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Me llamo...
No. Mi nombre no es relevante en esta historia. Ni siquiera es mi historia, porque pertenece a otra raza.
Una raza de aves, algo que nunca se había visto en este planeta. Las palabras serán mías, pero la historia
será la suya.
Nos encontrábamos en una misión imposible, o eso creíamos. Nuestra gente acababa de tener una gran
reve-lación, estábamos convencidos de que la propia Auriga nos sonreía y nos prometía un espléndido futuro.
¿Por qué si no brillaban esos rayos de Polvo sobre las ruinas como si fueran rayos del sol? Rápidamente
organiza-mos una expedición y seguimos los rayos a través de aquél mundo extraño.
La primera ruina era grande y antigua, pero estaba vacía; por el camino aprendí el idioma de los grandes con-
ductores de bueyes, los Goran. ¿La segunda ruina? También grande y antigua, pero plagada de furiosas cria-
PROLOGUE turas de cristal que se arrojaron sobre nosotros destrozando los escudos de hasta nuestros mejores guerreros.
Con esfuerzo y desmoralizados, nos plegamos a las amenazas y exhortaciones de nuestros líderes y volvimos

Prólogo a ponernos en camino. Tragué líquenes y hongos en una galería mientras ejecutaba un ritual de adhesión a un
líder de los Cavadores. ¡Gajes del oficio cuando eres diplomático o erudito lingüístico!
Pero el camino nos condujo a la tercera ruina.

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La ruina que lo cambió todo.
Porque allí, al fondo de una gran grieta que se había abierto como una herida en Madre Auriga, soltando
tierra como si fuera sangre, encontramos la nave. Llevaba allí tanto tiempo que estaba cubierta de árboles
y arbustos, aunque pudimos apartarlos para entrar porque sus raíces no habían penetrado en la carcasa
metálica.
Al ser yo diplomático e historiador, me encargaron analizar la nave; entonces descubrí la gran placa metálica
que había en el suelo. Allí encontré también documentos antiguos en una especie de papel intemporal, guar-
dados en una pequeña cámara que se abrió al tocarla. ¡Y el aire que salió de esa cámara! ¿Qué olor era ese? ¿El
aliento de otro mundo que giraba bajo otro sol? ¿El de los extraños hombres pájaro cuyas imágenes encontré
allí? ¿Era el olor de su última comida o el hedor de su pánico al estrellarse la nave contra la superficie? Ese
olor... metal, papel y animal, pero alterado con fragancias que no conocía; perfumes que jamás volverían a
olerse en Auriga.
Y sostuve las páginas, la riqueza que contenían, y supe que mis dioses me habían escogido, me habían
señalado, me habían instruido y me habían traído aquí con este objetivo. Contemplé los textos, contemplé
la nave y saqué mi primera conclusión.
Las extrañas protuberancias de la nave eran una especie de instrumentos científicos que recababan
y analizaban información. Era una nave de investigación, y el registro pertenecía a un gran científico.
La nave se llamaba BÚHO GRIS.

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En esta nave dedicada a la investigación (según entendí) había un gran fajo de documentos escritos por varias
manos. Las numerosas páginas del principio estaban escritas con calma y serenidad, pero a medida que leía,
vi que las del final se habían escrito apresuradamente. Pero dado que la nave se había estrellado, no me sor-
prendió que los últimos momentos se registrasen bajo mayor estrés...
Comenzaba en una fecha que no sé traducir, así que hasta que alguien lo haga, sencillamente la llamaré:
DIA 1.
Soy Durgo Kura, del clan Stormberth, capitán piloto del Búho Gris. Aunque los comienzos a menudo son
borrosos, como la suma de los eventos de ayer conducen a las acciones de hoy, sé exactamente cuál fue el
primer día de esta aventura.
El Búho Gris se encontraba en los muelles de carga de nuestra instalación en Sykagoja, sede de las palestras
donde unos pocos escogidos luchaban y morían para entretener a los Torianos. En dos amaneceres, me
OPPORTUNITY sentaría de nuevo a los mandos de la nave y la llevaría a Uchi, nuestro mundo natal. Recorría uno de los
pasillos de la instalación; el suelo de hormigón bajo mis talones no casaba con los bosques que se extendían

Oportunidad encima. El cerebro de la nave me habló.


