor, parad mientes en que éste es el logro de hombres bizarros, conscientes de su deber y
pundonorosos en su obrar; de hombres que, si alguna vez fracasaron al intentar algo, jamás
pensaron en privar a la ciudad del coraje que los animaba, sino que se lo ofrendaron como el
más hermoso de sus tributos. Al entregar cada uno de ellos la vida por su comunidad, se
hicieron merecedores de un elogio imperecedero y de la sepultura más ilus- tre. Esta, más que
el lugar en que yacen sus cuerpos, es donde su fama reposa, para ser una y otra vez recordada,
de palabra y de obra, en cada ocasión que se presente.

La tumba de los grandes hombres es la tierra entera: de ellos nos habla no sólo una
inscripción sobre sus lápidas sepulcrales; también en suelo extranjero pervive su recuerdo,
grabado no en un monumento, sino, sin palabras, en el espíritu de cada hombre.

Imitad a éstos ahora vosotros, cifrando la felicidad en la libertad, y la libertad en la


valentía, sin inquietaros por los peligros de la guerra. Quienes con más razón pueden ofrendar
su vida no son aquellos infortunados que ya nada bueno esperan, sino, por el contrario, quienes
corren el riesgo de sufrir un revés de fortuna en lo que les queda por vivir, y para los que, en
caso de experimentar una derrota, el cambio sería particularmente grande. Para un hombre que

43
se precia a sí mismo, en efecto, padecer cobardemente la dominación es más penoso que, casi
sin darse cuenta, morir animosamen- te y compartiendo una esperanza.

Por tal razón es que a vosotros, padres de estos muertos, que estáis aquí presentes, más
que compadeceros, intentaré consolaros. Puesto que habéis ya pasado por las variadas
vecisitudes de la vida, debéis de saber que la buena fortuna consiste en estar destinado al más
alto grado de no- bleza –ya sea en la muerte, como éstos; ya en el dolor, como vosotros–, y en
que el fin de la felicidad que nos ha sido asignada coincida con el fin de nuestra vida. Sé que es
difícil que aceptéis esto tratándose de vuestros hijos, de quienes muchas veces os acordaréis al
ver a otros gozando de la felicidad de que vosotros mismos una vez gozásteis. El hombre no
experi- menta tristeza cuando se lo priva de bienes que aún no ha probado, sino cuando se le
arrebata uno al que ya se había acostumbrado. Pero es preciso que sepáis sobrellevar vuestra
situación, incluso con la esperanza de tener otros hijos, si es que estáis aún en edad de
procrearlos. En lo personal, los hijos que nazcan representarán para algunos la posibilidad de
apartar el recuerdo de los que perdieron; para la ciudad, entretanto, su nacimiento será
doblemente provechoso, pues no sólo impedirá que ella se despueble, sino que la hará más
segura, ya que nadie puede participar en igualdad de condiciones y equitativamente en las
deliberaciones políticas de la comuni- dad, a menos que, tal como los demás, también él
exponga su prole a las consecuencias de sus resoluciones.

Y aquellos de vosotros que habéis llegado ya a la ancianidad, tened por ganancia el


haber vivido felizmente la mayor parte de vuestra vida, considerad que la que os queda ha de
ser breve, y consolaos con la fama alcanzada por éstos vuestros hijos. Lo único que no
envejece, en efecto, es el amor a la gloria; y cuando la edad ya declina, no es atesorar bienes lo
que más deleita, como algunos dicen, sino recibir honores.

XI

44
Y en cuanto a vosotros, hijos o hermanos, aquí presentes, de estas víctimas de la
guerra, veo grande el desafío que tenéis por delante, porque solamente aquel que ya no existe
suele concertar el elogio de todos; a duras penas podréis conseguir, por sobresalientes que sean
vuestros méritos, ser considerados no ya sus iguales, sino incluso sus cercanos émulos. La envi-
dia de los rivales la sufren quienes están vivos; el que, en cambio, ya no representa un obstáculo
para nadie, es honrado con generosa benignidad.

Y si, para aquellas esposas que ahora quedan viudas, debo también decir algo acerca de
las virtudes propias de la mujer, lo resumiré todo en un breve consejo: grande será vuestra
gloria si no desmerecéis vuestra condi- ción natural de mujeres y si conseguís que vuestro
nombre ande lo menos posible en boca de los hombres, ni para bien ni para mal.

XII

En conformidad con nuestras leyes y costumbres, pues, queda dicho en mi discurso lo


que me parecía pertinente. Ahora, en cuanto a los hechos, los hombres a quienes estamos
sepultando han recibido ya nuestro home- naje. De la educación de sus hijos, desde este
momento hasta su juventud, se hará cargo la ciudad. Tal es la provechosa corona que ella
impone a estas víctimas, y a los que ellas dejan, como premio de tan valerosas hazañas. Cuando
los más preciados galardones que una ciudad otorga son los que recompensan la valentía,
entonces también posee ella los ciudadanos más valientes.

Y ahora, después de haber llorado cada uno a sus deudos, podéis marcharos.

45
4. De Inventione 39
Cicerón

4.1 Introducción al texto

En esta ocasión tendrás la oportunidad de leer un texto de un importante político, abogado,


filósofo y orador de la República romana tardía: Cicerón. Nació en el 106 a.C. Pertenecía a una
familia aristocrática, pero sin puestos políticos. Aún así, por sus propios méritos llegó a ser
miembro del senado y cónsul, la posición más alta de la República. Sin embargo, debido a las
intrigas políticas de la época, terminaría siendo exiliado cinco años después de dicho
nombramiento. Cuando se le permitió volver a Roma, Cicerón atestiguó varios de los eventos
que volvieron insostenible la República romana. Gracias a él contamos con muchas
narraciones escritas de estos sucesos que nos brindan una invaluable ventana al pasado.
Cicerón fue asesinado por orden de Marco Antonio en el 43 a.C. debido a las intrigas que se
generaron en torno a sus esfuerzos de preservar la República romana, ésta cayó de forma
definitiva 16 años después de la muerte de Cicerón para dar paso al Imperio con César
Augusto.

Cicerón escribió una vasta cantidad de obras. De él han llegado hasta nuestros días
varios de sus escritos filosóficos, discursos, cartas, y, por supuesto, sus escritos sobre retórica,
de los cuales leerás un fragmento a continuación. Muchos de sus discursos se conservan desde
su época hasta la actualidad casi de forma ininterrumpida como parte de la educación de las
élites políticas. Cicerón desarrolló su filosofía sobre la base de la filosofía de griegos como
Platón y Aristóteles y llegó a tener una influencia significativa en importantes pensadores
posteriores como Agustín de Hipona.

39
Cicerón, La Invención retórica, Introducción, Traducción y notas de Salvador Núñez, Madrid, Gredos, 1997.

46
Cicerón fue un defensor férreo de la República romana. Por ello mismo sufrió mucho
al verla deteriorarse. Una de sus motivaciones al escribir filosofía era ayudar a mejorar la crisis
política. Cicerón tenía la convicción de que la filosofía heredada de los griegos podía hacer
mejores a las personas, y ayudar a formar una mejor sociedad y un mejor gobierno para la
Roma de su época. En sus obras de filosofía política habla a profundidad de su visión del
gobierno y las instituciones de Roma, estaba firmemente convencido de que las estructuras
tradicionales de la República romana conformaban la mejor forma de gobierno, tal como
defiende en su conocida obra La República. En su igualmente conocida obra Las leyes, Cicerón
realiza un análisis de cuáles son las leyes que mejor podrían mantener dicha forma de gobierno.
Algo que resalta en ambas obras es que Cicerón mezclaba la teoría filosófica con la historia y la
política práctica para de ahí sacar recomendaciones para la Roma republicana.

