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La Cueva de los Yaguaretés

El siguiente artículo es aquí reproducido con autorización


www.ciencia-hoy.retina.ar/hoy72/yaguaretes.htm;
www.ciencia-hoy.retina.ar/hoy72/yaguaretes1.htm 

Fernando Ramírez Rozzi: Doctor en Paleontología Humana, Museum d‘Histoire


Naturelle de Paris. Investigador del CNRS (CR1: chargé de recherche de 1ère
classe).
ramrozzi@ivry.cnrs.fr

Fernando Ramírez Rozzi


Centre National de la Recherche Scientifique y Collège de France, Francia

Hasta que se descubrió la Cueva de


los Yaguaretés, solo se había registrado
una única representación de felino en
el arte rupestre de la Patagonia;
la mencionada cueva se ha revelado
como un importante repositorio
de arte indígena, si se tiene en cuenta
la concentración de las imágenes,
el estilo figurativo y la exclusividad
del motivo representado.

                      

En junio de 1999 falleció Jean-Marie Franchomme. En sus


prospecciones en la Meseta Central descubrió más de un centenar
  de cuevas y aleros con arte rupestre, entre ellas las que aquí se
describen. En reconocimiento a su labor propongo que el valle en el
que se hallan la Cueva de los Yaguaretés y La Cueva de las Manos
lleve su nombre, valle J.-M. Franchomme.

En febrero de 1985, el arqueólogo especialista en arte rupestre Jean-Marie Franchomme


dirigió un prospección en la meseta central de Santa Cruz en busca de cuevas y aleros rocosos
con pinturas rupestres. Este relevamiento era complementario del que realizaba en las cuevas
de las estancias La María y El Ceibo, que constituía el corpus central de su trabajo de tesis
doctoral. En la prospección lo acompañaron la arqueóloga Estela Mansur y dos estudiantes de
quinto año de antropología y paleontología, respectivamente: Irina Podgorny y el autor de este
artículo.
El estudio comprendía un recorrido por la zona norte de la meseta central para visitar las
estancias La Vanguardia, Piedra Negra, Roca Blanca, La Reconquista, Santa Catalina y La
Evelina. Son dignos de mencionar, entre otros hallazgos, una cueva con pinturas en la estancia
La Vanguardia y un
cañadón con
numerosos sitios de
arte rupestre en
Piedra Negra; pero el
descubrimiento más
importante fue
realizado en La
Reconquista, gracias
a las indicaciones
dadas por los
puesteros señores
Hernández, Collahue
Vista de las instalaciones de la estancia La Reconquista desde la
y Álvarez.
punta de una meseta que domina la veda desde el sureste.
El casco y las
instalaciones principales de la estancia La Reconquista se construyeron en un valle con una
amplia vega que desagua hacia el norte a través de un estrecho cañadón. Por lo general, los
sedimentos de arcillas y arenas grisáceas, muchas veces surcados por profundas grietas, han
rellenado el fondo de los valles y, en el centro de los mismos, crecen algunas hierbas ralas al
amparo de la humedad de un maillín; también son comunes los menucos: ciénagas cuya
superficie parece firme, pero que cede al peso de un cuerpo y se convierte en una trampa. Por
último, al pie de los afloramientos rocosos suelen concentrarse arbustos y matas achaparradas.

Al cabo de una hora de caminata en dirección noroeste primero y oeste después, y a más de
tres kilómetros de las instalaciones de la estancia, se llega a un pequeño acantilado donde hay
tres cuevas a diferentes alturas. La más baja es la que está a la izquierda y se puede ingresar a
ella con la ayuda de una escalera. Su espacio interior es de cerca de 11m de largo y menos de
6m de ancho máximo; en la mitad posterior de la pared derecha y en el fondo del recinto se
descubrieron pinturas de manos negativas contorneadas de rojo: de allí que se la denominara
Cueva de las Manos.

La que está en el centro es la que proporcionó la información más interesante y a ella solo se
puede ingresar –dada la inclinación que presenta la roca en la base de su entrada– pasando
desde la cueva de la izquierda. En la entrada, a la derecha, hay una pintura grande de color
amarillento –hoy algo borrosa– con puntos y círculos negros. Un poco más adentro, en una
concavidad que mira hacia la boca, se observan dos motivos similares y, al avanzar hacia el
interior, encontramos otra pintura de las mismas características. Todas las figuras son
fácilmente reconocibles y se trata de la representación de un felino. Estas pinturas de La
Reconquista se apartan de los motivos característicos del arte rupestre patagónico y también
son diferentes de la representación felínica descubierta en la estancia El Ceibo, que hasta
entonces era la única conocida en la Patagonia (ver recuadro).
Vista del
valle J.-M.
Franchomm
e. El valle
tiene una
dirección
Sur-Norte y
termina en
la vega. En
el flanco
Este se
hallan la
Cueva de
las Manos y
la Cueva de
los
Yaguaretés
(cruce de
líneas).