—¿Capitán?
Hice una pausa antes de responder mientras una gigantesca ardilla gigante saltaba entre las ramas. Sacudí los
hombros y las garras. Llevaba semanas sin salir de caza.

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—Sí. —El director Uragiri solicita una reunión.
—Los sistemas siguen sin funcionar. Crucé las puertas y seguí recto, hacia las oficinas, en lugar de ir a la derecha, hacia mis dependencias.
Recorrí varias salas hasta llegar a unas grandes puertas de madera tallada y entré en el despacho del director.
Había ordenado que se me informara al respecto cada diez minutos. Toda la instalación llevaba funcionando
Tenía vistas a una pradera que bajaba hasta un arroyo. A mi izquierda, detrás del bosque, se alzaba la enorme
en modo manual desde hacía dos horas; un error o virus desconocido había desestabilizado toda esta
infraestructura de las palestras. El edificio de madera largo y bajo de mi derecha, con amplios pórticos, era el
infraes-tructura galáctica.
hospital y centro de investigaciones. Allí era donde se había creado a los «mejores» Hisshos.
—Carga de especímenes completada —añadió.
El director estaba fuera en la pradera, cazando neocerdos, y tanto cazador como presas lucían la misma tor-
—Bien. ¿Equipo? peza y sobrepeso. Estaban lo bastante alejadas de él para que pudiera verse solo como un trabajo más. Luego,
de repente, se frenaron y murieron de forma espectacular. Estábamos alterados genéticamente y adiestrados
—Esperando al criador de neocerdos. para el deporte. Instintivamente, alcé los brazos con rabia.
Hice una mueca. Habría preferido partir sin él. Muchos de los «regalos» que recibimos como parte del —Hola de nuevo, capitán. Tengo una sorpresa para usted.
Contrato parecían sutilmente envenenados. Pero estoy satisfecho de lo que he aprendido, de lo que hago y de
aquello en lo que pueden convertirse los Hisshos. Siempre que, como dijo una vez mi hermano, el Contrato Mis ojos y mis pensamientos se apartaron del director y de esa cacería planificada. El cerebro de la nave nunca
no incluya perder el alma. se había dirigido a mí de esa forma. En las pantallas del despacho vi que los sistemas volvían a funcionar.

—¿Capitán? —¿Los... sistemas?

Otra vez esa voz reconfortante y familiar. —Los sistemas. Y yo.

—¿Sí?

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Los pensamientos se arremolinaban en mi cabeza. Si todos los sistemas habían fallado, e incluso el cerebro
de la nave se había visto afectado, el mejor sitio para buscar respuestas era a la vez cercano y prohibido... el
propio sistema del director.
Creyendo que el director aún tardaría, me agaché para mirar sus pantallas. Todo parecía normal... pero había
oído la extraña voz del cerebro de la nave y sabía que no era así. Se me ocurrió que cincuenta palestras, cada
una con muchas cámaras, creaban un volumen de datos que sería difícil imitar o replicar con rapidez. Recelo-
so de pedir al cerebro de la nave que lo hiciera, toqué los símbolos del amplio teclado.
Las pantallas mostraron un pequeño apocalipsis. Las puertas de las palestras se abrieron del todo, las jaulas de
las bestias se desbloquearon y extrañas criaturas de toda la galaxia conocida se liberaron de su encierro para
salir a la arena de sangre y gloria. Vi una manada de kwerna, cazadores con forma de perro, moviéndose en
INTRUSION círculo sobre un único raptosaurio que sensatamente se mantenía contra la pared de la n.º 3. Una tribu de hu-
manoides armados con lanzas tanteaban las arenas de la palestra n.º 7, ajenos a los murciélagos sanguinarios

Intromisión que pululaban en las vigas superiores En la n.º 12, un único Hissho, probablemente una Hermana de Sangre
guardiana del nido, chilló desafiante desde lo alto de una pila de lagartos muertos y heridos, desgarrados
con saña.