Cicerón consideró que el deterioro de la República que le tocó atestiguar se debía en


buena parte a que los políticos de Roma eran corruptos en esos años, a diferencia de los
políticos de los años más gloriosos de la República. Por ello, le parecía particularmente
relevante para salvar la República que los miembros de las élites políticas desarrollaran un
carácter más virtuoso y no estuvieran atados a sus deseos de fama, riqueza y poder. Al leer el
texto busca identificar algunos de estos elementos de su pensamiento que apuntan en esta
dirección.

El texto que leerás está constituido por fragmentos del libro I de una obra que Cicerón
escribió a modo de manual de retórica. Comienza con una reflexión sobre el poder positivo y
negativo que tiene el buen uso de la palabra. Posteriormente encontrarás en él una explicación
de qué es la retórica y cómo se debe proceder para encontrar buenos argumentos y armar un
buen discurso. Las instituciones políticas romanas son en buena medida la base para la
organización política de Occidente. La habilidad para argumentar y exponer bien los propios
argumentos era tan necesaria en la época de Cicerón como lo es en nuestros días para defender
nuestras ideas y valores frente a nuestros conciudadanos. Desafortunadamente hoy no siempre
encontramos suficiente énfasis educativo en ello.

Preguntas para guiar la reflexión

47
- ¿Por qué es importante la retórica para la formulación de las leyes en un sistema
republicano (como el de Cicerón y el nuestro) y para dirimir controversias? ¿En qué
medida ello sigue siendo relevante hoy?

- Según Cicerón el buen uso de la retórica está ligado a la formación moral y al cultivo
del saber. ¿Estás de acuerdo con él? ¿por qué?

- Cicerón plantea el buen uso de la palabra como la gran fortaleza humana haciendo
énfasis en su uso dentro de las instituciones políticas de su época. ¿En qué otros
ámbitos el buen uso de la palabra es una fortaleza?

- ¿Qué aportaciones de Roma a la civilización occidental se pueden inferir del texto?

48
49
4. De Inventione
Cicerón

4.2 Texto
LIBRO I

Muchas veces me he preguntado si la facilidad de palabra y el excesivo estudio de la elocuencia


no han causado mayores males que bienes a hombres y a ciudades. En efecto, cuando
considero los desastres sufridos por nuestra república y repaso las desgracias acaecidas en otros
tiempos a los más poderosos estados, compruebo que una parte considerable de estos daños
ha sido causada por hombres de la más grande elocuencia. Mas cuando empiezo a investigar en
los testimonios literarios esos acontecimientos que por su antigüedad están ya alejados de
nuestra memoria, me doy cuenta de que es la elocuencia más que la razón la que ha servido
para fundar muchas ciudades, sofocar muchas guerras y establecer muchas y muy firmes
alianzas y amistades inviolables.

Así, tras largas reflexiones, el análisis me ha llevado a concluir que la sabiduría sin
elocuencia es poco útil para los estados, pero que la elocuencia sin sabiduría es casi siempre
perjudicial y nunca resulta útil. Por ello, quien descuida el estudio noble y digno de la filosofía y
la moral y consagra todas sus energías al ejercicio de la palabra, se convierte en un ciudadano
inútil para sí mismo y perjudicial para su patria. Por el contrario, quien se arma con la
elocuencia no para luchar contra los intereses de su patria sino para defenderlos, éste, en mi
opinión, será un hombre muy útil tanto para los propios intereses como para los intereses
públicos y un leal ciudadano.

Ahora bien, si examinamos los orígenes de lo que llamamos elocuencia, ya sea un arte,
un estudio, una práctica o una facultad natural, descubriremos que nació por causas muy dignas
y se desarrolló por excelentes motivos.

Hubo un tiempo, en efecto, en el que los hombres erraban por los campos como
animales, se sustentaban con alimentos propios de bestias y no hacían nada guiados por la

50
razón sino que solían arreglar casi todo mediante el uso de la fuerza; no existía aún el culto a
los dioses; nada regulaba las relaciones entre los hombres; nadie había visto aún matrimonios
legales ni mirado a hijos que pudiera considerar como propios; tampoco conocían los
beneficios de una justicia igual para todos. Así, por error e ignorancia, la pasión ciega e
incontrolada que domina el alma satisfacía sus deseos abusando de su perniciosa compañera, la
fuerza física.

Entonces un hombre sin duda superior y sabio descubrió las cualidades que existían en
los hombres y su disposición para realizar grandes empresas si fuera posible desarrollarlas y
mejorarlas mediante la instrucción. Dotado de un talento excepcional, congregó y reunió en un
mismo lugar a los hombres que estaban dispersos por los campos y ocultos en los bosques y
les indujo a realizar actividades útiles y dignas; al principio, faltos de costumbre, se resistieron,
pero luego le escucharon con un entusiasmo cada vez mayor gracias a su sabiduría y
elocuencia; así, de fieros e inhumanos los hizo mansos y civilizados.

En lo que a mí respecta, no creo que una sabiduría muda y sin elocuencia hubiera
podido apartar repentinamente a los hombres de sus costumbres y hacerles adoptar géneros de
vida diferentes. Además, una vez que fueron fundadas las ciudades, ¿cómo hubieran podido los
hombres aprender a mantener vínculos de fidelidad y respetar la justicia, a acostumbrarse a
obedecer a otros voluntariamente, a juzgar no sólo que debían trabajar por el bien común sino
incluso dar su vida por él, si otros hombres no hubieran sido capaces de convencerlos con su
elocuencia de lo que su razón les había revelado? Es evidente que sólo un discurso grave y
elegante pudo convencer a hombres dotados de gran fuerza física para que, sometiéndose a la
justicia sin recurrir a la violencia, aceptaran ser iguales que aquellos a los que podían dominar, y
renunciaran voluntariamente a unas costumbres tan agradables a las que el tiempo les había
conferido el carácter de un derecho natural.

Así fue, al parecer, como nació y se desarrolló la elocuencia y también así como más
tarde sirvió a los más altos intereses de los hombres en cuestiones tan fundamentales como la
paz y la guerra. Pero cuando el interés particular, mala imitación de la virtud, privado de
cualquier principio moral, se apoderó de la elocuencia, entonces la maldad, apoyándose en el
talento, comenzó a corromper las ciudades y a poner en peligro la vida de los hombres.