El nombre de Cueva de los Yaguaretés alude a las figuras pintadas de color amarillo con
manchas y círculos negros que se asemejan a los jaguares o yaguaretés (Felix onca). El
recinto tiene 13m de profundidad y la altura disminuye de 3,5m, en la entrada, a 2m en el
fondo. En su interior se ha acumulado muy poco sedimento y, dada su sección ovalada, el
ancho máximo de 6m se registra en la parte central de la misma y a 1,25m sobre el suelo
actual. Líneas color naranja, negro, rojo y blanco parecen dividir las paredes en una zona
superior, abundante en pinturas, y otra inferior donde son escasas. De acuerdo con las
concavidades de la roca, la cueva fue dividida en ocho sectores a partir de la entrada y en
sentido inverso a las agujas del reloj. En todo el recinto, si bien son más frecuentes en el
fondo, se observan manos negativas cuyo contorno es del mismo color que las mencionadas
líneas. Se ha comprobado que las líneas se trazaron con posterioridad a las manos y que las de
color naranja son las más recientes. Solo se registraron unas pocas representaciones de
guanacos, dos de ellas cerca de la entrada en el sector I; la figura superior está cubierta por
círculos blancos cuya visibilidad varía según los momentos del día, mientras que a la inferior
se le superpuso una mano negativa de contorno blanco. Los signos geométricos son escasos,
pero en el fondo (sectores IV y V) hay diez trazos rojos verticales de los cuales dos son en
zig-zag.

Los motivos más notables de la cueva son las cuatro figuras de felinos: dos en el sector II y
una respectivamente en el VII y VIII. Son amarillos con puntos, rayas cortas o círculos
negros. Se reconocen con facilidad los miembros, en cuyos extremos presentan una gran
mancha negra rodeada de puntos para figurar la palma y los dedos. La pata de los felinos son
similares a los signos denominados ‘pata de puma’, presentes en otros sitios de la Patagonia y
también asociada al motivo del sector VII.

En el conjunto II hay un par de yaguaretés enfrentados, que por su diferencia de tamaño –uno
de 59cm y otro de 20cm– podría indicar que son un animal adulto y otro juvenil. El más
grande está erguido sobre sus patas traseras, tal vez como queriendo representar el
movimiento, y ha sido dibujado sobre una saliente de la pared. El jaguar del sector VII fue
representado mirando hacia el interior de la cueva y todo parece indicar que se superpuso al
dibujo de otro felino que fue abandonado sin terminar, pero que se lo incorporó a la
representación definitiva. En la base de las extremidades hay una ‘pata de puma’ roja.

El motivo del sector VIII es de interpretación difícil, pues


si bien se reconocen la cola y los cuatro miembros, y el
lomo se distingue gracias a los círculos y los trazos
negros, no es sencillo identificar la cabeza. Círculos
negros se observan por encima, por delante y atravesando
en diagonal lo que sería el cuerpo del animal. Estos
círculos que indicarían el dorso del animal, podrían
señalar a la vez la presencia de más de un felino; sin
Afloramiento de ignimbrita con embargo, ninguna otra parte anatómica vendría en apoyo
tres cuevas. La Cueva de las de esta interpretación. Es probable que los círculos
Manos a la izquierda y la Cueva indiquen un movimiento cuyo centro está cerca de la
de los Yaguaretés al centro. La cabeza, pues para indicarlo no es necesario la
cueva de la derecha no presenta representación total del animal en cada postura, mientras
pinturas rupestres. que el giro en torno a la cabeza podría explicar la forma
indefinida de esta en la representación. Tres improntas de
manos negativas de contorno blanco han sido sobrepuestas sobre los cuartos traseros, el tórax
y los miembros anteriores del jaguar; la forma de la mano parece indicar que pertenece a un
mismo individuo. Por encima, cubiertos en parte por los círculos negros superiores, se
observan
motivos en
cruz de color
amarillo y
que tal vez
representen
figuras
humanas;
asimismo,
cerca de la
pata trasera
del felino que
comentamos
se pintó en
rojo un
pequeño
guanaco. Este
felino se halla
casi
enfrentado al
guanaco rojo
con círculos
blancos del
sector I.