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Y así seguía, hasta la 50. Pero cuando volví la vista a la 3, la 7 y la 12, las cámaras solo mostraron la arena Por un segundo, pude ver la 24 cuando apareció en la pantalla. Estaba en blanco y, de repente, se llenó con el
inmaculada de palestras vacías. No había gritos ni carnicerías. Al entrar el director, me aparté cautelosamente fragor del combate. Quizá la eligió al azar, pero era la Hermana de Sangre susurrando sin esfuerzo entre los
de la consola y de las mentiras que arrojaba su pantalla. lagartos, dejando regueros de sangre a su paso.
—¿Qué estás haciendo? —Eso no estaba programado. Y eso... nunca enfrentan a Hermanas de Sangre con algo tan lento como los
hatokage... Cancela la llamada a Seguridad.
La banalidad de la pregunta y su falta de decisión me produjeron vergüenza ajena. Las feromonas de la carne
de neocerdo le volvían tan dócil que ni siquiera supo reaccionar debidamente a mi intromisión. Movió las manos a los lados con paciencia y se dirigió a mí.
—Están atacando la instalación. Se han infiltrado en el complejo y han pirateado los sistemas. Las bestias —Habla.
de la palestra están sueltas.
—No tenemos tiempo. La Gran Guerra de la que habla el Consejo ha llegado a Sykagoja; el enemigo ha
Me apartó y se sentó en su butaca de cuero. hackeado los ordenadores y los sistemas. Ha afectado incluso al cerebro de mi nave.
—Consola. Director Pochari. Muéstrame la imagen de la palestra 24. Asintió con la cabeza.
Miró a la pantalla y añadió: —¿Qué recomiendas?
—…y que Seguridad detenga al capitán piloto Durgo. —¡Volver a Uchi! Irnos en el Búho Gris. Debemos darnos prisa.

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En ese momento, el director no era capaz de actuar, de decidir, de moverse. Se paseó mesándose con las garras
el plumaje de la cresta y del cuello.
Incliné la cabeza hacia él.
—Debemos coger el Búho Gris.
Se detuvo y giró la cabeza para mirarme.
—Sí. El Contrato ha terminado. Pero no me iré de aquí sin nuestra gente.
Señaló la pantalla.
—Las Hermanas de Sangre, los Cazadores, las Madres de la Camada, los Artesanos... todos nos
BLOOD AND BROOD iremos a casa.

Sangre y Camada
—En la nave cabemos cincuenta, sesenta si nos apretamos.
Allí había unos doscientos Hisshos.
Emitió un gruñido.

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Pegué la oreja a la puerta y oí el ruido de la lucha al otro lado. Desenvainé el sable y dejé caer la funda;
—Veremos cuántos consiguen llegar a la nave. no esperaba necesitarla. Miré a Uragiri y señalé hacia la puerta.
—Cerebro... —No es un neocerdo —le dije.
—¿Capitán? Embestimos la puerta con el escritorio de madera para derribarla. Había un guardia muerto (un Toriano con
una porra electrónica), despatarrado delante de las puertas de la entrada de la instalación; un par de gatos
—Traza un rumbo para liberar a la máxima cantidad de Hisshos en una hora. Nos puedes llevar a los
selváticos de longitud igual a mi altura dejaron de devorarlo y se giraron para atacarnos.
dormitorios, a las salas de entrenamiento, ¿cierto?
Eran depredadores furiosos, listos para la caza, y yo no había librado un combate a muerte en muchos años.
—¡Por supuesto! —dijo riéndose con un tono de voz muy diferente a su habitual soniquete monocorde.
Pero éramos Hisshos, igual que nuestras armas. Desvío, contraataque, finta, golpe. Contraataca, logra ventaja.
Mientras hablábamos, el director abrió uno de los armarios empotrados en la pared y se puso su traje blinda- Finta, finta, ataque.
do. Yo en mi multiherramienta solo tenía el cuchillo. Me lanzó un sable envainado, largo y curvado.
No, el cuerpo nunca olvida.
—¿Te acuerdas de cómo se usa?
El olor metálico y acre de la sangre de los gatos resonaba como un tambor en mi cabeza mientras subíamos
—La mente olvida. El cuerpo jamás. las escaleras.

Blandí el arma, sopesándola y sintiendo correr la sangre en mis venas. Mis oídos captaron ruidos del exterior, —Las puertas al final de este pasillo dan al Ala Negra —dijo el cerebro de la nave.
mis ojos siguieron motas de polvo, mi nariz olfateó el aceite que los Uragiri usaban para lubricar su armadura.
—Allí deberías encontrar Hermanas de Sangre y Cazadores supervivientes. Las Madres de la Camada y los
La manipulación Toriana de los términos del Contrato no había afectado a los ancestrales instintos Hisshos.
Artesanos estarán a la izquierda, al final de la Gran Escalera, en el Ala Verde. Si quieres raciones y armas,
El director me sonrió. puedes acceder al ala del almacén, en la planta superior.

