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05 DOMINGO PASCUA. Ciclo A.

REFLEXIONES EN VOZ ALTA SOBRE LAS LECTURAS


DE LA PALABRA DE DIOS DEL DOMINGO

por Fr. Carlos Villalobos, O.P.

Hechos 6,1-7; Salmo 33 (32, 1-2.4-5.18-19); 1 Pedro 2,4-9; Juan 14,1-12.

La vida está llena de caminos. Hay caminos que conducen a un destino y hay caminos sin salida
que obligan a retroceder y tomar otro camino. Todos sabemos que hay caminos que no tienen salida.
Otros caminos tienen salida, pero son inseguros, oscuros y peligrosos. Hay caminos fáciles, los hay
empinados, rectos, curvos y exigentes. A veces es fácil verse tentado a tomar caminos que requieran poco
esfuerzo, el “camino fácil”, el que nos exige poco y nos ofrece mucho. Sin embargo, no todos los caminos
llevan a la vida, aunque así lo parezca.

Para un cristiano, ¿cuál es el camino que lo lleva a la vida verdadera? Ciertamente, no se trata de
un camino material que se recorre a pie o en auto, sino de un modo de ser, de vivir y de darse. Jesús nos
dice que él es el camino. Lo curioso es que no siempre lo escogemos a él como el camino que queremos
seguir. De lo que sí podemos estar seguros es que por donde nos lleve y adonde nos lleve habrá vida
abundante. Nuestro gran desafío es seguirlo a él con esperanza y confianza. Sólo en él podemos
sostenernos a sabiendas que estaremos al seguro. De esto nos hablarán las lecturas de este domingo.

La primera lectura es del libro de los Hechos de los Apóstoles. El autor del libro deja atrás los
resúmenes idealizados del modo como se aspiraba fuera la vida de la comunidad de creyentes y se enfoca
ahora en presentar algunas de las dificultades que en aquellos inicios se presentaron. Estas páginas son
importantes, pues una visión idealizada podría ser un elemento desmotivante cuando tengan lugar los
problemas reales. No deberíamos olvidar que la convergencia de diferentes personas siempre va a generar
diferencias y dificultades. La idea no es vivir una vida sin dificultades o desafíos, las relaciones entre las
personas nunca han sido fáciles ni siempre han sido armónicas, pero esto no significa que sean
imposibles. El gran valor que se queda por escrito en estos relatos es la capacidad de las primeras
comunidades para re-organizarse o re-estructurarse y salir a flote en los momentos de dificultad.

Los resúmenes que hemos escuchado previamente como Hch 2,42-47 y 4,32-35 no solo nos
plantean el ideal al que se aspiraba vivir en la comunidad cristiana sino también los primeros intentos de
una metología de bien común, que poco a poco irá cambiando según se van descubriendo nuevos
derroteros de la vivencia cristiana.

Hasta ahora hemos visto cómo los Doce han debido sufrir la persecución de las mismas
autoridades religiosas por proclamar a Jesucristo Resucitado, y ser vistos entre los judíos como una
especie de secta o corriente sospechosa. Esos han sido problemas venidos del exterior, pero ya desde Hch
5 presenciamos dificultades que se presentan al interior del pequeño grupo de creyentes: los que no son
honestos en su actuar. El texto tiene su picardía en cuanto al aprendizaje que quiere mostrar. Hch 6 nos
pone frente a otra dificultad, esta vez una surgida al interno de la comunidad, un dificultad de tipo
doméstico, pero que podía acarrear algo más grave como puede ser la división interna. Necesitamos
imaginar la situación para entender la dificultad. Tengamos en cuenta que el autor de Hch no nos está
haciendo un reporte cronológico de sucesos ocurridos en la primera comunidad cristiana, sino la manera
como se fueron afrontando las diversas dificultades que fueron surgiendo.

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Pensemos que los primeros cristianos no se destacaron como un grupo con identidad propia desde
el inicio, independientemente de los judíos. Los creyentes en Jesús resucitado todavía formaban parte de
las comunidades judías. De hecho, los primeros creyentes en el Resucitado seguían asistiendo a la
sinagoga y al templo para las oraciones y las funciones litúrgicas.

