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La ficción o la vida
Ya lo dijo Aristóteles en su Poética allá por el siglo IV a.C.: el arte debe ser mímesis, imitación de la reali-
dad. Y si no, es que es otra cosa. Pero a veces las relaciones entre lo uno y lo otro derivan en una confusión tal
en el lector, que le lleva a tomar por ciertos los hechos relatados en papel. Afortunadamente, en el plano litera-
rio alguna de estas confusiones ha tenido consecuencias maravillo-
sas como las salidas por La Mancha de un ingenioso hidalgo con el
fin de acabar con las injusticias del mundo a imitación de los ficticios
caballeros medievales de sus novelas favoritas.
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Hace solamente unos días, se presentaba en Zamora la reedición de la novela Calle Feria, obra célebre en esas
tierras por suceder la trama en una de sus calles, y en León por lo querido que es su autor Tomás Sánchez
Santiago, quizá conocido más como poeta que por su obra en prosa. Cuando uno se enfrenta a las historias
que se nos cuentan en esta colección de cuentos, -o novela si se prefiere-, se corre el peligro de creer que to-
dos esos personajes que habitan la calle Feria de Zamora de verdad han existido, de tan cotidianos que nos pa-
recen. Quienes procedemos del mundo de la filología somos especialmente cuidadosos con cumplir el pacto de
ficción sin caer en la trampa, y acostumbramos nuestra mirada para no perder nunca el distanciamiento de-
bido, hecho por el que una obra como Calle Feria nos parece maravillosa independientemente de que sus per-
sonajes tengan referentes reales o no, ya que eso es un hecho independiente. Pero a veces uno, por muy cui-
dadoso que sea con las herramientas filológicas que posee, categoriza la materia narrativa sin plantearse que
la realidad a la que se alude puede traerle más de una sorpresa.
Como invitada en la mesa redonda que se celebró decidí hablar sobre lo insólito y todas sus manifestaciones
en la novela como herramienta de justicia poética, siempre desde el punto de vista literario, ya que es obvio
que por mucho que aparezca en la obra esa posibilidad las personas no pueden viajar en el tiempo ni traspasar
la pantalla del cine para cobrar vida en la película que se está proyectando. Pero poco a poco fui siendo testigo
de que lo insólito a veces está detrás de los hechos reales que condicionan la vida literaria. De entrada, que la
editorial Isla del náufrago del también escritor José Antonio Abella sea poco menos que una suerte de justicia
poética que se dedica a rescatar por amor al arte a escritores infravalorados editorialmente, me pareció más
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propio de una trama novelesca que del mundo real donde lo que prima es
el beneficio económico. Después empezaron a surgir entre el público histo-
rias y nombres que coincidían con algunos de los personajes de la novela y
que preguntaban cómo era posible que los que habíamos estado ajenos a
la realidad zamorana de la posguerra pudiéramos entender verdadera-
mente aquellas historias. Cabe preguntarse entonces dónde están los lími-
tes del pacto de ficción, y qué consecuencias pueden tener para quienes
caen de un lado o del otro.
Tras todo aquello, paseaba junto a Tomás por las calles que parecen de
otro tiempo, y que me parecía haber recorrido literariamente de la mano
de alguno de sus personajes. Pregunté entonces, conmovida, por la dimen-
sión real de todos aquellos nombres por quienes nunca me había atrevido
a preguntar, de tan ficcionales que los creía. Me enteré entonces de que el
magnífico cuento “Diario roto de un barbero”, más allá de las irrupciones
fantásticas en su trama, era terriblemente real. Que el Paco de verdad, como el de la barbería, tenía su estable-
cimiento lleno de espejos colocados estratégicamente para ver a Palmira en todo momento. Que no se casaron
nunca, y que después de décadas y de la enfermedad que terminó con los recuerdos de ella, él iba a visitarla
todos los fines de semana.
Aristóteles tenía razón: hay que aceptar el pacto de ficción y meterse de lleno en las mentiras que el au-
tor nos cuenta, porque solo así sufriremos en nuestra carne la catarsis que nos reconcilie con la vida.
Tienen razón, además, quienes se empeñan en repetir que la literatura no es verdad, así como los narradores
que defienden a ultranza la necesidad de la ficción. Y si no, basta recordar a los escritores que nos han visitado
últimamente, como por ejemplo Martín Garzo, quien defendía la necesidad de las mentiras porque hablan
de la verdad, o por la vía contraria Iwasaki, que nos recordaba a carcajadas lo inverosímil y fantástica
que es nuestra realidad, casi tanto como la ficción.
A veces parece que la relación entre literatura y realidad se invierte y que llegan a ser lo mismo. A veces dan ga-
nas de darle la vuelta a Aristóteles, y decirle que nos deje a solas con la vida para mirarla como si fuera un li-
bro. Y que sea entonces la catarsis producida por los hechos cotidianos y no al revés quien nos reconcilie con la
literatura.
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más Sánchez Santiago en 12 diciembre, 2014 [https://bibliotecas.unileon.es/tULEctura/2014/12/12/la-ficcion-o-
la-vida/] por Raquel.
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