51
Explicaré ahora el origen de este mal, toda vez que ya he señalado el comienzo de sus
beneficios. En mi opinión, hubo probablemente un tiempo en el que ni las personas sin
elocuencia y sabiduría solían dedicarse a los asuntos públicos ni los hombres superiores y
elocuentes se ocupaban de causas privadas. Más como los asuntos de mayor importancia eran
tratados por las personas más eminentes, otros hombres, que no carecían de talento, se
dedicaron a los pequeños conflictos entre particulares. Cuando en estos conflictos los hombres
se acostumbraron a defender la mentira frente a la verdad, el uso frecuente de la palabra
aumentó su temeridad hasta el punto de que los verdaderos oradores, ante las injusticias que se
cometían contra los ciudadanos, se vieron obligados a enfrentarse a esos temerarios y defender
cada uno a sus amigos. Y así, como los que habían dejado de lado la sabiduría para dedicarse
exclusivamente a la elocuencia parecían sus iguales cuando hablaban, y en ocasiones los
superaban, ellos mismos se consideraron dignos de gobernar el estado y de igual modo los
consideró la multitud. Por ello no debe sorprender que siempre que hombres temerarios e
irreflexivos se apoderan del timón de la nave, ocurran grandes e irreparables naufragios. Esto
causó tanto odio y descrédito a la elocuencia que, como cuando se busca en puerto refugio a
una violenta tempestad, los hombres de mayor talento abandonaron esa vida sediciosa y de
tumultos para refugiarse en la calma del estudio.

Éste es a mi juicio el motivo por el que desde entonces los hombres más eminentes
dedicaron su ocio a practicar y a hacer brillar otras ciencias, nobles y dignas, mientras ésta,
abandonada por la mayoría, caía en desuso precisamente cuando con más ardor y empeño era
necesario cultivarla y defenderla. En efecto, cuanto más indignamente la temeridad y audacia de
unos hombres ignorantes y sin principios corrompía para perdición del estado la más honrosa
y noble de las actividades, tanto más hubieran debido enfrentarse a ellos y defender al estado.

No pasó esto desapercibido a nuestro gran Catón, ni a Lelio o al Africano, ni a quienes


verdaderamente fueron sus discípulos, los Graco, nietos del Africano, hombres de gran virtud a
los que engrandecía un enorme prestigio y de una elocuencia que era ornato de su virtud y
defensa del estado.

Por ello, y a pesar del abuso que algunos hacen de ella tanto en asuntos privados como
públicos, creo que se debe cultivar el estudio de la elocuencia; más aún, debemos hacerlo con

52
mayor afán para evitar que los malos ciudadanos prevalezcan en detrimento de los hombres de
bien y para ruina común de todos, especialmente porque la elocuencia es la única actividad que
concierne a todos los asuntos públicos y privados y es la que hace que nuestra vida resulte
segura, digna, ilustre y agradable; siempre que va acompañada por la sabiduría, que modera
todas las actividades humanas, ella proporciona al estado los mayores beneficios; de ella
obtienen los que la poseen gloria, honor y dignidad; ella es también la mejor y más segura
defensa para los amigos.

Aunque en mi opinión los hombres son en muchos aspectos inferiores y más débiles
que los animales, los superan especialmente por la capacidad de hablarlo. Por ello me parece
extraordinaria la gloria de quienes vencen a otros hombres en aquello en que son superiores a
los animales. Y si esto no se obtiene exclusivamente por la naturaleza y el ejercicio sino que es
obra de algún tipo de arte, no me parece que esté fuera de lugar examinar lo que dicen quienes
nos han dejado preceptos sobre esta materia.

Pero antes de tratar los preceptos de la oratoria conviene hablar de la naturaleza de este
arte, su función, su finalidad, su materia y sus partes; en efecto, una vez que conozcamos estos
conceptos, podremos comprender con mayor facilidad y rapidez la razón y el método de este
arte.

Hay una ciencia de la política que incluye muchos e importantes elementos; una parte
importante y considerable de ésta la constituye la elocuencia según las reglas del arte, a la que
llaman retórica. No estoy de acuerdo con quienes piensan que la política no necesita de la
retórica, pero me opongo aún más a quienes piensan que ésta se reduce a la eficacia y habilidad
retórica. Por ello consideraré la capacidad de la oratoria como algo de lo que puede decirse que
es parte de la ciencia de la política.

Parece evidente que la función de la retórica es hablar de manera adecuada para


persuadir y que su finalidad es persuadir mediante la palabra. Entre función y finalidad existe la
siguiente diferencia: en la función se considera lo que conviene hacer, en la finalidad, lo que
conviene conseguir. Así, decimos que la función del médico consiste en tratar adecuadamente
para curar y su finalidad es la salud misma; de la misma manera se comprenderá qué entiendo

53
por función y finalidad del orador si digo que la función es lo que éste debe hacer y, la
finalidad, aquello por lo que debe hacerse.

Entiendo por materia de un arte todo lo que comprende ese arte y la capacidad que
confiere. Así como decimos que la materia de la medicina son las enfermedades y las heridas
porque de ellas se ocupa toda la medicina, de la misma manera consideramos como materia de
la retórica todo aquello de lo que se ocupa el arte y la capacidad oratoria. El número de estos
elementos varía, sin embargo, según los diversos autores. Gorgias de Leontinos, probablemente
el más antiguo de los rétores, sostuvo la opinión de que el orador estaba capacitado para hablar
con gran elocuencia sobre cualquier tema, atribuyendo así a nuestro arte una materia en mi
opinión inmensa y sin límites. Por el contrario, Aristóteles, a quien nuestro arte debe muchas
contribuciones y ornamentos, pensó que la función del orador se desarrollaba en tres clases de
materias: el género demostrativo, el deliberativo y el judicial. El demostrativo es el que se emplea en
alabanza o censura de alguna persona determinada; el deliberativo, reservado a la discusión de
cuestiones políticas, se usa para expresar opiniones; el judicial, usado ante los tribunales, implica la
acusación y defensa, o bien la demanda y la réplica. Y, en mi opinión al menos, son a estos tres
géneros a los que se reduce el arte y la capacidad del orador.

(...)

Creo por ello que el objeto de la retórica es, como ya he dicho, el que le atribuyó
Aristóteles. Sus partes son las que la mayoría de los autores enseña: la invención, la disposición, el
estilo, la memoria y la representación. La invención consiste en la búsqueda de argumentos verdaderos
o verosímiles que hagan creíble nuestra causa; la disposición sirve para ordenar adecuadamente
los argumentos hallados; el estilo adapta las palabras apropiadas a los argumentos de la
invención; la memoria consiste en retener firmemente las ideas y palabras. La representación es el
control de la voz y del cuerpo de manera acorde con el valor de las ideas y palabras.

Una vez tratados brevemente estos puntos, dejaré para otra ocasión las consideraciones
que nos permitan explicar la naturaleza, finalidad y función de este arte, pues ello nos exigiría
un largo desarrollo y no afecta demasiado a la descripción y exposición de sus principios.
Ahora bien, pienso que quien escribe un tratado de retórica debe ocuparse de las otras dos

54
cuestiones, la materia y sus partes. Además, creo que ambas deben ser tratadas conjuntamente.
Por ello, examinaremos fundamentalmente cómo debe ser en cualquier tipo de causas la
invención, la más importante de todas las partes. Todo lo que implica una controversia que
deba resolverse mediante un discurso o un debate plantea una cuestión relativa a un hecho, una
palabra, una calificación o un procedimiento jurídico. La cuestión que da origen a la causa recibe el
nombre de estado de causa. El estado de causa constituye el primer conflicto que se produce al
rechazar la acusación. Por ejemplo: «Lo hiciste», «no lo hice» o «tenía derecho a hacerlo».