—Una sensación fantástica, ¿verdad, capitán piloto? El director Uragiri estaba indeciso; yo no. Entramos en el Ala Verde para salvar nuestro futuro, Madres de la
Camada embarazadas y Artesanos científicos.
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Las Hermanas de Sangre y los Cazadores, pensé, no necesitan mi ayuda. Andaríamos cortos de suministros,
pero la vida también es corta. Seguí hasta el final de la sala y giré a la izquierda. El pasillo se ensanchaba en
los siguientes cuarenta pasos para acabar en una puerta corredera de cristal de muchos metros de anchura y
altura.
Uragiri jadeaba a mi espalda.
Esta gran entrada a la instalación solo se usaba para retransmisiones. Pantallas de nuestro mundo natal y el
aroma de sus plantas llenaron el gran vestíbulo; en ese momento desee que el furor del combate, el takamera,
no hubiera amplificado mis sentidos. A la carrera y en silencio, cruzamos el espacio abierto pero, al abrirse las
puertas, escuchamos la cacofonía del combate.
Los anchos y altos escalones de la Gran Escalera son en sí mismos otra palestra que desciende hacia un vasto
patio interior. Durante las ceremonias se decoraban con banderolas brillantes y mullidas alfombras, pero
THE GREEN WING ahora brillaban de sangre y estaban cubiertos de cadáveres. Temibles lobos perseguían a los neocerdos; un
raptosaurio acechaba a un marsupial gigante; hacia la parte inferior, un halcón de combate devoraba un uro

El Ala Verde cornudo cuya pata trasera aún coceaba.


La entrada al Ala Verde se hallaba en una ancha plataforma a mitad de camino, a la izquierda. Vi que las altas
puertas verdes estaban rotas y se me aceleró el pulso. Cualquier Hissho preferiría morir antes que dejar que
las bestias amenazaran el nido.

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Bajamos corriendo las escaleras de un metro de ancho con los talones rascando el hormigón mientras los —Alimentándose. Vengándose. Nos encontraremos en la Puerta de la Jungla para poner a salvo
lobos se disputaban con el raptosaurio los restos del marsupial La bestia agonizante liberó sus feromonas de a las Madres de la Camada.
rabia y el aire se llenó de un fuerte olor rancio. Al olisquearlo, los neocerdos se volvieron con los ojos encen-
didos y, mientras enfilábamos las escaleras, cargaron contra Uragiri. —Aquí nadie estará a salvo. Sykagoja se va a convertir en un campo de batalla. Los Torianos están
en gue-rra. Debemos ir a la nave. Regresar a Uchi.
¿A tantos había matado? ¿Poseían memoria colectiva? Le abandoné a su suerte, ya que prefería morir prote-
giendo a las Madres de la Camada antes que combatir al almuerzo irritado de un burócrata. La ironía es una Apartó la espada y se acercó. Pude ver con más claridad las cicatrices de su rostro, una mirada distante
compañera inesperada en los combates a muerte. sustituyó brevemente al estado takamera hiperconsciente.

Me lancé hacia la puerta verde y me detuve en la tenue luz para ver, oler y escuchar. Pararme fue buena idea, —Uchi…
porque dos pasos más allá una espada Hissho me habría rebanado el cuello.
Silbó por encima del hombro y un grupo de Hisshos y otras razas surgió de la oscuridad, avanzando con
—Eres lento —dijo una voz áspera. dificultad.

Moví los ojos. Era la Hermana de Sangre de la palestra. —Bien —dijo —. ¿Y ahora qué?

—Eso mismo te diría yo si intentaras pilotar una nave —repliqué. Las Madres de la Camada eran mi prioridad.

—¿Las otras Hermanas de Sangre? ¿Los Cazadores? —A la nave —ordené.

