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C. LA OBRA DEL ESPIRITU SANTO EN EL CREYENTE.

Hemos visto brevemente la revelación del Padre mediante el Hijo, y también la revelación del Hijo
mediante el Espíritu Santo. Ahora es nuestra tarea observar la manera en que el Padre y el Hijo son
revelados dentro y a través de aquellos que son creyentes en Cristo en el mundo hoy. Este es un
ministerio más amplio del Espíritu Santo.

1. La obra del Espíritu en la salvación.

1.1. El creyente es nacido de nuevo del Espíritu Santo.

El tema del nuevo nacimiento es tratado bajo la sección de regeneración en este libro (vea cap. 5, la
doctrina de salvación). Enfatizamos aquí el hecho de que esta experiencia es lograda mediante el
Espíritu Santo. Jesús dijo a Nicodemo, “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el
reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:5,
6). Cuando uno nace naturalmente, vida natural le es impartida. En un grado bien definido, Adán perdió
la vida espiritual cuando pecó. Muchos creen que perdió la morada interior del Espíritu Santo. Dios
había advertido que la muerte seguiría a la desobediencia a su palabra (Gn. 2:17) y, como resultado de
su pecado, Adán quedó en oscuridad espiritual.

Myer Pearlman comenta sobre el resultado de esta oscuridad, o falta del Espíritu Santo en el hombre no
regenerado:

En relación con el entendimiento, el inconverso no puede saber las cosas del Espíritu de Dios (I Cor.
2:14); en relación con la voluntad, no puede ser sujeto a la ley de Dios (Rom. 8:7); en relación con la
adoración, no puede llamar a Jesús “Señor” (I Cor. 12:3); en lo que respecta a lo práctico, no puede
agradar a Dios (Rom. 8:8); con respecto al carácter, no puede dar fruto espiritual (Jn. 15:4); con respecto
a la fe, no puede recibir el espíritu de verdad (Jn. 14:17).

Esta nueva vida espiritual es impartida al creyente mediante el Espíritu Santo que mora en él, que es la
marca de un cristiano nuevo testamentario. “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu,
si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”
(Rom. 8:9). Citamos otra vez a Pearlman: “Una de las definiciones mas completas de lo que es un
cristiano, consiste en que en él mora el Espíritu Santo. Su cuerpo es el templo del Espíritu Santo, y en
virtud de dicha experiencia es santificado, así como el tabernáculo fue consagrado como la morada de
Jehová.” “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo el cual está en vosotros, el cual
tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (I Cor. 6:19).

Esto no debe ser confundido con el bautismo del Espíritu Santo, que es un derramamiento del Espíritu
posterior a la salvación, dado a que no es la impartición de la vida espiritual, sino de poder para el
servicio espiritual.

1.2. El Espíritu Santo da testimonio al creyente de ser hijo.

“El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo …” (I Jn. 5:10). “El Espíritu mismo da
testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Rom. 8:16).“Y por cuanto sois hijos, Dios
envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gál. 4:6). Es importante
notar que en cada uno de estos versículos el Espíritu es el que toma la iniciativa. Él es el que da
testimonio dentro del corazón del creyente. Esto no es sólo un sentimiento interior. Es el testigo divino
de una nueva relación llevada a cabo por el Espíritu Santo; y cuando es lograda, Él es quien testifica de
su realidad.

1.3. El Espíritu Santo bautiza al creyente en el cuerpo de Cristo.

“Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo,
siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos
bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres …” (I Cor. 12:12, 13).

Mucha confusión ha surgido sobre este versículo porque algunos han enseñado que aquí se está
refiriendo al bautismo con el Espíritu que los ciento veinte recibieron en el día de Pentecostés. Por lo
tanto, se dice que todos reciben el bautismo con el Espíritu Santo cuando son salvos. Hay una diferencia
vital entre el Espíritu Santo bautizando a los creyentes en el cuerpo de Cristo, una operación del Espíritu
Santo, y el ser bautizado con el Espíritu Santo, que es una operación de Jesús. Juan el Bautista dijo, “Yo a
la verdad os he bautizado con agua; pero él [refiriéndose a Cristo] os bautizará con el Espíritu Santo”
(Mr. 1:8).

