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1. Pon la coma en el lugar correcto, Andrea y piensa qué tipo de coma es.
2. Deseo de corazón, estimado estudiante que hayas leído con ahínco el recurso
sobre la coma.
3. ¿Ha sido suficiente el trabajo que has realizado, Pedro?
4. Siendo las once de la mañana, murió el artista vallenato.
5. Dejó a un lado su pistola, entregó las municiones, miró al consejero y firmó el
acuerdo de paz.
6. A pesar de no ser de mi agrado, acepté su invitación.
7. La lluvia favorece a los cultivadores, pero aleja a los turistas.
8. La suposición, asegura el general es la madre de todos los errores.
9. Es la mujer más bella, cándida, cariñosa y mide tan solo 150 m.
10. Luisa toca el violín y Pedro, la viola.
11. Concluido su discurso ante la ONU, el presidente electo abrazó al secretario
general, le dijo a este que estaba invitado a visitar el país y de igual modo
concertar planes para luchar contra la pobreza.
12. El juez se equivocó, como cualquier otro ser humano.
13. Usted tiene diez segundos para colocar las comas en su lugar correcto, para
que usted gane agilidad mental, porque el mundo laboral se lo exige sobre
todo en estos tiempos tan difíciles y apresurados.
14. Teresa ordeña la vaca y Juan, la llama.
EL CASTELLANO
En torno a las carabelas, prendidas como moluscos a los cascos de madera, ondeando
en el velamen, aferradas a las anclas y enredadas en los cabos, venían las palabras.
Venían de lejos, hijas de griegos, latinos y árabes, ya eran ricas, antiguas y sabias de
muchos siglos; pero ahora procedían de España, de tierras duras y áridas, y se habían
moldeado en la fragua de un imperio violento y ambicioso, pulidas como las piedras
del río mediante golpes y tropiezos, a punta de caricias de lenguas y choques de
saliva. Quizás por eso, desde hacía tanto tiempo, las palabras habían deseado lo
contrario; ya no lo seco y lo tosco, sino la frondosidad, la exuberancia y el canto del
agua, y así eran. Barrocas sin saberlo. Palabras profusas, melodiosas y, más que nada,
sonoras, de manera que cuando por fin divisaron las costas nuevas, las orillas
amuralladas de árboles colosales, las playas infinitas de arenas relucientes, las selvas
indómitas de fronda tupida y verde (verde, todo el tiempo verde), más esas tierras
húmedas y perfumadas, se sintieron, también, a gusto. En casa. Con ganas de
quedarse, entonces cayeron con las anclas. Avanzaron en las palas de los remos.
Desembarcaron en las gargantas roncas de sed y oro, en las miradas de codicia, en el
brillo de los sables, en las puntas de los hierros y en la pólvora de las armas.
Desembarcaron en banderas enarboladas y en prendas olorosas a sudor y fiebre,
desembarcaron en los relinchos y en los ojos desorbitados de las bestias de trancos
temibles, y saltaron de los documentos oficiales, de las cartas de los reyes, de los libros
de la Iglesia. En seguida. Con el primer saludo de temor y cautela, procedieron a
devorar las palabras de los nativos. con la ayuda de los ladridos y gruñidos de los
mastines, se tragaron lo que salía de aquellas bocas llenas de asombro, llenas de
espanto. Absorbieron todo lo que escucharon. Parecían insaciables, devoraron los
nombres, los gritos, los cantos y los sortilegios de la tierra. Decapitaron a los dioses,
atravesaron cordilleras y páramos fantasmales, se tendieron sobre sabanas y planicies,
escalaron los peldaños de las pirámides, y sortearon vastos lagos y ríos turbulentos,
derrotando con ferocidad y avidez, conquistando los vocablos aborígenes. Al final.
Asistidas por el fuego y el látigo, de sus fauces chorreaba la sangre de las lenguas
indígenas, y con ese banquete crecieron, se multiplicaron y ensancharon, y aquí se
quedaron, en efecto, para siempre. Después, mucho tiempo después, el viento las llevó
de vuelta a su tierra de origen. ahora venían impresas en hojas de papel, refinadas y
chispeantes, cantando en deslumbrantes libros de poesía, y más adelante en novelas
frescas y audaces. Eran, y ya no eran, las mismas. Aquí habían madurado; habían
bebido de otros dialectos, habían descubierto nuevos giros y matices, habían
absorbido las jergas que iban descubriendo en su camino, y recogiendo como una
esponja. En el sudor y en la sangre de los esclavos, otras voces, otras lenguas, otros
sueños, regresaban; entonces, más finas y precisas, más ricas y sonoras. Más eficaces. Y
todavía más bellas. Estas son, a fin de cuentas. Las palabras del castellano.