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—Tenemos que llevar a las Hermanas de Sangre al Búho Gris —decidí.
—Cerebro, dile a todos los Hisshos que queden en la instalación que se reúnan con nosotros en la nave.
Los que no puedan, entenderán el sacrificio.
Hicimos las presentaciones rápidamente y nos dirigimos al exterior. Además de la Hermana de Sangre,
Akama Daitan, había cuatro Madres de la Camada cuyo amplio contorno las distinguía de las delgadas figuras
de otras dos Hermanas de Sangre que hacían de guardianas. Con ellas había cuatro científicos Artesanos
Hisshos, dos humanoides Raian, un robot verde pálido muy bien armado y un científico bajito con tres ojos.
Subimos velozmente la Gran Escalera, cruzamos las vastas puertas de la instalación y avanzamos tan rápi-
do como pudimos por los pasillos y las escaleras que subían a los niveles superiores. Tuvimos que parar dos
veces a luchar contra las bestias: una manada errante de kwerna, que mató a uno de los humanoides e hirió
TO THE OWL gravemente a un Artesano, y un par de robots de seguridad que lucharon contra el cerebro de la nave y contra
nuestro robot verde pálido. Salimos victoriosos de una batalla extraña y silenciosa que tuvo lugar en las redes

Hacia el Búho
sin disparar un solo tiro.
Nos detuvimos en la parte superior de la instalación.
—El tejado será peligroso —vaticinó Akama.

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—Nos verán.
—Timothy Cuatro-E-R —emitió en un tono sorprendentemente cálido y educado.
—No, ven mejor con sus sistemas de seguridad —afirmó Cerebro.
—Xenobiología, adaptación, genética de especies.
—El tejado será más seguro.
El Raian me agarró el brazo.
Subimos. Normalmente, la puerta que daba al tejado tenía alarma y seguridad; pero en ese momento esta-
—Mira, acabo de entregar equipo de laboratorio. No sé...
ba abierta y se balanceaba con la cálida brisa. Las tres Hermanas de Sangre la cruzaron y segundos después
silbaron para indicar que estaba despejado. Yo salí y las vi colocadas en formación triangular en la azotea Le empujé con fuerza y señalé al lado opuesto del tejado.
plana, agachadas y alerta, vigilando el cielo. Mientras los demás cruzaban la puerta, me tomé un instante para
contemplar el grupo de refugiados que había recogido. —Luego. Vete o quédate. Pero no hay tiempo para hablar.

Primero salieron las Madres de la Camada, fuertes y silenciosas. Entonces, las tres Hermanas de Sangre avan- Se movió vacilante y junto a él pasó el científico de tres ojos, que parecía nervioso, si no aterrorizado,
zaron; estaba claro a quién protegían. A continuación, dos de los Artesanos ayudando al herido, y un cuarto esforzándose para permanecer con el grupo.
empuñando espada corta y pistola. Todos tenían el plumaje oscuro con los tonos marrones y verdes de los
Yo corría a un lado; las Hermanas de Sangre y las Madres de la Camada iban a buen ritmo.
clanes técnicos de los Hika Savanna. El herido era seguramente el superior, dada la deferencia con la que le
El cerebro de la nave me habló.
trataban.
—El Raian y el científico ralentizan la marcha. Y también el Hissho herido. Los sistemas de defensa
El robot era un objeto alto y esbelto, con forma cónica o piramidal y una maraña de articulaciones para
se están activando y podrían detener la nave.
percibir y manipular. De su parte superior surgieron dos cámaras que observaron con atención.

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Con arrogancia, asumí que la suerte y el tiempo seguían de nuestro lado.
—¡Hermanas! —grité a las figuras que avanzaban con ligereza delante—. No corráis tanto. Tenemos que
llegar todos al Búho Gris.
Akama Daitan, la Hermana de Sangre a la cabeza del triángulo protector me contestó.
—¡Si vamos más despacio, habrá bajas! Nuestra primera responsabilidad son las Madres de la Camada.
—No abandonaré a los demás a su suerte. ¡Más despacio!
De mala gana, redujeron el paso. Estábamos a mitad de camino del vasto tejado, avanzando a un trote lento.
El Raian y el Haroshem se quedaban rezagados y el Hissho herido ralentizaba a su equipo de Artesanos.
—¡Más despacio! —les grité.
Akama se giró, pero antes de que dijera nada un aeropolicía robótico surgió en el lado izquierdo del tejado
con las luces amarillas intermitentes y dirigió el láser del objetivo hacia la Hermana de Sangre más cercana.
THE GAUNTLET
—No podéis estar aquí. Volved a vuestras dependencias.