En este texto detectamos dos tipos de creyentes. Es la misma tipología que existía entre los judíos
en aquella época. Había hebreos o judíos palestinenses, es decir, judíos cuya lengua era el arameo, y los
judíos helenistas o simplemente “helenistas”, que eran judíos, pero de lengua griega, posiblemente por
haber nacido y sido educados en la “diáspora” (fuera de Palestina), y porque no entendían el hebreo, solo
el griego. Ambos grupos pertenecían al pueblo hebreo. Igualmente, entre los primeros cristianos hubo
cristianos judeo-helenistas, o sea, de habla griega, y cristianos judeo-palestinenses de habla hebrea. El
texto de hoy no habla aún de la integración de paganos a la primera comunidad cristiana porque la
proclamación del Kerygma comenzó primero entre los judíos.

El principio de poner los bienes para el uso común, aunque es un valor, parece que la distribución
no siempre era hecha como debería hacerse, pues los creyentes “helenistas”, es decir, los creyentes judíos
de lengua griega, notan que en la distribución de los bienes sus viudas estaban quedando sin ser atendidas,
por eso se quejan. Lo que notamos aquí es cómo los apóstoles, para corregir la dificultad, no tienen reparo
en re-estructurar la comunidad, proponiendo la constitución de un grupo que les asista llevando la carga.
(J. FITZMYER, I, p. 468). La novedad que notamos aquí proviene del hecho que los apóstoles hacen una
valoración de su rol prioritario, y descubren en el delegar funciones un camino organizativo de la
comunidad de creyentes.

La dificultad que se presenta en la primera comunidad cristiana es que, los apóstoles no pueden
hacer frente solos al servicio de todos los grupos y además predicar el Evangelio. Entre los judíos las
viudas eran un sector bastante particular, eran vulnerables al abuso y a la negligencia. Habían perdido a
sus maridos, principal fuente de sustento. Una viuda sin un hijo varón que viera por ellas acababa
reducida a la pobreza extrema al ser expulsadas de la familia del marido difunto. Los cristianos judíos
no abandonan a sus viudas, y la queja de los judíos helenistas es que sus viudas no estaban siendo
atendidas.

Hch nos ofrece una visión organizativa de la primera comunidad cristiana. Ante una dificultad
interna, los apóstoles convocan a toda la asamblea de creyentes, plantean la dificultad y la propuesta de
delegar en 7 ministros o personas de la comunidad el servicio de las mesas es una decisión aceptada y
asumida por todos. No son los apóstoles quienes eligen a los nuevos ministros sino los mismos cristianos
helenistas. Aquí aparece una nueva forma de encargo y una toma de decisiones consensuada. La
propuesta de los apóstoles es acogida por la comunidad la cual elige de entre sus miembros las personas
adecuadas para asumir la nueva función de atender a las viudas. Los apóstoles oran e imponen las manos
sobre los elegidos a modo de delegación de la nueva función que realizarán en la comunidad de creyentes.
Lo que se desarrolló en la Iglesia primitiva a partir de estos siete elegidos es una nueva clase de ministros
para acompañar una nueva situación surgida en el seno de la comunidad cristiana (Idem, p. 470).

Según esto, es claro que en la comunidad cristiana primitiva se distinguen ya claramente dos
ministerios dentro de la misión de la comunidad: el de la Palabra de Dios y la oración a cargo de los
Apóstoles, y el servicio de “administrar las limosnas para que haya la comida o alimentación para todos
los miembros” asumido por el grupo de “diáconos” helenistas (Idem, p. 478). Los diáconos no se
encargarían solo de las necesidades de los helenistas, sino de toda la comunidad. Ellos al igual que los
apóstoles ejercerían el servicio de la palabra de Dios, anunciar, enseñar y bautizar, pero su función
prioritaria sería la atención “de las mesas”. Ambos ministerios gozan de la misma dignidad, y no se
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excluyen mutuamente; ambos son servicios para la comunidad. Justamente esto es lo que Lucas quiere
subrayar: en una comunidad no se puede relegar a algunos de sus miembros; la comunidad de creyentes
existe sólo en solidaridad con los más pobres y vulnerables. Si la Iglesia pierde este enfoque traicinaría
sus intenciones y metas propias (C. LANGNER, p. 309).

El versículo final nos ofrece un nuevo resumen que engloba de nuevo el resultado. Es probable
que lo que quiera decir el autor de Hechos es que aún con la nueva organización interna, la Palabra de
Dios siguió extendiéndose y que incluso algunos de las familias sacerdotales llegaron a acoger la nueva
fe. Esta indicación sirve más bien para indicar que la solución de las dificultades no impidió la expansión
de la fe cristiana.