El bautismo del que se habla en I Corintios 12:13 es conducido por el Espíritu Santo, y tiene que ver con
la posición del creyente en Cristo; mientras que el bautismo del que habla Juan en Marcos 1:8 es
conducido por Jesucristo, y tiene que ver con el poder para servicio. En el primero de estos dos
bautismos, aquel en el Cuerpo de Cristo, el Espíritu Santo es el agente, mientras que el Cuerpo de Cristo,
la iglesia, es el medio. En el segundo, Cristo es el agente y el Espíritu Santo es el medio. El versículo en I
Corintios capítulo doce, enseña que todo creyente es hecho miembro del cuerpo de Cristo, la iglesia,
mediante una operación del Espíritu Santo llamado bautismo.

Primera de Corintios 10:1, 2 declara: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres
estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y el
mar …” Los creyentes cristianos son bautizados “en Cristo.” Bautismo significa muerte, sepultura y
resurrección. Se dice que el pecador es bautizado en el cuerpo de Cristo porque por la fe toma el lugar
de la muerte con Cristo en el Calvario, y se levanta con vida nueva en unión con Cristo. El bautismo en
agua es un símbolo exterior de aquello que en realidad es logrado por el Espíritu Santo.

1.4. El Espíritu Santo sella al creyente.

“En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y
habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra
herencia hasta la redención de la posesión adquirida …” (Ef. 1:13, 14). “Y no contristéis al Espíritu Santo
de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Ef. 4:30). El sello del creyente trae al
pensamiento la idea de posesión. Cuando somos salvos, Dios coloca su sello de dominio sobre nosotros.

Era común, en los días de Pablo, que un mercader fuera al puerto y eligiera ciertos trozos de madera
poniendo su marca o sello. El sello de posesión de Dios a sus santos es la presencia del Espíritu Santo
morando en sus corazones. Esta es el arra o contrato de que ellos son suyos, hasta el día cuando Él
regrese a tomarlos para sí mismo. “Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce
el Señor a los que son suyos” (II Ti. 2:19a).

2. La obra del Espíritu Santo posterior a la salvación.

Hemos estudiado el papel tan importante que el Espíritu Santo ocupa en la salvación de un alma, y nos
hemos dado cuenta de que sin este ministerio nadie podría llegar a ser un hijo de Dios. Sin embargo,
después de que el corazón humano ha sido regenerado por el Espíritu de Dios y la vida de Cristo ha sido
impartida, el Espíritu Santo no se retira. Si fuera así, el nuevo cristiano pronto volvería a sus antiguos
caminos. El Espíritu Santo tiene un ministerio continuo que busca ejecutar en todo creyente; es en
verdad el secreto de la fuerza y progreso de la nueva vida espiritual. Enfatizaremos aquí que el Espíritu
Santo continúa siendo el agente activo en el caminar progresivo de los hijos de Dios.

2.1. El creyente es santificado por el Espíritu Santo.

El tema de la santificación se encuentra en el estudio de soteriología; aquí señalaremos que el Espíritu


Santo tiene una parte integra y vital en esta fase del desarrollo cristiano. “Elegidos según la presciencia
de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo …” (I
P. 1:2; vea también II Tes. 2:13). Al tratar la doctrina de la santificación observamos que la santificación
tiene dos fases: la primera consiste en ser separados para el Señor, y la segunda consiste en limpieza
necesaria y continua. El pasaje recién citado enfatiza lo que podríamos llamar el progreso de la
salvación. Es mediante la elección del Padre, la separación o santificación del Espíritu Santo, el rociado
de la sangre de Jesucristo, y el creer en la verdad de la palabra de Dios. El mundo, la carne y el Diablo
están siempre presentes en el diario andar del cristiano. Así como un pecador no puede salvarse a sí
mismo, tampoco un creyente puede sostenerse fuera de la fuerza diaria impartida por el Espíritu Santo.
El cristiano disfruta de este ministerio de gracia al creer en la palabra de Dios y al rendirse al Espíritu
Santo.

2.2. El creyente se capacita para humillar la carne mediante el Espíritu Santo.

Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las
cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz
… Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en
vosotros … Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el
espíritu vive a causa de la justicia … Así que, hermanos, deudores somos, conforme a la carne; porque si
vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis (Rom.
8:5–13).

La palabra “carne o carnal” significa “sensual.” Pablo nos dice que es imposible hacer la voluntad de Dios
con la mente carnal: “… porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según
la carne no pueden agradar a Dios” (Rom. 8:7, 8). Es el Espíritu Santo quien nos capacita para humillar,
hacer morir a la carne y vivir victoriosamente en el Espíritu. Hacemos morir las obras de la carne al
reconocer al viejo hombre crucificado con Cristo (Rom. 6:11), y al elegir el andar bajo la guía y el poder
del Espíritu Santo.