El Guantelete Era una voz femenina, sosegada y amable, no como las balas de advertencia que impactaron en el tejado.
—¡Cerebro! ¿Puedes hackearlo?
—Sus sistemas están cerrados y fuera de la red. Por eso no hemos recibido el aviso.
Una segunda ráfaga impactó en la dura superficie y la Hermana de Sangre de la izquierda pensó que le había
pasado demasiado cerca. Antes de que Akama o yo pudiéramos decir algo, salto hacia el pequeño aeropolicía
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recibiendo una lluvia de balas mientras le clavaba su arma en los ventiladores a través de la rejilla defensiva.
El aeropolicía se inclinó a un lado y a otro, rebotando erráticamente por el tejado hasta caer. El repentino El Artesano Hissho moribundo susurraba algo tosiendo a su subalterno mientras le agarraba del brazo
silencio que siguió quedó roto por una explosión, pero yo no estaba escuchando. Miraba a una de las derecho. Le arrastraron hasta la puerta y pusieron su mano contra la placa de entrada. El tercero le inyectó un
Hermanas de Sangre derrumbándose lentamente, con docenas de orificios que manaban sangre. En su último potente estimulante. El Artesano se levantó para que le escanearan el ADN y solicitó la evacuación en una voz
aliento, dijo una palabra; la misma que Akama gritaba: sorprendentemente clara.

—¡Corred! La puerta se abrió, y al hacerlo, las torretas defensivas del exterior se activaron.

Grité al grupo. Oía respiraciones forzadas, pasos erráticos, toses. Habíamos atravesado la instalación, subido —¡Marchaos! —gritó el Artesano, saltando para interceptar el fuego del láser.
escaleras y ahora corríamos por una azotea. Solo las Hermanas de Sangre estaban en forma para aguantarlo Dos de sus asistentes ignoraron la orden y murieron a su lado; el último entró con nosotros. Me giré para
sin problemas; a los demás nos impulsaba la pura adrenalina. evaluar la situación y vi que las dos Hermanas de Sangre y las tres Madres de la Camada ya llevaban mucha
Logramos alcanzar el otro extremo del tejado, cruzamos una pasarela y llegamos a salvo a una entrada de ventaja.
mantenimiento a los hangares; el cerebro de la nave había desactivado sus defensas láser. La enorme mole —La nave —grazné.
de la estructura, empotrada en una ladera de la colina, se alzaba frente a nosotros; pero a un lado pude ver al
Búho Gris. Al parecer, Cerebro la había preparado para el despegue y la había sacado de su zona de amarre. La tercera Madre de la Camada dio dos pasos y cayó. ¿El corazón? ¿Una herida? No tenía ni idea. Detrás de
Todos estábamos doblados o de rodillas, excepto las Hermanas de Sangre, que permanecían alerta con los nosotros, la puerta se abrió y dos guardias Torianos armados con porras eléctricas nos salieron al paso. En ese
ojos brillantes. momento, supe que no lo había conseguido, y lo asumí.

«Necesito diez minutos», pensé. —Cerebro, transfiere todas las claves, códigos y contraseñas al Artesano Hissho superviviente. Genera un
archivo impreso para la biblioteca del nido y encárgate de entregarlo. Al resto, os ordeno volver a la nave y
Pero el destino no consideró oportuno concedérmelos. partir hacia Uchi. Llevad a las Madres de la Camada supervivientes a casa.
—¿No puedes volar la puerta? —preguntó el Raian dándole una patada. Luego, me giré hacia los guardias. Me decían que hiciera algo, pero no les escuchaba.
—Estamos armadas para asaltos en la palestra, no para combates urbanos —comentó la otra Hermana Sentí la fuerza de la espada en mi mano.
de Sangre con una sonrisa de tristeza.
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La nave sufrió daños en el despegue, pero conseguimos alejarnos lo bastante de Sykagoja como para evitar la
fuerza gravitatoria. Me ocupé de los supervivientes y de los siete polizones antes de curar mis propias heridas
y echarme a descansar. El papel de la Hermana de Sangre siempre es proteger, asegurar.
Pero yo seguía enfadada por nuestras bajas. Nesa Ye, la Madre de la Camada, y mi Hermana de Sangre, Katte
Shogata, deberían estar con nosotras. La pérdida del capitán piloto es lamentable, pero su falta de visión para
elegir las prioridades condujo a lo inevitable. En su favor, la imagen de su última acción enfrentándose a los
guardias Torianos le honra. Que su espíritu halle descanso en el Último Nido.
Pero para un guerrero es inútil irritarse por lo que podría haber sido; lo que me preocupa es dónde estamos
y qué debemos hacer ahora. No se puede pilotar un vehículo mirando por las cámaras retrovisoras...
DIA 2.
Soy Akama Daitan, de las Colinas de Camporrojo, Hermana de Sangre, entrenada en Sykagoja por el espíritu
COURSE CORRECTIONS y los recuerdos de Keka Reikoku. Por la gloria de mi pueblo, mis espadas están rojas; gracias a mis victorias en
la palestra, hay centros de entrenamiento, museos y escuelas. En las Colinas de Camporrojo hay una academia