¿Cuál es la buena noticia de parte de Dios presente en este texto?

1) La comunidad cristiana no está excluida de las dificultades que puedan surgir tanto del exterior
como del interior de la misma. La comunidad de creyentes logra superar las dificultades cuando se
abordan a la luz de la novedad del Evangelio y de la acción del Espíritu. Los cargos específicos en la
comunidad surgen en atención al bien común y a la misión recibida.

2) El servicio de la predicación del Evangelio así como el servicio de la administración de los


bienes son áreas de la vida comunitaria que se complementan entre sí. La novedad del grupo de
“diáconos” es que es un servicio de y para la comunidad. La oración e imposición de las manos sobre
los nuevos ministros es una característica que simboliza la delegación oficial y la autoridad de quienes
reciben el encargo.

El salmo es el 33 (32) y se trata de un himno. Difícilmente se puede apreciar el género himno en


en el texto que hoy escuchamos porque está muy fragmentado (v.v. 1-5.18-19). Los versículos faltantes
nos dificulta entender el género himno de este salmo.

La situación vital en la que se da este salmo radica en que se supone recitado o iniciado por un
liturgo, acompañado con instrumentos y cantado quizá por los asistentes (A. SCHÖKEL / C. CARNITI,
p. 505).

En cuanto al contenido del texto, se habla del Señor: de su palabra, de sus acciones, de su amor,
y de su misericordia que llena la tierra:

- su Palabra es sincera
- sus acciones son leales
- ama la justicia y el derecho
EL SEÑOR - su misericordia lo llena todo.
- sus ojos están puestos en quienes lo respetan
y en quienes se confían a su misericordia
- libra de la muerte y reanima a los que confían
en él.

Este salmo contiene una invitación a confiar en el Señor. Su misericordia es propiciadora de


que él esté atento de aquellos que confían en él.

¿Cuál es la buena noticia de Dios presente en este salmo?

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El Señor tiene sus ojos puestos en las personas buenas y justas, en las que se abandonan en él para
sumergirlas en su misericordia. En tiempos de crisis el Señor las cuida, protege sus vidas y les reanima
y auxilia en sus necesidades. Por eso que el salmista invita a alabar a Dios.

La segunda lectura es de la primera carta de Pedro. Al parecer, cada vez va ganando más terreno
la idea de que este escrito es también una composición tardía puesta a nombre de Pedro, y redactada
hacia el final de la época del Nuevo Testamento. Sería imposible que Pedro la haya escrito, pues cuando
se escribió ya Pedro había muerto. Sin embargo, como ya he dicho en otro momento, no hay argumentos
de peso para negar la posibilidad que esta carta pueda ser atribuida a Pedro. Lo que en realidad interesa
más es el contenido de ésta.

El texto comienza invitando a acercarse al Señor, es decir, a Jesucristo. Él es considerado aquí


una “piedra viva”. El autor de la carta hace uso de la imagen contenida en el Salmo 118,22: la piedra
desechada por los constructores. ¿De dónde viene esta expresión? Los constructores antiguos valoraban
las piedras por sus dimensiones, sus formas y su calidad. Hoy en día la piedra se puede manipular de la
manera requerida para la construcción, pero antiguamente había que aprovechar las características de la
piedra misma. Así que los constructores al valorar las piedras para la construcción desechaban las piedras
que les parecían de baja calidad o las piedras que no encajaran en el conjunto. El salmista aludía a una
piedra descartada por los constructores y que Dios convierte en piedra fundamental, aduciendo que Dios
se fija en aquello que los hombres no se fijan y le saca utilidad a lo que los hombres descartan.

El texto de esta lectura no está hablando de materiales de construcción. La alusión es tomada del
Salmo 118,22 para hablar de Jesucristo. Según esto, Jesucristo es parte fundamentalísima de una
construcción realizada por Dios. No se trata de una construcción material. Se trata de una metáfora que
supone la realidad de Jesucristo resucitado. Jesucristo viene representado y llamado “piedra viva”. Toda
la persona de Jesús, su ministerio y su vida fueron rechazados por los principales líderes de su pueblo.
De este modo viene visto como la “piedra rechazada por los hombres”, por los “constructores” o
“arquitectos del pueblo de Israel”. Desde el lenguaje metafórico, el autor de la carta invita a “acercarse”
al Señor Jesucristo, “piedra viva” rechazada por los hombres (los principales líderes de su pueblo), pero
“preciosa para Dios”. Con la resurrección de Jesús se reveló toda la importancia y la firmeza de
Jesucristo, convirtiéndose así en una pieza fundamental dentro del plan salvífico de Dios. Jesucristo,
rechazado por los principales “constructores o arquitectos del pueblo de Israel”, se volvió una “piedra
angular”, es decir, fundamental, con dos funciones: es fundamento esencial de un edificio o construcción,
y es objeto de choque o de tropiezo.

