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Al cabo de una hora de caminata en dirección noroeste primero y oeste después, y a más de
tres kilómetros de las instalaciones de la estancia, se llega a un pequeño acantilado donde hay
tres cuevas a diferentes alturas. La más baja es la que está a la izquierda y se puede ingresar a
ella con la ayuda de una escalera. Su espacio interior es de cerca de 11m de largo y menos de
6m de ancho máximo; en la mitad posterior de la pared derecha y en el fondo del recinto se
descubrieron pinturas de manos negativas contorneadas de rojo: de allí que se la denominara
Cueva de las Manos.
La que está en el centro es la que proporcionó la información más interesante y a ella solo se
puede ingresar –dada la inclinación que presenta la roca en la base de su entrada– pasando
desde la cueva de la izquierda. En la entrada, a la derecha, hay una pintura grande de color
amarillento –hoy algo borrosa– con puntos y círculos negros. Un poco más adentro, en una
concavidad que mira hacia la boca, se observan dos motivos similares y, al avanzar hacia el
interior, encontramos otra pintura de las mismas características. Todas las figuras son
fácilmente reconocibles y se trata de la representación de un felino. Estas pinturas de La
Reconquista se apartan de los motivos característicos del arte rupestre patagónico y también
son diferentes de la representación felínica descubierta en la estancia El Ceibo, que hasta
entonces era la única conocida en la Patagonia (ver recuadro).
Vista del
valle J.-M.
Franchomm
e. El valle
tiene una
dirección
Sur-Norte y
termina en
la vega. En
el flanco
Este se
hallan la
Cueva de
las Manos y
la Cueva de
los
Yaguaretés
(cruce de
líneas).
El nombre de Cueva de los Yaguaretés alude a las figuras pintadas de color amarillo con
manchas y círculos negros que se asemejan a los jaguares o yaguaretés (Felix onca). El
recinto tiene 13m de profundidad y la altura disminuye de 3,5m, en la entrada, a 2m en el
fondo. En su interior se ha acumulado muy poco sedimento y, dada su sección ovalada, el
ancho máximo de 6m se registra en la parte central de la misma y a 1,25m sobre el suelo
actual. Líneas color naranja, negro, rojo y blanco parecen dividir las paredes en una zona
superior, abundante en pinturas, y otra inferior donde son escasas. De acuerdo con las
concavidades de la roca, la cueva fue dividida en ocho sectores a partir de la entrada y en
sentido inverso a las agujas del reloj. En todo el recinto, si bien son más frecuentes en el
fondo, se observan manos negativas cuyo contorno es del mismo color que las mencionadas
líneas. Se ha comprobado que las líneas se trazaron con posterioridad a las manos y que las de
color naranja son las más recientes. Solo se registraron unas pocas representaciones de
guanacos, dos de ellas cerca de la entrada en el sector I; la figura superior está cubierta por
círculos blancos cuya visibilidad varía según los momentos del día, mientras que a la inferior
se le superpuso una mano negativa de contorno blanco. Los signos geométricos son escasos,
pero en el fondo (sectores IV y V) hay diez trazos rojos verticales de los cuales dos son en
zig-zag.
Los motivos más notables de la cueva son las cuatro figuras de felinos: dos en el sector II y
una respectivamente en el VII y VIII. Son amarillos con puntos, rayas cortas o círculos
negros. Se reconocen con facilidad los miembros, en cuyos extremos presentan una gran
mancha negra rodeada de puntos para figurar la palma y los dedos. La pata de los felinos son
similares a los signos denominados ‘pata de puma’, presentes en otros sitios de la Patagonia y
también asociada al motivo del sector VII.
En el conjunto II hay un par de yaguaretés enfrentados, que por su diferencia de tamaño –uno
de 59cm y otro de 20cm– podría indicar que son un animal adulto y otro juvenil. El más
grande está erguido sobre sus patas traseras, tal vez como queriendo representar el
movimiento, y ha sido dibujado sobre una saliente de la pared. El jaguar del sector VII fue
representado mirando hacia el interior de la cueva y todo parece indicar que se superpuso al
dibujo de otro felino que fue abandonado sin terminar, pero que se lo incorporó a la
representación definitiva. En la base de las extremidades hay una ‘pata de puma’ roja.
En marzo de
1986 se
realizó otra
campaña a la estancia La Reconquista; los integrantes eran los mismos del año anterior,
excepto que Isabel ‘Katy’ Ariet reemplazó a Irina Podgorny. El propósito de la expedición
era, por una parte, completar el estudio y el relevamiento de la Cueva de los Yaguaretés, y por
otra, recorrer los valles que confluyen en la vega tratando de localizar otras cuevas con arte
rupestre. Para nuestra desilusión, comprobamos que los que en ese momento eran propietarios
de la estancia habían dañado las pinturas de varias cuevas.
La identificación de las representaciones con los yaguaretés se hizo sobre la base de los
colores con los que están pintados: amarillo y negro. Sin embargo, entre los felinos de
Sudamérica estos no son exclusivos del yaguareté; el puma, por ejemplo, presenta una
variación cromática enorme y al nacer presenta puntos negros en su pelo. Sin embargo, no se
conocen pumas amarillos y las manchas negras desaparecen unas semanas después del
nacimiento. Existen diversas especies de gato salvaje cuyo color se acerca al amarillo y tienen
el cuerpo cubierto de pintas oscuras: son los gatos montés, guiña, tigre y pintado. Los dos
primeros habitan actualmente en la Patagonia al norte del río Santa Cruz; el norte de la
Argentina es el límite meridional del hábitat actual de los otros dos. La forma y la distribución
de las manchas determinan grandes diferencias entre los felinos, pues según las especies los
puntos negros se agrupan para dar origen a líneas u otros motivos sobre la piel. En ninguno de
los mencionados los puntos forman círculos; por el contrario, en el yaguareté las pequeñas
manchas negras de la cabeza, hombros, muslos y patas son reemplazadas en los flancos por
anillos negros con un punto central. La punta de la cola también es negra y sobre el lomo los
círculos se transforman en manchas alargadas que, cuando se las mira de perfil, parecen
trazos.