(...)

Habrá que establecer (...) la cuestión, la justificación, el punto a juzgar y el fundamento de la


causa. Todos estos elementos deben surgir del estado de causa.

La cuestión nace de la contraposición entre dos tesis; por ejemplo: «No tenías derecho a
hacerlo». «Tenía derecho». Es el conflicto entre las tesis, por tanto, el que determina el estado
de causa; de él surge la discusión que llamamos cuestión; en este caso: «¿Tenía derecho a
hacerlo?».

La justificación es aquello sobre lo que se basa la causa; si la suprimimos, no existirían


motivos para su discusión. Tomemos, por ejemplo, un caso fácil y bien conocido para explicar
este punto. Si Orestes, acusado del asesinato de su madre, no dijera: «Tuve derecho a hacerlo,
pues ella había matado a mi padre», no tendría posibilidad de defensa. Si se suprimiera esta
justificación, se eliminaría al mismo tiempo toda la discusión. La justificación de esta causa es,
pues, que ella había matado a Agamenón.

El punto a juzgar es la discusión que nace de la refutación [o confirmación] de la


justificación. Sea, por ejemplo, la justificación que acabamos de exponer. «Ella, dice Orestes,
había matado a mi padre». «Pero, replicará la acusación, no eras tú, su hijo, quien debía matar a
tu madre; su acto hubiera podido ser castigado sin que tu cometieras un crimen». Así, al refutar
la justificación surge la discusión fundamental del debate que llamamos punto a juzgar, que en
este caso sería el siguiente: «¿Tenía Orestes derecho a matar a su madre puesto que ella había
matado al padre de Orestes?».

55
El fundamento de la causa es el argumento más sólido de la defensa y el más decisivo
para el punto a juzgar. Por ejemplo, si Orestes decidiera alegar que la actitud de su madre con
respecto a su padre, a él mismo, a sus hermanas, a su reino y a la fama de su linaje y familia fue
tal que sus hijos tenían el más justo derecho a castigarla.

56
5. Pasajes del Nuevo Testamento

5.1 Introducción al texto

La figura de Jesús de Nazareth, Jesucristo o Cristo (palabra griega que significa “ungido”), es
ampliamente conocida para el mundo y es primordial para los cristianos. Su vida está contada
en los cuatro evangelios que forman parte del Nuevo Testamento de la Biblia: Mateo, Marcos,
Lucas y Juan. Los cuatro evangelistas y santos centraron su narración principalmente en los
años de predicación de Jesús de Nazareth, sus enseñanzas a través de parábolas40 y sus
milagros, hasta su pasión, muerte y resurrección.

Además de las fuentes bíblicas, existen otras referencias históricas que hablan de
Jesucristo. Ejemplo de esto son: Tácito en Anales; Suetonio en Vita Claudii; Plinio el Joven,
procónsul de Bitinia, en su Carta al emperador Trajano, escrita alrededor del año 70 d. C.; y el
historiador Flavio Josefo en Antigüedades judías. Todos ellos narran el acontecimiento de la
crucifixión de Jesús en tiempos del emperador Tiberio.

San Lucas, uno de los evangelistas (que no formó parte de los doce apóstoles),
proporciona algunos datos sobre el origen de Jesús. En su evangelio, Lucas narra que Jesús fue
concebido por gracia del Espíritu Santo; nació durante el reinado del rey Herodes el Grande de
una doncella de nombre María, quien estaba comprometida con José, un joven carpintero, por
quienes fue criado en Nazareth.

El Evangelio de san Juan comienza con unas misteriosas palabras. “En el principio era
el Logos y el Logos era con Dios, y el Logos era Dios […] Y el Logos se hizo carne y habitó entre
nosotros” (Jn. I, 1-14). Lo cual revela dos aspectos de gran interés: a) la clara y penetrante

40
Parábola es un término griego que significa comparación o semejanza. Una parábola es una forma literaria que
consiste en narrar un suceso ficticio o real para mostrar enseñanzas concretas.

57
influencia de la cultura griega en el mundo romano y en particular en la cultura judía; y b) que
cuando Juan escribe su evangelio ya se tiene una conciencia clara de que Jesús es Dios mismo
que ha asumido la condición humana. Este planteamiento suscitará polémicos debates en los
siglos posteriores, mismos que encontrarán su solución en los concilios cristológicos: Nicea en
325, Constantinopla en 381, Éfeso en 431 y Calcedonia en 451.

La etapa de predicación de Jesús comenzó luego de pasar cuarenta días solo en el


desierto y después de que su primo Juan lo bautizara. Como Jesús se proclamaba el Mesías que
varios profetas habían anunciado, se ganó la antipatía de las autoridades judías, sobre todo de
los fariseos, a los que les parecía una blasfemia.41 Para difundir su mensaje, Cristo eligió a doce
de entre sus seguidores. Andrés había sido seguidor de Juan el bautista y Mateo un recaudador
de impuestos del Imperio romano. A Simón, Jesús le cambió el nombre por Pedro, que
significa “piedra”. Los apóstoles estuvieron junto a Jesús durante los tres años de su
predicación hasta su muerte, excepto Judas Iscariote quien entregó a Jesús a sus enemigos
quienes le dieron una muerte de cruz –como se acostumbraba en esa época castigar a los
peores delincuentes.

Jesús resucitó tres días después de su crucifixión y muerte y se apareció a sus discípulos
en varias ocasiones, hasta que subió al cielo. Su muerte, pasión y resurrección, están narradas
en los Evangelios. El texto que narra este acontecimiento, lo encontrarás en la presente
selección.

Otra de las lecturas que se han seleccionado es el Sermón de la Montaña o las


Bienaventuranzas, texto que abre el Evangelio de Mateo y sirve para marcar el programa de la
predicación de Jesús. En él, Jesús de Nazareth enseña lo esencial del cristianismo: el amor a
Dios y al prójimo, un mensaje contrario al violento contexto en el que vivía el pueblo judío con
la dominación romana. A quienes lo seguían, Jesús los llamó a convertirse en “sal de la tierra” y
“luz del mundo” en un lugar y un tiempo de oscuridad y dolor, pero deseosos de recibir
palabras de esperanza.

41
Para un judío, la blasfemia es cualquier palabra o expresión en contra de Dios o de las cosas sagradas.

58
Jesús hablaba en parábolas para que todos comprendieran sus enseñanzas. Por eso
encontrarás la del “hijo pródigo” que es, quizás, de las más conocidas. En la lectura de “Un
mandamiento nuevo” (Mc 12, 29- 31) Jesús sintetiza los diez mandamientos en dos, que en
realidad es uno solo como verás más adelante.

Pablo de Tarso era una judío que no conoció personalmente a Jesús. Tenía una cultura
y educación helenística y ciudadanía romana. Recibió instrucción rabínica en Jerusalén, y fue
uno de los principales perseguidores de los cristianos después de la muerte y resurrección de
Jesús. Un día se topó con Él de camino a Damasco, se convirtió y llevó el mensaje de Cristo –o
Evangelio– a los gentiles42 por Grecia, Asia Menor, Siria, Palestina y el corazón del imperio:
Roma. Por eso, él mismo se llamaba el Apóstol de los gentiles. Después de toda una vida
dedicada a la predicación del Evangelio, Pablo murió decapitado en Roma entre los años 64 y
68 d. C. bajo el gobierno del Emperador Nerón.