No obstante, también los que se acercan al Señor Jesucristo (pieza fundamental), los que lo
aceptan y creen en él, se transforman en “piedras vivas” y junto a él forman “un edificio” que no es
material sino espiritual. Mientras el templo de Jerusalem era el lugar sagrado para los judíos, Jesucristo
y los creyentes, sus seguidores, constituyen un nuevo templo, no hecho de piedras materiales, sino de
“piedras vivas”, de creyentes unidos a Jesucristo, la piedra fundamental. En ese nuevo edificio espiritual
se ofrecen sacrificios espirituales agradables a Dios Padre por medio de Jesucristo. De esta manera, los
creyentes en Jesucristo se vuelven “linaje elegido”, “sacerdocio real”, “nación santa” y “pueblo
adquirido por Dios” para que anuncien las proezas de Dios.

¿Cuál es la buena noticia de parte de Dios presente en este texto?

1) La Iglesia es la comunidad de creyentes que se construye alrededor de la nueva roca que es


Jesucristo resucitado y glorioso. Él es la piedra “viviente” sobre la que se sostiene la comunidad de
creyentes.
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2) El edificio espiritual está conformado por los cristianos, como un organismo vivo, animado
por el Espíritu Santo. Los cristianos forman parte del nuevo templo, y así se vuelven nuevo sacerdocio
comunitario que ofrece sacrificios espirituales agradables a Dios Padre.

3) Acercarse a la “piedra viva” que es Jesucristo significa unirse a él y sintonizar con Dios Padre
a través de la fuerza del Espíritu.

El evangelio es de san Juan. Nos encontramos frente a un fragmento de un texto que es mucho
más amplio, y que forma parte de los llamados “discursos de despedida” (Jn 13,31-14,31). Estos
discursos fueron incluidos en el IV evangelio como parte de los discursos de Jesús en el contexto de la
última cena. Recordemos que en el texto del IV Evangelio se ven reflejadas las vivencias e inquietudes
de las comunidades joánicas.

Después de la resurrección de Jesús, cuando ya Jesús dejó de aparecerse a sus discípulos y


recibieron todos la fuerza del Espíritu, la comunidad post-pascual de creyentes recordó que Jesús había
dicho que volvería. Mientras Jesús estaba con ellos lo sentían como aquel buen Pastor que caminaba
delante de ellos y les mostraba el camino con su enseñanza y con sus acciones. Con el recuerdo de que
volvería, aquellos primeros creyentes se sintieron motivados con la idea de anunciar el Kerygma y
proclamar a Jesús Resucitado mientras éste volvía. Los apóstoles no cesaban de predicar el Evangelio,
algunos más se agregaban al grupo, y hasta se hacía necesario tomar algunas decisiones organizativas
para sostenerlo. No obstante, con el pasar de los años, aquella espera parecía interminable. Algunos
comenzaron a preguntarse si habrían mal entendido las palabras de Jesús; otros, esperaban su regreso en
cualquier momento, y otros se sentían confundidos y angustiados.

A finales del primer siglo, cuando se pone por escrito el IV evangelio, los cristianos joánicos
tratan de reinterpretar la espera de la segunda venida del Señor, especialmente porque ya comenzaban a
morir los apóstoles y aquella esperada venida del Señor no llegaba. Los cristianos joánicos dejaron
plasmada en el evangelio según san Juan su manera de ver e interpretar aquella venida, y la integraron
en unos discursos de Jesús pronunciados en el contexto de la última cena.

Una lectura atenta de estos “discursos” nos lleva a descubrir que éstos son como los últimos
consejos o aclaraciones que hace Jesús a sus discípulos antes de dejarlos. Ya en Jn 13,33-34 Jesús les
dice a sus discípulos que se va y les recomienda amarse. En el texto que escuchamos hoy no solo tenemos
unas instrucciones o recomendaciones de despedida, sino también una promesa que motiva a confiar y
esperar.