En marzo de
1986 se
realizó otra
campaña a la estancia La Reconquista; los integrantes eran los mismos del año anterior,
excepto que Isabel ‘Katy’ Ariet reemplazó a Irina Podgorny. El propósito de la expedición
era, por una parte, completar el estudio y el relevamiento de la Cueva de los Yaguaretés, y por
otra, recorrer los valles que confluyen en la vega tratando de localizar otras cuevas con arte
rupestre. Para nuestra desilusión, comprobamos que los que en ese momento eran propietarios
de la estancia habían dañado las pinturas de varias cuevas.

Gracias a las informaciones proporcionadas por los caseros de La Reconquista, hallamos


nueve sitios –ya sean cuevas o aleros– con arte rupestre. La cueva Adolfo Álvarez –situada en
el extremo sureste del cañadón que separa el afloramiento donde está la Cueva de los
Yaguaretés del que corre por detrás de la estancia– conserva once manos negativas de
contorno rojo y tres de contorno amarillo; el negativo de manos es el único motivo
representado y si bien la pared mide cerca de veinte metros de largo, las pinturas se hallan
concentradas en solo tres metros. Desplazada un kilómetro hacia el noreste, está la cueva
número 3 sobre el pequeño cañón que divide en dos el afloramiento de la Cueva de los
Yaguaretés. Se relevaron seis ‘patas de guanaco’ de contorno rojo, una mano negativa en
amarillo, seis en rojo y una en blanco. Hay que destacar que el color amarillo de las manos no
es del mismo tono que el de los felinos. La cueva número 2, en el extremo noreste del mismo
afloramiento que la de los yaguaretés, es ancha y baja y en su interior predominan las manos
negativas en rojo y blanco. Sobre la pared izquierda, sin embargo, hay una mancha amarilla
con puntos negros, que recuerda tanto el motivo como el color de las representaciones de los
jaguares.

Consideraciones sobre la Cueva de los Yaguaretés

La identificación de las representaciones con los yaguaretés se hizo sobre la base de los
colores con los que están pintados: amarillo y negro. Sin embargo, entre los felinos de
Sudamérica estos no son exclusivos del yaguareté; el puma, por ejemplo, presenta una
variación cromática enorme y al nacer presenta puntos negros en su pelo. Sin embargo, no se
conocen pumas amarillos y las manchas negras desaparecen unas semanas después del
nacimiento. Existen diversas especies de gato salvaje cuyo color se acerca al amarillo y tienen
el cuerpo cubierto de pintas oscuras: son los gatos montés, guiña, tigre y pintado. Los dos
primeros habitan actualmente en la Patagonia al norte del río Santa Cruz; el norte de la
Argentina es el límite meridional del hábitat actual de los otros dos. La forma y la distribución
de las manchas determinan grandes diferencias entre los felinos, pues según las especies los
puntos negros se agrupan para dar origen a líneas u otros motivos sobre la piel. En ninguno de
los mencionados los puntos forman círculos; por el contrario, en el yaguareté las pequeñas
manchas negras de la cabeza, hombros, muslos y patas son reemplazadas en los flancos por
anillos negros con un punto central. La punta de la cola también es negra y sobre el lomo los
círculos se transforman en manchas alargadas que, cuando se las mira de perfil, parecen
trazos.

Los felinos de la Cueva de los Yaguaretés, por sus puntos negros sobre fondo amarillo,
podrían ser atribuidos a varias especies. Sin embargo, el animal del sector VIII tiene círculos
negros con un punto central también oscuro, motivo exclusivo del yaguareté; además, los
círculos no cubren todo el cuerpo sino principalmente el lomo. Esto concuerda con las
características del jaguar americano, ya que los círculos en la porción ventral son menos netos
y pueden confundirse con las manchas oscuras de las patas. Unas líneas negras cortas
delimitan el dorso de los animales representados en la cueva; en el caso del ejemplar del
sector VIII se sitúan por encima de los círculos y corresponden a las motas sobre la línea
dorsal. Asimismo, la cola de la representación del sector VIII termina en una mancha negra.