En este contexto, Pablo escribe una de las epístolas más bellas que se hayan escrito: la
Primera Carta a los Corintios. En ella, descubrirás que san Pablo no escatimó razón y poesía
para explicar el mandamiento del amor que el cristiano debe profesar al prójimo. Para san
Pablo, los dones más extraordinarios son nulos si no se cuenta con la caridad. Esta afirmación
se sintetiza en la frase: “El amor no pasará jamás” (I Cor 13, 8). También leerás el encuentro
del apóstol con los filósofos griegos en el Areópago de Atenas. Ahí, Pablo predicó a los
atenienses, quienes adoraban a muchos dioses, pero tenían un templo dedicado al “Dios
desconocido”.

El motivo de estas lecturas es que conozcas de primera mano algunas partes del Nuevo
Testamento que narran la Buena Nueva: la encarnación, muerte y resurrección de Jesús por amor
a Dios y a cada una de las personas. El cristianismo se conoce como la religión del amor
porque consiste justamente en eso: conocer a Dios que es Amor - como lo define el apóstol
Juan (I Jn 4)-, amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
El medio para poder hacerlo es a través de la Iglesia que fundó Jesucristo y para la cual

42
Eran llamados así por los judíos, los que no pertenecían al pueblo de Israel.

59
designó a Pedro como la cabeza. A través de ella, los cristianos reciben la gracia de los
sacramentos que les ayudan a amar a Dios y al prójimo.

Por último, es interesante reconocer que la figura de Jesús tiene también relevancia
histórica ya que la forma de fechar cualquier documento oficial en el mundo de hoy, es a partir
del nacimiento de Jesús: el año 2022 hace referencia al nacimiento de Cristo Jesús. También
por eso, las fechas históricas se escriben con a. C. que quiere decir “antes de Cristo” o d. C.
“después de Cristo”.

Preguntas para guiar la reflexión:

-¿Cuál es la importancia de Jesucristo en la historia de la humanidad?

-¿Qué huellas cristianas existen hoy en occidente y en el mundo?

-¿Es posible seguir el mandamiento del amor en el mundo actual? ¿Cómo?

60
5. Pasajes del Nuevo Testamento 43

5.2 Texto
El hijo pródigo (Lucas 15, 11-32)

Jesús dijo también: “Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre:
"Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde
malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha
miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de
los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado
calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces
recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí
muriéndome de hambre!". Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé
contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus
jornaleros". Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su
padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El
joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo". Pero
el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo
en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y
festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue
encontrado". Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la
casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes,
le preguntó qué significaba eso. El le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo
matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo". El se enojó y no quiso
entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te
sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito
para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber

43
Los pasajes están tomados de El Libro del pueblo de Dios que es la traducción argentina en español de la Biblia
católica. Se puede consultar en el portal de la Santa Sede.
https://www.vatican.va/archive/ESL0506/_INDEX.HTM#fonte

61
gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!". Pero el padre le
dijo: “Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y
alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido
encontrado””.

Las Bienaventuranzas o el sermón de la montaña (Mateo 5, 1-17 y 38-48)

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a


él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:

Bienaventurados44 los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.


Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los
que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de
justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de
mal contra vosotros por mi causa.

Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos. Ustedes
son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve
para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se
puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara
para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a
todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en
ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo. No
piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar
cumplimiento.

44
En la Biblia argentina aparece “felices” en lugar de “bienaventurados”. Trad. de la Escuela bíblica de Jerusalén
(1976). Biblia de Jerusalén (edición española). Bilbao (España): Desclée de Brouwer. p. 1393. ISBN
84-330-0022-5

62
[...]

Ustedes han oído que se dijo: "Ojo por ojo y diente por diente". Pero yo les digo que
no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla
derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica,
déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al
que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado. Ustedes han oído que
se dijo: "Amarás a tu prójimo" y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos,
rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace
salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman
solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los
publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen
lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el
cielo.

Un mandamiento nuevo (Marcos 12, 28-31)

Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le
preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?». Jesús le respondió: El primer
mandamiento de todos es: Escucha, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus
fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos.

Crucifixión y muerte de Jesús (Lucas 23, 20-47)

Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús. Pero
ellos seguían gritando: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”. Por tercera vez les dijo: “¿Qué mal ha
hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un
escarmiento, lo dejaré en libertad”. Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera
crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido
del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y
homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos. Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal

63
Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de
Jesús. Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho
y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: “¡Hijas de Jerusalén!, no
lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Porque se acerca el tiempo en que se
dirá: "¡Felices las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no
amamantaron!" Entonces se dirá a las montañas: "¡Caigan sobre nosotros!", y a los cerros:
"¡Sepúltennos!" Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?”. Con él llevaban
también a otros dos malhechores, para ser ejecutados. Cuando llegaron al lugar llamado “del
Cráneo”, lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Después se repartieron sus
vestiduras, sorteándolas entre ellos. El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose,
decían: “Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!”.
También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: “Si eres
el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!”. Sobre su cabeza había una inscripción: “Este es el rey
de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: “¿No eres tú el
Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro lo increpaba, diciéndole: “¿No tienes
temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque
pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí
cuando vengas a establecer tu Reino”. El le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo
en el Paraíso”. Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra
hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito,
exclamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y diciendo esto, expiró. Cuando el
centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando: “Realmente este hombre era un
justo”.

San Pablo en Atenas hablando del “dios desconocido” (Hechos 17, 16-29 y 34)

Mientras los esperaba en Atenas, Pablo sentía que la indignación se apoderaba de él, al
contemplar la ciudad llena de ídolos. Discutía en la sinagoga con los judíos y con los que
adoraban a Dios, y también lo hacía diariamente en la plaza pública con los que pasaban por
allí. Incluso, algunos filósofos epicúreos y estoicos dialogaban con él. Algunos comentaban:
“¿Qué estará diciendo este charlatán?”, y otros: “Parece ser un predicador de divinidades

64
extranjeras”, porque Pablo anunciaba a Jesús y la resurrección. Entonces lo llevaron con ellos
al Areópago y le dijeron: “¿Podríamos saber en qué consiste la nueva doctrina que tú enseñas?
Las cosas que nos predicas nos parecen extrañas y quisiéramos saber qué significan”. Porque
todos los atenienses y los extranjeros que residían allí, no tenían otro pasatiempo que el de
transmitir o escuchar la última novedad. Pablo, de pie, en medio del Areópago, dijo:
Atenienses, veo que ustedes son, desde todo punto de vista, los más religiosos de todos los
hombres. En efecto, mientras me paseaba mirando los monumentos sagrados que ustedes
tienen, encontré entre otras cosas un altar con esta inscripción: “Al dios desconocido”. Ahora,
yo vengo a anunciarles eso que ustedes adoran sin conocer. El Dios que ha hecho el mundo y
todo lo que hay en él no habita en templos hechos por manos de hombre, porque es el Señor
del cielo y de la tierra. Tampoco puede ser servido por manos humanas como si tuviera
necesidad de algo, ya que él da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. El hizo salir de un
solo principio a todo el género humano para que habite sobre toda la tierra, y señaló de
antemano a cada pueblo sus épocas y sus fronteras, para que ellos busquen a Dios, aunque sea
a tientas, y puedan encontrarlo. Porque en realidad, él no está lejos de cada uno de nosotros.
En efecto, en él vivimos, nos movemos y existimos, como muy bien lo dijeron algunos poetas
de ustedes: “Nosotros somos también de su raza”. Y si nosotros somos de la raza de Dios, no
debemos creer que la divinidad es semejante al oro, la plata o la piedra, trabajados por el arte y
el genio del hombre” [...] unos se burlaban y otros decían: “Otro día te oiremos hablar sobre
esto” [...]. Sin embargo, algunos lo siguieron y abrazaron la fe. Entre ellos, estaban Dionisio el
Areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos otros.