2.3. El Espíritu Santo transforma al creyente a la imagen de Cristo.

Este pensamiento también tiene que ver con la influencia santificadora del Espíritu Santo al transformar
la naturaleza de los hijos de Dios. “Por tanto nosotros todos, mirando a cara descubierta como un espejo
de gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu
del Señor” (II Cor. 3:18). Weymount traduce este versículo: “Mas todos nosotros, como con la faz sin
velo reflejamos la gloria de Dios, siendo transformados a la misma semejanza, de gloria en gloria, aun
como es derivada del Espíritu del Señor.”

Pablo, hablando del hecho de que los cristianos son epístolas de Cristo, dice: “escrita no con tinta, sino
con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón” (II Cor. 13). La
figura cambia en el versículo dieciocho y asemeja al cristiano a un espejo que refleja la imagen de la
gloria de Dios. La cara de Moisés resplandecía a medida que descendía del monte Sinaí dado a que al
comunicarse con Dios (II Cor. 3:7),tuvo que poner un velo sobre su rostro para que la gente pudiera
mirarlo a causa de que la gloria del Señor era resplandeciente.

Nuestra faz, dice Pablo, no tiene velo, sino que esta descubierta al reflejar la gloria de Cristo Jesús. Lo
asombroso es que mientras nosotros reflejamos la gloria del Señor y otros la ven, algo ocurre dentro de
nuestra vida. Somos cambiados (literalmente la palabra es “trasformados”) por la operación del Espíritu
Santo a la misma imagen de Cristo que estamos esforzándonos por reflejar. Si mantenemos nuestro
enfoque en Jesús, la impresión de su imagen va a ser implantada sobre nuestras propias vidas mediante
el ministerio interior del Espíritu Santo.

2.4. El Espíritu Santo fortalece al creyente y le revela a Cristo con mayor intensidad.

Para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior
por su Espíritu [¿con cuál propósito?] para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que
arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cual
sea la altura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento, para que seáis llenos de toda plenitud de Dios (Ef. 3:16–19).

Lo que Jesús tuvo en mente cuando dijo sobre el Espíritu Santo, “El me glorificará” (Jn. 16:14), está
expresado en los versículos anteriormente citados. ¿Quién sino el Espíritu de Dios podría capacitamos
para comprender tales revelaciones de gracia sobre la persona y naturaleza de nuestro maravilloso
Señor? Este ministerio de revelación que el Espíritu Santo ejerce sobre la mente renovada del creyente,
es con el propósito de traerlo al lugar donde este puede ser lleno de toda la plenitud de Dios” (Ef. 3:19).
A medida que Él revela estas cosas es que el creyente experimenta el deseo de tenerlas, y entonces la fe
y el deseo se extienden para poseerlas.2.5. El Espíritu Santo guía a los hijos de Dios.

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Rom. 8:14). “Pero si
sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley” (Gál. 5:18). “El os guiará”, Jesús dijo del Espíritu Santo
(Jn. 16:13). Uno de los privilegios más grandes de los hijos de Dios es el de ser conducidos por la
omnisciente e infalible guianza del Espíritu Santo. Consideremos que estamos pasando por un camino
por el cual jamás hemos pasado. Estamos atravesando por territorio peligroso, con enemigos por todos
lados. ¡Que bendición es tener a un guía que conoce todo lo que hay por delante! El Espíritu Santo es
una persona, y su guía convierte nuestra vida en un viaje personalmente conducido por Él. Y no
solamente el Espíritu Santo guía a los hijos de Dios, sino que les capacita y da poder a cada uno para
andar en la senda de su elección.

2.6. El Espíritu Santo ejecuta el oficio de Consolador.


En cuatro pasajes de la escritura en el Evangelio de San Juan, Jesús se refiere al Espíritu Santo como el
Consolador. Los pasajes son 14:16–18; 14:26; 15:26; y 16:7–15. Debido a que éstos serán estudiados con
considerable detalle en la sección futura, no serán ampliados aquí. (Vea sección II. “El ministerio del
Espíritu Santo como Consolador”.)

2.7. El Espíritu Santo produce fruto en la vida del creyente.

El tema del fruto del Espíritu será tratado en detalle en otra sección más adelante. (Vea sección III. “El
fruto del Espíritu”.) Las siguientes escrituras son sumamente pertinentes al tema: Gál 5:22; Rom. 14:17;
15:13; I Ti. 4:12; II Ti. 3:10; II Cor. 6:6; Ef. 5:8–9; II Ti. 2:24–25; II P. 1:5–7.

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