La distribución actual del yaguareté llega hasta los bosques chaqueños, aunque en tiempos
pasados varios textos mencionan su presencia en la Pampa y otros los hacen llegar hasta la
Patagonia septentrional. En 1741, Isaac Morris y otros siete marineros de la expedición de
Anson, luego de catorce días de navegación desde Puerto Deseado con rumbo norte, fueron
abandonados en la costa atlántica. El lugar exacto del desembarco es incierto, pero sin duda
fue al sur del río Colorado ya que su desembocadura con múltiples brazos y terrenos fangosos
impidió el avance por tierra hacia el norte de estos infortunados. Morris, en su escrito
publicado en 1756, relata la aparición de un ‘tigre’ enorme que les causó mucha sorpresa e
inquietud; por el contrario, las apariciones de ‘leones’ (pumas) son registradas sin ningún
temor particular y hasta se relata una cacería. El animal que Morris describe tenía colores
semejantes a los de un tigre –amarillo y negro– y dada la calificación de enorme no puede
referirse a ningún gato salvaje: seguramente lo que vio fue un yaguareté. En consecuencia, la
distribución geográfica de esta especie en tiempos coloniales alcanzó hasta la Patagonia
septentrional y su límite máximo por ahora conocido sería el actual territorio del Chubut, pues
no hay documentos que hagan referencia a la presencia del jaguar al sur del río Chubut.

   Yag
uaretés del sector II

Es probable que la presencia del jaguar se haya extendido a regiones más australes en
períodos climáticos cálidos (máximo climático), como el que tuvo lugar hace entre 7000 y
8000 años; confirmaría esta idea el hallazgo de una mandíbula atribuida a un yaguareté en un
sitio arqueológico cercano al estrecho de Magallanes. Es probable que los autores del arte
rupestre hayan visto en este período a los yaguaretés, lo que a su vez permitiría fechar el
momento en que se hicieron las pinturas. Pero también es posible que el animal fuera
observado en otra época durante uno de los tantos desplazamientos que las sociedades
indígenas hacían a través de la meseta patagónica. Poder atribuir una fecha exacta a las
pinturas rupestres representaría una contribución esencial a este y otros análisis similares.
Yaguareté del sector VII

La imagen del yaguareté ocupó y ocupa un lugar importante en la representación visual de


ritos y creencias de varios pueblos amerindios actuales y del pasado. Su agresividad y fina
percepción hacen de este animal el depredador más importante de América y son estos
atributos particulares los que le otorgan la condición de animal fetiche; dado que el hombre
también es un máximo depredador, ambos se sitúan en la misma posición dominante. Matar a
un yaguareté, en consecuencia, es el acto más importante para los miembros de sociedades
como los guato de Paraguay y los mojo de Bolivia: quien da muerte a un yaguareté recibe el
grado social más elevado dentro del grupo; adquirir los atributos de este animal hace posible
el dominio sobre otros seres. Para algunos grupos del Chaco (toba, mocoví y mbaya) vestirse
con el cuero del yaguareté les concede protección y agresividad. En ocasiones de combate, los
caingang de Brasil se pintan el cuerpo con manchas y líneas negras. El significado figurativo
del poder está bien reflejado en la asociación entre el shamán y el yaguareté que establecen
ciertas sociedades, como por ejemplo los barasana de Colombia, que usan el mismo término
para referirse a ambos. La expresión más acabada de esta relación se encuentra entre los
aztecas, cuya máxima divinidad (Tezcatlipoca) puede manifestarse bajo la apariencia de un
jaguar (Tepeyollotl). Para el investigador Nicholas Saunders la imagen del jaguar representa la
metáfora de la relación presa-depredador: una noción compartida por todos los pueblos
amerindios. El uso de estas imágenes resultaría de la necesidad de establecer o reforzar el
orden en las relaciones entre los individuos del grupo, como ocurrió en el noroeste argentino.
Allí, las imágenes de jaguares que aparecen en el primer milenio de la era cristiana están
vinculadas al proceso por el cual las desigualdades sociales se vuelven hereditarias. A pesar
de las distancias, tenemos evidencias arqueológicas de contactos en tiempos prehispánicos
entre la Patagonia y el noroeste: se trata del hallazgo realizado por Gómez Otero y Dahinten
de una sepultura tehuelche del siglo XV que contenía textiles y un hacha de bronce
procedentes de los valles catamarqueños.
En el interior de ‘La
Taperita’ durante la
estadía en La
Reconquista en
marzo de 1986. A la
izquierda Jean-Marie
Franchomme, en el
centro Katy Ariet y a
la derecha el autor de
esta nota.