Carta de san Pablo a los Corintios (I Cor 13, 1-13)

Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, he llegado a ser como
metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los
misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no
tengo amor, nada soy. Y si diera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara
mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me aprovecha. El amor es paciente,
es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta
indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido; no se
regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo

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espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser; pero si hay dones de profecía, se acabarán;
si hay lenguas, cesarán; si hay conocimiento, se acabará. Porque en parte conocemos, y en parte
profetizamos; pero cuando venga lo perfecto, lo incompleto se acabará. Cuando yo era niño,
hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; pero cuando llegué a ser
hombre, dejé las cosas de niño. Porque ahora vemos por un espejo, veladamente, pero
entonces, veremos cara a cara; ahora conozco en parte, pero entonces conoceré plenamente,
como he sido conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el
mayor de ellos es el amor.

66
6. Didascalicon45

Hugo de San Víctor

6.1 Introducción al texto

Hugo de San Víctor fue un importante teólogo y educador del siglo XII. No se tienen muchos
datos sobre sus primeros años de vida, pero se piensa que nació a finales del siglo XI en
Flandes o en el Ducado de Sajonia. En contra de los deseos de su familia, se volvió miembro
del clero en una abadía germana. Sin embargo, debido a problemas locales tuvo que ser
transferido a la abadía agustiniana de San Víctor en las afueras de París, de ahí el gentilicio con
el que se le conoce. Pronto llegó a ser director de la escuela pública que dependía de dicha
abadía. Gracias a él, esta se convirtió en uno de los centros educativos más importantes de la
Francia medieval y se convertiría, junto con la escuela catedralicia de Notre Dame, en cuna de
la universidad de París. Hugo además fue miembro de una comunidad muy importante de
pensadores en su época. Murió en 1141 d. C.

Hugo escribió muchas obras, en su mayoría sobre teología y temas místicos. Sin duda,
su obra más influyente fue el Didascalicon, de la cual leerás un fragmento. Entre el siglo XII
(cuando se publicó) y el siglo XV se realizaron muchísimas copias de esta obra, varias de las
cuales sobreviven hasta hoy. Ello demuestra la influencia que tuvo en el modelo educativo de
los siglos posteriores a su publicación. Autores de la talla de Tomás de Aquino bebieron de
dicha obra en su momento, y sigue siendo fuente de profundas reflexiones sobre la educación
humana en nuestros días.

45
Hugo de San Víctor. (2014). Didascalicon o ‘Del arte de leer’. Traducción y Notas de José Manuel Villalaz, Editorial
diecisiete.

67
El término “didascalicon'' significa ‘instrucción’ o ‘enseñanza’ en griego, compartiendo la
raíz etimológica del término ‘didáctica’. La obra se acompaña del subtítulo latino De studio
legendi, que literalmente se traduce como ‘estudio sobre la lectura’. Sin embargo, en diferentes
traducciones de la obra, puede encontrarse también como: del afán por el estudio, o como una
guía medieval de las artes. Estas dos traducciones alternas del subtítulo también son
orientativas en cuanto al contenido de la obra pues esta busca ser una guía para los alumnos de
la escuela de San Víctor sobre qué habrían de aprender, cómo habrían de aprenderlo y por qué. El
autor buscaba proveer a los estudiantes de planteamientos que les permitieran aprovechar al
máximo sus estudios. Para los lectores de hoy sigue siendo un texto valioso tanto por los
consejos sobre cómo aproximarnos al estudio y a la lectura, como por el panorama que nos
permite conocer cómo se concebían los estudios y las disciplinas en la Europa medieval.

El Didascalicon proviene de una tradición de reflexión educativa que puede rastrearse


hasta Sócrates, y que pasa por San Agustín y Boecio. La influencia de este último es
particularmente notable en los fragmentos que leerás. Sin embargo, Hugo no solo recapitula
ideas de dicha tradición, sino que las interpreta y organiza de una nueva manera para su propia
época. En particular, la obra pone énfasis en que el aprendizaje de las distintas disciplinas y
artes, en un orden particular, es indispensable para todos los hombres, independientemente de
su especialización o educación profesionalizante. Subraya de modo particular cómo todas las
disciplinas y artes están relacionadas entre sí y cómo su estudio conduce, por un lado, a la
adecuada lectura de las Sagradas Escrituras y, por otro, permite que el hombre se desarrolle
plenamente como el ser racional que está hecho a imagen y semejanza de Dios.

En el libro I hace una división de los saberes en teóricos, prácticos, mecánicos y


lógicos, basado en buena medida en la división de los saberes hecha por Aristóteles. Los
saberes teóricos, según explica, son aquellos que tienen como objeto la aprehensión de la
verdad. Éstos son: teología, matemáticas y física. Dentro de las matemáticas considera las
cuatro ciencias que los antiguos y medievales denominaron el ‘quadrivium’: aritmética,
geometría, música y astronomía. El saber práctico está constituído por la ética. La lógica,
dentro de su división, abarca lo que se conocía como ‘trivium’: la gramática, la dialéctica/lógica
y la retórica: lo necesario para comunicarse correctamente. Los saberes mecánicos son, para
Hugo, aquellos que versan directamente sobre las ocupaciones de la vida. Entre éstos se

68
incluyen ramas como el arte textil, la agricultura y la caza, que comenzaban a convertirse
propiamente en saberes profesionales.

Gracias a esta detallada exposición, la obra nos brinda un acercamiento al pensamiento,


las ciencias y las artes en la baja Edad Media que, como verás, difícilmente puede considerarse
una época de oscuridad en el saber. La Edad Media fue un momento crucial de desarrollo
cultural, religioso, económico y social para Occidente y esta obra constituye un ejemplo
paradigmático del porqué. Los fragmentos que leerás están tomados del prefacio y de los libros
I, II y III. Presta especial atención a la visión del estudio y del saber que presenta Hugo de San
Víctor.

Preguntas para guiar la reflexión:

- ¿Cómo concebían los pensadores de la Europa Medieval como Hugo de San Víctor la
relación entre los distintos saberes? ¿Qué diferencias encuentras con la actualidad al
respecto? ¿Qué es rescatable de la concepción medieval?

