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La voz poética interpela a un amante, designado como “sombra de mi bien esquivo”, cuya
presencia fugaz, referida como una “bella ilusión”, una “dulce ficción”, la llena de angustias y de
anhelos.
Ese amante, al principio esquivo, pasa en la siguiente estrofa a ser visto como un imán, metáfora
de la fuerza misteriosa del amor, al cual la voz poética, sin embargo, sucumbe: “¿para qué me
enamoras lisonjero/ si has de burlarme luego fugitivo?”
En las dos siguientes estrofas, no obstante, la voz poética ironiza sobre la presencia del amante
esquivo, que, pese a que viene y se va a su antojo, permanece en la fantasía de amor que labra la
voz poética.