La imagen del yaguareté como símbolo de jerarquía es más evidente en las sociedades donde
no existen manifestaciones observables del estatus social, como es el caso de los pueblos
cazadores-recolectores. El motivo del jaguar en el arte rupestre de las sociedades de caza y
recolección de la Patagonia no es, por lo tanto, un hecho aislado en el contexto de las culturas
amerindias. Si así fuere, las representaciones de la Cueva de los Yaguaretés formarían parte
de una larga tradición amerindia cuya raíz habría que buscar en la prehistoria.

El color rojo es predominante en el arte rupestre


patagónico y el blanco y el negro están también
presentes en casi todas las cuevas con pinturas; si bien
el anaranjado no es muy frecuente, no es extraño
observar manos negativas y trazos de esta tonalidad
asociados a líneas de color blanco y/o negro, como el
Yaguareté del sector VII. descripto para la Cueva de los Yaguaretés. Otros son
más raros y fueron empleados para motivos aislados o
limitados a un área muy restringida, como es el gris-celeste de tres manos negativas en un
alero de la estancia Vega Grande. El amarillo tampoco es común y sin embargo manos
negativas y zoomorfos de este color fueron observados en cantidad ínfima en unas pocas
cuevas de la meseta central. En la cueva número 2 el amarillo está restringido a una mancha,
pero en la Cueva de los Yaguaretés tiene importancia cuantitativa y cualitativa; a diferencia
de lo que ocurre en el resto de las cuevas con arte rupestre, allí este color cubre una
proporción considerable de la superficie pintada. Es frecuente que las manos negativas de
contorno rojo o blanco, puedan asociarse a puntos negros que rellenan el espacio interno y, a
veces, se continúan sobre el contorno; por el contrario, la superposición de puntos negros
sobre el amarillo es exclusiva de las cuevas de La Reconquista.
Conclusión

Los colores y las manchas de los felinos de


la cueva estudiada indican que
corresponden a una representación de
yaguaretés. La observación de los animales
puede haber tenido lugar en la zona de la
cueva, pero si consideramos el nomadismo
de sociedades cazadoras como las de la
Patagonia, aún en tiempos históricos, no es
posible descartar que los hayan conocido en
otras regiones de más al norte. La Vista del valle J.-M. Franchomme desde el
representación del jaguar es común entre interior
los pueblos americanos desde tiempos muy de la Cueva de los Yaguaretés
antiguos; las pinturas de yaguaretés en el
arte rupestre patagónico no corresponden, por lo tanto, a un fenómeno aislado sino que se
inscriben en el contexto cultural amerindio. La representación de los yaguaretés que nos
ocupa puede ser considerada como resultado de un acto particular y único, que es reforzado
por la ausencia de otras figuraciones similares en la Patagonia.

Por otra parte, el amarillo es un color poco usual en el arte indígena austral y su utilización
indica una búsqueda e intencionalidad precisas. Si la explicación dada al simbolismo del
yaguareté en los pueblos amerindios históricos y actuales es extendida a la pintura rupestre
patagónica, es probable que estas representaciones sean las manifestaciones de un rito que
busca establecer o reforzar las relaciones entre los individuos de un determinado grupo. Aun
cuando admitamos que esta interpretación puede ser motivo de discusión, tanto por el tema
como por el color de sus pinturas, la Cueva de los Yaguaretés es, en ese sentido, un
testimonio único del arte indígena de la Patagonia. 

Lecturas sugeridas
CARDICH A, 1979, ‘Un motivo sobresaliente de las pinturas rupestres de El Ceibo
(Santa Cruz)’ Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología, vol. XIII, pp.
163-182.
GÓMEZ OTERO J y DAHINTEN S, 1999, ‘Evidencias de contactos interétnicos en el
siglo XVI en Patagonia’, Actas del XII Congreso Nacional de Arqueología Argentina,
t. III, La Plata, pp. 44-53.
GONZALEZ ALBERTO REX, 1972, ‘The Felinic Complex of N.W Argentina’, en
Benson E (ed.), The Cult of the Feline. A Conference in Pre-Columbian Iconography,
Dumbarton Oaks Research Library and Colletions. Washington D.C.
SALTZMANN J y REIG O, 1988, ‘Los Gatos salvajes’. Fauna Argentina. Mamíferos,
2. Centro Editor de América Latina.
SAUNDERS NJ (ed.), 1998, Icons of power: feline symbolism in the Americas,
London, Routledge.

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