- ¿Qué visión plantea Hugo sobre el papel que tiene para el ser humano la adquisición
del conocimiento y la sabiduría como vía de perfeccionamiento?

- ¿En qué medida te sientes identificado con los alumnos medievales para quienes
escribió el autor?

- ¿Qué reflexiones sobre tus propios hábitos de estudio puedes hacer a partir del texto?

69
70
6. Didascalicon
Hugo de San Víctor

6.2 Texto
Prefacio

Muchos son aquellos a los que la naturaleza ha dotado de tan poco ingenio que difícilmente
pueden comprender aún las cosas fáciles de entender. Éstos, según mi parecer, son de dos
clases pues hay algunos que, aunque no ignoran su torpeza, de tal manera se esfuerzan y son
tan persistentes en su propósito de adquirir el conocimiento, que lo que no logran como
resultado del trabajo merecen obtenerlo por la fuerza de su voluntad; pero hay otros que por
creer que no son capaces de comprender las realidades superiores se desentienden también del
conocimiento de las inferiores y, como conformándose, se abandonan a su inactividad, con lo
que tanto más se privan de la luz de la verdad en las cosas superiores cuanto más se resisten a
entender las inferiores que sí están a su alcance. Por ello el salmista dice: “renunció a ser
sensato, a hacer el bien”.46 Porque una cosa es no saber y otra, muy distinta, no querer saber; en
efecto, no saber es una carencia, pero detestar el conocimiento es un acto perverso de
voluntad.

Pero hay otra clase de hombres a los que la naturaleza enriqueció con gran ingenio y les
proporcionó un acceso expedito a la verdad. Sin embargo, además de poseer una agudeza de
ingenio desigual, no todos están animados por la misma virtud ni por el mismo propósito de
cultivar la capacidad natural mediante el ejercicio y la enseñanza. Ciertamente son numerosos
los que dedicados más de lo que sería necesario a las ocupaciones y preocupaciones de este
mundo, y entregados a los vicios y concupiscencias del cuerpo, esconden bajo tierra el talento

46
Sal. 36, 4

71
dado por Dios47 sin tratar de hacer que produzca el fruto de la sabiduría ni la ganancia de las
buenas obras. Por ello, en verdad son muy reprobables.

Asimismo, la carencia de los medios de sustento familiar y el escaso patrimonio


disminuyen la capacidad de otros, pero de ninguna manera creemos que esto los pueda excusar
del todo, ya que vemos a muchos que, aunque sufren de hambre, sed y desnudez, logran
obtener el fruto del conocimiento. Así pues, una cosa es que no se pueda aprender o, mejor
dicho, que no se pueda aprender fácilmente, y otra cosa que se pueda pero no se quiera hacerlo.
Así como se es más digno de encomio cuando, aunque se carezca de los medios necesarios, se
alcanza la sabiduría por la sola virtud del esfuerzo, así también se es ciertamente más digno de
vituperio cuando el ingenio existe y abundan las comodidades, pero se abandona uno a la
ociosidad.

Dos son las vías principales por las que alguien se acerca al conocimiento, a saber, la
lectura y la meditación, de las cuales la lectura representa el primer paso en lo que se refiere a la
enseñanza, y de ella se ocupa este libro. Para la lectura, los preceptos más necesarios son tres: el
primero, que cada quien sepa lo que debe leer; el segundo, en qué orden debe leer, es decir, qué
es lo que viene primero y qué es lo que sigue; y el tercero, cómo debe leer. De estos tres,
tratado cada uno por separado, se ocupa este libro, pero su enseñanza instruye al lector tanto
en los escritos profanos como en las escrituras divinas, por lo que se divide en dos partes y
cada una de ellas tiene tres subdivisiones.

En la primera parte dedica su enseñanza al lector de las diversas artes; en la segunda, al


lector de las letras divinas. Y lo hace de tal modo que primero indica lo que se debe leer; luego,
qué orden debe seguirse; por último, cómo debe leerse. Pero para poder saber qué es lo que
debe leerse, o lo que principalmente debe leerse, la primera parte comienza detallando el origen
de todas las artes para enseguida describir su contenido y sus diversas partes, es decir, cómo
cada una de ellas contiene otra o se contiene en otra, desmembrando la filosofía desde la
primera hasta la última de sus partes. Luego enumera a los autores de las artes, y después
muestra cuáles de estas artes deben ser estudiadas de manera preferente; más adelante explica

47
Cf. Mt. 25, 18.

72
también en qué orden y de qué manera deben estudiarse. Por último, presenta a los lectores la
disciplina de su propia vida, y así concluye la primera parte.

En la segunda parte se establece cuáles escritos deben llamarse escrituras divinas, y


luego se indica el número y orden de los libros divinos, quiénes son sus autores y cuáles los
significados de sus títulos. Después trata de algunas de las propiedades más importantes de la
divina escritura; luego enseña de qué manera debe leer la Sagrada Escritura aquel que en ella
busca el mejoramiento de sus costumbres y un modelo de vida; por último, se dirige a aquel
que la lee por amor al conocimiento, y así se termina también la segunda parte.

(...)

LIBRO I

I. DEL ORIGEN DE LAS ARTES

De todas las cosas que se han de buscar, la primera es la sabiduría, en la que reside la
forma del bien perfecto; la sabiduría ilumina al hombre para que se conozca a sí mismo, y para
que sepa que fue semejante a todos los demás antes de comprender que fue hecho en forma
diferente a todos los demás. El alma inmortal, en efecto, iluminada por la sabiduría, puede ver
cuál es su principio y reconoce cuán indigno es que alguien busque fuera de sí mismo cuando
debiera darse por satisfecho con lo que él es en sí mismo. Se lee en la inscripción del trípode de
Apolo: gnothi seauton,4 es decir, “conócete a ti mismo”. (...)

II. LA FILOSOFÍA ES LA BÚSQUEDA DE LA SABIDURÍA

“Pitágoras fue el primero que dio el nombre de filosofía a la búsqueda de la


sabiduría”,48 y prefirió el nombre de filósofo al de sophos, es decir, sabio, como antes eran
llamados los filósofos. Y de manera hermosa ciertamente llama a los que buscan la verdad
amantes de la sabiduría, no sabios, porque, efectivamente, de tal manera aún permanece oculta
la verdad que la mente, por más que arda en amor por ella y por más que se dedique a buscarla,

48
Cita de Boecio, De musica, II,ii (PL, LXIII, 1195D).

73
no puede comprender en su cabalidad como ella es. Hace de la filosofía una disciplina “de
aquellas cosas que en verdad son y que en sí mismas encuentran su sustancia inmutable”.49

“Es, pues, la filosofía el amor y la búsqueda y, de alguna manera, la amistad de la


sabiduría, pero no de esa sabiduría que consiste más bien en el conocimiento de algunas
herramientas y en alguna destreza fabril, sino de aquella sabiduría que de nada necesita, y es la
mente viviente y la única razón primigenia de todas las cosas. Este amor por la sabiduría es,
por tanto, la iluminación de la sabiduría pura que se proyecta sobre el espíritu capaz de
entender cómo se dan la atracción y el llamado hacia ella misma, de manera que se vea la
búsqueda de la sabiduría como la amistad de la divinidad y de aquella mente pura. Así pues,
esta sabiduría hace recaer sobre toda clase de almas el valor de su divinidad y las vuelve hacia la
propia fuerza y pureza de su naturaleza. De aquí proviene la verdad de las reflexiones y de los
pensamientos, así como la santa y casta pureza de las acciones”.50

“Pero dado que este bien excelso de la filosofía ha sido puesto al alcance del alma
humana, para que la argumentación se desarrolle a través de una especie de hilo conductor, hay
que tomar como punto de partida las virtudes del alma”.51

LIBRO II

I. DE LA DIFERENCIA ENTRE LAS ARTES

(...)