En Jn 14,1 Jesús comienza pidiéndoles: “no se turbe su corazón, crean en Dios y crean también
en mí”. Esta es una primera invitación a no tener miedo, a no asustarse. Hay una razón para seguir
confiando en Dios y en Jesús. Jn 14, 2-3 agrega “en la casa de mi Padre hay muchas moradas…me voy
a preparales un lugar. Cuando vaya y les prepare un lugar, volveré y los llevaré conmigo, para que
donde estoy yo estén también ustedes”. De esta manera es como los cristianos joánicos viven la espera
en la segunda venida de Jesús. La primera cosa que se debe hacer es CREER en las promesas de Dios y
en Jesús. Jesús se ha ido adelante para prepararles un lugar en la casa del Padre Celestial. Esta es una de
las más tiernas imágenes de disponibilidad y amor hacia sus seguidores. Jesús quiere que donde él esté,
también estén los suyos. De modo que la misma gloria que Jesús recibe del Padre la podremos tener
también con él los que creemos en él y lo acogemos. Lo que Jesús dice a los suyos es que van a participar
en el ser y vivir propio de Dios (A. SEUBERT, p. 83).

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Las intervenciones de Tomás y Felipe que encontramos en 14,5 “Señor, no sabemos adónde vas,
¿cómo podemos saber el camino?” y 14,8 “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” son un reflejo de la
manera como los primeros cristianos mal interpretaban la espera de la segunda venida. La respuesta de
Jesús que encontramos en el IV evangelio explica más profundamente las afirmaciones sobre su ausencia.
Ya Jesús ha dicho que va al Padre, a la casa del Padre Celestial. Tomás no entiende, tiene miedo de
quedarse solo, abandonado, al igual que la primitiva comunidad cristiana. La respuesta de Jesús parece
muy lógica: si va a la casa del Padre, va al Padre. La inquitud de Tomás no carece de lógica para el que
piensa que tiene que vérselas para llegar a Dios por su cuenta. Sin embargo, recordemos que nadie puede
ir al Padre si no es por medio de Jesús. Al Padre Celestial se llega por medio del pastor del rebaño. Jesús
dijo la semana pasada que él es la “puerta”. En este sentido Jesús no es una metáfora. Efectivamente él
es la puerta para llegar a la vida abundante, es decir, a la vida eterna. Y si recordamos que él es el
pastor entonces nos toca ir detrás de él, como lo hacen las ovejas.

Hoy Jesús nos ofrece un dato más. Él es, además, “el camino, la verdad y la vida”. Y si como
puerta y pastor puede llevarnos a la vida abundante, como Camino, Verdad y Vida no hay duda que podrá
conducirnos hasta la casa del Padre Celestial. En Jn 14,6 Jesús completa la idea: “Nadie va al Padre sino
por mí. Si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre. Ahora ya lo conocen y lo han visto”.
Esta es una de las ideas fundamentales de la alta cristología presente en el IV evangelio. Jesucristo es
Dios. Cristo habita en el Padre Celestial y el Padre Celestial habita en Cristo. Jesucristo es el templo
donde Dios tiene su morada; en él se ha manifestado y se refleja de modo que Jesucristo es el camino
que conduce a Dios y es reflejo del Padre Celestial.

¿Por qué esta visión debería ser importante para los cristianos en el tiempo de Pascua? Porque
mientras estamos en este mundo, tenemos la misión de ser testigos del Resucitado. Ser testigos del Señor
Resucitado implica ser personas de esperanza, y saber explicar cuál es la fuente de esta esperanza.
¿Adónde iremos con Jesús? ¿Adónde nos llevará nuestro Pastor? ¿Qué tipo de vida nos ofrece? ¿Qué
tipo de esperanza es la que justifica la identidad cristiana?

Si el Resucitado no es un elemento fundamental de nuestra experiencia cristiana, entonces, ¿cómo


y sobre qué se fundamenta nuestra fe? El Padre Celestial está en Cristo, se deja conocer también en las
palabras y obras de Cristo. Creer en Jesucristo capacita para realizar las obras de Cristo. Esto significa
que todos los que seguimos a Cristo somos capaces de realizar en nuestra vida, en esta sociedad y en
el mundo las obras de Cristo. Estas obras son dirigidas y orientadas por la fuerza del Espíritu de Cristo
Resucitado que vive en nosotros. Esta es la gran misión que nos toca realizar en el mundo, y este debería
ser el modo de mostrar a todos que Jesús es Camino, Verdad y Vida.

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