Los felinos de la Cueva de los Yaguaretés, por sus puntos negros sobre fondo amarillo,
podrían ser atribuidos a varias especies. Sin embargo, el animal del sector VIII tiene círculos
negros con un punto central también oscuro, motivo exclusivo del yaguareté; además, los
círculos no cubren todo el cuerpo sino principalmente el lomo. Esto concuerda con las
características del jaguar americano, ya que los círculos en la porción ventral son menos netos
y pueden confundirse con las manchas oscuras de las patas. Unas líneas negras cortas
delimitan el dorso de los animales representados en la cueva; en el caso del ejemplar del
sector VIII se sitúan por encima de los círculos y corresponden a las motas sobre la línea
dorsal. Asimismo, la cola de la representación del sector VIII termina en una mancha negra.
La distribución actual del yaguareté llega hasta los bosques chaqueños, aunque en tiempos
pasados varios textos mencionan su presencia en la Pampa y otros los hacen llegar hasta la
Patagonia septentrional. En 1741, Isaac Morris y otros siete marineros de la expedición de
Anson, luego de catorce días de navegación desde Puerto Deseado con rumbo norte, fueron
abandonados en la costa atlántica. El lugar exacto del desembarco es incierto, pero sin duda
fue al sur del río Colorado ya que su desembocadura con múltiples brazos y terrenos fangosos
impidió el avance por tierra hacia el norte de estos infortunados. Morris, en su escrito
publicado en 1756, relata la aparición de un ‘tigre’ enorme que les causó mucha sorpresa e
inquietud; por el contrario, las apariciones de ‘leones’ (pumas) son registradas sin ningún
temor particular y hasta se relata una cacería. El animal que Morris describe tenía colores
semejantes a los de un tigre –amarillo y negro– y dada la calificación de enorme no puede
referirse a ningún gato salvaje: seguramente lo que vio fue un yaguareté. En consecuencia, la
distribución geográfica de esta especie en tiempos coloniales alcanzó hasta la Patagonia
septentrional y su límite máximo por ahora conocido sería el actual territorio del Chubut, pues
no hay documentos que hagan referencia a la presencia del jaguar al sur del río Chubut.
Yag
uaretés del sector II
Es probable que la presencia del jaguar se haya extendido a regiones más australes en
períodos climáticos cálidos (máximo climático), como el que tuvo lugar hace entre 7000 y
8000 años; confirmaría esta idea el hallazgo de una mandíbula atribuida a un yaguareté en un
sitio arqueológico cercano al estrecho de Magallanes. Es probable que los autores del arte
rupestre hayan visto en este período a los yaguaretés, lo que a su vez permitiría fechar el
momento en que se hicieron las pinturas. Pero también es posible que el animal fuera
observado en otra época durante uno de los tantos desplazamientos que las sociedades
indígenas hacían a través de la meseta patagónica. Poder atribuir una fecha exacta a las
pinturas rupestres representaría una contribución esencial a este y otros análisis similares.
Yaguareté del sector VII
La imagen del yaguareté como símbolo de jerarquía es más evidente en las sociedades donde
no existen manifestaciones observables del estatus social, como es el caso de los pueblos
cazadores-recolectores. El motivo del jaguar en el arte rupestre de las sociedades de caza y
recolección de la Patagonia no es, por lo tanto, un hecho aislado en el contexto de las culturas
amerindias. Si así fuere, las representaciones de la Cueva de los Yaguaretés formarían parte
de una larga tradición amerindia cuya raíz habría que buscar en la prehistoria.
Por otra parte, el amarillo es un color poco usual en el arte indígena austral y su utilización
indica una búsqueda e intencionalidad precisas. Si la explicación dada al simbolismo del
yaguareté en los pueblos amerindios históricos y actuales es extendida a la pintura rupestre
patagónica, es probable que estas representaciones sean las manifestaciones de un rito que
busca establecer o reforzar las relaciones entre los individuos de un determinado grupo. Aun
cuando admitamos que esta interpretación puede ser motivo de discusión, tanto por el tema
como por el color de sus pinturas, la Cueva de los Yaguaretés es, en ese sentido, un
testimonio único del arte indígena de la Patagonia.
Lecturas sugeridas
CARDICH A, 1979, ‘Un motivo sobresaliente de las pinturas rupestres de El Ceibo
(Santa Cruz)’ Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología, vol. XIII, pp.
163-182.
GÓMEZ OTERO J y DAHINTEN S, 1999, ‘Evidencias de contactos interétnicos en el
siglo XVI en Patagonia’, Actas del XII Congreso Nacional de Arqueología Argentina,
t. III, La Plata, pp. 44-53.
GONZALEZ ALBERTO REX, 1972, ‘The Felinic Complex of N.W Argentina’, en
Benson E (ed.), The Cult of the Feline. A Conference in Pre-Columbian Iconography,
Dumbarton Oaks Research Library and Colletions. Washington D.C.
SALTZMANN J y REIG O, 1988, ‘Los Gatos salvajes’. Fauna Argentina. Mamíferos,
2. Centro Editor de América Latina.
SAUNDERS NJ (ed.), 1998, Icons of power: feline symbolism in the Americas,
London, Routledge.