Dicho de otra manera: “la filosofía es el arte de las artes y la disciplina de las
disciplinas”,52 es decir, aquélla hacia la que se ordenan todas las artes y todas las disciplinas. El

49
Cita de Boecio, De musica, II,ii (PL, LXIII, 1195D).

50
Cita de Boecio, In Porphyrium dialogi, I.iii (PL, LXIV, 10D-11A).

51
Cita de Boecio, Commentaria in Porphyrium a se translatum, I.i (PL, LXIV, 71A).

52
La cita, nos dice Taylor, puede provenir de Casiodoro, Institutiones (Instituciones de las letras divinas y seculares),
II.iii.5, o de Isidoro, Etymologiae, II.xxiv.9.

74
conocimiento puede llamarse arte “cuando se basa en preceptos y reglas de lo que es un
arte”,53 como es el caso de la escritura; pero se llama disciplina cuando es completo, como es el
caso de la ciencia doctrinal (matemáticas). También puede llamarse arte cuando se trata de lo
que es opinable o verosímil; pero se llama disciplina cuando se diserta con sólida
argumentación sobre lo que es de tal modo que no puede serlo de otro; ésta es la diferencia
que entre arte y disciplina establecieron Platón y Aristóteles. También puede llamarse arte
cuando se trabaja la materia inerte, y se expresa en su transformación, como es el caso de la
arquitectura; pero se llama disciplina cuando se basa en la especulación y se expresa sólo en el
razonamiento, como es el caso de la lógica.

Dicho de otra manera: “La filosofía es la meditación sobre la muerte, lo que es


aplicable sobre todo a los cristianos, quienes, habiendo superado las ambiciones terrenales,
imitan la vida de la patria futura viviendo sometidos al régimen de la disciplina”.54 Aún de otra
manera: la filosofía es la disciplina que investiga y comprueba las razones de todas las cosas,
divinas y humanas. Por ello atañe a la filosofía la razón de ser de todo lo que se investiga,
aunque su influjo es menor en la parte operativa, y por todo esto se dice que la filosofía de
algún modo se extiende a todas las cosas. (...)

LIBRO III

III. DE LAS ARTES QUE MÁS DEBEN SER ESTUDIADAS

De todas las ciencias antes mencionadas, los antiguos escogieron siete de manera
especial en sus estudios para ser propuestas como programa a los que habrían de recibir una
educación; y de tal manera las consideraron superiores a las demás que, según ellos, todo aquel
que hubiera recibido una sólida formación en estas disciplinas, podría llegar al conocimiento de
las otras más por su propia búsqueda y esfuerzo que como alumno de un maestro. Estas
ciencias son como óptimos instrumentos y excelentes bases que preparan al espíritu para el
pleno conocimiento de la verdad filosófica; los nombres de trivium y quadrivium vienen

53
Cita de Isidoro, Etymologiae, I.i.2: “Ars vero dicta est, quod artis praeceptis regulisque consistat”.

54
Cita de Isidoro, ibid., II.xxiv.9: “Philosophia est meditatio mortis…”

75
precisamente de que son como vías por las cuales el espíritu fortalecido se introduce en los
secretos de la sabiduría.

En ese tiempo, nadie era considerado digno del nombre de maestro si no hacía
profesión de este conocimiento septenario. Se lee que Pitágoras también mantuvo como
práctica en sus cursos que antes de que concluyeran los siete años, esto es, el mismo número
de las siete artes liberales, ninguno de sus discípulos se podía atrever a pedirle una explicación
de sus afirmaciones, sino que debía confiar en las palabras del maestro hasta que culminara su
etapa de aprendizaje; y ya para entonces tendría la capacidad de encontrar la explicación por sí
mismo. Algunos, según se dice, habían estudiado con tanto empeño estas siete artes que las
conservaban por completo en su memoria. De esta manera, sin importar los textos que
después tuvieran entre sus manos, o los problemas propuestos para su solución o
demostración, no se veían obligados a repasar las páginas de los libros para buscar los
principios y razones que les permitieran resolver las dudas, sino que de inmediato tenían
disponible en su mente la respuesta a cada caso.

Esto en verdad explica que en ese tiempo existieran tantos sabios capaces de escribir
más libros de los que nosotros podemos leer. Nuestros escolares, por el contrario, no saben o
no quieren seguir el método adecuado para el aprendizaje, razón por la cual contamos con
muchos estudiantes pero con pocos sabios. No obstante, me parece que no menor empeño
debe poner el lector en no desperdiciar su tiempo en estudios inútiles, que en no ser remiso y
en perseverar en los propósitos buenos y útiles. Es malo hacer el bien con desgano; es peor
multiplicar trabajos inútiles. Sin embargo, como no todos tienen la capacidad de discernir lo
que les conviene, le mostraré al lector cuáles son los escritos que me parecen más convenientes,
para luego añadir también unas breves reflexiones sobre el método de aprender. (...)

VI. DE LO QUE ES NECESARIO PARA EL ESTUDIO

Tres cosas necesitan los que estudian: capacidad natural, ejercicio y disciplina. Por
capacidad natural se entiende que el estudiante comprenda fácilmente lo que oye y retenga
firmemente lo comprendido; por ejercicio, que se fomente la capacidad natural con el esfuerzo

76
perseverante; por disciplina, que haya congruencia entre la teoría y la práctica, manifestada en
una vida honorable. (...)

77
Referencias Bibliográficas

Ortega y Gasset, J. (2015). Misión de la Universidad (S. Fortuño, Ed.). Catedra. (Obra original
publicada en 1930). pp.72-83.

Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, Traducción de Antonio Arbea

Trad. de la Escuela bíblica de Jerusalén (1976). Biblia de Jerusalén (edición española). Bilbao
(España): Desclée de Brouwer. p. 1393. ISBN 84-330-0022-5

Hugo de San Víctor. (2014). Didascalicon o ‘Del arte de leer’. Traducción y Notas de José Manuel
Villalaz, Editorial diecisiete.

Los pasajes están tomados de El Libro del pueblo de Dios que es la traducción argentina en
español de la Biblia católica. Se puede consultar en el portal de la Santa Sede.
https://www.vatican.va/archive/ESL0506/_INDEX.HTM#fonteAquino, T. d.
(septiembre de 2012). hjg. Obtenido de Suma Teológica I, q.75 a.1 y 2: (Soria, F., Trad.).
https://hjg.com.ar/sumat/a/c75.html

Los pasajes están tomados de El Libro del pueblo de Dios que es la traducción argentina en
español de la Biblia católica. Se puede consultar en el portal de la Santa Sede.
https://www.vatican.va/archive/ESL0506/_INDEX.HTM#fonte

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