Correcciones De Rumbo
con mi nombre donde se entrenan otras Hermanas de Sangre. He tenido una buena vida... aunque esa es una
idea peligrosa; siempre hay que estar preparado para renunciar a ella por el bien del nido.
Al despertarme fui al puente, donde el nuevo capitán piloto estaba sentado debajo de mí. Preferí mantenerme
en un papel dominante, ya que no deseaba que el otro intentara asumir el liderazgo. No pensaba poner en
otras manos la suerte de las Madres de la Camada por segunda vez.

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Mis pensamientos se vieron interrumpidos por el robot que nos había acompañado en la fuga, el que se llama
a si mismo Timothy 4-ER. El capitán piloto miraba a otro lado, pero le vi encogerse de hombros.
—Capit... —miró al capitán piloto en su asiento y luego a mí; hizo una pausa. —Los Torianos. Pero está en disputa.
—Comandante, los superconductores que controlan las placas del Efecto Casimir han resultado dañados. —Muy bien. Ese es nuestro destino. Nos acercaremos con precaución. A ver qué podemos hacer para que
Los necesitamos para generar la energía de vacío cuántico y atravesar el agujero de espacio-tiempo. nuestra nave parezca insignificante, dañada, vacía...
Incliné la cabeza y esperé. A veces, hay que pararse a predicar brevedad. —Hay técnicos en hibernación que podrían ayudarnos —propuso.
—Ah. Eeeh, no podemos atravesar agujeros de espacio-tiempo. Hay un generador dañado. Puede que el capitán piloto fuese un aliado reticente.
Uchi, nuestro planeta, que parecía tan accesible, de repente se alejaba. Desgraciadamente, quizás mi desti- —Despiértalos. Si tenemos suministros suficientes, despierta a todo el mundo.
no estaba en otra parte, y una vez más lo habría contemplado... Se me erizó el cuello. No era el momento de
ensoñaciones. Me volví para marcharme y hacer un inventario de las armas, pero me detuve con curiosidad.

—¿Dónde podemos ir a repararlo? —Por cierto, ¿cómo se llama el planeta?

Fue el capitán piloto quien respondió. 4-ER respondió:

—Según el cerebro de la nave, en el sistema solo hay un planeta que alberga las instalaciones necesarias. —Las cartas solo contienen designaciones y coordenadas numéricas. Pero según el ordenador, su nombre
es Auriga.
—¿A quién pertenece?

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«La historia del Búho Gris fue escrita de mi puño y letra bajo las órdenes
de la mente comunitaria.

El proyecto comenzó cuando se nos ocurrió que sería divertido crear


una historia que enlazara los tres juegos (Dungeon, Legend y Space 2),
aña-diendo además tradiciones y algunos detalles sobre el universo. Cada
dos semanas escribía unas 500 palabras y preparé tres posibles finales; la
comunidad decidiría el final de la historia.

Nuestros jugadores lo pasaron genial participando y espero que los


lectores disfruten de esta pequeña mirada bajo el manto del universo
de los Eternos tanto como yo disfruté creándola.»
Únete al futuro del desarrollo de juegos.
- Jeff SPOCK, director narrativo de Amplitude Studios
Creemos juntos GAMES2GETHER.
www.games2gether.com

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MIS-ES2-BOOK-SP

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